Liturgia diaria, reflexiones, cuentos, historias, y mucho más.......

Diferentes temas que nos ayudan a ser mejores cada día

Sintoniza en directo

Visita tambien...

martes, 22 de junio de 2010

Lecturas del día 22-06-2010

22 de Junio 2010, MES DEDICADO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. MARTES XII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. Feria. o SAN PAULINO DE NOLA, obispo, Memoria libre., o SAN JUAN FISHER, obispo. Y SANTO TOMÁS MORO, mártires, Memoria libre.(CIiclo C). 4ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. SS.

LITURGIA DE LA PALABRA.

2 R 19, 9b-11.14-21.31-35a.36. Yo escudaré a esta ciudad para salvarla, por mi honor y el de David.
Sal 47 R/. Dios ha fundado su ciudad para siempre.
Mt 7, 6.12-14. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten.
Los animales por su condición, son incapaces de comprender si les estamos dando para comer un delicioso plato que se ha preparado con amor para la familia o simplemente cualquier comida para alimentarlos. Nunca podrán comparar, no porque sean malos y no la merezcan sino simplemente por que no tienen la conciencia del ser humano para saber discernir. Así también cuando entregamos a los demás, nuestros valores, nuestra fe, nuestros sueños y esperanzas , debemos hacerlo a quien pueda entender el mensaje y valore lo que éste significará para su vida, pero no desgastarnos en quien no quiere recibir o simplemente no entenderá el mensaje e incluso pueda abusar de nuestra buena intención.

“Tratar a los demás como cada uno quiere ser tratado” (v.12) es la llamada regla de oro, que es la máxima sentencia del dialogo interreligioso, en la que todas las religiones están de acuerdo, y que cuada cual tiene incorporada a su doctrina. Y finalmente se nos propone la puerta estrecha, el camino duro y difícil, pero también lleno de paz y esperanza, que propone tanto el cristianismo, Induísmo, Budismo, Judaísmo e Islam, para ser mejores personas y alcanzar la vida divina desde nuestro mundo.

PRIMERA LECTURA.
2Reyes 19, 9b-11. 14-21. 31-35a. 36
Yo escudaré a esta ciudad para salvarla, por mi honor y el de David 

En aquellos días, Senaquerib, rey de Asiria, envió mensajeros a Ezequías, para decirle: "Decid a Ezequías, rey de Judá: "Que no te engañe tu Dios en quien confías, pensando que Jerusalén no caerá en manos del rey de Asiria. Tú mismo has oído hablar cómo han tratado los reyes de Asiria a todos los países, exterminándolos, ¿y tú te vas a librar?""

Ezequías tomó la carta de mano de los mensajeros y la leyó ; después subió al templo, la desplegó ante el Señor y oró: "Señor, Dios de Israel, sentado sobre querubines; tú solo eres el Dios de todos los reinos del mundo. Tú hiciste el cielo y la tierra.

Inclina tu oído, Señor, y escucha; abre tus ojos, Señor, y mira. Escucha el mensaje que ha enviado Senaquerib para ultrajar al Dios vivo. Es verdad, Señor: los reyes de Asiria han asolado todos los países y su territorio, han quemado todos sus dioses, porque no son dioses, sino hechura de manos humanas, leño y piedra, y los han destruido. Ahora, Señor, Dios nuestro, sálvanos de su mano, para que sepan todos los reinos del mundo que tú solo, Señor, eres Dios."

Isaías, hijo de Amós, mandó a decir a Ezequías: "Así dice el Señor, Dios de Israel: "He oído lo que me pides acerca de Senaquerib, rey de Asiria. Ésta es la palabra que el Señor pronuncia contra él: 'Te desprecia y se burla de ti la doncella, la ciudad de Sión; menea la cabeza a tu espalda la ciudad de Jerusalén. Pues de Jerusalén saldrá un resto, del monte Sión los supervivientes. ¡El celo del Señor lo cumplirá!

Por eso, así dice el Señor acerca del rey de Asiria: No entrará en esta ciudad, no disparará contra ella su flecha, no se acercará con escudo ni levantará contra ella un talud; por el camino por donde vino se volverá, pero no entrará en esta ciudad -oráculo del Señor-. Yo escudaré a esta ciudad para salvarla, por mi honor y el de David, mi siervo.""

Aquella misma noche salió el ángel del Señor e hirió en el campamento asirio a ciento ochenta y cinco mil hombres. Senaquerib, rey de Asiria, levantó el campamento, se volvió a Nínive y se quedó allí.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 47
R/.Dios ha fundado su ciudad para siempre.
Grande es el Señor y muy digno de alabanza / en la ciudad de nuestro Dios, / su monte santo, altura hermosa, / alegría de toda la tierra. R.

El monte Sión, vértice del cielo, / ciudad del gran rey; / entre sus palacios, / Dios descuella como un alcázar. R.

Oh Dios, meditamos tu misericordia / en medio de tu templo: / como tu renombre, oh Dios, tu alabanza / llega al confín de la tierra; / tu diestra está llena de justicia. R.

SANTO EVANGELIO.
Mateo 7, 6. 12-14
Tratad a los demás como queréis que ellos os traten
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "No deis lo santo a los perros, ni les echéis vuestras perlas a los cerdos; las pisotearán y luego se volverán para destrozaros. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la ley y los profetas. Entrad por la puerta estrecha. Ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos".

Palabra del Señor.

Comentario de la Primera Lectura: 2 Reyes 19, 9b-11.14-21.31-35ª.36
La narración bíblica prosigue hablando de la masiva inmigración de cinco estirpes extranjeras e idolátricas (los famosos “cinco maridos” de Jn 4,18) en tierras de los samaritanos, inmigración que provocó un auténtico sincretismo: «aquellas gentes daban culto al mismo tiempo al Señor y a sus ídolos. Y sus descendientes siguen haciendo lo mismo hasta el día de hoy» (2 Re 17,41). A Judá le aguardaba un destino que no era diferente. Reinaba allí el piadoso rey yahvista Ezequías (716-687), que logró salvar Jerusalén entrando en una relación de vasallaje con Asiria (2 Re 18,13ss). A pesar de ello, la reacción antiasiria, con el apoyo egipcio, era viva.

El fragmento que hoy nos ofrece la liturgia nos presenta la carta del rey de Asiria Senaquerib (704-68 1) en la que amenaza a Ezequías con ponerse en contra de él.
Al mismo tiempo, Isaías, en un extenso canto que incluye el oráculo divino (vv. 2 1-34, reducidos en el texto litúrgico), anuncia la derrota, por obra del mismo Señor, del ejército de Senaquerib, diezmado probablemente por la peste.

Comentario del Salmo 47
Es un cántico de Sión, esto es, una alabanza de la ciudad de Jerusalén. Gracias al templo, morada de Dios, esta ciudad no cae en las manos de sus enemigos.

Este salmo tiene cuatro partes: 2-4; 5-8; 9-12; 13-15. La primera (2-4) une estrechamente al Señor con Jerusalén (Sión); se la llama «ciudad de nuestro Dios» y «ciudad del gran rey» (2-3). Se elogia el monte Sión (donde se levanta el templo), afirmando que es santo, hermoso, alegría de toda la tierra y vértice del cielo (cuatro modos de caracterizarlo). Se presenta como el centro del mundo. Además se habla de los palacios que hay junto a las murallas de la ciudad, en los que Dios se ha manifestado como un alcázar (4; si se derrumban las murallas, también los palacios se vendrían abajo). El Señor se presenta como un guerrero que defiende su ciudad.

La segunda parte (5-8) habla de un conflicto entre Sión y los reyes que han venido con sus ejércitos para atacarla. La derrota que sufrieron fue total. Se compara lo que sintieron con el temblor de los dolores del parto (7), y lo que padecieron es semejante a la destrucción que provoca el viento del desierto que destroza las naves de Tarsis (8). Esta imagen es muy enérgica, pues el viento del desierto viene del este, y Tarsis quedaba al oeste (probablemente en España).

La tercera parte (9-12) es la constatación de los peregrinos que llegan a Jerusalén con motivo de las fiestas. Habían oído hablar de todas estas cosas. Ahora pueden verlas con sus propios ojos: Dios ha fundado Jerusalén para siempre (9). Por tanto, pueden meditar en el templo acerca del amor que el Señor ha manifestado tener por la ciudad (10), extendiendo la alabanza de Dios hasta los confines de la tierra (11). Alaban la mano fuerte del Dios liberador que hace justicia, causando la alegría del monte Sión y de las ciudades de Judá (12).

En la última parte (13-15), los sacerdotes invitan a los peregrinos a un «paseo turístico» que tiene como objeto perpetuar la memoria de la presencia de Dios en la ciudad, su amor por ella y su protección constante. Este paseo, por fuera de las murallas, permite contar los torreones, admirar las murallas y con templar los palacios (13-14). A su regreso, los peregrinos contarán lo que han visto a los que se habían quedado en casa (los niños), constatando que «este Dios es nuestro Dios El nos guiará por siempre jamás» (15).

Este cántico de Sión es fruto de una peregrinación. Todo está marcado por la alegría tras la superación del terrible conflicto que se describe en la segunda parte (5-8). Algunos reyes se habían aliado para destruir la ciudad. Esta, junto con el templo, representaba la identidad nacional del pueblo de Dios. No sabemos quiénes fueron los reyes que atacaron Jerusalén. Hay quienes piensan que pudo tratarse de Senaquerib, en el año 701 a.C. En tal caso, ese texto sería contemporáneo del salmo 46. Pero este episodio puede referirse al ataque de Rasín, rey de Siria, y de Pécaj, rey de Israel, en el 735 a.C (cf 2Re 16). La derrota de estos reyes se ve corno resultado de la presencia de Dios en la ciudad y de su protección. De este modo se refuerza la idea de que Jerusalén nunca será destruida.

Dios recibe muchos títulos en este salmo «nuestro Dios» (tres veces: 2.9.15), es decir, el aliado de Israel; «gran rey» (3), esto es, aquel que, defendiendo la ciudad, hace justicia (1 lb-12); «alcázar» (4) de Sión, contra el cual es inútil combatir; «Señor de los Ejércitos-» (9), es decir, comandante supremo de las fuerzas armados de Israel en la lucha por la justicia ( aquel que guía al pueblo por siempre jamás (15b). Además de todo esto, se pone de manifiesto la fidelidad de Dios respecto de la ciudad y del pueblo, fundándola para siempre (9b); es aquel que ama al pueblo y la ciudad, haciéndote justicia (10-12).

Por detrás de todo esto está el Dios de la Alianza, fiel y liberador, que no abandona a su aliado en las ocasiones más difíciles. Es el Dios que habita en medio del pueblo.

No obstante lo dicho, este salmo también esconde algún riesgo. Algunos, sobre todo profetas nunca aceptaron la idea de «confinar» a Dios en un espacio físico como el templo, pues el Dios del éxodo está siempre en camino como su pueblo. Pretender reducirlo a una construcción, da la impresión de querer controlarlo. Otro de los riesgos es este: Si Dios habita en el templo, entonces la ciudad en que se encuentra se convierte en invencible, ¿Es esto verdadero o falso? «Verdadero», decían los que ponían en Dios una confianza mágica, sin compromiso (nótese que el salmo emplea dos veces lo expresión «para siempre» (9 y 15, aquí «por siempre jamás»). «Falso», aseguraban los que defendían también un compromiso de la ciudad y del pueblo, con la intención de c no se rompiera la alianza.

Con Jesús se aclararon las cosas definitivamente, El dijo que el templo de Jerusalén sería destruido (Mt 21,12-13; Mc 11,11.15-17; Lc 19,45-46; Jn 2,13-22). Lloró por Jerusalén, que no reconoció la visita de Dios (Lc 19,41-44), la ciudad que mato a los profetas y apedreaba los mensajeros divinos (Lc 13,34). Más aún, según Juan, el nuevo templo en el que se produce el encuentro entre Dios y la humanidad es el cuerpo de Jesús (Jn 1,1 4) y también el cuerpo de toda persona que sigue los mandamientos del Señor (Jn 14,23). El apóstol Pablo presenta también una concepción semejante: el cuerpo de cada persona es templo del Espíritu Santo (1Cor 5,19).

Puede ser interesante rezarlo pensando en nuestras grandes ciudades y en sus graves problemas; teniendo presente, también, el cuerpo de tantas y tantas personas, templo suficiente, profanado o mutilado. Se puede rezar este salmo intentando descubrir los nuevos lugares de la presencia de Dios. También se presta para peregrinaciones y romerías, momentos en los que podemos sentir con intensidad la presencia de Dios en nuestro camina...

Comentario del Santo Evangelio: Mateo 7,6.12-14 
Hallamos aquí algunos dichos del Señor reunidos por el evangelista en el magno «sermón del monte». El texto litúrgico omite los versículos relativos a las «cosas buenas» que los hombres intercambian entre ellos y que el Padre celestial concede a quienes se las piden.

El primero de los dichos referidos tiene que ver con el uso de lo «santo». El sentido de esta expresión no está claro, aunque podemos sobreentender con ella la Palabra evangélica y, en último extremo, la eucaristía (Didajé 9,5). Parece que se bosqueja aquí lo que será definido como «la disciplina del arcano». Consiste esta en no revelar los santos misterios a los extraños y menos aún a las personas indignas. «Si cerramos nuestras puertas antes de celebrar los misterios y excluimos a los no iniciados», precisa Juan Crisóstomo, «es porque hay todavía muchos que están demasiado poco preparados para poder participar en estos sacramentos».

Con el término «perros» se designaba de modo despreciativo a los paganos, considerados idólatras por definición (cf. Mt 15,26ss, donde apenas se atenúa la palabra poniéndola en diminutivo, «perrillos»). A los cerdos, considerados proverbialmente como animales impuros, eran equiparados los que mantenían una conducta contraria a la Ley (ambas categorías de animales se encuentran en 2 Pe 2,21ss). Según Jerónimo, “algunos quieren ver en los perros a aquellos que, tras haber creído en Cristo, vuelven al vómito de sus pecados; y en los cerdos, a los que no han creído aún en el Evangelio y siguen revolcándose en sus vicios y en el fango de la incredulidad. En consecuencia, no conviene confiar demasiado pronto a hombres de tal condición la perla del Evangelio, por miedo a que la pisoteen y, revolviéndose contra nosotros, intenten destrozarnos”.

Frente a la bondad divina, los hombres son «malos»; sin embargo, son capaces de dar pan y pescado. Pues bien, ¿qué «pan» y qué «pescado» no nos dará el Padre con el don de su Hijo? Estas «cosas buenas» son “ciertamente, ante todo, los bienes superiores, el Reino y la justicia de Dios. Lc 11,13 dice “dará el Espíritu Santo” a los que se lo pidan. El Espíritu Santo es el don por excelencia, siempre conforme a la voluntad de Dios, y se concede siempre a los que lo piden: espíritu de vida y de regeneración, inteligencia de las Escrituras, discernimiento espiritual, carismas varios en la comunidad. Pero hay muchas otras cosas que pueden ser “buenas” en el marco y desde la perspectiva del Reino y de su justicia: también una buena salud y el pan de cada día, así como la paz eterna y la tranquilidad favorable al buen trabajo. Debemos abstenemos, pues, de una excesiva timidez, de un orgullo espiritualista, de un estoicismo cristiano, o como se quiera decir, que venga a detener la espontaneidad natural de la oración de los hijos al Padre».

El v. 12 constituye la “regla de oro” del obrar cristiano. La encontramos, aunque formulada de manera negativa, en Tob 4,15 y no falta tampoco en las antiguas tradiciones espirituales. Hemos de señalar aún la insistencia en el hacer, que se repite más veces en este último capítulo del sermón del monte (vv 12; 17; 19; 21; 24; 26).

Por último, están las dos puertas y los correspondientes caminos a los que dan acceso. La doctrina de los dos caminos estaba formulada ya en el Antiguo Testamento (Dt 30,15-20) y fue recuperada en la primera catequesis cristiana (Didajé 1,1). La imagen de la puerta y del camino remite al mismo Cristo (cf. Mt 22,16), que se atribuye a sí mismo esta doble realidad (Jn 10,7; 14,6), así como a los Hechos de los apóstoles, donde aparece con bastante frecuencia.

Las «perlas», según Juan Crisóstomo, son “los misterios de la verdad”, o sea, la totalidad del patrimonio revelado. En consecuencia, dejaré aparecer en qué consideración tengo la Palabra divina. El fragmento litúrgico omite los vv. 7-11, relacionados con la eficacia de la oración. Los leemos directamente en la Biblia, a fin de convertirlos en objeto de meditación. La Glosa medieval explicita el trinomio «pedir, buscar y llamar», diciendo que “nosotros pedimos con la oración, buscamos con la rectitud de la vida y llamamos por medio de la perseverancia”. El texto evangélico nos invita, por otra parte, a preguntarnos si somos capaces de dar cosas buenas a los hermanos, cosas que se convierten de este modo en la medida de nuestras acciones. Por último, tomo conciencia de si voy por el camino estrecho que es Cristo mismo o si intento hacerme el recorrido cómodo y gratificador al precio de compromisos y mediocridad.

Comentario del Santo Evangelio: Mt 7,6.12-14, para nuestros Mayores. Varias consignas de Jesús.
“No echéis las perlas a los cerdos” El capítulo séptimo de Mateo es una especie de antología de consignas del Señor, que el evangelista recoge como en una gavilla; los otros evangelistas las transmiten en su contexto original. El texto de hoy transmite tres sentencias inconexas entre sí: “No deis lo santo a los perros”; “tratad a los demás como queréis que ellos os traten”; “qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida”.

Con respecto al primer proverbio, lo más probable es que se trate de un dicho popular. No sabemos con exactitud a qué se refiere en concreto cuando aconseja no “dar lo santo a los perros”... Estas cosas preciosas simbolizan probablemente el Evangelio. Los perros y los cerdos, animales impuros entre los judíos, no son, evidentemente, los paganos, a los que Jesús también ofrece las riquezas del Reino; se trataría de todos aquellos, sean quienes fueren, que mantienen frente a la palabra de Dios la misma actitud desesperante que los cerdos frente a las perlas: las rechazan, no las valoran, las desprecian... Existen personas que mantienen una postura tan cerril que la actitud más oportuna ante ellas es la del silencio.

Jesús, ante el rechazo de los vecinos de una aldea de Samaria, se marchó a otra (Lc 9,56). Y da como consigna: “Si en un lugar no os reciben ni escuchan, al marchar sacudíos el polvo de las suelas para echárselo en cara” (Mc 6,11). Así hacen Pablo y Bernabé (Hch 13,51).
“Como queréis que os traten”. “Tratad a los demás como queréis que ellos os traten”. Esta consigna se denomina la regla de oro, porque resume toda la enseñanza moral de la ley que busca el bien del prójimo como el propio. Era ya conocida en el judaísmo, pero formulada: “No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”. Jesús la formula en positivo porque para él es poco evitar lo que causa daño al otro; hay que tomar la iniciativa del bien.

Resulta patente que esta consigna tomada en serio haría mucho más humanas nuestras relaciones. Sería sumamente práctico escribir en una hoja de papel la lista de cosas que deseamos o exigimos que hagan con nosotros: que nos atiendan, que se interesen por nosotros, que sean tolerantes con nuestros defectos y alaben nuestras cualidades, que no nos condenen, darnos ocasión para defendernos y explicar lo que de verdad ha sucedido, y otras cosas muy razonables y justas. Pues bien, a continuación tendríamos que decirnos: Eso mismo es lo que tú tienes que hacer con los que te son cercanos. Antes, pues, de adoptar una actitud ante los demás, antes de cualquier comportamiento, preguntémonos: ¿Cómo querría que me tratasen si yo estuviera en su lugar? ¿Nos imaginamos la revolución humanitaria que se organizaría si se tuviera en cuenta esta consigna magistral que proclama Jesús?

“Entrad por la puerta estrecha” Jesús invita a tomar en serio el Evangelio. La puerta estrecha, en definitiva, es él (Jn 10,7); entrar por esta puerta es identificarse con su misterio pascual, con la muerte a sí mismo, como el grano que se deja enterrar (Jn 12,24). Es evidente que hoy, también para los cristianos, la palabra renuncia produce irritación. Cualquier gesto mínimo de generosidad nos parece un gran heroísmo. Escribía Mons. Osés: “La ley del mínimo esfuerzo es hoy una costumbre con mayor fuerza que cualquier ley escrita. Damos la impresión de que si no se da previamente la motivación económica al inicio de cualquier tarea, no hay reacción de la voluntad. Nuestra generación está dominada por gente blanda, sin hábitos de lucha, con escasa capacidad de aguante”. El psiquiatra Enrique Rojas no cesa de gritar contra esta concepción facilona de la vida. Así no llegaremos muy lejos para lograr una felicidad profunda que sí está lejos.

Dice bellamente un filósofo de nuestros días: “El paleolítico termina cuando un hombre hambriento renuncia a comerse un puñado de granos de trigo y los arroja en el surco, esperando recobrarlos un día centuplicados. El hombre ha conseguido ser libre frente a las pulsiones primarias e interpone una censura, una ruptura, en la secuencia deseo-satisfacción inmediata. Es aquí donde se sitúa la libertad que nos constituye como personas maduras”.

Pablo ilumina este mensaje con la imagen del atleta que se abstiene y se entrena duramente para alcanzar una corona de laurel que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita. Lo coherente, pues, es hacer lo que hace él: “Yo no ando con bromas, sino que me impongo una dura disciplina” (1 Co 9,26-27). Por eso escribe esperanzado al final de su vida: “Ahora me aguarda la corona merecida con que el Señor me premiará en el último día y no sólo a mí, sino a todos los que preparan su venida” (2 Tm 4,8).

Comentario del Santo Evangelio: Mt 7, 6. 12-14, de Joven para Joven. Regla de oro.
El primero de los proverbios recogidos por el evangelista en esta pequeña sección nos resulta desconcertante e incomprensible. Sencillamente porque viene inmediatamente después de habernos prohibido juzgar a los demás y habernos mandado aplicar la medida de la suavidad, la comprensión y el perdón. Por otra parte, no han sido descubiertos textos o proverbios paralelos en la literatura judía que nos ayudarían a comprender estas duras palabras de Jesús. Lo más parecido que tenemos hasta ahora son dos recomendaciones que leemos en el Talmud: «No entreguéis a un pagano las palabras de la Ley», «no coloquéis las cosas santas en lugares impuros». Pero estas sentencias no nos ayudan mucho para nuestro caso.

Lo «santo» en el terreno cultual —así eran llamados los sacrificios ofrecidos en el templo— y las perlas en el terreno de la valoración humana, son cosas preciosas. Estas cosas preciosas simbolizan probablemente el evangelio, el anuncio de la buena nueva. Los perros y los cerdos —animales impuros entre los judíos— no son, como a veces se ha dicho, basándose en Mc 7, 26-27, los paganos (ver 3, 9; 5, 3-4; 8, 11-12 y otros textos donde aparece el evangelio abierto a los paganos); se trataría de todos aquéllos, sean quienes fueren, que mantienen frente a la palabra de Dios la misma actitud desesperante que los cerdos frente a las perlas: los que la rechazan, no la valoran, la desprecian… Existen actitudes de auto afianzamiento, de cerrazón absoluta, ante las cuales la única postura posible es la del silencio.

A continuación es mencionada la regla de oro: «Haced lo que queréis que os hagan». Nada original. La encontramos en el judaísmo y en otras religiones y culturas. Se ha puesto de relieve la diferencia: en el judaísmo se halla formulada en estilo negativo: «No hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti». No cabe duda que esta diferencia puede ser importante. El “no hacer” siempre es algo negativo. Pero la diferencia más importante está en que Jesús eleva dicha regla a principio universal: así debéis tratar a los demás. Una enunciación diversa del precepto de la caridad. De ahí que constituya, en el resumen de la ley y los profetas, un sumario bien preciso de la revelación de Dios.

Finalmente es recogido el proverbio que habla de las dos puertas y los dos caminos. El Salterio se abre (Sal 1) partiendo del presupuesto de los dos caminos: el de los impíos y el de los judíos. Es una distinción común entre los moralistas de la época y, en general, de la antigüedad: el camino estrecho y difícil es el de la virtud; el amplio y cómodo es el del vicio o el placer. Jesús se sitúa en la misma línea, pero introduce un cambio al combinar con la imagen del camino la de la puerta: una desemboca en la vida, la otra en la perdición. El significado de la «vida» o de la “perdición” es claro para todo el mundo; no necesita explicación. Sin duda la puerta y el camino estrechos son lo que conocemos con el denominador común de renuncia, seguimiento, cruz, persecución, tentación... Con la ventaja de que lleva a la vida. La puerta y el camino amplios son más cómodos, pero llevan a la perdición. Cada uno debe elegir.

Elevación Espiritual para este día.
El camino ancho es el apego a los bienes del mundo que los hombres desean ardientemente. Estrecho es el que se recorre al precio de fatigosas renuncias. Observa también cómo insiste en los individuos que marchan por ambos caminos: son muchos los que caminan por el camino ancho, mientras que sólo pocos encuentran el estrecho.

No es preciso ir a buscar el camino ancho, ni resulta difícil encontrarlo: se presenta espontáneamente a nosotros, porque es el camino de los que se equivocan; el estrecho, en cambio, no todos lo encuentran, y los que lo hallan no siempre entran en él de inmediato. Muchos, en efecto, aunque han encontrado el camino de la verdad, se vuelven atrás a medio camino, presos de las seducciones del mundo (Jerónimo, Comentario al evangelio de Mateo).

Reflexión Espiritual para el día.
El camino de los seguidores es angosto. Resulta fácil no advertirlo, resulta fácil falsearlo, resulta fácil perderlo, incluso cuando uno ya está en marcha por él. Es difícil encontrarlo. El camino es realmente estrecho y el abismo amenaza por ambas partes: ser llamado a lo extraordinario, hacerlo y, sin embargo, no ver ni saber que se hace..., es un camino estrecho. Dar testimonio de la verdad de Jesús, confesarla y, sin embargo, amar al enemigo de esta verdad, enemigo suyo y nuestro, con el amor incondicional de Jesucristo..., es un camino estrecho. Creer en la promesa de Jesucristo de que los seguidores poseerán la tierra y, sin embargo, salir indefensos al encuentro del enemigo, sufrir la injusticia antes que cometerla..., es un camino estrecho. Ver y reconocer al otro hombre en su debilidad, en su injusticia, y nunca juzgarlo, sentirse obligado a comunicarle el mensaje y, sin embargo; no echar las perlas a los puercos..., es un camino estrecho. Es un camino insoportable.

En cualquier instante podemos caer. Mientras reconozco este camino como el que me es ordenado seguir, y lo sigo con miedo a mí mismo, este camino me resulta efectivamente imposible. Pero si veo a Jesucristo precediéndome paso a paso, si sólo le miro a él y le sigo paso a paso, me siento protegido. Si me fijo en lo peligroso de lo que hago, si miro al camino en vez de a aquel que me precede, mi pie comienza a vacilar. Porque él mismo es el camino. Es el camino angosto, la puerta estrecha. Sólo interesa encontrarle a él.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 2R 19, 9b-11. 14-21. 31-35a. 36. No entrará en esta ciudad.
Como en el combate de David-Goliat (1 Sam 17) o en el encuentro Judit-Holofernes, la cuestión que se halla planteada en nuestro texto es la tesis de la fe en Yavé frente a la fuerza de las armas.

En su oración Ezequías hace valer la gloria y el buen nombre de Yavé. Ahora, Señor Dios nuestro, sálvanos de su mano, para que sepan todos los reinos del mundo que sólo tú, Señor, eres Dios. En virtud de la alianza, Yavé era el Dios de Israel e Israel, el pueblo de Dios, es decir entre los dos existía un compromiso mutuo y los intereses de uno eran los intereses del otro. Por eso, si el pueblo de Israel se veía humillado y derrotado, la humillación y la derrota recaían en última instancia sobre Dios. De ahí que en ocasiones Dios actuaba no tanto para defender al pueblo cuanto para salvaguardar la gloria de su santo Nombre: «Pero yo he tenido en consideración mi santo nombre, que la casa de Israel profanó entre las naciones donde había ido. Por eso di a la casa de Israel: así dice el Señor Yavé: no hago esto por consideración vosotros, casa de Israel, sino por mi santo nombre, que vosotros habéis profanado entre las naciones donde fuisteis. Yo santificaré mi gran nombre profanado entre las naciones, profanado allí por vosotros» (Es 36, 2 1-23).

Es de destacar la intervención del profeta Isaías. Nacido en la ciudad santa, Isaías sentía predilección por su ciudad natal. Tanto con motivo de la guerra siro-efraimita Is 7) como en esta ocasión, Isaías juega un papel importante, hasta alcanzar el rango de héroe nacional.

Por causas no del todo conocidas (posiblemente alguna insurrección en Nínive) Senaquerib se vio obligado a levantar el asedio de Jerusalén y el pueblo interpretó el hecho como un milagro y se confirmó más en la convicción de que la
ciudad era inexpugnable e inviolable, debido sobre todo al templo en el que se hacía presente la Gloria de Dios.   
Copyright © Reflexiones Católicas.

No hay comentarios: