24 de Junio 2010, MES DEDICADO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. JUEVES XII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA. (CIiclo C). 4ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. SS. Simplicio pf, ob, Rumoldo er mr. Beata María Guadalupe Garcia. vg.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Is 49,1-6. Te hago luz de las naciones.
Sal 138 R/. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente.
Hch 13, 22-26. Antes de que llegara Cristo, Juan predicó.
Luc 1, 57-66.80. El nacimiento de Juan Bautista. Juan es su nombre.
Sólo quien se sienta profundamente llamado en su historia de vida siente la fuerza de la misión. En el evangelio, el nacimiento de Juan el Bautista, está envuelto entre la alegría de la familia, la comunidad, y la incógnita de saber que algo especial hay en este niño. La imagen de alegría contrasta al ver la imagen de su padre Zacarías mudo, por no haberse confiado a la acción Dios, el evangelio de hoy termina diciendo que “el niño iba creciendo y se fortalecía en su interior. Y vivió en el desierto hasta el día de su manifestación a Israel. El desierto lugar de soledad, reflexión y de encuentro entre Dos y yo. Que nos sigue llamando al desierto de nuestras vidas para encontrarlo, crecer y fortalecernos, para moldear nuestra vida al estilo del Reino que ha inaugurado en su hijo Jesús. Debemos descubrir cada día en la familia y comunidades, ese desierto que nos invita a encontrarnos con Dios, que al igual que a Juan el Bautista y el profeta Isaías nos llama por nuestro nombre, pues cada uno es único y especial, ser llamados con nombre propio, es dejar que se manifieste en cada uno la presencia divina.
PRIMERA LECTURA.
Isaías 49,1-6
Te hago luz de las naciones
Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos: Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó; en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: "Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso." Mientras yo pensaba: "En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas", en realidad mi derecho lo llevaba el Señor, mi salario lo tenía mi Dios. Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel -tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza-: "Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra."
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 138
R/.Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente.
Señor, tú me sondeas y me conoces; / me conoces cuando me siento o me levanto, / de lejos penetras mis pensamientos; / distingues mi camino y mi descanso, / todas mis sendas te son familiares. R.
Tú has creado mis entrañas, / me has tejido en el seno materno. / Te doy gracias, / porque me has escogido portentosamente, / porque son admirables tus obras. Conocías hasta el fondo de mi alma. R.
No desconocías mis huesos, / cuando, en lo oculto, me iba formando, / y entretejiendo en lo profundo de la tierra. R.
SEGUNDA LECTURA.
Hechos 13,22-26
Antes de que llegara Cristo, Juan predicó
En aquellos días, dijo Pablo: "Dios nombró rey a David, de quien hizo esta alabanza: "Encontré a David, hijo de Jesé, hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis preceptos." Según lo prometido, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel: Jesús. Antes de que llegara, Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión; y, cuando estaba para acabar su vida, decía: "Yo no soy quien pensáis; viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias." Hermanos, descendientes de Abrahán y todos los que teméis a Dios: a vosotros se os ha enviado este mensaje de salvación."
Palabra de Dios.
SANTO EVANGELIO
Lucas 1,57-66.80
El nacimiento de Juan Bautista. Juan es su nombre
A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban. A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre. La madre intervino diciendo: "¡No! Se va a llamar Juan." Le replicaron: "Ninguno de tus parientes se llama así." Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. El pidió una tablilla y escribió: "Juan es su nombre." Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: "¿Qué va ser este niño?" Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo, y su carácter se afianzaba; vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel.
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Is 49,1-6. Te hago luz de las naciones.
Sal 138 R/. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente.
Hch 13, 22-26. Antes de que llegara Cristo, Juan predicó.
Luc 1, 57-66.80. El nacimiento de Juan Bautista. Juan es su nombre.
Sólo quien se sienta profundamente llamado en su historia de vida siente la fuerza de la misión. En el evangelio, el nacimiento de Juan el Bautista, está envuelto entre la alegría de la familia, la comunidad, y la incógnita de saber que algo especial hay en este niño. La imagen de alegría contrasta al ver la imagen de su padre Zacarías mudo, por no haberse confiado a la acción Dios, el evangelio de hoy termina diciendo que “el niño iba creciendo y se fortalecía en su interior. Y vivió en el desierto hasta el día de su manifestación a Israel. El desierto lugar de soledad, reflexión y de encuentro entre Dos y yo. Que nos sigue llamando al desierto de nuestras vidas para encontrarlo, crecer y fortalecernos, para moldear nuestra vida al estilo del Reino que ha inaugurado en su hijo Jesús. Debemos descubrir cada día en la familia y comunidades, ese desierto que nos invita a encontrarnos con Dios, que al igual que a Juan el Bautista y el profeta Isaías nos llama por nuestro nombre, pues cada uno es único y especial, ser llamados con nombre propio, es dejar que se manifieste en cada uno la presencia divina.
PRIMERA LECTURA.
Isaías 49,1-6
Te hago luz de las naciones
Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos: Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó; en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: "Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso." Mientras yo pensaba: "En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas", en realidad mi derecho lo llevaba el Señor, mi salario lo tenía mi Dios. Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel -tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza-: "Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra."
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 138
R/.Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente.
Señor, tú me sondeas y me conoces; / me conoces cuando me siento o me levanto, / de lejos penetras mis pensamientos; / distingues mi camino y mi descanso, / todas mis sendas te son familiares. R.
Tú has creado mis entrañas, / me has tejido en el seno materno. / Te doy gracias, / porque me has escogido portentosamente, / porque son admirables tus obras. Conocías hasta el fondo de mi alma. R.
No desconocías mis huesos, / cuando, en lo oculto, me iba formando, / y entretejiendo en lo profundo de la tierra. R.
SEGUNDA LECTURA.
Hechos 13,22-26
Antes de que llegara Cristo, Juan predicó
En aquellos días, dijo Pablo: "Dios nombró rey a David, de quien hizo esta alabanza: "Encontré a David, hijo de Jesé, hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis preceptos." Según lo prometido, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel: Jesús. Antes de que llegara, Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión; y, cuando estaba para acabar su vida, decía: "Yo no soy quien pensáis; viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias." Hermanos, descendientes de Abrahán y todos los que teméis a Dios: a vosotros se os ha enviado este mensaje de salvación."
Palabra de Dios.
SANTO EVANGELIO
Lucas 1,57-66.80
El nacimiento de Juan Bautista. Juan es su nombre
A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban. A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre. La madre intervino diciendo: "¡No! Se va a llamar Juan." Le replicaron: "Ninguno de tus parientes se llama así." Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. El pidió una tablilla y escribió: "Juan es su nombre." Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: "¿Qué va ser este niño?" Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo, y su carácter se afianzaba; vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel.
Palabra del Señor.
Juan el Bautista, es decir, el que bautiza, es ese a quien el evangelio nos da a conocer como el «precursor» de Jesús. Era hijo de Zacarías y de Isabel, y su venida al mundo no fue fruto de una iniciativa humana, sino un don concedido por Dios a una pareja de avanzada edad destinada a quedarse sin hijos. Juan, como precursor de Jesús, ha sido considerado con pleno derecho profeta, tanto si lo consideramos perteneciente al Antiguo Testamento como al Nuevo.
La liturgia, inspirándose en el estrecho paralelismo establecido por Lucas en el evangelio de la infancia entre Jesús y Juan el Bautista, celebra dos nacimientos: el del Mesías en el solsticio de invierno y el de su precursor en el solsticio de verano.
Comentario de la Primera lectura: Isaías 49,1-6
Entre los «cantos del siervo de Yavé», el que hemos leído se caracteriza porque pone muy de manifiesto el sentido y la naturaleza de la misión que se le confió a éste desde el día en que fue concebido en el seno de su madre: una circunstancia que corresponde bien a san Juan Bautista. El siervo de Yavé recibe del Señor un nombre, una llamada, una revelación. Se le reserva un trato especial en consideración a la misión —igualmente especial— que le espera. A él se le revela esa gloria que él deberá hacer resplandecer ante los que escucharán su palabra.
La misión del siervo de Yavé conocerá también, no obstante, las dificultades y las asperezas de la crisis, justamente como le sucederá a Juan el Bautista. El verdadero profeta, sin embargo, sólo espera de Dios su recompensa, y confía en la «defensa» que sólo Dios puede asegurarle. Por último, sorprende en esta lectura la apertura universalista de la misión del siervo de Yavé: será «luz de las naciones para que mi salvación llegue hasta los confines de la tierra» (v. 6).
Comentario del Salmo 138
Estamos ante un salmo sapiencial, que concluye con una súplica (23-24). Trata de responder a la pregunta: « ¿Quién es el ser humano?», y pone de manifiesto que sólo Dios puede decir quiénes somos.
Este salmo consta de cinco partes: 1b-6; 7-12; 13-18; 19-22; 23- 24. La primera (1b-6) insiste en el conocimiento que el Señor tiene de las personas. Son diversos los verbos que expresan este pensamiento: «sondear», “conocer”, «penetrar», “examinar”, etc. Hay una serie de cuatro parejas de términos opuestos que traducen la idea de totalidad: “sentarse más levantarse”, «andar más acostarse», «por detrás + por delante», «pensamiento + palabra». El Señor conoce totalmente la dimensión exterior de la persona. De su dimensión interior se hablará más adelante (13-18). El conocimiento que Dios tiene del ser humano excede la comprensión que la persona tiene de sí misma. Nuestro ser le es familiar, mientras que nosotros no logramos saber con exactitud quiénes o qué somos.
La segunda parte (7-12) esboza la primera reacción ante este conocimiento total y cristalino: el intento de huida. El salmista siente deseos de huir lejos del soplo y de la presencia de Dios (7). Intento frustrado, pues él, con su mano derecha y con su mano izquierda, en una especie de abrazo cósmico, envuelve y sujeta a toda persona (10). En esta parte también se juega con cuatro parejas de elementos en oposición que expresan la idea de totalidad. Se trata, en todos los casos, de intentos de huida: «subir al cielo más acostarse en el abismo», «volar hasta el margen de la aurora (huir hacia el este) más emigrar a los confines del mar (huir al oeste)», «las tinieblas más la claridad», «la noche más el día». Están presentes tanto la dimensión vertical (cielo - abismo), como la horizontal (este - oeste) y la dimensión temporal (noche - día). La conclusión a que se llega es que resulta inútil pretender huir de Dios. Ello conoce todo (primera parte) y lo abarca todo (segunda parte). ¿Cuál puede ser la solución?
La respuesta viene en la tercera parte (13-18) y constituye la segunda reacción, la actitud auténtica del ser humano: entregarse serenamente a Dios El lo conoce todo, no sólo el exterior, sino también lo más íntimo de la persona. En la cultura del pueblo de la Biblia, las entrañas —el texto hebreo habla literalmente de «riñones» (representa los deseos y las intenciones más recónditas de la persona. Dios se encuentra ahí, en el secreto más profundo del ser humano. Además, él ha sido el gran tejedor de cada ser humano, nos ha tejido en el seno de nuestra madre biológica, pero también en el inmenso seno de la gran madre Tierra (15). Las manos del Señor iban tejiendo, mientras que sus ojos contemplaban la maravilla que se iba formando poco a poco. Cada persona es un prodigio de Dios. Todo forma parte de un gran plan divino, el plan que se abre y estalla en maravilla y prodigio de vida. Todo está claro a los ojos del Señor, incluidos nuestros días, desde el primero hasta el último, antes incluso de que lleguen a existir
La cuarta parte (19-22) deja a un lado el ambiente sereno y tranquilo, para dar paso a un clima de violencia. Aprovechando la intimidad con el Señor, el salmista pide justicia, deseando la muerte de los malvados y asesinos que se rebelan contra el Señor. Les declara un odio mortal por odiar ellos a Dios.
En la última parte (23-24), se retama el tema de la primera (lb-6) en forma de súplica. El salmista le pide al Señor que lo sondee, que lo conozca, que lo ponga a prueba, que mire su trayectoria y que lo guíe por el camino de la eternidad. Son los mismos motivos que aparecen al principio. Antes, el salmista afirmaba que el Señor lo conocía sobremanera. Ahora le pide que intensifique el sondeo, para que su camino no le resulte funesto.
Los caminos de la primera parte (3b) se convierten ahora en «camino eterno». El hecho de que Dios sondee da lugar a un efecto saludable: anima a que nuestros caminos cotidianos pasen de caminos funestos a camino de eternidad.
Este salmo tiene una parte violenta y de odio, en la que se pide la muerte de los malvados y el alejamiento de los asesinos (20). Este detalle es importante a la hora de comprender la situación que engendró este salmo. Por otro lado, hay que recordar lo que se ha dicho un poco antes: « ¡Si los cuento... son más numerosos que la arena! ¡Y, cuando despierto, todavía estoy contigo!» (18). Estos datos nos llevan enseguida a la siguiente conclusión: este es el salmo de una persona amenazada de muerte que se ha refugiado en el templo de Jerusalén (compárese con Sal 17; 27). El templo funcionaba entonces como lugar de refugio. Los asesinos están fuera, a la espera. La persona refugiada pasa la noche en el templo, reflexionando sobre Dios, que la conoce total y profundamente. Y se duerme con estos pensamientos. Cuando se despierta (18), todavía está envuelta en la contemplación de estos proyectos, prodigios y maravillas del Señor Los sacerdotes de guardia solían echar las suertes para ver si el refugiado era inocente o culpable. A la vista del texto de este salmo, también nosotros podemos, sin lugar a dudas, declarar inocente al salmista. Entonces se extiende la reacción de justicia contra los malvados e injustos asesinos. Así se explica el odio que les profesa el salmista. Obrando como obran, se convierten en enemigos de Dios, al que odian, detestan y contra el que se rebelan. El salmista hace suyos los sufrimientos del Señor: « ¡Los tengo por mis enemigos!» (22b).
Son muchos los rasgos que aparecen aquí; nos limitamos a destacar alguno de ellos. Está muy presente el motivo del Señor corno aliado y defensor del justo. Se considera el templo como casa del Señor, en la que el justo se refugia para que se le haga justicia. ¡El motivo de la alianza también está muy presente en la reacción del justo, que odia a los enemigos de! Señor. Un elemento que aparece con gran intensidad es el del conocimiento de Dios, que conoce incluso las profundidades de nuestro ser y de nuestro obrar que nosotros desconocernos. Nos conoce plenamente: por dentro, por fuera, conoce nuestras acciones y deseos más íntimos, nuestros pensamientos y palabras. Es un Dios que está, por tanto, en lo más profundo de nuestro ser, de nuestra historia personal. Se ha instalado ahí, desafiándonos e invitándonos a encontrarlo, no fuera de nosotros, sino en nuestra más profunda intimidad. De nada sirve buir de él, porque estaríamos huyendo de nosotros mismos y de nuestra identidad más secreta. Si él conoce de este modo nuestro ser, pasado, presente y futuro, sólo nos resta pedir que se nos revele y que, al mismo tiempo, nos revele cuál ha de ser nuestro camino, para que no sea un camino funesto, sino de eternidad..
Otro aspecto importante es la misteriosa atracción que ejerce este Dios. El conocimiento pleno que tiene del ser humano provoca en el salmista una reacción serena de entrega total, pidiendo que lo sondee, que lo conozca y lo guíe cada vez más por el camino eterno (compárese con Sal 103,14).
El Jesús del evangelio de Juan goza de ese profundo conocimiento de tas personas Qn 1,47-50; 2,23-25). Sus primeras palabras son estas: « ¿2A quién estáis buscando?» (Jun 1,38). El sabe qué es lo que buscamos en lo más hondo de nuestro ser; y nos invita a tomar conciencia de ello, para que seamos felices. La samaritana es un claro ejemplo de todo esto (Jn 4,5-30). Jesús le reveló que andaba en busca del agua que calma la sed para siempre. Ella la estaba buscando sin tener conciencia de ello. Después de encontrarla, se convirtió en misionera,
Conviene tener presente cuanto se ha dicho a propósito de los demás salmos sapienciales. Podemos rezarlo cuando reconocemos que la decisión más sabia de la vida consiste en entregarse serenamente a Dios, poniéndose en sus manos, pues Dios nos conoce plenamente; también cuando experimentamos que Dios nos es trecha y abraza, no para condenarnos, sino para orientar nuestros pasos por el camino eterno; es un salmo para cuando necesitamos examinar nuestros caminos; también podemos rezarlo en los conflictos internos y externos de la vida...
Comentario de la Segunda lectura: Hechos 13,22-26
En su discurso de la sinagoga de Antioquía, Pablo hace una referencia explícita a la figura y a la misión de Juan el Bautista, lo que es señal de la gran importancia que la gigantesca imagen de este profeta tenía en el seno de la primitiva comunidad cristiana.
En este texto sobresalen dos grandes figuras: la de David y, precisamente, la de Juan el Bautista. Son dos profetas que, de modos diferentes y en tiempos distintos, prepararon la venida del Mesías. A David se le había entregado una promesa, mientras que Juan debía predicar un bautismo de penitencia. Ambos miraban al futuro Mesías, ambos eran testigos de Otro que debía venir y debía ser reconocido como Mesías.
Lo que sorprende en esta página es la claridad con la que Juan el Bautista identifica a Jesús y, en consecuencia, se define a sí mismo. Esta es la primera e insustituible tarea de todo auténtico profeta.
Comentario del Santo Evangelio: Lucas 1,57-66.80
El evangelista Lucas se preocupa de contar, al comienzo de su evangelio, la infancia de Juan el Bautista junto a la infancia de Jesús: un paralelismo literariamente bello y rico desde el punto de vista teológico.
Cuando «se le cumplió a Isabel el tiempo» (v. 57) dio a luz a Juan: este nacimiento es preludio del de Jesús. Un niño que anuncia la presencia de otro niño. Un nombre —el de Juan— que es preludio de otro nombre: el de Jesús. Una presencia absolutamente relativa a la de otro. Un acontecimiento extraordinario (la maternidad de Isabel) que prepara otro (la maternidad virginal de María).
Una misión que deja pregustar la de Jesús. No viene al caso contraponer de una manera drástica la misión de Juan el Bautista a la de Jesús, como si la primera se caracterizara totalmente y de manera exclusiva por la penitencia y la segunda por la alegría mesiánica. Se trata más bien de una única misión en dos tiempos, según el proyecto salvífico de Dios: dos tiempos de una única historia, que se desarrolla siguiendo ritmos alternos, aunque sincronizados.
Sabemos que la misión de Juan el Bautista fue sobre todo preparar el camino a Jesús. De ahí que valga la pena meditar sobre el deber de preparar la venida de Jesús tanto en las almas como en la historia. Es éste un deber que incumbe a cada verdadero creyente. Preparar es más que anunciar. Es preciso poner al servicio de Jesús y de su proyecto salvífico no sólo las palabras, sino toda la vida. Desde esta perspectiva podemos captar el sentido de la presencia de Juan el Bautista en los comienzos de la historia evangélica: con su comportamiento penitencial, Juan quiso hacer comprender a sus contemporáneos que había llegado el tiempo de la gran decisión; a saber, la de estar del lado de Jesús o en contra de él.
Con el bautismo de penitencia, Juan quería hacer comprender que había llegado el tiempo de cambiar de ruta, de invertir el sentido de la marcha, precisa y exclusivamente a causa de la inminente llegada del Mesías-Salvador. Con su predicación, Juan el Bautista quería sacudir la pereza y la inedia de demasiada gente de su tiempo, que de otro modo ni siquiera se habría dado cuenta de la presencia de una novedad desconcertante, como fue la de Jesús. Ahora bien, fue sobre todo con su «pasión» como Juan el Bautista preparó a sus contemporáneos para recibir a Jesús: precisamente para decirnos también a nosotros que no hay preparación auténtica para la acogida de Jesús si ésta no pasa a través de la entrega de nosotros mismos, a través de la Pascua.
Comentario del Santo Evangelio: Lc 1, 57-66 (1, 57-66. 80), para nuestros Mayores. El nacimiento de Juan Bautista.
Como a mujer encinta a Isabel le ha llegado su hora. Dentro de la historia, el alumbramiento de una mujer constituye un hecho absolutamente normal, aunque resulte gozoso para la madre y los parientes. Nuestro caso presenta, sin embargo, un aspecto diferente. Los padres eran ancianos; la mujer, estéril; por eso, dentro de los límites humanos, era imposible una concepción y un nacimiento. Pero ante Dios no existen imposibles (Lc 1, 37) y por eso los ancianos han podido recibir el don de un niño. Tal es el trasfondo ambiental de nuestro texto. Para entenderlo totalmente debemos tener en cuenta otro dato; lo que al autor del evangelio le interesa no es el detalle histórico de los padres ancianos o el hecho biológico de la esterilidad. Esos datos, que se encuentran de una forma ejemplar en la historia de Abraham y Sara, son signos que transmiten una certeza fundamental: la convicción de que Juan Bautista no ha sido simplemente el resultado de una casualidad biológica.
El texto presupone que en el nacimiento de Juan han intervenido dos factores: actúa, por un lado, la realidad biológica de los padres que se aman. Al mismo tiempo, influye de manera decisiva el poder de Dios que guía la historia de los hombres. La expresión o signo de ese poder es el milagro de la fecundidad de unos ancianos. Su resultado, el nacimiento de. Juan, que, dentro de la línea de los profetas de Israel, prepara de una manera inmediata el camino de Jesús.
Sobre este fondo se entiende perfectamente la historia del nombre. Siguiendo la tradición de la familia y suponiendo que el niño les pertenece, los parientes quieren llamarle Zacarías. Los padres, sin embargo, saben que —aún siendo de ellos— el niño es en el fondo un regalo de Dios y Dios le ha destinado a realizar su obra; por eso le imponen el nombre de Juan como se lo ha indicado el ángel (1, 13). En toda la historia bíblica (recuérdense los casos de. Abraham o de Israel, de Pedro o de Boanerges) la imposición de un nombre por parte de Dios (o de Jesús) significa la elección y nombramiento para una función determinada. Desde su mismo nacimiento, llevando el nombre que Dios le ha señalado, Juan aparece como un elegido que debe realizar la misión que Dios le ha encomendado.
Ahora termina la mudez de Zacarías. La mudez era un signo de la verdad de las palabras del ángel que le anuncia el nacimiento de un niño (1, 18-20); ante la presencia de Dios, la realidad humana ha de callar, terminan las objeciones, se acaban las resistencias Como signo de la obra de Dios que al actuar pone en silencio las cosas de este mundo está la mudez de Zacarías. Una vez que se realiza esa obra de Dios, una vez que al niño se le pone (hay que ponerle) el nombre señalado viene de nuevo la palabra (1, 62-64). La presencia de Dios no ha destruido la realidad humana de Zacarías, sino que la enriquece para que prorrumpa en un canto de alabanza (1, 64).
A manera de conclusión señalaremos unas aplicaciones prácticas: a) lo primero es el dejar que Dios fecunde nuestra vida a través de la aceptación de su palabra (el Cristo); b) ante la obra de Dios se requiere la mudez de un silencio que escucha unido a la voz de una alabanza que engrandece la obra de Dios; c) y en el final de todo está la exigencia de actualizar el ministerio del Bautista; Dios estaba con él, nos dice el texto (1, 66); Dios estará con nosotros si es que preparamos como Juan los caminos de Jesús por medio de la conversión y el cumplimiento de la justicia.
Comentario del Santo Evangelio: Lc 1,57-66, de Joven para Joven. Nacimiento de Juan Bautista.
La familia como misión. El relato evangélico presenta a una familia que, en cuanto tal, ha descubierto una misión: la de dar un profeta a Israel, alguien con una misión muy importante en el pueblo elegido. Toda la familia está implicada y vuelta hacia él. Es hijo del milagro, un regalo. Isabel era ya mayor para engendrarlo.
En la mentalidad bíblica los nombres adquieren mucha importancia porque revelan la misión de la persona. Entre los hebreos, en la Biblia, el nombre tenía trascendencia para desvelar la esencia de cosas y personas y dictar su misión. Así en los casos de Pedro, piedra, y sobre todo, de Jesús, Salvador.
Juan significa “Dios se ha compadecido”: tanto de sus padres estériles, a los que quitó la ignominia de la infecundidad, como de todo el pueblo, al destinar a este niño como precursor inmediato del Mesías esperado con ansias liberadoras. El nombre de Isabel, la madre, significa “Dios ha jurado”, es decir, recuerda fielmente su alianza; el de Zacarías, “Dios se ha acordado”. Los tres constituyen una familia al servicio del plan salvador de Dios, y sus nombres proclaman que el Señor ha sido fiel a sus promesas. Así la familia de Zacarías e Isabel se inscribe en la lista de las grandes familias bíblicas que han sido fieles a la misión encomendada: la familia de Noé se convierte en el germen de una nueva humanidad; la de Abrahán y Sara, obedeciendo a Dios, sale de la propia tierra, abandona las propias tradiciones y va en busca de la tierra de promisión para el pueblo de Dios; la de Moisés arriesga escondiéndolo recién nacido para que fuera el salvador de su pueblo; la de los Macabeos se compromete toda ella en la liberación de su pueblo arriesgando sus vidas. Prototipo de fidelidad fue la familia de Nazaret, cuya vida estuvo determinada por el querer divino y la misión encomendada.
Vuestros hijos no son vuestros. Todas estas familias, en especial los padres, ven con claridad que los hijos son un regalo de Dios y no sólo el resultado de una casualidad biológica. Esto da a entender perfectamente la cuestión del nombre. Siguiendo la tradición familiar y suponiendo que el niño les pertenece, los parientes quieren que se llame Zacarías. Los padres, sin embargo, saben que, aun siendo de ellos, el niño es en el fondo un regalo de Dios y Él lo ha destinado a realizar su obra; por eso le imponen el nombre de Juan, como se lo había indicado el ángel (Lc 1,13).
En toda la historia bíblica la imposición de un nombre por parte de Dios (o de Jesús) significa la elección y nombramiento para una función determinada. Desde su mismo nacimiento, llevando el nombre que Dios le ha señalado, Juan aparece como un elegido que debe realizar la misión que Dios le ha encomendado.
Los hijos son para la misión y las familias han de ser el grupo de apoyo que la haga posible. Así lo entienden los Macabeos y por eso no sólo no les frenan en su ímpetu en la lucha y en el martirio, sino que la madre, sobre todo, se pone a su lado y les anima para dar hasta la última gota de su sangre. Éste es también el caso de Juan el Bautista. El niño no será para su familia, ni continuará su nombre, ni servirá a los intereses del clan; será gracia para todos. Su destino ha sido prefijado por Dios y sus padres lo aceptan con fidelidad sirviendo a Dios en el hijo.
La familia “cristiana” El matrimonio es una vocación y, por ello, le corresponde también una misión. Lo que ocurre es que sólo algunos, que viven en la dinámica de la fe, la descubren. Muchos llegan a ser conscientes de esa misión después de bastantes años de haberse constituido como familia. A veces la tarea de ésta consiste en apoyar compromisos arriesgados de algunos de sus miembros.
Son muchos los que se casan por la Iglesia, pero pocos los que viven según la Iglesia. Su preocupación obsesiva y sus esfuerzos se vuelcan en ayudar a sus hijos a tener éxito, sobre todo económico. Un jesuita, en una charla a padres de alumnos hizo referencia a la Madre Teresa de Calcuta; todos quedaron fascinados por su figura. Después preguntó: ¿Querrías que tu hija siguiera las huellas de la Madre Teresa? Todos respondieron negativamente.
Muchas familias celebran la Navidad, cantan, rezan... pero pocas están dispuestas a vivir en sintonía con la familia de Nazaret, a discernir y cumplir la misión que Dios les confía. “En la Iglesia doméstica los padres han de fomentar la vocación propia de cada uno, y con mimo especial la vocación sagrada”.
La familia de Nazaret es pura disponibilidad: José está siempre dispuesto a partir; María responde: “He aquí la esclava del Señor” (Lc 1,38); Jesús, ante la queja amorosa de su madre por el extravío en el templo, replica: “¿No sabíais que tenía que estar en la casa de mi Padre?” (Lc 2,49); ellos callan y aceptan.
También con respecto a la familia advierte el Señor: No toda la que dice: “¡Señor, Señor!” es familia cristiana, sino la que cumple la misión que Él le ha confiado (cf. Mt 7,21).
Elevación Espiritual para este día.
Grita, oh Bautista, todavía en medio de nosotros, como en un tiempo en el desierto {...]. Grita todavía entre nosotros con voz más alta: nosotros gritaremos si tú gritas, callaremos si tú te callas {...]. Te rogamos que sueltes nuestra lengua, incapaz de hablar, como en un tiempo soltaste, al nacer, la de tu padre, Zacarías (cf. Lc 1,64). Te conjuramos a que nos des voz para proclamar tu gloria, como al nacer se la diste a él para decir públicamente tu nombre.
Reflexión Espiritual para el día.
El primer testigo cualificado de la luz de Cristo fue Juan el Bautista. En su figura captamos la esencia de toda misión y testimonio. Por eso ocupa una posición tan importante en el prólogo y emerge con su misión antes incluso de que la Palabra aparezca en la carne. Es testigo con las vestiduras de precursor.
Eso significa sobre todo que él es el final y la conclusión de la antigua alianza y que es el primero en cruzar, viniendo de la antigua, el umbral de la nueva. En este sentido, es la consumación de la antigua alianza, cuya misión se agota aludiendo a Cristo. Por otra parte, Juan es el primero en dar testimonio realmente de la misma luz, por lo que su misión está claramente del otro lado del umbral y es una misión neotestamentaria. La tarea veterotestamentaria confiada por Dios a Moisés o a un profeta era siempre limitada y circunscrita en el interior de la justicia. Esta tarea era confiada y podía ser ejecutada de tal modo que mandato y ejecución se correspondieran con precisión. La tarea veterotestamentaria confiada a Juan contiene la exigencia ilimitada de atestiguar la luz en general. Es confiada con amor y —por muy dura que pueda ser— con alegría, porque es confiada en el interior de la misión del Hijo.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Isaías 49, 1-6 (49, 3. 5-6). Misioneros del Mediterráneo.
Con la presente sección se inicia un nuevo momento histórico y unas perspectivas nuevas en la profecía de Isaías. Los temas relacionados con Ciro han quedado suficientemente clarificados. La unicidad de Yavé ha puesto de manifiesto la locura y nihilidad de los ídolos. La liberación de los desterrados ha quedado ya en segundo término. Estamos en la devastada Jerusalén a la vuelta del destierro.
Ahora es la redención de Sión y su vocación misionera entre todas las gentes el punto neurálgico de los capítulos 49-55. Esto no quiere decir que exista ruptura entre unos capítulos y otros. Sería totalmente falso a todos los niveles. Baste de muestra la presente perícopa, conocida como el segundo cántico del Siervo de Yavé y en estrecha relación con 42, 1-7. Es que su autor es el mismo.
Con más claridad que en el primer canto, aquí se identifica al Siervo de Yavé con Israel. No con el Israel histórico pecador y rebelde, objeto del justo juicio de Dios, a quien el Siervo tiene la misión de congregar. Sino con el Israel teológico, con lo que Isaías había llamado el “resto”. Es la diferenciación que quedará estereotipada en la distinción paulina entre el Israel de la carne y el Israel del espíritu. Históricamente serían aquellos veinte mil judíos que volvieron esperanzados para reconstruir la nueva Jerusalén. La historia no tardó en demostrar que tampoco ellos eran el verdadero Israel.
El canto comienza con toda solemnidad y énfasis, se dirige a las naciones gentiles y describe su misión con el esquema vocacional de Jeremías. La diferencia, no obstante, es radical. Mientras Jeremías es nombrado sencillamente profeta entre las naciones, el siervo tiene como misión hacer llegar la salvación a todos los confines de la tierra, que entonces se limitaban al área mediterránea, Único mundo conocido.
El Israel del espíritu se ha convertido en profeta, en vehículo transmisor de salvación desde el seno de su existencia histórica. Desde entonces ya tenía nombre propio, misión concreta que realizar. Dios preparó su instrumento como el guerrero sus armas. Su espada será la palabra, con efecto cortante y doloroso, ajeno a la violencia física y eficaz con la violencia moral. Acariciado constantemente como acaricia el guerrero la empuñadura de su espada. Convirtiéndolo en saeta mimada, guardada con predilección para los momentos difíciles.
Pero basta de imágenes y metáforas. Mi siervo eres tú. Apenas pronunciada esta identificación, la reaccionaria postura del siervo nos sorprende. «Yo me dije». Es el desaliento humano. Es el «pase de mí este cáliz». Es la impotencia humana experimentada, que inmediatamente se pone en las manos de Dios en quien sólo está la recompensa. Ni el que siembra ni el que riega. Lo humano es precioso cuando lo robustece Dios.
Sólo entonces Yavé lo confirma en su misión. Rompiendo los diques nacionales Yavé le hace comprender lo insignificante de su misión entre sus compatriotas comparada con la nueva que le ha sido encomendada:
«ser luz de las gentes para llevar mi salvación hasta los confines de la tierra».
Imposible decir más en menos palabras. El Resto se ha convertido en rey, sacerdote y profeta de la humanidad entera. El Nuevo Testamento nos revelará que el siervo de Yavé es la comunidad de redimidos que viven unidos a su cabeza, Jesús, el Ungido del Padre. En verdad podemos cantar litúrgicamente que somos un pueblo de reyes, pueblo sacerdotal, pueblo profético encargado de llevar la redención a todos los rincones del mundo sin distinción de colores ni razas.
La segunda parte (7-12) esboza la primera reacción ante este conocimiento total y cristalino: el intento de huida. El salmista siente deseos de huir lejos del soplo y de la presencia de Dios (7). Intento frustrado, pues él, con su mano derecha y con su mano izquierda, en una especie de abrazo cósmico, envuelve y sujeta a toda persona (10). En esta parte también se juega con cuatro parejas de elementos en oposición que expresan la idea de totalidad. Se trata, en todos los casos, de intentos de huida: «subir al cielo más acostarse en el abismo», «volar hasta el margen de la aurora (huir hacia el este) más emigrar a los confines del mar (huir al oeste)», «las tinieblas más la claridad», «la noche más el día». Están presentes tanto la dimensión vertical (cielo - abismo), como la horizontal (este - oeste) y la dimensión temporal (noche - día). La conclusión a que se llega es que resulta inútil pretender huir de Dios. Ello conoce todo (primera parte) y lo abarca todo (segunda parte). ¿Cuál puede ser la solución?
La respuesta viene en la tercera parte (13-18) y constituye la segunda reacción, la actitud auténtica del ser humano: entregarse serenamente a Dios El lo conoce todo, no sólo el exterior, sino también lo más íntimo de la persona. En la cultura del pueblo de la Biblia, las entrañas —el texto hebreo habla literalmente de «riñones» (representa los deseos y las intenciones más recónditas de la persona. Dios se encuentra ahí, en el secreto más profundo del ser humano. Además, él ha sido el gran tejedor de cada ser humano, nos ha tejido en el seno de nuestra madre biológica, pero también en el inmenso seno de la gran madre Tierra (15). Las manos del Señor iban tejiendo, mientras que sus ojos contemplaban la maravilla que se iba formando poco a poco. Cada persona es un prodigio de Dios. Todo forma parte de un gran plan divino, el plan que se abre y estalla en maravilla y prodigio de vida. Todo está claro a los ojos del Señor, incluidos nuestros días, desde el primero hasta el último, antes incluso de que lleguen a existir
La cuarta parte (19-22) deja a un lado el ambiente sereno y tranquilo, para dar paso a un clima de violencia. Aprovechando la intimidad con el Señor, el salmista pide justicia, deseando la muerte de los malvados y asesinos que se rebelan contra el Señor. Les declara un odio mortal por odiar ellos a Dios.
En la última parte (23-24), se retama el tema de la primera (lb-6) en forma de súplica. El salmista le pide al Señor que lo sondee, que lo conozca, que lo ponga a prueba, que mire su trayectoria y que lo guíe por el camino de la eternidad. Son los mismos motivos que aparecen al principio. Antes, el salmista afirmaba que el Señor lo conocía sobremanera. Ahora le pide que intensifique el sondeo, para que su camino no le resulte funesto.
Los caminos de la primera parte (3b) se convierten ahora en «camino eterno». El hecho de que Dios sondee da lugar a un efecto saludable: anima a que nuestros caminos cotidianos pasen de caminos funestos a camino de eternidad.
Este salmo tiene una parte violenta y de odio, en la que se pide la muerte de los malvados y el alejamiento de los asesinos (20). Este detalle es importante a la hora de comprender la situación que engendró este salmo. Por otro lado, hay que recordar lo que se ha dicho un poco antes: « ¡Si los cuento... son más numerosos que la arena! ¡Y, cuando despierto, todavía estoy contigo!» (18). Estos datos nos llevan enseguida a la siguiente conclusión: este es el salmo de una persona amenazada de muerte que se ha refugiado en el templo de Jerusalén (compárese con Sal 17; 27). El templo funcionaba entonces como lugar de refugio. Los asesinos están fuera, a la espera. La persona refugiada pasa la noche en el templo, reflexionando sobre Dios, que la conoce total y profundamente. Y se duerme con estos pensamientos. Cuando se despierta (18), todavía está envuelta en la contemplación de estos proyectos, prodigios y maravillas del Señor Los sacerdotes de guardia solían echar las suertes para ver si el refugiado era inocente o culpable. A la vista del texto de este salmo, también nosotros podemos, sin lugar a dudas, declarar inocente al salmista. Entonces se extiende la reacción de justicia contra los malvados e injustos asesinos. Así se explica el odio que les profesa el salmista. Obrando como obran, se convierten en enemigos de Dios, al que odian, detestan y contra el que se rebelan. El salmista hace suyos los sufrimientos del Señor: « ¡Los tengo por mis enemigos!» (22b).
Son muchos los rasgos que aparecen aquí; nos limitamos a destacar alguno de ellos. Está muy presente el motivo del Señor corno aliado y defensor del justo. Se considera el templo como casa del Señor, en la que el justo se refugia para que se le haga justicia. ¡El motivo de la alianza también está muy presente en la reacción del justo, que odia a los enemigos de! Señor. Un elemento que aparece con gran intensidad es el del conocimiento de Dios, que conoce incluso las profundidades de nuestro ser y de nuestro obrar que nosotros desconocernos. Nos conoce plenamente: por dentro, por fuera, conoce nuestras acciones y deseos más íntimos, nuestros pensamientos y palabras. Es un Dios que está, por tanto, en lo más profundo de nuestro ser, de nuestra historia personal. Se ha instalado ahí, desafiándonos e invitándonos a encontrarlo, no fuera de nosotros, sino en nuestra más profunda intimidad. De nada sirve buir de él, porque estaríamos huyendo de nosotros mismos y de nuestra identidad más secreta. Si él conoce de este modo nuestro ser, pasado, presente y futuro, sólo nos resta pedir que se nos revele y que, al mismo tiempo, nos revele cuál ha de ser nuestro camino, para que no sea un camino funesto, sino de eternidad..
Otro aspecto importante es la misteriosa atracción que ejerce este Dios. El conocimiento pleno que tiene del ser humano provoca en el salmista una reacción serena de entrega total, pidiendo que lo sondee, que lo conozca y lo guíe cada vez más por el camino eterno (compárese con Sal 103,14).
El Jesús del evangelio de Juan goza de ese profundo conocimiento de tas personas Qn 1,47-50; 2,23-25). Sus primeras palabras son estas: « ¿2A quién estáis buscando?» (Jun 1,38). El sabe qué es lo que buscamos en lo más hondo de nuestro ser; y nos invita a tomar conciencia de ello, para que seamos felices. La samaritana es un claro ejemplo de todo esto (Jn 4,5-30). Jesús le reveló que andaba en busca del agua que calma la sed para siempre. Ella la estaba buscando sin tener conciencia de ello. Después de encontrarla, se convirtió en misionera,
Conviene tener presente cuanto se ha dicho a propósito de los demás salmos sapienciales. Podemos rezarlo cuando reconocemos que la decisión más sabia de la vida consiste en entregarse serenamente a Dios, poniéndose en sus manos, pues Dios nos conoce plenamente; también cuando experimentamos que Dios nos es trecha y abraza, no para condenarnos, sino para orientar nuestros pasos por el camino eterno; es un salmo para cuando necesitamos examinar nuestros caminos; también podemos rezarlo en los conflictos internos y externos de la vida...
Comentario de la Segunda lectura: Hechos 13,22-26
En su discurso de la sinagoga de Antioquía, Pablo hace una referencia explícita a la figura y a la misión de Juan el Bautista, lo que es señal de la gran importancia que la gigantesca imagen de este profeta tenía en el seno de la primitiva comunidad cristiana.
En este texto sobresalen dos grandes figuras: la de David y, precisamente, la de Juan el Bautista. Son dos profetas que, de modos diferentes y en tiempos distintos, prepararon la venida del Mesías. A David se le había entregado una promesa, mientras que Juan debía predicar un bautismo de penitencia. Ambos miraban al futuro Mesías, ambos eran testigos de Otro que debía venir y debía ser reconocido como Mesías.
Lo que sorprende en esta página es la claridad con la que Juan el Bautista identifica a Jesús y, en consecuencia, se define a sí mismo. Esta es la primera e insustituible tarea de todo auténtico profeta.
Comentario del Santo Evangelio: Lucas 1,57-66.80
El evangelista Lucas se preocupa de contar, al comienzo de su evangelio, la infancia de Juan el Bautista junto a la infancia de Jesús: un paralelismo literariamente bello y rico desde el punto de vista teológico.
Cuando «se le cumplió a Isabel el tiempo» (v. 57) dio a luz a Juan: este nacimiento es preludio del de Jesús. Un niño que anuncia la presencia de otro niño. Un nombre —el de Juan— que es preludio de otro nombre: el de Jesús. Una presencia absolutamente relativa a la de otro. Un acontecimiento extraordinario (la maternidad de Isabel) que prepara otro (la maternidad virginal de María).
Una misión que deja pregustar la de Jesús. No viene al caso contraponer de una manera drástica la misión de Juan el Bautista a la de Jesús, como si la primera se caracterizara totalmente y de manera exclusiva por la penitencia y la segunda por la alegría mesiánica. Se trata más bien de una única misión en dos tiempos, según el proyecto salvífico de Dios: dos tiempos de una única historia, que se desarrolla siguiendo ritmos alternos, aunque sincronizados.
Sabemos que la misión de Juan el Bautista fue sobre todo preparar el camino a Jesús. De ahí que valga la pena meditar sobre el deber de preparar la venida de Jesús tanto en las almas como en la historia. Es éste un deber que incumbe a cada verdadero creyente. Preparar es más que anunciar. Es preciso poner al servicio de Jesús y de su proyecto salvífico no sólo las palabras, sino toda la vida. Desde esta perspectiva podemos captar el sentido de la presencia de Juan el Bautista en los comienzos de la historia evangélica: con su comportamiento penitencial, Juan quiso hacer comprender a sus contemporáneos que había llegado el tiempo de la gran decisión; a saber, la de estar del lado de Jesús o en contra de él.
Con el bautismo de penitencia, Juan quería hacer comprender que había llegado el tiempo de cambiar de ruta, de invertir el sentido de la marcha, precisa y exclusivamente a causa de la inminente llegada del Mesías-Salvador. Con su predicación, Juan el Bautista quería sacudir la pereza y la inedia de demasiada gente de su tiempo, que de otro modo ni siquiera se habría dado cuenta de la presencia de una novedad desconcertante, como fue la de Jesús. Ahora bien, fue sobre todo con su «pasión» como Juan el Bautista preparó a sus contemporáneos para recibir a Jesús: precisamente para decirnos también a nosotros que no hay preparación auténtica para la acogida de Jesús si ésta no pasa a través de la entrega de nosotros mismos, a través de la Pascua.
Comentario del Santo Evangelio: Lc 1, 57-66 (1, 57-66. 80), para nuestros Mayores. El nacimiento de Juan Bautista.
Como a mujer encinta a Isabel le ha llegado su hora. Dentro de la historia, el alumbramiento de una mujer constituye un hecho absolutamente normal, aunque resulte gozoso para la madre y los parientes. Nuestro caso presenta, sin embargo, un aspecto diferente. Los padres eran ancianos; la mujer, estéril; por eso, dentro de los límites humanos, era imposible una concepción y un nacimiento. Pero ante Dios no existen imposibles (Lc 1, 37) y por eso los ancianos han podido recibir el don de un niño. Tal es el trasfondo ambiental de nuestro texto. Para entenderlo totalmente debemos tener en cuenta otro dato; lo que al autor del evangelio le interesa no es el detalle histórico de los padres ancianos o el hecho biológico de la esterilidad. Esos datos, que se encuentran de una forma ejemplar en la historia de Abraham y Sara, son signos que transmiten una certeza fundamental: la convicción de que Juan Bautista no ha sido simplemente el resultado de una casualidad biológica.
El texto presupone que en el nacimiento de Juan han intervenido dos factores: actúa, por un lado, la realidad biológica de los padres que se aman. Al mismo tiempo, influye de manera decisiva el poder de Dios que guía la historia de los hombres. La expresión o signo de ese poder es el milagro de la fecundidad de unos ancianos. Su resultado, el nacimiento de. Juan, que, dentro de la línea de los profetas de Israel, prepara de una manera inmediata el camino de Jesús.
Sobre este fondo se entiende perfectamente la historia del nombre. Siguiendo la tradición de la familia y suponiendo que el niño les pertenece, los parientes quieren llamarle Zacarías. Los padres, sin embargo, saben que —aún siendo de ellos— el niño es en el fondo un regalo de Dios y Dios le ha destinado a realizar su obra; por eso le imponen el nombre de Juan como se lo ha indicado el ángel (1, 13). En toda la historia bíblica (recuérdense los casos de. Abraham o de Israel, de Pedro o de Boanerges) la imposición de un nombre por parte de Dios (o de Jesús) significa la elección y nombramiento para una función determinada. Desde su mismo nacimiento, llevando el nombre que Dios le ha señalado, Juan aparece como un elegido que debe realizar la misión que Dios le ha encomendado.
Ahora termina la mudez de Zacarías. La mudez era un signo de la verdad de las palabras del ángel que le anuncia el nacimiento de un niño (1, 18-20); ante la presencia de Dios, la realidad humana ha de callar, terminan las objeciones, se acaban las resistencias Como signo de la obra de Dios que al actuar pone en silencio las cosas de este mundo está la mudez de Zacarías. Una vez que se realiza esa obra de Dios, una vez que al niño se le pone (hay que ponerle) el nombre señalado viene de nuevo la palabra (1, 62-64). La presencia de Dios no ha destruido la realidad humana de Zacarías, sino que la enriquece para que prorrumpa en un canto de alabanza (1, 64).
A manera de conclusión señalaremos unas aplicaciones prácticas: a) lo primero es el dejar que Dios fecunde nuestra vida a través de la aceptación de su palabra (el Cristo); b) ante la obra de Dios se requiere la mudez de un silencio que escucha unido a la voz de una alabanza que engrandece la obra de Dios; c) y en el final de todo está la exigencia de actualizar el ministerio del Bautista; Dios estaba con él, nos dice el texto (1, 66); Dios estará con nosotros si es que preparamos como Juan los caminos de Jesús por medio de la conversión y el cumplimiento de la justicia.
Comentario del Santo Evangelio: Lc 1,57-66, de Joven para Joven. Nacimiento de Juan Bautista.
La familia como misión. El relato evangélico presenta a una familia que, en cuanto tal, ha descubierto una misión: la de dar un profeta a Israel, alguien con una misión muy importante en el pueblo elegido. Toda la familia está implicada y vuelta hacia él. Es hijo del milagro, un regalo. Isabel era ya mayor para engendrarlo.
En la mentalidad bíblica los nombres adquieren mucha importancia porque revelan la misión de la persona. Entre los hebreos, en la Biblia, el nombre tenía trascendencia para desvelar la esencia de cosas y personas y dictar su misión. Así en los casos de Pedro, piedra, y sobre todo, de Jesús, Salvador.
Juan significa “Dios se ha compadecido”: tanto de sus padres estériles, a los que quitó la ignominia de la infecundidad, como de todo el pueblo, al destinar a este niño como precursor inmediato del Mesías esperado con ansias liberadoras. El nombre de Isabel, la madre, significa “Dios ha jurado”, es decir, recuerda fielmente su alianza; el de Zacarías, “Dios se ha acordado”. Los tres constituyen una familia al servicio del plan salvador de Dios, y sus nombres proclaman que el Señor ha sido fiel a sus promesas. Así la familia de Zacarías e Isabel se inscribe en la lista de las grandes familias bíblicas que han sido fieles a la misión encomendada: la familia de Noé se convierte en el germen de una nueva humanidad; la de Abrahán y Sara, obedeciendo a Dios, sale de la propia tierra, abandona las propias tradiciones y va en busca de la tierra de promisión para el pueblo de Dios; la de Moisés arriesga escondiéndolo recién nacido para que fuera el salvador de su pueblo; la de los Macabeos se compromete toda ella en la liberación de su pueblo arriesgando sus vidas. Prototipo de fidelidad fue la familia de Nazaret, cuya vida estuvo determinada por el querer divino y la misión encomendada.
Vuestros hijos no son vuestros. Todas estas familias, en especial los padres, ven con claridad que los hijos son un regalo de Dios y no sólo el resultado de una casualidad biológica. Esto da a entender perfectamente la cuestión del nombre. Siguiendo la tradición familiar y suponiendo que el niño les pertenece, los parientes quieren que se llame Zacarías. Los padres, sin embargo, saben que, aun siendo de ellos, el niño es en el fondo un regalo de Dios y Él lo ha destinado a realizar su obra; por eso le imponen el nombre de Juan, como se lo había indicado el ángel (Lc 1,13).
En toda la historia bíblica la imposición de un nombre por parte de Dios (o de Jesús) significa la elección y nombramiento para una función determinada. Desde su mismo nacimiento, llevando el nombre que Dios le ha señalado, Juan aparece como un elegido que debe realizar la misión que Dios le ha encomendado.
Los hijos son para la misión y las familias han de ser el grupo de apoyo que la haga posible. Así lo entienden los Macabeos y por eso no sólo no les frenan en su ímpetu en la lucha y en el martirio, sino que la madre, sobre todo, se pone a su lado y les anima para dar hasta la última gota de su sangre. Éste es también el caso de Juan el Bautista. El niño no será para su familia, ni continuará su nombre, ni servirá a los intereses del clan; será gracia para todos. Su destino ha sido prefijado por Dios y sus padres lo aceptan con fidelidad sirviendo a Dios en el hijo.
La familia “cristiana” El matrimonio es una vocación y, por ello, le corresponde también una misión. Lo que ocurre es que sólo algunos, que viven en la dinámica de la fe, la descubren. Muchos llegan a ser conscientes de esa misión después de bastantes años de haberse constituido como familia. A veces la tarea de ésta consiste en apoyar compromisos arriesgados de algunos de sus miembros.
Son muchos los que se casan por la Iglesia, pero pocos los que viven según la Iglesia. Su preocupación obsesiva y sus esfuerzos se vuelcan en ayudar a sus hijos a tener éxito, sobre todo económico. Un jesuita, en una charla a padres de alumnos hizo referencia a la Madre Teresa de Calcuta; todos quedaron fascinados por su figura. Después preguntó: ¿Querrías que tu hija siguiera las huellas de la Madre Teresa? Todos respondieron negativamente.
Muchas familias celebran la Navidad, cantan, rezan... pero pocas están dispuestas a vivir en sintonía con la familia de Nazaret, a discernir y cumplir la misión que Dios les confía. “En la Iglesia doméstica los padres han de fomentar la vocación propia de cada uno, y con mimo especial la vocación sagrada”.
La familia de Nazaret es pura disponibilidad: José está siempre dispuesto a partir; María responde: “He aquí la esclava del Señor” (Lc 1,38); Jesús, ante la queja amorosa de su madre por el extravío en el templo, replica: “¿No sabíais que tenía que estar en la casa de mi Padre?” (Lc 2,49); ellos callan y aceptan.
También con respecto a la familia advierte el Señor: No toda la que dice: “¡Señor, Señor!” es familia cristiana, sino la que cumple la misión que Él le ha confiado (cf. Mt 7,21).
Elevación Espiritual para este día.
Grita, oh Bautista, todavía en medio de nosotros, como en un tiempo en el desierto {...]. Grita todavía entre nosotros con voz más alta: nosotros gritaremos si tú gritas, callaremos si tú te callas {...]. Te rogamos que sueltes nuestra lengua, incapaz de hablar, como en un tiempo soltaste, al nacer, la de tu padre, Zacarías (cf. Lc 1,64). Te conjuramos a que nos des voz para proclamar tu gloria, como al nacer se la diste a él para decir públicamente tu nombre.
Reflexión Espiritual para el día.
El primer testigo cualificado de la luz de Cristo fue Juan el Bautista. En su figura captamos la esencia de toda misión y testimonio. Por eso ocupa una posición tan importante en el prólogo y emerge con su misión antes incluso de que la Palabra aparezca en la carne. Es testigo con las vestiduras de precursor.
Eso significa sobre todo que él es el final y la conclusión de la antigua alianza y que es el primero en cruzar, viniendo de la antigua, el umbral de la nueva. En este sentido, es la consumación de la antigua alianza, cuya misión se agota aludiendo a Cristo. Por otra parte, Juan es el primero en dar testimonio realmente de la misma luz, por lo que su misión está claramente del otro lado del umbral y es una misión neotestamentaria. La tarea veterotestamentaria confiada por Dios a Moisés o a un profeta era siempre limitada y circunscrita en el interior de la justicia. Esta tarea era confiada y podía ser ejecutada de tal modo que mandato y ejecución se correspondieran con precisión. La tarea veterotestamentaria confiada a Juan contiene la exigencia ilimitada de atestiguar la luz en general. Es confiada con amor y —por muy dura que pueda ser— con alegría, porque es confiada en el interior de la misión del Hijo.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Isaías 49, 1-6 (49, 3. 5-6). Misioneros del Mediterráneo.
Con la presente sección se inicia un nuevo momento histórico y unas perspectivas nuevas en la profecía de Isaías. Los temas relacionados con Ciro han quedado suficientemente clarificados. La unicidad de Yavé ha puesto de manifiesto la locura y nihilidad de los ídolos. La liberación de los desterrados ha quedado ya en segundo término. Estamos en la devastada Jerusalén a la vuelta del destierro.
Ahora es la redención de Sión y su vocación misionera entre todas las gentes el punto neurálgico de los capítulos 49-55. Esto no quiere decir que exista ruptura entre unos capítulos y otros. Sería totalmente falso a todos los niveles. Baste de muestra la presente perícopa, conocida como el segundo cántico del Siervo de Yavé y en estrecha relación con 42, 1-7. Es que su autor es el mismo.
Con más claridad que en el primer canto, aquí se identifica al Siervo de Yavé con Israel. No con el Israel histórico pecador y rebelde, objeto del justo juicio de Dios, a quien el Siervo tiene la misión de congregar. Sino con el Israel teológico, con lo que Isaías había llamado el “resto”. Es la diferenciación que quedará estereotipada en la distinción paulina entre el Israel de la carne y el Israel del espíritu. Históricamente serían aquellos veinte mil judíos que volvieron esperanzados para reconstruir la nueva Jerusalén. La historia no tardó en demostrar que tampoco ellos eran el verdadero Israel.
El canto comienza con toda solemnidad y énfasis, se dirige a las naciones gentiles y describe su misión con el esquema vocacional de Jeremías. La diferencia, no obstante, es radical. Mientras Jeremías es nombrado sencillamente profeta entre las naciones, el siervo tiene como misión hacer llegar la salvación a todos los confines de la tierra, que entonces se limitaban al área mediterránea, Único mundo conocido.
El Israel del espíritu se ha convertido en profeta, en vehículo transmisor de salvación desde el seno de su existencia histórica. Desde entonces ya tenía nombre propio, misión concreta que realizar. Dios preparó su instrumento como el guerrero sus armas. Su espada será la palabra, con efecto cortante y doloroso, ajeno a la violencia física y eficaz con la violencia moral. Acariciado constantemente como acaricia el guerrero la empuñadura de su espada. Convirtiéndolo en saeta mimada, guardada con predilección para los momentos difíciles.
Pero basta de imágenes y metáforas. Mi siervo eres tú. Apenas pronunciada esta identificación, la reaccionaria postura del siervo nos sorprende. «Yo me dije». Es el desaliento humano. Es el «pase de mí este cáliz». Es la impotencia humana experimentada, que inmediatamente se pone en las manos de Dios en quien sólo está la recompensa. Ni el que siembra ni el que riega. Lo humano es precioso cuando lo robustece Dios.
Sólo entonces Yavé lo confirma en su misión. Rompiendo los diques nacionales Yavé le hace comprender lo insignificante de su misión entre sus compatriotas comparada con la nueva que le ha sido encomendada:
«ser luz de las gentes para llevar mi salvación hasta los confines de la tierra».
Imposible decir más en menos palabras. El Resto se ha convertido en rey, sacerdote y profeta de la humanidad entera. El Nuevo Testamento nos revelará que el siervo de Yavé es la comunidad de redimidos que viven unidos a su cabeza, Jesús, el Ungido del Padre. En verdad podemos cantar litúrgicamente que somos un pueblo de reyes, pueblo sacerdotal, pueblo profético encargado de llevar la redención a todos los rincones del mundo sin distinción de colores ni razas.
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