17 de Junio 2010. MES DEDICADO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESUS. JUEVES DE LA XI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. Feria. (CIiclo C). 3ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. SS. Santa Teresa de Portugal re, Avito ab, Domingo Nguyên y co mrs.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Si 48, 1-15. Elías fue arrebatado en el torbellino, y Eliseo recibió dos tercios de su espíritu.
Sal 96 R/. Alegraos ,justos, con el Señor.
Mt 6, 7-15. Vosotros rezad así.
La oración que Jesús nos enseña hoy: Padre-Madre, Dios de toda la humanidad, que habitas dentro de mi y de todo hombre y mujer en el mundo, ayúdame a que con mi vida te santifique, y que mi vida santifique a los demás. Quiero propiciar con hechos concretos ese mundo nuevo, de justicia, de solidaridad y de paz, te pido hacerme capaz de entender que quieres lo mejor para mi y mis semejantes, en mi vida común de familia, de trabajo, de país, como también en la vida de aquellos que no conozco, los que están lejos, que hablan otro idioma y creen de otra manera, y que tú quieres darnos a todos el pan que alimenta nuestros cuerpos y el pan de un corazón nuevo, que impulsa y hace fuerte a todo ser humano. Me comprometo contigo este día, a perdonar una y mil veces, porque me hace feliz y porque soy tu imagen, como un Padre y Madre que siempre perdona a sus hijos. Fortaléceme para que cada día me esfuerce en no ceder ante las tentaciones de poder y egoísmo, para así hacerle frente al mal con bien, a la injusticia con solidaridad y al odio con amor.
PRIMERA LECTURA.
Eclesiástico 48, 1-15
Elías fue arrebatado en el torbellino, y Eliseo recibió dos tercios de su espíritu
Surgió Elías, un profeta como un fuego, cuyas palabras eran horno encendido.
Les quitó el sustento del pan, con su celo los diezmó; con el oráculo divino sujetó el cielo e hizo bajar tres veces el fuego.
¡Qué terrible eras, Elías!; ¿quién se te compara en gloria?
Tú resucitaste un muerto, sacándolo del abismo por voluntad del Señor; hiciste bajar reyes a la tumba y nobles desde sus lechos; ungiste reyes vengadores y nombraste un profeta como sucesor.
Escuchaste en Sinaí amenazas y sentencias vengadoras en Horeb.
Un torbellino te arrebató a la altura; tropeles de fuego, hacia el cielo.
Está escrito que te reservan para el momento de aplacar la ira antes de que estalle, para reconciliar a padres con hijos, para restablecer las tribus de Israel.
Dichoso quien te vea antes de morir, y más dichoso tú que vives.
Elías fue arrebatado en el torbellino, y Eliseo recibió dos tercios de su espíritu.
En vida hizo múltiples milagros y prodigios, con sólo decirlo; en vida no temió a ninguno, nadie pudo sujetar su espíritu; no hubo milagro que lo excediera: bajo él revivió la carne; en vida hizo maravillas y en muerte obras asombrosas.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 96
R/.Alegraos, justos, con el Señor
El Señor reina, la tierra goza, / se alegran las islas innumerables. / Tiniebla y nube lo rodean, / justicia y derecho sostienen su trono. R.
Delante de él avanza fuego, / abrasando en torno a los enemigos; / sus relámpagos deslumbran el orbe, / y, viéndolos, la tierra se estremece. R.
Los montes se derriten como cera / ante el dueño de toda la tierra; / los cielos pregonan su justicia, / y todos los pueblos contemplan su gloria. R.
Los que adoran estatuas se sonrojan, / los que ponen su orgullo en los ídolos; / ante él se postran todos los dioses. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 6, 7-15
Vosotros rezad así
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "Cuando recéis no uséis muchas palabras, como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que se lo pidáis.
Vosotros rezad así: Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo; danos hoy el pan nuestro; perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido; no nos dejes caer en tentación, sino líbranos del maligno. Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Si 48, 1-15. Elías fue arrebatado en el torbellino, y Eliseo recibió dos tercios de su espíritu.
Sal 96 R/. Alegraos ,justos, con el Señor.
Mt 6, 7-15. Vosotros rezad así.
La oración que Jesús nos enseña hoy: Padre-Madre, Dios de toda la humanidad, que habitas dentro de mi y de todo hombre y mujer en el mundo, ayúdame a que con mi vida te santifique, y que mi vida santifique a los demás. Quiero propiciar con hechos concretos ese mundo nuevo, de justicia, de solidaridad y de paz, te pido hacerme capaz de entender que quieres lo mejor para mi y mis semejantes, en mi vida común de familia, de trabajo, de país, como también en la vida de aquellos que no conozco, los que están lejos, que hablan otro idioma y creen de otra manera, y que tú quieres darnos a todos el pan que alimenta nuestros cuerpos y el pan de un corazón nuevo, que impulsa y hace fuerte a todo ser humano. Me comprometo contigo este día, a perdonar una y mil veces, porque me hace feliz y porque soy tu imagen, como un Padre y Madre que siempre perdona a sus hijos. Fortaléceme para que cada día me esfuerce en no ceder ante las tentaciones de poder y egoísmo, para así hacerle frente al mal con bien, a la injusticia con solidaridad y al odio con amor.
PRIMERA LECTURA.
Eclesiástico 48, 1-15
Elías fue arrebatado en el torbellino, y Eliseo recibió dos tercios de su espíritu
Surgió Elías, un profeta como un fuego, cuyas palabras eran horno encendido.
Les quitó el sustento del pan, con su celo los diezmó; con el oráculo divino sujetó el cielo e hizo bajar tres veces el fuego.
¡Qué terrible eras, Elías!; ¿quién se te compara en gloria?
Tú resucitaste un muerto, sacándolo del abismo por voluntad del Señor; hiciste bajar reyes a la tumba y nobles desde sus lechos; ungiste reyes vengadores y nombraste un profeta como sucesor.
Escuchaste en Sinaí amenazas y sentencias vengadoras en Horeb.
Un torbellino te arrebató a la altura; tropeles de fuego, hacia el cielo.
Está escrito que te reservan para el momento de aplacar la ira antes de que estalle, para reconciliar a padres con hijos, para restablecer las tribus de Israel.
Dichoso quien te vea antes de morir, y más dichoso tú que vives.
Elías fue arrebatado en el torbellino, y Eliseo recibió dos tercios de su espíritu.
En vida hizo múltiples milagros y prodigios, con sólo decirlo; en vida no temió a ninguno, nadie pudo sujetar su espíritu; no hubo milagro que lo excediera: bajo él revivió la carne; en vida hizo maravillas y en muerte obras asombrosas.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 96
R/.Alegraos, justos, con el Señor
El Señor reina, la tierra goza, / se alegran las islas innumerables. / Tiniebla y nube lo rodean, / justicia y derecho sostienen su trono. R.
Delante de él avanza fuego, / abrasando en torno a los enemigos; / sus relámpagos deslumbran el orbe, / y, viéndolos, la tierra se estremece. R.
Los montes se derriten como cera / ante el dueño de toda la tierra; / los cielos pregonan su justicia, / y todos los pueblos contemplan su gloria. R.
Los que adoran estatuas se sonrojan, / los que ponen su orgullo en los ídolos; / ante él se postran todos los dioses. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 6, 7-15
Vosotros rezad así
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "Cuando recéis no uséis muchas palabras, como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que se lo pidáis.
Vosotros rezad así: Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo; danos hoy el pan nuestro; perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido; no nos dejes caer en tentación, sino líbranos del maligno. Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.
Palabra del Señor.
Primera Lectura: Eclesiástico: 48, 1-14
El texto del Eclesiástico constituye algo así como el elogio fúnebre de los profetas Elías y Eliseo, que desarrollaron su ministerio en el reino del Norte (siglo IX a. de C.), en un momento crítico para el yahvismo. De Elías, el profeta de fuego, se recuerda el papel que desarrolló en la carestía y en la sequía, la llama encendida por tres veces en el Carmelo, la ayuda que prestó a la viuda de Sarepta, la oposición que ejerció respecto a Ajab, Ocacías (853-852) y Jorán (852-841), su frecuentación de la montaña santa (cf. 1 Re 19,9-14), la unción y el repudio del rey, la investidura de profetas y, por último, su ascensión al cielo. Una alusión al futuro papel mesiánico del profeta, como se recuerda también en Mal 3,23ss.
De Eliseo, cuyo nombre significa «Dios salva», se recuerda el papel político y taumatúrgico que desempeñó (con una alusión al prodigio póstumo del que se habla en 2 Re 13,2Oss). Este último aspecto ha sido repetido en diferentes circunstancias, incluso por la liturgia: la sunamita y el doble nacimiento del hijo (2 Re 4,8-37); la multiplicación de los panes (2 Re 4,42-44); la curación de Naamán (2 Re 5).
Comentario del Salmo 96
La expresión « ¡El Señor es Rey!», que abre este salmo, lo caracteriza como un salmo de la realeza del Señor. Todo lo que viene a continuación desarrolla y explica esta afirmación.
Este salmo tiene dos partes: 1-6 y 7-12. En la primera (1-6) hay una especie de teofanía, es decir, una manifestación del Señor como Rey universal. Dios es presentado en su trono, rodeado de Tinieblas y de Nubes, con la Justicia y el Derecho como estrado de sus pies (2). Delante de él avanza un fuego devorador (3), Sus relámpagos lo iluminan todo (4). Los montes se derriten como la cera (5), mientras que el cielo anuncia su justicia y los pueblos contemplan su gloria (6). Se trata, pues, de una presentación maravillosa del Señor Rey, cuya misión principal es hacer justicia en todo el mundo. La creación en su totalidad reacciona.
Nótese, por ejemplo, lo que hace la tierra ante el anuncio de que Dios es su Señor (5b): exulta (1b) y se estremece (4b). Se ale gran las islas (1b). Los montes se derriten (4a). El cielo anuncia la justicia del Señor (6a). Participando de esta especie de reacción en cadena y coronándola, todos los pueblos contemplan su gloria (6b).
En esta parte, podemos descubrir algunas imágenes fuertes: la de una tempestad (tinieblas, nubes, fuego, relámpagos), la de un terremoto (la tierra se estremece) y, probablemente, la de un volcán (los montes se derriten). Es importante que nos demos cuenta de que participa toda la creación: la tierra, las islas, el fuego, los relámpagos, los montes, los cielos y los pueblos (un total de siete elementos). Cada elemento de la creación reacciona a su modo: la tierra exulta y se estremece, las islas se alegran, el fuego devora a los enemigos del Señor, los relámpagos deslumbran iluminándolo todo. Los montes se derriten, el cielo anuncia y los pueblos contemplan... La tarea que le corresponde al cielo es importante, a saber, la de anunciar el fundamento que sostiene la realeza del Señor. De hecho, en el versículo 2, se dice que este fundamento está compuesto por la Justicia y el Derecho, y es precisamente esta justicia lo que anuncia el cielo (6a), moviendo a los pueblos a la contemplación de la gloria del Señor Rey (6b).
La segunda parte (7-12) retoma este último motivo (el de los pueblos contemplando la gloria del Señor) y lo desarrolla. Hay uno claro oposición entre la situación de vergüenza de los que adoran estatuas (7) y la alegría que reina en Judá y en sus ciudades a causa de las sentencias justas del Señor (8). Vuelve, de este modo, el tema de la alegría y el regocijo que había aparecido ya en la primera parte (1) y que se prolonga en la actividad de los justos (11-12) quienes, además de alegrarse, celebrarán la memoria santa del Señor Rey.
En la primera parte, la Justicia y el Derecho constituían el fundamento sobre el que se asentaba el trono del Señor Rey y era el cielo quien anunciaba la justicia. Ahora, la Justicia y el Derecho se concretan en la historia, pues el Señor Rey avergüenza y confunde a los idólatras (7), se eleva sobre los dioses (9) y, ante todo, establece una alianza con los justos, haciéndoles justicia (10). La justicia del Señor Rey se hace patente por medio de tres acciones: amar, proteger y liberar a los justos (10), que en cierta manera son, en la tierra y en la historia, los que imprimen sabor y colorido a la realeza del Dios y Señor.
Este salmo surgió en un contexto muy parecido al del salmo 98. El pueblo de Dios ha llegado al convencimiento de que no hay más que un Dios para todos, el Señor. Tenemos la superación de un conflicto religioso, caracterizado por los ídolos y por sus adoradores. Los ídolos se postran y reconocen que hay un solo Dios (7b), y los que adoran estatuas e ídolos quedan cubiertos de vergüenza (7a). Tenemos también la superación de un conflicto político o militar, pues se dice que Sión (Jerusalén) se alegra y que las ciudades de Judá exultan por las sentencias justas del Señor (8). De este modo, se resalta la presencia del Señor que hace justicia en un ámbito internacional, es decir, que defiende al pueblo de las agresiones militares extranjeras.
Además, este salmo habla de los enemigos del Señor que son devorados por el fuego que camina delante de él (3) y de los malvados, de cuyas manos libra Dios a los justos. Tenemos aquí al Señor que hace justicia en el ámbito nacional o interno, aliándose con los justos y defendiéndolos.
El ambiente que se respira en este salmo es de pura alegría y gozo a causa de la realeza del Señor. No se menciona con toda claridad la celebración de una fiesta, pero podemos suponer que el pueblo está reunido para festejar al Señor Rey universal o, al menos, que se le convoca con vistas a ello (12). Este salmo sueña con la fraternidad universal entre todos los pueblos. Esta fraternidad es fruto de la realeza del Señor, que hace justicia en todo el universo.
Otro detalle importante es que participa toda la creación, reconociendo al Señor como único soberano Y, más que limitarse a este reconocimiento, la creación colabore en la manifestación de su justicia. Basta considerar lo que hacen, en la primera parte, la tierra, las islas, el fuego, los relámpagos, los montes, el cielo y los pueblos; y, en la segunda, los que adoran estatuas, los que se enorgullecen de los ídolos, todos sus dioses, Sión, las ciudades de Judá y los justos.
“¡El Señor es Rey!». El Antiguo Testamento resume la función del rey en una sola palabra: la justicia. Este salmo afirma que la justicia es el fundamento del trono (esto es, del gobierno) de Dios. El rey de Israel tenía que hacer justicia en dos ámbitos: el internacional y el nacional, el exterior y el interior En el ámbito internacional, tenía que ir a la guerra para defender al pueblo de las agresiones externas. Este salmo nos muestra una aparición del Señor Rey, cuyo gobierno se asienta sobre la Justicia y el Derecho, y que tiene por delante un fuego que devora a los enemigos (2-3). La segunda parte nos muestra cómo se alegran Sión y las ciudades de Judá a causa de las sentencias del Señor Rey (8). También en el ámbito internacional, el Señor se convierte en Rey universal y, como tal, es reconocido por los mismos ídolos que se postran ante él (7b). En el ámbito nacional, este Dios Rey también se encarga de hacer justicia, tal como debían les reyes de Judá, aliándose con los justos, que aborrecen el mal, protegiéndolos y liberándolos de la mano de los malvados (10). De este modo, hace que se eleve la luz para los justos, a los que se invita a celebrar esa memoria santa (11-12).
En el Nuevo Testamento, Jesús encarna este ideal de justicia que inaugura el reinado de Dios. Esta clave de lectura se hace visible especialmente en Mateo (véase lo que se ha dicho, al respecto, a propósito de otros salmos de la realeza del Señor).
Podemos rezar este salmo cuando queramos profundizar en el tema del reinado de Dios («venga a nosotros tu Reino»); en sintonía con todo el universo, que está esperando la justicia de Dios; cuando vemos cómo surgen a cada paso nuevos ídolos y cómo muchos se postran ante ellos, cuando queremos celebrar la presencia de Dios en la historia como aliado en la lucha por la justicia...
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 6,7-15
La referencia a la oración brinda a Mateo la oportunidad de insertar en este sitio la enseñanza del Padre nuestro. Todo guía espiritual y todo grupo de discípulos tenían sus propias modalidades de oración (cf. Lc 11,1). La oración del cristiano debe evitar la ostentación farisaica, pero también la «polilogía» de los paganos, ese multiplicar palabras que resuena en los oídos del Señor como un desagradable murmullo. «Si el pagano habla mucho en la oración —observa Jerónimo—, de ahí se sigue que el cristiano debe hablar poco». Juan Casiano señala que la succinta brevitas en la oración vence las distracciones.
Algunos podrían objetar que «si Dios conoce el objeto de nuestra oración, y si conoce, antes de que formulemos nuestra oración, aquello de lo que tenemos necesidad, es inútil que dirijamos nuestra palabra a quien ya lo sabe todo. A esos —apremia Jerónimo— se les puede responder de manera breve como sigue: nosotros no somos gente que cuenta, sino hombres que suplican. Una cosa es expresar nuestras necesidades a quien no las conoce, y otra pedir ayuda a quien las conoce. Allí se da la comunicación; aquí, el homenaje. Allí contamos de modo fiel nuestras desgracias; aquí, por lo míseros que somos, imploramos». En la Glosa se lee que «Dios quiere que le pidan, a fin de dar sus dones a quienes los desean, de suerte que no envilezcan».
La oración del Señor, que Agustín define como «regla de la oración», contiene «una inmensidad de misterios» (inmensa continet sacramenta) (Landulfo de Sajonia). Está introducida con la doble puesta en guardia respecto a la oración farisaica (vv. 5ss) y a la pagana. Esta última estaba destinada a forzar la voluntad de la divinidad para que atendiera a las peticiones de sus devotos. Por eso era prolija y ruidosa. La oración enseñada por Jesús, más que intentar hacernos oír por Dios, nos compromete a escuchar a Dios, es decir, a entrar en su plan de salvación.
El Padre nuestro puede ser leído como «el compendio de todo el Evangelio» (Tertuliano), y, en efecto, resulta fácil encontrar no pocas citas en el texto sagrado donde se confirma que, antes de darla a los discípulos, fue la oración del mismo Cristo.
El Padre nuestro se presenta, antes que nada, como la fórmula de alianza en la que están recogidos todos los compromisos que el hombre está llamado a asumir (santificación del nombre, edificación del Reino y cumplimiento de la voluntad divina) y los dones que recibe (pan de vida, remisión de los pecados, liberación del maligno). En segundo lugar, los modos verbales típicos, intraducibles a las lenguas modernas, indican que los designios divinos ensalzan un cumplimiento absoluto e incondicional, aunque su traducción a la vida real de los hombres a lo largo de la historia puede sufrir desmentidos y retrasos.
Dado que el Padre nuestro es la regla de la oración cristiana, estudiaré las posibilidades de profundizar en las modalidades con las que «recitarlo»; mejor aún, “vivirlo”. En primer lugar, pensando en la triple señal de la cruz que hago sobre la frente, sobre los labios y sobre el pecho antes de la proclamación del Evangelio, intentaré activar la mente y el corazón con la boca, a fin de que las palabras del Señor puedan morar en mí. Si ninguna de ellas debe caer en el vacío, sino que todas han de cumplirse, eso vale en especial para el Padre nuestro.
Eso reviste un carácter sacramental, en la medida en que me hace hijo de Dios y constituye la renovación cotidiana de la alianza, con los compromisos que incluye (primera parte del Padre nuestro) y los beneficios que otorga (segunda parte). Así pues, tomando conciencia de que me estoy dirigiendo al Padre, me identifico con la mente y con los sentimientos de Cristo y acojo el “grito” del Espíritu de adopción. Al pronunciar las palabras «con una atención total», me detendré en cada frase hasta que “encuentre significados, comparaciones [con otros textos evangélicos], gustos y consuelos” (Ignacio de Loyola).
Comentario del Santo Evangelio: Mt 6,7-15, para nuestros Mayores. El padrenuestro.
El don del padrenuestro. Era costumbre de la época que cada grupo o secta religiosa tuviese sus oraciones específicas. El padrenuestro es la oración específica cristiana. Israel tenía como oración oficial el “Sema Israel” (“Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios”), que recitaba todo judío al iniciar la jornada y al terminarla, Se trataba de una especie de símbolo de la fe. Los discípulos de Jesús piden al Maestro una oración propia, al estilo de como el Bautista se la había enseñado a los suyos.
Mateo y Lucas presentan una especie de catecismo sobre la oración a base de diferentes sentencias de Jesús y con destino a neófitos. Tanto Mateo como Lucas han adoptado el texto del padrenuestro que se usaba en sus comunidades respectivas.
El padrenuestro es un precioso regalo de Jesús, el sagrario de su espíritu. En él nos entrega su intimidad, sus sentimientos, las grandes preocupaciones y las actitudes que rigieron toda su vida. Rezarlo es ponerse en comunión con él y con millones y millones de cristianos, de santos, que lo han recitado con los labios abrasados por el entusiasmo. Como Jesús conocía perfectamente los gustos del Padre, sabemos que le agrada hondamente escuchar esta oración.
Los Santos Padres le dedicaron muchos de sus sabrosos comentarios. Desde los primeros tiempos de la Iglesia hasta la Edad Moderna, se entregaba solemnemente a los catecúmenos como un gran regalo de Dios. Fue la única ‘fórmula” de oración que Jesús nos enseñó; pero es mucho más que una fórmula para recitar; es todo un estilo de vida para los hijos de Dios, para la comunidad cristiana. El don del padrenuestro ha de implicar para nosotros valorarlo, entenderlo, recitarlo, saborearlo y vivirlo.
Compendio del Evangelio. Hay que empezar por entenderlo. He podido comprobar en grupos cristianos la ignorancia que existe con respecto al significado de sus invocaciones. Sin ir más lejos, en la primera invocación: “Padre nuestro que estás en el cielo”. Cuando decimos “Padre nuestro del cielo” no indicamos distancia, sino trascendencia y la invisibilidad de un Dios que nos inhabita. No es sólo cuestión de decir lo que Jesús dijo y nos enseñó a decir, sino decirlo con el mismo sentido con que él lo dijo. Puedo rezar “venga tu reino” y entender por reino de Dios un reino teocrático, político, al estilo de los judíos. Puedo pedir avariciosamente “el pan de cada día”; puedo decir “hágase tu voluntad” y estar pensando más en que Él haga la mía; puedo decir rutinariamente “como nosotros perdonamos” y no perdonar. Es cuestión de orar con el padrenuestro con la misma intención con que lo recitó Jesús.
Un teólogo afirmaba: “El padrenuestro es el mayor mártir de la historia, porque nadie ha sido más maltratado que él”. Se necesita una catequesis sobre él. Es la oración de la nueva Alianza, en la que se expresa lo que tiene de don y de tarea, de gracia y de exigencia.
La oración empieza con la invocación Padre nuestro. La consideración de Dios como padre no era infrecuente en las religiones antiguas y en el Antiguo Testamento por haber librado a su pueblo de la esclavitud, pero no en el sentido profundo con que lo dice Jesús, Hijo de Dios. Estamos ante la característica de la predicación de Jesús que más impresionó a los primeros cristianos; hasta tal punto que se ha respetado la palabra Abba y así ha llegado hasta nosotros en los textos del Nuevo Testamento. Por eso el padrenuestro es la oración de los hijos de Dios.
Como consecuencia, el padrenuestro es también la oración de la fraternidad entre los hijos de Dios. No es fácil reconocer a los demás como hermanos sin reconocer a Dios como Padre común. Por eso está formulado en sentido comunitario: Padre “nuestro”, pan “nuestro”, “nuestras” ofensas... No tiene nada de oración individualista ni egocéntrica. Refleja el compromiso por un orden nuevo. Es una oración revolucionaria.
Oración comprometedora. Todo gira en torno al Reino, el proyecto de Dios sobre los hombres, la sociedad fraterna, alternativa a una sociedad de desorden por el pecado. Pedimos que Dios sea “santificado”, reconocido como Padre de todos, hacer su voluntad, que todos nos comportemos de verdad como hermanos, que nos perdonemos y vivamos reconciliados, que compartamos el pan de cada día...
Se la dirigimos al Padre, movidos por el Espíritu, en comunión con el Hijo. El Espíritu de Dios grita en lo profundo del corazón: “Abbá!” (“Papá”). Oramos como Cristo, con Cristo y por Cristo. Jesús se asocia a nuestra oración. El padrenuestro es una oración en la que participa toda la Familia divina.
Es también norma de vida. Tertuliano lo llamaba “compendio del Evangelio”. Pedimos aquello que nos comprometemos a vivir. Muchos rezadores si supieran lo que piden, se callarían. “Orar es comprometerse” en aquello que pedimos. Si pido “venga a nosotros tu reino”, significa que me comprometo a poner lo que soy y lo que tengo al servicio del Reino. La autenticidad de la oración supone decir con los labios lo que el corazón siente. Todos los cristianos rezamos las mismas palabras, pero cada padrenuestro es distinto: el de Francisco de Asís y el de cualquier cristiano rutinario.
Hemos de rezarlo con profundo respeto, con el mismo con que tocamos con nuestras manos y nuestra lengua el cuerpo del Señor. Jesús advierte que no aturdamos a Dios con muchos rezos como si le fuéramos a convencer a fuerza de repetir maquinalmente padrenuestros u otras oraciones. Más vale rezar uno en cinco minutos que cinco en un minuto. ¡Qué fecundo es rezarlo de vez en cuando meditativa y contemplativamente!
Comentario del Santo Evangelio: Mt 6, 1-18;7-15, de Joven para Joven. Actuad en lo secreto.
Jesús considera los tres fundamentos de la religiosidad judía —la limosna, la oración y el ayuno— y los reconduce a una dimensión de mayor interioridad. A buen seguro, es necesario practicar la justicia (v. 1), esto es, corresponder a las exigencias divinas, pero lo que da significado y valor a todos los actos humanos es la intención del corazón. A partir de la afirmación inicial se desarrollan tres cuadros estructurados de una manera idéntica para favorecer la memorización. A la parodia de una actitud hipócrita le sigue una clara sentencia de reprobación y una indicación positiva. Jesús dirige la atención a la finalidad (recompensa) que nos prefijamos, porque, aun cuando la acción sea buena y piadosa, su finalidad puede ser perversa, estar dirigida al provecho de la propia vanidad. El bien, en cambio, debemos alcanzarlo siempre de aquel que es su fuente, el Padre, y estar orientado en última instancia a él. El secreto en su realización es garantía de autenticidad, mientras que su exhibición está considerada como hipocresía, que, en el griego bíblico, significa no sólo ficción, sino verdadera impiedad. El cuadro central se amplía con la enseñanza del padrenuestro. Las expresiones con las que Jesús introduce y concluye esta oración proporcionan su clave de lectura: es una oración de plena confianza en un Dios que es Padre omnipotente y bueno, pero que no puede ser plegado de una manera mágica a nuestros fines (vv. 7s); y es impetración de misericordia que nos remite a los otros, para emprender un camino de reconciliación y de fraternidad (vv 14s). Su originalidad no está en las peticiones particulares, que ya se encuentran de una manera semejante en la liturgia sinagogal, sino en la relación filial con Dios, que aparece en la oración de Jesús y en toda su vida, algo que él comunica a sus discípulos. Por otra parte, Jesús dispone las invocaciones en un orden que confiere un nuevo sello a la oración: las tres primeras están orientadas al cumplimiento escatológico del designio del Padre, y las otras cuatro tienen que ver con el hombre y con sus necesidades actuales. Eternidad y tiempo, gloria de Dios y vida del hombre constituyen el horizonte de la existencia cristiana y el objeto de la oración que florece en lo secreto de un corazón puro.
Si hemos abierto el corazón a la escucha de la Palabra, hoy sentiremos resonar en nosotros, como un eco, esta pregunta: ¿Por qué? ¿Por quién? Estas pocas sílabas bastan para reconducir todo nuestro hacer, todos nuestros criterios, a su motivación profunda. Ahora bien, Jesús no quiere guiamos sólo a la introspección psicológica; quiere llevarnos a la verdadera interioridad, de donde brotan todo gesto y toda palabra con una luminosa pureza. Lamentablemente, siempre estamos necesitados de aprobación y sentimos la tentación de transformar en vanidad las seguridades que nos vienen de los otros, hasta el punto de que tendemos a buscarnos un público, a pedir aplausos incluso para las acciones más nobles y santas, de las que hoy nos ha hablado el evangelio: la solidaridad diligente con los que se encuentran en necesidad, la oración, la mortificación.
Esta «comedia» —hipócrita significa también actor— es, sin embargo, impiedad, según la Biblia. ¿Por qué actúas? ¿Por quién lo haces? Jesús hoy nos enseña que hay alguien que siempre nos mira y ve en lo secreto de nuestras acciones, aunque no con la mirada sin piedad de un juez omnipresente, sino con una mirada infinitamente piadosa de Padre que nos quiere humildes y auténticos. Cuando rechacemos la tentación de buscar una «recompensa» para nuestra presunta bondad y persigamos de manera gratuita la gloria de Dios y el bien de los hermanos, entonces se nos dará la verdadera recompensa: la comunión con el Señor, una recompensa que nunca podremos exigir. Entonces florecerá en nuestro corazón el don de la oración filial: Padre nuestro... Entonces madurará en nosotros el fruto de una vida fraterna: el perdón.
Elevación Espiritual para este día.
Porque quien da a Dios el nombre de Padre, por ese solo nombre confiesa ya que se le perdonan los pecados, que se le remite el castigo, que se le justifica, que se le santifica, que se le redime, que se le adopta por hijo, que se le hace heredero, que se le admite a la hermandad con el Hijo unigénito, que se le da el Espíritu Santo. No es, en efecto, posible darle a Dios el nombre de Padre y no alcanzar todos esos bienes. Y con este solo golpe, mata el Señor el odio, reprime la soberbia, destierra la envidia, trae la caridad, madre de todos los bienes; elimina la desigualdad de las cosas humanas y nos muestra que el mismo honor merece el emperador que el mendigo, comoquiera que, en las cosas más grandes y necesarias, todos somos iguales.
Reflexión Espiritual para el día.
La primera parte del Padre nuestro va, de una manera atrevida, del tú al Dios que se ha revelado como amor. Se trata de una oración de agradecimiento llena de júbilo por el hecho de que podamos llamar, amar y alabar de manera confiada al Santísimo como Nuestro Padre y como nuestro tú. Expresa el compromiso de verificar nuestras aspiraciones y nuestras acciones, a fin de ver si y hasta qué punto se toman en serio y honran el nombre del Padre y nuestra vocación de hijos a hijas suyos. Y, no por último, nos pone sobre todo frente a nuestra misión de promover, para honor del único Dios y Padre, la paz y la solidaridad salvífica entre todos los hombres.
Recitar el Padre nuestro significa preguntarse por la seriedad con la que tomamos, intentamos comprender y confesamos con actos concretos el plan salvífico de Dios. Un rasgo fundamental e imprescindible del compromiso que hemos asumido en virtud del Espíritu Santo y con la mirada puesta en el Hijo predilecto es el de amar a Dios en todo y por encima de todo y cumplir su voluntad santa y amorosa.
La segunda parte del Padre nuestro habla del amor al prójimo en unión con Jesús. Se trata del «Nosotros», de vivir de manera radical la solidaridad salvífica de Jesús con todos los hombres y en todos los campos de la vida. La conciencia adquirida de que la recitación del Padre nuestro nos introduce, de manera semejante al bautismo de Jesús en el Jordán, en la vida trinitaria de Dios, así como nuestra opción fundamental en favor de la solidaridad salvífica en todos los campos, nos ayudarán, sin la menor duda, a conferir un perfil cada vez más claro y convincente a nuestro programa de vida.
Los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Eclesiástico 48, 1-15 (48, 14. 9-1 1). Elías y Eliseo
Relacionados estrechamente entre sí, Elías y Eliseo son las dos figuras religiosas que se destacan con más relieve en el s. IV a. J. C. Uno después de otro, los dos ejercen el ministerio en el reino del norte en un momento crítico para el yahvismo.
Elías podría ser calificado como el profeta del fuego. Por lo menos una media docena de veces aparece esta palabra o algún sinónimo equivalente en nuestra lectura. Y en realidad toda la persona y la actividad de Elías se queman en un celo ardiente por la causa del yahvismo.
La figura de Elías es una de las que el Eclesiástico evoca con más cariño, según se refleja incluso en la forma literaria. La situación religiosa que vivía Ben Sirá era muy similar a la del s. IX a. J. C.; de ahí que el recuerdo de Elías y su vida al servicio de la ortodoxia yahvista era un llamamiento implícito a los acontecimientos contemporáneos.
El Eclesiástico recuerda brevemente una docena de episodios de la vida de Elías: el hambre, que hizo perecer gran número de israelitas; la célebre sequía; por tres veces hizo descender fuego del cielo, una de ellas sobre el altar del monte Carmelo en presencia de los profetas de Baal; la resurrección del hijo de la viuda de Sarepta; hizo bajar reyes a la tumba y precipitó hombres insignes fuera de su lecho (se refiere a Ajab, Ococías y Joram); en el Sinaí oyó la voz de Dios que le reprendía por su timidez y le ordenaba promulgar castigos; ungió reyes y profetas, fue arrebatado al cielo en carro de fuego; fue designado como precursor del Mesías, para aplacar la ira antes de que estallase (Mal 3, 23-24). En general, todas estas noticias sobre Elías están tomadas del 1Re 17 y ss.
El elogio de Elías se termina con un llamamiento a la esperanza mesiánica. La versión griega parece pensar también en la esperanza en la bienaventuranza futura. Pero esta esperanza no se armoniza con el resto del libro, que desconoce todavía los dogmas de ultratumba.
El espíritu de Elías fue heredado por su discípulo Eliseo, célebre por su actividad taumatúrgica. Firme e intrépido, Eliseo no se dejó intimidar ni dominar por nadie ni siquiera por los príncipes. En este aspecto también Eliseo, no sólo Elías, presagia la figura del Bautista, que no se amilana ante las amenazas de Herodes. Esta alusión a los príncipes subraya, asimismo, la intervención de Eliseo en los asuntos políticos del reino. En esto se distingue de Elías, que se centró más en lo moral y religioso. Nada había imposible para Eliseo. Su eficacia profética y taumatúrgica continuó activa, incluso después de su muerte (2Re 13, 20-2 1). Para encuadrar en su contexto lo que el Eclesiástico dice de Eliseo es necesario leer 2Re 2—13. +
El texto del Eclesiástico constituye algo así como el elogio fúnebre de los profetas Elías y Eliseo, que desarrollaron su ministerio en el reino del Norte (siglo IX a. de C.), en un momento crítico para el yahvismo. De Elías, el profeta de fuego, se recuerda el papel que desarrolló en la carestía y en la sequía, la llama encendida por tres veces en el Carmelo, la ayuda que prestó a la viuda de Sarepta, la oposición que ejerció respecto a Ajab, Ocacías (853-852) y Jorán (852-841), su frecuentación de la montaña santa (cf. 1 Re 19,9-14), la unción y el repudio del rey, la investidura de profetas y, por último, su ascensión al cielo. Una alusión al futuro papel mesiánico del profeta, como se recuerda también en Mal 3,23ss.
De Eliseo, cuyo nombre significa «Dios salva», se recuerda el papel político y taumatúrgico que desempeñó (con una alusión al prodigio póstumo del que se habla en 2 Re 13,2Oss). Este último aspecto ha sido repetido en diferentes circunstancias, incluso por la liturgia: la sunamita y el doble nacimiento del hijo (2 Re 4,8-37); la multiplicación de los panes (2 Re 4,42-44); la curación de Naamán (2 Re 5).
Comentario del Salmo 96
La expresión « ¡El Señor es Rey!», que abre este salmo, lo caracteriza como un salmo de la realeza del Señor. Todo lo que viene a continuación desarrolla y explica esta afirmación.
Este salmo tiene dos partes: 1-6 y 7-12. En la primera (1-6) hay una especie de teofanía, es decir, una manifestación del Señor como Rey universal. Dios es presentado en su trono, rodeado de Tinieblas y de Nubes, con la Justicia y el Derecho como estrado de sus pies (2). Delante de él avanza un fuego devorador (3), Sus relámpagos lo iluminan todo (4). Los montes se derriten como la cera (5), mientras que el cielo anuncia su justicia y los pueblos contemplan su gloria (6). Se trata, pues, de una presentación maravillosa del Señor Rey, cuya misión principal es hacer justicia en todo el mundo. La creación en su totalidad reacciona.
Nótese, por ejemplo, lo que hace la tierra ante el anuncio de que Dios es su Señor (5b): exulta (1b) y se estremece (4b). Se ale gran las islas (1b). Los montes se derriten (4a). El cielo anuncia la justicia del Señor (6a). Participando de esta especie de reacción en cadena y coronándola, todos los pueblos contemplan su gloria (6b).
En esta parte, podemos descubrir algunas imágenes fuertes: la de una tempestad (tinieblas, nubes, fuego, relámpagos), la de un terremoto (la tierra se estremece) y, probablemente, la de un volcán (los montes se derriten). Es importante que nos demos cuenta de que participa toda la creación: la tierra, las islas, el fuego, los relámpagos, los montes, los cielos y los pueblos (un total de siete elementos). Cada elemento de la creación reacciona a su modo: la tierra exulta y se estremece, las islas se alegran, el fuego devora a los enemigos del Señor, los relámpagos deslumbran iluminándolo todo. Los montes se derriten, el cielo anuncia y los pueblos contemplan... La tarea que le corresponde al cielo es importante, a saber, la de anunciar el fundamento que sostiene la realeza del Señor. De hecho, en el versículo 2, se dice que este fundamento está compuesto por la Justicia y el Derecho, y es precisamente esta justicia lo que anuncia el cielo (6a), moviendo a los pueblos a la contemplación de la gloria del Señor Rey (6b).
La segunda parte (7-12) retoma este último motivo (el de los pueblos contemplando la gloria del Señor) y lo desarrolla. Hay uno claro oposición entre la situación de vergüenza de los que adoran estatuas (7) y la alegría que reina en Judá y en sus ciudades a causa de las sentencias justas del Señor (8). Vuelve, de este modo, el tema de la alegría y el regocijo que había aparecido ya en la primera parte (1) y que se prolonga en la actividad de los justos (11-12) quienes, además de alegrarse, celebrarán la memoria santa del Señor Rey.
En la primera parte, la Justicia y el Derecho constituían el fundamento sobre el que se asentaba el trono del Señor Rey y era el cielo quien anunciaba la justicia. Ahora, la Justicia y el Derecho se concretan en la historia, pues el Señor Rey avergüenza y confunde a los idólatras (7), se eleva sobre los dioses (9) y, ante todo, establece una alianza con los justos, haciéndoles justicia (10). La justicia del Señor Rey se hace patente por medio de tres acciones: amar, proteger y liberar a los justos (10), que en cierta manera son, en la tierra y en la historia, los que imprimen sabor y colorido a la realeza del Dios y Señor.
Este salmo surgió en un contexto muy parecido al del salmo 98. El pueblo de Dios ha llegado al convencimiento de que no hay más que un Dios para todos, el Señor. Tenemos la superación de un conflicto religioso, caracterizado por los ídolos y por sus adoradores. Los ídolos se postran y reconocen que hay un solo Dios (7b), y los que adoran estatuas e ídolos quedan cubiertos de vergüenza (7a). Tenemos también la superación de un conflicto político o militar, pues se dice que Sión (Jerusalén) se alegra y que las ciudades de Judá exultan por las sentencias justas del Señor (8). De este modo, se resalta la presencia del Señor que hace justicia en un ámbito internacional, es decir, que defiende al pueblo de las agresiones militares extranjeras.
Además, este salmo habla de los enemigos del Señor que son devorados por el fuego que camina delante de él (3) y de los malvados, de cuyas manos libra Dios a los justos. Tenemos aquí al Señor que hace justicia en el ámbito nacional o interno, aliándose con los justos y defendiéndolos.
El ambiente que se respira en este salmo es de pura alegría y gozo a causa de la realeza del Señor. No se menciona con toda claridad la celebración de una fiesta, pero podemos suponer que el pueblo está reunido para festejar al Señor Rey universal o, al menos, que se le convoca con vistas a ello (12). Este salmo sueña con la fraternidad universal entre todos los pueblos. Esta fraternidad es fruto de la realeza del Señor, que hace justicia en todo el universo.
Otro detalle importante es que participa toda la creación, reconociendo al Señor como único soberano Y, más que limitarse a este reconocimiento, la creación colabore en la manifestación de su justicia. Basta considerar lo que hacen, en la primera parte, la tierra, las islas, el fuego, los relámpagos, los montes, el cielo y los pueblos; y, en la segunda, los que adoran estatuas, los que se enorgullecen de los ídolos, todos sus dioses, Sión, las ciudades de Judá y los justos.
“¡El Señor es Rey!». El Antiguo Testamento resume la función del rey en una sola palabra: la justicia. Este salmo afirma que la justicia es el fundamento del trono (esto es, del gobierno) de Dios. El rey de Israel tenía que hacer justicia en dos ámbitos: el internacional y el nacional, el exterior y el interior En el ámbito internacional, tenía que ir a la guerra para defender al pueblo de las agresiones externas. Este salmo nos muestra una aparición del Señor Rey, cuyo gobierno se asienta sobre la Justicia y el Derecho, y que tiene por delante un fuego que devora a los enemigos (2-3). La segunda parte nos muestra cómo se alegran Sión y las ciudades de Judá a causa de las sentencias del Señor Rey (8). También en el ámbito internacional, el Señor se convierte en Rey universal y, como tal, es reconocido por los mismos ídolos que se postran ante él (7b). En el ámbito nacional, este Dios Rey también se encarga de hacer justicia, tal como debían les reyes de Judá, aliándose con los justos, que aborrecen el mal, protegiéndolos y liberándolos de la mano de los malvados (10). De este modo, hace que se eleve la luz para los justos, a los que se invita a celebrar esa memoria santa (11-12).
En el Nuevo Testamento, Jesús encarna este ideal de justicia que inaugura el reinado de Dios. Esta clave de lectura se hace visible especialmente en Mateo (véase lo que se ha dicho, al respecto, a propósito de otros salmos de la realeza del Señor).
Podemos rezar este salmo cuando queramos profundizar en el tema del reinado de Dios («venga a nosotros tu Reino»); en sintonía con todo el universo, que está esperando la justicia de Dios; cuando vemos cómo surgen a cada paso nuevos ídolos y cómo muchos se postran ante ellos, cuando queremos celebrar la presencia de Dios en la historia como aliado en la lucha por la justicia...
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 6,7-15
La referencia a la oración brinda a Mateo la oportunidad de insertar en este sitio la enseñanza del Padre nuestro. Todo guía espiritual y todo grupo de discípulos tenían sus propias modalidades de oración (cf. Lc 11,1). La oración del cristiano debe evitar la ostentación farisaica, pero también la «polilogía» de los paganos, ese multiplicar palabras que resuena en los oídos del Señor como un desagradable murmullo. «Si el pagano habla mucho en la oración —observa Jerónimo—, de ahí se sigue que el cristiano debe hablar poco». Juan Casiano señala que la succinta brevitas en la oración vence las distracciones.
Algunos podrían objetar que «si Dios conoce el objeto de nuestra oración, y si conoce, antes de que formulemos nuestra oración, aquello de lo que tenemos necesidad, es inútil que dirijamos nuestra palabra a quien ya lo sabe todo. A esos —apremia Jerónimo— se les puede responder de manera breve como sigue: nosotros no somos gente que cuenta, sino hombres que suplican. Una cosa es expresar nuestras necesidades a quien no las conoce, y otra pedir ayuda a quien las conoce. Allí se da la comunicación; aquí, el homenaje. Allí contamos de modo fiel nuestras desgracias; aquí, por lo míseros que somos, imploramos». En la Glosa se lee que «Dios quiere que le pidan, a fin de dar sus dones a quienes los desean, de suerte que no envilezcan».
La oración del Señor, que Agustín define como «regla de la oración», contiene «una inmensidad de misterios» (inmensa continet sacramenta) (Landulfo de Sajonia). Está introducida con la doble puesta en guardia respecto a la oración farisaica (vv. 5ss) y a la pagana. Esta última estaba destinada a forzar la voluntad de la divinidad para que atendiera a las peticiones de sus devotos. Por eso era prolija y ruidosa. La oración enseñada por Jesús, más que intentar hacernos oír por Dios, nos compromete a escuchar a Dios, es decir, a entrar en su plan de salvación.
El Padre nuestro puede ser leído como «el compendio de todo el Evangelio» (Tertuliano), y, en efecto, resulta fácil encontrar no pocas citas en el texto sagrado donde se confirma que, antes de darla a los discípulos, fue la oración del mismo Cristo.
El Padre nuestro se presenta, antes que nada, como la fórmula de alianza en la que están recogidos todos los compromisos que el hombre está llamado a asumir (santificación del nombre, edificación del Reino y cumplimiento de la voluntad divina) y los dones que recibe (pan de vida, remisión de los pecados, liberación del maligno). En segundo lugar, los modos verbales típicos, intraducibles a las lenguas modernas, indican que los designios divinos ensalzan un cumplimiento absoluto e incondicional, aunque su traducción a la vida real de los hombres a lo largo de la historia puede sufrir desmentidos y retrasos.
Dado que el Padre nuestro es la regla de la oración cristiana, estudiaré las posibilidades de profundizar en las modalidades con las que «recitarlo»; mejor aún, “vivirlo”. En primer lugar, pensando en la triple señal de la cruz que hago sobre la frente, sobre los labios y sobre el pecho antes de la proclamación del Evangelio, intentaré activar la mente y el corazón con la boca, a fin de que las palabras del Señor puedan morar en mí. Si ninguna de ellas debe caer en el vacío, sino que todas han de cumplirse, eso vale en especial para el Padre nuestro.
Eso reviste un carácter sacramental, en la medida en que me hace hijo de Dios y constituye la renovación cotidiana de la alianza, con los compromisos que incluye (primera parte del Padre nuestro) y los beneficios que otorga (segunda parte). Así pues, tomando conciencia de que me estoy dirigiendo al Padre, me identifico con la mente y con los sentimientos de Cristo y acojo el “grito” del Espíritu de adopción. Al pronunciar las palabras «con una atención total», me detendré en cada frase hasta que “encuentre significados, comparaciones [con otros textos evangélicos], gustos y consuelos” (Ignacio de Loyola).
Comentario del Santo Evangelio: Mt 6,7-15, para nuestros Mayores. El padrenuestro.
El don del padrenuestro. Era costumbre de la época que cada grupo o secta religiosa tuviese sus oraciones específicas. El padrenuestro es la oración específica cristiana. Israel tenía como oración oficial el “Sema Israel” (“Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios”), que recitaba todo judío al iniciar la jornada y al terminarla, Se trataba de una especie de símbolo de la fe. Los discípulos de Jesús piden al Maestro una oración propia, al estilo de como el Bautista se la había enseñado a los suyos.
Mateo y Lucas presentan una especie de catecismo sobre la oración a base de diferentes sentencias de Jesús y con destino a neófitos. Tanto Mateo como Lucas han adoptado el texto del padrenuestro que se usaba en sus comunidades respectivas.
El padrenuestro es un precioso regalo de Jesús, el sagrario de su espíritu. En él nos entrega su intimidad, sus sentimientos, las grandes preocupaciones y las actitudes que rigieron toda su vida. Rezarlo es ponerse en comunión con él y con millones y millones de cristianos, de santos, que lo han recitado con los labios abrasados por el entusiasmo. Como Jesús conocía perfectamente los gustos del Padre, sabemos que le agrada hondamente escuchar esta oración.
Los Santos Padres le dedicaron muchos de sus sabrosos comentarios. Desde los primeros tiempos de la Iglesia hasta la Edad Moderna, se entregaba solemnemente a los catecúmenos como un gran regalo de Dios. Fue la única ‘fórmula” de oración que Jesús nos enseñó; pero es mucho más que una fórmula para recitar; es todo un estilo de vida para los hijos de Dios, para la comunidad cristiana. El don del padrenuestro ha de implicar para nosotros valorarlo, entenderlo, recitarlo, saborearlo y vivirlo.
Compendio del Evangelio. Hay que empezar por entenderlo. He podido comprobar en grupos cristianos la ignorancia que existe con respecto al significado de sus invocaciones. Sin ir más lejos, en la primera invocación: “Padre nuestro que estás en el cielo”. Cuando decimos “Padre nuestro del cielo” no indicamos distancia, sino trascendencia y la invisibilidad de un Dios que nos inhabita. No es sólo cuestión de decir lo que Jesús dijo y nos enseñó a decir, sino decirlo con el mismo sentido con que él lo dijo. Puedo rezar “venga tu reino” y entender por reino de Dios un reino teocrático, político, al estilo de los judíos. Puedo pedir avariciosamente “el pan de cada día”; puedo decir “hágase tu voluntad” y estar pensando más en que Él haga la mía; puedo decir rutinariamente “como nosotros perdonamos” y no perdonar. Es cuestión de orar con el padrenuestro con la misma intención con que lo recitó Jesús.
Un teólogo afirmaba: “El padrenuestro es el mayor mártir de la historia, porque nadie ha sido más maltratado que él”. Se necesita una catequesis sobre él. Es la oración de la nueva Alianza, en la que se expresa lo que tiene de don y de tarea, de gracia y de exigencia.
La oración empieza con la invocación Padre nuestro. La consideración de Dios como padre no era infrecuente en las religiones antiguas y en el Antiguo Testamento por haber librado a su pueblo de la esclavitud, pero no en el sentido profundo con que lo dice Jesús, Hijo de Dios. Estamos ante la característica de la predicación de Jesús que más impresionó a los primeros cristianos; hasta tal punto que se ha respetado la palabra Abba y así ha llegado hasta nosotros en los textos del Nuevo Testamento. Por eso el padrenuestro es la oración de los hijos de Dios.
Como consecuencia, el padrenuestro es también la oración de la fraternidad entre los hijos de Dios. No es fácil reconocer a los demás como hermanos sin reconocer a Dios como Padre común. Por eso está formulado en sentido comunitario: Padre “nuestro”, pan “nuestro”, “nuestras” ofensas... No tiene nada de oración individualista ni egocéntrica. Refleja el compromiso por un orden nuevo. Es una oración revolucionaria.
Oración comprometedora. Todo gira en torno al Reino, el proyecto de Dios sobre los hombres, la sociedad fraterna, alternativa a una sociedad de desorden por el pecado. Pedimos que Dios sea “santificado”, reconocido como Padre de todos, hacer su voluntad, que todos nos comportemos de verdad como hermanos, que nos perdonemos y vivamos reconciliados, que compartamos el pan de cada día...
Se la dirigimos al Padre, movidos por el Espíritu, en comunión con el Hijo. El Espíritu de Dios grita en lo profundo del corazón: “Abbá!” (“Papá”). Oramos como Cristo, con Cristo y por Cristo. Jesús se asocia a nuestra oración. El padrenuestro es una oración en la que participa toda la Familia divina.
Es también norma de vida. Tertuliano lo llamaba “compendio del Evangelio”. Pedimos aquello que nos comprometemos a vivir. Muchos rezadores si supieran lo que piden, se callarían. “Orar es comprometerse” en aquello que pedimos. Si pido “venga a nosotros tu reino”, significa que me comprometo a poner lo que soy y lo que tengo al servicio del Reino. La autenticidad de la oración supone decir con los labios lo que el corazón siente. Todos los cristianos rezamos las mismas palabras, pero cada padrenuestro es distinto: el de Francisco de Asís y el de cualquier cristiano rutinario.
Hemos de rezarlo con profundo respeto, con el mismo con que tocamos con nuestras manos y nuestra lengua el cuerpo del Señor. Jesús advierte que no aturdamos a Dios con muchos rezos como si le fuéramos a convencer a fuerza de repetir maquinalmente padrenuestros u otras oraciones. Más vale rezar uno en cinco minutos que cinco en un minuto. ¡Qué fecundo es rezarlo de vez en cuando meditativa y contemplativamente!
Comentario del Santo Evangelio: Mt 6, 1-18;7-15, de Joven para Joven. Actuad en lo secreto.
Jesús considera los tres fundamentos de la religiosidad judía —la limosna, la oración y el ayuno— y los reconduce a una dimensión de mayor interioridad. A buen seguro, es necesario practicar la justicia (v. 1), esto es, corresponder a las exigencias divinas, pero lo que da significado y valor a todos los actos humanos es la intención del corazón. A partir de la afirmación inicial se desarrollan tres cuadros estructurados de una manera idéntica para favorecer la memorización. A la parodia de una actitud hipócrita le sigue una clara sentencia de reprobación y una indicación positiva. Jesús dirige la atención a la finalidad (recompensa) que nos prefijamos, porque, aun cuando la acción sea buena y piadosa, su finalidad puede ser perversa, estar dirigida al provecho de la propia vanidad. El bien, en cambio, debemos alcanzarlo siempre de aquel que es su fuente, el Padre, y estar orientado en última instancia a él. El secreto en su realización es garantía de autenticidad, mientras que su exhibición está considerada como hipocresía, que, en el griego bíblico, significa no sólo ficción, sino verdadera impiedad. El cuadro central se amplía con la enseñanza del padrenuestro. Las expresiones con las que Jesús introduce y concluye esta oración proporcionan su clave de lectura: es una oración de plena confianza en un Dios que es Padre omnipotente y bueno, pero que no puede ser plegado de una manera mágica a nuestros fines (vv. 7s); y es impetración de misericordia que nos remite a los otros, para emprender un camino de reconciliación y de fraternidad (vv 14s). Su originalidad no está en las peticiones particulares, que ya se encuentran de una manera semejante en la liturgia sinagogal, sino en la relación filial con Dios, que aparece en la oración de Jesús y en toda su vida, algo que él comunica a sus discípulos. Por otra parte, Jesús dispone las invocaciones en un orden que confiere un nuevo sello a la oración: las tres primeras están orientadas al cumplimiento escatológico del designio del Padre, y las otras cuatro tienen que ver con el hombre y con sus necesidades actuales. Eternidad y tiempo, gloria de Dios y vida del hombre constituyen el horizonte de la existencia cristiana y el objeto de la oración que florece en lo secreto de un corazón puro.
Si hemos abierto el corazón a la escucha de la Palabra, hoy sentiremos resonar en nosotros, como un eco, esta pregunta: ¿Por qué? ¿Por quién? Estas pocas sílabas bastan para reconducir todo nuestro hacer, todos nuestros criterios, a su motivación profunda. Ahora bien, Jesús no quiere guiamos sólo a la introspección psicológica; quiere llevarnos a la verdadera interioridad, de donde brotan todo gesto y toda palabra con una luminosa pureza. Lamentablemente, siempre estamos necesitados de aprobación y sentimos la tentación de transformar en vanidad las seguridades que nos vienen de los otros, hasta el punto de que tendemos a buscarnos un público, a pedir aplausos incluso para las acciones más nobles y santas, de las que hoy nos ha hablado el evangelio: la solidaridad diligente con los que se encuentran en necesidad, la oración, la mortificación.
Esta «comedia» —hipócrita significa también actor— es, sin embargo, impiedad, según la Biblia. ¿Por qué actúas? ¿Por quién lo haces? Jesús hoy nos enseña que hay alguien que siempre nos mira y ve en lo secreto de nuestras acciones, aunque no con la mirada sin piedad de un juez omnipresente, sino con una mirada infinitamente piadosa de Padre que nos quiere humildes y auténticos. Cuando rechacemos la tentación de buscar una «recompensa» para nuestra presunta bondad y persigamos de manera gratuita la gloria de Dios y el bien de los hermanos, entonces se nos dará la verdadera recompensa: la comunión con el Señor, una recompensa que nunca podremos exigir. Entonces florecerá en nuestro corazón el don de la oración filial: Padre nuestro... Entonces madurará en nosotros el fruto de una vida fraterna: el perdón.
Elevación Espiritual para este día.
Porque quien da a Dios el nombre de Padre, por ese solo nombre confiesa ya que se le perdonan los pecados, que se le remite el castigo, que se le justifica, que se le santifica, que se le redime, que se le adopta por hijo, que se le hace heredero, que se le admite a la hermandad con el Hijo unigénito, que se le da el Espíritu Santo. No es, en efecto, posible darle a Dios el nombre de Padre y no alcanzar todos esos bienes. Y con este solo golpe, mata el Señor el odio, reprime la soberbia, destierra la envidia, trae la caridad, madre de todos los bienes; elimina la desigualdad de las cosas humanas y nos muestra que el mismo honor merece el emperador que el mendigo, comoquiera que, en las cosas más grandes y necesarias, todos somos iguales.
Reflexión Espiritual para el día.
La primera parte del Padre nuestro va, de una manera atrevida, del tú al Dios que se ha revelado como amor. Se trata de una oración de agradecimiento llena de júbilo por el hecho de que podamos llamar, amar y alabar de manera confiada al Santísimo como Nuestro Padre y como nuestro tú. Expresa el compromiso de verificar nuestras aspiraciones y nuestras acciones, a fin de ver si y hasta qué punto se toman en serio y honran el nombre del Padre y nuestra vocación de hijos a hijas suyos. Y, no por último, nos pone sobre todo frente a nuestra misión de promover, para honor del único Dios y Padre, la paz y la solidaridad salvífica entre todos los hombres.
Recitar el Padre nuestro significa preguntarse por la seriedad con la que tomamos, intentamos comprender y confesamos con actos concretos el plan salvífico de Dios. Un rasgo fundamental e imprescindible del compromiso que hemos asumido en virtud del Espíritu Santo y con la mirada puesta en el Hijo predilecto es el de amar a Dios en todo y por encima de todo y cumplir su voluntad santa y amorosa.
La segunda parte del Padre nuestro habla del amor al prójimo en unión con Jesús. Se trata del «Nosotros», de vivir de manera radical la solidaridad salvífica de Jesús con todos los hombres y en todos los campos de la vida. La conciencia adquirida de que la recitación del Padre nuestro nos introduce, de manera semejante al bautismo de Jesús en el Jordán, en la vida trinitaria de Dios, así como nuestra opción fundamental en favor de la solidaridad salvífica en todos los campos, nos ayudarán, sin la menor duda, a conferir un perfil cada vez más claro y convincente a nuestro programa de vida.
Los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Eclesiástico 48, 1-15 (48, 14. 9-1 1). Elías y Eliseo
Relacionados estrechamente entre sí, Elías y Eliseo son las dos figuras religiosas que se destacan con más relieve en el s. IV a. J. C. Uno después de otro, los dos ejercen el ministerio en el reino del norte en un momento crítico para el yahvismo.
Elías podría ser calificado como el profeta del fuego. Por lo menos una media docena de veces aparece esta palabra o algún sinónimo equivalente en nuestra lectura. Y en realidad toda la persona y la actividad de Elías se queman en un celo ardiente por la causa del yahvismo.
La figura de Elías es una de las que el Eclesiástico evoca con más cariño, según se refleja incluso en la forma literaria. La situación religiosa que vivía Ben Sirá era muy similar a la del s. IX a. J. C.; de ahí que el recuerdo de Elías y su vida al servicio de la ortodoxia yahvista era un llamamiento implícito a los acontecimientos contemporáneos.
El Eclesiástico recuerda brevemente una docena de episodios de la vida de Elías: el hambre, que hizo perecer gran número de israelitas; la célebre sequía; por tres veces hizo descender fuego del cielo, una de ellas sobre el altar del monte Carmelo en presencia de los profetas de Baal; la resurrección del hijo de la viuda de Sarepta; hizo bajar reyes a la tumba y precipitó hombres insignes fuera de su lecho (se refiere a Ajab, Ococías y Joram); en el Sinaí oyó la voz de Dios que le reprendía por su timidez y le ordenaba promulgar castigos; ungió reyes y profetas, fue arrebatado al cielo en carro de fuego; fue designado como precursor del Mesías, para aplacar la ira antes de que estallase (Mal 3, 23-24). En general, todas estas noticias sobre Elías están tomadas del 1Re 17 y ss.
El elogio de Elías se termina con un llamamiento a la esperanza mesiánica. La versión griega parece pensar también en la esperanza en la bienaventuranza futura. Pero esta esperanza no se armoniza con el resto del libro, que desconoce todavía los dogmas de ultratumba.
El espíritu de Elías fue heredado por su discípulo Eliseo, célebre por su actividad taumatúrgica. Firme e intrépido, Eliseo no se dejó intimidar ni dominar por nadie ni siquiera por los príncipes. En este aspecto también Eliseo, no sólo Elías, presagia la figura del Bautista, que no se amilana ante las amenazas de Herodes. Esta alusión a los príncipes subraya, asimismo, la intervención de Eliseo en los asuntos políticos del reino. En esto se distingue de Elías, que se centró más en lo moral y religioso. Nada había imposible para Eliseo. Su eficacia profética y taumatúrgica continuó activa, incluso después de su muerte (2Re 13, 20-2 1). Para encuadrar en su contexto lo que el Eclesiástico dice de Eliseo es necesario leer 2Re 2—13. +
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