23 de Junio 2010, MES DEDICADO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. MIÉRCOLES XII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. Feria.(CIiclo C). 4ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. SS. José Cafasso pb, Edeltrudis ab, Tomás Garnet pb mr. Beato Inocencio V.
LITURGIA DE LA PALABRA.
2R 22, 8-13;23,1-3. El rey leyó al pueblo el libro de la alianza encontrado en el templo y selló ante el Señor la alianza.,
Sal 118 R/. Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes.
Mt 7, 15-20. Por sus frutos los conocecéis.
Jesús llama ayer como hoy, a no dejarse llevar por las apariencias que muchas veces engañan, la apariencia de las cosas, de las palabras y de las personas. Desear obtener cosas que en verdad no necesitamos y que en el idioma del consumismo parecieran buenas. Cuidado de las palabras bonitas, de las falsas promesas, de las luces que nos encandilan como fuegos artificiales, cuidado de las lindas vestiduras que “no” indican que hay dentro de una persona, y cuidado especialmente de quienes aparentemente tienen muy buenas intenciones para el mundo, pero que en verdad sólo quieren sacar provecho de nuestra buena voluntad y nos pueden envolver y desviar del camino. Jesús nos da una sencilla instrucción: “por sus frutos los conocerán”, quien saca cosas buenas de su corazón, produce acciones y consecuencias buenas, y al contrario, lo malo produce cosas negativas, de esto debemos estar atentos. Sin embargo las palabras del evangelio no son para los demás, como comentamos ayer, primero hay que sacar la mugre del propio ojo, antes de sacar la del ojo ajeno, por lo tanto, que nuestras obras sean fruto de lo que llevamos dentro, por que también los demás están esperando cuales serán los frutos que nosotros entregamos.
PRIMERA LECTURA.
2Reyes 22, 13; 23, 1-3
El rey leyó al pueblo el libro de la alianza encontrado en el templo y selló ante el Señor la alianza
En aquellos días, el sumo sacerdote Helcías dijo al cronista Safán: "He encontrado en el templo el libro de la Ley." Entregó el libro a Safán, y éste lo leyó . Luego fue a dar cuenta al rey Josías: "Tus siervos han juntado el dinero que había en el templo y se lo han entregado a los encargados de las obras."
Y le comunicó la noticia: "El sacerdote Helcías me ha dado un libro."
Safán lo leyó ante el rey; y, cuando el rey oyó el contenido del libro de la Ley, se rasgó las vestiduras y ordenó al sacerdote Helcías, a Ajicán, hijo de Safán, a Acbor, hijo de Miqueas, al cronista Safán y a Asaías, funcionario real: "Id a consultar al Señor por mí y por el pueblo y todo Judá, a propósito de este libro que han encontrado; porque el Señor estará enfurecido contra nosotros, porque nuestros padres no obedecieron los mandatos de este libro cumpliendo lo prescrito en él."
Ellos llevaron la respuesta al rey, y el rey ordenó que se presentasen ante él todos los ancianos de Judá y de Jerusalén. Luego subió al templo, acompañado de todos los judíos y los habitantes de Jerusalén, los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo, chicos y grandes. El rey les leyó el libro de la alianza encontrado en el templo. Después, en pie sobre el estrado, selló ante el Señor la alianza, comprometiéndose a seguirle y cumplir sus preceptos, normas y mandatos, con todo el corazón y con toda el alma, cumpliendo las cláusulas de la alianza escritas en aquel libro.
El pueblo entero suscribió la alianza.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 118
R/.Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes.
Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes, / y lo seguiré puntualmente. R.
Enséñame a cumplir tu voluntad / y a guardarla de todo corazón. R.
Guíame por la senda de tus mandatos, / porque ella es mi gozo. R.
Inclina mi corazón a tus preceptos, / y no al interés. R.
Aparta mis ojos de las vanidades, / dame vida con tu palabra. R.
Mira cómo ansío tus decretos: / dame vida con tu justicia. R.
SEGUNDA LECTURA.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 7, 15-20
Por sus frutos los conoceréis
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. A ver, ¿acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis".
Palabra del Señor.
Misa Vespertina de la Vigilia de la Natividad de San Juan Bautista.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Jr 1, 4-10. Antes de formarte en el vientre, te escogí.
Sal 70 R/. En el seno materno tú me sostenías.
1P 1, 8-12. La salvación fue el tema que investigaron y escrutaón los profetas.
Lc 1, 5-17. Te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan.
PRIMERA LECTURA
Jr 1,4-10 El Señor tocó la boca de Jeremías para hacerlo capaz de anunciar la Palabra. Estando todavía en el vientre de su madre, escogió a aquel a quien destinaba a ser «profeta de los gentiles», encargado de anunciar el juicio y preparar un mundo cuya plena manifestación, sin embargo, no pudo ver. Estos rasgos hacen de Jeremías una figura de Juan Bautista, quien tampoco pudo contemplar, aquí abajo, la gloria de aquel a quien precedió.
Lectura del libro de Jeremías.En tiempo de Josías, recibí esta palabra del Señor: «Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles». Yo repuse: «¡Ay, Señor mío! Mira que no sé hablar, que soy un muchacho».
El Señor me contestó: «No digas: “Soy un muchacho”, que a donde yo te envíe, irás, y lo que yo te mande, lo dirás. No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte». Oráculo del Señor. El Señor extendió la mano y me tocó la boca; y me dijo: «Mira: yo pongo mis palabras en tu boca, hoy te establezco sobre pueblos y reyes, para arrancar y arrasar, para destruir y demoler, para edificar y plantar».
Palabra de Dios.
Salmo responsorial Sal 70
Desde nuestro mismo origen y a lo largo de toda nuestra vida, somos objeto de las atenciones divinas.
R. En el seno materno tú me sostenías.
A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre; tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, inclina a mí tu oído, y sálvame. R.
Sé tú mi roca de refugio, el alcázar donde me salve, porque mi peña y mi alcázar eres tú.Dios mío, líbrame de la mano perversa. R.
Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba en ti, en el seno tú me sostenías. R.
Mi boca contará tu auxilio, y todo el día tu salvación. Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas. R.
SEGUNDA LECTURA.
1P 1,8-12 El evangelio proclama el cumplimiento de las promesas anunciadas por los profetas y la venida del Salvador, cuyo camino preparó Juan Bautista, el último de los profetas. No por ello hemos dejado de vivir en un tiempo de fe y de esperanza en el porvenir. Pero esta esperanza está garantizada de tal modo que ya debe hacernos estremecer de alegría.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro Queridos hermanos: No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.
La salvación fue el tema que investigaron y escrutaron los profetas, los que predecían la gracia destinada a vosotros. El Espíritu de Cristo, que estaba en ellos, les declaraba por anticipado los sufrimientos de Cristo y la gloria que seguiría; ellos indagaron para cuándo y para qué circunstancia lo indicaba el Espíritu. Se les reveló que aquello de que trataban no era para su tiempo, sino para el vuestro. Y ahora se os anuncia por medio de predicadores que os han traído el Evangelio con la fuerza del Espíritu enviado del cielo. Son cosas que los ángeles ansían penetrar.
SANTO EVANGELIO.
Lc 1,5-17 El evangelio según san Lucas establece un paralelismo sorprendente entre Jesús y Juan Bautista. El nacimiento del Precursor es anunciado a una pareja de «justos» que no podían esperar ya tener un hijo. Encargado de ir delante de aquel a quien anuncia, el hijo que Isabel va a traer al mundo será revestido de una fuerza comparable a la de Elías, el profeta de fuego, del que se pensaba que precedería al Mesías. La Natividad de Juan Bautista, cuyo nombre significa «Dios se ha compadecido», es el comienzo de la Buena Noticia de Jesús, «Dios salva».
Lectura del santo evangelio según san Lucas En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón llamada Isabel. Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada.
Una vez que oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, según el ritual de los sacerdotes, le tocó a él entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso; la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso.
Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor. Pero el ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos israelitas al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto».
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA.
2R 22, 8-13;23,1-3. El rey leyó al pueblo el libro de la alianza encontrado en el templo y selló ante el Señor la alianza.,
Sal 118 R/. Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes.
Mt 7, 15-20. Por sus frutos los conocecéis.
Jesús llama ayer como hoy, a no dejarse llevar por las apariencias que muchas veces engañan, la apariencia de las cosas, de las palabras y de las personas. Desear obtener cosas que en verdad no necesitamos y que en el idioma del consumismo parecieran buenas. Cuidado de las palabras bonitas, de las falsas promesas, de las luces que nos encandilan como fuegos artificiales, cuidado de las lindas vestiduras que “no” indican que hay dentro de una persona, y cuidado especialmente de quienes aparentemente tienen muy buenas intenciones para el mundo, pero que en verdad sólo quieren sacar provecho de nuestra buena voluntad y nos pueden envolver y desviar del camino. Jesús nos da una sencilla instrucción: “por sus frutos los conocerán”, quien saca cosas buenas de su corazón, produce acciones y consecuencias buenas, y al contrario, lo malo produce cosas negativas, de esto debemos estar atentos. Sin embargo las palabras del evangelio no son para los demás, como comentamos ayer, primero hay que sacar la mugre del propio ojo, antes de sacar la del ojo ajeno, por lo tanto, que nuestras obras sean fruto de lo que llevamos dentro, por que también los demás están esperando cuales serán los frutos que nosotros entregamos.
PRIMERA LECTURA.
2Reyes 22, 13; 23, 1-3
El rey leyó al pueblo el libro de la alianza encontrado en el templo y selló ante el Señor la alianza
En aquellos días, el sumo sacerdote Helcías dijo al cronista Safán: "He encontrado en el templo el libro de la Ley." Entregó el libro a Safán, y éste lo leyó . Luego fue a dar cuenta al rey Josías: "Tus siervos han juntado el dinero que había en el templo y se lo han entregado a los encargados de las obras."
Y le comunicó la noticia: "El sacerdote Helcías me ha dado un libro."
Safán lo leyó ante el rey; y, cuando el rey oyó el contenido del libro de la Ley, se rasgó las vestiduras y ordenó al sacerdote Helcías, a Ajicán, hijo de Safán, a Acbor, hijo de Miqueas, al cronista Safán y a Asaías, funcionario real: "Id a consultar al Señor por mí y por el pueblo y todo Judá, a propósito de este libro que han encontrado; porque el Señor estará enfurecido contra nosotros, porque nuestros padres no obedecieron los mandatos de este libro cumpliendo lo prescrito en él."
Ellos llevaron la respuesta al rey, y el rey ordenó que se presentasen ante él todos los ancianos de Judá y de Jerusalén. Luego subió al templo, acompañado de todos los judíos y los habitantes de Jerusalén, los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo, chicos y grandes. El rey les leyó el libro de la alianza encontrado en el templo. Después, en pie sobre el estrado, selló ante el Señor la alianza, comprometiéndose a seguirle y cumplir sus preceptos, normas y mandatos, con todo el corazón y con toda el alma, cumpliendo las cláusulas de la alianza escritas en aquel libro.
El pueblo entero suscribió la alianza.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 118
R/.Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes.
Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes, / y lo seguiré puntualmente. R.
Enséñame a cumplir tu voluntad / y a guardarla de todo corazón. R.
Guíame por la senda de tus mandatos, / porque ella es mi gozo. R.
Inclina mi corazón a tus preceptos, / y no al interés. R.
Aparta mis ojos de las vanidades, / dame vida con tu palabra. R.
Mira cómo ansío tus decretos: / dame vida con tu justicia. R.
SEGUNDA LECTURA.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 7, 15-20
Por sus frutos los conoceréis
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. A ver, ¿acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis".
Palabra del Señor.
Misa Vespertina de la Vigilia de la Natividad de San Juan Bautista.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Jr 1, 4-10. Antes de formarte en el vientre, te escogí.
Sal 70 R/. En el seno materno tú me sostenías.
1P 1, 8-12. La salvación fue el tema que investigaron y escrutaón los profetas.
Lc 1, 5-17. Te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan.
PRIMERA LECTURA
Jr 1,4-10 El Señor tocó la boca de Jeremías para hacerlo capaz de anunciar la Palabra. Estando todavía en el vientre de su madre, escogió a aquel a quien destinaba a ser «profeta de los gentiles», encargado de anunciar el juicio y preparar un mundo cuya plena manifestación, sin embargo, no pudo ver. Estos rasgos hacen de Jeremías una figura de Juan Bautista, quien tampoco pudo contemplar, aquí abajo, la gloria de aquel a quien precedió.
Lectura del libro de Jeremías.En tiempo de Josías, recibí esta palabra del Señor: «Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles». Yo repuse: «¡Ay, Señor mío! Mira que no sé hablar, que soy un muchacho».
El Señor me contestó: «No digas: “Soy un muchacho”, que a donde yo te envíe, irás, y lo que yo te mande, lo dirás. No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte». Oráculo del Señor. El Señor extendió la mano y me tocó la boca; y me dijo: «Mira: yo pongo mis palabras en tu boca, hoy te establezco sobre pueblos y reyes, para arrancar y arrasar, para destruir y demoler, para edificar y plantar».
Palabra de Dios.
Salmo responsorial Sal 70
Desde nuestro mismo origen y a lo largo de toda nuestra vida, somos objeto de las atenciones divinas.
R. En el seno materno tú me sostenías.
A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre; tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, inclina a mí tu oído, y sálvame. R.
Sé tú mi roca de refugio, el alcázar donde me salve, porque mi peña y mi alcázar eres tú.Dios mío, líbrame de la mano perversa. R.
Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba en ti, en el seno tú me sostenías. R.
Mi boca contará tu auxilio, y todo el día tu salvación. Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas. R.
SEGUNDA LECTURA.
1P 1,8-12 El evangelio proclama el cumplimiento de las promesas anunciadas por los profetas y la venida del Salvador, cuyo camino preparó Juan Bautista, el último de los profetas. No por ello hemos dejado de vivir en un tiempo de fe y de esperanza en el porvenir. Pero esta esperanza está garantizada de tal modo que ya debe hacernos estremecer de alegría.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro Queridos hermanos: No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.
La salvación fue el tema que investigaron y escrutaron los profetas, los que predecían la gracia destinada a vosotros. El Espíritu de Cristo, que estaba en ellos, les declaraba por anticipado los sufrimientos de Cristo y la gloria que seguiría; ellos indagaron para cuándo y para qué circunstancia lo indicaba el Espíritu. Se les reveló que aquello de que trataban no era para su tiempo, sino para el vuestro. Y ahora se os anuncia por medio de predicadores que os han traído el Evangelio con la fuerza del Espíritu enviado del cielo. Son cosas que los ángeles ansían penetrar.
SANTO EVANGELIO.
Lc 1,5-17 El evangelio según san Lucas establece un paralelismo sorprendente entre Jesús y Juan Bautista. El nacimiento del Precursor es anunciado a una pareja de «justos» que no podían esperar ya tener un hijo. Encargado de ir delante de aquel a quien anuncia, el hijo que Isabel va a traer al mundo será revestido de una fuerza comparable a la de Elías, el profeta de fuego, del que se pensaba que precedería al Mesías. La Natividad de Juan Bautista, cuyo nombre significa «Dios se ha compadecido», es el comienzo de la Buena Noticia de Jesús, «Dios salva».
Lectura del santo evangelio según san Lucas En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón llamada Isabel. Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada.
Una vez que oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, según el ritual de los sacerdotes, le tocó a él entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso; la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso.
Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor. Pero el ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos israelitas al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto».
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera Lectura: 2 Reyes 22,8-13; 23,1-3
A Ezequías, curado milagrosamente por Isaías (2 Re 1,11; cf. Is 36-38), le sucedió el largo reinado de Manasés (687-642), durante el que la apostasía llegó hasta el punto de que se perdieron las huellas del mismo libro de la alianza (2 Re 23,2.21): probablemente se trata de la sección legislativa del Deuteronomio, donde se reivindicaba un solo Dios y un solo templo. El «impío Manasés», comparable a Ajab por su ferocidad, según la tradición hizo cortar en dos al profeta Isaías. Después de él vino Josías (640-609), tataranieto de Ezequías, bajo cuyo gobierno fue encontrado el libro de la Ley, y esto sonó a reproche por la conducta infiel del pueblo de Dios, de cuya parte la profetisa Juldá anunciaba un indefectible castigo (2 Re 22,14-20). Eso impulsó al rey a dar lectura de la Ley y a renovar la alianza, como ya sucedió en el Sinaí (Ex 24,7ss) y en Siquén (Jos 24,25-27), y también a convocar una celebración solemne de la pascua. Por otra parte, Josías continuó esperando la deseada reforma, aprovechando asimismo una menor presión asiria (2 Re 23,4-30).
Comentario del Salmo 118
Aunque incluya muchas peticiones, este salmo —el más largo de todo el Salterio— es un salmo sapiencial. De hecho, comienza hablando de la felicidad («Dichosos...»), al igual que el salmo 1.
Es un salmo alfabético y está organizado en bloques de ocho versículos. Todos los versículos de cada bloque comienzan con la misma letra, hasta completar, por orden, el alfabeto hebreo (los demás salmos alfabéticos son: 9-10; 25; 34; 37; 111; 112; 145). En el que nos ocupa, tenemos un total de veintidós bloques (uno por cada letra). En todos ellos, el tema principal es la Ley. Todos y cada uno de los ciento setenta y seis versículos que lo componen, contiene alguna referencia a la Ley (en cada bloque hay siete u ocho de estas referencias). La Ley se designa con distintos nombres: palabra, promesa, normas, voluntad, decretos, preceptos, mandatos y mandamientos, verdad, sentencias, leyes. Resulta complicado exponer con claridad las características de cada bloque, pues los mismos temas aparecen y desaparecen con frecuencia. En muchos de estos bloques hay una súplica insistente; en otros se acentúa más la confianza. Vamos a intentar exponer, a grandes rasgos, el rasgo que caracteriza a cada uno de ellos.
25-32: «Reanímame» petición). Sigue el tema del bloque anterior. El siervo del Señor cuenta algo más de su situación: su garganta está pegada al polvo (25a) y su alma se deshace de tristeza (28a). Se menciona el «camino de la mentira» (29a), en oposición con respecto al segundo bloque (9-16), y se alude al conflicto de intereses que parece existir entre el salmista y los malvados que se dedican a calumniarlo.
33-40: «Muéstrame el camino» y «dame vida» (petición). Continúa la súplica y se repiten los temas de los bloques anteriores. Ha crecido la tensión social, pues ahora el salmista terne el «ultraje» de sus enemigos (39).
41-48: Petición y promesa. Sigue el tema del «ultraje» (42), pero el justo promete cumplir una serie de acciones si el Señor le envía su amor y su salvación, tal como había prometido (41). El salmista promete tres cosas: cumplir siempre la voluntad de Dios (44), andar por el camino de sus preceptos (45) y proclamarlos con valentía delante de los reyes (46).
Este salmo surge y no se hace mención del templo ni se habla de sacrificios o de sacerdotes. Toda la atención se fija en la Ley como única norma de sabiduría y corno único criterio para la vida en medio de una sociedad conflictiva. La ley lo es todo, abarca toda la vida del salmista, que sin ser aún anciano, ya es sabio; le invade de noche (55,62.147) y le ocupa de día (164). Vive en tierra extraña (19a) y como peregrino (54b). Se siente pequeño y despreciable, oprimido y perseguido, extraviado, pero sigue confiando y, por eso, suplica a Dios.
La Faz de Dios. En todos y cada uno de los versículos de este salmo se habla de la Ley, resultado de la alianza entre Dios y su pueblo. Se menciona al Señor veinticuatro veces (12 más 12). En este salmo, la Ley es sinónimo de vida. En tiempos de Jesús, la Ley ya no era fuente de vida (Jn 19,7).
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 7,15-20
Jesús pone en guardia a sus discípulos contra los «falsos profetas» y les indica el criterio de la verdad de la conducta cristiana. Consiste éste en los «frutos» que se esté en condiciones de producir. Mateo denunciará de manera repetida, en el discurso escatológico del Señor, la insidia que constituyen los falsos profetas (Mt 24,11.24). La enseñanza de la Didajé no difiere de ésta (11,4-8).
La imagen del árbol —y en particular del árbol de la vid— tiene aquí la función de indicar al pueblo de Dios y era una imagen que resultaba familiar a los oyentes de Jesús (cf. Is 5,1ss; Jr 2,21; Mt 15,13; Jn 15,1-8). Por el fruto se reconoce el árbol, del mismo modo que también el árbol produce frutos conformes a su naturaleza: puede tratarse de un árbol bueno o de un árbol enfermo, viciado.
Jerónimo nos hace caer en la cuenta de que Jesús nos invita a no detenernos en el «vestido», en las apariencias, y a tomar como criterio de valoración de la conducta humana los «frutos» que produce. Puedo detenerme en la meditación sobre los frutos que acompañan a la vida del cristiano. Los encuentro en las cartas paulinas (Gal 5,22; Rom 14,17; Ef. 5,9) y los dispongo siguiendo la triple referencia con la que presenta al ser humano la Escritura, referencia que gravita sobre el corazón, los labios y la mano. El corazón constituye el centro profundo de nuestro ser; la boca preside la comunicación, y la mano, verdadera prolongación de la conciencia, preside la acción.
Realizo un travelín introspectivo, deteniéndome en la meditación sobre los tres centros de gravedad: Corazón: caridad, magnanimidad, fidelidad, justicia. Boca: alegría, benevolencia, mansedumbre, verdad. Mano: paz, bondad, dominio de sí mismo, «dedo de la diestra de Dios».
Comentario del Santo Evangelio: Mt 7, 15-20, para nuestros Mayores. Falsos profetas.
A diferencia de lo que ocurría en Qumran, Jesús no impuso la selectividad para sus seguidores. En principio, la invitación y llamada son universales. La Iglesia, la comunidad de Jesús, se compone de «buenos y malos». Desde esta realidad —que se hizo patente muy pronto en la experiencia amarga de la Iglesia de los orígenes— fue necesario recurrir a principios de discernimiento o discreción de espíritus. Principios que hoy pueden parecernos demasiado elementales, como ocurre con el establecido en la primera carta de Juan: «El que niegue que Jesús vino en carne (que era hombre verdadero), no es de Dios, sino del anticristo».
La Iglesia es el nuevo pueblo de Dios. Por eso, en ella aparecieron los profetas y gozaron de gran estima. Pero, junto a los profetas verdaderos, aquéllos que viven inmersos en el misterio de Dios y hablan sus palabras, aparecieron —y aparecen— los profetas falsos. Era necesario establecer un principio de discernimiento. Y este principio es el del fruto que producen. La imagen del árbol tiene profundas raíces bíblicas. El pueblo de Dios es comparado con árboles y plantas (Is 61, 3; Jer 2, 21; Mt 15, 13; Jn 15, 1. 8). Si el árbol es bueno, también lo serán sus frutos y viceversa. Hablando sin metáforas, se enuncia el principio de la unidad del hombre y sus obras. A lo largo del sermón de la montaña se insiste, en distintas ocasiones, en que el corazón nuevo —el hombre nuevo, regenerado por la fe— produce frutos nuevos. Un principio de deducción. El texto presente aplica el procedimiento inductivo: de los frutos se deduce la naturaleza del árbol, de las obras realizadas se deduce qué clase de persona tenemos delante de nosotros.
El texto de Mateo no precisa la clase de frutos. En otros pasajes del Nuevo Testamento (ver Gál 5, 22) son mencionados en particular. Otras veces se enuncian de modo genérico (Jn 15, 1ss). Cierto que un falso profeta puede ser utilizado por Dios para la transmisión de su palabra (Núm 22-24: el caso de Balam), pero esto siempre será una excepción. La regla general será la otra. De ahí la necesidad de establecer criterios de discernimiento.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 7,15-20, de Joven para Joven. Por sus frutos los conoceréis.
¿Verdaderos o falsos profetas? El tema de los falsos profetas tuvo mucha importancia en la historia del primer pueblo de Dios y las primeras comunidades cristianas, como vemos por los escritos de entonces. Aparecían en las comunidades hombres que se decían inspirados por Dios, unas veces con mensajes renovadores y otras con consignas de vuelta atrás. Son hombres y mujeres con carisma, capaces de imantar con su palabra. ¿Son profetas o locos? ¿Iluminados por el Espíritu o paranoicos que buscan notoriedad? ¿Son enviados de Dios o embaucadores aprovechados? No siempre es fácil la respuesta. Jesús tuvo que alertar contra el magisterio engañoso de los escribas y fariseos: “Haced y guardad lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque dicen y no hacen” (Mt 23,3).
El propio Jesús suscitó dudas entre sus oyentes por instigación de sus adversarios. Juan de la Cruz estuvo recluido por los miembros de su Orden, y sus libros, al igual que los de santa Teresa, estuvieron al borde de la hoguera de la Inquisición para ser quemados como sospechosos de iluminismo. En nuestros días, el obispo Oscar A. Romero era para unos un enviado de Dios; para otros, un hombre exaltado y equivocado. Otro tanto hay que decir de grupos, comunidades y movimientos cristianos, antiguos o nuevos: ¿Están animados verdaderamente por el Espíritu de Dios o están viciados en sus entrañas? Y ello, naturalmente, en orden a nuestra actitud: ¿Los he de apoyar, colaborar con ellos, integrarme en ellos? ¿Cómo distinguir al auténtico profeta, al santo, al carismático del iluminado, seductor o ambicioso? ¿Cómo distinguir al auténtico grupo profético animado por el Espíritu de Dios?
Naturalmente, no se trata de ser maniqueos y de catalogar como farsantes a personas o grupos porque sufran deficiencias; las tienen todos. Se trata de discernir cuáles están básicamente impulsados por el Espíritu, por la buena voluntad y gozan de buena salud evangélica. El discernimiento tiene una gran trascendencia; no es lo mismo integrarse en un movimiento o en una comunidad que en otra por el mero hecho de que se apelliden “cristianos”. La pregunta se la ha de dirigir también cada uno a sí mismo. Con frecuencia muchos, movidos por una sana inquietud, se preguntan: ¿Voy por el buen camino? ¿Estoy bien orientado en mi vivencia cristiana o ando errado? Evidentemente el pasaje evangélico es de plena urgencia.
“Por sus frutos los conoceréis”. Evidentemente, hay muchos riesgos de autoengaño. Jesús previene contra los formalismos religiosos, contra una religiosidad huera, cargada, como la higuera, de abundante follaje cultual, pero vacía de frutos (Lc 13,6-9). Cristiano mediocre es el que se queda en la proclamación: “¡Señor!, ¡Señor!”, el que reduce su cristianismo al cumplimiento sin compromiso, a rezos, eucaristías y comuniones, pero que no cambian la vida; dice “sí” como el hijo muy educado (Mt 21,30), pero luego con las obras dice “no”; no hace la voluntad del Padre, que es tender solidariamente la mano a quien nos necesita (Mt 7,21).
El “árbol sano” no es el que sólo produce grandes deseos, grandes formulaciones, grandes declaraciones o grandes proyectos y programaciones. “Por sus frutos los conoceréis”. Esos frutos son la entrega a los demás. Jesús afirma: “En esto conocerán que sois mis discípulos: en que os amáis unos a otros” (Jn 13,35). En el juicio definitivo, en la gran hora del discernimiento, se nos preguntará: ¿Me diste de comer, me acogiste, me acompañaste en mi soledad y desamparo, me ayudaste a encontrar salida cuando me encontraba encerrado en un callejón, me ayudaste a llevar mi cruz? (cf. Mt 25,40). Juan interpela: ¿Cómo puedo decir que amo a Dios si no amo al hermano? ¿Cómo puedo amar a Dios, a quien no veo, si no amo al hermano al que veo? (1 Jn 4,20).
Afirma el Concilio Vaticano II: “La escisión entre la fe que profesan y la vida diaria de muchos debe ser considerada como uno de los más graves errores de nuestro tiempo”. Es “uno de los más graves errores” porque afecta a muchos “cristianos”, destruye radicalmente la vida cristiana y provoca ateísmo e indiferencia religiosa (GS 19).
Frutos sanos. Para que los frutos sean sanos y signo de un árbol bueno, no basta con que tengan una apariencia vistosa por el tamaño, el color o el brillo; es preciso que la pulpa esté sana, nacida de la gratuidad y el desinterés, libre del gusanillo de la vanidad, del interés económico, de la motivación comercial, que la convertiría en fruto vacío e inútil.
A veces me piden opinión sobre sacerdotes, seglares, parroquias y movimientos desconocidos o que suscitan polémica; como criterio de discernimiento, siempre les invito a preguntarse: ¿Buscan popularidad, interés económico, recompensa afectiva? ¿Se ponen al servicio de los que no pueden pagar de ninguna forma? ¿Son fanáticos de la institución o lo que de verdad les preocupa son las personas?
A la luz de este criterio hemos de juzgarnos a nosotros mismos: ¿Qué frutos producimos? ¿Decimos sólo palabras bonitas o también ofrecemos hechos? ¿Somos sólo charlatanes brillantes? Podemos hablar de forma muy elocuente sobre la justicia, el compromiso social, la solidaridad con los pobres, la comunidad, pero la “prueba del nueve” es si damos frutos de todo eso. El mismo refranero ha recogido expresiones con sabor evangélico: “No es oro todo lo que reluce”; “hay que predicar y dar trigo”. Santa Teresa lo expresó con su conocido dicho: “Obras son amores y no buenas razones”.
Elevación Espiritual para este día.
Por lo demás, al decir el Señor que pocos son los que lo encuentran, una vez más puso patente la desidia del vulgo, a la par que enseñó a sus oyentes a seguir no las comodidades de los más, sino los trabajos de los menos. Porque los más —nos dice— no sólo no caminan por ese camino, sino que no quieren caminar, lo que es locura suma. Pero no hay que mirar a los más ni hay que dejarse impresionar por su número, sino imitar a los menos y, pertrechándonos bien por todas partes, emprender así decididamente la marcha. Porque, aparte de ser camino estrecho, hay muchos que quieren echarnos la zancadilla para que no entremos por él. Por eso añade el Señor: ¡Cuidado con los falsos profetas! Porque vendrán a vosotros vestidos con piel de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. He aquí, a la par de los perros y de los cerdos, otro linaje de celada y asechanza, éste más peligroso que el otro, pues unos atacan franca y descubiertamente y otros entre sombras.
«Todo árbol bueno da frutos buenos, mientras que el árbol malo da frutos malos.» Estas palabras podemos referirlas a todos aquellos hombres que hablan y se las dan de comportarse de un modo, y luego obran de un modo completamente distinto. Pero, en particular, se refieren a los herejes, que presumen de continencia, castidad y ayuno, pero en su interior tienen un alma enferma que les lleva a engañar a los corazones simples de los hermanos. Por los frutos de su alma, con los que arrastran a los simples a la ruina, son comparados con los lobos rapaces.
Ésta es la verdad: mientras el árbol bueno no dé frutos malos da a entender que persevera en la práctica de la bondad; por su parte, el árbol malo continúa dando los frutos del pecado hasta que no se convierte a la penitencia. En efecto, nadie que continúe siendo lo que ha sido puede empezar a ser lo que aún no es (Jerónimo, Comentario al evangelio de Mateo).
Reflexión Espiritual para el día.
La separación entre el mundo y la comunidad se ha realizado. Pero la Palabra de Jesús penetra ahora en la comunidad misma, juzgando y separando. La separación debe realizarse, de forma incesantemente nueva, en medio de los discípulos de Jesús. Los discípulos no deben pensar que pueden huir del mundo y permanecer sin peligro alguno en el pequeño grupo que se halla en el camino angosto. Surgirán entre ellos falsos profetas, aumentando la confusión y la soledad.
Junto a nosotros se encuentra alguien que externamente es un miembro de la comunidad, un profeta, un predicador; su apariencia, su palabra, sus obras, son las de un cristiano, pero interiormente han sido motivos oscuros los que le han impulsado hacia nosotros; interiormente es un lobo rapaz, su palabra es mentira y su obra engaño. Sabe guardar muy bien su secreto, pero en la sombra sigue su obra tenebrosa. Se halla entre nosotros no impulsado por la fe en Jesucristo, sino porque el diablo le ha conducido hasta la comunidad. Busca, quizás, el poder, la influencia, el dinero, la gloria que saca de sus propias ideas y profecías. Busca al mundo, no al Señor Jesús. Disimulo sus sombrías intenciones bajo un vestido de cristianismo, sabe que los cristianos forman un pueblo crédulo. Cuenta con no ser desenmascarado en su hábito inocente. Porque sabe que a los cristianos les está prohibido juzgar, cosa que está dispuesto a recordarles en cuanto sea necesario. Efectivamente, nadie puede ver en el corazón del otro. Así desvía a muchos del buen camino. Quizás él mismo no sabe nada de todo esto; quizás el demonio que le impulsa le impide ver con claridad su propia situación.
Ahora bien, tal declaración de Jesús podría inspirar a los suyos un gran terror. ¿Quién conoce al otro? ¿Quién sabe si detrás de la apariencia cristiana no se oculta la mentira, no acecha la seducción? Una desconfianza profunda, una vigilancia sospechosa, un espíritu angustiado de crítica podrían introducirse en la Iglesia. Esta palabra de Jesús podría incitarles a juzgar sin amor a todo hermano caído en el pecado. Pero Jesús libera a los suyos de esta desconfianza que destruiría a la comunidad. Dice: el árbol malo da frutos malos. A su tiempo se dará a conocer por sí mismo. No necesitamos ver en el corazón de nadie. Lo que debemos hacer es esperar hasta que el árbol dé sus frutos de vivir mucho tiempo de apariencias. Llega el momento de dar los frutos.
Cuando llegue su tiempo, distinguiréis los árboles por sus frutos. Y el fruto no puede hacerse esperar mucho. Lo que se trata aquí no es la diferencia entre la Palabra y la obra, sino entre la apariencia y la realidad. Jesús nos dice que un hombre no puede vivir mucho tiempo de apariencias. Llega el momento de dar los frutos, llega el tiempo de la diferenciación. Tarde o temprano se revelará lo que realmente es. Poco importa que el árbol no quiera dar fruto. El fruto viene por sí mismo. Cuando llegue el momento de distinguir un árbol de otro, el tiempo de los frutos lo revelará todo. Cuando llegue el momento de la decisión entre el mundo y la Iglesia, lo que puede ocurrir cualquier día, no sólo en las grandes decisiones, sino también en las decisiones ínfimas, vulgares, entonces se revelará lo que es malo y lo que es bueno. En ese instante sólo subsistirá la realidad, no la apariencia.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia.2R 22, 8-13; 23, 1-3. Renovación de la alianza
Generalmente los autores están de acuerdo en reconocer que el libro de la Ley encontrado en el templo en tiempo de Josías corresponde al libro del Deuteronomio.
La lectura del libro encontrado impresionó tanto al joven rey que, después de consultar a la profetisa Julda, convocó a todo el pueblo en Jerusalén y en presencia de toda la asamblea se leyó públicamente. A medida que avanzaba la lectura el sentimiento de culpabilidad se debió ir apoderando de toda la colectividad, pues entre las exigencias del libro y la realidad religiosa que estaba viviendo el pueblo había un abismo. En repetidas ocasiones hemos visto que la situación religiosa de Israel se fue deteriorando, sobre todo a partir del establecimiento de la monarquía. Pero dentro de la monarquía, por lo que se refiere al reino del sur, los dos reyes que se distinguieron por su impiedad fueron precisamente los dos predecesores de Josías, a saber, Manasés y Amón. La impiedad del primero debió revestir tal gravedad que ha pasado a la historia con el calificativo del «impío Manasés».
Los dos dogmas más característicos y más acentuados por el Deuteronomio eran la unicidad de Dios y la unicidad de santuario: «Escucha Israel: Yavé es nuestro Dios, sólo Yavé. Amarás a Yavé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6, 4-5).
«Cuando paséis el Jordán y habitéis en la tierra que Yavé vuestro Dios os da en herencia..., entonces llevaréis al lugar elegido por Yavé vuestro Dios para morada de su nombre todo lo que os prescribo: vuestros holocaustos y vuestros sacrificios, vuestros diezmos... Guárdate de ofrecer entonces tus holocaustos en cualquier lugar sagrado que veas; sólo en el lugar elegido por Yavé en una de sus tribus podrás ofrecer tus holocaustos y sólo allí pondrás en práctica todo lo que yo te mando» (Dt 12, 10-14).
En ambos flancos la situación era francamente lamentable. Además de la cananeización que el yahvismo venía sufriendo desde que los israelitas se instalaron en Palestina, ahora últimamente bajo la dominación asiria, especialmente durante los reinados de Manasés y Amón, había tenido lugar una intensa penetración de la religión asiria, con sus dioses y prácticas culturales.
Respecto de la unicidad de santuario, o sea la proscripción de todos los santuarios de provincias y la centralización del culto en Jerusalén, ésta era una ley nueva, promulgada por el Deuteronomio y que nunca se había puesto en práctica.
A la vista de la situación religiosa del pueblo por una parte, y teniendo presentes las exigencias del libro de la Ley por otra, el rey hizo renovación pública de la alianza y se comprometió a guardar y hacer guardar los mandamientos, testimonios y preceptos de la Ley con todo el corazón y con toda el alma. Todo el pueblo se adhirió a la decisión del rey.
Por la historia sabemos que la cosa no se quedó solamente en compromisos y en palabras, sino que Josías llevó a cabo dos importantes reformas religiosas.
MISA VESPERTINA DE LA VIGILIA DE LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA.
PRIMERA LECTURA
Jr 1,4-10
El Señor tocó la boca de Jeremías para hacerlo capaz de anunciar la Palabra. Estando todavía en el vientre de su madre, escogió a aquel a quien destinaba a ser «profeta de los gentiles», encargado de anunciar el juicio y preparar un mundo cuya plena manifestación, sin embargo, no pudo ver. Estos rasgos hacen de Jeremías una figura de Juan Bautista, quien tampoco pudo contemplar, aquí abajo, la gloria de aquel a quien precedió.
Lectura del libro de Jeremías
En tiempo de Josías, recibí esta palabra del Señor: «Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles». Yo repuse: «¡Ay, Señor mío! Mira que no sé hablar, que soy un muchacho».
El Señor me contestó: «No digas: “Soy un muchacho”, que a donde yo te envíe, irás, y lo que yo te mande, lo dirás. No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte». Oráculo del Señor. El Señor extendió la mano y me tocó la boca; y me dijo: «Mira: yo pongo mis palabras en tu boca, hoy te establezco sobre pueblos y reyes, para arrancar y arrasar, para destruir y demoler, para edificar y plantar».
Palabra de Dios.
Salmo responsorial Sal 70
Desde nuestro mismo origen y a lo largo de toda nuestra vida, somos objeto de las atenciones divinas.
R. En el seno materno tú me sostenías.
A ti, Señor, me acojo:no quede yo derrotado para siempre; tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, inclina a mí tu oído, y sálvame. R.
Sé tú mi roca de refugio, el alcázar donde me salve, porque mi peña y mi alcázar eres tú. Dios mío, líbrame de la mano perversa. R.
Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías. R.
Mi boca contará tu auxilio, y todo el día tu salvación. Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas. R.
SEGUNDA LECTURA
1P 1,8-12
El evangelio proclama el cumplimiento de las promesas anunciadas por los profetas y la venida del Salvador, cuyo camino preparó Juan Bautista, el último de los profetas. No por ello hemos dejado de vivir en un tiempo de fe y de esperanza en el porvenir. Pero esta esperanza está garantizada de tal modo que ya debe hacernos estremecer de alegría.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro.
Queridos hermanos: No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.
La salvación fue el tema que investigaron y escrutaron los profetas, los que predecían la gracia destinada a vosotros. El Espíritu de Cristo, que estaba en ellos, les declaraba por anticipado los sufrimientos de Cristo y la gloria que seguiría; ellos indagaron para cuándo y para qué circunstancia lo indicaba el Espíritu. Se les reveló que aquello de que trataban no era para su tiempo, sino para el vuestro. Y ahora se os anuncia por medio de predicadores que os han traído el Evangelio con la fuerza del Espíritu enviado del cielo. Son cosas que los ángeles ansían penetrar.
Palabra de Dios.
SANTO EVANGELIO
Lc 1,5-17
El evangelio según san Lucas establece un paralelismo sorprendente entre Jesús y Juan Bautista. El nacimiento del Precursor es anunciado a una pareja de «justos» que no podían esperar ya tener un hijo. Encargado de ir delante de aquel a quien anuncia, el hijo que Isabel va a traer al mundo será revestido de una fuerza comparable a la de Elías, el profeta de fuego, del que se pensaba que precedería al Mesías. La Natividad de Juan Bautista, cuyo nombre significa «Dios se ha compadecido», es el comienzo de la Buena Noticia de Jesús, «Dios salva».
Lectura del Santo Evangelio según san Lucas.
En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón llamada Isabel. Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada.
Una vez que oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, según el ritual de los sacerdotes, le tocó a él entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso; la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso.
Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor. Pero el ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos israelitas al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto».
Palabra del Señor.
COMENTARIOS DE LAS LECTURAS DE LA MISA VESPERTINA DE LA SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA.
Comentario de la Primera Lectura: 1, 1. 4-10; ss. 17-19. Vocación profética
Antes de narrarnos su vocación, el profeta nos dice quién es. Su nombre, frecuente en el Antiguo Testamento, es Yirmeyahu (Yavé) exalta. Su familia, sacerdotal, era descendiente del gran sacerdote davídico Abiatar, desterrado por Salomón al oponerse a su coronación y sustituido por Sadoc. Su pueblo natal era Aratot, ciudad levítica de la montaña perteneciente como Irusa1én a la tribu de Benjamín. Allí fue dedicado un altar cananeo a Anat, hermana de Baal, de ahí le vino su nombre.
Jeremías comienza su libro con la expresión “Palabras de”, típico hebraísmo para expresar no sólo lo que nosotros entendemos por «palabras» sino también las acciones y acontecimientos. Las palabras de Jeremías son, ni más ni menos, su propia historia. Y su historia biográfica comienza por la llamada de Dios.
La vocación es en la vida de todo hombre lo que da sentido a toda su actividad. Confundir la vocación puede suponer el fracaso total de una personalidad. Jeremías a los veinte años tiene clara conciencia de cuál sea su vocación. Ha sido llamado para ser profeta de las naciones.
Los grandes pioneros del espíritu han dejado constancia de su vocación, de su encuentro con Dios, en el que han comprendido la misión de su vida. Cada uno a su estilo, de forma diferente, pero con certeza, seguridad y eficacia. Es una profunda experiencia interior de lo divino y humano en estrecha intimidad inadecuadamente expresada después mediante los medios físicos de que disponemos. La descripción externa es irreal. La experiencia interna tan real como el pan y el agua que comemos y bebemos.
Jeremías se sabe conocedor de Dios al mismo tiempo que ha sido conocido por Él. Conocimiento que es amor. En el lenguaje hebreo se conoce con el corazón. Este conocimiento amoroso ha hecho de él un consagrado, algo dedicado exclusivamente a Dios y separado de todo lo demás.
Aunque fue a los veinte años cuando tomó conciencia de todo esto, fue también entonces cuando descubrió en su intimidad con Dios —Dios se lo reveló, decimos nosotros— que este sentido de su vida estaba ya prefijado desde eterno en los planes de Dios, desde antes de que fuera formado en el seno de su madre.
Esto le hace temblar. Se ve sencillamente un hombre. Quisiera ser como uno de tantos; como un niño pequeño que no sabe hablar. Tímido por naturaleza, está muy lejos de ofrecerse voluntario como Isaías. Pero el imperativo divino está por encima de sus sentimientos naturales. «Yo estaré contigo para salvarte». ¡Qué hermosa experiencia de intimidad y presencia de lo divino en lo humano!
Yavé sale responsable de cuanto diga. Él pondrá en su boca lo que ha de decir y la fuerza para decirlo. Para ello debe primero purificarla con el simbolismo de tocarla con su mano. Desde ahora su misión está bien clara. Con la antítesis de construir y destruir sabe que deberá enderezar todo camino torcido y profundizar en la revelación, incluso con nuevas revelaciones. Sabe que tiene que hablar porque su conciencia no puede soportar lo que contemplan sus ojos: idolatría, enoteísmo, perversión de costumbres... Tiene que hablar y tiembla. ¿Y qué hombre no? Es la violencia de esa lucha interior entre las exigencias de la fe y la debilidad humana. Hasta Cristo sudó sangre. Así son los auténticos llamados, los genuinos profetas.
Comentario del Salmo 70
Es un salmo de súplica individual. Alguien, que tiene que enfrentarse con un conflicto mortal, se encuentra sin fuerzas y, por eso, recurre a Dios, con la esperanza de no quedar defraudado. Son muchas las peticiones que encontramos: “sálvame”, “libérame”, «inclina tu oído» (2), etc. En medio de esta situación, esta persona se acoge al Señor (1), espera en Dios (14) y promete ensalzarlo (22-24a).
Resulta difícil proponer una estructura plenamente satisfactoria, pues esta oración mezcla la súplica con los recuerdos y las promesas. Podemos dividirla en dos partes: 1-13a; 13b-24. Las dos empiezan y terminan con la cuestión de la vergüenza. Hay investigadores que ven una especie de estribillo en 1.13.24b, lo que obligaría a dividir el salmo de una forma distinta. En la primera parte (1-13a) el salmista hace varias cosas: comienza afirmando que se acoge al Señor (1) y por eso expone una serie de peticiones (2-3); habla de sus enemigos (4.10-11) y recuerda algunas de las etapas de su vida (antes de nacer, juventud y ancianidad, 5-6.9). La dimensión temporal está presente: siempre ha confiado en Dios (6), todo el día lo alaba (8) y espera no quedar avergonzado jamás (1). Se concede mucha importancia a las partes del cuerpo como instrumentos de opresión (mano, puño, 4), de escucha (oído, 2), de alabanza (boca, 8). Llama la atención lo que se dice en el versículo 6: entre esta persona y Dios había una «alianza» anterior al nacimiento de la primera pues, ya en el seno materno, el nascituro se apoyaba en Dios, y el Señor lo sostenía. Podríamos resumir esta primera parte titulándola «los conflictos en la tercera edad». Es intensa la presencia de los enemigos; también son fuertes sus proyectos contra el justo.
«La esperanza de la tercera edad», este podría ser el título de la segunda parte (13b-24). El autor vuelve a hablar de la época de su juventud y del momento en que vive (17-18); promete muchas cosas, entre otras, que volverá a tocar para Dios (22); retorna el tema de los conflictos (20); nos dice algo de su anterior posición social (21), Mientras que en la primera parte (6) recordaba el seno materno como su morada antes de nacer, en la segunda menciona el seno de la tierra, una intensa imagen empleada para hablar de su situación al borde de la muerte (20b). También en esta parte se valora el cuerpo corno instrumento de liberación (18b) y de alabanza (19.23.24a).
Este salmo surgió a partir de los conflictos con los que tuvo que enfrentarse una persona anciana. Parece ser que el sufrimiento constituía su pan cotidiano. Se puede decir que lo suyo era un «milagro» (7). En la segunda parte, todo esto se le atribuye a Dios. Probablemente se trataba de una persona con una posición social elevada. Esto es lo que podemos imaginar a partir de la expresión: «Aumentarás mi grandeza, y de nuevo me consolarás» (21). La grandeza nos sugiere una situación pasada que se ha perdido y que el salmista pretende recuperar con creces.
¿Qué es lo que habría pasado? El salmista siempre confió en Dios, incluso en momentos inimaginables, como cuando estaba en el seno materno (6). Pero ahora esta esperanza está a punto de desvanecerse, pues ya se siente en el seno de la tierra. Podría decirse que ya «tiene un pie en la tumba». ¿Por qué? El salmo habla de la «mano del malvado» y del «puño del criminal y del violento». También menciona a los enemigos, que hablan mal del fiel, de los que vigilan su vida y hacen planes (10); hay quienes persiguen la vida de este anciano y tratan de hacerle daño (13.24b).
El salmista se siente viejo, está sin fuerzas (9), su pelo está canoso (18) y tiene miedo de que Dios lo abandone y acabe sumido en la vergüenza (1) y la confusión. Si Dios no interviene inmediatamente, la confianza de este anciano va a caer en picado. Su vida no será más que confusión y vergüenza.
Los malvados lo persiguen, afirmando que Dios no se preocupa por los viejos que le permanecen fieles. Debe resultar muy duro para una persona mayor, que ha confiado en Dios toda su vida, escuchar estas cosas de quienes quieren verlo muerto: «Dios lo ha abandonado. “¡Podéis perseguirlo y agarrarlo, que nadie lo salvará!” (11).
Así pues, este es el salmo de una persona anciana víctima de los malvados, criminales y violentos que atentan contra su vida. Una persona vieja y sin fuerzas (9) contra un grupo de poderosos bien organizados que traman planes y vigilan la vida del justo para acabar con ella (10).
Este anciano no tiene a quién recurrir fuera de Dios. Suplica, confía, promete. Promete diversas cosas, entre otras, vivir todo el día (8.15.24a) alabando la justicia de Dios, ensalzarlo con el arpa y con la cítara (22), lo que indica que sabía manejar estos instrumentos. La promesa más importante consiste en contar las proezas del Señor, describir su brazo y anunciar sus maravillas a muchachos y jóvenes, a la siguiente generación (16-18). Como anciano que es, juega un importante papel pedagógico y catequético: educar en la confianza en el Dios que escucha, libera y hace justicia. Pero, para ello, el Señor tiene que responder e intervenir sin tardanza. En caso contrario, la vida de este hombre será pura confusión, vergüenza, muerte...
Son muchos los detalles que, en este salmo, componen un rostro extraordinario de Dios. A lo largo de su vida, este anciano ha confiado siempre en el Señor y, si ahora suplica, es porque sigue confiando en el aliado que nunca falla. También resulta interesante constatar la existencia de esta alianza desde el seno materno (6). Los versículos iniciales (2-3) presentan a Dios con las imágenes tradicionales de roca de refugio y alcázar o ciudad fortificada. Son signos de la confianza inquebrantable en el compañero de alianza y en el amigo fiel.
Una pregunta, planteada por el salmista, nos muestra quién es Dios: « ¿Quién como tú?» (19b). El es el único que salva y que libera, como hiciera antaño en Egipto. La experiencia del éxodo es el motor que impulsa a este anciano a confiar, pedir, esperar y celebrar. El salmo fuerza la intervención de Dios. Si no escucha el clamor de este anciano, los malvados, criminales y violentos tendrán razón cuando dicen: «Dios lo ha abandonado. Podéis perseguirlo y agarrarlo, que nadie lo salvará» (11). En este salmo, Dios recibe diferentes nombres que dan a entender que se mantiene fiel a lo largo de todo el camino del pueblo de Dios.
Como ya hemos visto a propósito de otros salmos de súplica, Jesús escuchó todos los clamores y no defraudó a quienes habían depositado en él su confianza. Salvó todas las vidas que corrían peligro, venciendo incluso al mayor de los enemigos, la muerte.
Las situaciones que se han presentado al comentar otros salmos de súplica individual, también sirven aquí. Pero el salmo 71 brilla con luz propia, pues es la oración de la ancianidad con sus dificultades, conflictos, necesidades y, sobre todo, sus deseos de colaborar en la construcción de una sociedad más humana. El anciano de este salmo tiene una experiencia de la vida por transmitir. Por desgracia, nuestra sociedad valora poco el papel de la tercera edad, sin permitirle comunicar toda su sabiduría a propósito de la vida.
Comentario del Santo Evangelio: (Lc 1,5-17-25). Te daré un hijo y le pondrás por nombre Juan.
Tu oración ha sido escuchada. En las familias sanas los hijos son considerados como una bendición. Con los niños se refuerza la estirpe y la importancia de un pueblo. Para los hebreos, se añade otro elemento: la promesa del futuro reino mesiánico. Quedarse sin hijos significaba quedar excluido de esta esperanza.
Pero el reino de Dios no sólo nace de la sangre y de la unión carnal, sino de Dios (Jn 1,13). San Juan Bautista, que tenía que ser el precursor inmediato del Mesías, nace también de las oraciones hechas por su padre, el sacerdote Zacarías, en el templo de Jerusalén. Zacarías es un ejemplo para las familias cristianas, que deberían esperar a cada niño no sólo como descendiente propio, sino también como hijo de Dios. Los verdaderos grandes hombres de la historia han confesado, a menudo, que creen que las metas conseguidas, el éxito, el consenso obtenido, han sido, en parte, fruto de las oraciones de su madre. Por eso los soldados que parten para la guerra piden la oración de su madre, Pero como toda la vida humana es un combate, los jóvenes siempre deben estar acompañados por la oración de sus padres, que les sigue y protege.
Soy viejo y mi mujer es de edad avanzada. Isaac nació de Abrahán y Sara cuando éstos tenían una edad en la que ya no se puede esperar tener descendencia. Ana ya era anciana cuando llegó Samuel. La misma situación que la del nacimiento de Juan el Bautista, y semejante a la que los evangelios apócrifos atribuían a la Virgen María. ¿Qué significa? Es el preanuncio simbólico del nacimiento de Jesús por obra del Espíritu Santo.
Quiere resaltarse una verdad importante, válida para todos los cristianos, pero que a menudo se olvida fácilmente: la llegada de todo hombre al mundo forma parte del proyecto de Dios, y los padres sólo son un instrumento en las manos de la Providencia. Todos nacemos del Espíritu Santo y toda vida humana es una obra maravillosa del amor de Dios. El Dios de la Biblia es «el Dios vivo», el que «vive y reina» y da la vida a los hombres como el don más precioso.
Te quedarás mudo. El evangelio nos presenta la mudez temporal de Zacarías como un castigo por su falta de fe. Hay una diferencia evidente entre él y la Virgen María, dichosa porque ha creído (Lc 1,45). El castigo de Zacarías es particular y los Padres de la Iglesia le atribuyen un significado simbólico. San Gregorio Nacianceno hace un juego de palabras: san Juan Bautista debe convertirse en la «voz que grita en el desierto» (Lc 3,4), la voz que prepara la revelación de la palabra divina y, por ello, conviene que nazca en el silencio. Ante la voz de Dios enmudecen todas las voces humanas.
Otros subrayan la coherencia entre el castigo de Zacarías y su falta de fe. Usamos las palabras para comunicar. Pero para que un discurso tenga sentido se debe confiar en lo que se dice, tomarse en serio cada palabra: sólo de este modo puede darse una respuesta. Lo mismo ocurre en el diálogo con Dios. Primero tenemos que escuchar lo que Dios nos dice y sólo después tendrán fuerza las palabras de la petición que le dirijamos. La oración es un coloquio, y el coloquio exige confianza. Si falta la confianza, la oración es estéril y el hombre enmudece ante Dios. Es un verdadero castigo que se corrige si se renueva la fe. Dios le había prometido descendencia y él contestó desconfiando: “Yo soy viejo”.
Comentario del Santo Evangelio: Lc 1,5-25, para nuestros Mayores. Anuncio del nacimiento del Bautista.
La historia y las historias son siempre “historia de salvación”, en la que Dios interviene ocultamente para alcanzar la meta gloriosa de la victoria escatológica. Naturalmente, Dios se sirve de mediadores inesperados por los hombres y que actúan de forma desconcertante.
Es una constante en la Biblia que Dios se sirve de los débiles, los pobres y los humildes para realizar las gestas y acciones salvíficas. Para vencer a Goliat, un gigantón filisteo, se sirve del jovenzuelo David. Samuel lo elige a él, el hermano más joven y el menos indicado, para ser rey. Con respecto a poblaciones, elige Belén, una pobre aldea, para cuna del Mesías (Miq 5,1) y Nazaret para que viva su Hijo (Jn 1,46). Con respecto a las maternidades, elige para dar la existencia a personajes claves en la historia de la salvación a mujeres ancianas o estériles. Es el caso de Sara, la madre de Isaac; de la madre de Sansón; de Ana, la madre del profeta Samuel; de Isabel, la madre de Juan el Bautista; y de la misma María, la madre de Jesús, que será madre siendo virgen.
Dios elige a los débiles para que se ponga de manifiesto “el poder de su brazo”. Se pone de manifiesto también en el Nuevo Testamento en la elección de los apóstoles, hombres sin cultura y sin relevancia social. Con ello se destaca que son hijos del milagro, un regalo de Dios, que es el verdadero protagonista de la historia de la salvación.
Juan es un enviado de Dios para ser el profeta precursor del Mesías; por eso hay una intervención milagrosa en su nacimiento. En sus orígenes se descubre su misión. El anuncio del nacimiento de Juan Bautista reproduce el esquema del anuncio de otros nacimientos de personas importantes del Antiguo Testamento. Es rico en detalles significativos a nivel teológico: aparición del ángel del Señor, turbación y temor de la persona visitada, comunicación del mensaje celeste y signo de reconocimiento (cf. Jc 13,2-7.24-25; 1 Sm 1,4-23). La narración está construida en contraste simétrico con el anuncio del nacimiento de Jesús. Aquí la aparición es en el marco grandioso del templo de Jerusalén; en el de Jesús es la sencilla casa de Nazaret. Aquí aparece la incredulidad de Zacarías; allí la fe de María. Aquél queda mudo; ésta exulta de gozo y canta las maravillas del Dios salvador. Para que aparezca claro que Dios es el protagonista de la historia, actúa por mediadores humildes y sencillos.
Actores en la epopeya. También nosotros hemos sido llamados “personalmente” a la vida, a la fe (Ef. 1,3-5) y a participar en la gran epopeya de la historia de la salvación en un estado concreto, con una misión y profesión concretas. El Señor reproduce en nosotros el esquema que realizó con las grandes personas de la historia de la salvación. Nos dice como a Isaías: “Te he llamado por tu nombre” (Is 43,1-4).
Nombrarnos es reconocernos, promovernos y confiarnos una misión. Y esto a todos, no sólo a las grandes figuras bíblicas. Su vocación interpreta la nuestra; se nos narra la suya para que reconozcamos la nuestra y respondamos con su generosidad.
No sólo son llamados los de vocación “sagrada”. El P. Congar afirma: “Hasta ahora pensábamos que sólo son llamados, tienen vocación, algunos convocados a honrar a Dios en un modo de vida relacionado con lo sagrado: religiosos, sacerdotes, monjas o aquellos que han recibido un mandato especial de Dios como Moisés: “Saca a mi pueblo de Egipto”, Francisco de Asís: “Restaura mi Iglesia”, o Juana de Arco: “Salva a Francia”, como si los demás hombres y mujeres no le interesaran mayormente”. Si Dios no llamara a todos, tendría hijos de varias categorías. Pero no, llama a todos. Lo que pasa es que unos perciben la llamada y otros no, unos aceptan la misión y otros la rechazan. Sin embargo, Él enriquece a todos con los dones necesarios para cumplirla.
Es la misma táctica a través de los siglos. Pablo constata: “Fijaos a quiénes llamó Dios: no a muchos intelectuales, ni a muchos poderosos, ni a muchos de buena familia; todo lo contrario: lo necio del mundo lo escogió Dios para humillar a los sabios; y lo débil del mundo lo escogió Dios para humillar a lo fuerte; y lo plebeyo del mundo, lo despreciado, lo escogió Dios, de modo que ningún mortal pueda engallarse ante Él. El que esté orgulloso, que lo esté del Señor” (1 Co 1,26- 31). Y afirma de sí mismo: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co 12,10). Y asegura que es “el que más ha trabajado” (1 Co 15,10), pero también: “Todo lo puedo en Aquel que me conforte” (Flp 4,13).
“Yo estaré contigo” A la llamada del Señor, la mayoría de los vocacionados responde interponiendo su incapacidad: Moisés que es tartamudo, Amós que es un hombre sin cultura, Jeremías que es todavía un muchacho. Dios les replica: “No temas, yo estoy contigo” (Jr. 15,20). Se lo dice también a Pablo (Hch 18,10).
Para ser mediadores fieles de la acción del Señor es necesaria la fe en que Él puede hacer maravillas “en” nosotros y “por” nosotros. Porque Zacarías no la tuvo, quedó mudo. Su incredulidad contrasta con la fe de María.
La disponibilidad ante Dios supone:
— Una gran humildad que nos lleve a reconocer que todo es fruto de la acción del Espíritu (Flp 4,13). La autosuficiencia y el protagonismo exagerado lo pervierten todo. Cuando Sansón utilizó su fuerza prodigiosa en favor propio, la perdió y se perdió.
— El desinterés en el ejercicio de la misión, no pensando en el provecho propio, sino en el bien de los demás.
— Una gran confianza para secundar el plan de Dios más allá de nuestros cálculos humanos. Jesús echa en cara reiteradas veces a sus discípulos una determinada falta de confianza. D. Bonhóffer sintetizó el mensaje bíblico diciendo: Dios es la fuerza de mi fuerza y la fuerza de mi debilidad. Y L. Boff afirma: “Un débil más un débil no son dos débiles, sino un fuerte”.
Comentario del Santo Evangelio: 1, 5-25 (1, 5-17), de Joven para Joven. La anunciación del nacimiento de Juan Bautista.
Sirviendo de puente de unión entre el antiguo testamento y el mensaje de Jesús se eleva la figura del Bautista. Su exigencia de conversión actualiza lo mejor de la historia de Israel; su anuncio del juicio anticipa la venida de Jesús. Por eso, la tradición eclesial ha situado el nacimiento de Juan al lado del nacimiento de Jesús.
Recordemos que una escena del nacimiento no quiere retratar en el detalle los hechos sucedidos. Lo que intenta es, ante todo, precisar la verdad de un personaje y el sentido de su obra entre los hombres. Mirado desde aquí, el relato del nacimiento de Juan nos parece extraordinariamente rico.
Juan proviene de Israel y, por lo tanto, el evangelio nos dirige al templo, que condensa toda la grandeza y esperanza del antiguo testamento. Se evoca así el misterio del pueblo de las viejas esperanzas: sus libros sagrados, su culto, sus promesas. Sin necesidad de precisarlo, ha mostrado así que Juan enlaza con el mismo centro Israel, su pueblo.
Como representante del antiguo testamento, en medio de su templo, se encuentra Zacarías, el sacerdote, a quien igual que otras figuras veneradas de la vieja tradición (Abraham, los padres de Sansón, Ana) carece de retoños. De Isabel, su esposa, se añade que es estéril y es anciana (1, 6-7). Sobre ese fondo de piedad religiosa (1, 6) y de impotencia humana se descorre la palabra de Dios: Tendrán un hijo, que será la plenitud de los caminos del antiguo testamento. Se llamará Juan y vivirá como un «nazareo», es decir, un hombre consagrado a Dios según las normas religiosas de su pueblo (1, 13-15).
Con esta escena, Lucas no ha intentado fijar los detalles de la historia. Por eso no podemos preguntarnos por matices de nombres, de sucesos y lugares. Lo importante es Juan, y Lucas sabe que toda su función se halla enraizada en el antiguo testamento. Por eso nace como Jsaac, por obra de un milagro de Dios, que ha hecho fecundo el vientre de su madre; por eso rebosará de Espíritu de Dios y cambiará el corazón de numerosos miembros de su pueblo, transmitiéndoles el fuego sagrado de las viejas esperanzas (1, 15-17).
En el fondo, Juan Bautista se presenta como aquél que viene con la fuerza y el poder de Elías para disponer los caminos de Dios (1, 17). De Elías se afirmaba en las antiguas tradiciones de Israel que estaba vivo (raptado) en el misterio de Dios sobre la altura (2Re 2); por eso se esperaba que vendría a terminar su obra (Mal 4, 5-6) preparando así el camino a la llegada definitiva de Dios. Nuestro relato afirma implícitamente que Elías ya ha venido, realizando su misión a través de Juan Bautista.
¿Cómo ha preparado el Bautista los caminos de Dios? Los prepara a través de su mensaje de penitencia, exigiendo a los hombres que cambien; que- acepten el misterio de Dios que se acerca. Sin una auténtica conversión humana, Dios no puede llegar hasta nosotros; por eso es necesaria la figura de Juan, por eso ha conservado la Iglesia su mensaje y se ha narrado de manera tan hermosa el anuncio de su nacimiento, Pero, a la vez, debemos añadir que sin la venida de Dios la conversión de los hombres no puede ser total, no llega hasta su meta: Juan no existe para sí mismo, sino para anunciar los caminos de Dios. Sólo en esta Unión de penitencia (Juan) y gracia (Cristo) tiene sentido el evangelio.
Con esto hemos determinado el sentido general del texto. La dificultad de Zacarías (1, 18) y el signo de la mudez (1, 20) encajan perfectamente en los relatos de anunciación del antiguo testamento, como encaja el final de la escena y el hecho de que Isabel queda encinta (1, 2125). Sobre la historia de los hombres planea el poder de Dios que lo dirige todo hacia su Cristo.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia. Jeremías 1, 1. 4-10 (1, 4-9/1, 4-10/1, 4-5. [17-19]). Vocación profética
Antes de narrarnos su vocación, el profeta nos dice quién es. Su nombre, frecuente en el Antiguo Testamento, es Yirmeyahu =Yahveh exalta. Su familia, sacerdotal, era descendiente del gran sacerdote davídico Abiatar, desterrado por Salomón al oponerse a su coronación y sustituido por Sadoc. Su pueblo natal era Anatot, ciudad levítica de la montaña perteneciente como Jerusalén a la tribu de Benjamín. Allí fue dedicado un altar cananeo a Anat, hermana de Baal, de ahí le vino su nombre.
Jeremías comienza su libro con la expresión “Palabras de”, típico hebraísmo para expresar no sólo lo que nosotros entendemos por «palabras» sino también las acciones y acontecimientos. Las palabras de Jeremías son, ni más ni menos, su propia historia. Y su historia biográfica comienza por la llamada de Dios.
La vocación es en la vida de todo hombre lo que da sentido a toda su actividad. Confundir la vocación puede suponer el fracaso total de una personalidad. Jeremías a los veinte años tiene clara conciencia de cuál sea su vocación. Ha sido llamado para ser profeta de las naciones.
Los, grandes pioneros del espíritu han dejado constancia de su vocación, de su encuentro con Dios, en el que han comprendido la misión de su vida. Cada uno a su estilo, de forma diferente, pero con certeza, seguridad y eficacia. Es una profunda experiencia interior de lo divino y humano en estrecha intimidad inadecuadamente expresada después mediante los medios físicos de que disponemos. La descripción externa es irreal. La experiencia interna tan real como el pan y el agua que comemos y bebemos.
Jeremías se sabe conocedor de Dios al mismo tiempo que ha sido conocido por El Conocimiento que es amor. En el lenguaje hebreo se conoce con el corazón. Este conocimiento amoroso ha hecho de él un consagrado, algo dedicado exclusivamente a Dios y separado de todo lo demás.
Aunque fue a los veinte años cuando tomó conciencia de todo esto, fue también entonces cuando descubrió en su intimidad con Dios —Dios se lo reveló, decimos nosotros— que este sentido de su vida estaba ya prefijado desde eterno en los planes de Dios, desde antes de que fuera formado en el seno de su madre.
Esto le hace temblar. Se ve sencillamente un hombre. Quisiera ser como uno de tantos; como un niño pequeño que no sabe hablar. Tímido por naturaleza, está muy lejos de ofrecerse voluntario como Isaías. Pero el imperativo divino está por encima de sus sentimientos naturales. «Yo estaré contigo para salvarte». ¡Qué hermosa experiencia de intimidad y presencia de lo divino en lo humano!
Yavé sale responsable de cuanto diga. Él pondrá en su boca lo que ha de decir y la fuerza para decirlo. Para ello debe primero purificarla con el simbolismo de tocarla con su mano. Desde ahora su misión está bien clara. Con la antítesis de construir y destruir sabe que deberá enderezar todo camino torcido y profundizar en la revelación, incluso con nuevas revelaciones. Sabe que tiene que hablar porque su conciencia no puede soportar lo que contemplan sus ojos: idolatría, enoteísmo, perversión de costumbres... Tiene que hablar y tiembla. ¿Y qué hombre no? Es la violencia de esa lucha interior entre las exigencias de la fe y la debilidad humana. Hasta Cristo sudó sangre. Así son los auténticos llamados, los genuinos profetas.
Comentario del Salmo 118
Aunque incluya muchas peticiones, este salmo —el más largo de todo el Salterio— es un salmo sapiencial. De hecho, comienza hablando de la felicidad («Dichosos...»), al igual que el salmo 1.
Es un salmo alfabético y está organizado en bloques de ocho versículos. Todos los versículos de cada bloque comienzan con la misma letra, hasta completar, por orden, el alfabeto hebreo (los demás salmos alfabéticos son: 9-10; 25; 34; 37; 111; 112; 145). En el que nos ocupa, tenemos un total de veintidós bloques (uno por cada letra). En todos ellos, el tema principal es la Ley. Todos y cada uno de los ciento setenta y seis versículos que lo componen, contiene alguna referencia a la Ley (en cada bloque hay siete u ocho de estas referencias). La Ley se designa con distintos nombres: palabra, promesa, normas, voluntad, decretos, preceptos, mandatos y mandamientos, verdad, sentencias, leyes. Resulta complicado exponer con claridad las características de cada bloque, pues los mismos temas aparecen y desaparecen con frecuencia. En muchos de estos bloques hay una súplica insistente; en otros se acentúa más la confianza. Vamos a intentar exponer, a grandes rasgos, el rasgo que caracteriza a cada uno de ellos.
25-32: «Reanímame» petición). Sigue el tema del bloque anterior. El siervo del Señor cuenta algo más de su situación: su garganta está pegada al polvo (25a) y su alma se deshace de tristeza (28a). Se menciona el «camino de la mentira» (29a), en oposición con respecto al segundo bloque (9-16), y se alude al conflicto de intereses que parece existir entre el salmista y los malvados que se dedican a calumniarlo.
33-40: «Muéstrame el camino» y «dame vida» (petición). Continúa la súplica y se repiten los temas de los bloques anteriores. Ha crecido la tensión social, pues ahora el salmista terne el «ultraje» de sus enemigos (39).
41-48: Petición y promesa. Sigue el tema del «ultraje» (42), pero el justo promete cumplir una serie de acciones si el Señor le envía su amor y su salvación, tal como había prometido (41). El salmista promete tres cosas: cumplir siempre la voluntad de Dios (44), andar por el camino de sus preceptos (45) y proclamarlos con valentía delante de los reyes (46).
Este salmo surge y no se hace mención del templo ni se habla de sacrificios o de sacerdotes. Toda la atención se fija en la Ley como única norma de sabiduría y corno único criterio para la vida en medio de una sociedad conflictiva. La ley lo es todo, abarca toda la vida del salmista, que sin ser aún anciano, ya es sabio; le invade de noche (55,62.147) y le ocupa de día (164). Vive en tierra extraña (19a) y como peregrino (54b). Se siente pequeño y despreciable, oprimido y perseguido, extraviado, pero sigue confiando y, por eso, suplica a Dios.
La Faz de Dios. En todos y cada uno de los versículos de este salmo se habla de la Ley, resultado de la alianza entre Dios y su pueblo. Se menciona al Señor veinticuatro veces (12 más 12). En este salmo, la Ley es sinónimo de vida. En tiempos de Jesús, la Ley ya no era fuente de vida (Jn 19,7).
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 7,15-20
Jesús pone en guardia a sus discípulos contra los «falsos profetas» y les indica el criterio de la verdad de la conducta cristiana. Consiste éste en los «frutos» que se esté en condiciones de producir. Mateo denunciará de manera repetida, en el discurso escatológico del Señor, la insidia que constituyen los falsos profetas (Mt 24,11.24). La enseñanza de la Didajé no difiere de ésta (11,4-8).
La imagen del árbol —y en particular del árbol de la vid— tiene aquí la función de indicar al pueblo de Dios y era una imagen que resultaba familiar a los oyentes de Jesús (cf. Is 5,1ss; Jr 2,21; Mt 15,13; Jn 15,1-8). Por el fruto se reconoce el árbol, del mismo modo que también el árbol produce frutos conformes a su naturaleza: puede tratarse de un árbol bueno o de un árbol enfermo, viciado.
Jerónimo nos hace caer en la cuenta de que Jesús nos invita a no detenernos en el «vestido», en las apariencias, y a tomar como criterio de valoración de la conducta humana los «frutos» que produce. Puedo detenerme en la meditación sobre los frutos que acompañan a la vida del cristiano. Los encuentro en las cartas paulinas (Gal 5,22; Rom 14,17; Ef. 5,9) y los dispongo siguiendo la triple referencia con la que presenta al ser humano la Escritura, referencia que gravita sobre el corazón, los labios y la mano. El corazón constituye el centro profundo de nuestro ser; la boca preside la comunicación, y la mano, verdadera prolongación de la conciencia, preside la acción.
Realizo un travelín introspectivo, deteniéndome en la meditación sobre los tres centros de gravedad: Corazón: caridad, magnanimidad, fidelidad, justicia. Boca: alegría, benevolencia, mansedumbre, verdad. Mano: paz, bondad, dominio de sí mismo, «dedo de la diestra de Dios».
Comentario del Santo Evangelio: Mt 7, 15-20, para nuestros Mayores. Falsos profetas.
A diferencia de lo que ocurría en Qumran, Jesús no impuso la selectividad para sus seguidores. En principio, la invitación y llamada son universales. La Iglesia, la comunidad de Jesús, se compone de «buenos y malos». Desde esta realidad —que se hizo patente muy pronto en la experiencia amarga de la Iglesia de los orígenes— fue necesario recurrir a principios de discernimiento o discreción de espíritus. Principios que hoy pueden parecernos demasiado elementales, como ocurre con el establecido en la primera carta de Juan: «El que niegue que Jesús vino en carne (que era hombre verdadero), no es de Dios, sino del anticristo».
La Iglesia es el nuevo pueblo de Dios. Por eso, en ella aparecieron los profetas y gozaron de gran estima. Pero, junto a los profetas verdaderos, aquéllos que viven inmersos en el misterio de Dios y hablan sus palabras, aparecieron —y aparecen— los profetas falsos. Era necesario establecer un principio de discernimiento. Y este principio es el del fruto que producen. La imagen del árbol tiene profundas raíces bíblicas. El pueblo de Dios es comparado con árboles y plantas (Is 61, 3; Jer 2, 21; Mt 15, 13; Jn 15, 1. 8). Si el árbol es bueno, también lo serán sus frutos y viceversa. Hablando sin metáforas, se enuncia el principio de la unidad del hombre y sus obras. A lo largo del sermón de la montaña se insiste, en distintas ocasiones, en que el corazón nuevo —el hombre nuevo, regenerado por la fe— produce frutos nuevos. Un principio de deducción. El texto presente aplica el procedimiento inductivo: de los frutos se deduce la naturaleza del árbol, de las obras realizadas se deduce qué clase de persona tenemos delante de nosotros.
El texto de Mateo no precisa la clase de frutos. En otros pasajes del Nuevo Testamento (ver Gál 5, 22) son mencionados en particular. Otras veces se enuncian de modo genérico (Jn 15, 1ss). Cierto que un falso profeta puede ser utilizado por Dios para la transmisión de su palabra (Núm 22-24: el caso de Balam), pero esto siempre será una excepción. La regla general será la otra. De ahí la necesidad de establecer criterios de discernimiento.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 7,15-20, de Joven para Joven. Por sus frutos los conoceréis.
¿Verdaderos o falsos profetas? El tema de los falsos profetas tuvo mucha importancia en la historia del primer pueblo de Dios y las primeras comunidades cristianas, como vemos por los escritos de entonces. Aparecían en las comunidades hombres que se decían inspirados por Dios, unas veces con mensajes renovadores y otras con consignas de vuelta atrás. Son hombres y mujeres con carisma, capaces de imantar con su palabra. ¿Son profetas o locos? ¿Iluminados por el Espíritu o paranoicos que buscan notoriedad? ¿Son enviados de Dios o embaucadores aprovechados? No siempre es fácil la respuesta. Jesús tuvo que alertar contra el magisterio engañoso de los escribas y fariseos: “Haced y guardad lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque dicen y no hacen” (Mt 23,3).
El propio Jesús suscitó dudas entre sus oyentes por instigación de sus adversarios. Juan de la Cruz estuvo recluido por los miembros de su Orden, y sus libros, al igual que los de santa Teresa, estuvieron al borde de la hoguera de la Inquisición para ser quemados como sospechosos de iluminismo. En nuestros días, el obispo Oscar A. Romero era para unos un enviado de Dios; para otros, un hombre exaltado y equivocado. Otro tanto hay que decir de grupos, comunidades y movimientos cristianos, antiguos o nuevos: ¿Están animados verdaderamente por el Espíritu de Dios o están viciados en sus entrañas? Y ello, naturalmente, en orden a nuestra actitud: ¿Los he de apoyar, colaborar con ellos, integrarme en ellos? ¿Cómo distinguir al auténtico profeta, al santo, al carismático del iluminado, seductor o ambicioso? ¿Cómo distinguir al auténtico grupo profético animado por el Espíritu de Dios?
Naturalmente, no se trata de ser maniqueos y de catalogar como farsantes a personas o grupos porque sufran deficiencias; las tienen todos. Se trata de discernir cuáles están básicamente impulsados por el Espíritu, por la buena voluntad y gozan de buena salud evangélica. El discernimiento tiene una gran trascendencia; no es lo mismo integrarse en un movimiento o en una comunidad que en otra por el mero hecho de que se apelliden “cristianos”. La pregunta se la ha de dirigir también cada uno a sí mismo. Con frecuencia muchos, movidos por una sana inquietud, se preguntan: ¿Voy por el buen camino? ¿Estoy bien orientado en mi vivencia cristiana o ando errado? Evidentemente el pasaje evangélico es de plena urgencia.
“Por sus frutos los conoceréis”. Evidentemente, hay muchos riesgos de autoengaño. Jesús previene contra los formalismos religiosos, contra una religiosidad huera, cargada, como la higuera, de abundante follaje cultual, pero vacía de frutos (Lc 13,6-9). Cristiano mediocre es el que se queda en la proclamación: “¡Señor!, ¡Señor!”, el que reduce su cristianismo al cumplimiento sin compromiso, a rezos, eucaristías y comuniones, pero que no cambian la vida; dice “sí” como el hijo muy educado (Mt 21,30), pero luego con las obras dice “no”; no hace la voluntad del Padre, que es tender solidariamente la mano a quien nos necesita (Mt 7,21).
El “árbol sano” no es el que sólo produce grandes deseos, grandes formulaciones, grandes declaraciones o grandes proyectos y programaciones. “Por sus frutos los conoceréis”. Esos frutos son la entrega a los demás. Jesús afirma: “En esto conocerán que sois mis discípulos: en que os amáis unos a otros” (Jn 13,35). En el juicio definitivo, en la gran hora del discernimiento, se nos preguntará: ¿Me diste de comer, me acogiste, me acompañaste en mi soledad y desamparo, me ayudaste a encontrar salida cuando me encontraba encerrado en un callejón, me ayudaste a llevar mi cruz? (cf. Mt 25,40). Juan interpela: ¿Cómo puedo decir que amo a Dios si no amo al hermano? ¿Cómo puedo amar a Dios, a quien no veo, si no amo al hermano al que veo? (1 Jn 4,20).
Afirma el Concilio Vaticano II: “La escisión entre la fe que profesan y la vida diaria de muchos debe ser considerada como uno de los más graves errores de nuestro tiempo”. Es “uno de los más graves errores” porque afecta a muchos “cristianos”, destruye radicalmente la vida cristiana y provoca ateísmo e indiferencia religiosa (GS 19).
Frutos sanos. Para que los frutos sean sanos y signo de un árbol bueno, no basta con que tengan una apariencia vistosa por el tamaño, el color o el brillo; es preciso que la pulpa esté sana, nacida de la gratuidad y el desinterés, libre del gusanillo de la vanidad, del interés económico, de la motivación comercial, que la convertiría en fruto vacío e inútil.
A veces me piden opinión sobre sacerdotes, seglares, parroquias y movimientos desconocidos o que suscitan polémica; como criterio de discernimiento, siempre les invito a preguntarse: ¿Buscan popularidad, interés económico, recompensa afectiva? ¿Se ponen al servicio de los que no pueden pagar de ninguna forma? ¿Son fanáticos de la institución o lo que de verdad les preocupa son las personas?
A la luz de este criterio hemos de juzgarnos a nosotros mismos: ¿Qué frutos producimos? ¿Decimos sólo palabras bonitas o también ofrecemos hechos? ¿Somos sólo charlatanes brillantes? Podemos hablar de forma muy elocuente sobre la justicia, el compromiso social, la solidaridad con los pobres, la comunidad, pero la “prueba del nueve” es si damos frutos de todo eso. El mismo refranero ha recogido expresiones con sabor evangélico: “No es oro todo lo que reluce”; “hay que predicar y dar trigo”. Santa Teresa lo expresó con su conocido dicho: “Obras son amores y no buenas razones”.
Elevación Espiritual para este día.
Por lo demás, al decir el Señor que pocos son los que lo encuentran, una vez más puso patente la desidia del vulgo, a la par que enseñó a sus oyentes a seguir no las comodidades de los más, sino los trabajos de los menos. Porque los más —nos dice— no sólo no caminan por ese camino, sino que no quieren caminar, lo que es locura suma. Pero no hay que mirar a los más ni hay que dejarse impresionar por su número, sino imitar a los menos y, pertrechándonos bien por todas partes, emprender así decididamente la marcha. Porque, aparte de ser camino estrecho, hay muchos que quieren echarnos la zancadilla para que no entremos por él. Por eso añade el Señor: ¡Cuidado con los falsos profetas! Porque vendrán a vosotros vestidos con piel de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. He aquí, a la par de los perros y de los cerdos, otro linaje de celada y asechanza, éste más peligroso que el otro, pues unos atacan franca y descubiertamente y otros entre sombras.
«Todo árbol bueno da frutos buenos, mientras que el árbol malo da frutos malos.» Estas palabras podemos referirlas a todos aquellos hombres que hablan y se las dan de comportarse de un modo, y luego obran de un modo completamente distinto. Pero, en particular, se refieren a los herejes, que presumen de continencia, castidad y ayuno, pero en su interior tienen un alma enferma que les lleva a engañar a los corazones simples de los hermanos. Por los frutos de su alma, con los que arrastran a los simples a la ruina, son comparados con los lobos rapaces.
Ésta es la verdad: mientras el árbol bueno no dé frutos malos da a entender que persevera en la práctica de la bondad; por su parte, el árbol malo continúa dando los frutos del pecado hasta que no se convierte a la penitencia. En efecto, nadie que continúe siendo lo que ha sido puede empezar a ser lo que aún no es (Jerónimo, Comentario al evangelio de Mateo).
Reflexión Espiritual para el día.
La separación entre el mundo y la comunidad se ha realizado. Pero la Palabra de Jesús penetra ahora en la comunidad misma, juzgando y separando. La separación debe realizarse, de forma incesantemente nueva, en medio de los discípulos de Jesús. Los discípulos no deben pensar que pueden huir del mundo y permanecer sin peligro alguno en el pequeño grupo que se halla en el camino angosto. Surgirán entre ellos falsos profetas, aumentando la confusión y la soledad.
Junto a nosotros se encuentra alguien que externamente es un miembro de la comunidad, un profeta, un predicador; su apariencia, su palabra, sus obras, son las de un cristiano, pero interiormente han sido motivos oscuros los que le han impulsado hacia nosotros; interiormente es un lobo rapaz, su palabra es mentira y su obra engaño. Sabe guardar muy bien su secreto, pero en la sombra sigue su obra tenebrosa. Se halla entre nosotros no impulsado por la fe en Jesucristo, sino porque el diablo le ha conducido hasta la comunidad. Busca, quizás, el poder, la influencia, el dinero, la gloria que saca de sus propias ideas y profecías. Busca al mundo, no al Señor Jesús. Disimulo sus sombrías intenciones bajo un vestido de cristianismo, sabe que los cristianos forman un pueblo crédulo. Cuenta con no ser desenmascarado en su hábito inocente. Porque sabe que a los cristianos les está prohibido juzgar, cosa que está dispuesto a recordarles en cuanto sea necesario. Efectivamente, nadie puede ver en el corazón del otro. Así desvía a muchos del buen camino. Quizás él mismo no sabe nada de todo esto; quizás el demonio que le impulsa le impide ver con claridad su propia situación.
Ahora bien, tal declaración de Jesús podría inspirar a los suyos un gran terror. ¿Quién conoce al otro? ¿Quién sabe si detrás de la apariencia cristiana no se oculta la mentira, no acecha la seducción? Una desconfianza profunda, una vigilancia sospechosa, un espíritu angustiado de crítica podrían introducirse en la Iglesia. Esta palabra de Jesús podría incitarles a juzgar sin amor a todo hermano caído en el pecado. Pero Jesús libera a los suyos de esta desconfianza que destruiría a la comunidad. Dice: el árbol malo da frutos malos. A su tiempo se dará a conocer por sí mismo. No necesitamos ver en el corazón de nadie. Lo que debemos hacer es esperar hasta que el árbol dé sus frutos de vivir mucho tiempo de apariencias. Llega el momento de dar los frutos.
Cuando llegue su tiempo, distinguiréis los árboles por sus frutos. Y el fruto no puede hacerse esperar mucho. Lo que se trata aquí no es la diferencia entre la Palabra y la obra, sino entre la apariencia y la realidad. Jesús nos dice que un hombre no puede vivir mucho tiempo de apariencias. Llega el momento de dar los frutos, llega el tiempo de la diferenciación. Tarde o temprano se revelará lo que realmente es. Poco importa que el árbol no quiera dar fruto. El fruto viene por sí mismo. Cuando llegue el momento de distinguir un árbol de otro, el tiempo de los frutos lo revelará todo. Cuando llegue el momento de la decisión entre el mundo y la Iglesia, lo que puede ocurrir cualquier día, no sólo en las grandes decisiones, sino también en las decisiones ínfimas, vulgares, entonces se revelará lo que es malo y lo que es bueno. En ese instante sólo subsistirá la realidad, no la apariencia.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia.2R 22, 8-13; 23, 1-3. Renovación de la alianza
Generalmente los autores están de acuerdo en reconocer que el libro de la Ley encontrado en el templo en tiempo de Josías corresponde al libro del Deuteronomio.
La lectura del libro encontrado impresionó tanto al joven rey que, después de consultar a la profetisa Julda, convocó a todo el pueblo en Jerusalén y en presencia de toda la asamblea se leyó públicamente. A medida que avanzaba la lectura el sentimiento de culpabilidad se debió ir apoderando de toda la colectividad, pues entre las exigencias del libro y la realidad religiosa que estaba viviendo el pueblo había un abismo. En repetidas ocasiones hemos visto que la situación religiosa de Israel se fue deteriorando, sobre todo a partir del establecimiento de la monarquía. Pero dentro de la monarquía, por lo que se refiere al reino del sur, los dos reyes que se distinguieron por su impiedad fueron precisamente los dos predecesores de Josías, a saber, Manasés y Amón. La impiedad del primero debió revestir tal gravedad que ha pasado a la historia con el calificativo del «impío Manasés».
Los dos dogmas más característicos y más acentuados por el Deuteronomio eran la unicidad de Dios y la unicidad de santuario: «Escucha Israel: Yavé es nuestro Dios, sólo Yavé. Amarás a Yavé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6, 4-5).
«Cuando paséis el Jordán y habitéis en la tierra que Yavé vuestro Dios os da en herencia..., entonces llevaréis al lugar elegido por Yavé vuestro Dios para morada de su nombre todo lo que os prescribo: vuestros holocaustos y vuestros sacrificios, vuestros diezmos... Guárdate de ofrecer entonces tus holocaustos en cualquier lugar sagrado que veas; sólo en el lugar elegido por Yavé en una de sus tribus podrás ofrecer tus holocaustos y sólo allí pondrás en práctica todo lo que yo te mando» (Dt 12, 10-14).
En ambos flancos la situación era francamente lamentable. Además de la cananeización que el yahvismo venía sufriendo desde que los israelitas se instalaron en Palestina, ahora últimamente bajo la dominación asiria, especialmente durante los reinados de Manasés y Amón, había tenido lugar una intensa penetración de la religión asiria, con sus dioses y prácticas culturales.
Respecto de la unicidad de santuario, o sea la proscripción de todos los santuarios de provincias y la centralización del culto en Jerusalén, ésta era una ley nueva, promulgada por el Deuteronomio y que nunca se había puesto en práctica.
A la vista de la situación religiosa del pueblo por una parte, y teniendo presentes las exigencias del libro de la Ley por otra, el rey hizo renovación pública de la alianza y se comprometió a guardar y hacer guardar los mandamientos, testimonios y preceptos de la Ley con todo el corazón y con toda el alma. Todo el pueblo se adhirió a la decisión del rey.
Por la historia sabemos que la cosa no se quedó solamente en compromisos y en palabras, sino que Josías llevó a cabo dos importantes reformas religiosas.
MISA VESPERTINA DE LA VIGILIA DE LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA.
PRIMERA LECTURA
Jr 1,4-10
El Señor tocó la boca de Jeremías para hacerlo capaz de anunciar la Palabra. Estando todavía en el vientre de su madre, escogió a aquel a quien destinaba a ser «profeta de los gentiles», encargado de anunciar el juicio y preparar un mundo cuya plena manifestación, sin embargo, no pudo ver. Estos rasgos hacen de Jeremías una figura de Juan Bautista, quien tampoco pudo contemplar, aquí abajo, la gloria de aquel a quien precedió.
Lectura del libro de Jeremías
En tiempo de Josías, recibí esta palabra del Señor: «Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles». Yo repuse: «¡Ay, Señor mío! Mira que no sé hablar, que soy un muchacho».
El Señor me contestó: «No digas: “Soy un muchacho”, que a donde yo te envíe, irás, y lo que yo te mande, lo dirás. No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte». Oráculo del Señor. El Señor extendió la mano y me tocó la boca; y me dijo: «Mira: yo pongo mis palabras en tu boca, hoy te establezco sobre pueblos y reyes, para arrancar y arrasar, para destruir y demoler, para edificar y plantar».
Palabra de Dios.
Salmo responsorial Sal 70
Desde nuestro mismo origen y a lo largo de toda nuestra vida, somos objeto de las atenciones divinas.
R. En el seno materno tú me sostenías.
A ti, Señor, me acojo:no quede yo derrotado para siempre; tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, inclina a mí tu oído, y sálvame. R.
Sé tú mi roca de refugio, el alcázar donde me salve, porque mi peña y mi alcázar eres tú. Dios mío, líbrame de la mano perversa. R.
Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías. R.
Mi boca contará tu auxilio, y todo el día tu salvación. Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas. R.
SEGUNDA LECTURA
1P 1,8-12
El evangelio proclama el cumplimiento de las promesas anunciadas por los profetas y la venida del Salvador, cuyo camino preparó Juan Bautista, el último de los profetas. No por ello hemos dejado de vivir en un tiempo de fe y de esperanza en el porvenir. Pero esta esperanza está garantizada de tal modo que ya debe hacernos estremecer de alegría.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro.
Queridos hermanos: No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.
La salvación fue el tema que investigaron y escrutaron los profetas, los que predecían la gracia destinada a vosotros. El Espíritu de Cristo, que estaba en ellos, les declaraba por anticipado los sufrimientos de Cristo y la gloria que seguiría; ellos indagaron para cuándo y para qué circunstancia lo indicaba el Espíritu. Se les reveló que aquello de que trataban no era para su tiempo, sino para el vuestro. Y ahora se os anuncia por medio de predicadores que os han traído el Evangelio con la fuerza del Espíritu enviado del cielo. Son cosas que los ángeles ansían penetrar.
Palabra de Dios.
SANTO EVANGELIO
Lc 1,5-17
El evangelio según san Lucas establece un paralelismo sorprendente entre Jesús y Juan Bautista. El nacimiento del Precursor es anunciado a una pareja de «justos» que no podían esperar ya tener un hijo. Encargado de ir delante de aquel a quien anuncia, el hijo que Isabel va a traer al mundo será revestido de una fuerza comparable a la de Elías, el profeta de fuego, del que se pensaba que precedería al Mesías. La Natividad de Juan Bautista, cuyo nombre significa «Dios se ha compadecido», es el comienzo de la Buena Noticia de Jesús, «Dios salva».
Lectura del Santo Evangelio según san Lucas.
En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón llamada Isabel. Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada.
Una vez que oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, según el ritual de los sacerdotes, le tocó a él entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso; la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso.
Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor. Pero el ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos israelitas al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto».
Palabra del Señor.
COMENTARIOS DE LAS LECTURAS DE LA MISA VESPERTINA DE LA SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA.
Comentario de la Primera Lectura: 1, 1. 4-10; ss. 17-19. Vocación profética
Antes de narrarnos su vocación, el profeta nos dice quién es. Su nombre, frecuente en el Antiguo Testamento, es Yirmeyahu (Yavé) exalta. Su familia, sacerdotal, era descendiente del gran sacerdote davídico Abiatar, desterrado por Salomón al oponerse a su coronación y sustituido por Sadoc. Su pueblo natal era Aratot, ciudad levítica de la montaña perteneciente como Irusa1én a la tribu de Benjamín. Allí fue dedicado un altar cananeo a Anat, hermana de Baal, de ahí le vino su nombre.
Jeremías comienza su libro con la expresión “Palabras de”, típico hebraísmo para expresar no sólo lo que nosotros entendemos por «palabras» sino también las acciones y acontecimientos. Las palabras de Jeremías son, ni más ni menos, su propia historia. Y su historia biográfica comienza por la llamada de Dios.
La vocación es en la vida de todo hombre lo que da sentido a toda su actividad. Confundir la vocación puede suponer el fracaso total de una personalidad. Jeremías a los veinte años tiene clara conciencia de cuál sea su vocación. Ha sido llamado para ser profeta de las naciones.
Los grandes pioneros del espíritu han dejado constancia de su vocación, de su encuentro con Dios, en el que han comprendido la misión de su vida. Cada uno a su estilo, de forma diferente, pero con certeza, seguridad y eficacia. Es una profunda experiencia interior de lo divino y humano en estrecha intimidad inadecuadamente expresada después mediante los medios físicos de que disponemos. La descripción externa es irreal. La experiencia interna tan real como el pan y el agua que comemos y bebemos.
Jeremías se sabe conocedor de Dios al mismo tiempo que ha sido conocido por Él. Conocimiento que es amor. En el lenguaje hebreo se conoce con el corazón. Este conocimiento amoroso ha hecho de él un consagrado, algo dedicado exclusivamente a Dios y separado de todo lo demás.
Aunque fue a los veinte años cuando tomó conciencia de todo esto, fue también entonces cuando descubrió en su intimidad con Dios —Dios se lo reveló, decimos nosotros— que este sentido de su vida estaba ya prefijado desde eterno en los planes de Dios, desde antes de que fuera formado en el seno de su madre.
Esto le hace temblar. Se ve sencillamente un hombre. Quisiera ser como uno de tantos; como un niño pequeño que no sabe hablar. Tímido por naturaleza, está muy lejos de ofrecerse voluntario como Isaías. Pero el imperativo divino está por encima de sus sentimientos naturales. «Yo estaré contigo para salvarte». ¡Qué hermosa experiencia de intimidad y presencia de lo divino en lo humano!
Yavé sale responsable de cuanto diga. Él pondrá en su boca lo que ha de decir y la fuerza para decirlo. Para ello debe primero purificarla con el simbolismo de tocarla con su mano. Desde ahora su misión está bien clara. Con la antítesis de construir y destruir sabe que deberá enderezar todo camino torcido y profundizar en la revelación, incluso con nuevas revelaciones. Sabe que tiene que hablar porque su conciencia no puede soportar lo que contemplan sus ojos: idolatría, enoteísmo, perversión de costumbres... Tiene que hablar y tiembla. ¿Y qué hombre no? Es la violencia de esa lucha interior entre las exigencias de la fe y la debilidad humana. Hasta Cristo sudó sangre. Así son los auténticos llamados, los genuinos profetas.
Comentario del Salmo 70
Es un salmo de súplica individual. Alguien, que tiene que enfrentarse con un conflicto mortal, se encuentra sin fuerzas y, por eso, recurre a Dios, con la esperanza de no quedar defraudado. Son muchas las peticiones que encontramos: “sálvame”, “libérame”, «inclina tu oído» (2), etc. En medio de esta situación, esta persona se acoge al Señor (1), espera en Dios (14) y promete ensalzarlo (22-24a).
Resulta difícil proponer una estructura plenamente satisfactoria, pues esta oración mezcla la súplica con los recuerdos y las promesas. Podemos dividirla en dos partes: 1-13a; 13b-24. Las dos empiezan y terminan con la cuestión de la vergüenza. Hay investigadores que ven una especie de estribillo en 1.13.24b, lo que obligaría a dividir el salmo de una forma distinta. En la primera parte (1-13a) el salmista hace varias cosas: comienza afirmando que se acoge al Señor (1) y por eso expone una serie de peticiones (2-3); habla de sus enemigos (4.10-11) y recuerda algunas de las etapas de su vida (antes de nacer, juventud y ancianidad, 5-6.9). La dimensión temporal está presente: siempre ha confiado en Dios (6), todo el día lo alaba (8) y espera no quedar avergonzado jamás (1). Se concede mucha importancia a las partes del cuerpo como instrumentos de opresión (mano, puño, 4), de escucha (oído, 2), de alabanza (boca, 8). Llama la atención lo que se dice en el versículo 6: entre esta persona y Dios había una «alianza» anterior al nacimiento de la primera pues, ya en el seno materno, el nascituro se apoyaba en Dios, y el Señor lo sostenía. Podríamos resumir esta primera parte titulándola «los conflictos en la tercera edad». Es intensa la presencia de los enemigos; también son fuertes sus proyectos contra el justo.
«La esperanza de la tercera edad», este podría ser el título de la segunda parte (13b-24). El autor vuelve a hablar de la época de su juventud y del momento en que vive (17-18); promete muchas cosas, entre otras, que volverá a tocar para Dios (22); retorna el tema de los conflictos (20); nos dice algo de su anterior posición social (21), Mientras que en la primera parte (6) recordaba el seno materno como su morada antes de nacer, en la segunda menciona el seno de la tierra, una intensa imagen empleada para hablar de su situación al borde de la muerte (20b). También en esta parte se valora el cuerpo corno instrumento de liberación (18b) y de alabanza (19.23.24a).
Este salmo surgió a partir de los conflictos con los que tuvo que enfrentarse una persona anciana. Parece ser que el sufrimiento constituía su pan cotidiano. Se puede decir que lo suyo era un «milagro» (7). En la segunda parte, todo esto se le atribuye a Dios. Probablemente se trataba de una persona con una posición social elevada. Esto es lo que podemos imaginar a partir de la expresión: «Aumentarás mi grandeza, y de nuevo me consolarás» (21). La grandeza nos sugiere una situación pasada que se ha perdido y que el salmista pretende recuperar con creces.
¿Qué es lo que habría pasado? El salmista siempre confió en Dios, incluso en momentos inimaginables, como cuando estaba en el seno materno (6). Pero ahora esta esperanza está a punto de desvanecerse, pues ya se siente en el seno de la tierra. Podría decirse que ya «tiene un pie en la tumba». ¿Por qué? El salmo habla de la «mano del malvado» y del «puño del criminal y del violento». También menciona a los enemigos, que hablan mal del fiel, de los que vigilan su vida y hacen planes (10); hay quienes persiguen la vida de este anciano y tratan de hacerle daño (13.24b).
El salmista se siente viejo, está sin fuerzas (9), su pelo está canoso (18) y tiene miedo de que Dios lo abandone y acabe sumido en la vergüenza (1) y la confusión. Si Dios no interviene inmediatamente, la confianza de este anciano va a caer en picado. Su vida no será más que confusión y vergüenza.
Los malvados lo persiguen, afirmando que Dios no se preocupa por los viejos que le permanecen fieles. Debe resultar muy duro para una persona mayor, que ha confiado en Dios toda su vida, escuchar estas cosas de quienes quieren verlo muerto: «Dios lo ha abandonado. “¡Podéis perseguirlo y agarrarlo, que nadie lo salvará!” (11).
Así pues, este es el salmo de una persona anciana víctima de los malvados, criminales y violentos que atentan contra su vida. Una persona vieja y sin fuerzas (9) contra un grupo de poderosos bien organizados que traman planes y vigilan la vida del justo para acabar con ella (10).
Este anciano no tiene a quién recurrir fuera de Dios. Suplica, confía, promete. Promete diversas cosas, entre otras, vivir todo el día (8.15.24a) alabando la justicia de Dios, ensalzarlo con el arpa y con la cítara (22), lo que indica que sabía manejar estos instrumentos. La promesa más importante consiste en contar las proezas del Señor, describir su brazo y anunciar sus maravillas a muchachos y jóvenes, a la siguiente generación (16-18). Como anciano que es, juega un importante papel pedagógico y catequético: educar en la confianza en el Dios que escucha, libera y hace justicia. Pero, para ello, el Señor tiene que responder e intervenir sin tardanza. En caso contrario, la vida de este hombre será pura confusión, vergüenza, muerte...
Son muchos los detalles que, en este salmo, componen un rostro extraordinario de Dios. A lo largo de su vida, este anciano ha confiado siempre en el Señor y, si ahora suplica, es porque sigue confiando en el aliado que nunca falla. También resulta interesante constatar la existencia de esta alianza desde el seno materno (6). Los versículos iniciales (2-3) presentan a Dios con las imágenes tradicionales de roca de refugio y alcázar o ciudad fortificada. Son signos de la confianza inquebrantable en el compañero de alianza y en el amigo fiel.
Una pregunta, planteada por el salmista, nos muestra quién es Dios: « ¿Quién como tú?» (19b). El es el único que salva y que libera, como hiciera antaño en Egipto. La experiencia del éxodo es el motor que impulsa a este anciano a confiar, pedir, esperar y celebrar. El salmo fuerza la intervención de Dios. Si no escucha el clamor de este anciano, los malvados, criminales y violentos tendrán razón cuando dicen: «Dios lo ha abandonado. Podéis perseguirlo y agarrarlo, que nadie lo salvará» (11). En este salmo, Dios recibe diferentes nombres que dan a entender que se mantiene fiel a lo largo de todo el camino del pueblo de Dios.
Como ya hemos visto a propósito de otros salmos de súplica, Jesús escuchó todos los clamores y no defraudó a quienes habían depositado en él su confianza. Salvó todas las vidas que corrían peligro, venciendo incluso al mayor de los enemigos, la muerte.
Las situaciones que se han presentado al comentar otros salmos de súplica individual, también sirven aquí. Pero el salmo 71 brilla con luz propia, pues es la oración de la ancianidad con sus dificultades, conflictos, necesidades y, sobre todo, sus deseos de colaborar en la construcción de una sociedad más humana. El anciano de este salmo tiene una experiencia de la vida por transmitir. Por desgracia, nuestra sociedad valora poco el papel de la tercera edad, sin permitirle comunicar toda su sabiduría a propósito de la vida.
Comentario del Santo Evangelio: (Lc 1,5-17-25). Te daré un hijo y le pondrás por nombre Juan.
Tu oración ha sido escuchada. En las familias sanas los hijos son considerados como una bendición. Con los niños se refuerza la estirpe y la importancia de un pueblo. Para los hebreos, se añade otro elemento: la promesa del futuro reino mesiánico. Quedarse sin hijos significaba quedar excluido de esta esperanza.
Pero el reino de Dios no sólo nace de la sangre y de la unión carnal, sino de Dios (Jn 1,13). San Juan Bautista, que tenía que ser el precursor inmediato del Mesías, nace también de las oraciones hechas por su padre, el sacerdote Zacarías, en el templo de Jerusalén. Zacarías es un ejemplo para las familias cristianas, que deberían esperar a cada niño no sólo como descendiente propio, sino también como hijo de Dios. Los verdaderos grandes hombres de la historia han confesado, a menudo, que creen que las metas conseguidas, el éxito, el consenso obtenido, han sido, en parte, fruto de las oraciones de su madre. Por eso los soldados que parten para la guerra piden la oración de su madre, Pero como toda la vida humana es un combate, los jóvenes siempre deben estar acompañados por la oración de sus padres, que les sigue y protege.
Soy viejo y mi mujer es de edad avanzada. Isaac nació de Abrahán y Sara cuando éstos tenían una edad en la que ya no se puede esperar tener descendencia. Ana ya era anciana cuando llegó Samuel. La misma situación que la del nacimiento de Juan el Bautista, y semejante a la que los evangelios apócrifos atribuían a la Virgen María. ¿Qué significa? Es el preanuncio simbólico del nacimiento de Jesús por obra del Espíritu Santo.
Quiere resaltarse una verdad importante, válida para todos los cristianos, pero que a menudo se olvida fácilmente: la llegada de todo hombre al mundo forma parte del proyecto de Dios, y los padres sólo son un instrumento en las manos de la Providencia. Todos nacemos del Espíritu Santo y toda vida humana es una obra maravillosa del amor de Dios. El Dios de la Biblia es «el Dios vivo», el que «vive y reina» y da la vida a los hombres como el don más precioso.
Te quedarás mudo. El evangelio nos presenta la mudez temporal de Zacarías como un castigo por su falta de fe. Hay una diferencia evidente entre él y la Virgen María, dichosa porque ha creído (Lc 1,45). El castigo de Zacarías es particular y los Padres de la Iglesia le atribuyen un significado simbólico. San Gregorio Nacianceno hace un juego de palabras: san Juan Bautista debe convertirse en la «voz que grita en el desierto» (Lc 3,4), la voz que prepara la revelación de la palabra divina y, por ello, conviene que nazca en el silencio. Ante la voz de Dios enmudecen todas las voces humanas.
Otros subrayan la coherencia entre el castigo de Zacarías y su falta de fe. Usamos las palabras para comunicar. Pero para que un discurso tenga sentido se debe confiar en lo que se dice, tomarse en serio cada palabra: sólo de este modo puede darse una respuesta. Lo mismo ocurre en el diálogo con Dios. Primero tenemos que escuchar lo que Dios nos dice y sólo después tendrán fuerza las palabras de la petición que le dirijamos. La oración es un coloquio, y el coloquio exige confianza. Si falta la confianza, la oración es estéril y el hombre enmudece ante Dios. Es un verdadero castigo que se corrige si se renueva la fe. Dios le había prometido descendencia y él contestó desconfiando: “Yo soy viejo”.
Comentario del Santo Evangelio: Lc 1,5-25, para nuestros Mayores. Anuncio del nacimiento del Bautista.
La historia y las historias son siempre “historia de salvación”, en la que Dios interviene ocultamente para alcanzar la meta gloriosa de la victoria escatológica. Naturalmente, Dios se sirve de mediadores inesperados por los hombres y que actúan de forma desconcertante.
Es una constante en la Biblia que Dios se sirve de los débiles, los pobres y los humildes para realizar las gestas y acciones salvíficas. Para vencer a Goliat, un gigantón filisteo, se sirve del jovenzuelo David. Samuel lo elige a él, el hermano más joven y el menos indicado, para ser rey. Con respecto a poblaciones, elige Belén, una pobre aldea, para cuna del Mesías (Miq 5,1) y Nazaret para que viva su Hijo (Jn 1,46). Con respecto a las maternidades, elige para dar la existencia a personajes claves en la historia de la salvación a mujeres ancianas o estériles. Es el caso de Sara, la madre de Isaac; de la madre de Sansón; de Ana, la madre del profeta Samuel; de Isabel, la madre de Juan el Bautista; y de la misma María, la madre de Jesús, que será madre siendo virgen.
Dios elige a los débiles para que se ponga de manifiesto “el poder de su brazo”. Se pone de manifiesto también en el Nuevo Testamento en la elección de los apóstoles, hombres sin cultura y sin relevancia social. Con ello se destaca que son hijos del milagro, un regalo de Dios, que es el verdadero protagonista de la historia de la salvación.
Juan es un enviado de Dios para ser el profeta precursor del Mesías; por eso hay una intervención milagrosa en su nacimiento. En sus orígenes se descubre su misión. El anuncio del nacimiento de Juan Bautista reproduce el esquema del anuncio de otros nacimientos de personas importantes del Antiguo Testamento. Es rico en detalles significativos a nivel teológico: aparición del ángel del Señor, turbación y temor de la persona visitada, comunicación del mensaje celeste y signo de reconocimiento (cf. Jc 13,2-7.24-25; 1 Sm 1,4-23). La narración está construida en contraste simétrico con el anuncio del nacimiento de Jesús. Aquí la aparición es en el marco grandioso del templo de Jerusalén; en el de Jesús es la sencilla casa de Nazaret. Aquí aparece la incredulidad de Zacarías; allí la fe de María. Aquél queda mudo; ésta exulta de gozo y canta las maravillas del Dios salvador. Para que aparezca claro que Dios es el protagonista de la historia, actúa por mediadores humildes y sencillos.
Actores en la epopeya. También nosotros hemos sido llamados “personalmente” a la vida, a la fe (Ef. 1,3-5) y a participar en la gran epopeya de la historia de la salvación en un estado concreto, con una misión y profesión concretas. El Señor reproduce en nosotros el esquema que realizó con las grandes personas de la historia de la salvación. Nos dice como a Isaías: “Te he llamado por tu nombre” (Is 43,1-4).
Nombrarnos es reconocernos, promovernos y confiarnos una misión. Y esto a todos, no sólo a las grandes figuras bíblicas. Su vocación interpreta la nuestra; se nos narra la suya para que reconozcamos la nuestra y respondamos con su generosidad.
No sólo son llamados los de vocación “sagrada”. El P. Congar afirma: “Hasta ahora pensábamos que sólo son llamados, tienen vocación, algunos convocados a honrar a Dios en un modo de vida relacionado con lo sagrado: religiosos, sacerdotes, monjas o aquellos que han recibido un mandato especial de Dios como Moisés: “Saca a mi pueblo de Egipto”, Francisco de Asís: “Restaura mi Iglesia”, o Juana de Arco: “Salva a Francia”, como si los demás hombres y mujeres no le interesaran mayormente”. Si Dios no llamara a todos, tendría hijos de varias categorías. Pero no, llama a todos. Lo que pasa es que unos perciben la llamada y otros no, unos aceptan la misión y otros la rechazan. Sin embargo, Él enriquece a todos con los dones necesarios para cumplirla.
Es la misma táctica a través de los siglos. Pablo constata: “Fijaos a quiénes llamó Dios: no a muchos intelectuales, ni a muchos poderosos, ni a muchos de buena familia; todo lo contrario: lo necio del mundo lo escogió Dios para humillar a los sabios; y lo débil del mundo lo escogió Dios para humillar a lo fuerte; y lo plebeyo del mundo, lo despreciado, lo escogió Dios, de modo que ningún mortal pueda engallarse ante Él. El que esté orgulloso, que lo esté del Señor” (1 Co 1,26- 31). Y afirma de sí mismo: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co 12,10). Y asegura que es “el que más ha trabajado” (1 Co 15,10), pero también: “Todo lo puedo en Aquel que me conforte” (Flp 4,13).
“Yo estaré contigo” A la llamada del Señor, la mayoría de los vocacionados responde interponiendo su incapacidad: Moisés que es tartamudo, Amós que es un hombre sin cultura, Jeremías que es todavía un muchacho. Dios les replica: “No temas, yo estoy contigo” (Jr. 15,20). Se lo dice también a Pablo (Hch 18,10).
Para ser mediadores fieles de la acción del Señor es necesaria la fe en que Él puede hacer maravillas “en” nosotros y “por” nosotros. Porque Zacarías no la tuvo, quedó mudo. Su incredulidad contrasta con la fe de María.
La disponibilidad ante Dios supone:
— Una gran humildad que nos lleve a reconocer que todo es fruto de la acción del Espíritu (Flp 4,13). La autosuficiencia y el protagonismo exagerado lo pervierten todo. Cuando Sansón utilizó su fuerza prodigiosa en favor propio, la perdió y se perdió.
— El desinterés en el ejercicio de la misión, no pensando en el provecho propio, sino en el bien de los demás.
— Una gran confianza para secundar el plan de Dios más allá de nuestros cálculos humanos. Jesús echa en cara reiteradas veces a sus discípulos una determinada falta de confianza. D. Bonhóffer sintetizó el mensaje bíblico diciendo: Dios es la fuerza de mi fuerza y la fuerza de mi debilidad. Y L. Boff afirma: “Un débil más un débil no son dos débiles, sino un fuerte”.
Comentario del Santo Evangelio: 1, 5-25 (1, 5-17), de Joven para Joven. La anunciación del nacimiento de Juan Bautista.
Sirviendo de puente de unión entre el antiguo testamento y el mensaje de Jesús se eleva la figura del Bautista. Su exigencia de conversión actualiza lo mejor de la historia de Israel; su anuncio del juicio anticipa la venida de Jesús. Por eso, la tradición eclesial ha situado el nacimiento de Juan al lado del nacimiento de Jesús.
Recordemos que una escena del nacimiento no quiere retratar en el detalle los hechos sucedidos. Lo que intenta es, ante todo, precisar la verdad de un personaje y el sentido de su obra entre los hombres. Mirado desde aquí, el relato del nacimiento de Juan nos parece extraordinariamente rico.
Juan proviene de Israel y, por lo tanto, el evangelio nos dirige al templo, que condensa toda la grandeza y esperanza del antiguo testamento. Se evoca así el misterio del pueblo de las viejas esperanzas: sus libros sagrados, su culto, sus promesas. Sin necesidad de precisarlo, ha mostrado así que Juan enlaza con el mismo centro Israel, su pueblo.
Como representante del antiguo testamento, en medio de su templo, se encuentra Zacarías, el sacerdote, a quien igual que otras figuras veneradas de la vieja tradición (Abraham, los padres de Sansón, Ana) carece de retoños. De Isabel, su esposa, se añade que es estéril y es anciana (1, 6-7). Sobre ese fondo de piedad religiosa (1, 6) y de impotencia humana se descorre la palabra de Dios: Tendrán un hijo, que será la plenitud de los caminos del antiguo testamento. Se llamará Juan y vivirá como un «nazareo», es decir, un hombre consagrado a Dios según las normas religiosas de su pueblo (1, 13-15).
Con esta escena, Lucas no ha intentado fijar los detalles de la historia. Por eso no podemos preguntarnos por matices de nombres, de sucesos y lugares. Lo importante es Juan, y Lucas sabe que toda su función se halla enraizada en el antiguo testamento. Por eso nace como Jsaac, por obra de un milagro de Dios, que ha hecho fecundo el vientre de su madre; por eso rebosará de Espíritu de Dios y cambiará el corazón de numerosos miembros de su pueblo, transmitiéndoles el fuego sagrado de las viejas esperanzas (1, 15-17).
En el fondo, Juan Bautista se presenta como aquél que viene con la fuerza y el poder de Elías para disponer los caminos de Dios (1, 17). De Elías se afirmaba en las antiguas tradiciones de Israel que estaba vivo (raptado) en el misterio de Dios sobre la altura (2Re 2); por eso se esperaba que vendría a terminar su obra (Mal 4, 5-6) preparando así el camino a la llegada definitiva de Dios. Nuestro relato afirma implícitamente que Elías ya ha venido, realizando su misión a través de Juan Bautista.
¿Cómo ha preparado el Bautista los caminos de Dios? Los prepara a través de su mensaje de penitencia, exigiendo a los hombres que cambien; que- acepten el misterio de Dios que se acerca. Sin una auténtica conversión humana, Dios no puede llegar hasta nosotros; por eso es necesaria la figura de Juan, por eso ha conservado la Iglesia su mensaje y se ha narrado de manera tan hermosa el anuncio de su nacimiento, Pero, a la vez, debemos añadir que sin la venida de Dios la conversión de los hombres no puede ser total, no llega hasta su meta: Juan no existe para sí mismo, sino para anunciar los caminos de Dios. Sólo en esta Unión de penitencia (Juan) y gracia (Cristo) tiene sentido el evangelio.
Con esto hemos determinado el sentido general del texto. La dificultad de Zacarías (1, 18) y el signo de la mudez (1, 20) encajan perfectamente en los relatos de anunciación del antiguo testamento, como encaja el final de la escena y el hecho de que Isabel queda encinta (1, 2125). Sobre la historia de los hombres planea el poder de Dios que lo dirige todo hacia su Cristo.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia. Jeremías 1, 1. 4-10 (1, 4-9/1, 4-10/1, 4-5. [17-19]). Vocación profética
Antes de narrarnos su vocación, el profeta nos dice quién es. Su nombre, frecuente en el Antiguo Testamento, es Yirmeyahu =Yahveh exalta. Su familia, sacerdotal, era descendiente del gran sacerdote davídico Abiatar, desterrado por Salomón al oponerse a su coronación y sustituido por Sadoc. Su pueblo natal era Anatot, ciudad levítica de la montaña perteneciente como Jerusalén a la tribu de Benjamín. Allí fue dedicado un altar cananeo a Anat, hermana de Baal, de ahí le vino su nombre.
Jeremías comienza su libro con la expresión “Palabras de”, típico hebraísmo para expresar no sólo lo que nosotros entendemos por «palabras» sino también las acciones y acontecimientos. Las palabras de Jeremías son, ni más ni menos, su propia historia. Y su historia biográfica comienza por la llamada de Dios.
La vocación es en la vida de todo hombre lo que da sentido a toda su actividad. Confundir la vocación puede suponer el fracaso total de una personalidad. Jeremías a los veinte años tiene clara conciencia de cuál sea su vocación. Ha sido llamado para ser profeta de las naciones.
Los, grandes pioneros del espíritu han dejado constancia de su vocación, de su encuentro con Dios, en el que han comprendido la misión de su vida. Cada uno a su estilo, de forma diferente, pero con certeza, seguridad y eficacia. Es una profunda experiencia interior de lo divino y humano en estrecha intimidad inadecuadamente expresada después mediante los medios físicos de que disponemos. La descripción externa es irreal. La experiencia interna tan real como el pan y el agua que comemos y bebemos.
Jeremías se sabe conocedor de Dios al mismo tiempo que ha sido conocido por El Conocimiento que es amor. En el lenguaje hebreo se conoce con el corazón. Este conocimiento amoroso ha hecho de él un consagrado, algo dedicado exclusivamente a Dios y separado de todo lo demás.
Aunque fue a los veinte años cuando tomó conciencia de todo esto, fue también entonces cuando descubrió en su intimidad con Dios —Dios se lo reveló, decimos nosotros— que este sentido de su vida estaba ya prefijado desde eterno en los planes de Dios, desde antes de que fuera formado en el seno de su madre.
Esto le hace temblar. Se ve sencillamente un hombre. Quisiera ser como uno de tantos; como un niño pequeño que no sabe hablar. Tímido por naturaleza, está muy lejos de ofrecerse voluntario como Isaías. Pero el imperativo divino está por encima de sus sentimientos naturales. «Yo estaré contigo para salvarte». ¡Qué hermosa experiencia de intimidad y presencia de lo divino en lo humano!
Yavé sale responsable de cuanto diga. Él pondrá en su boca lo que ha de decir y la fuerza para decirlo. Para ello debe primero purificarla con el simbolismo de tocarla con su mano. Desde ahora su misión está bien clara. Con la antítesis de construir y destruir sabe que deberá enderezar todo camino torcido y profundizar en la revelación, incluso con nuevas revelaciones. Sabe que tiene que hablar porque su conciencia no puede soportar lo que contemplan sus ojos: idolatría, enoteísmo, perversión de costumbres... Tiene que hablar y tiembla. ¿Y qué hombre no? Es la violencia de esa lucha interior entre las exigencias de la fe y la debilidad humana. Hasta Cristo sudó sangre. Así son los auténticos llamados, los genuinos profetas.
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