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jueves, 3 de junio de 2010

Lecturas del día 03-06-2010. Ciclo C.

3 de Junio 2010. MES DEDICADO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. JUEVES DE LA IX SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, SAN CARLOS LUANGA Y COMPAÑEROS , mártires, Memoria  obligatoria. 1ª semana del Salterio. (Ciclo C).. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL.SS. Juan Grande rl, Clotilde re, Olivia vg.
El amor a Dios y a los hermanos son los mandamientos más importantes que encierran toda la Ley. El escriba le hace una pregunta a Jesús, pero como lo indica el evangelista éste busca sinceramente una respuesta a su duda. Los judíos tenían tantas normas, alrededor de 630, lo que los llevaba a confundirse. Jesús se ha enfrentado con fariseos, herodianos y saduceos, se prepara para su fin, él ya percibe cual será el desenlace de su misión y resume toda la ley en estos dos mandamientos. Amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con toda la fuerza, le parece a cualquier persona algo natural, no le deja lugar a dudas, sin embargo, este mandamiento va acompañado inmediatamente por otro:”Amarás al prójimo como a ti mismo”, y ya no parece tan evidente como el primero. Pablo dice “el que dice amar a Dios y desprecia al hermano, ese es un mentiroso”. No podemos pretender cumplir el primer mandamiento si no cumplimos el segundo. Amar a Dios exige amar al hermano, exige renunciar al egoísmo, vanidad y soberbia. El mayor acto de amor que podemos ofrecer a Dios es perdonar de corazón al hermano que nos ha ofendido.

LITURGIA DE LA PALABRA.

2 Tm 2, 8-15-. La Palabra de Dios no está encadenada. Si morimos con él, viviremos con él.
Sal 24 R/.Señor, enseñame tus caminos.
Marcos 12, 28b-34. No hay mandamiento mayor que éstos.

PRIMERA LECTURA.
2Timoteo 2,8-15
La palabra de Dios no está encadenada. Si morimos con él, viviremos con él
Querido hermano: Haz memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Éste ha sido mi Evangelio, por el que sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna. Es doctrina segura: Si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.

Sígueles recordando todo esto, avisándoles seriamente en nombre de Dios que no disputen sobre palabras; no sirve para nada y es catastrófico para los oyentes. Esfuérzate por presentarte ante Dios y merecer su aprobación, como un obrero irreprensible que predica la verdad sin desviaciones.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 24
R/.Señor, enséñame tus caminos.
Señor, enséñame tus caminos, / instrúyeme en tus sendas: / haz que camine con lealtad; / enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R.

El Señor es bueno y es recto, / y enseña el camino a los pecadores; / hace caminar a los humildes con rectitud, / enseña su camino a los humildes. R.

Las sendas del Señor son misericordia y lealtad / para los que guardan su alianza y sus mandatos. / El Señor se confía con sus fieles / y les da a conocer su alianza. R.

SEGUNDA LECTURA.

SANTO EVANGELIO.
Marcos 12, 28-34
El principal mandamiento 

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: -«¿Qué mandamiento es el primero de todos?» Respondió Jesús: -«El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, Nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. " El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos.» El escriba replicó: -«Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.» Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: -«No estás lejos del reino de Dios.» Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Palabra del Señor.

Comentario de la Primera lectura: 2 Timoteo 2,8-15
La vida del cristiano es la vida de Cristo en él; es una participación siempre renovada en la muerte y en la vida gloriosa del Señor, que, en cierto modo, sufre y resurge a una vida nueva en aquel que cree en Él. Como Pablo, encadenado por el Evangelio «como malhechor» (v. 9), aunque también seguro de reinar con él (y. 12). De ahí podemos extraer dos consecuencias.

En primer lugar, que los sufrimientos del cristiano participan del valor redentor de los sufrimientos de Cristo y son, de hecho, instrumento de salvación en la medida en que el cristiano —como le gusta decir a Pablo— sufre por Cristo y muere con él (cf. vv 11.12). Desde el momento en que el Hijo del Eterno murió en la cruz, ya no hay sufrimiento terreno que sea inútil, ni creyente que no se sienta responsable de la salvación de los demás. Es la comunión de la cruz lo que da, a cada individuo, la fuerza para soportarlo todo por los hermanos, «para que ellos también alcancen la salvación de Jesucristo y la gloria eterna» (v. 10).

Entonces —segunda consecuencia—, la vida del cristiano se convierte en una existencia pascual, gracias a la memoria de la resurrección de Jesús (v. 8) y gracias a la profecía de su propia resurrección (v. 11); una existencia que proclama la fidelidad del Eterno, mayor que cualquier infidelidad humana (v. 13). Por eso el cristiano no se enzarza en «discusiones vanas» (v. 14), ni se avergüenza de la Palabra que debe anunciar, aunque deba sufrir por ella, porque es Palabra de la verdad y nunca podrá ser encadenada (v. 9).

Comentario del Salmo 24
Es una mezcla de súplica individual con elementos y contenidos de los salmos sapienciales (ver Sal 1). Pero predomino la súplica. Una persona anciana le pide dos cosas a Dios: que le perdone las faltas y pecados de su juventud y lo libre de las manos de sus enemigos.

Este salmo ha sido retocado y ha recibido añadidos a lo largo de su existencia. El último versículo (22) es un añadido posterior. Además, se trata de un salmo alfabético (véase Sal 9). En su lengua original, cada versículo comienza con una de las letras del alfabeto hebreo. En nuestras traducciones, este detalle se ha perdido. Esto significa que el salmo 25 causó un gran impacto cuando surgió. Fue conservado en la memoria y, más tarde, reelaborado con objeto de facilitar su memorización. Esta es la finalidad del orden alfabético de sus versículos.

Tal como se encuentra en la actualidad, podemos distinguir tres partes: 1-7; 8-15; 16-22. En la primera (1-7), el salmista expresa su total confianza en el Señor, con la esperanza de no verse defraudado ni quedar sin respuesta. Habla de los enemigos traidores y de las faltas de su juventud. En la segunda (8-15) tenemos una reflexión sapiencial, esto es, una meditación acerca del sentido de la vida. La raíz de todo es el temor del Señor. No se trata de tenerle miedo, sino respeto y confianza. Quien lo teme se convierte en amigo íntimo y el Señor se le revela, sellando su alianza. El que teme al Señor está siempre atento a su voluntad y Dios lo libra de los peligros. La última parte (16-22) retoma la difícil situación en que se encuentra el fiel. Este vuelve a pedir con insistencia el perdón de los pecados y la liberación de las manos de los enemigos, cada vez más numerosos.

Como en otros salmos, también en este se compara a los enemigos con unos cazadores que tienden trampas para atrapar al justo (15).

Este salmo revela un conflicto entre dos grupos desiguales: el salmista y sus adversarios. Es probable que el salmista represente al grupo de los pobres que padecen injusticia y que calla ante las amenazas, Leyendo de corrido el salmo, descubrimos quiénes son los adversarios. El salmista los llama «enemigos» (2), «traidores» (3), dice que le tienden una trampa para capturarlo (15); se trata de enemigos que se multiplican y lo odian con un odio mortal (19), ¿En qué habría consistido la traición? No lo sabemos. Probablemente se habría tratado de la violación de las leyes, dando lugar a la injusticia. ¿Y por qué detestan al justo con un odio tan intenso? Ciertamente por su denuncia de las injusticias (véase Sal 1,16—2,20). Por eso traman su destrucción.

Al lado de este conflicto entre grupos, tenemos el drama interior del salmista. Se reconoce pecador e insiste con fuerza en esta condición. Como viene a decir el Sal 130,3, si el Señor obra con rigor y tiene en cuenta las faltas de las personas, ¿quién podré resistir? Por eso, el salmista hace examen de conciencia y trata de ajustar cuentas con Dios.

Este salmo nos ofrece un cuadro bastante completo de la situación personal y del conflicto social que tiene que afrontar este hombre. El salmista habla de las propias faltas y pecados de juventud (7a), se considera pecador (8) y, socialmente, pobre entre los pobres (9). Reconoce que ha cometido grandes pecados (11), vive solo y está afligido (16), con el corazón angustiado y en mecho de tribulaciones (17), padeciendo trabajos y penas (18); sus enemigos son cada vez más numerosos, lo odian y quieren verlo muerto (19). Por eso suplica al Señor: «muéstrame» (4), «guíame» (5), «no te acuerdes» (7), «vuélvete» (16), «guarda mi vida!», «¡líbrame!» (20), etc.

Pecador, pobre, solitario, desdichado, angustiado, en la miseria, objeto de una caza a muerte. Esta es la situación que hizo que este hombre compusiera el salmo 24. Y, ¿por qué todo esto? ¿Se puede ir más allá? Tal vez. Este salmo afirma que quien reine al Señor «vivirá feliz» y «su descendencia poseerá la tierra» (13). ¿No estaremos ante un conflicto relacionado con la posesión de la tierra? Es muy probable. El salmista parece ser alguien que carece de tierra.

Este salmo emplea muchos términos que nos recuerdan la Alianza: “camino” (8.9), «justicia» (9), “amor y verdad”, «alianza y mandatos» (10), «alianza» (14), etc. El Dios de este salmo es, una vez más, el aliado del pobre explotado y oprimido, e1 mismo Dios que, en el pasado, liberó a los israelitas de la esclavitud en Egipto, se alió con ellos y los condujo a la tierra prometida. Por eso el salmista muestra tanto valor al pedir y tanta confianza de que va a ser escuchado, evitando quedar defraudado y confundido por un Dios neutro, sordo e indiferente.

En el Nuevo Testamento Jesús proclamó dichosos y bienaventurados a los mansos (los oprimidos) porque poseerán la tierra (Mt 5,5), perdonó los pecados (Lc 7,36-50; Jn 8,1-11) y puso sobre aviso a los ambiciosos que acumulan bienes (Lc 12,15).

Podemos rezarlo en los momentos de súplica; cuando sentimos el peso de nuestros pecados; en las situaciones de clamor por falta de tierra; cuando contemplamos la miseria de los pobres marginados; cuando la vida corre peligro y hay personas que han sido marcadas con el sello de la muerte...

Comentario del Santo Evangelio: Marcos 12,28-34. 
El tono de la pregunta del maestro de la Ley, a diferencia de Mateo y Lucas, no es aquí, en Marcos, ni polémico ni tendencioso, sino simplemente teórico y escolar, sin trampas más o menos escondidas. Al contrario, parece darse un reconocimiento recíproco de la exactitud y de carácter pertinente de la respuesta del otro por parte de cada uno de los interlocutores. Al mismo tiempo, la cuestión planteada era en aquellos tiempos una pregunta clásica y debatida con frecuencia; tampoco era nueva del todo la respuesta de Jesús. En realidad, se trata de la cuestión central para él y para todo creyente: es la pregunta a la que Jesús intentará responder con toda su vida.

De todos modos, el Maestro le brinda al maestro de la Ley, interlocutor leal, una respuesta precisa y rigurosamente bíblica, no sólo por los envíos a Dt 6,4ss y Lv 19,18, sino porque sólo es posible entenderla dentro de la revelación, según la cual nuestro amor a Dios y al prójimo supone un hecho precedente y fundador: el amor de Dios por nosotros. Este es el dato que precede a cualquier otro, el origen y la medida del amor humano. Si éste nace del amor divino, debe medirse sobre la base del mismo, amando a toda la humanidad, amando a cada hombre sin distinción y con toda nuestra propia humanidad: corazón-mente-voluntad. De todos modos, Marcos no se contenta con estas especificaciones, sino que introduce en su texto otras dos importantes notas particulares: una observación polémica sobre el culto (v. 32), que recupera la antigua batalla de los profetas contra el ritualismo embarazoso que separa la oración del amor, y la afirmación del monoteísmo (vv 29.32), en abierta polémica con el ambiente pagano en que vivía la comunidad de Marcos, afirmación destinada a dejar bien sentado que sólo de Dios —es decir, de haber puesto a Dios en el centro de su vida— puede venirle la libertad al hombre. Esa libertad es ya signo del Reino que viene.

Dios creó al hombre a su semejanza, le dio un corazón capaz de dejarse amar y de amar a su vez. Pero no sólo le hizo capaz de amar a su manera, divina, no se contentó con verter su benevolencia en el ser humano haciéndolo amable, sino que activó en él una capacidad afectiva que no es ya sólo humana. Este es el signo más grande del amor de Dios hacia el hombre: el Creador no se ha guardado, celosamente, su poder de amar, sino que lo ha compartido con la criatura. En realidad, Dios no hubiera podido amar más al hombre. Esa es también la razón de que éste sea asimismo el primer y más importante mandamiento: antes de ser mandamiento, es el don más grande. Y si vale más que todos los holocaustos y sacrificios, eso significa que el hombre lleva a cabo la mayor experiencia del amor divino cuando ama de hecho a la manera de Dios, más aún que cuando ora y adora, porque es entonces, y sólo entonces, cuando puede descubrir cómo ha sido amado por el Eterno, hasta el punto de haber sido hecho capaz de amar a su manera. Precisamente en esta línea invita Pablo a Timoteo y a todo creyente a sufrir y a morir con Cristo por la salvación de los hermanos. Pero, entonces, no se da aquí sólo la comunión redentora de la cruz; antes aún está el misterio sorprendente de la comunión de Dios con el hombre, del amor divino con el amor humano. Gracias a esta comunión, el amor de Dios se hace ya presente y visible en esta tierra; más aún, Dios mismo es amado en un rostro humano y el corazón de carne produce ya desde ahora latidos eternos.

Comentario del Santo Evangelio: (Mc 12,28-34), para nuestros Mayores. Sorprendente: ¡dos en uno! 
El fragmento está situado hacia el final de las disputas de Jesús en Jerusalén y se separa de ellas por el tono
sereno y constructivo. El género literario podría ser el del “diálogo pedagógico” y no, a buen seguro, el del polémico. La característica de este tipo de diálogo es la mutua estima de los dos maestros, que aprueban recíprocamente sus afirmaciones.

El maestro de la ley, que tiene una opinión positiva de Jesús, plantea la pregunta sobre el «primero» entre los numerosos mandamientos de la ley: se deseaba encontrar un mandamiento en el que se pudiera resumir la quintaesencia de lo que constituía la voluntad de Dios. El maestro de la ley quiere saber lo que piensa Jesús sobre este tema. La respuesta no se apoya en el Decálogo, como en otras ocasiones (cf. Mc 10,19), sino en la profesión de fe que el judío piadoso recita más veces al día: el shema Yisrael de Dt 6,4s, que es una especie de síntesis teológica, como puede serlo el padrenuestro para el cristiano. Como añadido, Jesús cita el amor al prójimo, análogo al amor que debemos tenernos a nosotros mismos. También en este caso se vale Jesús de referencias bíblicas, porque el texto cita Lv 19,18.

Es posible encontrar una aproximación semejante a ésta en la literatura judía. En todo caso, Jesús da aquí un salto cualitativo, porque conecta los dos amores, el de Dios y el del prójimo, convirtiéndolo casi en un único mandamiento. Adopta una perspectiva unificadora y completa. El precepto de amar a Dios requiere la entrega de todo su ser por parte del hombre: el corazón, el alma, la inteligencia, los afectos, los deseos, los pensamientos. Toda la energía está orientada sin reservas a Dios. Marcos, a fin de mostrar la unidad fundamental de los dos preceptos, no vacila en emparejar el singular al plural, diciendo: «No hay otro mandamiento más importante que éstos» (v. 31). Verdaderamente, será el mandamiento principal, convirtiéndose en la ley fundamental del cristianismo.

El maestro de la ley reconoce después a su interlocutor con el título de «Maestro» y aprecia la exactitud de la respuesta. En el v. 32 muestra explícitamente su aprecio por Jesús, aumentando la dosis de estima ya manifestada en el v. 28, y expresa su pleno acuerdo con él. Jesús, a su vez, señala la inteligencia del maestro de la ley y alaba su respuesta. La aprobación recíproca entre los interlocutores de este diálogo didáctico se refiere a su interpretación de la ley. Si responde bien, con un ánimo delicado y sensible, capaz de leer la verdad sin prejuicios y, en consecuencia, de darle la razón a quien la tiene, es porque el maestro de la ley posee prerrogativas que Jesús hace manifiestas con esta frase: «No estás lejos del Reino de Dios» (v. 34). Está en «buena sintonía» con Jesús.

Dejemos resonar de una manera casi rapsódica, sin una sucesión lógica, algunas citas sobre el amor tomadas del patrimonio del pasado y del presente, de Oriente y de Occidente. Cada uno de nosotros puede encontrarse reflejado en una o más de las afirmaciones propuestas y podrá continuar la serie añadiendo las que él conoce o le han sido sugeridas por la reflexión personal.

«Pensar es bello; orar es mejor; amar es todo» (E. Lesseur).
«El amor comienza por la contemplación» (L. Lavelle).
«El amor no es hacer cosas extraordinarias o heroicas, sino hacer cosas ordinarias con ternura» (J. Vanier).
«El amor verdadero empieza cuando no se espera nada a cambio» (A. de Saint-Exupéry).
«El amor no dice: “Esto es mío”, sino que dice: “Esto es tuyo”» (M. Pomilio).
«Amar es hacer brotar en el otro una nueva vida. Es re-crear» (M. Quoist).
«Un gran amor no complica una vida o una acción, sino que la ilumina» (P. Sipriot).
“El amor no niega la realidad, sino que la transfigura” (P. Mazzolari).
«El verdadero amor abre los brazos y cierra los ojos» (Vicente de Paúl).
«Amar es sufrir; no amar es morir» (Taine).
«Pon amor donde no hay amor, y sacarás amor» (Juan de la Cruz).
«Amando a los hombres es como se aprende a amar a Dios» (Ch. de Foucault).
«El amor no se detiene ante lo imposible, no se atenúa ante las dificultades» (Pedro Crisólogo).
«No hay cosas pequeñas; hay un modo de hacer grandes todas las cosas: el amor».
«El amor es el ala que Dios ha dado al alma para subir a él» (Miguel Ángel).
“¿Qué es el amor? El amor es la virtud por la que amamos. ¿Qué amamos? Un bien inefable, un bien benéfico, un bien que crea todos los bienes. Que Dios sea tu delicia, puesto que de él recibes lo que causa tu deleite” (Agustín de Hipona).
«El amor necesita siempre un poco de futuro» (A. Camus).
“Se convierte sólo lo que se ama” (J. Daniélou).
«El amor que se analiza ya está muerto» (E. Ibsen).
«Quien sabe amar, sabe morir» (T. Gauthier).
«El verdadero amor no necesita muchas palabras» (W. Shakespeare).
«Si tu corazón no arde de amor, muchos morirán de frío» (F. Mauriac).
«El comienzo de nuestro amor a Dios consiste en escuchar su Palabra. El comienzo del amor al prójimo consiste en aprender a escucharle» (D. Bonhoeffer).
«No importa saber si Dios existe; importa saber si es amor» (S. Kierkegaard).
«Todos los cuerpos juntos no forman un acto de inteligencia; todos los espíritus juntos no realizan un acto de caridad» (B. Pascal).
“Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero hemos desaprendido un arte sencillo, como es el de vivir como hermanos” (M. L. King).
“No hay amor perdido entre nosotros” (M. de Cervantes).
” El amor es una escalera por la que bajan los dioses hasta nosotros y por la que nosotros nos elevamos hasta ellos” (Proverbio chino).
«A quien más amamos, menos sabemos decírselo» (Proverbio inglés).

Comentario del Santo Evangelio: Mc 12,28-34, de Joven para Joven. No hay mandamiento mayor.
El amor lo es todo. El letrado pregunta al Maestro por el mandamiento primero de todos en la selva de los 613 en los que los doctores de la Torá desglosaban la ley de Moisés. No tenían claro cuál era lo realmente importante. Por eso las diversas escuelas se enzarzaban en disputas sobre cuál era el precepto principal; para muchos, el descanso sabático; para otros, el culto sabático; para otros, los ritos purificatorios. Por eso el letrado se lo pregunta a Jesús.

La respuesta de Jesús es revolucionaria. Lo novedoso no es el contenido, sino la unión que establece entre el primero y el segundo mandamiento: amor a Dios y amor al prójimo. No le han preguntado más que por el primero, pero el primero sólo se puede cumplir practicando el segundo. Y además lo llama “semejante” al primero (Mt 22,39), es decir, de igual importancia.

Jesús resume toda su ética en un solo mandamiento: “Amaos unos a otros”. Hace veinte siglos que los cristianos lo conocemos pero, sin embargo, necesitamos recordarlo. Lo únicamente importante es el amor. Juan Pablo II proponía como objetivo prioritario para el tercer milenio “apostar por la caridad”.

Nunca agradeceremos suficientemente al Señor el que nos haya revelado la centralidad del amor; que lo único que vale y merece la pena en la vida y después de la muerte es el amor. Nuestro amor es la medida de nuestro ser.
Y el amor es mucho más que un mandamiento; es el sentido de la vida, la vida misma: “Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte” (1 Jn 3,14). “El que ama ha nacido de Dios, porque Dios es amor” (1 Jn 4,7-8).

La teología clásica llama a la caridad “el alma de todas las virtudes”. Es la sangre que vivifica todo el ser y quehacer de la persona. El que ama está lleno de Dios, que es amor, como el hierro candente está lleno de fuego. El amor es vida y felicidad. Sin amor no somos nada—(-1Ço 13,1-3). Por eso, confesó Arabí: “El amor es mi credo y mi fe”. L4ayor tragedia de la vida es no amar.

Amar a Dios en el prójimo. Esta equiparación del amor a Dios y del amor al hombre revelan hasta qué punto Dios y Jesús se han identificado con el hombre, hasta sentirse afectados por todo lo que le afecta a cualquier ser humano. Toda persona lleva en sus venas sangre divina; es para Dios lo más santo y sagrado. El Padre, el Hijo y el Espíritu la inhabitan. Lo mismo hay que decir del gran Hermano, Jesús de Nazaret. Se ha identificado con todos los hombres hasta convertirlos en carne y sangre suyas, formando con nosotros un solo cuerpo del que él es la cabeza (Ef. 5,30; 1 Co 12,27). Por eso afirma: Todo cuanto hagáis al prójimo, “a mí me lo hacéis” (Mt 25,40). No dice: es como si a mí me lo hubierais hecho, sino “a mí me lo hacéis”. Cristo, glorificado, no necesita nada de nadie, pero sí en sus miembros doloridos: los hombres.

Amar a Dios con todo el corazón vale más que todos los sacrificios. El amor al prójimo tiene valor teologal. Servir y agradar al hombre es servir y agradar a Dios. Él agradece más un ramo de flores ofrecido a quien necesita nuestras muestras de afecto que ofrecérselo a Él en el templo. Es más grata a Dios la reconciliación con el hermano que la ofrenda (Mt 5,23-24). La reconciliación es la mejor ofrenda.

Con toda el alma. Jesús no habla de cualquier amor, sino de un amor que sea ‘el primero y principal mandamiento”; habla de un amor que sea el sentido y motor de la vida. No basta amar con cualquier intensidad, no basta un afecto lánguido. Tenemos tantos amores insignificantes que, en realidad, no significan nada en nuestra vida. Jesús habla de un amor apasionado. Con respecto a Dios reclama que sea con ‘toda” el alma”, con “toda” la mente, con “todo” el corazón; y con respecto al prójimo reclama, nada menos, que hay que amarlo “como a ti mismo”. ¿No se ama uno a sí mismo con “toda” el alma, con “toda” la mente, con “todo” el corazón? Además Jesús propone otra meta altísima: “Amaos como yo os he amado” (Jn 15,12).

Hay que advertir que “amarás” supone, naturalmente, una actitud positiva; no consiste simplemente en abstenerse de hacer mal o tener las manos limpias. El amor es una pasión dinámica. “Amarás” significa servirás, ayudarás, compartirás, perdonarás, consolarás, ungirás, darás tu tiempo... Se trata, por tanto, de un amor afectivo y efectivo. Amor afectivo, es decir, cordial. No te contentarás con despachar fría- mente favores para dejar tranquila tu conciencia. Y también efectivo: los sentimientos, las lágrimas, las conmociones sentimentales sin obras son puro teatro, un engaño a uno mismo y al prójimo, una tomadura de pelo. “Hijos míos, no amemos con palabras y de boquilla, sino con obras y de verdad” (1 Jn 3,18). Según Jesús, sólo vale el amor con obras y sólo valen las obras con amor.

Elevación Espiritual para este Día.
Si Cristo vino fue, sobre todo, para que el hombre supiera cuánto le ama Dios y lo aprendiera para encenderse más en el amor de quien lo amó antes, y para amar al prójimo según la voluntad y el ejemplo de quien se hizo próximo prefiriendo no a los que estaban cerca de él, sino a los que vagaban lejos; toda Escritura divina escrita antes fue escrita para preanunciar la venida del Señor; y cualquier cosa que haya sido transmitida después con las cartas y confirmada con la autoridad divina habla de Cristo e invita al amor: está claro que no sólo toda la Ley y los profetas, que hasta entonces eran toda la Sagrada Escritura, por haberlo dicho el Señor, se apoyan en estos dos preceptos del amor a Dios y al prójimo, sino también todo lo que, a continuación, ha sido consagrado para la salvación, así como los volúmenes de las divinas Escrituras confiados a la memoria. Por lo cual, en el Antiguo Testamento está oculto el Nuevo, y en el Nuevo está la revelación del Antiguo. Según esta ocultación, los hombres materiales que entienden sólo de modo material han estado sometidos, tanto entonces como ahora, por el temor al castigo. En cambio, según esta revelación, los hombres espirituales que entienden de manera espiritual, a quienes, por estar piadosamente palpitantes, fueron reveladas las cosas ocultas y piden ahora, sin soberbia, que no les queden ocultas las cosas reveladas, esos hombres han sido liberados por la caridad entregada. En consecuencia, ya que nada es más hostil a la caridad que la envidia, y la soberbia es madre de la envidia, el Señor Jesucristo, Dios hombre, es al mismo tiempo prueba del amor divino por nosotros y ejemplo de humana humildad entre nosotros, a fin de que nuestro mayor mal sea sanado por la medicina contraria, que es aún más grande. Gran miseria, en efecto, es el hombre soberbio, pero la misericordia del Dios humilde es aún mayor. Ponte, pues, como fin este amor, al que referirás todo lo que digas; cuenta todas las cosas de manera que la persona a la que hablas crea al escuchar, espere al creer y ame al esperar

Reflexión Espiritual para el día.
Al envejecer nos damos cuenta de inmediato de que todo se reduce a poquísimas certezas. Para mí, estas certezas son tres: a pesar de todo, el Eterno es Amor; a pesar de todo, somos amados; a pesar de todo, somos libres. Ojalá consiguiera comunicar estas tres certezas [...], en particular la certeza de que esto misteriosa libertad que hay en nosotros no tiene otra razón de ser que hacernos capaces de responder al Amor con el amor. La estupenda belleza de la libertad no consiste en el hecho de hacernos libres de, sino libres para: para amar y para ser amados. No, el infierno no son los otros; el infierno es la soledad de qu ¡en, absurdamente, ha pretendido ser autosuficiente.

Cuando alguien me pregunta: «Por qué venimos al mundo?», me limito a responder: «Para aprender a amar». Estamos destinados a encontrar el Amor, cuya hambre se hace sentir en forma de vacío dentro de nosotros [...]. Podemos plantearnos un montón de preguntas: ¿por qué tantas imperfecciones, tantos sufrimientos? Si tenemos la certeza de que el Eterno es Amor, de que somos amados, de que somos libres para poder responder al Amor con el amor, todo lo demás no son más que «a pesar de todo».

Oh nubes, aunque os transforméis en crueles tempestades, no conseguiréis hacer negar la existencia del sol.

El rostro de los personajes y pasajes de la de la Sagrada Escritura: 2, 8-15 y 2, 22b-26 (2, 8-13/2, 8-13; 3, 10-12). La teología es, antes que nada, cristología.
Estos textos nos permiten hacer una reconstrucción sumaria, pero bastante aproximativa, de la situación de las comunidades cristianas de Asia Menor en el último cuarto del siglo I. Empezaban a surgir las controversias teológicas, enredadas en multitudes de interpretaciones, cada una de las cuales pretendía enlazar directamente con la primerísima tradición y obtener así el monopolio de.la interpretación de la fe.

Timoteo evoca y reconstruye los consejos de su viejo maestro Pablo. Antes que establecer una valoración sobre las diversas interpretaciones, hay que partir del único inicio posible en una comunidad cristiana: la persona de Cristo: «Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, descendiente de David. Este es mi evangelio». Para un cristiano la misma teología está sometida a la cristología: ser cristiano es fundamentalmente creer en Jesucristo, aquel hombre histórico y determinado, conocido por todos, pero que sigue estando misteriosamente presente en la comunidad después de una resurrección.

De nuevo nos tropezamos con la vieja obsesión paulina: la resurrección de Cristo no es simplemente una marcha triunfante a los cielos, sino una vuelta a la realidad cotidiana y trivial de la comunidad creyente. Nadie ni nada podrá considerarse sucedáneo de esta presencia activa y operante de Cristo entre los creyentes.

Por esta presencia de Cristo, Pablo, encarcelado y olvidado, soporta las cadenas, seguro de que la palabra de Dios no quedará aprisionada ni ahogada en las mazmorras que él padece. Pablo no se cree necesario e imprescindible. El se irá, pero Cristo sigue estando presente en la comunidad: y esto, de una manera siempre viva y renovada.

Pablo cita un viejo himno litúrgico, en el que afirma el último residuo de la fe y de la esperanza de un cristiano:
la participación en las mismas vicisitudes de Cristo. Esta es la única luz que brilla en la mazmorra donde Pablo se consume sin pena ni gloria, olvidado incluso de los suyos...

Esta absoluta primacía de Cristo como único e indiscutido punto de referencia bastaría para curar esa patología de la «rabia teológica», qué surge tan fácilmente en todo tipo de comunidad de fe.

Para ello, Pablo aconseja «huir de la fogosidad juvenil». Esta fogosidad se refiere claramente la fácil tentación del dogmatismo, incluso desde una postura contestataria y aparentemente crítica.

La única manera de no caer en este bloqueo antidialectico de la reflexión teológica es la búsqueda constante de una praxis honesta y sincera: «Practica la justicia, la fidelidad, el amor, la paz con los que invocan al Señor con corazón puro» O sea: antes que la búsqueda de una «ortodoxia» hay que asegurar la realidad de una «ortopraxis».

En un segundo momento, desde esa postura serena —«ortopractica».— se puede y se debe emprender el diálogo, incluso la discusión, pero hay que guardar unas reglas del juego: «Déjate de especulaciones, que, como bien sabes, engendran polémicas». Hay temas que de por sí no deben ser abordados porque no producen sino más confusión.

El buen pastor «no debe polemizar», o sea no debe ser agresivo, aunque sí dialogante: «afable con todos, buen maestro, tolerante, suave al instruir a los contrarios, por si acaso Dios les concede el convertirse al reconocimiento de la verdad».

El «teólogo» cristiano no parte de ninguna seguridad científica, sino de una maravillosa experiencia de fe; por eso, un teólogo débil en la fe o carente de ella es un contrasentido. La acción del teólogo es puramente preliminar:... «por si acaso Dios les concede el convertirse al reconocimiento de la verdad». Una teología impuesta desde el poder descaradamente o desde la constricción social es ya, en punto de partida, una negación de sí misma, pues el Dios de Jesucristo solamente se da en don cuando quiere y como quiere. +
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