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jueves, 27 de mayo de 2010

Lecturas del día 27-05-2010. Ciclo C.

27 de Mayo del 2010. JUEVES. JESUCRISTO, SUMO Y ETERNO SACERDOTE, Fiesta. MES DEDICADO A LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA. (Ciclo C). 4ª semana del Salterio. 8ª semana del tiempo ordinario. (LITURGIA DE LAS HORAS, TOMO III, Después del 31 de Mayo) .AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS. Agustín de Cantérbury ob, Bruno ob, Bárbara Kim y Bárbara Yi mrs.
LITURGIA DE LA PALABRA 

Is 52,13-53, 1. El fue traspasado por nuestras rebeliones.
Sal 39. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Lc 22, 14-20. Esto es mi cuerpo. Esta copa es la nueva Alianza, sellada con mi sangre.
El pan evoca en nosotros experiencias fundamentales de la vida: la mesa familiar, las alegrías y tristezas compartidas, la ternura y el esfuerzo de la madre y el padre para procurar el amor que se hace comida para los hijos. Pero también sabemos que el pan no está en todas las mesas. El hambre se lleva tantas vidas inocentes en este mundo injusto.

Jesús comparte el pan con la multitud de los pobres y sufrientes que lo han seguido porque donde hay pan para todos y todas, y se comparte, allí está Dios y la vida es abundante. Los discípulos de Jesús son invitados a compartir su pan con los pobres, de esta manera se gesta la comunión que nace con la nueva familia de los hijos e hijas de Dios en la fracción del pan.

Discípulos y hermanos en el urgente proyecto de construir una sociedad humana, justa y fraterna; donde podamos saborear juntos el gusto de vivir plenamente.

PRIMERA LECTURA.
Isaías 52, 13-53, 12.
El fue traspasado por nuestras Rebeliones.

Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenla aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito. ¿Quién creyó nuestro anuncio?, ¿a quién se reveló el brazo del Señor? Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién meditó en su destino? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malvados, y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca. El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación; verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano. Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.

Palabra de Dios

Salmo responsorial Sal 39.
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad

Cuántas maravillas has hecho, Señor, Dios mío, cuántos planes en favor nuestro; nadie se te puede comparar. Intento proclamarlas, decirlas, pero superan todo número. R.

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio. R.

Entonces yo digo: «Aquí estoy -como está escrito en mi libro para hacer tu voluntad.» Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas. R. He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios; Señor, tú lo sabes. R.

No me he guardado en el pecho tu defensa, he contado tu fidelidad y tu salvación, no he negado tu misericordia y tu lealtad ante la gran asamblea. R.

SEGUNDA LECTURA

SANTO EVANGELIO.
Lc 22, 14-20.
Esto es mi cuerpo. Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre.

Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo: -«He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer, hasta que se cumpla en el reino de Dios.» Y, tomando una copa, pronunció la acción de gracias y dijo: -«Tornad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid, hasta que venga el reino de Dios.» Y, tomando pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: -«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía.» Después de cenar, hizo lo mismo con la copa, diciendo: -«Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros.»

Palabra del Señor.


Comentario de la Primera Lectura: Isaías 52, 13—53, 12. Expiación vicaria del Siervo.

Henos aquí ante uno de los momentos culminante de la revelación veterotestamentaria. El cuarto cántico del Siervo de Yavé. La interpretación de la historia de Israel como expiación vicaria y redentora del Resto en favor de toda la comunidad judía y de todos los pueblos de la tierra. Algo tan inaudito que, de hecho, nunca más volveremos a oírlo en todo el Antiguo Testamento. Su comentario merecido y minucioso sobrepasa los escasos límites asignados a estas presentaciones. Sí, intentaremos una breve síntesis objetiva, crítica y en lo posible sencilla y comprensible que permita a nuestra reflexión volcarse en este misterio de amor sacrificado.

Los vv. 13-15 del cap. 52 son el preludio y síntesis de todo el canto. La contraposición entre su estado actual totalmente desfigurado e inhumano y lo que los pueblos y reyes comprenderán sin que se les explique. Es la fe universal de la humanidad en la glorificación triunfal, que ni se ve ni se explica, de este Siervo de Yavé. Seguimos pensando en el sentido colectivo de este Siervo, que adquiere plenas dimensiones en Cristo, miembro eminente de la comunidad de salvados, de los pobres de Israel, del resto, de los fieles.

« ¿Quién creerá lo que hemos oído?». Y la pregunta inmediata es a quién se refiere ese «hemos» y cuál es el contenido de esa audición. No cabe duda de que directamente se refiere a los gentiles de entonces; indirectamente y de modo mediato nos incluye a todos nosotros, los gentiles de todos los tiempos, a quienes llega el kerigma de salvación, la revelación de las obras realizadas por el brazo fuerte de Yavé y hacia la que tendían todas las profecías. Unos hechos históricos, no unas teorías, a través de los cuales llegó la salvación, liberación y redención a judíos y gentiles mediante los sufrimientos del Siervo de Yavé.

Este Siervo se presenta ante los demás, en primer lugar, como raíz de tierra árida o flor gris del desierto sin profundidad ni colorido. El Siervo pintado con categorías reales en el primer cántico y proféticas en el segundo y tercero aparece aquí, en el cuarto, como despreciado y abandonado de los hombres, familiarizado con el dolor y víctima de las injusticias. El autor amontona tanto las sombras que no hay viviente que no se sienta apesadumbrado ante esta descripción.

¡Pobre Siervo!, exclamaríamos, aunque sin saber aún por qué Precisamente la cima de la revelación que nos aporta el Siervo no está en ese tetricismo, como pudiera pensarse, sino en el fruto que su sufrimiento produjo sobre judíos y gentiles: llegar a reconocer que su castigo fue por nosotros, que su vida ha sido una expiación vicaria, que gracias; a él nosotros hemos tenido paz porque hemos sido curados. Su dolor nos ha reconciliado con Dios a todos los niveles. Es la satisfacción vicaria que nunca más volveremos a encontrar en todo el Antiguo Testamento.

Los vv. 7-9 siguen pintando al siervo con la imagen del martirizado Jeremías al fondo. El Israel del Espíritu sufrió hasta la muerte, hasta llegar al país de la esclavitud y tinieblas, históricamente identificadas con las mazmorras babilónicas y símbolo de los pecados del Israel histórico y de la humanidad entera. Allí, en aquella Babilonia criminal, todo quedaba sepultado, expiado y redimido. De allí, el Israel muerto, resucitaría y reviviría gracias a la acción vivificante de Yavé.

El autor hace un recuento a la historia. El mismo que antaño diera fecundidad al seno muerto de Sara daría ahora muchedumbres en descendencia a su Siervo Paciente. Es que el pasado y presente juegan en manos del profeta en escatológica tensión.

La vida, muerte y revivificación del Siervo, del Israel de la fe, han sido el único modo de aplacar la ira divina, de satisfacer por los pecados de judíos y gentiles conjuntamente. Abandonado en manos de Yavé, el Siervo ha conseguido lo que no consiguiera ni el Israel histórico con la multitud de sacrificios rituales ni los gentiles con el cúmulo de sacrificios y divinidades. Por eso en él se cumplirá la promesa abrahámica de vida perenne expresada en fecundidad.

Todo cuanto hemos dicho del Siervo de Yavé, del Israel de la fe, los evangelistas, inspirados por el mismo Dios, lo vieron realizado plenamente en el Jesús histórico de Nazaret. Nacimiento, vida, pasión, muerte y resurrección serán descritos literalmente con estas palabras proféticas. Imposible cerrar los ojos a la evidencia histórica y teológica. Confesamos que Jesús es nuestro Salvador, el Siervo Paciente, quien con su vida, muerte y resurrección expió todos nuestros pecados cargándolos como pesada cruz sobre sus hombros. Sólo en él hemos sido justificados. 

Comentario del Salmo 39.

El "movimiento" de este salmo de acción de gracias es admirable: primero un grito de plegaria en una situación dramática, luego acción de gracias por ser escuchado. Pero no está todo terminado: nueva súplica en medio de nuevas desgracias.
Algunas imágenes maravillosas:
-"estaba en el fondo de un abismo de pantano...".
-"Se inclinó hacia mí... para escuchar mi grito".
-"afirmó mi pie sobre la roca".
-"me puso en la boca un canto nuevo".
-"abriste mis oídos... para que escuchara tu voluntad".
-"llevo tu ley en mis entrañas... mira, no guardo silencio".
-"Se me echan encima mis culpas y no puedo huir..."
"lo admirable, lo misterioso (una profecía para el futuro): el orante acaba de ofrecer un sacrificio "ritual" en el templo, rodeado por una gran muchedumbre... pero ¿dónde está la víctima?" se preguntan. La respuesta es inaudita: Dios no quiere ya sacrificios de animales... Io que agrada a Dios es la docilidad de cada instante a su voluntad... El "don de sí por amor".

La Epístola a los Hebreos, comentando el sacrificio que Jesús hizo de sí mismo, toma las palabras de este salmo. "Por eso Cristo al entrar en el mundo, dijo: no quieres sacrificio ni ofrendas, sino que me has dado un cuerpo (Era la traducción corriente según los manuscritos griegos de la época). No te agradan los holocaustos ni las ofrendas, para quitar los pecados. Entonces dije: aquí estoy, tal como está escrito de Mí en el libro (precisamente en este salmo 39), para hacer tu voluntad, oh Dios..." (Hebreos 10, 5-10).

En esta forma un texto inspirado por Dios nos revela que Jesús recitaba este salmo con predilección, encontrando en él una de las más claras expresiones del don de sí permanente al Padre y a sus hermanos, hasta la hora del don total "de sí mismo en la cruz." Y añadió: "mi alimento es hacer la voluntad del Padre... (Juan 4,34). Y en la hora misma de definir su sacrificio, repitió haciendo eco a este salmo: "¡Padre, que no se haga mi voluntad sino la tuya!" (Mateo 26,39).

Y "por su obediencia somos salvados". (Romanos 5,19).

Lectura como Salmo de nuestro tiempo.
Este salmo, como lo hemos visto, es ante todo la "oración misma de Jesús". Pero también es la nuestra, a condición de no caer en el ritualismo: lo que Dios espera de nosotros, no son los sacrificios externos, las oraciones ajenas a nosotros... Si no, el ofrecimiento de nuestra carne y sangre, de nuestra vida cotidiana, del "sacrificio espiritual" (/1P/02/05; /Rm/12/01). Podemos decir, ampliando la afirmaci6n central de este salmo, que Dios espera más nuestros comportamientos cotidianos, que nuestras oraciones dominicales.
Mi "acción de gracias" (Eucaristía) consiste en:
-Estar feliz de mi fe.
-Maravillarme de Dios.
-Hacer su voluntad en lo profundo de mi vida.
-Anunciar el evangelio, la buena nueva de su justicia, de su salvación, de su amor y de su verdad.
Una forma de recitar este salmo, sería dejarnos empapar por el ambiente de oración que respira, tal como se ha resaltado más arriba, para luego concretarlo en actitudes de "mi propia vida". Heme aquí, Señor, para hacer Tu voluntad.

Abre mis oídos, Señor, para que pueda oír tu palabra, obedecer tu voluntad y cumplir tu ley. Hazme prestar atención a tu voz, estar a tono con tu acento, para que pueda reconocer al instante tus mensajes de amor en medio de la selva de ruidos que rodea mi vida.

Abre mis oídos para que oigan tu palabra, tus escrituras, tu revelación en voz y sonido a la humanidad y a mí. Haz que yo ame la lectura de la escritura santa, me alegre de oír su sonido y disfrute con su repetición. Que sea música en mis oídos, descanso en mi mente y alegría en mi corazón. Que despierte en mí el eco instantáneo de la familiaridad, el recuerdo, la amistad. Que descubra yo nuevos sentidos en ella cada vez que la lea, porque tu voz es nueva y tu mensaje acaba de salir de tus labios. Que tu palabra sea revelación para mí, que sea fuerza y alegría en mí peregrinar por la vida. Dame oídos para captar, escuchar, entender. Hazme estar siempre atento a tu palabra en las escrituras.

Abre mis oídos también a tu palabra en la naturaleza. Tu palabra en los cielos y en las nubes, en el viento y en la lluvia, en las montañas heladas y en las entrañas de fuego de esta tierra que tú has creado para que yo viva en ella. Tu voz que es poder y es ternura, tu sonrisa en la flor y tu ira en la tempestad, tu caricia en la brisa y tus amenazas en el rugido del trueno. Tú hablas en tus obras, Señor, y yo quiero tener oídos de fe para entender su sentido y vivir su mensaje. Toda tu creación habla, y quiero ser oyente devoto de las ondas íntimas de tu lenguaje cósmico. La gramática de las galaxias, la sintaxis de las estrellas. Tu palabra, que asentó él universo, tiene que asentar ahora mi corazón con su bendición y su gracia. Llena mis oídos con los sonidos de tu creación y de tu presencia en ella, Señor.

Abre también mis oídos a tu palabra en mi corazón. El mensaje secreto, el roce íntimo, la presencia silenciosa. Divino «télex" de noticias de familia. Que funcione, que transmita, que me traiga minuto a minuto el vivo recuerdo de tu amor constante. Que pueda yo escuchar tu silencio en mi alma, adivinar tu sonrisa cuando frunces el ceño, anticipar tus sentimientos y responder a ellos con la delicadeza de la fe y del amor. Mantengamos el diálogo, Señor, sin interrupción, sin sospechas, sin malentendidos. Tu palabra eterna en mi corazón abierto.

Abre por fin mis oídos, Señor, y muy especialmente a tu palabra presente en mis hermanos para mí. Tú me hablas a través de ellos, de su presencia, de sus necesidades, de sus sufrimientos y sus gozos. Que escuche yo ahora por mi parte el concierto humano de mi propia raza a mí alrededor, las notas que me agradan y las que me desagradan, las melodías en contraste, los acordes valientes, el contrapunto exacto. Que me llegue cada una de las voces, que no me pierda ni uno de los acentos. Es tu voz, Señor. Quiero estar a tono con la armonía global de la historia y la sociedad, unirme a ella y dejar que mi vida también suene en el conjunto en acorde perfecto.
Abre mis oídos, Señor. Gracia de gracias en un mundo de sonidos.

Comentario del Santo Evangelio: Lc 22,14-20. 

Lucas ha narrado la última reunión de Jesús con sus discípulos incluyendo “un discurso de despedida”, y en esto coincide con el evangelio de Juan. La sección Lc 22,14-38 es una unidad literaria cerrada, con dos partes: a) La última cena de Jesús (vv. 14-23).

b) Un discurso de Jesús que se transforma en un diálogo con sus discípulos (vv. 21-38).

El paso entre ambas partes es fluido y sólo se percibe en el cambio de escena de la cena al discurso de Jesús.

Con la descripción de la última cena de Jesús, sus palabras quedan completamente en primer plano. Los elementos narrativos pasan a segundo término frente a ellas y solamente juegan un papel en la introducción y en la conclusión. El texto contiene cinco dichos de Jesús, ordenados concéntricamente; en el centro se encuentran las palabras sobre el pan, que están enmarcadas por palabras acerca de la copa. El primer dicho de Jesús señala el cumplimiento de la cena en el Reino de Dios; el último señala a quien va a entregarlo. El dicho de Jesús en los vv 15-16 está construido en paralelo con los vv. 17-18. Del mismo modo, las palabras de Jesús en los vv 19 y 20 están estructuradas en paralelo.

“Cuando llegó la hora...” Esta expresión, “la hora”, es en el contexto de la narración el momento en el que se toma la cena pascual; esto es, después de la caída del sol. También señala el momento de la entrega de Jesús a sus enemigos (cf. Lc 22,48). Lucas limita a los apóstoles el círculo de los que toman parte; son los Doce, a los que había elegido entre la gran multitud de discípulos (cf. Lc 6,12-16). Ellos han salido junto con él de Galilea y se han convertido en testigos de su obra (cf. Hch 1,2 1-22). Así, los lectores pueden estar seguros de que también Judas Iscariote participó en la cena.

Aquí se dice expresamente que esta última cena de Jesús con sus discípulos es una cena pascual. La cena pascual judía tiene una doble dimensión teológica: es una mirada retrospectiva a la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto y al ingreso en la tierra prometida. Sin embargo, es también una visión de la futura acción salvífica de Dios. Jesús ha anhelado comer esa cena pascual con sus discípulos, ya que es la última cena pascual. Por el conocimiento que él tiene de su inmediata e inminente pasión, la última cena logra, junto con las palabras que le acompañan, un sentido más profundo: ésta llega a ser un preanuncio de su definitiva realización en el Reino de Dios. La introducción del discurso “por tanto yo os digo”, caracteriza estas palabras de Jesús como proféticas.

Las palabras pronunciadas por Jesús en la cena adquieren en Lucas mayor importancia que en Mateo y Marcos; parece como si Lucas hubiera elaborado estos discursos teniendo presentes las asambleas eucarísticas primitivas. “Hasta que halle su cumplimiento...” de una manera inicial con la institución de la eucaristía, centro de la vida espiritual del Reino fundado por Jesús, y de una manera total y plena al fin de los tiempos.

La Haggadá de la Pascua judía (prescripciones para la celebración en círculos familiares) recuerda cuatro copas en total durante la cena, que son acompañadas respectivamente por una oración de alabanza o de acción de gracias. La narración lucana se apoya en un ritual judío pascual. La fundamentación de las palabras sobre la copa es introducida con la frase “porque les aseguro” de forma paralela a la fundamentación precedente (cf. v. 16). Ella remite asimismo a la inmediata e inminente pasión y muerte de Jesús y conduce la atención del lector a la promesa del Reino de Dios; con la llegada del Reino de Dios, Jesús tendrá una nueva cena. El texto no da una determinación temporal acerca de la venida del Reino de Dios. Hay que considerar que, según la presentación de Lucas, con la acción de Jesús ha irrumpido ya el Reino de Dios (cf. la predicación de Jesús en Nazaret: Lc 4,16-30).

Lucas ha distinguido la Pascua y la copa de los vv 15 y 18, del pan y la copa de los vv. 19 y 20, para establecer un paralelo entre el rito antiguo de la Pascua judía y el rito nuevo de la eucaristía cristiana. La introducción narrativa a las palabras del pan muestra un asombroso paralelo con la multiplicación de los panes para los 5.000 (cf. Lc 9,10-17). Esta pudo, como las propias palabras sobre el pan, estar influida por la praxis litúrgica de la comunidad. “Cuerpo” (sóma) es un concepto típico griego y señala la materia corporal. Platón vio en el cuerpo el sepulcro del alma. Y según Aristóteles, el cuerpo es la materia desde la cual el alma da forma al ser humano. Según esa presentación construida, la escuela filosófica de la Stoa entendió al ser humano como una unidad de cuerpo y alma. Con la muerte del ser humano esa unidad es destruida y el alma inmortal abandona el cuerpo, que se desvanece, lo cual es hasta hoy una convicción que ha llegado a muchos en la cultura occidental. La tradición bíblico-judía piensa otra cosa totalmente distinta sobre ese punto: el ser humano no tiene cuerpo y alma, sino que es cuerpo y es alma. “Esto es mi cuerpo” significa, por tanto, algo así como: “Esto soy yo en mi forma corporal y terrenal y en mi fragilidad corporal; ésta es la prenda de mi presencia real”. Este “yo”, la persona de Jesús mismo, será entregado “por vosotros”. “Haced esto en mi memoria” se refiere al recuerdo que también es memorial del pasado. El pasado no permanece simplemente en el pasado, sino que llega a ser eficaz en el presente.

“La sangre que es derramada” significa que Jesús somete su existencia y su vida a la muerte. En la vida de Jesús, a la que también pertenece esa muerte cruel, se fundamenta la Nueva Alianza. El tema del nuevo pacto es tratado en Jeremías (Jer 31,3 1-34). Lo nuevo de este pacto radica, según el profeta, en que todos tienen el correcto conocimiento de Dios: la ley está escrita en el corazón de cada uno en particular, de modo que el conocimiento de lo ordenado por Dios activa también el comportamiento. Entonces Dios perdonará las culpas de su pueblo. Las palabras del cáliz acerca de que la vida y la muerte de Jesús son el fundamento principal de este nuevo pacto reflejan la convicción de la fe cristiana.

El versículo 21 dice literalmente: “Pues vean la mano de aquel que me entrega, está conmigo en la mesa”. Algunas traducciones de Lucas hablan de la “traición” de Judas, pese a que el concepto griego no tiene ese significado. Se trata de un resumen conceptual de sus actos, significa literalmente “entregar” y puede ser traducido, en conexión con el acto de Judas, con “trasladar a una esfera de poder”, “ceder”, “extraditar” o “exponer”. Jesús sigue el camino que le es señalado con anticipación, y este camino es el camino de la cruz. La lamentación o “¡ay!” de Jesús introduce un dicho de juicio en contra de quien va a entregarle. Sin embargo, el pueblo cristiano ha interpretado el acto de Judas como “traición”, y con justa razón. Desde entonces, ser un traidor es ser un judas.

La observación de Jesús de que quien lo entregará se sienta a la mesa junto con él y con los otros, ocasiona confusión entre los discípulos. Les parece monstruoso.

La pregunta de los discípulos sobre quién de ellos entregará a Jesús es también la pregunta central. Lucas ya ha advertido acerca de la inminente acción de Judas (cf. Lc 22,3-69); sin embargo, le falta aún comunicarle su experiencia ante los acontecimientos y el asombro que esto ocasionó en el propio círculo de la comunidad cristiana. Queda así en pie la pregunta de quién era Judas y cómo pudo llegar a eso. Se trata de un proceso en el corazón del apóstol traidor, que se convierte en advertencia para todo discípulo.

La narración de san Lucas, está marcada fuertemente por la celebración litúrgica de la cena del Señor tal como se hacía en las comunidades en el tiempo de la redacción de este evangelio. Así, la narración tiene para los lectores un valor de reconocimiento. Ellos deben reconocer que la celebración eucarística de la comunidad es una continuación de la cena comunitaria con Jesús, sólo que ésta se realiza en condiciones distintas: Jesús ya no está presente en su forma terrena- corporal, sino como el Resucitado. La celebración eucarística es, por consiguiente, una mirada retrospectiva desde la vida y muerte de Jesús, pero, por otra parte, también es una perspectiva de la realización del Reino de Dios. Mientras la comunidad celebrante recuerda la acción de Jesús y su anuncio del Reino de Dios y los trae a la memoria, recibe al mismo tiempo el encargo de hacer experimentable el Reino de Dios para los humanos en su propio comportamiento.

La acción de Judas advierte al lector de que, a pesar de tomar parte en la celebración comunitaria, nadie es inmune a abandonar a Jesús y traicionar la causa comunitaria. El que también Judas Iscariote tome parte en esa cena permanece como una advertencia para los lectores frente a su seguridad en sí mismos y su arrogancia. Ya en la última cena con Jesús, los discípulos no pudieron contener su asombro ante lo monstruoso del hecho de que quien entregó a Jesús comió con él a la mesa. Esta irritación acompaña también a la comunidad cristiana en su camino a través de los siglos. Pero, al mismo tiempo, cada comunidad que celebra el memorial de Jesús está invitada a identificarse con la comunidad originaria. Puede experimentar la misma presencia de Jesús a la mesa, pero debe también asumir los mismos desafíos, sobre todo el de la fidelidad al Señor a quien celebra.


Comentario del Santo Evangelio: Lc 22, 14-20, para nuestros Mayores. LA CENA PASCUAL.

“Cuando llegó la hora...” Esta expresión, “la hora”, es en el contexto de la narración el momento en el que se toma la cena pascual; esto es, después de la caída del sol. También señala el momento de la entrega de Jesús a sus enemigos (cf. Lc 22,48). Lucas limita a los apóstoles el círculo de los que toman parte; son los Doce, a los que había elegido entre la gran multitud de discípulos (cf. Lc 6,12-16). Ellos han salido junto con él de Galilea y se han convertido en testigos de su obra (cf. Hch 1,2 1-22). Así, los lectores pueden estar seguros de que también Judas Iscariote participó en la cena.

En esta última cena de Jesús con sus discípulos es una cena pascual. La cena pascual judía tiene una doble dimensión teológica: es una mirada retrospectiva a la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto y al ingreso en la tierra prometida. Sin embargo, es también una visión de la futura acción salvífica de Dios. Jesús ha anhelado comer esa cena pascual con sus discípulos, ya que es la última cena pascual. Por el conocimiento que él tiene de su inmediata e inminente pasión, la última cena logra, junto con las palabras que le acompañan, un sentido más profundo: ésta llega a ser un preanuncio de su definitiva realización en el Reino de Dios. La introducción del discurso “por tanto yo os digo”, caracteriza estas palabras de Jesús como proféticas.

Las palabras pronunciadas por Jesús en la cena adquieren en Lucas mayor importancia que en Mateo y Marcos; parece como si Lucas hubiera elaborado estos discursos teniendo presentes las asambleas eucarísticas primitivas. “Hasta que halle su cumplimiento...” de una manera inicial con la institución de la eucaristía, centro de la vida espiritual del Reino fundado por Jesús, y de una manera total y plena al fin de los tiempos.

La Haggadá de la Pascua judía (prescripciones para la celebración en círculos familiares) recuerda cuatro copas en total durante la cena, que son acompañadas respectivamente por una oración de alabanza o de acción de gracias. La narración lucana se apoya en un ritual judío pascual. La fundamentación de las palabras sobre la copa es introducida con la frase “porque les aseguro” de forma paralela a la fundamentación precedente (cf. v. 16). Ella remite asimismo a la inmediata e inminente pasión y muerte de Jesús y conduce la atención del lector a la promesa del Reino de Dios; con la llegada del Reino de Dios, Jesús tendrá una nueva cena. El texto no da una determinación temporal acerca de la venida del Reino de Dios. Hay que considerar que, según la presentación de Lucas, con la acción de Jesús ha irrumpido ya el Reino de Dios (cf. la predicación de Jesús en Nazaret: Lc 4,16-30).

Lucas ha distinguido la Pascua y la copa de los vv. 15 y 18, del pan y la copa de los vv. 19 y 20, para establecer un paralelo entre el rito antiguo de la Pascua judía y el rito nuevo de la eucaristía cristiana. La introducción narrativa a las palabras del pan muestra un asombroso paralelo con la multiplicación de los panes para los 5.000 (cf. Lc 9,10-17). Esta pudo, como las propias palabras sobre el pan, estar influida por la praxis litúrgica de la comunidad. “Cuerpo” (sóma) es un concepto típico griego y señala la materia corporal. Platón vio en el cuerpo el sepulcro del alma. Y según Aristóteles, el cuerpo es la materia desde la cual el alma da forma al ser humano. Según esa presentación construida, la escuela filosófica de la Stoa entendió al ser humano como una unidad de cuerpo y alma. Con la muerte del ser humano esa unidad es destruida y el alma inmortal abandona el cuerpo, que se desvanece, lo cual es hasta hoy una convicción que ha llegado a muchos en la cultura occidental. La tradición bíblico-judía piensa otra cosa totalmente distinta sobre ese punto: el ser humano no tiene cuerpo y alma, sino que es cuerpo y es alma. “Esto es mi cuerpo” significa, por tanto, algo así como: “Esto soy yo en mi forma corporal y terrenal y en mi fragilidad corporal; ésta es la prenda de mi presencia real”. Este “yo”, la persona de Jesús mismo, será entregado “por vosotros”. “Haced esto en mi memoria” se refiere al recuerdo que también es memorial del pasado. El pasado no permanece simplemente en el pasado, sino que llega a ser eficaz en el presente.

“La sangre que es derramada” significa que Jesús somete su existencia y su vida a la muerte. En la vida de Jesús, a la que también pertenece esa muerte cruel, se fundamenta la Nueva Alianza. El tema del nuevo pacto es tratado en Jeremías (Jer 31,31-34). Lo nuevo de este pacto radica, según el profeta, en que todos tienen el correcto conocimiento de Dios: la ley está escrita en el corazón de cada uno en particular, de modo que el conocimiento de lo ordenado por Dios activa también el comportamiento. Entonces Dios perdonará las culpas de su pueblo. Las palabras del cáliz acerca de que la vida y la muerte de Jesús son el fundamento principal de este nuevo pacto reflejan la convicción de la fe cristiana.

El versículo 21 dice literalmente: “Pues vean la mano de aquel que me entrega, está conmigo en la mesa”. Algunas traducciones de Lucas hablan de la “traición” de Judas, pese a que el concepto griego no tiene ese significado. Se trata de un resumen conceptual de sus actos, significa literalmente “entregar” y puede ser traducido, en conexión con el acto de Judas, con “trasladar a una esfera de poder”, “ceder”, “extraditar” o “exponer”. Jesús sigue el camino que le es señalado con anticipación, y este camino es el camino de la cruz. La lamentación o “¡ay!” de Jesús introduce un dicho de juicio en contra de quien va a entregarle. Sin embargo, el pueblo cristiano ha interpretado el acto de Judas como “traición”, y con justa razón. Desde entonces, ser un traidor es ser un judas.

La observación de Jesús de que quien lo entregará se sienta a la mesa junto con él y con los otros, ocasiona confusión entre los discípulos. Les parece monstruoso.

Comentario del Santo Evangelio: Lc 22, 14-20, de Joven para Joven. Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. 

El texto recoge los elementos fundamentales de la «cena de Jesús» según san Lucas. Para estudiar mejor su contenido lo dividimos de la siguiente forma: a) la tensión de la cena escatológica (22, 15-18); b) el servicio eucarístico de Jesús (22, 19-20); c) el servicio intraeclesial de los cristianos (22, 24-27); d) la promesa del reino (22, 28-30).

a) La cena se encuadra en un contexto de tensión escatológica (22, 15-18). No se trata simplemente de una forma de comida que Jesús ofrece a sus discípulos, que marchan por el mundo; se trata en realidad de una comida en que Jesús es a la vez participante: una continuación de las comidas que realizaba con los suyos en el mundo y una anticipación del gran banquete escatológico en que ofrece a los hombres la plenitud de su misterio y comparte con ellos la gloria de su Padre. Hay, por lo tanto, un fondo histórico: «He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros»; y hay un caminar, una tensión que se dirige hacia la altura del reino realizado: «No la volveré a comer hasta que se cumpla en el reino de Dios», es decir, hasta que llegue el gran banquete de la escatología.

b) Tendiendo hacia el reino, Jesús ofrece a los suyos «como banquete» (en recuerdo de su presencia y anticipación de su plenitud gloriosa) la totalidad de su misterio, expresado a través del simbolismo del cuerpo y de la copa de la nueva alianza (22, 19-20).

Sobre el pan dice «esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros» (22, 19). La comida de Jesús entre los suyos es el «pan» de una presencia que alimenta; es el pan que forma «cuerpo», que unifica a los hombres con el Cristo y que les une al mismo tiempo a unos con otros.

La presencia de Jesús entre los suyos y el surgimiento de su «cuerpo» como unión comunitaria y escatológica de los hombres forman las dos partes de un único misterio.

Sobre la copa dice: «Es la nueva alianza sellada con mi sangre» (22, 20). Cristo es la alianza verdadera que establece para siempre la comunión entre Dios y los hombres. Los caminos viejos de los pactos de Israel acaban siendo inútiles, vacíos. Sólo Cristo ha establecido el verdadero camino que nos une con el Padre; por eso se condensa en su persona el misterio de la alianza, por eso nos la ofrece a los amigos y discípulos en forma de herencia y de tesoro. Pero se trata de una «alianza en la sangre» (a través de la muerte); esto significa que participar en el cáliz de Jesús es empezar a introducirnos en su sacrificio, hacer de nuestra vida ofrenda por los otros. De todo esto se concluye que no hay unión con la «alianza de Cristo» si yo mismo no me vengo a convertir en «sangre de un sacrificio» (en vida que se ofrece por los otros). No es posible crear la comunidad cristiana (cuerpo de Jesús) sin que los miembros sigan el camino de Jesús crucificado y participen de su alianza (sangre derramada).

e) Esto nos introduce en un ámbito de servicio. Donde se celebra la cena de Jesús se instaura una forma de comunidad en que se invierten todos los papeles de la vieja política del mundo: mandar es ayudar a los demás, ser grande significa hallarse en todo a disposición de los que están más necesitados. «Los reyes de los gentiles los dominan...; no sea así entre vosotros». Como ejemplo decisivo tenemos el de Cristo, que, siendo el mayor, se ha portado como aquel que sirve a todos (22, 24-27).

d) El pasaje se cierra en la esperanza de un reino prometido. Participan de la cena del Señor los que comparten sobre el mundo las pruebas de Jesús; pero, a la vez, son éstos los que escuchan la palabra decisiva: «Yo os transmito el reino; comeréis y beberéis a mi mesa en el reino» (22, 28-30). La pequeña comunión de aquéllos que no tienen nada, el grupo de personas que se juntan cada «día del Señor» a recordar su muerte y repetir el gesto de su alianza, ésos que son la insignificante Iglesia de Jesús han recibido ya la gran promesa; cada vez que se juntan, que comen y beben, reciben la inmensa certeza de que el reino llega y que los salva.

Elevación Espiritual para este día.

Con el mayor encarecimiento posible exhorto a los casados a que se profesen el mutuo amor que tanto os encomienda el Espíritu Santo en las divinas Escrituras. Deciros que os améis uno a otro con amor natural es lo mismo que nada, porque otro tanto hacen las pareadas tortolillas; ni basta decir que os améis con amor humano, pues también los gentiles se profesan este amor. Yo os diré con el apóstol de las gentes: Esposos, amad a vuestras esposas como ama Jesucristo a su Iglesia, Esposas, amad a vuestros maridos como la Iglesia ama a Jesucristo. Dios, que llevó a Eva a la presencia de nuestro primer padre, Adán, y se la dio por esposa, es quien, con su invisible diestra, ha echado el nudo de las sagradas ataduras de vuestro matrimonio, amados míos; Él es quien os ha entregado unos a otros, ¿pues cómo no os amáis con un amor enteramente santo, sagrado y divino?

Es el primer efecto de este amor la unión indisoluble de los corazones. Cuando se encolan dos pedazos de pino uno con otro, si es buena la cola queda tan firme la unión que más presto se partirá la madera por otras partes que no por la pegadura; así pues, como Dios une con su propia sangre el marido a la mujer, por eso es tan firme la unión, que antes se ha de separar el alma del cuerpo de uno u otro que no el marido de su mujer, pero esto se entiende no tanto de la unión del cuerpo cuanto del corazón, del afecto y del amor.

Ha de ser el segundo efecto de este amor la inviolable fidelidad de uno a otro consorte. Antiguamente se grababan los sellos en los anillos que se llevaban en el dedo, como la misma Escritura Santa lo acredita, y ve aquí la significación de una ceremonia que se hace en las bodas; bendice la Iglesia, por mano del sacerdote, un anillo que se le entrega primero al esposo en testimonio de que sella y cierra su corazón con este sacramento para que en adelante jamás pueda entrar en él ni el nombre ni el amor de alguna otra mujer mientras viva la que Dios le ha dado; después, el esposo pone el anillo en la mano de su esposa para que ella igualmente entienda que jamás ha de entrar en su corazón afecto a otro hombre mientras viva sobre la faz de la tierra el que nuestro Señor acaba de darle.

El tercer fruto del matrimonio es la procreación y crianza de los hijos. Grande honra es para vosotros, casados, el que Dios, queriendo multiplicar las almas que pueden bendecirle y alabarle por toda una eternidad, os hace cooperadores de obra tan digna, por medio de la producción de los cuerpos, en los que Él reparte, como gotas de celestial rocío, las almas que cría e infunde dentro de ellos.

Reflexión Espiritual para el día. 

¿Qué significa amar a otra persona? El afecto recíproco, la compatibilidad intelectual, la atracción sexual, compartir unos ideales, un contexto financiero, cultural y religioso común: todas estas cosas pueden ser un factor importante para engendrar una buena relación, pero no pueden garantizar el amor.

Conocí una vez a dos jóvenes que querían casarse. Los dos eran guapos, muy inteligentes, sus marcos familiares eran muy semejantes y estaban muy enamorados. Habían pasado muchas horas con psicoterapeutas expertos para indagar sobre su pasado psicológico y afrontar directamente sus fuerzas y sus debilidades emotivas. En todos los aspectos parecían estar bien preparados para casarse y vivir juntos felices. Sin embargo, la pregunta seguía en pie: ¿serán capaces de amarse estas dos personas mutuamente del modo adecuado, no sólo durante un tiempo o durante algunos años, sino para toda la vida? Para mí, que recibí la petición de acompañar a estas dos personas, la cosa no era tan obvia como para ellos. Se conocían desde hacía bastante tiempo y estaban seguros de sus recíprocos sentimientos de amor, pero ¿habrían sido capaces de hacer frente a un mundo en el que hay tan poco apoyo para las relaciones duraderas?

¿De dónde sacarían la tuerza necesaria para permanecer fieles el uno a la otra en el momento del conflicto, de la presión económica, de un dolor profundo, de la enfermedad y de las necesarias separaciones? ¿Qué significaría para este hombre y para esta mujer amarse como marido y mujer hasta la muerte?

Cuanto más reflexiono, más me percato de que el matrimonio es, antes que nada, una vocación. Dos personas son llamadas al mismo tiempo para realizar la misión que Dios les ha dado. El matrimonio es una realidad espiritual, o sea: un hombre y una mujer se unen para la vida no sólo porque experimenta un profundo amor el uno por la otra, sino porque creen que Dios les ha dado el uno a la otra para ser testigos vivos de ese amor. Amar significa encarnar el infinito de Dios en una comunión fiel con otro ser humano.

Los rostros de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 52, 13—53, 12 (53, 1-3/53, 1-5. 10-11/53, 1-7. 10-12/53, 10-11/53, 4-6). Expiación vicaria del Siervo

Henos aquí ante uno de los momentos culmen de la revelación veterotestamentaria. El cuarto cántico del Siervo de Yavé. La interpretación de la historia de Israel como expiación vicaria y redentora del resto en favor de toda la comunidad judía y de todos los pueblos de la tierra. Algo tan inaudito que, de hecho, nunca más volveremos a oírlo en todo el Antiguo Testamento. Su comentario merecido y minucioso sobrepasa los escasos límites asignados a estas presentaciones. Sí, intentaremos una breve síntesis objetiva, crítica y en lo posible sencilla y comprensible que permita a nuestra reflexión volcarse en este misterio de amor sacrificado.

Los vv. 13-15 del cap. 52 son el preludio y síntesis de todo el canto. La contraposición entre su estado actual totalmente desfigurado e inhumano y lo que los pueblos y reyes comprenderán sin que se les explique. Es la fe universal de la humanidad en la glorificación triunfal, que ni se ve ni se explica, de este Siervo de Yavé. Seguimos pensando en el sentido colectivo de este Siervo, que adquiere plenas dimensiones en Cristo, miembro eminente de la comunidad de salvados, de los Pobres de Israel, del Resto, de los Fieles.

«¿Quién creerá lo que hemos oído?». Y la pregunta inmediata es a quién se refiere ese «hemos» y cuál es el contenido de esa audición. No cabe duda de que directamente se refiere a los gentiles de entonces; indirectamente y de modo mediato nos incluye a todos nosotros, los gentiles de todos los tiempos, a quienes llega el kerigma de salvación, la revelación de las obras realizadas por el brazo fuerte de Yavé y hacia la que tendían todas las profecías. Unos hechos históricos, no unas teorías, a través de los cuales llegó la salvación, liberación y redención a judíos y gentiles mediante los sufrimientos del Siervo de Yavé.

Este Siervo se presenta ante los demás, en primer lugar, como raíz de tierra árida o flor gris del desierto sin profundidad ni colorido. El Siervo pintado con categorías reales en el primer cántico y proféticas en el segundo y tercero aparece aquí, en el cuarto, como despreciado y abandonado de los hombres, familiarizado con el dolor y víctima de las injusticias El autor amontona tanto las sombras que no hay viviente que no se sienta apesadumbrado ante esta descripción.

¡Pobre Siervo!, exclamaríamos aunque in saber aún por qué precisamente la cima de la revelación que nos aporta el siervo no está en ese tetricismo, como pudiera pensarse, sino en el fruto que su sufrimiento produjo sobre judíos y gentiles: llegar a reconocer que su castigo fue por nosotros, que su vida ha sido una expiación vicaria, que gracias a él nosotros hemos tenido paz porque hemos sido curados. Su dolor nos ha reconciliado con Dios a todos los niveles. Es la satisfacción vicaria que nunca más volveremos a encontrar en todo el Antiguo Testamento.

Los vv. 7-9 siguen pintando al Siervo con la imagen del martirizado Jeremías al fondo. El Israel del Espíritu sufrió hasta la muerte, hasta llegar al país de la esclavitud y tinieblas, históricamente identificadas con las mazmorras babilónicas y símbolo de los pecados del Israel histórico y de la humanidad entera. Allí, en aquella Babilonia criminal, todo quedaba sepultado, expiado y redimido. De allí, el Israel muerto, resucitaría y reviviría gracias a la acción vivificante de Yavé.

El autor hace un recuento a la historia. El mismo que antaño diera fecundidad al seno muerto de Sara daría ahora muchedumbres en descendencia a su Siervo Paciente. Es que el pasado y presente juegan en manos del profeta en escatológica tensión.

La vida, muerte y revivificación del Siervo, del Israel de la fe, han sido el único modo de aplacar la ira divina, de satisfacer por los pecados de judíos y gentiles conjuntamente. Abandonado en manos de Yavé, el Siervo ha conseguido lo que no consiguiera ni el Israel histórico con la multitud de sacrificios rituales ni los gentiles con el cúmulo de sacrificios y divinidades. Por eso en él se cumplirá la promesa abrahámica de vida perenne expresada en fecundidad.

Todo cuanto hemos dicho del Siervo de Yavé, del Israel de la fe, los evangelistas, inspirados por el mismo Dios, lo vieron realizado plenamente en el Jesús histórico de Nazaret. Nacimiento, vida, pasión, muerte y resurrección serán descritos literalmente con estas palabras proféticas. Imposible cerrar los ojos a la evidencia histórica y teológica Confesamos que Jesús es nuestro Salvador, el Siervo Paciente, quien con su vida, muerte y resurrección expió todos nuestros pecados cargándolos como pesada cruz sobre sus hombros. Sólo en él hemos sido justificados. 

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