4 de Junio 2010. MES DEDICADO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. VIERNES DE LA IX SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, Feria, 1ª semana del Salterio. (Ciclo C).. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS. San Pedro de Verona pb mr,. Francisco Caraiolo, Walter ab.
LITURGIA DE LA PALABRA.
2 Tm 3, 10-17. El que se proponga vivir piadosamente en Cristo Jesus será perseguido..
Sal 118 R/. Mucha paz tienen los que aman tus leyes ,Señor.
Marcos 12, 35-37. ¿Cómo dicen que el Mesías es hijo de David?
Jesús discute con los fariseos porque le dan un sentido errado a lo anunciado en la escritura. El Mesías que ellos esperan es un rey a la manera de David, guerrero, capaz de formar un ejército para liberarse de la dominación romana, y hacer de Israel una gran nación. Jesús les dice que el Mesías no es sólo un hombre descendiente de David, les recuerda que en la escritura David se refiere al Mesías llamándole “mi Señor”(en el lenguaje del pueblo judío esto equivale a llamarle mi Dios), de esta forma el Mesías es mucho más que un hombre descendiente de un Rey, es Dios mismo que lo habita. Pero si el pueblo judío ni siquiera se atrevía a nombrar a Dios, entonces se les produce el gran escándalo: si es como Jesús les dice, es imposible, no pueden aceptar que Él es el Mesías. Esto finalmente será causal para su condena a muerte. Hasta hoy para muchos es imposible aceptar que Dios no cae del cielo, sino que habita al ser humano, con toda la riqueza, toda la limitación y finitud que eso conlleva. Dios da a la mujer y al hombre una dimensión superior al resto de la creación, es entonces un Dios con nosotros y un Dios en nosotros.
PRIMERA LECTURA.
2Timoteo 3,10-17
El que se proponga vivir piadosamente en Cristo Jesús será perseguido
Querido hermano: Tú seguiste paso a paso mi doctrina y mi conducta, mis planes, fe y paciencia, mi amor fraterno y mi aguante en las persecuciones y sufrimientos, como aquellos que me ocurrieron en Antioquía, Iconio y Listra. ¡Qué persecuciones padecí! Pero de todas me libró el Señor. Por otra parte, todo el que se proponga vivir piadosamente en Cristo Jesús será perseguido. En cambio, esos perversos embaucadores irán de mal en peor, extraviando a los demás y extraviándose ellos mismos.
Pero tú permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado, sabiendo de quién lo aprendiste y que desde niño conoces la sagrada Escritura; ella puede darte la sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación. Toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud; así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 118
R/.Mucha paz tienen los que aman tus leyes, Señor.
Muchos son los enemigos que me persiguen, / pero yo no me aparto de tus preceptos. R.
El compendio de tu palabra es la verdad, / y tus justos juicios son eternos. R.
Los nobles me perseguían sin motivo, / pero mi corazón respetaba tus palabras. R.
Mucha paz tienen los que aman tus leyes, / y nada los hace tropezar. R.
Aguardo tu salvación, Señor, / y cumplo tus mandatos. R.
Guardo tus decretos, / y tú tienes presentes mis caminos. R.
LITURGIA DE LA PALABRA.
2 Tm 3, 10-17. El que se proponga vivir piadosamente en Cristo Jesus será perseguido..
Sal 118 R/. Mucha paz tienen los que aman tus leyes ,Señor.
Marcos 12, 35-37. ¿Cómo dicen que el Mesías es hijo de David?
Jesús discute con los fariseos porque le dan un sentido errado a lo anunciado en la escritura. El Mesías que ellos esperan es un rey a la manera de David, guerrero, capaz de formar un ejército para liberarse de la dominación romana, y hacer de Israel una gran nación. Jesús les dice que el Mesías no es sólo un hombre descendiente de David, les recuerda que en la escritura David se refiere al Mesías llamándole “mi Señor”(en el lenguaje del pueblo judío esto equivale a llamarle mi Dios), de esta forma el Mesías es mucho más que un hombre descendiente de un Rey, es Dios mismo que lo habita. Pero si el pueblo judío ni siquiera se atrevía a nombrar a Dios, entonces se les produce el gran escándalo: si es como Jesús les dice, es imposible, no pueden aceptar que Él es el Mesías. Esto finalmente será causal para su condena a muerte. Hasta hoy para muchos es imposible aceptar que Dios no cae del cielo, sino que habita al ser humano, con toda la riqueza, toda la limitación y finitud que eso conlleva. Dios da a la mujer y al hombre una dimensión superior al resto de la creación, es entonces un Dios con nosotros y un Dios en nosotros.
PRIMERA LECTURA.
2Timoteo 3,10-17
El que se proponga vivir piadosamente en Cristo Jesús será perseguido
Querido hermano: Tú seguiste paso a paso mi doctrina y mi conducta, mis planes, fe y paciencia, mi amor fraterno y mi aguante en las persecuciones y sufrimientos, como aquellos que me ocurrieron en Antioquía, Iconio y Listra. ¡Qué persecuciones padecí! Pero de todas me libró el Señor. Por otra parte, todo el que se proponga vivir piadosamente en Cristo Jesús será perseguido. En cambio, esos perversos embaucadores irán de mal en peor, extraviando a los demás y extraviándose ellos mismos.
Pero tú permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado, sabiendo de quién lo aprendiste y que desde niño conoces la sagrada Escritura; ella puede darte la sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación. Toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud; así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 118
R/.Mucha paz tienen los que aman tus leyes, Señor.
Muchos son los enemigos que me persiguen, / pero yo no me aparto de tus preceptos. R.
El compendio de tu palabra es la verdad, / y tus justos juicios son eternos. R.
Los nobles me perseguían sin motivo, / pero mi corazón respetaba tus palabras. R.
Mucha paz tienen los que aman tus leyes, / y nada los hace tropezar. R.
Aguardo tu salvación, Señor, / y cumplo tus mandatos. R.
Guardo tus decretos, / y tú tienes presentes mis caminos. R.
SANTO EVANGELIO.
Marcos 12,35-37
¿Cómo dicen que el Mesías es Hijo de David?
En aquel tiempo, mientras enseñaba en el templo, Jesús preguntó: "¿Cómo dicen los escribas que el Mesías es hijo de David? El mismo David, inspirado por el Espíritu Santo, dice: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies." Si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?" La gente, que era mucha, disfrutaba escuchándolo.
Palabra del Señor.
Marcos 12,35-37
¿Cómo dicen que el Mesías es Hijo de David?
En aquel tiempo, mientras enseñaba en el templo, Jesús preguntó: "¿Cómo dicen los escribas que el Mesías es hijo de David? El mismo David, inspirado por el Espíritu Santo, dice: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies." Si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?" La gente, que era mucha, disfrutaba escuchándolo.
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: 2 Timoteo 3,10-16
En los primeros versículos del capítulo 3, Pablo recuerda a Timoteo los dolorosos acontecimientos de su primer viaje misionero (cf. Hch 13,50; 14,5-6.19; 2 Cor 11,23-33), de los que el mismo Timoteo (oriundo de Listra) fue testigo, y, probablemente, un testigo fuertemente impresionado. Pablo quiere recordar que el discípulo de Cristo debe saber ya desde el principio que, a ejemplo y según las palabras de su Maestro, tiene que sufrir persecuciones (v. 12), pero intenta sobre todo reconocer la fidelidad del Señor, que lo ha liberado de todas las adversidades. Por eso no debe temer Timoteo, sino permanecer «fiel» a lo que ha aprendido y le ha sido transmitido.
Pablo subraya aquí, en realidad, dos dimensiones vitales de la fe, a saber: el hecho de que la fe es antes que nada recibida o bien acogida de las Escrituras (del Antiguo Testamento), que introducen a la fe en Jesucristo, y, a continuación, del testimonio de otros creyentes, como nuestros mismos familiares (su madre y su abuela, en el caso de Timoteo) y otros «testigos» (Pablo sobre todo), para ser sometida, después, a un proceso de aprendizaje que lleva a la convicción personal (v. 14), esto es, a la fe como sabiduría cristiana, síntesis de conocimiento orante y de praxis coherente, que, de todos modos, pasa a través de la prueba: es la dimensión de la fe probada y vivida. En esta lógica, la Escritura desempeña un papel decisivo para «enseñar, para persuadir, para reprender, para educar en la rectitud» al «hombre de Dios» (v. 16), creyente y maestro de la fe: ésta, en efecto, «ha sido inspirada por Dios» o bien tiene su origen en Aquel que, sirviéndose de la inteligencia humana, se ha revelado al hombre y continúa comunicándosele, a través de la misma Palabra (cf. Dei Verbum, 11), y sosteniéndole en la prueba de la vida.
Comentario del Salmo 118
Aunque incluya muchas peticiones, este salmo —el más largo de todo el Salterio— es un salmo sapiencial. De hecho, comienza hablando de la felicidad («Dichosos...»), al igual que el salmo 1.
Es un salmo alfabético y está organizado en bloques de ocho versículos. Todos los versículos de cada bloque comienzan con la misma letra, hasta completar, por orden, el alfabeto hebreo (los demás salmos alfabéticos son: 9-10; 25; 34; 37; 111; 112; 145). En el que nos ocupa, tenemos un total de veintidós bloques (uno por cada letra). En todos ellos, el tema principal es la Ley. Todos y cada uno de los ciento setenta y seis versículos que lo componen, contiene alguna referencia a la Ley (en cada bloque hay siete u ocho de estas referencias). La Ley se designa con distintos nombres: palabra, promesa, normas, voluntad, decretos, preceptos, mandatos y mandamientos, verdad, sentencias, leyes. Resulta complicado exponer con claridad las características de cada bloque, pues los mismos temas aparecen y desaparecen con frecuencia. En muchos de estos bloques hay una súplica insistente; en otros se acentúa más la confianza. Vamos a intentar exponer, a grandes rasgos, el rasgo que caracteriza a cada uno de ellos.
1-8: Felicidad. El salmo comienza con la proclamación de una bienaventuranza: « ¡Dichosos los de camino intachable!… ¡Dichosos los que guardan sus preceptos!» (la.2a). Este es uno de los rasgos principales de los salmos sapienciales: que muestran dónde se encuentra la felicidad y en qué consiste.
9-16: Camino. Esta es la palabra que más se repite (9a.14a.15b). El ser humano alcanza la dicha y la felicidad cuando sigue el camino de los preceptos y los decretos del Señor. El autor del salmo pretende ofrecer una regla de oro a los jóvenes (9a).
17-24: «Haz bien a tu siervo» petición). Comienza la súplica propiamente dicha. El salmista expone los motivos por los que suplica: es un extranjero en la tierra 19a), está rodeado de «soberbios», «malditos» (21) y «príncipes» que se reúnen contra él para difamarlo (23a). El motivo de la calumnia o la difamación aparecerá en otras ocasiones.
25-32: «Reanímame» petición). Sigue el tema del bloque anterior. El siervo del Señor cuenta algo más de su situación: su garganta está pegada al polvo (25a) y su alma se deshace de tristeza (28a). Se menciona el «camino de la mentira» (29a), en oposición con respecto al segundo bloque (9-16), y se alude al conflicto de intereses que parece existir entre el salmista y los malvados que se dedican a calumniarlo.
33-40: «Muéstrame el camino» y «dame vida» (petición). Continúa la súplica y se repiten los temas de los bloques anteriores. Ha crecido la tensión social, pues ahora el salmista terne el «ultraje» de sus enemigos (39).
41-48: Petición y promesa. Sigue el tema del «ultraje» (42), pero el justo promete cumplir una serie de acciones si el Señor le envía su amor y su salvación, tal como había prometido (41). El salmista promete tres cosas: cumplir siempre la voluntad de Dios (44), andar por el camino de sus preceptos (45) y proclamarlos con valentía delante de los reyes (46).
49-56: Confianza y consuelo en el conflicto. El autor del salmo se siente consolado y lleno de confianza gracias a la promesa del Señor (50), Habla brevemente de su situación: está en la miseria (50a), se siente peregrino (54b) y se enfurece a causa de los malvados que abandonan la voluntad del Señor (53). Se hace mención de la noche (55a), momento para recordar el nombre del Señor.
57.64: Aplacar al Señor de todo corazón (58a). La persona que compuso este salmo cree en una nueva forma de aplacar al Señor, no ya con sacrificios, sino practicando su voluntad. Y esto en un contexto de conflicto, pues se mencionan los «lazos de los malvados» (61a). Esta persona asegura que se despierta a medianoche para dar gracias a Dios (62a).
65-72: Experiencia del sufrimiento. El sufrimiento, entendido como una prueba enviada por Dios, da resultados positivos en la vida de esta persona (67.7 1). De este modo, el Señor ha sido bueno con su siervo (65 a). El sufrimiento le ha hecho madurar y volverse sabio (71).
73-80: Confianza en el Dios creador. Las manos del Señor han modelado y formado la vida del salmista. Todo lo que le sucede va en este mismo sentido. El seguirá dejándose modelar cada vez más, a pesar de la presencia de los «soberbios» que levantan calumnias contra él (78); su vida, además, servirá de punto de ejemplo para los que temen al Señor (79a).
81-88: Aguardando la salvación. El salmista vuelve a hablar de su situación. Se compara a sí mismo con un odre que se va resecando a causa del humo (83 a) y teme que su vida se acabe enseguida (84a). La situación es grave. ¿Quién triunfará? Habla de sus «perseguidores» (84b) y de los «soberbios» que lo persiguen sin razón (86). Esto explica la súplica.
89-96: La palabra del Señor es Para siempre (89a). Los temas de la estabilidad de la palabra y de la fidelidad del Señor dominan en este bloque. El salmista habla de su miseria (92h) y de los malvados que esperan su ruina (95). Las cosas del Señor son para siempre, mientras que toda perfección es limitada (96a).
97-104: Amar la voluntad del Señor le vuelve a uno más sabio. La persona que compuso este salmo no es muy mayor (100a), pero sí que es más sabia (98a.99a) y sagaz (lO0a) que sus maestros y ancianos. El motivo es claro: es que él ama la voluntad del Señor (97a). Existe el peligro del «mal camino» (101 a. 104h), pero es un individuo juicioso, sabe discernir dónde se encuentra y rechazarlo.
105-112: La mediación de la palabra. Es significativa la imagen de la lámpara que ilumina el camino en medio de la oscuridad de la noche. Así es la palabra (105). El salmista explica en qué consisten las tinieblas»: son el «peligro» en que vive constantemente (1 09a), pues los malvados han tendido lazos para atraparlo (110a). Pero él confía en la palabra y formula sus promesas (l00a).
113-120: El conflicto. Este bloque insiste en el conflicto que ha tenido cine afrontar el siervo del Señor. Habla de «los de corazón dividido» (113a), de los «perversos» que lo rodean (1 15a), de la gente cine se desvía de las leyes del Señor (118a) y de los «malvados de la tierra» (119a).
121-128: «No me entregues...» (Petición). Abrumado por las tensiones, el salmista eleva su súplica a Dios para que no lo entregue a los «opresores» (121b) y «soberbios» (122b), pues han violado la voluntad del Señor (126b) y andan por el camino de la mentira (128b).
129-136: «Rescátame» (petición). Las sentencias del Señor son «maravillosas» (129a). Lo maravilloso, en e1 Antiguo Testamento, siempre está asociado a la liberación. Por eso el salmista hace siete peticiones (132-135). Habla de su situación: vive en la opresión (134a) y su llanto es abundante (136a).
137-144: «El Señor es justo» (una constatación) (137a.142a.144a). Pero la persona que está suplicando está rodeada de «adversarios» (139b), se siente pequeña y despreciable (14 la), angustiada y oprimida (143a).
145-152: « ¡Señor, respóndeme! (petición). Es de madrugada (147a); el salmista no ha podido conciliar el sueño y clama de todo corazón (145a) a causa de los «infames que le persiguen» (150a).
153.460: « ¡Dame vida!» (Petición) (154b, 156h, 159b). La petición es fuerte e insistente. Se hace mención de los «malvados» (155a), de sus numerosos perseguidores y opresores» (157a) y de los «traidores» (158a).
161-168: «Mi corazón teme tus palabras» (confianza) (161 h), Continúa el conflicto con la aparición de los «príncipes» perseguidores (161a); no obstante, el clima es de confianza y de alabanza. Ya es de día (164a).
169-176: ¡Que mi clamor llegue a tu presencia, Señor! (petición final) (169a.170a). El salmista se siente extraviado (176) y, aun así, eleva su súplica.
Este salmo surge y no se hace mención del templo ni se habla de sacrificios o de sacerdotes. Toda la atención se fija en la Ley como única norma de sabiduría y corno único criterio para la vida en medio de una sociedad conflictiva. La ley lo es todo, abarca toda la vida del salmista, que sin ser aún anciano, ya es sabio; le invade de noche (55,62.147) y le ocupa de día (164). Vive en tierra extraña (19a) y como peregrino (54b). Se siente pequeño y despreciable, oprimido y perseguido, extraviado, pero sigue confiando y, por eso, suplica a Dios.
La Faz de Dios. En todos y cada uno de los versículos de este salmo se habla de la Ley, resultado de la alianza entre Dios y su pueblo. Se menciona al Señor veinticuatro veces (12 más 12). En este salmo, la Ley es sinónimo de vida. En tiempos de Jesús, la Ley ya no era fuente de vida (Jn 19,7).
Comentario del Santo Evangelio: Marcos 12,35-37
La sección precedente había terminado con la observación de que «nadie se atrevía ya a seguir preguntándole» (v. 34), y ahora es el mismo Jesús quien toma aquí la iniciativa, encaminada a brindar una enseñanza de la máxima importancia sobre el misterio de su persona y hacer más sutil el velo de su secreto mesiánico. Según la tradición judía común, basada en la promesa de Natán (2 Sm 7,14) y confirmada por los grandes profetas de la esperanza mesiánica, el Mesías debía ser un descendiente de David. Ahora bien, en el Sal 110,1 llama David «Señor» al Mesías: “¿cómo es posible que el Mesías sea hijo suyo?” (v. 37). Con esta pregunta, dejada en suspenso, rompe Jesús una vez más ciertos esquemas previos dados por supuestos, que parecen eliminar la fatiga del creer o dar por descontada la experiencia espiritual, e invita a todos los oyentes y a todos nosotros a no dejar de buscar, de profundizar y reflexionar, a dejarnos escrutar por el misterio de esta persona y por las dudas e incertidumbres ligadas al misterio, a no presumir de saberlo ya todo y a interrogarnos por la calidad de nuestra presunta «experiencia de Dios»... Porque eso exige la fe.
En realidad, Jesús no rechaza en absoluto la ascendencia davídica del Mesías, sino que provoca a sus oyentes para que superen la lógica limitada de la continuidad histórica dinástica, puesto que la promesa de Dios va más allá de los criterios de la sucesión hereditaria; nos invita a no encerrarnos en una interpretación literal del dató bíblico, porque el don del Padre en el Hijo va mucho más allá de lo que nuestra mente puede comprender, y será siempre un don sorprendente e inédito. Por eso, si antes «nadie se atrevía ya a seguir preguntándole», ahora «la multitud le escuchaba con agrado» (v. 37).
Anunciar el Evangelio de Jesús significa, de manera inevitable, dirigirse al encuentro del rechazo, cuando no a la persecución: el Maestro no sólo lo había dicho, sino que incluso ligó una bienaventuranza a la persecución: «Dichosos seréis cuando os injurien y os persigan, y digan contra vosotros toda clase de calumnias por causa mía» (Mt 5,11). Pablo, y con él otros muchos testigos a lo largo de la historia, han experimentado esta bienaventuranza, han vivido la persecución como experiencia de la fuerza y de la presencia de Dios prometidas al apóstol fiel. Podríamos decir que esta bienaventuranza es el distintivo del auténtico cristiano, de aquel que «permanece fiel» en la prueba: fiel a la Palabra que ha escuchado y que continúa anunciando en cada ocasión; firme en su certeza de que ésa es su vocación y su misión, por la que vale la pena gastar la vida y arriesgarse a la impopularidad; firme en la búsqueda de Dios a la luz de la Palabra que él nos ha revelado, que trasciende toda pretensión humana y está envuelta por el misterio; firme en la esperanza de que la semilla de la Palabra dará fruto a su tiempo, tal vez gracias a su sacrificio y aunque él no lo vea; firme en unir la vida a la Palabra, para que no sólo las acciones, sino también los gustos y los deseos, los sentimientos y los proyectos queden plasmados por ella; firme en el valor de provocar y plantear las palabras justas, las que obligan en primer lugar a él, al creyente y maestro de la fe, a interrogarse sobre su misma experiencia espiritual, pero se muestra tenaz asimismo en la fuerza de anunciar una Palabra perennemente contra corriente, a un Mesías que no se presenta según las expectativas de la mayoría, un Evangelio que no confirma las previsiones y pide a todos la honestidad de convertirse... Entonces, si el apóstol permanece firme en la Palabra, puede sucederle también algo que, con frecuencia, parece inesperado y le sucedió al mismo Jesús: que más allá del rechazo inicial y, a veces, sólo aparente, la gente «le escuchaba con agrado».
Te ruego que me concedas el valor de Pablo en las pruebas. Haz que aprenda, como Timoteo, a «permanecer fiel» a la Palabra y a lo que la Iglesia me ha enseñado, para que mi fe sea una fe recibida de la Escritura y probada por la vida. Concédeme, Jesús, tu arte de saber plantear las preguntas justas, a mí y a los otros, aquellas que no dejan vías de escape, a fin de que la Palabra me conduzca cada día más al umbral del misterio, de tu Misterio, y tenga la fuerza necesaria para anunciarlo.
Comentario del Santo Evangelio: Mc 12,35-37, para nuestros Mayores. El Mesías, hijo y Señor de David.
Contexto sociorreligioso. La sección precedente había terminado con la observación de que “nadie se atrevía ya a seguir preguntándole” (Mc 12,34); ahora es el mismo Jesús quien toma la iniciativa para brindar una enseñanza trascendental sobre su persona. Según la tradición judía común, basada en la promesa de Natán (2 Sm 7,14) y confirmada por los grandes profetas, el Mesías había de ser un descendiente de David. Ahora bien, en el salmo 110 llama “Señor” al Mesías: “¿Cómo es posible que el Mesías sea hijo suyo?” En Oriente es inconcebible que un padre de familia conceda el título de Señor a uno de sus hijos. “Si es Señor, ¿cómo puede ser hijo?”. La solución sería: El Mesías no puede ser al mismo tiempo hijo de David y Señor si no es a la vez hombre y Dios (Rm 1,3-4). Por consiguiente, David tuvo que estar inspirado por el Espíritu para hacer una declaración de ese tipo.
Los cristianos encontrarán la solución contemplando el misterio de Pascua y citarán con frecuencia el salmo 110 para aclarar cómo el hijo de David es también hijo de Dios (Hch 2,34-35; 7,55-56). El reino mesiánico de Jesús trasciende, pues, el reino nacionalista de David. La comunidad primitiva recogió con especial esmero estas palabras de Cristo porque vio en ellas una prueba de su resurrección y de su filiación divina. Frente a la falsa esperanza de volver a tener un rey teocrático al estilo de David, que les librase del yugo romano, Jesús quiere subrayar el carácter trascendente del Mesías, cuya realidad va más allá de un pueblo determinado. El evangelista, por lo demás, quiere denunciar, como Jesús mismo lo había hecho, la falsa ciencia de estos “doctores”, que estaban faltos de un verdadero conocimiento de las Escrituras; y observa expresamente que mucha gente “lo escuchaba con gusto”. De nuevo subraya la contraposición entre el pueblo y sus jefes religioso-políticos.
En clave verdadera. Todo el drama de Israel arranca de su desenfoque inicial sobre la figura del Mesías. Se lo había forjado a imagen y semejanza de sus ambiciones, y en esa clave entendían todos los textos, mensajes y acontecimientos de su pueblo. No aceptaban con docilidad la palabra de Dios, sino que la domesticaban según sus ambiciones políticas. Esto hacía que nada de cuanto veían y oían del personaje Jesús cuadrara con la figura del Mesías que esperaban. El Mesías tenía que ser una figura destacada socialmente, un guerrero, un hombre de relevancia social, con poder, que se impondría por la fuerza. Por eso no podía ser de ninguna manera un pobre vecino de Nazaret, de origen humilde, de un pueblo insignificante (Jn 1,46), desprovisto de poder, de títulos académicos, de grandeza familiar. La liberación que habría de traer sería político-social, al estilo de la liberación de David, retornando, pero en forma creciente, su reino con todo esplendor. Mucho menos podía ser “un blasfemo y transgresor” de las tradiciones sagradas.
Esta falsa clave es lo que hace que se tuerza el rumbo de Israel. Por culpa de esta actitud pierde su condición de pueblo mediador de la nueva Alianza y queda suplantado por las comunidades surgidas en el paganismo. Pablo sufrirá, lo mismo que el Maestro, por proclamar a un crucificado como el Enviado de Dios, una irrisión para los paganos y un escándalo para los judíos (1 Co 1,23). Después de veinte siglos Israel persiste en su ceguera (2 Co 3,14).
El desenfoque en la fe tiene consecuencias nefastas. ¿No tienen también muchos “cristianos” una mentalidad temporalista con respecto a la misión de Jesús? ¿No utilizan muchos sus imágenes, sus fiestas, los mil y un ritos religiosos como precio para sonsacar sus “gracias”? ¿Ven en el Cristo que veneran al Maestro que invita a recorrer su camino pascual, a trabajar por el Reino afrontando sacrificios y siempre dispuestos a “servir más que a ser servidos”? (Mt 20,28).
Cristianismo al revés y al derecho. Resulta vital acertar con las claves verdaderas para vivir un cristianismo liberador y librarnos del error de los judíos. Muchos cristianos simplemente van tirando con el cristianismo infantil de su niñez. Lo conservan apáticamente, sin que tenga repercusión alguna en sus vidas. M. Legaut decía: “Son cristianos que ignoran a Jesús, y están condenados por su misma religión a no descubrirlo jamás”.
Es necesario revisar lo que esperamos de Jesús. Hay motivaciones acertadas y equivocadas. Entre las segundas están: ver la religión como un seguro que garantiza la propia salvación; la religión mercantil del mérito espiritual; el miedo al castigo de Dios cuando este temor va huérfano de amor; el ritualismo formulista que trata de ganarse mágicamente el favor divino; el espíritu de ghetto autosuficiente y huraño ante los demás... Entre las motivaciones acertadas están: la actitud de gratuidad y pobreza ante el amor de Cristo, que nos ha elegido, nos acepta como amigos y hermanos y nos perdona (Jn 15,15- 17); disponibilidad para servir a Cristo en los demás, especialmente en los más necesitados, viéndole en ellos (Mt 25,40); la amistad con otros creyentes para vivir la comunión fraterna (Jn 17,21-23); solidaridad con Cristo en la lucha por su Causa: defensa del excluido, fraternidad entre los hombres, compromiso por una sociedad más humana y por una Iglesia más divina, más evangélica.
He escuchado a numerosos cristianos que, después de renovar a fondo su fe, confiesan: ¡Qué equivocado estaba! Éste es otro cristianismo más gozoso, más humano, más liberador. ¡Qué pena no haberlo descubierto antes!”. Por eso la actitud sensata es la que aconseja León Felipe: “Romero, siempre romero...” Es decir, la actitud de saber dudar, de saber buscar.
Comentario del Santo Evangelio:(Mc 12,35-3 7), de Joven para Joven. Nueva luz sobre la identidad de Jesús.
La investigación sobre la identidad de Jesús atraviesa todo el evangelio (cf. 1,1; 4,41; 8,27.29; 14,61s; 15,39):
Marcos se abre con la idea de la filiación divina; el testimonio del centurión, al final del itinerario, lo cierra. En el medio encontramos muchos destellos, como el presente texto, que anima a seguir en el camino de la investigación.
Los destinatarios de la enseñanza aparecen al final: «La multitud lo escuchaba con agrado» (v. 37b). Son, por consiguiente, los sencillos, la gente normal, que permanece fuera de los laboratorios de análisis teológicos de los maestros de la ley. Jesús manifiesta a esta gente humilde algo de su identidad, y para hacerlo debe completar —y corregir en parte— la enseñanza de otros. Era idea común que el Mesías sería descendiente de David (cf. 2 Sm 7,11-14).
Jesús acepta este título, aunque no lo usa, pues era demasiado ambiguo, porque despertaba en el pueblo las expectativas nacionalistas y favorables a la restauración de la monarquía. Jesús concibe de otra manera su mesiazgo: quiere restituir la plena dignidad al hombre, no sólo un bienestar físico y una autonomía política. De ahí que sea preciso enriquecer el concepto de Mesías.
El Sal 110, atribuido a David, sirve para este propósito. El autor, inspirado, escribe: «Dijo el Señor a mi Señor». Si es David el que habla, no puede identificarse ciertamente con ninguno de los dos «Señor»: el primero se refiere, obviamente, a Dios; el segundo, al Mesías. La conclusión del argumento se impone por sí misma: David admite la superioridad del Mesías, reconociéndole el título divino de «Señor».
La pregunta final de Jesús es retórica, dado que contiene la respuesta. No basta con decir únicamente que el Mesías es hijo de David. Jesús abre una rendija a la comprensión e indica que en él, Mesías y, por consiguiente, hijo de David, también está presente la divinidad. Junto con la multitud que le escucha con agrado, también el lector se ve ayudado a descifrar mejor el enigma del hombre-Dios.
La búsqueda es un rasgo característico del hombre. Entre las distintas búsquedas debemos enumerar la de nuestra propia identidad, la de la existencia de Dios y la de nuestra relación con él. Agustín, al escribir: «Nos hiciste, Señor, para ti e inquieto estará nuestro corazón hasta que descanse en ti», señaló un punto vital de nuestra búsqueda. Es apasionante ponerse a seguir las huellas del Invisible, buscar un contacto con el Creador, establecer una familiaridad con su Hijo venido entre nosotros. Estamos abiertos a lo trascendente, estamos llamados a superar las perspectivas limitadas de nuestro horizonte y a ser puestos en condiciones de llegar a ser divinos.
No queremos escalar, como los titanes, el Olimpo de la divinidad. Sería un atrevimiento imperdonable, abocado a buen seguro al fracaso. Si llegamos a Dios, se lo debemos a él mismo, que se ha revelado a nosotros y ha establecido una alianza primero con el pueblo judío y después con toda la humanidad, a fin de que formáramos una sola familia. Hemos sido habilitados para hablar con Dios, para dirigirle un «tú» coloquial, para invocarle como Padre, a fin de apreciar los dones que nos ha hecho, desde el regalo del cosmos al sublime de su Hijo entre nosotros. A través del Hijo, imagen del Dios invisible, hemos aprendido a profundizar en nuestra búsqueda, a comprender mejor nuestra identidad de hombres nuevos, a construir juntos un pueblo de salvados, sintiéndonos honrados con una vocación a la santidad.
Nuestra búsqueda prosigue. Queremos conocer mejor a Jesucristo, permitir a su Palabra abrirse en nosotros y convertirse en vida. De un mejor conocimiento podrá brotar un amor más vivo.
David, movido por el Espíritu, profetiza que el Mesías es el Señor. Sí, también nosotros profesamos que es el Señor de la vida y de la historia, que es el Kyrios. Si nos ponemos a la escucha, el Espíritu nos revela en el corazón las honduras del Amor, hecho visible en Jesús. Es siempre el Espíritu quien nos introduce en el Misterio y nos permite permanecer en la actitud de la multitud que le «escuchaba con agrado»
Elevación Espiritual para este día.
Tú que escuchas prueba también a tener tu propio pozo y tu propia fuente, a fin de que también tú, cuando cojas en tus manos el libro de las Escrituras, puedas empezar a expresar asimismo por tu propia inteligencia una cierta comprensión. Según lo que has aprendido en la Iglesia, prueba tú también a beber de la fuente de tu espíritu, dentro de ti esta la fuente de agua viva.
Así pues, purifica tu espíritu para beber tú también, finalmente, de tus fuentes y sacar agua viva de tus pozos. Si has acogido, en efecto, en ti la Palabra de Dios, si has recibido de Jesús el agua viva y la has recibido con fe, se convertirá en ti en fuente de agua que brota para la vida eterna en el mismo Jesucristo nuestro Señor.
Reflexión Espiritual para el día.
Preguntémonos con valor: ¿hemos experimentado alguna vez el elemento espiritual en la vida del hombre? Pero ¿dónde habita, en qué consiste la experiencia real de lo espiritual? Veámoslo en concreto con algunos ejemplos tomados de nuestra vida cotidiana.
¿Hemos decidido alguna vez permanecer en calma, por ejemplo, cuando queríamos defendernos por haber sido tratados de manera injusta? ¿Hemos perdonado alguna vez a alguien sin que nadie nos diera las gracias por un perdón que se daba por descontado? ¿Hemos obedecido alguna vez no porque estuviéramos obligados a hacerlo o porque de no haberlo hecho se hubieran puesto las cosas mal para nosotros, sino simplemente en virtud del misterioso, silencioso e incomprensible ser que nosotros llamamos Dios y por su voluntad? ¿Hemos sacrificado alguna vez cualquier cosa sin recibir ningún agradecimiento por ello, e incluso sin ningún sentimiento de satisfacción interior? Hemos estado alguna vez absolutamente solos? ¿Hemos decidido hacer en alguna ocasión algo a partir exclusivamente del juicio de nuestra conciencia, por razones difíciles de explicar a os otros y evaluadas en la soledad personal más absoluta, con la conciencia de no poder delegar en nadie una decisión por la que deberemos responder durante toda la eternidad? ¿Hemos intentado amar a Dios alguna vez incluso cuando no sentíamos el apoyo de grandes entusiasmos espirituales, y él parecía ausente y distante de nosotros, y sentíamos estar con él tristes como la muerte y la aniquilación absoluta? ¿Hemos intentado en alguna ocasión amar a Dios incluso cuando nos parecía estar perdidos en el vacío, llamar a alguien que se obstina en permanecer sordo, o ser echados en un abismo aterrador sin fondo, donde todo parecía incomprensible y carente de sentido? ¿Hemos realizado alguna vez un trabajo que, para ser ejecutado, nos pedía el coraje de olvidarnos de nosotros mismos e ignorarnos, casi traicionarnos, o con la sensación de pasar por estúpidos o de hacer algo terriblemente estúpido? ¿Nos hemos mostrado alguna vez buenos y cordiales con alguien que ni nos ha mostrado ni nos muestra, sin embargo, el menor signo de gratitud y comprensión, e incluso cuando ni siquiera hemos tenido el consuelo interior de sentirnos buenos, desinteresados, generosos?
Busquemos dentro de nosotros experiencias como éstas. Si las encontramos, podemos decir que hemos tenido experiencias espirituales y que hemos acogido la acción del Espíritu de Dios que obra en nosotros. Sólo entonces podremos decir que hemos experimentado lo sobrenatural, que hemos hecho la experiencia de Dios.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 3, 10-17 (2, 8-13; 3, 10-12/3, 10-12. 14-17/3, 14-17/ 3,14—4, 2). El Evangelio no garantiza el orden público.
Timoteo sigue recordando a su maestro Pablo desde su fundamental y primordial postura: la de la “ortopraxis”: «Tú has seguido paso a paso mi enseñanza, mi conducta, mis decisiones, mi fe, mi comprensión, mi amor, mi constancia, mis persecuciones, mis sufrimientos...» Efectivamente, la piedra de toque para discernir la autenticidad de una actitud verdaderamente profética es el hecho difícilmente digerible de la persecución: «Todos los que quieran vivir religiosamente en Cristo Jesús serán perseguidos». El Evangelio deberá ser siempre «un signo de contradicción» (Lc 2, 34). Su predicación no garantiza, ni mucho menos, una convivencia apacible entre los hombres, sino todo lo contrario: «No creáis que vine a traer la paz a la tierra: no vine a traer paz, sino espada. Porque vine a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y serán enemigos del hombre los de su propia casa» (Mt 10, 34-36).
Parece que las comunidades cristianas, al filo del último cuarto del primer siglo, experimentaban una especie de desilusión porque no se había producido ya, en la convivencia humana, esa especie de convivencia paradisíaca que muchos habían soñado como inmediata consecuencia de la predicación evangélica.
El anciano Timoteo acude de nuevo a los recuerdos del maestro y quiere empalmar con él, evitando hacer de él un mito inaceptable: Pablo lo pasó mal y murió en la absoluta soledad de su fe y esperanza religiosa. Por eso el discípulo intenta «permanecer en lo que aprendió y aceptó con plena convicción»: Pablo no lo había engañado ofreciéndole un paraíso intrahistórico, ni mucho menos. La esperanza cristiana estaría siempre proyectada más allá de las fronteras de este mundo y de esta historia.
Finalmente la Sagrada Escritura ha de ser leída en este contexto de modestia y de humildad: en ella no hay ningún engaño y señuelo a este respecto. Una utilización de la Biblia a favor de cualquier iluminismo o milenarismo será siempre un abuso intolerable. +
En los primeros versículos del capítulo 3, Pablo recuerda a Timoteo los dolorosos acontecimientos de su primer viaje misionero (cf. Hch 13,50; 14,5-6.19; 2 Cor 11,23-33), de los que el mismo Timoteo (oriundo de Listra) fue testigo, y, probablemente, un testigo fuertemente impresionado. Pablo quiere recordar que el discípulo de Cristo debe saber ya desde el principio que, a ejemplo y según las palabras de su Maestro, tiene que sufrir persecuciones (v. 12), pero intenta sobre todo reconocer la fidelidad del Señor, que lo ha liberado de todas las adversidades. Por eso no debe temer Timoteo, sino permanecer «fiel» a lo que ha aprendido y le ha sido transmitido.
Pablo subraya aquí, en realidad, dos dimensiones vitales de la fe, a saber: el hecho de que la fe es antes que nada recibida o bien acogida de las Escrituras (del Antiguo Testamento), que introducen a la fe en Jesucristo, y, a continuación, del testimonio de otros creyentes, como nuestros mismos familiares (su madre y su abuela, en el caso de Timoteo) y otros «testigos» (Pablo sobre todo), para ser sometida, después, a un proceso de aprendizaje que lleva a la convicción personal (v. 14), esto es, a la fe como sabiduría cristiana, síntesis de conocimiento orante y de praxis coherente, que, de todos modos, pasa a través de la prueba: es la dimensión de la fe probada y vivida. En esta lógica, la Escritura desempeña un papel decisivo para «enseñar, para persuadir, para reprender, para educar en la rectitud» al «hombre de Dios» (v. 16), creyente y maestro de la fe: ésta, en efecto, «ha sido inspirada por Dios» o bien tiene su origen en Aquel que, sirviéndose de la inteligencia humana, se ha revelado al hombre y continúa comunicándosele, a través de la misma Palabra (cf. Dei Verbum, 11), y sosteniéndole en la prueba de la vida.
Comentario del Salmo 118
Aunque incluya muchas peticiones, este salmo —el más largo de todo el Salterio— es un salmo sapiencial. De hecho, comienza hablando de la felicidad («Dichosos...»), al igual que el salmo 1.
Es un salmo alfabético y está organizado en bloques de ocho versículos. Todos los versículos de cada bloque comienzan con la misma letra, hasta completar, por orden, el alfabeto hebreo (los demás salmos alfabéticos son: 9-10; 25; 34; 37; 111; 112; 145). En el que nos ocupa, tenemos un total de veintidós bloques (uno por cada letra). En todos ellos, el tema principal es la Ley. Todos y cada uno de los ciento setenta y seis versículos que lo componen, contiene alguna referencia a la Ley (en cada bloque hay siete u ocho de estas referencias). La Ley se designa con distintos nombres: palabra, promesa, normas, voluntad, decretos, preceptos, mandatos y mandamientos, verdad, sentencias, leyes. Resulta complicado exponer con claridad las características de cada bloque, pues los mismos temas aparecen y desaparecen con frecuencia. En muchos de estos bloques hay una súplica insistente; en otros se acentúa más la confianza. Vamos a intentar exponer, a grandes rasgos, el rasgo que caracteriza a cada uno de ellos.
1-8: Felicidad. El salmo comienza con la proclamación de una bienaventuranza: « ¡Dichosos los de camino intachable!… ¡Dichosos los que guardan sus preceptos!» (la.2a). Este es uno de los rasgos principales de los salmos sapienciales: que muestran dónde se encuentra la felicidad y en qué consiste.
9-16: Camino. Esta es la palabra que más se repite (9a.14a.15b). El ser humano alcanza la dicha y la felicidad cuando sigue el camino de los preceptos y los decretos del Señor. El autor del salmo pretende ofrecer una regla de oro a los jóvenes (9a).
17-24: «Haz bien a tu siervo» petición). Comienza la súplica propiamente dicha. El salmista expone los motivos por los que suplica: es un extranjero en la tierra 19a), está rodeado de «soberbios», «malditos» (21) y «príncipes» que se reúnen contra él para difamarlo (23a). El motivo de la calumnia o la difamación aparecerá en otras ocasiones.
25-32: «Reanímame» petición). Sigue el tema del bloque anterior. El siervo del Señor cuenta algo más de su situación: su garganta está pegada al polvo (25a) y su alma se deshace de tristeza (28a). Se menciona el «camino de la mentira» (29a), en oposición con respecto al segundo bloque (9-16), y se alude al conflicto de intereses que parece existir entre el salmista y los malvados que se dedican a calumniarlo.
33-40: «Muéstrame el camino» y «dame vida» (petición). Continúa la súplica y se repiten los temas de los bloques anteriores. Ha crecido la tensión social, pues ahora el salmista terne el «ultraje» de sus enemigos (39).
41-48: Petición y promesa. Sigue el tema del «ultraje» (42), pero el justo promete cumplir una serie de acciones si el Señor le envía su amor y su salvación, tal como había prometido (41). El salmista promete tres cosas: cumplir siempre la voluntad de Dios (44), andar por el camino de sus preceptos (45) y proclamarlos con valentía delante de los reyes (46).
49-56: Confianza y consuelo en el conflicto. El autor del salmo se siente consolado y lleno de confianza gracias a la promesa del Señor (50), Habla brevemente de su situación: está en la miseria (50a), se siente peregrino (54b) y se enfurece a causa de los malvados que abandonan la voluntad del Señor (53). Se hace mención de la noche (55a), momento para recordar el nombre del Señor.
57.64: Aplacar al Señor de todo corazón (58a). La persona que compuso este salmo cree en una nueva forma de aplacar al Señor, no ya con sacrificios, sino practicando su voluntad. Y esto en un contexto de conflicto, pues se mencionan los «lazos de los malvados» (61a). Esta persona asegura que se despierta a medianoche para dar gracias a Dios (62a).
65-72: Experiencia del sufrimiento. El sufrimiento, entendido como una prueba enviada por Dios, da resultados positivos en la vida de esta persona (67.7 1). De este modo, el Señor ha sido bueno con su siervo (65 a). El sufrimiento le ha hecho madurar y volverse sabio (71).
73-80: Confianza en el Dios creador. Las manos del Señor han modelado y formado la vida del salmista. Todo lo que le sucede va en este mismo sentido. El seguirá dejándose modelar cada vez más, a pesar de la presencia de los «soberbios» que levantan calumnias contra él (78); su vida, además, servirá de punto de ejemplo para los que temen al Señor (79a).
81-88: Aguardando la salvación. El salmista vuelve a hablar de su situación. Se compara a sí mismo con un odre que se va resecando a causa del humo (83 a) y teme que su vida se acabe enseguida (84a). La situación es grave. ¿Quién triunfará? Habla de sus «perseguidores» (84b) y de los «soberbios» que lo persiguen sin razón (86). Esto explica la súplica.
89-96: La palabra del Señor es Para siempre (89a). Los temas de la estabilidad de la palabra y de la fidelidad del Señor dominan en este bloque. El salmista habla de su miseria (92h) y de los malvados que esperan su ruina (95). Las cosas del Señor son para siempre, mientras que toda perfección es limitada (96a).
97-104: Amar la voluntad del Señor le vuelve a uno más sabio. La persona que compuso este salmo no es muy mayor (100a), pero sí que es más sabia (98a.99a) y sagaz (lO0a) que sus maestros y ancianos. El motivo es claro: es que él ama la voluntad del Señor (97a). Existe el peligro del «mal camino» (101 a. 104h), pero es un individuo juicioso, sabe discernir dónde se encuentra y rechazarlo.
105-112: La mediación de la palabra. Es significativa la imagen de la lámpara que ilumina el camino en medio de la oscuridad de la noche. Así es la palabra (105). El salmista explica en qué consisten las tinieblas»: son el «peligro» en que vive constantemente (1 09a), pues los malvados han tendido lazos para atraparlo (110a). Pero él confía en la palabra y formula sus promesas (l00a).
113-120: El conflicto. Este bloque insiste en el conflicto que ha tenido cine afrontar el siervo del Señor. Habla de «los de corazón dividido» (113a), de los «perversos» que lo rodean (1 15a), de la gente cine se desvía de las leyes del Señor (118a) y de los «malvados de la tierra» (119a).
121-128: «No me entregues...» (Petición). Abrumado por las tensiones, el salmista eleva su súplica a Dios para que no lo entregue a los «opresores» (121b) y «soberbios» (122b), pues han violado la voluntad del Señor (126b) y andan por el camino de la mentira (128b).
129-136: «Rescátame» (petición). Las sentencias del Señor son «maravillosas» (129a). Lo maravilloso, en e1 Antiguo Testamento, siempre está asociado a la liberación. Por eso el salmista hace siete peticiones (132-135). Habla de su situación: vive en la opresión (134a) y su llanto es abundante (136a).
137-144: «El Señor es justo» (una constatación) (137a.142a.144a). Pero la persona que está suplicando está rodeada de «adversarios» (139b), se siente pequeña y despreciable (14 la), angustiada y oprimida (143a).
145-152: « ¡Señor, respóndeme! (petición). Es de madrugada (147a); el salmista no ha podido conciliar el sueño y clama de todo corazón (145a) a causa de los «infames que le persiguen» (150a).
153.460: « ¡Dame vida!» (Petición) (154b, 156h, 159b). La petición es fuerte e insistente. Se hace mención de los «malvados» (155a), de sus numerosos perseguidores y opresores» (157a) y de los «traidores» (158a).
161-168: «Mi corazón teme tus palabras» (confianza) (161 h), Continúa el conflicto con la aparición de los «príncipes» perseguidores (161a); no obstante, el clima es de confianza y de alabanza. Ya es de día (164a).
169-176: ¡Que mi clamor llegue a tu presencia, Señor! (petición final) (169a.170a). El salmista se siente extraviado (176) y, aun así, eleva su súplica.
Este salmo surge y no se hace mención del templo ni se habla de sacrificios o de sacerdotes. Toda la atención se fija en la Ley como única norma de sabiduría y corno único criterio para la vida en medio de una sociedad conflictiva. La ley lo es todo, abarca toda la vida del salmista, que sin ser aún anciano, ya es sabio; le invade de noche (55,62.147) y le ocupa de día (164). Vive en tierra extraña (19a) y como peregrino (54b). Se siente pequeño y despreciable, oprimido y perseguido, extraviado, pero sigue confiando y, por eso, suplica a Dios.
La Faz de Dios. En todos y cada uno de los versículos de este salmo se habla de la Ley, resultado de la alianza entre Dios y su pueblo. Se menciona al Señor veinticuatro veces (12 más 12). En este salmo, la Ley es sinónimo de vida. En tiempos de Jesús, la Ley ya no era fuente de vida (Jn 19,7).
Comentario del Santo Evangelio: Marcos 12,35-37
La sección precedente había terminado con la observación de que «nadie se atrevía ya a seguir preguntándole» (v. 34), y ahora es el mismo Jesús quien toma aquí la iniciativa, encaminada a brindar una enseñanza de la máxima importancia sobre el misterio de su persona y hacer más sutil el velo de su secreto mesiánico. Según la tradición judía común, basada en la promesa de Natán (2 Sm 7,14) y confirmada por los grandes profetas de la esperanza mesiánica, el Mesías debía ser un descendiente de David. Ahora bien, en el Sal 110,1 llama David «Señor» al Mesías: “¿cómo es posible que el Mesías sea hijo suyo?” (v. 37). Con esta pregunta, dejada en suspenso, rompe Jesús una vez más ciertos esquemas previos dados por supuestos, que parecen eliminar la fatiga del creer o dar por descontada la experiencia espiritual, e invita a todos los oyentes y a todos nosotros a no dejar de buscar, de profundizar y reflexionar, a dejarnos escrutar por el misterio de esta persona y por las dudas e incertidumbres ligadas al misterio, a no presumir de saberlo ya todo y a interrogarnos por la calidad de nuestra presunta «experiencia de Dios»... Porque eso exige la fe.
En realidad, Jesús no rechaza en absoluto la ascendencia davídica del Mesías, sino que provoca a sus oyentes para que superen la lógica limitada de la continuidad histórica dinástica, puesto que la promesa de Dios va más allá de los criterios de la sucesión hereditaria; nos invita a no encerrarnos en una interpretación literal del dató bíblico, porque el don del Padre en el Hijo va mucho más allá de lo que nuestra mente puede comprender, y será siempre un don sorprendente e inédito. Por eso, si antes «nadie se atrevía ya a seguir preguntándole», ahora «la multitud le escuchaba con agrado» (v. 37).
Anunciar el Evangelio de Jesús significa, de manera inevitable, dirigirse al encuentro del rechazo, cuando no a la persecución: el Maestro no sólo lo había dicho, sino que incluso ligó una bienaventuranza a la persecución: «Dichosos seréis cuando os injurien y os persigan, y digan contra vosotros toda clase de calumnias por causa mía» (Mt 5,11). Pablo, y con él otros muchos testigos a lo largo de la historia, han experimentado esta bienaventuranza, han vivido la persecución como experiencia de la fuerza y de la presencia de Dios prometidas al apóstol fiel. Podríamos decir que esta bienaventuranza es el distintivo del auténtico cristiano, de aquel que «permanece fiel» en la prueba: fiel a la Palabra que ha escuchado y que continúa anunciando en cada ocasión; firme en su certeza de que ésa es su vocación y su misión, por la que vale la pena gastar la vida y arriesgarse a la impopularidad; firme en la búsqueda de Dios a la luz de la Palabra que él nos ha revelado, que trasciende toda pretensión humana y está envuelta por el misterio; firme en la esperanza de que la semilla de la Palabra dará fruto a su tiempo, tal vez gracias a su sacrificio y aunque él no lo vea; firme en unir la vida a la Palabra, para que no sólo las acciones, sino también los gustos y los deseos, los sentimientos y los proyectos queden plasmados por ella; firme en el valor de provocar y plantear las palabras justas, las que obligan en primer lugar a él, al creyente y maestro de la fe, a interrogarse sobre su misma experiencia espiritual, pero se muestra tenaz asimismo en la fuerza de anunciar una Palabra perennemente contra corriente, a un Mesías que no se presenta según las expectativas de la mayoría, un Evangelio que no confirma las previsiones y pide a todos la honestidad de convertirse... Entonces, si el apóstol permanece firme en la Palabra, puede sucederle también algo que, con frecuencia, parece inesperado y le sucedió al mismo Jesús: que más allá del rechazo inicial y, a veces, sólo aparente, la gente «le escuchaba con agrado».
Te ruego que me concedas el valor de Pablo en las pruebas. Haz que aprenda, como Timoteo, a «permanecer fiel» a la Palabra y a lo que la Iglesia me ha enseñado, para que mi fe sea una fe recibida de la Escritura y probada por la vida. Concédeme, Jesús, tu arte de saber plantear las preguntas justas, a mí y a los otros, aquellas que no dejan vías de escape, a fin de que la Palabra me conduzca cada día más al umbral del misterio, de tu Misterio, y tenga la fuerza necesaria para anunciarlo.
Comentario del Santo Evangelio: Mc 12,35-37, para nuestros Mayores. El Mesías, hijo y Señor de David.
Contexto sociorreligioso. La sección precedente había terminado con la observación de que “nadie se atrevía ya a seguir preguntándole” (Mc 12,34); ahora es el mismo Jesús quien toma la iniciativa para brindar una enseñanza trascendental sobre su persona. Según la tradición judía común, basada en la promesa de Natán (2 Sm 7,14) y confirmada por los grandes profetas, el Mesías había de ser un descendiente de David. Ahora bien, en el salmo 110 llama “Señor” al Mesías: “¿Cómo es posible que el Mesías sea hijo suyo?” En Oriente es inconcebible que un padre de familia conceda el título de Señor a uno de sus hijos. “Si es Señor, ¿cómo puede ser hijo?”. La solución sería: El Mesías no puede ser al mismo tiempo hijo de David y Señor si no es a la vez hombre y Dios (Rm 1,3-4). Por consiguiente, David tuvo que estar inspirado por el Espíritu para hacer una declaración de ese tipo.
Los cristianos encontrarán la solución contemplando el misterio de Pascua y citarán con frecuencia el salmo 110 para aclarar cómo el hijo de David es también hijo de Dios (Hch 2,34-35; 7,55-56). El reino mesiánico de Jesús trasciende, pues, el reino nacionalista de David. La comunidad primitiva recogió con especial esmero estas palabras de Cristo porque vio en ellas una prueba de su resurrección y de su filiación divina. Frente a la falsa esperanza de volver a tener un rey teocrático al estilo de David, que les librase del yugo romano, Jesús quiere subrayar el carácter trascendente del Mesías, cuya realidad va más allá de un pueblo determinado. El evangelista, por lo demás, quiere denunciar, como Jesús mismo lo había hecho, la falsa ciencia de estos “doctores”, que estaban faltos de un verdadero conocimiento de las Escrituras; y observa expresamente que mucha gente “lo escuchaba con gusto”. De nuevo subraya la contraposición entre el pueblo y sus jefes religioso-políticos.
En clave verdadera. Todo el drama de Israel arranca de su desenfoque inicial sobre la figura del Mesías. Se lo había forjado a imagen y semejanza de sus ambiciones, y en esa clave entendían todos los textos, mensajes y acontecimientos de su pueblo. No aceptaban con docilidad la palabra de Dios, sino que la domesticaban según sus ambiciones políticas. Esto hacía que nada de cuanto veían y oían del personaje Jesús cuadrara con la figura del Mesías que esperaban. El Mesías tenía que ser una figura destacada socialmente, un guerrero, un hombre de relevancia social, con poder, que se impondría por la fuerza. Por eso no podía ser de ninguna manera un pobre vecino de Nazaret, de origen humilde, de un pueblo insignificante (Jn 1,46), desprovisto de poder, de títulos académicos, de grandeza familiar. La liberación que habría de traer sería político-social, al estilo de la liberación de David, retornando, pero en forma creciente, su reino con todo esplendor. Mucho menos podía ser “un blasfemo y transgresor” de las tradiciones sagradas.
Esta falsa clave es lo que hace que se tuerza el rumbo de Israel. Por culpa de esta actitud pierde su condición de pueblo mediador de la nueva Alianza y queda suplantado por las comunidades surgidas en el paganismo. Pablo sufrirá, lo mismo que el Maestro, por proclamar a un crucificado como el Enviado de Dios, una irrisión para los paganos y un escándalo para los judíos (1 Co 1,23). Después de veinte siglos Israel persiste en su ceguera (2 Co 3,14).
El desenfoque en la fe tiene consecuencias nefastas. ¿No tienen también muchos “cristianos” una mentalidad temporalista con respecto a la misión de Jesús? ¿No utilizan muchos sus imágenes, sus fiestas, los mil y un ritos religiosos como precio para sonsacar sus “gracias”? ¿Ven en el Cristo que veneran al Maestro que invita a recorrer su camino pascual, a trabajar por el Reino afrontando sacrificios y siempre dispuestos a “servir más que a ser servidos”? (Mt 20,28).
Cristianismo al revés y al derecho. Resulta vital acertar con las claves verdaderas para vivir un cristianismo liberador y librarnos del error de los judíos. Muchos cristianos simplemente van tirando con el cristianismo infantil de su niñez. Lo conservan apáticamente, sin que tenga repercusión alguna en sus vidas. M. Legaut decía: “Son cristianos que ignoran a Jesús, y están condenados por su misma religión a no descubrirlo jamás”.
Es necesario revisar lo que esperamos de Jesús. Hay motivaciones acertadas y equivocadas. Entre las segundas están: ver la religión como un seguro que garantiza la propia salvación; la religión mercantil del mérito espiritual; el miedo al castigo de Dios cuando este temor va huérfano de amor; el ritualismo formulista que trata de ganarse mágicamente el favor divino; el espíritu de ghetto autosuficiente y huraño ante los demás... Entre las motivaciones acertadas están: la actitud de gratuidad y pobreza ante el amor de Cristo, que nos ha elegido, nos acepta como amigos y hermanos y nos perdona (Jn 15,15- 17); disponibilidad para servir a Cristo en los demás, especialmente en los más necesitados, viéndole en ellos (Mt 25,40); la amistad con otros creyentes para vivir la comunión fraterna (Jn 17,21-23); solidaridad con Cristo en la lucha por su Causa: defensa del excluido, fraternidad entre los hombres, compromiso por una sociedad más humana y por una Iglesia más divina, más evangélica.
He escuchado a numerosos cristianos que, después de renovar a fondo su fe, confiesan: ¡Qué equivocado estaba! Éste es otro cristianismo más gozoso, más humano, más liberador. ¡Qué pena no haberlo descubierto antes!”. Por eso la actitud sensata es la que aconseja León Felipe: “Romero, siempre romero...” Es decir, la actitud de saber dudar, de saber buscar.
Comentario del Santo Evangelio:(Mc 12,35-3 7), de Joven para Joven. Nueva luz sobre la identidad de Jesús.
La investigación sobre la identidad de Jesús atraviesa todo el evangelio (cf. 1,1; 4,41; 8,27.29; 14,61s; 15,39):
Marcos se abre con la idea de la filiación divina; el testimonio del centurión, al final del itinerario, lo cierra. En el medio encontramos muchos destellos, como el presente texto, que anima a seguir en el camino de la investigación.
Los destinatarios de la enseñanza aparecen al final: «La multitud lo escuchaba con agrado» (v. 37b). Son, por consiguiente, los sencillos, la gente normal, que permanece fuera de los laboratorios de análisis teológicos de los maestros de la ley. Jesús manifiesta a esta gente humilde algo de su identidad, y para hacerlo debe completar —y corregir en parte— la enseñanza de otros. Era idea común que el Mesías sería descendiente de David (cf. 2 Sm 7,11-14).
Jesús acepta este título, aunque no lo usa, pues era demasiado ambiguo, porque despertaba en el pueblo las expectativas nacionalistas y favorables a la restauración de la monarquía. Jesús concibe de otra manera su mesiazgo: quiere restituir la plena dignidad al hombre, no sólo un bienestar físico y una autonomía política. De ahí que sea preciso enriquecer el concepto de Mesías.
El Sal 110, atribuido a David, sirve para este propósito. El autor, inspirado, escribe: «Dijo el Señor a mi Señor». Si es David el que habla, no puede identificarse ciertamente con ninguno de los dos «Señor»: el primero se refiere, obviamente, a Dios; el segundo, al Mesías. La conclusión del argumento se impone por sí misma: David admite la superioridad del Mesías, reconociéndole el título divino de «Señor».
La pregunta final de Jesús es retórica, dado que contiene la respuesta. No basta con decir únicamente que el Mesías es hijo de David. Jesús abre una rendija a la comprensión e indica que en él, Mesías y, por consiguiente, hijo de David, también está presente la divinidad. Junto con la multitud que le escucha con agrado, también el lector se ve ayudado a descifrar mejor el enigma del hombre-Dios.
La búsqueda es un rasgo característico del hombre. Entre las distintas búsquedas debemos enumerar la de nuestra propia identidad, la de la existencia de Dios y la de nuestra relación con él. Agustín, al escribir: «Nos hiciste, Señor, para ti e inquieto estará nuestro corazón hasta que descanse en ti», señaló un punto vital de nuestra búsqueda. Es apasionante ponerse a seguir las huellas del Invisible, buscar un contacto con el Creador, establecer una familiaridad con su Hijo venido entre nosotros. Estamos abiertos a lo trascendente, estamos llamados a superar las perspectivas limitadas de nuestro horizonte y a ser puestos en condiciones de llegar a ser divinos.
No queremos escalar, como los titanes, el Olimpo de la divinidad. Sería un atrevimiento imperdonable, abocado a buen seguro al fracaso. Si llegamos a Dios, se lo debemos a él mismo, que se ha revelado a nosotros y ha establecido una alianza primero con el pueblo judío y después con toda la humanidad, a fin de que formáramos una sola familia. Hemos sido habilitados para hablar con Dios, para dirigirle un «tú» coloquial, para invocarle como Padre, a fin de apreciar los dones que nos ha hecho, desde el regalo del cosmos al sublime de su Hijo entre nosotros. A través del Hijo, imagen del Dios invisible, hemos aprendido a profundizar en nuestra búsqueda, a comprender mejor nuestra identidad de hombres nuevos, a construir juntos un pueblo de salvados, sintiéndonos honrados con una vocación a la santidad.
Nuestra búsqueda prosigue. Queremos conocer mejor a Jesucristo, permitir a su Palabra abrirse en nosotros y convertirse en vida. De un mejor conocimiento podrá brotar un amor más vivo.
David, movido por el Espíritu, profetiza que el Mesías es el Señor. Sí, también nosotros profesamos que es el Señor de la vida y de la historia, que es el Kyrios. Si nos ponemos a la escucha, el Espíritu nos revela en el corazón las honduras del Amor, hecho visible en Jesús. Es siempre el Espíritu quien nos introduce en el Misterio y nos permite permanecer en la actitud de la multitud que le «escuchaba con agrado»
Elevación Espiritual para este día.
Tú que escuchas prueba también a tener tu propio pozo y tu propia fuente, a fin de que también tú, cuando cojas en tus manos el libro de las Escrituras, puedas empezar a expresar asimismo por tu propia inteligencia una cierta comprensión. Según lo que has aprendido en la Iglesia, prueba tú también a beber de la fuente de tu espíritu, dentro de ti esta la fuente de agua viva.
Así pues, purifica tu espíritu para beber tú también, finalmente, de tus fuentes y sacar agua viva de tus pozos. Si has acogido, en efecto, en ti la Palabra de Dios, si has recibido de Jesús el agua viva y la has recibido con fe, se convertirá en ti en fuente de agua que brota para la vida eterna en el mismo Jesucristo nuestro Señor.
Reflexión Espiritual para el día.
Preguntémonos con valor: ¿hemos experimentado alguna vez el elemento espiritual en la vida del hombre? Pero ¿dónde habita, en qué consiste la experiencia real de lo espiritual? Veámoslo en concreto con algunos ejemplos tomados de nuestra vida cotidiana.
¿Hemos decidido alguna vez permanecer en calma, por ejemplo, cuando queríamos defendernos por haber sido tratados de manera injusta? ¿Hemos perdonado alguna vez a alguien sin que nadie nos diera las gracias por un perdón que se daba por descontado? ¿Hemos obedecido alguna vez no porque estuviéramos obligados a hacerlo o porque de no haberlo hecho se hubieran puesto las cosas mal para nosotros, sino simplemente en virtud del misterioso, silencioso e incomprensible ser que nosotros llamamos Dios y por su voluntad? ¿Hemos sacrificado alguna vez cualquier cosa sin recibir ningún agradecimiento por ello, e incluso sin ningún sentimiento de satisfacción interior? Hemos estado alguna vez absolutamente solos? ¿Hemos decidido hacer en alguna ocasión algo a partir exclusivamente del juicio de nuestra conciencia, por razones difíciles de explicar a os otros y evaluadas en la soledad personal más absoluta, con la conciencia de no poder delegar en nadie una decisión por la que deberemos responder durante toda la eternidad? ¿Hemos intentado amar a Dios alguna vez incluso cuando no sentíamos el apoyo de grandes entusiasmos espirituales, y él parecía ausente y distante de nosotros, y sentíamos estar con él tristes como la muerte y la aniquilación absoluta? ¿Hemos intentado en alguna ocasión amar a Dios incluso cuando nos parecía estar perdidos en el vacío, llamar a alguien que se obstina en permanecer sordo, o ser echados en un abismo aterrador sin fondo, donde todo parecía incomprensible y carente de sentido? ¿Hemos realizado alguna vez un trabajo que, para ser ejecutado, nos pedía el coraje de olvidarnos de nosotros mismos e ignorarnos, casi traicionarnos, o con la sensación de pasar por estúpidos o de hacer algo terriblemente estúpido? ¿Nos hemos mostrado alguna vez buenos y cordiales con alguien que ni nos ha mostrado ni nos muestra, sin embargo, el menor signo de gratitud y comprensión, e incluso cuando ni siquiera hemos tenido el consuelo interior de sentirnos buenos, desinteresados, generosos?
Busquemos dentro de nosotros experiencias como éstas. Si las encontramos, podemos decir que hemos tenido experiencias espirituales y que hemos acogido la acción del Espíritu de Dios que obra en nosotros. Sólo entonces podremos decir que hemos experimentado lo sobrenatural, que hemos hecho la experiencia de Dios.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 3, 10-17 (2, 8-13; 3, 10-12/3, 10-12. 14-17/3, 14-17/ 3,14—4, 2). El Evangelio no garantiza el orden público.
Timoteo sigue recordando a su maestro Pablo desde su fundamental y primordial postura: la de la “ortopraxis”: «Tú has seguido paso a paso mi enseñanza, mi conducta, mis decisiones, mi fe, mi comprensión, mi amor, mi constancia, mis persecuciones, mis sufrimientos...» Efectivamente, la piedra de toque para discernir la autenticidad de una actitud verdaderamente profética es el hecho difícilmente digerible de la persecución: «Todos los que quieran vivir religiosamente en Cristo Jesús serán perseguidos». El Evangelio deberá ser siempre «un signo de contradicción» (Lc 2, 34). Su predicación no garantiza, ni mucho menos, una convivencia apacible entre los hombres, sino todo lo contrario: «No creáis que vine a traer la paz a la tierra: no vine a traer paz, sino espada. Porque vine a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y serán enemigos del hombre los de su propia casa» (Mt 10, 34-36).
Parece que las comunidades cristianas, al filo del último cuarto del primer siglo, experimentaban una especie de desilusión porque no se había producido ya, en la convivencia humana, esa especie de convivencia paradisíaca que muchos habían soñado como inmediata consecuencia de la predicación evangélica.
El anciano Timoteo acude de nuevo a los recuerdos del maestro y quiere empalmar con él, evitando hacer de él un mito inaceptable: Pablo lo pasó mal y murió en la absoluta soledad de su fe y esperanza religiosa. Por eso el discípulo intenta «permanecer en lo que aprendió y aceptó con plena convicción»: Pablo no lo había engañado ofreciéndole un paraíso intrahistórico, ni mucho menos. La esperanza cristiana estaría siempre proyectada más allá de las fronteras de este mundo y de esta historia.
Finalmente la Sagrada Escritura ha de ser leída en este contexto de modestia y de humildad: en ella no hay ningún engaño y señuelo a este respecto. Una utilización de la Biblia a favor de cualquier iluminismo o milenarismo será siempre un abuso intolerable. +
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