9 de Junio 2010. MES DEDICADO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. MIÉRCOLES DE LA X SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. Feria. o SAN EFREN , diácono y doctor. Memoria libre. 2ª semana del Salterio. (Ciclo C).. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS. Ricardo ob, Columba ab. Beato José de Anchieta pb, Ana María Taigi mf..
LITURGIA DE LA PALABRA.
1 R 18,20-39. Que sepa este pueblo que tú eres el Dios verdadero y que tú les cambiarás el corazón
Sal 15 R/. Protegéme Dios mío que me refugio en ti
Mt 5, 17-19. No he venido a abolir, sino a dar plenitud.
La primera lectura nos muestra al profeta Elías que enfrenta a los profetas falsos de Baal. Ante este dilema, el profeta se presenta ante el pueblo ¿Cuál es el Dios verdadero?. Siempre existirán falsos profetas, pero quien confía plenamente en la acción de Dios, puede esperar que Dios mismo lo conducirá a reconocerlo. El evangelio de Mateo nos pone nuevamente ante la gran crítica de Jesús a la fe del pueblo en su tiempo ¿es la practica de la ley lo que nos hace justos ante Dios? Jesús con sus palabras no pide abolir la ley ni quitar nada de ella sino que pide a la comunidad que la vivencia de la justicia y la misión de anunciar a Dios, sea mayor que la práctica de las obras que mandaba realizar la ley y practicada rigurosamente por Escribas y fariseos. Jesús quiere llevar la práctica de la ley a la vivencia más radical, a una actitud tan íntima como la misma necesidad de respirar para vivir. Propone una vivencia de la ley desde el espíritu, sin obstáculos y que se funda en la relación amorosa con Dios Padre-Madre y expresada en un amor vivido intensa y plenamente con el prójimo.
PRIMERA LECTURA.
1Reyes 18, 20-39
Que sepa este pueblo que tú eres el Dios verdadero, y que tú les cambiarás el corazón
En aquellos días, el rey Ajab despachó órdenes a todo Israel, y los profetas de Baal se reunieron en el monte Carmelo.
Elías se acercó a la gente y dijo: "¿Hasta cuándo vais a caminar con muletas? Si el Señor es el verdadero Dios, seguidlo; si lo es Baal, seguid a Baal."
La gente no respondió una palabra. Entonces Elías les dijo: "He quedado yo solo como profeta del Señor, mientras que los profetas de Baal son cuatrocientos cincuenta. Que nos den dos novillos: vosotros elegid uno; que lo descuarticen y lo pongan sobre la leña, sin prenderle fuego; yo prepararé el otro novillo y lo pondré sobre la leña, sin prenderle fuego. Vosotros invocaréis a vuestro dios, y yo invocaré al Señor; y el dios que responda enviando fuego, ése es el Dios verdadero."
Toda la gente asintió: "¡Buena idea!"
Elías dijo a los profetas de Baal: "Elegid un novillo y preparadlo vosotros primero, porque sois más. Luego invocad a vuestro dios, pero sin encender el fuego."
Cogieron el novillo que les dieron, lo prepararon y estuvieron invocando a Baal desde la mañana hasta mediodía: "¡Baal, respóndenos!"
Pero no se oía una voz ni una respuesta, mientras brincaban alrededor del altar que habían hecho.
Al mediodía, Elías empezó a reírse de ellos: "¡Gritad más fuerte! Baal es dios, pero estará meditando, o bien ocupado, o estará de viaje; ¡a lo mejor está durmiendo y se despierta!"
Entonces gritaron más fuerte; y se hicieron cortaduras, según su costumbre, con cuchillos y punzones, hasta chorrear sangre por todo el cuerpo.
Pasado el mediodía, entraron en trance, y así estuvieron hasta la hora de la ofrenda. Pero no se oía una voz, ni una palabra, ni una respuesta.
Entonces Elías dijo a la gente: "¡Acercaos!"
Se acercaron todos, y él reconstruyó el altar del Señor, que estaba demolido: cogió doce piedras, una por cada tribu de Jacob, a quien el Señor había dicho: "Te llamarás Israel"; con las piedras levantó un altar en honor del Señor, hizo una zanja alrededor del altar, como para sembrar dos fanegas; apiló la leña, descuartizó el novillo, lo puso sobre la leña y dijo: "Llenad cuatro cántaros de agua y derramadla sobre la víctima y la leña."
Luego dijo: "¡Otra vez!"
Y lo hicieron otra vez.
Añadió: "¡Otra vez!"
Y lo repitieron por tercera vez.
El agua corrió alrededor del altar, e incluso la zanja se llenó de agua.
Llegada la hora de la ofrenda, el profeta Elías se acercó y oró: "¡Señor, Dios de Abrahán, Isaac e Israel! Que se vea hoy que tú eres el Dios de Israel, y yo tu siervo, que he hecho esto por orden tuya. Respóndeme, Señor, respóndeme, para que sepa este pueblo que tú, Señor, eres el Dios verdadero, y que eres tú quien les cambiará el corazón."
Entonces el Señor envió un rayo que abrasó la víctima, la leña, las piedras y el polvo, y secó el agua de la zanja.
Al verlo, cayeron todos sobre su rostro, exclamando: "¡El Señor es el Dios verdadero! ¡El Señor es el Dios verdadero!"
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 15
R/.Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; / yo digo al Señor: "Tú eres mi bien." R.
Multiplican las estatuas / de dioses extraños; / no derramaré sus libaciones con mis manos, / ni tomaré sus nombres en mis labios. R.
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; / mi suerte está en tu mano. / Tengo siempre presente al Señor, / con él a mi derecha no vacilaré. R.
Me enseñarás el sendero de la vida, / me saciarás de gozo en tu presencia, / de alegría perpetua a tu derecha. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 5, 17-19
No he venido a abolir, sino a dar plenitud
«No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el Reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los cielos».
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA.
1 R 18,20-39. Que sepa este pueblo que tú eres el Dios verdadero y que tú les cambiarás el corazón
Sal 15 R/. Protegéme Dios mío que me refugio en ti
Mt 5, 17-19. No he venido a abolir, sino a dar plenitud.
La primera lectura nos muestra al profeta Elías que enfrenta a los profetas falsos de Baal. Ante este dilema, el profeta se presenta ante el pueblo ¿Cuál es el Dios verdadero?. Siempre existirán falsos profetas, pero quien confía plenamente en la acción de Dios, puede esperar que Dios mismo lo conducirá a reconocerlo. El evangelio de Mateo nos pone nuevamente ante la gran crítica de Jesús a la fe del pueblo en su tiempo ¿es la practica de la ley lo que nos hace justos ante Dios? Jesús con sus palabras no pide abolir la ley ni quitar nada de ella sino que pide a la comunidad que la vivencia de la justicia y la misión de anunciar a Dios, sea mayor que la práctica de las obras que mandaba realizar la ley y practicada rigurosamente por Escribas y fariseos. Jesús quiere llevar la práctica de la ley a la vivencia más radical, a una actitud tan íntima como la misma necesidad de respirar para vivir. Propone una vivencia de la ley desde el espíritu, sin obstáculos y que se funda en la relación amorosa con Dios Padre-Madre y expresada en un amor vivido intensa y plenamente con el prójimo.
PRIMERA LECTURA.
1Reyes 18, 20-39
Que sepa este pueblo que tú eres el Dios verdadero, y que tú les cambiarás el corazón
En aquellos días, el rey Ajab despachó órdenes a todo Israel, y los profetas de Baal se reunieron en el monte Carmelo.
Elías se acercó a la gente y dijo: "¿Hasta cuándo vais a caminar con muletas? Si el Señor es el verdadero Dios, seguidlo; si lo es Baal, seguid a Baal."
La gente no respondió una palabra. Entonces Elías les dijo: "He quedado yo solo como profeta del Señor, mientras que los profetas de Baal son cuatrocientos cincuenta. Que nos den dos novillos: vosotros elegid uno; que lo descuarticen y lo pongan sobre la leña, sin prenderle fuego; yo prepararé el otro novillo y lo pondré sobre la leña, sin prenderle fuego. Vosotros invocaréis a vuestro dios, y yo invocaré al Señor; y el dios que responda enviando fuego, ése es el Dios verdadero."
Toda la gente asintió: "¡Buena idea!"
Elías dijo a los profetas de Baal: "Elegid un novillo y preparadlo vosotros primero, porque sois más. Luego invocad a vuestro dios, pero sin encender el fuego."
Cogieron el novillo que les dieron, lo prepararon y estuvieron invocando a Baal desde la mañana hasta mediodía: "¡Baal, respóndenos!"
Pero no se oía una voz ni una respuesta, mientras brincaban alrededor del altar que habían hecho.
Al mediodía, Elías empezó a reírse de ellos: "¡Gritad más fuerte! Baal es dios, pero estará meditando, o bien ocupado, o estará de viaje; ¡a lo mejor está durmiendo y se despierta!"
Entonces gritaron más fuerte; y se hicieron cortaduras, según su costumbre, con cuchillos y punzones, hasta chorrear sangre por todo el cuerpo.
Pasado el mediodía, entraron en trance, y así estuvieron hasta la hora de la ofrenda. Pero no se oía una voz, ni una palabra, ni una respuesta.
Entonces Elías dijo a la gente: "¡Acercaos!"
Se acercaron todos, y él reconstruyó el altar del Señor, que estaba demolido: cogió doce piedras, una por cada tribu de Jacob, a quien el Señor había dicho: "Te llamarás Israel"; con las piedras levantó un altar en honor del Señor, hizo una zanja alrededor del altar, como para sembrar dos fanegas; apiló la leña, descuartizó el novillo, lo puso sobre la leña y dijo: "Llenad cuatro cántaros de agua y derramadla sobre la víctima y la leña."
Luego dijo: "¡Otra vez!"
Y lo hicieron otra vez.
Añadió: "¡Otra vez!"
Y lo repitieron por tercera vez.
El agua corrió alrededor del altar, e incluso la zanja se llenó de agua.
Llegada la hora de la ofrenda, el profeta Elías se acercó y oró: "¡Señor, Dios de Abrahán, Isaac e Israel! Que se vea hoy que tú eres el Dios de Israel, y yo tu siervo, que he hecho esto por orden tuya. Respóndeme, Señor, respóndeme, para que sepa este pueblo que tú, Señor, eres el Dios verdadero, y que eres tú quien les cambiará el corazón."
Entonces el Señor envió un rayo que abrasó la víctima, la leña, las piedras y el polvo, y secó el agua de la zanja.
Al verlo, cayeron todos sobre su rostro, exclamando: "¡El Señor es el Dios verdadero! ¡El Señor es el Dios verdadero!"
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 15
R/.Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; / yo digo al Señor: "Tú eres mi bien." R.
Multiplican las estatuas / de dioses extraños; / no derramaré sus libaciones con mis manos, / ni tomaré sus nombres en mis labios. R.
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; / mi suerte está en tu mano. / Tengo siempre presente al Señor, / con él a mi derecha no vacilaré. R.
Me enseñarás el sendero de la vida, / me saciarás de gozo en tu presencia, / de alegría perpetua a tu derecha. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 5, 17-19
No he venido a abolir, sino a dar plenitud
«No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el Reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los cielos».
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: 1 Reyes 18,20-39
La sequía continuaba —estamos ya en el «tercer año» (1 Re 18,1)— y Elías se encuentra escondido para huir del exterminio de los profetas de Yavé, o sea, de los más fervientes seguidores del yahvismo, llevado a cabo por Jezabel. Elías desvía contra el rey Ajab la acusación de introducir el desorden en Israel e invoca el “juicio de Dios”, desafiando a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal en el monte Carmelo, donde había un venerado altar de Yavé destruido por orden de Jezabel.
El griterío para invocar al dios de Tiro y la puesta en trance de sus profetas hasta el paroxismo no consiguieron obtener el milagro, que sí se produjo, sin embargo, a la hora en la que los israelitas ofrecían el sacrificio vespertino. Al reconocimiento del verdadero Dios le sigue la venganza en la persona de los falsos profetas (v. 40, omitido en el texto litúrgico).
Comentario del Salmo 15
Este salmo es un himno de alabanza. Se alaba al Señor con todas las fuerzas y se le da gracias por todos los beneficios que ha concedido a una persona (1b-2) y a todo el pueblo (7-19). El salmista bendice a Dios e invita a todas las realidades creadas a que hagan lo mismo.
Es un salmo de confianza individual, en el que alguien expone su absoluta confianza en el Señor (2), al que considera su refugio (1), amigo íntimo (7) y alguien siempre cercano (8); en él pone una confianza total incluso ante la barrera fatal, la muerte (10), con el convencimiento de que Dios le mostrará el camino de la vida, proporcionándole una alegría perpetua (11).
Las traducciones de este salmo suelen diferir bastante unas de otras. La razón es que el texto original (hebreo) se encuentra en mal estado de conservación y tiene palabras incomprensibles. Tal vez sea posible identificar tres partes: 1; 2-6; 7-11. La primera funciona a modo de introducción, Incluye una petición (“Protégeme”) y presenta un gesto de confianza («pues me refugio en ti»).
La segunda (2-6) es una especie de profesión de fe. El salmista ha elegido al Señor como su bien (2), rechazando, por consiguiente, todos los ídolos y señores del inundo y todas las prácticas de idolatría a que dan lugar (3-4). Vuelve a hablar del Señor como su bien absoluto, diciendo que es la parte de la herencia —una herencia deliciosa, la más bella— que le ha tocado (en Israel, tradicionalmente, la herencia era la tierra) y su copa, en cuyas manos está el destino del salmista (5-6).
La tercera parte (7-11) viene marcada por la idea del camino, El Señor es el consejero permanente del fiel, incluso de noche (7); va caminando por delante, impidiendo que el salmista vacile (8), lo llena de alegría (9) y no permite que el fiel conozca la muerte (10), sino que le enseña el camino de la vida y le proporciona una alegría sin fin (11).
«Confianza» y «alegría» son dos términos característicos de este salmo. Ambas realidades provienen, de hecho, de la gran intimidad que hay entre el salmista y Dios. En efecto, el Señor va por delante, mostrándole el camino, pero también está a la derecha del fiel (el lugar más importante). La conclusión del salmo sitúa al fiel, lleno de gozo y felicidad, ante el Señor e, inmediatamente después, es el fiel el que está a la derecha de Dios. Este baile de posiciones (delante, a la derecha) pone de manifiesto la intimidad entre estos dos amigos y compañeros.
El cuerpo del salmista viene a ser como una especie de caja de resonancia en la que vibran la confianza y la alegría. Se habla de manos que evitan derramar libaciones a los ídolos y de labios que se niegan a pronunciar sus nombres (4); también se habla del corazón que se alegra, de las entrañas que exultan, de la carne (el cuerpo entero) que reposa serena (9), pues no conocerá el sepulcro, porque la muerte, la que destruye el cuerpo, va a ser destruida (10). Confianza, gozo, alegría e intimidad con Dios determinan la vida de esta persona noche y día (7)
Quien compuso este salmo vivía en una situación difícil caracterizada por un ambiente hostil, De hecho, se habla de los «dioses y señores de la tierra» (3) que multiplican las estatuas de dioses extraños e invitan a la gente a que invoquen el nombre de los ídolos y les presenten ofrendas (4). Estamos, por tanto, en un período de idolatría generalizada bajo el patrocinio de los «señores de la tierra», los poderosos. ¿Qué es lo que le sucede al que no acepta esta situación? El Antiguo Testamento registra algunos casos paradigmáticos: ¿Qué es lo que pretendía hacer Jezabel en contra del profeta Elías? ¿Qué hizo el rey Nabucodonosor con quien no adoró la estatua que había levantado? (cf Dan 3,1-23). ¿Y qué le sucedió a Eleazar cuando se negó a violar la ley de su pueblo que prohibía comer carne de cerdo? (cf 2Mac 6,18-31).
Algo parecido sucede en este salmo. Resulta difícil identificar la época en que surgió, pero es evidente que estamos viviendo un tiempo de idolatría generalizada, con el consiguiente conflicto entre los seguidores de los ídolos y los fieles al Señor. La gente va aceptando pasivamente los ídolos y les presentan ofrendas (las libaciones de sangre llevan a pensar en sacrificios humanos), abandonando de este modo el culto al Señor. Los que no se conforman, ponen en peligro su vida. Por eso el salmista, expresando su confianza absoluta en el Dios de la vida, afirma: «No me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel que conozca el sepulcro» (10). Lleno de confianza, esta persona pide: “Protégeme, Dios mío, pues me refugio en ti” (1b), ya que es consciente de que su vida corre peligro.
Los versículos 5 y 6 hablan de la herencia, un lugar delicioso, la heredad más bella. Estas palabras nos recuerdan la tierra, el don sagrado que el Señor hace a su pueblo. Parece ser que este fiel ha perdido la tierra, la herencia del Señor, pero no la confianza.
Tratándose de un salmo de confianza, muestra a un Dios próximo, refugio, el bien supremo de la persona, herencia y copa del fiel, aquel que tiene en sus manos el destino de la criatura, consejero que instruye incluso de noche, que camina por delante, que se pone a la derecha de la persona, que no la deja morir sino que, más bien, le enseña el camino de la vida y pone al salmista a su derecha, el puesto de honor.
Este Dios sólo puede ser Yavé, «el Señor», el Dios compañero que, en el pasado, selló una Alianza con todo el pueblo. El salmista tiene esa confianza porque sabe que el Señor es el aliado fiel. Es algo que tiene en su mente, en su carne y en su sangre. Por eso manifiesta una confianza incondicional.
En el Nuevo Testamento, Jesús es motivo de confianza para el pueblo (Mc 5,36; 6,50; Jn 14,1; 16,33). El mismo manifiesta una absoluta confianza en el Padre (Jn 11,42).
Los primeros cristianos leyeron los versículos finales de este salmo a la luz de la muerte y la resurrección de Jesús.
Este salmo es adecuado para cuando deseamos manifestar una total y absoluta confianza en Dios; podemos rezarlo cuando vemos cómo se multiplican los ídolos y las prácticas idolátricas; cuando sentimos la tentación de abandonar la fe; cuando nuestra vida corre peligro; cuando queremos expresar con el cuerpo el gozo y la alegría que nos produce creer en Dios...
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 5,17-19
Después de haberse referido a su propia enseñanza, Cristo toma posición respecto a la enseñanza tradicional e introduce, de un modo solemne y con autoridad, su propia enseñanza con el «amén» (“Pero yo...”), que significa: «Es verdadero, es digno de fe» lo que os voy a decir. Esta expresión es un motivo que se repite en el sermón del monte (5,18.26; 6,2.5.16). «Jesús anunció, en un primer momento, todas las bienaventuranzas, con el fin de allanar y preparar el ánimo de sus oyentes y hacerlo así más dispuesto y sensible para recibir toda la nueva ley» (Juan Crisóstomo). La Ley y los profetas eran toda la Escritura (eran, en efecto, las dos fuentes de las que bebía la liturgia sinagogal; podríamos citar Jn 6.31.45 con el doble envío al Éxodo y a Isaías). Jesús, antes de sintetizar su enseñanza en una frase lapidaria y programática (Mt 7,12), precisa su actitud y la de sus discípulos respecto a la Ley antigua. No se trata de abolir (término que, en Mt 24,2; 26,61, se aplica al templo; la Ley y el templo tienen su cumplimiento y, por consiguiente, su consumación en Cristo), sino de llevar a la plenitud de su perfección, como señala repetidamente el evangelista (Mt 1,22; 2,15.17; 3,15; 4,14, etc.). Se puede decir que todo el sermón del monte constituye la ejemplificación de este axioma. Sin embargo, dado su carácter «provocador», se acusará a Cristo de pretender destruir la Ley y los profetas (variante de Lc 23,2).
El Maestro se opone a una visión formal y legalista del cumplimiento de los preceptos de Moisés, recordando la importancia que tiene la intención. La actitud interior es equiparada a la acción exterior. La intención cualifica a la acción, y ésta da cuerpo a la intención. Así pues, el Maestro apunta a la interiorización de los preceptos, hasta el punto que el cumplimiento de la voluntad divina deberá superar el practicado por los escribas y los fariseos (v. 20, que la liturgia ha situado en la lectura siguiente). Refiriéndose a los escribas, Cristo actualiza la enseñanza de los padres recogiendo su alcance profundo (5,2 1-48). En cuanto a los fariseos, condena la no autenticidad de su conducta religiosa, lanzando una vigorosa llamada a la interioridad (6,1-18).
En la ley divina «hasta las cosas consideradas como menos importantes están colmadas de misterios espirituales y todas se encuentran recapituladas en el evangelio» (Jerónimo). Por consiguiente, Cristo «ha cumplido con la doctrina, y con el ejemplo ha llevado a cabo la verdad interior» de la Ley antigua.
Al meditar las enseñanzas del Señor, me detengo antes que nada en la autoridad con la que fueron pronunciadas. Tomo conciencia de cómo nos urge Cristo para que interioricemos la Ley y cómo considera la conciencia como medida de la moralidad y, en consecuencia, la convierte en una bienaventuranza: «Al ver a uno trabajando en sábado, le dijo: Amigo, dichoso tú, si sabes lo que haces... » (variante de Lc 6,5). Me pregunto, por tanto, si vivo de manera consciente el instante presente.
Comentario del Santo Evangelio (Mt 5, 17-48), para nuestros Mayores.
Mateo responde en este extenso fragmento a una pregunta importante para una comunidad formada por personas procedentes del judaísmo: ¿cómo ser fieles a la Escritura y a la tradición judías? La conclusión planteada es que verdadero judío es el cristiano, puesto que en Cristo se encuentra el pleno cumplimiento de la ley antigua. Jesús pide al discípulo eso que el evangelio llama la «justicia superior», que comporta una calidad de adhesión diferente a los preceptos. El, en efecto, no introduce novedades externas en la ley, sino que la reconduce a su autenticidad recuperando su verdadera intención y llevándola a plenitud. Él, sobre todo, tras haber asumido nuestra humanidad y habernos hecho el don de su divinidad, nos ofrece la energía nueva para vivir el amor auténtico, que, por ser divino, supera la capacidad de la naturaleza humana.
El discurso de Mateo se articula en una serie de seis antítesis que afectan a algunos puntos de la ley; tres de ellos están relacionados con el comportamiento con el prójimo (y, por consiguiente, con la caridad), dos con el adulterio y el matrimonio, y otro con el juramento.
Aparece un modo diferente de leer la Escritura. Jesús puede decir respecto a lo transmitido: «Pero yo os digo». En el centro de la lectura se encuentra su persona. En él se encarna, en efecto, la voluntad real de Dios, que tiene como objeto la caridad, y es precisamente este «amor más grande» el que constituye la verdadera justicia. La cumbre de la perícopa se encuentra, por tanto, en la afirmación del v. 48: « Vosotros sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto», para indicar que la perfección del amor está en el perdón, en ese don de sí mismo en grado superlativo que llega a dar lo que más ama —a su propio Hijo unigénito— para salvar lo que estaba perdido: el hombre pecador.
Vivimos en una sociedad contradictoria, que invita a cada uno a ser ley para sí mismo, aunque tenga que llorar después los efectos devastadores provocados por un egoísmo tan exasperado. Las páginas evangélicas proponen al cristiano un mensaje claro e inmutable que atraviesa la historia de la humanidad como signo de contradicción. Por una parte están los poderosos, los listos, los ricos según este mundo, que conculcan los derechos de los otros afirmándose sólo a sí mismos. Por otra parte está el que sigue a Cristo pobre, humillado, escarnecido, aunque portador de la verdadera novedad de vida. Una promesa de orden y de paz brilla ante el corazón generoso del que no quiere morir sofocado en las miserias de su «yo» tacaño y mezquino. La persona de Jesús nos invita. El es nuestra verdadera ley. Jesús es amor, luz; es el Hijo obediente del Padre, que encuentra su gloria en hacer gozar al Padre haciendo siempre lo que le agrada (cf. Jn 8,29). El que se adhiere a Cristo supera todos los sofismas de un moralismo estrecho; siguiendo las huellas del Buen Pastor, recibe de él mismo, por gracia, el impulso de amor necesario para vivir con un corazón dilatado, dispuesto a correr por el camino del sacrificio hasta la muerte con la certeza de que sólo quien pierde su propia vida por Cristo y en Cristo, la vuelve a encontrar en él. Hasta los cabellos de nuestra cabeza están contados por el Padre, que es el origen y la meta de nuestro camino. El nos invita a su perfección de amor dándonos a su Hijo como modelo y al Espíritu santificador.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 5,17-19, de Joven para Joven. La plenitud de la ley mosaica.
Contexto del texto. Los judíos piadosos convertidos a la fe en Jesús se sentían desorientados por la abolición o pasada por alto de los preceptos de la Ley. Les habían inculcado que eran voluntad de Dios, los habían cumplido desde su infancia, y ahora veían cómo todo ello quedaba postergado. ¿Dios se contradice? Conocemos por el libro de los Hechos las fuertes tensiones producidas en el seno de las comunidades cristianas en las que había judíos y paganos convertidos. Unos se aferraban fanáticamente a las antiguas leyes y tradiciones; otros las omitían y casi las despreciaban.
Para resolver el problema se recurrió a descubrir la actitud que había mantenido Jesús frente a la ley. Sus enseñanzas eran tan nuevas y radicales que daban la impresión de prescindir y hasta despreciar la ley. Piénsese en su actitud frente a la división de los alimentos en puros e impuros, las abluciones...
¿Qué pensaba Jesús de la ley? No vino a derogarla, sino a perfeccionarla. Esto va a aparecer bien claro en las antítesis que siguen: “Se os ha dicho hasta ahora, pero en adelante...”. Jesús no sólo respeta lo que hay de positivo, sino que lo desarrolla. Las bienaventuranzas no niegan los mandamientos, los superan.
Jesús es la plenitud de la revelación de Dios y del misterio del hombre. “Por fin, Dios nos ha hablado por su Hijo” (Hb 1,2). Él es su última palabra.
La plenitud de la ley. En la legislación judía hay que distinguir las leyes divinas y los mandatos humanos. Jesús asume las leyes divinas y las lleva a su plenitud, pero relativiza los mandatos humanos, tan inhumanos a veces. Los escribas y fariseos han codificado la ley mosaica en 613 preceptos, una maraña que ahoga las conciencias constituyendo un yugo insoportable (Mt 23,4). Frente a ellos, Jesús invita: “Mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11,30). Algunas prescripciones son inútiles y mágicas: Lavado de manos, escrúpulos de contaminación en pureza por tocar todo. Otras son injustas: “Si uno declara a su padre o a su madre: “Los bienes con que podría ayudarte los ofrezco en donativo al templo”, ya no le permitís hacer nada por su padre o su madre, invalidando el mandamiento de Dios” (Mc 7,11). A éstas y aquéllas las fustiga y las conculca.
La Iglesia no menosprecia nada valioso del Antiguo Testamento, pero Jesús advierte que inaugura una Alianza “nueva”, una revelación nueva. Como Pablo recuerda insistentemente, Jesús pregona que no somos siervos de Dios, sino hijos, que hemos sido incorporados a la Familia divina, que formamos un cuerpo animado por un mismo Espíritu (1 Co 12,13) y que se alimenta de la carne y sangre del Hijo de Dios (Jn 6,55).
Se trata, sí, de una Alianza radicalmente nueva; por eso no basta con hacer pequeños retoques, con odres viejos para vino nuevo (Mc 2,22). Para nosotros la gran ley es Jesús, aunque más que cumplidores de una ley somos seguidores de Jesús. Él es la Ley viva, el único determinante para sus discípulos y su comunidad.
Los evangelistas, al señalar orientaciones, indican a Jesús: ¿Qué hacía Jesús? ¿Qué haría en nuestro caso? “Si alguno quiere ser mi discípulo, que me siga...” (Mc 8,34). La consigna totalizadora es el amor (Mt 22,37-40; Jn 13,34). Todo lo demás ha de ser su epifanía. Se trata, por tanto, de una ley viva que supera con mucho la mosaica.
Vuelta al Evangelio. Algunos “cristianos” de hoy sufren el mismo desconcierto que los de las primeras comunidades a causa de los cambios conciliares: “Nos están cambiando la religión”. A veces son sólo cambios mínimos. Pero el hecho de que se agobien por minucias es preocupante. ¿No es esto colar un mosquito y tragar un camello? (Mt 23,24).
El Concilio Vaticano II insiste en que de lo que se trata es del retorno al Evangelio sin interpretaciones subjetivistas que llegan a vaciarlo, contradecirlo o reducirlo. La consigna suprema es aferrarse a lo esencial. El que absolutiza lo relativo, termina relativizando lo absoluto. El Concilio no viene a promover una nueva espiritualidad puesta de moda, ni es la oferta de un cristianismo de rebajas (ya Dios no es tan terrible, ni el infierno asusta, ni hay tanto pecado); todo lo contrario, es una llamada al radicalismo de Jesús, que nace del descubrimiento del tesoro (Mt 13,44), del banquete del Reino (Mt 22,1-14). El Concilio es una llamada a la purificación del templo (Jn 2,13-17), a recuperar tesoros arrumbados en la trastera como el sentido comunitario puesto que padecemos la masificación, el cristianismo por libre, la falta de corresponsabilidad eclesial, el clericalismo; nos urge al compromiso por la justicia, sin el cual no hay cristianismo posible, la opción preferencial por los pobres; la escucha de la Palabra, en la que la gran mayoría de los cristianos son analfabetos; la oración personal y la celebración festiva, comunitaria y gratuita de la fe. Todo ello es puro Evangelio.
Muchos “cristianos” siguen instalados en el Antiguo Testamento, privándose de la Buena Noticia. Es sintomático que “cristianos cabales”, según sus cercanos, confiesen que se han convertido. Me confesaba un amigo: “Creer que creía ha sido mi pecado más mortal, porque me tenía muerto y bien muerto. El Señor, por mi grupo cristiano, me ha resucitado”.
Elevación Espiritual para este día.
Ahora bien, me preguntaréis vosotros, ¿de qué modo no abrogó Cristo la Ley? ¿De qué modo dio cumplimiento a la Ley y a los profetas? Por lo que se refiere a los profetas, confirmó con sus obras todo cuanto éstos habían predicho sobre él; por eso dice siempre el evangelista: «A fin de que se cumpliera todo lo que habían dicho los profetas». Cuando nació, cuando los niños le cantaron un himno maravilloso, cuando se montó en una burra, y en una infinidad de circunstancias, cumplió las profecías, unas profecías que nunca se hubieran cumplido si él no hubiera venido al mundo.
Por lo que se refiere, sin embargo, a la Ley, la cumple antes que nada porque no transgredió ninguno de los preceptos legales. Sus palabras, recogidas por Juan, atestiguan, en efecto, que los cumplió todos: «Es conveniente que cumplamos así con toda justicia»; dijo también a los judíos: «¿Quién de vosotros podrá acusarme de pecado?», y, por último, a los discípulos: «Se acerca el príncipe de este mundo. Y aunque no tiene ningún poder sobre mí». El profeta ya había previsto esto cuando dijo: «No cometió pecado».
Por otra parte, cumplió la Ley mediante los preceptos que iba a dar. En efecto, nada de cuanto dice Jesucristo en el evangelio tiene que ver en absoluto con abrogar, sino más bien con extender y completar la Ley antigua (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 16, 2).
Reflexión Espiritual para el día.
Pero los únicos que pueden tener esa justicia mejor que la de los escribas y los fariseos; cf. 2.20 son aquellos a quienes Cristo habla, los que él ha llamado. La condición de esta justicia mejor es el llamamiento de Cristo, es Cristo mismo. Resulta así comprensible que Jesús, en este momento del sermón del monte, hable por primera vez de sí mismo. Entre la justicia mejor y los discípulos, a los que se la exige, se encuentra él. Ha venido para cumplir la Ley de la antigua alianza. Este es el presupuesto de todo lo demás; Jesús da a conocer su unión plena con la voluntad de Dios en el Antiguo Testamento, en la Ley y los profetas. De hecho, no tiene nada que añadir a los preceptos de Dios; los guarda, y esto es lo único que añade. Dice de sí mismo que cumple la Ley. Y es verdad. La cumple hasta lo más mínimo. Y al cumplirla, se «consumo todo» lo que ha de suceder para el cumplimiento de la Ley. La justicia de los discípulos es justicia bajo la cruz. Es la justicia de los pobres, de los combatidos, hambrientos, mansos, pacíficos, perseguidos por amor a Cristo; la justicia visible de los que son luz del mundo y ciudad sobre el monte, por la llamada de Cristo. Si la justicia de los discípulos es «mejor» que la de los fariseos se debe a que sólo se apoya en la comunidad de aquel que ha cumplido la Ley; la justicia de los discípulos es auténtica justicia porque ahora cumplen la voluntad de Dios observando la Ley.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Que se sepa hoy que tú eres Dios en Israel.
El reto que Elías había lanzado al baalismo alcanza su momento culminante, lleno de dramatismo, sobre la cima del Monte Carmelo. En realidad se trataba de un escenario apto y adecuado. Desde siempre parece ser que el Carmelo había sido un lugar santo, dedicado sucesivamente a distintas divinidades. Cuando la montaña fue conquistada por David, el rey instaló en ella un altar a Yavé. Nuestro relato alude a que dicho altar ha sido derruido y que el culto de Baal ha sido restaurado sobre el monte.
Este es el marco en que se encuadra el reto dramático de Elías, el campeón del yahvismo: « ¿Hasta cuándo vais a andar jugando a dos barajas?», diríamos en una traducción popular. Si el Señor es el verdadero Dios, seguidlo; silo es Baal, seguid a Baal. Elías encara al pueblo frente a una disyuntiva que recuerda otra escena muy similar de la Biblia, la gran jornada de Siquem presidida por Josué: Elegid hoy a quién habéis de servir, o a Yavé o a los dioses que sirvieron vuestros padres al otro lado del Éufrates (Jos 24, 14-24).
En Israel coexistían en realidad dos religiones, una religión paganizada, que era la que alimentaba la vida diaria del pueblo; en sus necesidades habituales las gentes acudían a los baales para pedir la lluvia, la fertilidad de los campos y la fecundidad de los ganados y también de las familias. El yahvismo, más o menos puro, se reservaba sólo para las grandes solemnidades. Nacido en Tisbé de Galaad, en Transjordania, en el seno de una familia y en un ambiente de gran pureza yahvísta, Elías tiene la audacia de encararse con la realidad y coloca al pueblo en la precisión de pronunciarse en un sentido o en otro. No se puede servir a Baal y a Yavé. No se puede tener el corazón dividido.
El Deuteronomio insistirá sobre esta doctrina de la unicidad de Dios y la formulará en expresiones concentradas y técnicas: «Escucha, Israel, Yavé es nuestro Dios, sólo Yavé. Amarás a Yavé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (6, 4-5). Es el mandamiento capital: «Yo soy Yavé tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de la servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí» (Dt 5, 6-7). El Dios de Israel es un dios celoso, que no permite otros dioses junto a él. El Dios uno e indiviso reclamaba asimismo la lealtad de un corazón íntegro y no compartido.
Esta es la tesis nuclear del episodio del Carmelo, que constituye un verdadero juicio de Dios con rasgos de ordalía. Es una escena tensa, dramática y llena de belleza. La evocación que hace Elías, primero de las doce tribus de Israel y, luego, del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, dan a su intervención un matiz tradicionalista, propio de un profeta que trataba de restaurar el yahvismo en toda su pureza. La intervención de Elías se ajusta a un ritual detallado y solemne que retarda el desenlace y da al episodio tensión y dramatismo. +
La sequía continuaba —estamos ya en el «tercer año» (1 Re 18,1)— y Elías se encuentra escondido para huir del exterminio de los profetas de Yavé, o sea, de los más fervientes seguidores del yahvismo, llevado a cabo por Jezabel. Elías desvía contra el rey Ajab la acusación de introducir el desorden en Israel e invoca el “juicio de Dios”, desafiando a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal en el monte Carmelo, donde había un venerado altar de Yavé destruido por orden de Jezabel.
El griterío para invocar al dios de Tiro y la puesta en trance de sus profetas hasta el paroxismo no consiguieron obtener el milagro, que sí se produjo, sin embargo, a la hora en la que los israelitas ofrecían el sacrificio vespertino. Al reconocimiento del verdadero Dios le sigue la venganza en la persona de los falsos profetas (v. 40, omitido en el texto litúrgico).
Comentario del Salmo 15
Este salmo es un himno de alabanza. Se alaba al Señor con todas las fuerzas y se le da gracias por todos los beneficios que ha concedido a una persona (1b-2) y a todo el pueblo (7-19). El salmista bendice a Dios e invita a todas las realidades creadas a que hagan lo mismo.
Es un salmo de confianza individual, en el que alguien expone su absoluta confianza en el Señor (2), al que considera su refugio (1), amigo íntimo (7) y alguien siempre cercano (8); en él pone una confianza total incluso ante la barrera fatal, la muerte (10), con el convencimiento de que Dios le mostrará el camino de la vida, proporcionándole una alegría perpetua (11).
Las traducciones de este salmo suelen diferir bastante unas de otras. La razón es que el texto original (hebreo) se encuentra en mal estado de conservación y tiene palabras incomprensibles. Tal vez sea posible identificar tres partes: 1; 2-6; 7-11. La primera funciona a modo de introducción, Incluye una petición (“Protégeme”) y presenta un gesto de confianza («pues me refugio en ti»).
La segunda (2-6) es una especie de profesión de fe. El salmista ha elegido al Señor como su bien (2), rechazando, por consiguiente, todos los ídolos y señores del inundo y todas las prácticas de idolatría a que dan lugar (3-4). Vuelve a hablar del Señor como su bien absoluto, diciendo que es la parte de la herencia —una herencia deliciosa, la más bella— que le ha tocado (en Israel, tradicionalmente, la herencia era la tierra) y su copa, en cuyas manos está el destino del salmista (5-6).
La tercera parte (7-11) viene marcada por la idea del camino, El Señor es el consejero permanente del fiel, incluso de noche (7); va caminando por delante, impidiendo que el salmista vacile (8), lo llena de alegría (9) y no permite que el fiel conozca la muerte (10), sino que le enseña el camino de la vida y le proporciona una alegría sin fin (11).
«Confianza» y «alegría» son dos términos característicos de este salmo. Ambas realidades provienen, de hecho, de la gran intimidad que hay entre el salmista y Dios. En efecto, el Señor va por delante, mostrándole el camino, pero también está a la derecha del fiel (el lugar más importante). La conclusión del salmo sitúa al fiel, lleno de gozo y felicidad, ante el Señor e, inmediatamente después, es el fiel el que está a la derecha de Dios. Este baile de posiciones (delante, a la derecha) pone de manifiesto la intimidad entre estos dos amigos y compañeros.
El cuerpo del salmista viene a ser como una especie de caja de resonancia en la que vibran la confianza y la alegría. Se habla de manos que evitan derramar libaciones a los ídolos y de labios que se niegan a pronunciar sus nombres (4); también se habla del corazón que se alegra, de las entrañas que exultan, de la carne (el cuerpo entero) que reposa serena (9), pues no conocerá el sepulcro, porque la muerte, la que destruye el cuerpo, va a ser destruida (10). Confianza, gozo, alegría e intimidad con Dios determinan la vida de esta persona noche y día (7)
Quien compuso este salmo vivía en una situación difícil caracterizada por un ambiente hostil, De hecho, se habla de los «dioses y señores de la tierra» (3) que multiplican las estatuas de dioses extraños e invitan a la gente a que invoquen el nombre de los ídolos y les presenten ofrendas (4). Estamos, por tanto, en un período de idolatría generalizada bajo el patrocinio de los «señores de la tierra», los poderosos. ¿Qué es lo que le sucede al que no acepta esta situación? El Antiguo Testamento registra algunos casos paradigmáticos: ¿Qué es lo que pretendía hacer Jezabel en contra del profeta Elías? ¿Qué hizo el rey Nabucodonosor con quien no adoró la estatua que había levantado? (cf Dan 3,1-23). ¿Y qué le sucedió a Eleazar cuando se negó a violar la ley de su pueblo que prohibía comer carne de cerdo? (cf 2Mac 6,18-31).
Algo parecido sucede en este salmo. Resulta difícil identificar la época en que surgió, pero es evidente que estamos viviendo un tiempo de idolatría generalizada, con el consiguiente conflicto entre los seguidores de los ídolos y los fieles al Señor. La gente va aceptando pasivamente los ídolos y les presentan ofrendas (las libaciones de sangre llevan a pensar en sacrificios humanos), abandonando de este modo el culto al Señor. Los que no se conforman, ponen en peligro su vida. Por eso el salmista, expresando su confianza absoluta en el Dios de la vida, afirma: «No me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel que conozca el sepulcro» (10). Lleno de confianza, esta persona pide: “Protégeme, Dios mío, pues me refugio en ti” (1b), ya que es consciente de que su vida corre peligro.
Los versículos 5 y 6 hablan de la herencia, un lugar delicioso, la heredad más bella. Estas palabras nos recuerdan la tierra, el don sagrado que el Señor hace a su pueblo. Parece ser que este fiel ha perdido la tierra, la herencia del Señor, pero no la confianza.
Tratándose de un salmo de confianza, muestra a un Dios próximo, refugio, el bien supremo de la persona, herencia y copa del fiel, aquel que tiene en sus manos el destino de la criatura, consejero que instruye incluso de noche, que camina por delante, que se pone a la derecha de la persona, que no la deja morir sino que, más bien, le enseña el camino de la vida y pone al salmista a su derecha, el puesto de honor.
Este Dios sólo puede ser Yavé, «el Señor», el Dios compañero que, en el pasado, selló una Alianza con todo el pueblo. El salmista tiene esa confianza porque sabe que el Señor es el aliado fiel. Es algo que tiene en su mente, en su carne y en su sangre. Por eso manifiesta una confianza incondicional.
En el Nuevo Testamento, Jesús es motivo de confianza para el pueblo (Mc 5,36; 6,50; Jn 14,1; 16,33). El mismo manifiesta una absoluta confianza en el Padre (Jn 11,42).
Los primeros cristianos leyeron los versículos finales de este salmo a la luz de la muerte y la resurrección de Jesús.
Este salmo es adecuado para cuando deseamos manifestar una total y absoluta confianza en Dios; podemos rezarlo cuando vemos cómo se multiplican los ídolos y las prácticas idolátricas; cuando sentimos la tentación de abandonar la fe; cuando nuestra vida corre peligro; cuando queremos expresar con el cuerpo el gozo y la alegría que nos produce creer en Dios...
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 5,17-19
Después de haberse referido a su propia enseñanza, Cristo toma posición respecto a la enseñanza tradicional e introduce, de un modo solemne y con autoridad, su propia enseñanza con el «amén» (“Pero yo...”), que significa: «Es verdadero, es digno de fe» lo que os voy a decir. Esta expresión es un motivo que se repite en el sermón del monte (5,18.26; 6,2.5.16). «Jesús anunció, en un primer momento, todas las bienaventuranzas, con el fin de allanar y preparar el ánimo de sus oyentes y hacerlo así más dispuesto y sensible para recibir toda la nueva ley» (Juan Crisóstomo). La Ley y los profetas eran toda la Escritura (eran, en efecto, las dos fuentes de las que bebía la liturgia sinagogal; podríamos citar Jn 6.31.45 con el doble envío al Éxodo y a Isaías). Jesús, antes de sintetizar su enseñanza en una frase lapidaria y programática (Mt 7,12), precisa su actitud y la de sus discípulos respecto a la Ley antigua. No se trata de abolir (término que, en Mt 24,2; 26,61, se aplica al templo; la Ley y el templo tienen su cumplimiento y, por consiguiente, su consumación en Cristo), sino de llevar a la plenitud de su perfección, como señala repetidamente el evangelista (Mt 1,22; 2,15.17; 3,15; 4,14, etc.). Se puede decir que todo el sermón del monte constituye la ejemplificación de este axioma. Sin embargo, dado su carácter «provocador», se acusará a Cristo de pretender destruir la Ley y los profetas (variante de Lc 23,2).
El Maestro se opone a una visión formal y legalista del cumplimiento de los preceptos de Moisés, recordando la importancia que tiene la intención. La actitud interior es equiparada a la acción exterior. La intención cualifica a la acción, y ésta da cuerpo a la intención. Así pues, el Maestro apunta a la interiorización de los preceptos, hasta el punto que el cumplimiento de la voluntad divina deberá superar el practicado por los escribas y los fariseos (v. 20, que la liturgia ha situado en la lectura siguiente). Refiriéndose a los escribas, Cristo actualiza la enseñanza de los padres recogiendo su alcance profundo (5,2 1-48). En cuanto a los fariseos, condena la no autenticidad de su conducta religiosa, lanzando una vigorosa llamada a la interioridad (6,1-18).
En la ley divina «hasta las cosas consideradas como menos importantes están colmadas de misterios espirituales y todas se encuentran recapituladas en el evangelio» (Jerónimo). Por consiguiente, Cristo «ha cumplido con la doctrina, y con el ejemplo ha llevado a cabo la verdad interior» de la Ley antigua.
Al meditar las enseñanzas del Señor, me detengo antes que nada en la autoridad con la que fueron pronunciadas. Tomo conciencia de cómo nos urge Cristo para que interioricemos la Ley y cómo considera la conciencia como medida de la moralidad y, en consecuencia, la convierte en una bienaventuranza: «Al ver a uno trabajando en sábado, le dijo: Amigo, dichoso tú, si sabes lo que haces... » (variante de Lc 6,5). Me pregunto, por tanto, si vivo de manera consciente el instante presente.
Comentario del Santo Evangelio (Mt 5, 17-48), para nuestros Mayores.
Mateo responde en este extenso fragmento a una pregunta importante para una comunidad formada por personas procedentes del judaísmo: ¿cómo ser fieles a la Escritura y a la tradición judías? La conclusión planteada es que verdadero judío es el cristiano, puesto que en Cristo se encuentra el pleno cumplimiento de la ley antigua. Jesús pide al discípulo eso que el evangelio llama la «justicia superior», que comporta una calidad de adhesión diferente a los preceptos. El, en efecto, no introduce novedades externas en la ley, sino que la reconduce a su autenticidad recuperando su verdadera intención y llevándola a plenitud. Él, sobre todo, tras haber asumido nuestra humanidad y habernos hecho el don de su divinidad, nos ofrece la energía nueva para vivir el amor auténtico, que, por ser divino, supera la capacidad de la naturaleza humana.
El discurso de Mateo se articula en una serie de seis antítesis que afectan a algunos puntos de la ley; tres de ellos están relacionados con el comportamiento con el prójimo (y, por consiguiente, con la caridad), dos con el adulterio y el matrimonio, y otro con el juramento.
Aparece un modo diferente de leer la Escritura. Jesús puede decir respecto a lo transmitido: «Pero yo os digo». En el centro de la lectura se encuentra su persona. En él se encarna, en efecto, la voluntad real de Dios, que tiene como objeto la caridad, y es precisamente este «amor más grande» el que constituye la verdadera justicia. La cumbre de la perícopa se encuentra, por tanto, en la afirmación del v. 48: « Vosotros sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto», para indicar que la perfección del amor está en el perdón, en ese don de sí mismo en grado superlativo que llega a dar lo que más ama —a su propio Hijo unigénito— para salvar lo que estaba perdido: el hombre pecador.
Vivimos en una sociedad contradictoria, que invita a cada uno a ser ley para sí mismo, aunque tenga que llorar después los efectos devastadores provocados por un egoísmo tan exasperado. Las páginas evangélicas proponen al cristiano un mensaje claro e inmutable que atraviesa la historia de la humanidad como signo de contradicción. Por una parte están los poderosos, los listos, los ricos según este mundo, que conculcan los derechos de los otros afirmándose sólo a sí mismos. Por otra parte está el que sigue a Cristo pobre, humillado, escarnecido, aunque portador de la verdadera novedad de vida. Una promesa de orden y de paz brilla ante el corazón generoso del que no quiere morir sofocado en las miserias de su «yo» tacaño y mezquino. La persona de Jesús nos invita. El es nuestra verdadera ley. Jesús es amor, luz; es el Hijo obediente del Padre, que encuentra su gloria en hacer gozar al Padre haciendo siempre lo que le agrada (cf. Jn 8,29). El que se adhiere a Cristo supera todos los sofismas de un moralismo estrecho; siguiendo las huellas del Buen Pastor, recibe de él mismo, por gracia, el impulso de amor necesario para vivir con un corazón dilatado, dispuesto a correr por el camino del sacrificio hasta la muerte con la certeza de que sólo quien pierde su propia vida por Cristo y en Cristo, la vuelve a encontrar en él. Hasta los cabellos de nuestra cabeza están contados por el Padre, que es el origen y la meta de nuestro camino. El nos invita a su perfección de amor dándonos a su Hijo como modelo y al Espíritu santificador.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 5,17-19, de Joven para Joven. La plenitud de la ley mosaica.
Contexto del texto. Los judíos piadosos convertidos a la fe en Jesús se sentían desorientados por la abolición o pasada por alto de los preceptos de la Ley. Les habían inculcado que eran voluntad de Dios, los habían cumplido desde su infancia, y ahora veían cómo todo ello quedaba postergado. ¿Dios se contradice? Conocemos por el libro de los Hechos las fuertes tensiones producidas en el seno de las comunidades cristianas en las que había judíos y paganos convertidos. Unos se aferraban fanáticamente a las antiguas leyes y tradiciones; otros las omitían y casi las despreciaban.
Para resolver el problema se recurrió a descubrir la actitud que había mantenido Jesús frente a la ley. Sus enseñanzas eran tan nuevas y radicales que daban la impresión de prescindir y hasta despreciar la ley. Piénsese en su actitud frente a la división de los alimentos en puros e impuros, las abluciones...
¿Qué pensaba Jesús de la ley? No vino a derogarla, sino a perfeccionarla. Esto va a aparecer bien claro en las antítesis que siguen: “Se os ha dicho hasta ahora, pero en adelante...”. Jesús no sólo respeta lo que hay de positivo, sino que lo desarrolla. Las bienaventuranzas no niegan los mandamientos, los superan.
Jesús es la plenitud de la revelación de Dios y del misterio del hombre. “Por fin, Dios nos ha hablado por su Hijo” (Hb 1,2). Él es su última palabra.
La plenitud de la ley. En la legislación judía hay que distinguir las leyes divinas y los mandatos humanos. Jesús asume las leyes divinas y las lleva a su plenitud, pero relativiza los mandatos humanos, tan inhumanos a veces. Los escribas y fariseos han codificado la ley mosaica en 613 preceptos, una maraña que ahoga las conciencias constituyendo un yugo insoportable (Mt 23,4). Frente a ellos, Jesús invita: “Mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11,30). Algunas prescripciones son inútiles y mágicas: Lavado de manos, escrúpulos de contaminación en pureza por tocar todo. Otras son injustas: “Si uno declara a su padre o a su madre: “Los bienes con que podría ayudarte los ofrezco en donativo al templo”, ya no le permitís hacer nada por su padre o su madre, invalidando el mandamiento de Dios” (Mc 7,11). A éstas y aquéllas las fustiga y las conculca.
La Iglesia no menosprecia nada valioso del Antiguo Testamento, pero Jesús advierte que inaugura una Alianza “nueva”, una revelación nueva. Como Pablo recuerda insistentemente, Jesús pregona que no somos siervos de Dios, sino hijos, que hemos sido incorporados a la Familia divina, que formamos un cuerpo animado por un mismo Espíritu (1 Co 12,13) y que se alimenta de la carne y sangre del Hijo de Dios (Jn 6,55).
Se trata, sí, de una Alianza radicalmente nueva; por eso no basta con hacer pequeños retoques, con odres viejos para vino nuevo (Mc 2,22). Para nosotros la gran ley es Jesús, aunque más que cumplidores de una ley somos seguidores de Jesús. Él es la Ley viva, el único determinante para sus discípulos y su comunidad.
Los evangelistas, al señalar orientaciones, indican a Jesús: ¿Qué hacía Jesús? ¿Qué haría en nuestro caso? “Si alguno quiere ser mi discípulo, que me siga...” (Mc 8,34). La consigna totalizadora es el amor (Mt 22,37-40; Jn 13,34). Todo lo demás ha de ser su epifanía. Se trata, por tanto, de una ley viva que supera con mucho la mosaica.
Vuelta al Evangelio. Algunos “cristianos” de hoy sufren el mismo desconcierto que los de las primeras comunidades a causa de los cambios conciliares: “Nos están cambiando la religión”. A veces son sólo cambios mínimos. Pero el hecho de que se agobien por minucias es preocupante. ¿No es esto colar un mosquito y tragar un camello? (Mt 23,24).
El Concilio Vaticano II insiste en que de lo que se trata es del retorno al Evangelio sin interpretaciones subjetivistas que llegan a vaciarlo, contradecirlo o reducirlo. La consigna suprema es aferrarse a lo esencial. El que absolutiza lo relativo, termina relativizando lo absoluto. El Concilio no viene a promover una nueva espiritualidad puesta de moda, ni es la oferta de un cristianismo de rebajas (ya Dios no es tan terrible, ni el infierno asusta, ni hay tanto pecado); todo lo contrario, es una llamada al radicalismo de Jesús, que nace del descubrimiento del tesoro (Mt 13,44), del banquete del Reino (Mt 22,1-14). El Concilio es una llamada a la purificación del templo (Jn 2,13-17), a recuperar tesoros arrumbados en la trastera como el sentido comunitario puesto que padecemos la masificación, el cristianismo por libre, la falta de corresponsabilidad eclesial, el clericalismo; nos urge al compromiso por la justicia, sin el cual no hay cristianismo posible, la opción preferencial por los pobres; la escucha de la Palabra, en la que la gran mayoría de los cristianos son analfabetos; la oración personal y la celebración festiva, comunitaria y gratuita de la fe. Todo ello es puro Evangelio.
Muchos “cristianos” siguen instalados en el Antiguo Testamento, privándose de la Buena Noticia. Es sintomático que “cristianos cabales”, según sus cercanos, confiesen que se han convertido. Me confesaba un amigo: “Creer que creía ha sido mi pecado más mortal, porque me tenía muerto y bien muerto. El Señor, por mi grupo cristiano, me ha resucitado”.
Elevación Espiritual para este día.
Ahora bien, me preguntaréis vosotros, ¿de qué modo no abrogó Cristo la Ley? ¿De qué modo dio cumplimiento a la Ley y a los profetas? Por lo que se refiere a los profetas, confirmó con sus obras todo cuanto éstos habían predicho sobre él; por eso dice siempre el evangelista: «A fin de que se cumpliera todo lo que habían dicho los profetas». Cuando nació, cuando los niños le cantaron un himno maravilloso, cuando se montó en una burra, y en una infinidad de circunstancias, cumplió las profecías, unas profecías que nunca se hubieran cumplido si él no hubiera venido al mundo.
Por lo que se refiere, sin embargo, a la Ley, la cumple antes que nada porque no transgredió ninguno de los preceptos legales. Sus palabras, recogidas por Juan, atestiguan, en efecto, que los cumplió todos: «Es conveniente que cumplamos así con toda justicia»; dijo también a los judíos: «¿Quién de vosotros podrá acusarme de pecado?», y, por último, a los discípulos: «Se acerca el príncipe de este mundo. Y aunque no tiene ningún poder sobre mí». El profeta ya había previsto esto cuando dijo: «No cometió pecado».
Por otra parte, cumplió la Ley mediante los preceptos que iba a dar. En efecto, nada de cuanto dice Jesucristo en el evangelio tiene que ver en absoluto con abrogar, sino más bien con extender y completar la Ley antigua (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 16, 2).
Reflexión Espiritual para el día.
Pero los únicos que pueden tener esa justicia mejor que la de los escribas y los fariseos; cf. 2.20 son aquellos a quienes Cristo habla, los que él ha llamado. La condición de esta justicia mejor es el llamamiento de Cristo, es Cristo mismo. Resulta así comprensible que Jesús, en este momento del sermón del monte, hable por primera vez de sí mismo. Entre la justicia mejor y los discípulos, a los que se la exige, se encuentra él. Ha venido para cumplir la Ley de la antigua alianza. Este es el presupuesto de todo lo demás; Jesús da a conocer su unión plena con la voluntad de Dios en el Antiguo Testamento, en la Ley y los profetas. De hecho, no tiene nada que añadir a los preceptos de Dios; los guarda, y esto es lo único que añade. Dice de sí mismo que cumple la Ley. Y es verdad. La cumple hasta lo más mínimo. Y al cumplirla, se «consumo todo» lo que ha de suceder para el cumplimiento de la Ley. La justicia de los discípulos es justicia bajo la cruz. Es la justicia de los pobres, de los combatidos, hambrientos, mansos, pacíficos, perseguidos por amor a Cristo; la justicia visible de los que son luz del mundo y ciudad sobre el monte, por la llamada de Cristo. Si la justicia de los discípulos es «mejor» que la de los fariseos se debe a que sólo se apoya en la comunidad de aquel que ha cumplido la Ley; la justicia de los discípulos es auténtica justicia porque ahora cumplen la voluntad de Dios observando la Ley.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Que se sepa hoy que tú eres Dios en Israel.
El reto que Elías había lanzado al baalismo alcanza su momento culminante, lleno de dramatismo, sobre la cima del Monte Carmelo. En realidad se trataba de un escenario apto y adecuado. Desde siempre parece ser que el Carmelo había sido un lugar santo, dedicado sucesivamente a distintas divinidades. Cuando la montaña fue conquistada por David, el rey instaló en ella un altar a Yavé. Nuestro relato alude a que dicho altar ha sido derruido y que el culto de Baal ha sido restaurado sobre el monte.
Este es el marco en que se encuadra el reto dramático de Elías, el campeón del yahvismo: « ¿Hasta cuándo vais a andar jugando a dos barajas?», diríamos en una traducción popular. Si el Señor es el verdadero Dios, seguidlo; silo es Baal, seguid a Baal. Elías encara al pueblo frente a una disyuntiva que recuerda otra escena muy similar de la Biblia, la gran jornada de Siquem presidida por Josué: Elegid hoy a quién habéis de servir, o a Yavé o a los dioses que sirvieron vuestros padres al otro lado del Éufrates (Jos 24, 14-24).
En Israel coexistían en realidad dos religiones, una religión paganizada, que era la que alimentaba la vida diaria del pueblo; en sus necesidades habituales las gentes acudían a los baales para pedir la lluvia, la fertilidad de los campos y la fecundidad de los ganados y también de las familias. El yahvismo, más o menos puro, se reservaba sólo para las grandes solemnidades. Nacido en Tisbé de Galaad, en Transjordania, en el seno de una familia y en un ambiente de gran pureza yahvísta, Elías tiene la audacia de encararse con la realidad y coloca al pueblo en la precisión de pronunciarse en un sentido o en otro. No se puede servir a Baal y a Yavé. No se puede tener el corazón dividido.
El Deuteronomio insistirá sobre esta doctrina de la unicidad de Dios y la formulará en expresiones concentradas y técnicas: «Escucha, Israel, Yavé es nuestro Dios, sólo Yavé. Amarás a Yavé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (6, 4-5). Es el mandamiento capital: «Yo soy Yavé tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de la servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí» (Dt 5, 6-7). El Dios de Israel es un dios celoso, que no permite otros dioses junto a él. El Dios uno e indiviso reclamaba asimismo la lealtad de un corazón íntegro y no compartido.
Esta es la tesis nuclear del episodio del Carmelo, que constituye un verdadero juicio de Dios con rasgos de ordalía. Es una escena tensa, dramática y llena de belleza. La evocación que hace Elías, primero de las doce tribus de Israel y, luego, del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, dan a su intervención un matiz tradicionalista, propio de un profeta que trataba de restaurar el yahvismo en toda su pureza. La intervención de Elías se ajusta a un ritual detallado y solemne que retarda el desenlace y da al episodio tensión y dramatismo. +
Copyright © Reflexiones Católicas.

No hay comentarios:
Publicar un comentario