28de Junio 2010, MES DEDICADOLUNES XIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. SAN IRENEO DE LYON, obispo y mártir, Memoria obligatoria. (CIiclo C). 1ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. SS. Argimiro mj mr, Pablo I pp, Lucía Wang-Cheng y co mrs.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Am 2, 6-10.13-16. Revuelcan en el polvo al desvalido.
Sal 49 R/. Atención, los que olvidáis a Dios..
Mt 8,18-22. Sígueme.
El texto de Amós es claro, Dios habla con dureza, reclama del pueblo una respuesta: ¿por qué vende al inocente y al necesitado?, ¿Por qué pisotean? En el evangelio el gentío rodea a Jesús, lo han visto y lo han oído, han sido testigos de sus palabras y se han entusiasmado con ellas, y por un arrebato quieren seguirlo, sin entender realmente lo que ello significa. El seguir a Jesús supone unas condiciones, que no siempre estamos dispuestos a cumplir, o que simplemente no cumplimos, seguimos siendo seres de medio tiempo, laicos, sacerdotes, religiosas, padres, jóvenes de medio tiempo, con unas horas en la comunidad, unas horas en el templo, unas horas en la familia, cumpliendo lo justo, lo que indica la “ley”, ¿y el resto del tiempo?, no, no tengo tiempo, necesito tiempo para mi, y seguimos sin entender, lo que pide Jesús es un cambio radical, un cambio de la seguridad a la inseguridad ¿no será la revés?. Seguir el camino de Jesús es hacer de la sociedad consumista y egoísta una sociedad solidaria y fraterna, de una sociedad encerrada en sí misma y en su propio disfrute, por una sociedad preocupada por los demás y por toda la naturaleza que nos rodea, nos alimenta y nos recrea.
PRIMERA LECTURA.
Amós 2, 6-10. 13-16
Revuelcan en el polvo al desvalido
Así dice el Señor: "A Israel, por tres delitos y por el cuarto, no le perdonaré: porque venden al inocente por dinero y al pobre por un par de sandalias; revuelcan en el polvo al desvalido y tuercen el proceso del indigente.
Padre e hijo van juntos a una mujer, profanando mi santo nombre; se acuestan sobre ropas dejadas en fianza, junto a cualquier altar, beben vino de multas en el templo de su Dios.
Yo destruí a los amorreos al llegar ellos; eran altos como cedros, fuertes como encinas; destruí arriba el fruto, abajo la raíz. Yo os saqué de Egipto, os conduje por el desierto cuarenta años, para que conquistarais el país amorreo.
Pues mirad, yo os aplastaré en el suelo, como un carro cargado de gavillas; el más veloz no logrará huir, el más fuerte no sacará fuerzas, el soldado no salvará la vida; el arquero no resistirá, el más ágil no se salvará, el jinete no salvará la vida; el más valiente entre los soldados huirá desnudo aquel día." Oráculo del Señor.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 49
R/.Atención, los que olvidáis a Dios.
"¿Por qué recitas mis preceptos / y tienes siempre en la boca mi alianza, / tú que detestas mi enseñanza / y te echas a la espalda mis mandatos?" R.
"Cuando ves un ladrón, corres con él; / te mezclas con los adúlteros; / sueltas tu lengua para el mal, / tu boca urde el engaño." R
"Te sientas a hablar contra tu hermano, / deshonras al hijo de tu madre; / esto haces, ¿y me voy a callar? / ¿Crees que soy como tú? / Te acusaré, te lo echaré en cara." R.
"Atención, los que olvidáis a Dios, / no sea que os destroce sin remedio. / El que me ofrece acción de gracias, / ése me honra; / al que sigue buen camino / le haré ver la salvación de Dios." R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 8, 18-22
Sígueme
En aquel tiempo, viendo Jesús que lo rodeaba mucha gente, dio orden de atravesar a la otra orilla. Se le acercó un letrado y le dijo: "Maestro, te seguiré a donde vayas". Jesús le respondió: "Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza". Otro, que era discípulo, le dijo: "Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre". Jesús le replicó: "Tú, sígueme. Deja que los muertos entierren a sus muertos".
Palabra del Señor.
Misa Vespertina de la Vigilia de la Solemnidad de San Pedro y San Pablo
LITURGIA DE LA PALABRA.
Hch 3, 1-10. Ye doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo, echa a andar.
Sal 18 R/. A toda la tierra alcanza su pregón.
Gá 1. 11-20. Dios me escogió desde el seno de mi madre.
Jn 21, 15-19. Apacienta mis corderos, patorea mis ovejas.
PRIMERA LECTURA
Hch 3,1-10 Jesús resucitado dijo a sus apóstoles que fueran por el mundo entero anunciando el Evangelio, con la misión de llevar, como él, la salud a los enfermos (Mc 16,15-18). El primer signo realizado por Pedro, acompañado de Juan, «en nombre de Jesucristo Nazareno», es decir, por su poder, se sitúa en esta línea. Acto de caridad ante todo, es también manifestación de la venida del reino de Dios. Pedro «incorpora» al lisiado de nacimiento; este se hace capaz, no sólo de caminar, sino también de entrar en el templo para alabar a Dios. Y eso, gracias al apóstol, que fue el primero en testificar que Jesús no había quedado aprisionado en el sepulcro.
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles En aquellos días, subían al templo Pedro y Juan, a la oración de media tarde, cuando vieron traer a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la puerta del templo llamada «Hermosa», para que pidiera limosna a los que entraban.
Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna. Pedro, con Juan a su lado, se le quedó mirando y le dijo: «Míranos». Clavó los ojos en ellos, esperando que le darían algo. Pedro le dijo: «No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar». Agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando brincos y alabando a Dios.
La gente lo vio andar alabando a Dios; al caer en la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado en la puerta Hermosa, quedaron estupefactos ante lo sucedido.
Salmo responsorial Sal 18
Las obras de Dios no dejarán de provocar la admiración y la acción de gracias de los creyentes.
R. A toda la tierra alcanza su pregón.
El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra. R.
Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje. R.
SEGUNDA LECTURA
Ga 1,11-20 Jesús resucitado se reveló directa y personalmente a Pablo, quien, sin embargo, quiere que Pedro confirme la autentici¬dad de su predicación.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas Os notifico, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo. Habéis oído hablar de mi conducta pasada en el judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba, y me señalaba en el judaísmo más que muchos de mi edad y de mi raza, como partidario fanático de las tradiciones de mis antepasados. Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia se dignó revelar a su Hijo en mí, para que yo lo anunciara a los gentiles, enseguida, sin consultar con hombres, sin subir a Jerusalén a ver a los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, y después volví a Damasco. Más tarde, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Pedro, y me quedé quince días con él. Pero no vi a ningún otro apóstol, excepto a Santiago, el pariente del Señor. Dios es testigo de que no miento en lo que os escribo.
SANTO EVANGELIO
Jn 21,15-19
Relato de la investidura, en cierto modo oficial, de Pedro. El apóstol no se ha «ganado» la responsabilidad de todo el rebaño por su amor o por su mayor amor a Cristo. Pero el vínculo entre la adhesión al Señor y la responsabilidad en
la Iglesia aparece aquí fuertemente subrayado. Un día Pedro tendrá gravemente menoscabada su libertad de movimiento. Tanto el evangelista como la tradición posterior vieron en la imagen empleada por el Señor un velado anuncio del martirio del apóstol.
Lectura del santo evangelio según san Juan Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer con ellos, dice a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis corderos».
Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Él le dice: «Pastorea mis ovejas».
Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas a donde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras». Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme».
Palabra del Señor. +
LITURGIA DE LA PALABRA.
Am 2, 6-10.13-16. Revuelcan en el polvo al desvalido.
Sal 49 R/. Atención, los que olvidáis a Dios..
Mt 8,18-22. Sígueme.
El texto de Amós es claro, Dios habla con dureza, reclama del pueblo una respuesta: ¿por qué vende al inocente y al necesitado?, ¿Por qué pisotean? En el evangelio el gentío rodea a Jesús, lo han visto y lo han oído, han sido testigos de sus palabras y se han entusiasmado con ellas, y por un arrebato quieren seguirlo, sin entender realmente lo que ello significa. El seguir a Jesús supone unas condiciones, que no siempre estamos dispuestos a cumplir, o que simplemente no cumplimos, seguimos siendo seres de medio tiempo, laicos, sacerdotes, religiosas, padres, jóvenes de medio tiempo, con unas horas en la comunidad, unas horas en el templo, unas horas en la familia, cumpliendo lo justo, lo que indica la “ley”, ¿y el resto del tiempo?, no, no tengo tiempo, necesito tiempo para mi, y seguimos sin entender, lo que pide Jesús es un cambio radical, un cambio de la seguridad a la inseguridad ¿no será la revés?. Seguir el camino de Jesús es hacer de la sociedad consumista y egoísta una sociedad solidaria y fraterna, de una sociedad encerrada en sí misma y en su propio disfrute, por una sociedad preocupada por los demás y por toda la naturaleza que nos rodea, nos alimenta y nos recrea.
PRIMERA LECTURA.
Amós 2, 6-10. 13-16
Revuelcan en el polvo al desvalido
Así dice el Señor: "A Israel, por tres delitos y por el cuarto, no le perdonaré: porque venden al inocente por dinero y al pobre por un par de sandalias; revuelcan en el polvo al desvalido y tuercen el proceso del indigente.
Padre e hijo van juntos a una mujer, profanando mi santo nombre; se acuestan sobre ropas dejadas en fianza, junto a cualquier altar, beben vino de multas en el templo de su Dios.
Yo destruí a los amorreos al llegar ellos; eran altos como cedros, fuertes como encinas; destruí arriba el fruto, abajo la raíz. Yo os saqué de Egipto, os conduje por el desierto cuarenta años, para que conquistarais el país amorreo.
Pues mirad, yo os aplastaré en el suelo, como un carro cargado de gavillas; el más veloz no logrará huir, el más fuerte no sacará fuerzas, el soldado no salvará la vida; el arquero no resistirá, el más ágil no se salvará, el jinete no salvará la vida; el más valiente entre los soldados huirá desnudo aquel día." Oráculo del Señor.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 49
R/.Atención, los que olvidáis a Dios.
"¿Por qué recitas mis preceptos / y tienes siempre en la boca mi alianza, / tú que detestas mi enseñanza / y te echas a la espalda mis mandatos?" R.
"Cuando ves un ladrón, corres con él; / te mezclas con los adúlteros; / sueltas tu lengua para el mal, / tu boca urde el engaño." R
"Te sientas a hablar contra tu hermano, / deshonras al hijo de tu madre; / esto haces, ¿y me voy a callar? / ¿Crees que soy como tú? / Te acusaré, te lo echaré en cara." R.
"Atención, los que olvidáis a Dios, / no sea que os destroce sin remedio. / El que me ofrece acción de gracias, / ése me honra; / al que sigue buen camino / le haré ver la salvación de Dios." R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 8, 18-22
Sígueme
En aquel tiempo, viendo Jesús que lo rodeaba mucha gente, dio orden de atravesar a la otra orilla. Se le acercó un letrado y le dijo: "Maestro, te seguiré a donde vayas". Jesús le respondió: "Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza". Otro, que era discípulo, le dijo: "Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre". Jesús le replicó: "Tú, sígueme. Deja que los muertos entierren a sus muertos".
Palabra del Señor.
Misa Vespertina de la Vigilia de la Solemnidad de San Pedro y San Pablo
LITURGIA DE LA PALABRA.
Hch 3, 1-10. Ye doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo, echa a andar.
Sal 18 R/. A toda la tierra alcanza su pregón.
Gá 1. 11-20. Dios me escogió desde el seno de mi madre.
Jn 21, 15-19. Apacienta mis corderos, patorea mis ovejas.
PRIMERA LECTURA
Hch 3,1-10 Jesús resucitado dijo a sus apóstoles que fueran por el mundo entero anunciando el Evangelio, con la misión de llevar, como él, la salud a los enfermos (Mc 16,15-18). El primer signo realizado por Pedro, acompañado de Juan, «en nombre de Jesucristo Nazareno», es decir, por su poder, se sitúa en esta línea. Acto de caridad ante todo, es también manifestación de la venida del reino de Dios. Pedro «incorpora» al lisiado de nacimiento; este se hace capaz, no sólo de caminar, sino también de entrar en el templo para alabar a Dios. Y eso, gracias al apóstol, que fue el primero en testificar que Jesús no había quedado aprisionado en el sepulcro.
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles En aquellos días, subían al templo Pedro y Juan, a la oración de media tarde, cuando vieron traer a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la puerta del templo llamada «Hermosa», para que pidiera limosna a los que entraban.
Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna. Pedro, con Juan a su lado, se le quedó mirando y le dijo: «Míranos». Clavó los ojos en ellos, esperando que le darían algo. Pedro le dijo: «No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar». Agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando brincos y alabando a Dios.
La gente lo vio andar alabando a Dios; al caer en la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado en la puerta Hermosa, quedaron estupefactos ante lo sucedido.
Salmo responsorial Sal 18
Las obras de Dios no dejarán de provocar la admiración y la acción de gracias de los creyentes.
R. A toda la tierra alcanza su pregón.
El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra. R.
Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje. R.
SEGUNDA LECTURA
Ga 1,11-20 Jesús resucitado se reveló directa y personalmente a Pablo, quien, sin embargo, quiere que Pedro confirme la autentici¬dad de su predicación.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas Os notifico, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo. Habéis oído hablar de mi conducta pasada en el judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba, y me señalaba en el judaísmo más que muchos de mi edad y de mi raza, como partidario fanático de las tradiciones de mis antepasados. Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia se dignó revelar a su Hijo en mí, para que yo lo anunciara a los gentiles, enseguida, sin consultar con hombres, sin subir a Jerusalén a ver a los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, y después volví a Damasco. Más tarde, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Pedro, y me quedé quince días con él. Pero no vi a ningún otro apóstol, excepto a Santiago, el pariente del Señor. Dios es testigo de que no miento en lo que os escribo.
SANTO EVANGELIO
Jn 21,15-19
Relato de la investidura, en cierto modo oficial, de Pedro. El apóstol no se ha «ganado» la responsabilidad de todo el rebaño por su amor o por su mayor amor a Cristo. Pero el vínculo entre la adhesión al Señor y la responsabilidad en
la Iglesia aparece aquí fuertemente subrayado. Un día Pedro tendrá gravemente menoscabada su libertad de movimiento. Tanto el evangelista como la tradición posterior vieron en la imagen empleada por el Señor un velado anuncio del martirio del apóstol.
Lectura del santo evangelio según san Juan Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer con ellos, dice a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis corderos».
Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Él le dice: «Pastorea mis ovejas».
Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas a donde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras». Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme».
Palabra del Señor. +
Comentario de la Primera Lectura: Amós 2,6-10.13-16.
Con el más típico procedimiento de la sabiduría, es decir, mediante la sucesión numérica progresiva del tres y el cuatro, que sirve para indicar la medida colmada del delito, aparece solemnemente en Amós el «juicio contra la nación» de Israel. Un procedimiento que tuvo gran fortuna en la literatura profética posterior. Aquí, a la denuncia del pecado le sigue el recuerdo de los beneficios divinos y, por último, la amenaza del castigo. El pecado constituye la alteración de las relaciones de justicia y de respeto entre los hombres, la sustitución de las personas por cosas, la opresión del pobre, la pérdida de la dignidad en las relaciones. La profecía no puede dejar de recordar todo lo que Dios había garantizado a Israel, dándole este último la espalda. Ahora llama Dios la atención sobre la vanidad del cierre de Israel; nadie podrá resistir por sus propios méritos si se ha sustraído a la relación con Dios, una relación que se afianzará en el día establecido.
La petición de perdón por la infidelidad del pueblo atraviesa la denuncia del salmo conexo, que se cierra aludiendo a la feliz relación entre Dios (que muestra la salvación) y el hombre que honra a Dios (caminando por el camino recto).
Comentario del Salmo 49
Es un salmo de denuncia profética. Un profeta ve lo que está sucediendo, no se calla y proclama su denuncia en nombre de Dios. En este tipo de salmos se suele emplear un lenguaje duro, típico de los profetas vinculados a causas populares. Estos profetas estaban normalmente ligados a grupos populares de la periferia y del campo, convirtiéndose en sus portavoces.
Este salmo presenta el desarrollo de un juicio, con su juez, sus oyentes, los testigos, el acusado y la acusación (falta la sentencia). Consta de tres partes —1-6; 7-21; 22-23—, que pueden, a su vez, dividirse en unidades menores.
En la primera parte (1-6), tenemos la apertura solemne de la sesión del juicio. El Juez se llama «el Señor», y es presentado de forma espectacular; precedido por un fuego devorador y rodeado por una violenta tempestad (3). Es el Dios de la Alianza sellada en el monte Sinaí. El fuego y la tempestad en muchas ocasiones son, en la Biblia, elementos teofánicos (es decir; signos de la manifestación de Dios). La tierra entera está convocada a este juicio (4a; véase Dt 30,19). ¿Qué es lo que va a suceder? El juicio del pueblo de Dios (4b), de aquellos que sellaron con él una alianza (5). Dios mismo (cielo) va a juzgar y a proclamar una sentencia (6); en este proceso, el Señor va a ser declarado inocente y el pueblo, la otra parte de la alianza, culpable. Tenemos que recordar, desde ahora, que no se pronuncia la sentencia. En el fondo, Dios espera la conversión de su socio en el pacto.
En la segunda parte (7-21), el Señor acusa. Se dirige a su pueblo, contra el que va a dar testimonio (7). ¿En qué consiste su acusación? Tiene dos partes; 8-16 y 17-21. En la primera (8-16) Dios no tiene nada que objetar a propósito de los sacrificios y del culto que se celebran en el templo. Por lo visto, funcionan a las mil maravillas, pero Dios, el compañero de la Alianza, está descontento. Este salmo reconoce que Dios, el Señor de todo y de todos, no necesita sacrificios ni se alimenta de ellos. ¿Qué es lo que espera, entonces, de su pueblo? «Ofrece a Dios un sacrificio de confesión, y cumple tus votos al Altísimo. Invócame en el día de la angustia: yo te libraré y tú me darás gloria» (14-15).
La segunda parte de la acusación (16-21) es más concreta, y muestra por qué el socio del pueblo en la Alianza ha convocado un juicio y hace su acusación. Está indignado porque las relaciones sociales están totalmente corrompidas. Se dirige al malvado (16a) y hace desfilar delante de él una serie de transgresiones contra la fraternidad: violación de la propiedad (robo, 18a), de la integridad familiar (adulterio, l8b) y de la vida fraterna (calumnias o falsos testimonios en los tribunales, 20). Se incumplen tres mandamientos, lo que rompe la Alianza. Es inútil querer disimular las injusticias por medio de sacrificios y celebraciones. Dios se siente herido cuando perjudicamos al hermano. Por eso no se calla, acusa y se lo echa todo en cara (21). Nótese que no se mencionan los mandamientos referentes a Dios: no tener otros dioses, etc. Sólo se recuerdan los tres mandamientos que hablan de las relaciones interpersonales.
La tercera parte (22-23) es una especie de conclusión caracterizada por el deseo de conversión o por una invitación abierta a convertirse. A estas alturas cabría esperar la sentencia. Pero quien espera es Dios, el compañero de la Alianza que ha sido lesionado por la violencia ejercida contra el hermano. No olvidarse de Dios significa restablecer la justicia (22a), y al que sigue el buen camino, Dios le hará ver la salvación (23).
Este salmo nació en el seno de los grupos proféticos descontentos con la falsedad del culto (véase, por ejemplo, Is 58; Am 7,10- 17). En el templo, hermosas celebraciones, muchos sacrificios...; en las relaciones sociales, injusticias, violencia, explotación. Uno de estos profetas tuvo la valentía de denunciar estas cosas, asumiendo el riesgo que ello suponía, en el lugar en que se producían: e1 templo de Jerusalén. Y está tan seguro de lo que dice, que llega incluso a afirmar que quien acusa no es él, sino el Señor. Esto vale sobre todo para Israel pero, en cierto modo, todo el inundo está llamado a reflexionar (1). La naturaleza entera participa de este proceso.
La Alianza entre Dios e Israel tenía como objetivo construir una sociedad fraterna. Y los mandamientos eran los instrumentos y herramientas para su construcción. El culto representaba la celebración festiva en que se conmemoraban las conquistas en el campo de la justicia, la libertad y la fraternidad. Cuando la sociedad engendra opresión, injusticia y muerte, ya no queda nada que conmemorar o festejar. Y el mayor de los crímenes consistiría en echarle las culpas a Dios. Este salmo declara inocente a Dios y responsabiliza al pueblo de la situación. Pretender engañar a Dios con sacrificios y celebraciones es tanto como querer cubrir el sol con un cedazo. Dios no se deja sobornar y sus siervos, los profetas, tampoco.
Este salmo, por tanto, presenta el conflicto existente entre un culto sin justicia y el culto con justicia, muy en la línea de los profetas auténticos.
Es evidente que detrás de este salmo está el Dios de la Alabanza. Este Dios se siente ofendido cuando hay injusticias, lo que indica que es el aliado de los débiles, de los humildes y de los tratados injustamente; pone de manifiesto que la injusticia rompe la Alianza y, en estas circunstancias, es inútil tratar de sobornarlo con sacrificios o pretender cargarle con la responsabilidad. Dios no se deja corromper. El culto que se le tributa, si no viene acompañado por la práctica de la justicia, es falso e inútil. No obstan te como compañero de la Alianza, espera que Israel, su aliado, lo entienda y cumpla con su misión histórica.
Dios no pide nada para sí. Si queremos agradarle, el mejor camino es la práctica de la justicia y de la fraternidad.
Con sus palabras y acciones, Jesús asume este salmo en su integridad. Denuncia y acusa (Mt 23), anuncia el final del templo Qn 2, 13-22), espera y tiene paciencia (Lc 13,6-9). Su actividad (está fuertemente unida a la práctica de la justicia. En este sentido conviene recordar sus primeras palabras en el evangelio de Mateo (3,15: «Conviene que se cumpla así toda justicia») y leer todo este evangelio desde la clave de la justicia del Reino. No olvidemos que el poder religioso, representado por el Sanedrín,
La denuncio profética marca el tono de este salmo y sugiere las circunstancias en que podemos rezarlo con provecho: en situaciones de injusticia y en las ocasiones en que luchamos por el cambio; cuando nos viene la tentación de hacer a Dios responsable de la exploración y la opresión de los débiles a manos de los poderosos; cuando soñamos con una sociedad fraterna y sin discriminaciones; cuando no nos agrada el vacío de determinadas celebraciones y encuentros litúrgicos y queremos llenarlos de vida; cuando creernos que Dios pide muchas cosas para sí...
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 8,18-22
El pasaje del evangelio de hoy se abre con la orden de Jesús de «que lo llevaran a la otra orilla». Sin embargo, la ejecución de la orden está interrumpida por dos episodios que faltan en el evangelio de Marcos y que están colocados en otro lugar en el de Lucas. Ambos ilustran las condiciones requeridas para seguir a Jesús, las exigencias de la fe. La posibilidad del seguimiento debe asumir el sufrimiento, las adversidades y la pasión como paso obligado. La frase «las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» está construida siguiendo el uso oriental de hacer seguir una imagen negativa a dos positivas: el término «Hijo del hombre», que tampoco tiene un significado unívoco, indica aquí la precariedad de Jesús, su carecer de casa y de raíces, de referencia y de refugio. La contraposición entre Jesús y los «muertos» expresa de manera adecuada la ruptura que «el que vive» inserta en la trama de la experiencia del hombre.
Aquel que es la «Vida» indica el «Camino». No tener dónde reclinar la cabeza (para dormir o para morir) es la condición para restituir su verdad a la vida.
Profeta es quien deja un nuevo espacio a la Palabra de Dios, quien permite que Dios pueda volver a hablar, hacerse oír aún, llegar a ser de nuevo significativo. Esta palabra, que es palabra de libertad y de amor, es también, por necesidad, una palabra exigente. Puesto que el hombre olvida los beneficios de Dios, su liberación, los cuidados que le ha dispensado, y prefiere celebrar el odio, la injusticia, el abuso. Ante a la declaración: «Yo os saqué de Egipto», los hombres oscilan entre dos excesos: “Antes estábamos mejor”, o bien: “Siempre hemos sido libres”.
La infidelidad a la libertad recibida como don se parece mucho a la facilidad (casi a la manera “fácil” con que se piensa la posibilidad de la fidelidad. Seguir a nuestro Maestro por donde vaya —como pretendía el maestro de la Ley— significa alcanzar arduamente lo que se requiere para el Reino de Dios. Ahora bien, ese empeño, ofrecido de manera gratuita y asumido de manera responsable, es la libertad de la fe, la gratuidad de la obediencia, la resurrección a través de la cruz.
Comentario el Santo Evangelio: (Mt 8,18-22…27), para nuestros Mayores. Las exigencias del seguimiento de Jesús y la tempestad calmada.
Jesús acaba de realizar numerosos milagros y le rodea una gran muchedumbre. Entonces decide alejarse.
Esa decisión suscita en algunos el deseo de seguirle. La situación ofrece a Jesús el punto de partida para aclarar lo que significa hacerse discípulo suyo.
En primer lugar se adelanta un maestro de la ley. A éste, en vez de proponerle una carrera de honores, le explica Jesús que seguirle significa compartir en todo la suerte del Maestro, designado aquí por vez primera como Hijo del hombre, título que evoca antes que nada una condición de humildad. Seguir a Jesús significa así abrazar la inseguridad total y la pobreza del que es rechazado y está destinado a la muerte. Viene, a continuación, un discípulo que le pide que le deje ir primero a enterrar a su padre. Jesús le opone a éste una clara negativa, una negativa que parece poco razonable, hasta contraria a la caridad. Lo que en verdad pretende afirmar Jesús es que no se puede anteponer ningún interés terreno a la llamada divina.
Hay, por último, otros discípulos que, tras haber aceptado seguirle, están con él en la barca. De improviso, se desencadena una borrasca (literalmente: un trastorno cósmico), que pone al descubierto los sentimientos secretos de los corazones. A la tranquilidad soberana de Jesús, que, abandonado en manos del Padre, descansa seguro, se contrapone el miedo de los discípulos, que le despiertan invocando: «Señor sálvanos, que perecemos» (v. 25). Jesús les reprocha su falta de fe (oligópistoi), que les hace incapaces de aceptar el aparente silencio de Dios. Después despliega su poder y realiza el milagro de aplacar los elementos desencadenados. El verbo empleado (epetímese) proporciona al episodio el color de un exorcismo: Jesús, como ya antes YHWH en el Primer Testamento, domina de manera soberana las fuerzas maléficas, representadas aquí por el mar, considerado como dominio del mal. Surge en todos una pregunta: «¿Qué clase de hombre es éste, que hasta los vientos y el lago le obedecen?». Aparecen una vez más los temas fundamentales del relato de Mateo: la fe y la figura de Cristo.
La confrontación con la persona de Jesús en este fragmento evangélico es directa y radical. Por eso es decisivo para poner a prueba la calidad de nuestra fe. Los personajes que animan la escena, atraídos por él, quieren seguirle, pero al mismo tiempo ponen límites a su seguimiento. Se trata de una incongruencia que acontece a menudo, índice de una fe y de un amor todavía débiles. ¿Y nosotros? ¿Estamos dispuestos a permitir que sea el Señor quien dicte de una manera incondicional las modalidades de su seguimiento? Si él es Dios, debemos amarlo necesariamente con todo nuestro corazón, con todas nuestras fuerzas, por encima de todas las cosas y personas. Ante sus requerimientos pierde sentido toda sensatez humana. El misterio de la llamada divina nos invita a dejarnos guiar por un amor puro, absoluto, total, para el que nada es demasiado exigente; un amor que no se detiene ni siquiera ante las incomprensiones; más aún, que se refuerza y se vuelve más profundo precisamente en las dificultades.
Jesús mismo, venido a la tierra para hacer la voluntad del Padre, nos ofrece el ejemplo. Su cuerpo colgado de la cruz se encuentra ante nuestra mirada como testimonio de que su amor no se detuvo ni siquiera ante el rechazo más crudo. Sólo si aceptamos entrar conscientemente en este movimiento oblativo, conoceremos la plenitud de la alegría y de la libertad de quien, por fin, ha encontrado aquello por lo que no sólo vale la pena vivir, sino también morir. La Iglesia, insinuada en la barca donde reposa Jesús, es el lugar en el que encuentra apoyo nuestra adhesión a Cristo, a veces entusiasta, a veces temerosa. Cuanto más estemos con él, más conoceremos su poder. Jesús nos recuerda hoy que no debemos dejarnos asustar por su silencio en los momentos de prueba: él está verdaderamente con nosotros hasta el final de los tiempos.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 8,18-22, de Joven para Joven. “Tú, sígueme”.
Seguir a Jesús con desprendimiento. Es preciso aclarar el sentido de las expresiones de Jesús a quienes pretenden seguirlo, ya que parecen un tanto inhumanas. Son expresiones orientales, intencionadamente exageradas, para poner más de relieve el mensaje que quiere comunicar. Por principio, hay que decir que si fueran inhumanas no serían de Jesús porque, a humano, no hay quien le gane; es divinamente humano.
Ante estas expresiones hay que recordar otras: “Acercaos a mí los que estáis rendidos y abrumados, que yo os aliviaré. Cargad con mi yugo, porque es suave y mi carga ligera” (Mt 11,28-30). Precisamente increpa a los escribas y fariseos porque “cargan fardos pesados en las espaldas de los demás” (Mt 23,4). Lo que Jesús quiere decir es que es preciso descubrir que el Reino, su proyecto, la vida que ofrece, es un tesoro por el que merece la pena venderlo todo. Es un banquete tan jubiloso, que nadie ha de excusarse de participar por nada del mundo (Mt 22,1-14). Es tan grandiosa la oferta, que ni duele pagar el precio. Zaqueo, por ejemplo, al descubrirlo, devuelve cuatro veces lo robado y da un banquetazo a los amigos para celebrar el acontecimiento que ha cambiado su vida (Lc 19,8); lo mismo hace Mateo antes de irse con el Maestro (Mt 9,10).
Jesús no tiene nada de masoquista. Puede invitar a algunos, con una llamada particular, a la renuncia radical de los bienes. No exigió a los amigos de Betania ni a la familia de Marcos, propietaria del cenáculo, que renunciaran a sus propiedades; él disfrutó de ellas. A lo que sí invita a todos es a renunciar a la esclavitud del ídolo dinero, que lleva a muchos a compartir su culto con el de Dios (Mt 6,24). Jesús también nos invita a compartir los bienes con los necesitados.
Cuando surge una comunidad auténticamente cristiana, cada miembro gana el ciento por uno, como Jesús dice a Pedro (Mt 19,29), porque al “no considerar suyo nada de lo que tiene” (Hch 4,32), todo es de todos, con lo que las pertenencias se multiplican por el número de los miembros. Esto es lo que experimentaba gozosamente la comunidad de Jerusalén. El mismo Hijo del hombre no tiene ningún lugar (propio) donde reclinar su cabeza, pero tiene la casa de Betania, la de Cafarnaún (de Pedro), la de la madre de Marcos (el cenáculo)...
Sin dilaciones engañosas. La segunda sentencia aparenta ser todavía más inhumana: “Tú, sígueme. Deja a los muertos que entierren a sus muertos”. En el pueblo judío y en todos los pueblos el deber más sagrado era el de dar sepultura a los padres. Jesús no sólo valoraba el cuarto mandamiento, sino que criticó duramente a quienes, por medio de especulaciones, lo habían tergiversado de tal modo que, en ocasiones, se creían dispensados de la ayuda debida a los padres (Mc 7,10ss). ¿Entonces, qué quiere decir Jesús? Tanto la expresión: “Deja que los muertos entierren a los muertos” como la del lugar paralelo de Lucas: “El que pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás” (Lc 9,62), que dirige al que pide tiempo para despedir a su familia, son una invitación a romper decididamente con el pasado muerto, simbolizado sobre todo en el padre. El padre es la ley (Pablo la llama nodriza hasta que llegó Cristo -Gá 3,23-24-), el antiguo culto, la tradición. Jesús invita a seguirlo porque es la vida, el futuro esperanzado; por tanto, no hay que dejarse atrapar por los muertos, los que todavía viven en la muerte del pasado.
En efecto, con Jesús se inicia para cada persona una nueva vida. Seguirlo es romper de raíz con el pasado. Y hemos de hacerlo sin dilaciones, no como se quejaba Lope de Vega de sí mismo: “Mañana te abriré, le respondía, para lo mismo responder mañana”.
Un testimonio clarifica esta consigna de Jesús. N. Castellanos renunció al obispado de Palencia porque se sintió llamado a misionar en el Tercer Mundo. Su padre tenía noventa y dos años. Preguntan a ambos en distintos medios: “¿No les duele tener que separarse a estas edades?”. Responden: “Nos resulta muy doloroso, pero hay que seguir la llamada”. El padre expresa su total conformidad, a pesar de que “se le rompe el corazón, pero no puedo, como cristiano, retener a mi hijo y privar de su ayuda a los que lo necesitan”.
Tendemos a hacernos trampas, a justificar nuestras dilaciones. No nos negamos con excusas a participar en el banquete (Mt 22,5), pero postergamos la opción. He escuchado a muchos ante propuestas de compromisos: “Cuando termine la carrera... Cuando me case... Una vez que los hijos sean un poco mayores... Cuando me jubile... Cuando mis nietos no me necesiten. Muchos que respondieron: “mañana” no han tenido ese mañana.
¿Religión burguesa o de seguimiento? Lo que Jesús viene a decir con este mensaje exigente es que quiere hacer de nosotros unas personas nuevas, renacidas, pero ello tiene un precio. El que encontró el tesoro “lo vendió todo para comprarlo” (Mt 13,44). Hay que vivirlo todo desde la perspectiva de la fe.
K. Rahner definía al cristiano como místico: “El cristiano del siglo XXI será un místico o no será cristiano”. En esta dirección habla Jesús. A este radicalismo se refiere S. Kierkegaard que afirmaba taxativamente: “Que cada uno vea claramente lo que significa ser cristiano y elija con toda sinceridad si quiere serlo o renuncia a ello. Que se advierta claramente esto: Dios prefiere que confesemos honestamente que no somos ni queremos ser cristianos. Ésta es, quizá, la condición que nos permitirá llegar a serlo. Dios prefiere esta confesión a la náusea de un culto que es burla de Él”.
Elevación Espiritual para este día.
¡Ea!, pues, Señor Dios mío, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte. Señor, si tú no estás aquí, ¿dónde te buscaré ausente? Si estás en todas partes, ¿por qué nunca te veo presente? Mira, Señor, escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros. Vuelve a darte a nosotros para que estemos bien: sin ti estamos muy mal. Ten piedad de nuestras fatigas, de nuestros esfuerzos para contigo: sin ti no valemos nada.
Enséñame a buscarte y muéstrate cuando te busco: no puedo buscarte si tú no me enseñas, ni encontrarte si tú no te muestras. Que yo te busque deseándote y te desee buscándote, que te encuentre amándote y te ame encontrándote
Reflexión Espiritual para el día.
¿Cómo podría llegar a darse cuenta el hombre del mal y cómo podría llegar a tomar en serio, con toda su gravedad, su pecado y el de los demás, por muy claro que pueda estar ante sus ojos? La respuesta está en la cruz. El peso del pecado, la atrocidad de la corrupción humana, la profundidad del abismo en que va a precipitarse el hombre que hace el mal, pueden medirse por el hecho de que el amor de Dios ha podido y querido responder al pecado, superarlo y eliminarlo, y salvar así al hombre, sólo entregándose a sí mismo en Jesucristo, sacrificándose para ejecutar el juicio sobre el hombre haciéndose juzgar en su lugar y dejando que muera en su persona el hombre viejo del pecado.
Sólo cuando se ha comprendido esto, es decir, cuando se ha comprendido que Dios nos ha reconciliado consigo al precio de sí mismo, en la persona del Hijo, sólo entonces deja de haber lugar para la confortable ligereza que quisiera ver nuestra maldad limitada por nuestra bondad.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Amós 2, 6-10. 13-16. “A Israel no le perdonaré”
El presente oráculo contra Israel está enmarcado dentro de un contexto oracular progresivo en el que ocupa el séptimo y último lugar. El orden de estos oráculos, así como el momento en que fueron pronunciados, nos es hoy desconocido. Fueron, eso sí, oráculos independientes con que el profeta fue preparando a su auditorio hasta llegar al clímax de su intencionalidad Clímax que está muy bien conseguido gracias al arte de la repetición y expectativa angustiosa. La condenación de los pueblos limítrofes y enemigos de Israel está en el sentimiento de todos. El pueblo comenzó escuchándolo con curiosidad y asentimiento.
De otra parte, su mensaje era de un contenido teológico casi desconocido Yavé, el Dios nacional, es presentado como Dios internacional, juez y Señor de la historia de los pueblos. Por eso pide cuentas a cada uno de ellos. Y enumere siete como número de perfección, que implica a lodos. Con esta plasticidad hasta ahora desconocida, el monoteísmo da un paso en la revelación, que podríamos calificar de definitivo. El Dios tribal de Abraham se había convertido, desde el Éxodo, en el Dios de un pueblo. Amós proclama que este Dios de Israel es el Dios de todos los pueblos. El segundo Isaías precisará con mucho más detalle esta universalización del Dios único. Pero fue Amós quien rompió en su honor la primera lanza.
Este juicio contra las naciones no era sino preludio y premisa de una argumentación “a fortiori”. Si así Dios juzga y castiga a las demás naciones por sus pecados, tipificados en esa constante de “por tres pecados y por el cuarto no lo perdonaré”, inclusiva de todos los pecados de cada pueblo y que marca el carácter irrevocable de la decisión divina, Israel, su pueblo, no podía quedar impune.
Ellos esperaban el «Día de Yavé» con la ilusión de quien va a contemplar a todos sus enemigos humillados ante sí. Amós corrobora la inminencia del día de Yavé, pero tan justo y punitivo para ellos como para las demás naciones. Por eso «a Israel... no le perdonaré». Y así como tipificara los pecados de los demás pueblos en tres más uno, así ahora lo hace con Israel, Los tres pecados que enumera son simples ejemplos de injusticias sociales, inclusivas de todas las injusticias, desórdenes y abusos de aquella corrompida alta sociedad. El cuarto, el más radical, es la prostitución sagrada: “se acuestan sobre ropas dejadas en fianzas sobre cualquier altar”.
- a tanto pecado en Israel, el contrapunto en la balanza de las misericordias divinas a través de toda la historia, desde que los sacó de Egipto hasta que los asentó en la tierra de los amorreos, primitivos habitantes de Canaán, a quien él mismo destruyó. Es una historia de desórdenes humanos. Estos han pesado más y la sentencia ha sido pronunciada: «Yo os aplastaré». El castigo de Yavé será implacable, como lo muestran las tan expresivas imágenes utilizadas por el profeta. Un poder más fuerte los aplastará y aún los mejores preparados, «el veloz..., el fuerte..., el soldado..., el arquero..., el ágil..., el jinete..., el más fuerte y valiente», todos huirán sin poder salvar sus vidas... El oráculo era escalofriante. La lógica perfecta. El impacto demasiado fuerte y bien preparado como para no reaccionar. Lo lamentable es que la reacción no fue para volverse a Yavé sino para revolverse contra su profeta. Es la reacción del cobarde, que le es más sencillo enfrentarse a los demás que a sí mismo y a su propia libertad.
COMENTARIOS DE LA VIGILIA DE LA SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO
Comentario de la Primera lectura: Hch 3, 1-10. Curación del paralítico.
Los primeros cristianos vivían dentro del judaísmo. Todavía no se había producido la ruptura provocada por la radical novedad cristiana, que los judíos no estaban dispuestos a aceptar. De momento hay, al menos, una coexistencia pacífica. Así lo demuestra este relato de curación de un paralítico, que se realiza en el cuadro de la vida normal judía.
La precisión cronológica de la narración de Hechos corresponde exactamente a la práctica judía que había establecido los momentos para el culto público, uno por la mañana y otro por la tarde. El de la tarde, a las tres, coincidía con el sacrificio diario del cordero en el altar situado delante del templo. A la hora indicada los judíos interrumpían su ocupación, fuera la que fuese y estuvieran donde estuviesen, para unirse al sacrificio del cordero en el templo. Si les era posible, acudían personalmente al lugar del sacrificio. Esto es lo que hicieron Pedro y Juan. Probablemente son mencionados en cuanto dirigentes de la comunidad cristiana. La tradición unió estrechamente a estos dos apóstoles, aunque, como en el caso presente, Juan aparezca como el compañero pasivo junto a Pedro, que es quien actúa y toma la palabra. Además del oficio encomendado a cada uno, ¿tenían estos dos apóstoles un encargo o carisma especial en relación con la Palabra? Probablemente sí. Los textos, al menos, nos orientan en esta dirección.
La escena se sitúa en la puerta llamada Hermosa. Una puerta difícil de localizar. ¿Coincide con la puerta llamada de Nicanor en la parte oriental del templo y en la valla más exterior del mismo? Encontrar mendigos en las inmediaciones de los santuarios es un fenómeno universal y la práctica de la limosna era, particularmente para los judíos, una obra buena comparable con la de hacer oración.
Estas consideraciones sirven para encuadrar nuestro relato. ¿Con qué finalidad ha sido recogido por Lucas? Nuestro autor da a esta narración el mismo alcance que tuvieron los milagros realizados por Jesús. Deben ser un signo claro de la presencia de esa edad, era o eón nuevos, que los judíos esperaban desde el tiempo en que comenzó a desarrollarse la apocalíptica para cuando tuviese lugar la última intervención de Dios en la historia. Esa edad Futura se halla ya presente.
Este milagro de curación significa, al mismo tiempo, el cumplimiento de la palabra de Jesús, que había encargado a sus discípulos que curasen a los enfermos y anunciasen el evangelio (Lc 9, 2). Los mismos milagros eran anuncio del evangelio. Así nos consta por el mismo libro de los Hechos (8, 6). Esto es precisamente lo que había ocurrido en la vida de Jesús. Pero, sobre todo, el milagro era ocasión de anunciar explícitamente el evangelio mediante la explicación del cómo, por qué y por quién había sido realizado. Este aspecto resulta evidente si se comparan tres narraciones de curación de paralíticos: una realizada por Jesús (Lc 5, l7ss), otra por Pablo (14, 8ss) y ésta a cargo de Pedro. En cada una de ellas al hecho se le añade la predicación. Y en cada una surge el correspondiente e inevitable conflicto.
La curación del paralítico simboliza el poder vivificador de Jesús, el paso de la desesperanza a la vida plena.
Así lo da a entender Pedro cuando manda levantarse al enfermo en nombre de Jesús de Nazaret. El «nombre» es sinónimo de la persona y de su autoridad. Por consiguiente, cuando Pedro pronuncia estas palabras, está diciendo que los apóstoles hablan y actúan en el poder de Jesús, que el enfermo debe dirigirse también a él y poner en él su confianza. Se presupone que el enfermo había oído hablar de Jesús y de sus actos de curación. Ahora intenta demostrar Pedro que el Jesús de entonces, Jesús de Nazaret, sigue vivo, tiene el mismo poder y que ha sido constituido Mesías y Señor (2, 36). La importancia de este «nombre» la pondrá Pedro de relieve en el discurso que, con motivo del milagro realizado., tiene en el templo.
Comentario del Salmo 18.
El salmo 18 mezcla dos tipos de salmo, lo que ha llevado a mucha gente a dividirlo en dos. De hecho, del versículo 2 al 7 tenemos un himno de alabanza, sin ningún tipo de introducción. Aquí, el cielo y el firmamento, el día y la noche cantan —en silencio— las alabanzas de quien los creó. Se trata, por tanto, de un himno de alabanza al Dios creador. Pero la segunda parte (8-15) es de estilo sapiencial y presenta una reflexión sobre la ley del Señor.
Lo que hemos dicho hasta ahora puede ayudarnos a ver cómo está organizado el salmo 19. Tiene dos partes, con estilos diferentes: 2-7 y 8-15. En la primera (2-7) tenemos una solemne alabanza al Creador del universo: el cielo, el firmamento, el día, la noche y, sobre todo, el sol, proclaman, sin palabras, la gloria de quien los creó. La alabanza silenciosa es lo más importante, pues viene a demostrar que las palabras no son capaces de expresar todo lo que se siente. El sol es comparado con el esposo que sale de la alcoba y con un atleta que recorre el camino que se le ha señalado.
En la segunda parte (8-15) encontramos un poema sapiencial cuyo tema central es la ley del Señor, a la que se designa también como «testimonio» (8b), «preceptos» 9a), «mandamiento» (9b), «temor» (10a) y «decretos» (10b) son seis términos que se emplean para indicar básicamente la misma realidad. Al lado de cada una de estas palabras se repite el nombre propio de Dios: «el Señor» —en el original hebreo— (en esta segunda parte, este nombre aparece siete veces) y también un adjetivo: «perfecta», «veraz», «rectos», «transparente», «puro», «verdaderos». Después de cada una de estas afirmaciones se presenta a la persona o realidad que se beneficia de los efectos de la ley: el alma descansa (8a), el ignorante es instruido (8b), el corazón se alegra (9a), los ojos reciben luz (9b). Todo esto se resume en dos comparaciones: la ley es más preciosa que el oro más puro (es decir, más que lo más valioso que existe) y más dulce que la miel (la miel es lo más dulce que hay). Con otras palabras, este poema afirma que la ley es lo más valioso y lo más dulce que existe (11).
Esta segunda parte puede, a su vez, dividirse en otras dos. Después de presentar el elogio de la ley perfecta, lo más precioso y lo más dulce que hay, el salmista se contempla a sí mismo viéndose imperfecto, impuro, arrogante y pecador (12-14), y concluye expresando un deseo: que las palabras de este salmo, en forma de meditación, le agraden al Señor, su roca, su redentor (15).
La primera parte de este salmo (2-7) presenta una tensión. De hecho, casi todos los pueblos vecinos de Israel consideraban al sol y a los astros como dioses. Para el salmista, el cielo y el firmamento son como una especie de gran tejido en el que Dios ha dejado impresos algunos signos de su amor creador. En silencio, las criaturas hablan de la grandeza de su Creador. Cada día le entrega al siguiente una consigna; lo mismo que cada noche a la posterior: han de ser anunciadores silenciosos del amor del Creador. Aun sin usar palabras, su mensaje silencioso llegará hasta los límites del orbe. Todos los días y todas las noches proclaman siempre la misma noticia.
El sol no es Dios, sino una criatura de Dios. En aquel tiempo, se creía que el astro rey giraba alrededor de la tierra. Por eso se suponía que, por la mañana, salía de la tienda invisible que Dios había levantado para él en Oriente como el esposo de la alcoba, para recorrer su órbita como un héroe o un atleta, hasta entrar de nuevo en su tienda en Occidente. Como el esposo, porque es sinónimo de fecundidad; como un héroe, porque nada ni nadie escapa a su calor; como un atleta, porque nadie lo puede detener.
La segunda parte (8-15) también esconde una tensión con las «naciones». De hecho, para Israel, el gran don insuperable que Dios le ha comunicado a Israel se llama «ley». Por medio de ella dejó perfectamente claro en qué consistía su proyecto y cuáles eran las condiciones para que Israel fuera su socio y aliado. ¿Qué es lo que tiene Israel que ofrecerles a las naciones? Una ley perfecta y justa, fruto de la alianza con un Dios cercano: «En efecto, ¿qué nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos a ella como lo está de nosotros el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos? ¿Qué nación hay tan grande que tenga leyes y mandamientos tan justos corno esta ley que yo os propongo hoy?» (Dt 4,7-8).
Después de hablar de la perfección de la ley, el salmista piensa en la propia fragilidad (12-15). La ley es útil para la instrucción y el provecho del fiel. Pero él se siente pequeño. La ley es perfecta, él es imperfecto. La ley es pura como el oro fino, pero él tiene que ser purificado de las faltas que haya podido cometer sin darse cuenta. El problema principal consiste en la posibilidad del orgullo o la arrogancia que, dominando a la persona, vuelven responsable al individuo de las transgresiones más serias, del «gran pecado».
En este salmo hay dos imágenes muy intensas: la del Dios de la Alianza (8-15), que hace entrega de la ley a su pueblo, y la del Dios Creador, reconocido como tal por sus criaturas en todo el orbe (2-7).
El Nuevo Testamento vio en Jesús el cumplimiento perfecto de la nueva Alianza; Jesús es aquel que permite ver de manera perfecta al Padre (Jn 1,18; 14,9). Jesús alaba al Padre por haber revelado sus designios a los sencillos (Mt 11,25) e invitó a aprender, de los lirios del campo y de las aves del cielo, la lección del amor que el Padre nos tiene (6,25-30).
La primera parte de este salmo nos ayuda a rezar a partir de la creación, a contemplar en silencio el mensaje que nos viene de las criaturas. Es un salmo ecológico o cósmico. La segunda parte nos hace entrar en comunión con el proyecto de Dios presente en la Biblia, con el mandamiento del amor. Nos hace también pensar en nuestra propia fragilidad. Es un salmo que puede y debe ser rezado cuando queremos librarnos de la arrogancia y del orgullo...
Comentario de la Segunda Lectura: Ga 1, 1-2. 6-10/1, 11, 13-34. En el proceso de la fe Dios tiene la iniciativa
Pablo tenía conciencia de que sus cartas serían leídas solemnemente en la asamblea cultual; de ahí las fórmulas rituales, de marcado sabor litúrgico, que encabezan y completan sus cartas. En este saludo se contiene, a grandes rasgos, el tema de toda la carta: apología de su misión apostólica: «Pablo, apóstol no por autoridad humana ni por mediación del hombre»; la exposición de su evangelio de salvación por la fe en Jesucristo: «Jesucristo se dio y se entregó a sí mismo por nuestros pecados...» La ausencia de todo elogio a los gálatas incluye claramente un mudo, pero elocuente reproche: “a las iglesias de Galacia” así, secamente, cuando de ordinario adjetiva elogiosamente a los destinatarios: “a todos los que están en Roma, amados de Dios, santos convocados” (Rom 1, 7; cf. 1Cor 1, 2; Fil 1, 1; Col 1,2; 1Tes 1,2-10; 2Tes 1,3-4; 1Tim 1, 2; 2Tim 1,2; Tit 1,4).
A partir del versículo 6 Pablo aterriza «in medias res”, haciendo resaltar su estupor por la rapidez del proceso degenerativo que ha empezado a operarse en el seno de las comunidades gálatas. Parece que la solidez de la fe plantada en aquellas regiones exigiría, al menos, un plazo mayor para el «paso» de un evangelio a otro.
El proceso degenerativo, que empezaba a operarse en Galacia, partía de la autenticidad original de la vocación divina a la gracia y amenazaba con desembocar en «un evangelio diferente». El peligro era mayor, porque los innovadores de Galacia no presentaban abierta batalla. No eran las suyas doctrinas ni siquiera francamente judías, sino que pretendían ofrecer una versión depurada del propio evangelio apostólico. Se entraba así en la tremenda amenaza de los “seudo”, del “demonio disfrazado de ángel de luz” (2Cor 11, 14).
Este es un proceso que se repetirá a lo largo de la historia: un grupo de miembros de la Iglesia se alza con la pretensión del monopolio de la ortodoxia; y para ello, ni siquiera dan la cara, sino que utilizan un lenguaje ambiguo e incisivo como la «amenaza de infiltración», «vendidos al enemigo», etc.
Comentario del Santo Evangelio: (Jn 21,15-19). Apacienta mis ovejas
Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? Este diálogo de Jesús con Pedro es uno de los textos más bellos del evangelio. En Palestina hay una pequeña capilla que lo conmemora, y en su interior hay una gran piedra, el trozo de roca donde se cree que estuvo sentado Jesús. Jesús dirige a Pedro una pregunta inquietante, a la que es imposible responder. ¿Quién puede decir que ama a Cristo más que los demás? Por tanto, la respuesta de Pedro es humilde pero convincente: «Señor, tú sabes que te amo». El texto griego usa un término que es importante para comprender el amor cristiano: agapote. No eros, el amor de deseo, sino agape, el deseo de hacer el bien al otro. Es como si Pedro dijera: «Haría cualquier cosa por ti». Aquí, en este diálogo, Pedro recibe de un modo definitivo su vocación.
Apacienta mis ovejas. Sobre este texto san Juan Crisóstomo hace una reflexión: Jesús no le dice a Pedro: «Duerme sobre el desnudo suelo, ayuna, vístete de saco»; no. Le dice: «Apacienta mis ovejas». Es decir, que no le recomienda las prácticas ascéticas tan difundidas en sus tiempos, sino que confía a su amigo que le ama y al que Él ama lo que le es más precioso, las almas humanas.
En la tradición de la Iglesia hay dos tipos de sociedad religiosa, según su forma de vida: las órdenes contemplativas y las apostólicas. En los primeros siglos se pensaba que todos los monjes tenían que ser contemplativos, es decir, debían dedicarse a la oración, a las prácticas ascéticas y al ejercicio de las virtudes. Pero cuando llegaron a un grado más alto de intimidad con Dios, entendieron que debían salir de la soledad y dedicarse a los demás para conducirlos a Cristo.
Le dijo por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» El evangelio nota expresamente que esta tercera pregunta entristece a Pedro, que la interpreta como una alusión a su triple negación de Cristo, en la noche de su pasión. Parece un reproche solapado, un recuerdo triste que ofusca la alegría presente. Pero Jesús sólo recuerda el pasado como una enseñanza: el amor de Dios no se nubla por los pecados pasados; al contrario, su recuerdo sirve para acrecentar el amor. Cuando los ascetas aconsejaban recordar los pecados pasados y llorar por ellos, daban por descontado que ya habían sido perdonados. Son lágrimas de consolación por la gratitud de que ni siquiera el mal ha conseguido separarnos del amor de Dios, y porque Cristo sigue confiando en nosotros incluso cuando nosotros no confiamos en Él. Pedro se convertirá en jefe de la Iglesia que en el nombre de Cristo perdona los pecados. Esa noche a la orilla del mar Tiberíades experimenta sobre sí mismo lo que significa el perdón y cuánta voluntad de vida nueva sabe suscitar.
Comentario del Santo Evangelio: Juan 21, 1-19 (21, 1-14/21, 15-17/21, 15-19), para nuestros Mayores. Jesús, Pedro y el discípulo amado.
La confesión de fe de Tomás y las palabras que Jesús le dirigió, juntamente con la nota del evangelista sobre el propósito que tuvo al escribir el evangelio, formaban originariamente la culminación y conclusión del evangelio. Pero como, de hecho, no conocemos el evangelio sin este cap. 21, seguimos considerándolo como parte integrante del mismo.
La escena que recoge esta pequeña sección tiene lugar en Genesaret. Un grupo de pescadores galileos, discípulos de Jesús, después del fracaso del esfuerzo nocturno en sus faenas de pesca, logran una captura extraordinaria lanzando sus redes hacia el lugar que les indicó un desconocido desde las orillas del lago (una narración semejante nos ofrece Lc 5, 1 -11, sólo que Lucas la sitúa al principio de la vida pública de Jesús).
Los protagonistas de esta escena milagrosa son, aparte de Jesús, Pedro y el discípulo a quien amaba el Señor. Pedro es el que más, se afana en la pesca; el otro discípulo fue quien primero reconoció en el desconocido de la orilla a Jesús.
A continuación’ de la pesca, aunque todavía en el contexto de la misma, nos es narrada una comida de los discípulos con el Señor resucitado. Esta comida nos es narrada de tal forma que el lector necesariamente tiene que pensar en la eucaristía. La eucaristía era celebrada en la Iglesia, en las comunidades cristianas, con la absoluta convicción de la presencia del Señor.
Aparte de esto, la escena tiene un simbolismo que, con mayor o menor acierto, se ha buscado partiendo del número de peces capturados. Si el evangelista menciona el número, debemos estar seguros que no lo hace por satisfacer una curiosidad o precisar una cantidad. Si hubiese pretendido afirmar lo extraordinario de la captura lograda hubiese recurrido a un número «redondo», que siempre es más impresionante.
Conformarse con el sentido literal de lo que leemos equivaldría a desconocer la clave en la que escribe el autor del cuarto evangelio. Pensemos, por otra parte, que la cultura en la que está enraizado el evangelio da una importancia excepcional al simbolismo de los números. ¿Cuál es el simbolismo de este número 153?
El número 153 resulta de la suma de todos los números desde el 1 al 17, de esta forma: 1+ 2+ 3+ 4+ 5...+ 17=
153. Por otra parte el 17 se compone de la suma de 10+7 y estos dos números, cada uno de por sí, significan una totalidad perfecta. Por tanto, la cantidad indicada, 153, debe ser entendida como símbolo de la totalidad de algo (a la totalidad de la humanidad?, ¿la totalidad de la Iglesia?, ¿la Iglesia en relación con la humanidad?).
Algunos naturalistas afirmaban la existencia de 153 especies distintas de peces. Según esto, nos hallaríamos igualmente ante el número que simboliza la totalidad.
Nunca podrá haber razones decisivas que, obliguen a aceptar una interpretación con exclusión de la otra. Baste afirmar que el pensamiento del evangelista va en la dirección que hemos apuntado. Otra razón debe verse en la precisión que hace el evangelista: «Y con ser tantos, no se rompió la red». ¿Su intención? Tampoco podríamos decirlo con exactitud; pero si los peces deben simbolizar la totalidad de los pueblos que deben llegar a la fe, a la Iglesia, y la red no se rompe, este hecho debe simbolizar la unidad de la Iglesia. ¿Demasiado rebuscado? Prácticamente estaríamos ante el desarrollo de una metáfora originaria de Jesús: «Os haré pescadores de hombres» (Mc 1, 17).
Apacienta mis ovejas. Palabras de Jesús asigna.ndo una misión especial a Pedro; las refiere también Mateo (Mt 16, 18) y Lucas (Lc 22, 3 1-32). Por otra parte todos los evangelios recogen la triple negación de Pedro. En la narración de Juan, en la que Jesús provoca la triple confesión de amor por parte de Pedro, tendríamos el contrapeso de la triple negación.
El mandato último de Jesús: «Sígueme» es una clara referencia de otras palabras del Señor: «No puedes seguirme ahora, me seguirás después» (13, 36). Jesús indica la forma de la muerte de Pedro. La imagen del «ceñirse» parte del uso contemporáneo de vestidos amplios, que era necesario recoger y ceñir para poder hacer distancias algo largas. Un hombre mayor esto no podía hacerlo. Esto le ocurría a Pedro; se encontrará como un hombre anciano e indefenso ante aquéllos que, por su fe, le infieran la muerte.
Por otra parte, la escena pone de relieve otro pensamiento interesante: Hasta ahora había sido Jesús el pastor; ahora, en el tiempo de la Iglesia, es encargado Pedro de cumplir este oficio.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 21,15-19, de Joven para Joven.“Apacienta mis ovejas”.
La experiencia de ser amados. El relato evangélico de hoy y mañana no tiene ya como escenario el cenáculo, sino las orillas del lago de Genesaret en una aparición del Resucitado. Pedro, con el perdón recibido por su traición, ha experimentado una prueba más de la amistad incondicional del Maestro. Ahora éste le pide su respuesta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Pedro, sin orgullo ni presunción, sin la autosuficiencia de antes de la pasión, confiando más bien en la acción del Espíritu, ratifica su amistad: “Tú sabes que te quiero”.
Evidentemente, esta triple protesta es el desquite de la triple negación de la pasión. Pero Jesús le exige la testificación del amor con los hechos: “Apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos”, “confirma en la fe a tus hermanos”. Pedro va a ser fiel a esta amistad del Maestro, le servirá en sus hermanos y morirá por él.
El apóstol Pedro es la personificación de todo seguidor de Jesús. Por eso, hay que entender que el Señor nos interpele. Como Pedro, llevamos años conviviendo con Jesús, realizando prácticas religiosas, pero quizás le hemos negado con nuestra rutina y falta de coherencia. La condición para que, con los hechos, demos una respuesta afirmativa es que, como Pedro y Pablo, nos sintamos amados de verdad, personalmente (cf. Gá 2,20), que tengamos experiencia de su amistad. Porque ésta es la raíz de la auténtica conversión cristiana. Por eso el mismo Pablo pide para cada uno de los miembros de sus comunidades: “Que el Espíritu os revele la anchura y largura, altura y profundidad del amor que Cristo nos tiene” (Ef. 3,18-19). H. Nouwen escribe: “El misterio insondable de Dios consiste en que es un enamorado que quiere ser amado. El que nos ha creado, está esperando nuestra respuesta al amor que nos ha dado la vida. Dios no nos dice sólo: “Tú eres mi amado”, sino que también nos dice: “¿Me amas?”, y nos proporciona innumerables posibilidades para responder “sí”. En esto consiste la vida espiritual: en la posibilidad de responder “sí” a nuestra verdad interior”.
“¿Me amas?”
Jesús pide a Pedro un amor integral, que sea, al mismo tiempo, afectivo y efectivo. Afectivo: “Muchos cristianos, escribe Cuy de Larigaudie, viven casi sin pecado. Cumplen las principales obligaciones de su vida cotidiana. Pero su existencia parece fría, tienen el fogón apagado, les falta amor de Dios”. No se trata, pues, de una obediencia seca. Es preciso recordar que ese cumplimiento impecable, aunque llegara hasta el martirio, hasta dar todos los bienes en limosnas a los pobres, si no está animado por el amor, no serviría para nada (cf. 1 Co 13,1ss). Por eso, Jesús nos pregunta: “¿Me amas?”. Porque lo que importa es amar; no sólo los “cumplimientos”.
La Palabra de Dios nos incita hoy a preguntarnos: ¿Hasta qué punto las motivaciones egoístas, satisfacer una obligación, evitar un pecado o recabar un favor influyen en nuestras obras? ¿Hasta qué punto influye el amor desinteresado, generoso y sacrificado, el deseo de agradar a Dios y de realizar su voluntad? Una consigna muy eficaz es tratar de actualizar las motivaciones dadivosas y altruistas antes de iniciar una ocupación, consagrársela explícitamente al Señor, provocar en nuestro interior una actitud de servicio a los demás y purificar las motivaciones egoístas e interesadas que puedan aparecer en un primer momento.
“Apacienta mis ovejas” Jesús le pide a Pedro que su amor sea también “efectivo”, que se manifieste en obras. Pero no hacia él, que no lo necesita, sino hacia los hermanos: “Apacienta mis ovejas y corderos”. No le pide, como señala san Juan Crisóstomo: “Duerme sobre el desnudo suelo, ayuna, vístete de saco”; ni le pide que exprese su amor con el rezo de salmos ni Eucaristías. Todo ello no es nada más que una forma de vigorizarse para cuidar de las ovejas y corderos, los hijos, al cónyuge, al vecino, al enfermo, al necesitado, a los compañeros de grupo. Él no necesita nada de nadie; sólo está necesitado en los prójimos, carne de su carne (Ef. 5,29); por eso indica: A mí me lo hicisteis (Mt 25,40).
Tener a Jesús de prójimo es un increíble privilegio. Pero Juan advierte: “Hijos míos, no amemos con palabras y de boquilla, sino con obras y de verdad” (1 Jn 3,18), dándonos en nuestro afecto, ayuda, tiempo, solidaridad... Además, Jesús no se contenta con que Pedro le ame como otros tantos que están a su lado. Le pide una mayor generosidad, porque “al que más se le dio, más se le pedirá” (Lc 12,48). Jesús invita a Pedro a evocar las preferencias de que ha sido objeto: le ha llamado a vivir en cercanía con él, ha sido objeto de gestos singulares de amistad, le ha dado su confianza encomendándole la animación de su comunidad, le ha perdonado con total generosidad; ha podido experimentar mejor que nadie su bondad, su grandeza de espíritu y la heroicidad de su amor hasta dar la vida por él y por sus compañeros (Jn 15,14). Por eso le pregunta: “Pedro, ¿me amas más que éstos”?
¿Qué podremos decir nosotros a este respecto que, incluso, nos invita diariamente a su mesa? La letanía de preferencias que el Señor ha tenido con nosotros es interminable. Somos unos verdaderos privilegiados en el orden de la fe, no podemos contentarnos con dar la misma respuesta de amistad y servicio que dan tantos “cristianos” que apenas han escuchado su palabra, no han podido adquirir más que un conocimiento superficial de su persona y no han tenido personalmente la experiencia de su amistad. También aquí tiene plena vigencia la parábola de los talentos (Mt 25,14-30). ¿Acaso no hemos recibido nosotros diez? ¿Me amas más que los que están cerca de ti, que apenas si tienen fe? Quizás tengamos que responder de forma semejante a la de aquel padre del muchacho enfermo a quien Jesús le preguntó si creía: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”; Señor, yo te amo, pero aumenta mi amor.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Timoteo.
Es verdad que las figuras más importantes de esta solemnidad son Pedro y Pablo, pero ni siquiera muchas páginas bastarían para describir adecuadamente el carácter de cada uno. Además a los dos les hemos dedicado ya dos bocetos esenciales, por lo que hemos decidido presentar a uno de los discípulos más queridos a Pablo, ese Timoteo al que dirige dos cartas: es más, en el fragmento de la liturgia que hemos leído este domingo le entrega también un espléndido y conmovedor testamento, cuando el Apóstol siente que se acerca su última hora (4,6-8).
Timoteo, de nombre griego («el que honra a Dios»), había nacido en Listra de Licaonia, en la actual Turquía central, de padre griego y de madre judeo-cristiana. Sus orígenes familiares los recuerda el propio Pablo: «se aviva en mí el recuerdo de tu fe sincera, la que primero tuvieron tu abuela Loida y tu madre Eunice» (2Tim 1,5). Su figura emerge con bastante claridad en el libro de los Hechos de los Apóstoles, donde se registra un fenómeno bastante curioso: Pablo decide que Timoteo se circuncide cuando este se convirtió en su colaborador y esto «en consideración a los judíos que había en aquellas regiones, pues todos sabían que su padre era griego», es decir, pagano (16,3).
Sabemos que para Pablo «da igual estar o no estar circuncidado» (1Cor 7,19); más aún, él había luchado tenazmente para que a los paganos convertidos al cristianismo no se les exigiese pasar antes por el judaísmo circuncidándose. Sin embargo ahora por practicidad pastoral y para vivir con tranquilidad se resigna a esta solución para no provocar a los judeo-cristianos y aquella región del Asia Menor con la presencia de un predicador no circuncidado. Pero hay que advertir que el Apóstol no aceptará esta opción para el otro colaborador más querido, Tito que, «aunque era griego no tuvo obligación de circuncidarse», (Gál 2,3).
Timoteo aparece repetidamente en los capítulos 16-20 de los Hechos de los Apóstoles, durante el segundo viaje misionero que conduce a Pablo primero a Turquía central, después a Macedonia (a Filipos y a Tesalónica), para arribar por fin a Corinto. En seis cartas Pablo lo asocia a él mismo en el saludo inicial dirigido a los destinatarios, corintios, filipenses, colosenses, tesalonicenses (dos cartas) y a su amigo Filemón. Hace también una breve aparición al final de la Carta a los hebreos que, sin embargo, no es de Pablo. Aquí se lee que «nuestro hermano Timoteo ha sido puesto en libertad» (13, 23). Tal vez se hace referencia a la participación de la prisión romana de Pablo.
Es cierto que Pablo encargó misiones delicadas a este preciado colaborador, tanto en Tesalónica como sobre todo en Corinto. Fue enviado a esta turbulenta comunidad cristiana para «recordar las normas de conducta indicadas ,por Pablo, en Cristo» (1Cor 4,17). Más aún, el Apóstol presenta calurosamente a este «su hijo amado y fiel en el Señor» para que sea tratado bien: «Si llega Timoteo procurad que se sienta a gusto entre vosotros, pues trabaja como yo en la obra del Señor. Que nadie le haga de menos; ayudadle para que continúe el viaje y venga a yerme, pues los hermanos y yo estamos esperándole» (1Cor 16,10-11).
Finalmente Pablo lo encargará oficialmente de administrar la comunidad de Éfeso (la tradición lo consideraba el primer obispo de aquella importante ciudad costera de Turquía). Así escribe en la primera carta que le dirige: «Al partir para Macedonia te rogué que permanecieses en Éfeso, con el fin de que ordenaras a algunos que no enseñen cosas extrañas y no presten atención a fábulas...». La leyenda lo hace morir mártir bajo el emperador Domiciano, pero la noticia no tiene fundamento histórico y sólo está presente en un texto apócrifo, los Hechos de Timoteo (siglo IV). +
Con el más típico procedimiento de la sabiduría, es decir, mediante la sucesión numérica progresiva del tres y el cuatro, que sirve para indicar la medida colmada del delito, aparece solemnemente en Amós el «juicio contra la nación» de Israel. Un procedimiento que tuvo gran fortuna en la literatura profética posterior. Aquí, a la denuncia del pecado le sigue el recuerdo de los beneficios divinos y, por último, la amenaza del castigo. El pecado constituye la alteración de las relaciones de justicia y de respeto entre los hombres, la sustitución de las personas por cosas, la opresión del pobre, la pérdida de la dignidad en las relaciones. La profecía no puede dejar de recordar todo lo que Dios había garantizado a Israel, dándole este último la espalda. Ahora llama Dios la atención sobre la vanidad del cierre de Israel; nadie podrá resistir por sus propios méritos si se ha sustraído a la relación con Dios, una relación que se afianzará en el día establecido.
La petición de perdón por la infidelidad del pueblo atraviesa la denuncia del salmo conexo, que se cierra aludiendo a la feliz relación entre Dios (que muestra la salvación) y el hombre que honra a Dios (caminando por el camino recto).
Comentario del Salmo 49
Es un salmo de denuncia profética. Un profeta ve lo que está sucediendo, no se calla y proclama su denuncia en nombre de Dios. En este tipo de salmos se suele emplear un lenguaje duro, típico de los profetas vinculados a causas populares. Estos profetas estaban normalmente ligados a grupos populares de la periferia y del campo, convirtiéndose en sus portavoces.
Este salmo presenta el desarrollo de un juicio, con su juez, sus oyentes, los testigos, el acusado y la acusación (falta la sentencia). Consta de tres partes —1-6; 7-21; 22-23—, que pueden, a su vez, dividirse en unidades menores.
En la primera parte (1-6), tenemos la apertura solemne de la sesión del juicio. El Juez se llama «el Señor», y es presentado de forma espectacular; precedido por un fuego devorador y rodeado por una violenta tempestad (3). Es el Dios de la Alianza sellada en el monte Sinaí. El fuego y la tempestad en muchas ocasiones son, en la Biblia, elementos teofánicos (es decir; signos de la manifestación de Dios). La tierra entera está convocada a este juicio (4a; véase Dt 30,19). ¿Qué es lo que va a suceder? El juicio del pueblo de Dios (4b), de aquellos que sellaron con él una alianza (5). Dios mismo (cielo) va a juzgar y a proclamar una sentencia (6); en este proceso, el Señor va a ser declarado inocente y el pueblo, la otra parte de la alianza, culpable. Tenemos que recordar, desde ahora, que no se pronuncia la sentencia. En el fondo, Dios espera la conversión de su socio en el pacto.
En la segunda parte (7-21), el Señor acusa. Se dirige a su pueblo, contra el que va a dar testimonio (7). ¿En qué consiste su acusación? Tiene dos partes; 8-16 y 17-21. En la primera (8-16) Dios no tiene nada que objetar a propósito de los sacrificios y del culto que se celebran en el templo. Por lo visto, funcionan a las mil maravillas, pero Dios, el compañero de la Alianza, está descontento. Este salmo reconoce que Dios, el Señor de todo y de todos, no necesita sacrificios ni se alimenta de ellos. ¿Qué es lo que espera, entonces, de su pueblo? «Ofrece a Dios un sacrificio de confesión, y cumple tus votos al Altísimo. Invócame en el día de la angustia: yo te libraré y tú me darás gloria» (14-15).
La segunda parte de la acusación (16-21) es más concreta, y muestra por qué el socio del pueblo en la Alianza ha convocado un juicio y hace su acusación. Está indignado porque las relaciones sociales están totalmente corrompidas. Se dirige al malvado (16a) y hace desfilar delante de él una serie de transgresiones contra la fraternidad: violación de la propiedad (robo, 18a), de la integridad familiar (adulterio, l8b) y de la vida fraterna (calumnias o falsos testimonios en los tribunales, 20). Se incumplen tres mandamientos, lo que rompe la Alianza. Es inútil querer disimular las injusticias por medio de sacrificios y celebraciones. Dios se siente herido cuando perjudicamos al hermano. Por eso no se calla, acusa y se lo echa todo en cara (21). Nótese que no se mencionan los mandamientos referentes a Dios: no tener otros dioses, etc. Sólo se recuerdan los tres mandamientos que hablan de las relaciones interpersonales.
La tercera parte (22-23) es una especie de conclusión caracterizada por el deseo de conversión o por una invitación abierta a convertirse. A estas alturas cabría esperar la sentencia. Pero quien espera es Dios, el compañero de la Alianza que ha sido lesionado por la violencia ejercida contra el hermano. No olvidarse de Dios significa restablecer la justicia (22a), y al que sigue el buen camino, Dios le hará ver la salvación (23).
Este salmo nació en el seno de los grupos proféticos descontentos con la falsedad del culto (véase, por ejemplo, Is 58; Am 7,10- 17). En el templo, hermosas celebraciones, muchos sacrificios...; en las relaciones sociales, injusticias, violencia, explotación. Uno de estos profetas tuvo la valentía de denunciar estas cosas, asumiendo el riesgo que ello suponía, en el lugar en que se producían: e1 templo de Jerusalén. Y está tan seguro de lo que dice, que llega incluso a afirmar que quien acusa no es él, sino el Señor. Esto vale sobre todo para Israel pero, en cierto modo, todo el inundo está llamado a reflexionar (1). La naturaleza entera participa de este proceso.
La Alianza entre Dios e Israel tenía como objetivo construir una sociedad fraterna. Y los mandamientos eran los instrumentos y herramientas para su construcción. El culto representaba la celebración festiva en que se conmemoraban las conquistas en el campo de la justicia, la libertad y la fraternidad. Cuando la sociedad engendra opresión, injusticia y muerte, ya no queda nada que conmemorar o festejar. Y el mayor de los crímenes consistiría en echarle las culpas a Dios. Este salmo declara inocente a Dios y responsabiliza al pueblo de la situación. Pretender engañar a Dios con sacrificios y celebraciones es tanto como querer cubrir el sol con un cedazo. Dios no se deja sobornar y sus siervos, los profetas, tampoco.
Este salmo, por tanto, presenta el conflicto existente entre un culto sin justicia y el culto con justicia, muy en la línea de los profetas auténticos.
Es evidente que detrás de este salmo está el Dios de la Alabanza. Este Dios se siente ofendido cuando hay injusticias, lo que indica que es el aliado de los débiles, de los humildes y de los tratados injustamente; pone de manifiesto que la injusticia rompe la Alianza y, en estas circunstancias, es inútil tratar de sobornarlo con sacrificios o pretender cargarle con la responsabilidad. Dios no se deja corromper. El culto que se le tributa, si no viene acompañado por la práctica de la justicia, es falso e inútil. No obstan te como compañero de la Alianza, espera que Israel, su aliado, lo entienda y cumpla con su misión histórica.
Dios no pide nada para sí. Si queremos agradarle, el mejor camino es la práctica de la justicia y de la fraternidad.
Con sus palabras y acciones, Jesús asume este salmo en su integridad. Denuncia y acusa (Mt 23), anuncia el final del templo Qn 2, 13-22), espera y tiene paciencia (Lc 13,6-9). Su actividad (está fuertemente unida a la práctica de la justicia. En este sentido conviene recordar sus primeras palabras en el evangelio de Mateo (3,15: «Conviene que se cumpla así toda justicia») y leer todo este evangelio desde la clave de la justicia del Reino. No olvidemos que el poder religioso, representado por el Sanedrín,
La denuncio profética marca el tono de este salmo y sugiere las circunstancias en que podemos rezarlo con provecho: en situaciones de injusticia y en las ocasiones en que luchamos por el cambio; cuando nos viene la tentación de hacer a Dios responsable de la exploración y la opresión de los débiles a manos de los poderosos; cuando soñamos con una sociedad fraterna y sin discriminaciones; cuando no nos agrada el vacío de determinadas celebraciones y encuentros litúrgicos y queremos llenarlos de vida; cuando creernos que Dios pide muchas cosas para sí...
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 8,18-22
El pasaje del evangelio de hoy se abre con la orden de Jesús de «que lo llevaran a la otra orilla». Sin embargo, la ejecución de la orden está interrumpida por dos episodios que faltan en el evangelio de Marcos y que están colocados en otro lugar en el de Lucas. Ambos ilustran las condiciones requeridas para seguir a Jesús, las exigencias de la fe. La posibilidad del seguimiento debe asumir el sufrimiento, las adversidades y la pasión como paso obligado. La frase «las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» está construida siguiendo el uso oriental de hacer seguir una imagen negativa a dos positivas: el término «Hijo del hombre», que tampoco tiene un significado unívoco, indica aquí la precariedad de Jesús, su carecer de casa y de raíces, de referencia y de refugio. La contraposición entre Jesús y los «muertos» expresa de manera adecuada la ruptura que «el que vive» inserta en la trama de la experiencia del hombre.
Aquel que es la «Vida» indica el «Camino». No tener dónde reclinar la cabeza (para dormir o para morir) es la condición para restituir su verdad a la vida.
Profeta es quien deja un nuevo espacio a la Palabra de Dios, quien permite que Dios pueda volver a hablar, hacerse oír aún, llegar a ser de nuevo significativo. Esta palabra, que es palabra de libertad y de amor, es también, por necesidad, una palabra exigente. Puesto que el hombre olvida los beneficios de Dios, su liberación, los cuidados que le ha dispensado, y prefiere celebrar el odio, la injusticia, el abuso. Ante a la declaración: «Yo os saqué de Egipto», los hombres oscilan entre dos excesos: “Antes estábamos mejor”, o bien: “Siempre hemos sido libres”.
La infidelidad a la libertad recibida como don se parece mucho a la facilidad (casi a la manera “fácil” con que se piensa la posibilidad de la fidelidad. Seguir a nuestro Maestro por donde vaya —como pretendía el maestro de la Ley— significa alcanzar arduamente lo que se requiere para el Reino de Dios. Ahora bien, ese empeño, ofrecido de manera gratuita y asumido de manera responsable, es la libertad de la fe, la gratuidad de la obediencia, la resurrección a través de la cruz.
Comentario el Santo Evangelio: (Mt 8,18-22…27), para nuestros Mayores. Las exigencias del seguimiento de Jesús y la tempestad calmada.
Jesús acaba de realizar numerosos milagros y le rodea una gran muchedumbre. Entonces decide alejarse.
Esa decisión suscita en algunos el deseo de seguirle. La situación ofrece a Jesús el punto de partida para aclarar lo que significa hacerse discípulo suyo.
En primer lugar se adelanta un maestro de la ley. A éste, en vez de proponerle una carrera de honores, le explica Jesús que seguirle significa compartir en todo la suerte del Maestro, designado aquí por vez primera como Hijo del hombre, título que evoca antes que nada una condición de humildad. Seguir a Jesús significa así abrazar la inseguridad total y la pobreza del que es rechazado y está destinado a la muerte. Viene, a continuación, un discípulo que le pide que le deje ir primero a enterrar a su padre. Jesús le opone a éste una clara negativa, una negativa que parece poco razonable, hasta contraria a la caridad. Lo que en verdad pretende afirmar Jesús es que no se puede anteponer ningún interés terreno a la llamada divina.
Hay, por último, otros discípulos que, tras haber aceptado seguirle, están con él en la barca. De improviso, se desencadena una borrasca (literalmente: un trastorno cósmico), que pone al descubierto los sentimientos secretos de los corazones. A la tranquilidad soberana de Jesús, que, abandonado en manos del Padre, descansa seguro, se contrapone el miedo de los discípulos, que le despiertan invocando: «Señor sálvanos, que perecemos» (v. 25). Jesús les reprocha su falta de fe (oligópistoi), que les hace incapaces de aceptar el aparente silencio de Dios. Después despliega su poder y realiza el milagro de aplacar los elementos desencadenados. El verbo empleado (epetímese) proporciona al episodio el color de un exorcismo: Jesús, como ya antes YHWH en el Primer Testamento, domina de manera soberana las fuerzas maléficas, representadas aquí por el mar, considerado como dominio del mal. Surge en todos una pregunta: «¿Qué clase de hombre es éste, que hasta los vientos y el lago le obedecen?». Aparecen una vez más los temas fundamentales del relato de Mateo: la fe y la figura de Cristo.
La confrontación con la persona de Jesús en este fragmento evangélico es directa y radical. Por eso es decisivo para poner a prueba la calidad de nuestra fe. Los personajes que animan la escena, atraídos por él, quieren seguirle, pero al mismo tiempo ponen límites a su seguimiento. Se trata de una incongruencia que acontece a menudo, índice de una fe y de un amor todavía débiles. ¿Y nosotros? ¿Estamos dispuestos a permitir que sea el Señor quien dicte de una manera incondicional las modalidades de su seguimiento? Si él es Dios, debemos amarlo necesariamente con todo nuestro corazón, con todas nuestras fuerzas, por encima de todas las cosas y personas. Ante sus requerimientos pierde sentido toda sensatez humana. El misterio de la llamada divina nos invita a dejarnos guiar por un amor puro, absoluto, total, para el que nada es demasiado exigente; un amor que no se detiene ni siquiera ante las incomprensiones; más aún, que se refuerza y se vuelve más profundo precisamente en las dificultades.
Jesús mismo, venido a la tierra para hacer la voluntad del Padre, nos ofrece el ejemplo. Su cuerpo colgado de la cruz se encuentra ante nuestra mirada como testimonio de que su amor no se detuvo ni siquiera ante el rechazo más crudo. Sólo si aceptamos entrar conscientemente en este movimiento oblativo, conoceremos la plenitud de la alegría y de la libertad de quien, por fin, ha encontrado aquello por lo que no sólo vale la pena vivir, sino también morir. La Iglesia, insinuada en la barca donde reposa Jesús, es el lugar en el que encuentra apoyo nuestra adhesión a Cristo, a veces entusiasta, a veces temerosa. Cuanto más estemos con él, más conoceremos su poder. Jesús nos recuerda hoy que no debemos dejarnos asustar por su silencio en los momentos de prueba: él está verdaderamente con nosotros hasta el final de los tiempos.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 8,18-22, de Joven para Joven. “Tú, sígueme”.
Seguir a Jesús con desprendimiento. Es preciso aclarar el sentido de las expresiones de Jesús a quienes pretenden seguirlo, ya que parecen un tanto inhumanas. Son expresiones orientales, intencionadamente exageradas, para poner más de relieve el mensaje que quiere comunicar. Por principio, hay que decir que si fueran inhumanas no serían de Jesús porque, a humano, no hay quien le gane; es divinamente humano.
Ante estas expresiones hay que recordar otras: “Acercaos a mí los que estáis rendidos y abrumados, que yo os aliviaré. Cargad con mi yugo, porque es suave y mi carga ligera” (Mt 11,28-30). Precisamente increpa a los escribas y fariseos porque “cargan fardos pesados en las espaldas de los demás” (Mt 23,4). Lo que Jesús quiere decir es que es preciso descubrir que el Reino, su proyecto, la vida que ofrece, es un tesoro por el que merece la pena venderlo todo. Es un banquete tan jubiloso, que nadie ha de excusarse de participar por nada del mundo (Mt 22,1-14). Es tan grandiosa la oferta, que ni duele pagar el precio. Zaqueo, por ejemplo, al descubrirlo, devuelve cuatro veces lo robado y da un banquetazo a los amigos para celebrar el acontecimiento que ha cambiado su vida (Lc 19,8); lo mismo hace Mateo antes de irse con el Maestro (Mt 9,10).
Jesús no tiene nada de masoquista. Puede invitar a algunos, con una llamada particular, a la renuncia radical de los bienes. No exigió a los amigos de Betania ni a la familia de Marcos, propietaria del cenáculo, que renunciaran a sus propiedades; él disfrutó de ellas. A lo que sí invita a todos es a renunciar a la esclavitud del ídolo dinero, que lleva a muchos a compartir su culto con el de Dios (Mt 6,24). Jesús también nos invita a compartir los bienes con los necesitados.
Cuando surge una comunidad auténticamente cristiana, cada miembro gana el ciento por uno, como Jesús dice a Pedro (Mt 19,29), porque al “no considerar suyo nada de lo que tiene” (Hch 4,32), todo es de todos, con lo que las pertenencias se multiplican por el número de los miembros. Esto es lo que experimentaba gozosamente la comunidad de Jerusalén. El mismo Hijo del hombre no tiene ningún lugar (propio) donde reclinar su cabeza, pero tiene la casa de Betania, la de Cafarnaún (de Pedro), la de la madre de Marcos (el cenáculo)...
Sin dilaciones engañosas. La segunda sentencia aparenta ser todavía más inhumana: “Tú, sígueme. Deja a los muertos que entierren a sus muertos”. En el pueblo judío y en todos los pueblos el deber más sagrado era el de dar sepultura a los padres. Jesús no sólo valoraba el cuarto mandamiento, sino que criticó duramente a quienes, por medio de especulaciones, lo habían tergiversado de tal modo que, en ocasiones, se creían dispensados de la ayuda debida a los padres (Mc 7,10ss). ¿Entonces, qué quiere decir Jesús? Tanto la expresión: “Deja que los muertos entierren a los muertos” como la del lugar paralelo de Lucas: “El que pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás” (Lc 9,62), que dirige al que pide tiempo para despedir a su familia, son una invitación a romper decididamente con el pasado muerto, simbolizado sobre todo en el padre. El padre es la ley (Pablo la llama nodriza hasta que llegó Cristo -Gá 3,23-24-), el antiguo culto, la tradición. Jesús invita a seguirlo porque es la vida, el futuro esperanzado; por tanto, no hay que dejarse atrapar por los muertos, los que todavía viven en la muerte del pasado.
En efecto, con Jesús se inicia para cada persona una nueva vida. Seguirlo es romper de raíz con el pasado. Y hemos de hacerlo sin dilaciones, no como se quejaba Lope de Vega de sí mismo: “Mañana te abriré, le respondía, para lo mismo responder mañana”.
Un testimonio clarifica esta consigna de Jesús. N. Castellanos renunció al obispado de Palencia porque se sintió llamado a misionar en el Tercer Mundo. Su padre tenía noventa y dos años. Preguntan a ambos en distintos medios: “¿No les duele tener que separarse a estas edades?”. Responden: “Nos resulta muy doloroso, pero hay que seguir la llamada”. El padre expresa su total conformidad, a pesar de que “se le rompe el corazón, pero no puedo, como cristiano, retener a mi hijo y privar de su ayuda a los que lo necesitan”.
Tendemos a hacernos trampas, a justificar nuestras dilaciones. No nos negamos con excusas a participar en el banquete (Mt 22,5), pero postergamos la opción. He escuchado a muchos ante propuestas de compromisos: “Cuando termine la carrera... Cuando me case... Una vez que los hijos sean un poco mayores... Cuando me jubile... Cuando mis nietos no me necesiten. Muchos que respondieron: “mañana” no han tenido ese mañana.
¿Religión burguesa o de seguimiento? Lo que Jesús viene a decir con este mensaje exigente es que quiere hacer de nosotros unas personas nuevas, renacidas, pero ello tiene un precio. El que encontró el tesoro “lo vendió todo para comprarlo” (Mt 13,44). Hay que vivirlo todo desde la perspectiva de la fe.
K. Rahner definía al cristiano como místico: “El cristiano del siglo XXI será un místico o no será cristiano”. En esta dirección habla Jesús. A este radicalismo se refiere S. Kierkegaard que afirmaba taxativamente: “Que cada uno vea claramente lo que significa ser cristiano y elija con toda sinceridad si quiere serlo o renuncia a ello. Que se advierta claramente esto: Dios prefiere que confesemos honestamente que no somos ni queremos ser cristianos. Ésta es, quizá, la condición que nos permitirá llegar a serlo. Dios prefiere esta confesión a la náusea de un culto que es burla de Él”.
Elevación Espiritual para este día.
¡Ea!, pues, Señor Dios mío, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte. Señor, si tú no estás aquí, ¿dónde te buscaré ausente? Si estás en todas partes, ¿por qué nunca te veo presente? Mira, Señor, escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros. Vuelve a darte a nosotros para que estemos bien: sin ti estamos muy mal. Ten piedad de nuestras fatigas, de nuestros esfuerzos para contigo: sin ti no valemos nada.
Enséñame a buscarte y muéstrate cuando te busco: no puedo buscarte si tú no me enseñas, ni encontrarte si tú no te muestras. Que yo te busque deseándote y te desee buscándote, que te encuentre amándote y te ame encontrándote
Reflexión Espiritual para el día.
¿Cómo podría llegar a darse cuenta el hombre del mal y cómo podría llegar a tomar en serio, con toda su gravedad, su pecado y el de los demás, por muy claro que pueda estar ante sus ojos? La respuesta está en la cruz. El peso del pecado, la atrocidad de la corrupción humana, la profundidad del abismo en que va a precipitarse el hombre que hace el mal, pueden medirse por el hecho de que el amor de Dios ha podido y querido responder al pecado, superarlo y eliminarlo, y salvar así al hombre, sólo entregándose a sí mismo en Jesucristo, sacrificándose para ejecutar el juicio sobre el hombre haciéndose juzgar en su lugar y dejando que muera en su persona el hombre viejo del pecado.
Sólo cuando se ha comprendido esto, es decir, cuando se ha comprendido que Dios nos ha reconciliado consigo al precio de sí mismo, en la persona del Hijo, sólo entonces deja de haber lugar para la confortable ligereza que quisiera ver nuestra maldad limitada por nuestra bondad.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Amós 2, 6-10. 13-16. “A Israel no le perdonaré”
El presente oráculo contra Israel está enmarcado dentro de un contexto oracular progresivo en el que ocupa el séptimo y último lugar. El orden de estos oráculos, así como el momento en que fueron pronunciados, nos es hoy desconocido. Fueron, eso sí, oráculos independientes con que el profeta fue preparando a su auditorio hasta llegar al clímax de su intencionalidad Clímax que está muy bien conseguido gracias al arte de la repetición y expectativa angustiosa. La condenación de los pueblos limítrofes y enemigos de Israel está en el sentimiento de todos. El pueblo comenzó escuchándolo con curiosidad y asentimiento.
De otra parte, su mensaje era de un contenido teológico casi desconocido Yavé, el Dios nacional, es presentado como Dios internacional, juez y Señor de la historia de los pueblos. Por eso pide cuentas a cada uno de ellos. Y enumere siete como número de perfección, que implica a lodos. Con esta plasticidad hasta ahora desconocida, el monoteísmo da un paso en la revelación, que podríamos calificar de definitivo. El Dios tribal de Abraham se había convertido, desde el Éxodo, en el Dios de un pueblo. Amós proclama que este Dios de Israel es el Dios de todos los pueblos. El segundo Isaías precisará con mucho más detalle esta universalización del Dios único. Pero fue Amós quien rompió en su honor la primera lanza.
Este juicio contra las naciones no era sino preludio y premisa de una argumentación “a fortiori”. Si así Dios juzga y castiga a las demás naciones por sus pecados, tipificados en esa constante de “por tres pecados y por el cuarto no lo perdonaré”, inclusiva de todos los pecados de cada pueblo y que marca el carácter irrevocable de la decisión divina, Israel, su pueblo, no podía quedar impune.
Ellos esperaban el «Día de Yavé» con la ilusión de quien va a contemplar a todos sus enemigos humillados ante sí. Amós corrobora la inminencia del día de Yavé, pero tan justo y punitivo para ellos como para las demás naciones. Por eso «a Israel... no le perdonaré». Y así como tipificara los pecados de los demás pueblos en tres más uno, así ahora lo hace con Israel, Los tres pecados que enumera son simples ejemplos de injusticias sociales, inclusivas de todas las injusticias, desórdenes y abusos de aquella corrompida alta sociedad. El cuarto, el más radical, es la prostitución sagrada: “se acuestan sobre ropas dejadas en fianzas sobre cualquier altar”.
- a tanto pecado en Israel, el contrapunto en la balanza de las misericordias divinas a través de toda la historia, desde que los sacó de Egipto hasta que los asentó en la tierra de los amorreos, primitivos habitantes de Canaán, a quien él mismo destruyó. Es una historia de desórdenes humanos. Estos han pesado más y la sentencia ha sido pronunciada: «Yo os aplastaré». El castigo de Yavé será implacable, como lo muestran las tan expresivas imágenes utilizadas por el profeta. Un poder más fuerte los aplastará y aún los mejores preparados, «el veloz..., el fuerte..., el soldado..., el arquero..., el ágil..., el jinete..., el más fuerte y valiente», todos huirán sin poder salvar sus vidas... El oráculo era escalofriante. La lógica perfecta. El impacto demasiado fuerte y bien preparado como para no reaccionar. Lo lamentable es que la reacción no fue para volverse a Yavé sino para revolverse contra su profeta. Es la reacción del cobarde, que le es más sencillo enfrentarse a los demás que a sí mismo y a su propia libertad.
COMENTARIOS DE LA VIGILIA DE LA SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO
Comentario de la Primera lectura: Hch 3, 1-10. Curación del paralítico.
Los primeros cristianos vivían dentro del judaísmo. Todavía no se había producido la ruptura provocada por la radical novedad cristiana, que los judíos no estaban dispuestos a aceptar. De momento hay, al menos, una coexistencia pacífica. Así lo demuestra este relato de curación de un paralítico, que se realiza en el cuadro de la vida normal judía.
La precisión cronológica de la narración de Hechos corresponde exactamente a la práctica judía que había establecido los momentos para el culto público, uno por la mañana y otro por la tarde. El de la tarde, a las tres, coincidía con el sacrificio diario del cordero en el altar situado delante del templo. A la hora indicada los judíos interrumpían su ocupación, fuera la que fuese y estuvieran donde estuviesen, para unirse al sacrificio del cordero en el templo. Si les era posible, acudían personalmente al lugar del sacrificio. Esto es lo que hicieron Pedro y Juan. Probablemente son mencionados en cuanto dirigentes de la comunidad cristiana. La tradición unió estrechamente a estos dos apóstoles, aunque, como en el caso presente, Juan aparezca como el compañero pasivo junto a Pedro, que es quien actúa y toma la palabra. Además del oficio encomendado a cada uno, ¿tenían estos dos apóstoles un encargo o carisma especial en relación con la Palabra? Probablemente sí. Los textos, al menos, nos orientan en esta dirección.
La escena se sitúa en la puerta llamada Hermosa. Una puerta difícil de localizar. ¿Coincide con la puerta llamada de Nicanor en la parte oriental del templo y en la valla más exterior del mismo? Encontrar mendigos en las inmediaciones de los santuarios es un fenómeno universal y la práctica de la limosna era, particularmente para los judíos, una obra buena comparable con la de hacer oración.
Estas consideraciones sirven para encuadrar nuestro relato. ¿Con qué finalidad ha sido recogido por Lucas? Nuestro autor da a esta narración el mismo alcance que tuvieron los milagros realizados por Jesús. Deben ser un signo claro de la presencia de esa edad, era o eón nuevos, que los judíos esperaban desde el tiempo en que comenzó a desarrollarse la apocalíptica para cuando tuviese lugar la última intervención de Dios en la historia. Esa edad Futura se halla ya presente.
Este milagro de curación significa, al mismo tiempo, el cumplimiento de la palabra de Jesús, que había encargado a sus discípulos que curasen a los enfermos y anunciasen el evangelio (Lc 9, 2). Los mismos milagros eran anuncio del evangelio. Así nos consta por el mismo libro de los Hechos (8, 6). Esto es precisamente lo que había ocurrido en la vida de Jesús. Pero, sobre todo, el milagro era ocasión de anunciar explícitamente el evangelio mediante la explicación del cómo, por qué y por quién había sido realizado. Este aspecto resulta evidente si se comparan tres narraciones de curación de paralíticos: una realizada por Jesús (Lc 5, l7ss), otra por Pablo (14, 8ss) y ésta a cargo de Pedro. En cada una de ellas al hecho se le añade la predicación. Y en cada una surge el correspondiente e inevitable conflicto.
La curación del paralítico simboliza el poder vivificador de Jesús, el paso de la desesperanza a la vida plena.
Así lo da a entender Pedro cuando manda levantarse al enfermo en nombre de Jesús de Nazaret. El «nombre» es sinónimo de la persona y de su autoridad. Por consiguiente, cuando Pedro pronuncia estas palabras, está diciendo que los apóstoles hablan y actúan en el poder de Jesús, que el enfermo debe dirigirse también a él y poner en él su confianza. Se presupone que el enfermo había oído hablar de Jesús y de sus actos de curación. Ahora intenta demostrar Pedro que el Jesús de entonces, Jesús de Nazaret, sigue vivo, tiene el mismo poder y que ha sido constituido Mesías y Señor (2, 36). La importancia de este «nombre» la pondrá Pedro de relieve en el discurso que, con motivo del milagro realizado., tiene en el templo.
Comentario del Salmo 18.
El salmo 18 mezcla dos tipos de salmo, lo que ha llevado a mucha gente a dividirlo en dos. De hecho, del versículo 2 al 7 tenemos un himno de alabanza, sin ningún tipo de introducción. Aquí, el cielo y el firmamento, el día y la noche cantan —en silencio— las alabanzas de quien los creó. Se trata, por tanto, de un himno de alabanza al Dios creador. Pero la segunda parte (8-15) es de estilo sapiencial y presenta una reflexión sobre la ley del Señor.
Lo que hemos dicho hasta ahora puede ayudarnos a ver cómo está organizado el salmo 19. Tiene dos partes, con estilos diferentes: 2-7 y 8-15. En la primera (2-7) tenemos una solemne alabanza al Creador del universo: el cielo, el firmamento, el día, la noche y, sobre todo, el sol, proclaman, sin palabras, la gloria de quien los creó. La alabanza silenciosa es lo más importante, pues viene a demostrar que las palabras no son capaces de expresar todo lo que se siente. El sol es comparado con el esposo que sale de la alcoba y con un atleta que recorre el camino que se le ha señalado.
En la segunda parte (8-15) encontramos un poema sapiencial cuyo tema central es la ley del Señor, a la que se designa también como «testimonio» (8b), «preceptos» 9a), «mandamiento» (9b), «temor» (10a) y «decretos» (10b) son seis términos que se emplean para indicar básicamente la misma realidad. Al lado de cada una de estas palabras se repite el nombre propio de Dios: «el Señor» —en el original hebreo— (en esta segunda parte, este nombre aparece siete veces) y también un adjetivo: «perfecta», «veraz», «rectos», «transparente», «puro», «verdaderos». Después de cada una de estas afirmaciones se presenta a la persona o realidad que se beneficia de los efectos de la ley: el alma descansa (8a), el ignorante es instruido (8b), el corazón se alegra (9a), los ojos reciben luz (9b). Todo esto se resume en dos comparaciones: la ley es más preciosa que el oro más puro (es decir, más que lo más valioso que existe) y más dulce que la miel (la miel es lo más dulce que hay). Con otras palabras, este poema afirma que la ley es lo más valioso y lo más dulce que existe (11).
Esta segunda parte puede, a su vez, dividirse en otras dos. Después de presentar el elogio de la ley perfecta, lo más precioso y lo más dulce que hay, el salmista se contempla a sí mismo viéndose imperfecto, impuro, arrogante y pecador (12-14), y concluye expresando un deseo: que las palabras de este salmo, en forma de meditación, le agraden al Señor, su roca, su redentor (15).
La primera parte de este salmo (2-7) presenta una tensión. De hecho, casi todos los pueblos vecinos de Israel consideraban al sol y a los astros como dioses. Para el salmista, el cielo y el firmamento son como una especie de gran tejido en el que Dios ha dejado impresos algunos signos de su amor creador. En silencio, las criaturas hablan de la grandeza de su Creador. Cada día le entrega al siguiente una consigna; lo mismo que cada noche a la posterior: han de ser anunciadores silenciosos del amor del Creador. Aun sin usar palabras, su mensaje silencioso llegará hasta los límites del orbe. Todos los días y todas las noches proclaman siempre la misma noticia.
El sol no es Dios, sino una criatura de Dios. En aquel tiempo, se creía que el astro rey giraba alrededor de la tierra. Por eso se suponía que, por la mañana, salía de la tienda invisible que Dios había levantado para él en Oriente como el esposo de la alcoba, para recorrer su órbita como un héroe o un atleta, hasta entrar de nuevo en su tienda en Occidente. Como el esposo, porque es sinónimo de fecundidad; como un héroe, porque nada ni nadie escapa a su calor; como un atleta, porque nadie lo puede detener.
La segunda parte (8-15) también esconde una tensión con las «naciones». De hecho, para Israel, el gran don insuperable que Dios le ha comunicado a Israel se llama «ley». Por medio de ella dejó perfectamente claro en qué consistía su proyecto y cuáles eran las condiciones para que Israel fuera su socio y aliado. ¿Qué es lo que tiene Israel que ofrecerles a las naciones? Una ley perfecta y justa, fruto de la alianza con un Dios cercano: «En efecto, ¿qué nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos a ella como lo está de nosotros el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos? ¿Qué nación hay tan grande que tenga leyes y mandamientos tan justos corno esta ley que yo os propongo hoy?» (Dt 4,7-8).
Después de hablar de la perfección de la ley, el salmista piensa en la propia fragilidad (12-15). La ley es útil para la instrucción y el provecho del fiel. Pero él se siente pequeño. La ley es perfecta, él es imperfecto. La ley es pura como el oro fino, pero él tiene que ser purificado de las faltas que haya podido cometer sin darse cuenta. El problema principal consiste en la posibilidad del orgullo o la arrogancia que, dominando a la persona, vuelven responsable al individuo de las transgresiones más serias, del «gran pecado».
En este salmo hay dos imágenes muy intensas: la del Dios de la Alianza (8-15), que hace entrega de la ley a su pueblo, y la del Dios Creador, reconocido como tal por sus criaturas en todo el orbe (2-7).
El Nuevo Testamento vio en Jesús el cumplimiento perfecto de la nueva Alianza; Jesús es aquel que permite ver de manera perfecta al Padre (Jn 1,18; 14,9). Jesús alaba al Padre por haber revelado sus designios a los sencillos (Mt 11,25) e invitó a aprender, de los lirios del campo y de las aves del cielo, la lección del amor que el Padre nos tiene (6,25-30).
La primera parte de este salmo nos ayuda a rezar a partir de la creación, a contemplar en silencio el mensaje que nos viene de las criaturas. Es un salmo ecológico o cósmico. La segunda parte nos hace entrar en comunión con el proyecto de Dios presente en la Biblia, con el mandamiento del amor. Nos hace también pensar en nuestra propia fragilidad. Es un salmo que puede y debe ser rezado cuando queremos librarnos de la arrogancia y del orgullo...
Comentario de la Segunda Lectura: Ga 1, 1-2. 6-10/1, 11, 13-34. En el proceso de la fe Dios tiene la iniciativa
Pablo tenía conciencia de que sus cartas serían leídas solemnemente en la asamblea cultual; de ahí las fórmulas rituales, de marcado sabor litúrgico, que encabezan y completan sus cartas. En este saludo se contiene, a grandes rasgos, el tema de toda la carta: apología de su misión apostólica: «Pablo, apóstol no por autoridad humana ni por mediación del hombre»; la exposición de su evangelio de salvación por la fe en Jesucristo: «Jesucristo se dio y se entregó a sí mismo por nuestros pecados...» La ausencia de todo elogio a los gálatas incluye claramente un mudo, pero elocuente reproche: “a las iglesias de Galacia” así, secamente, cuando de ordinario adjetiva elogiosamente a los destinatarios: “a todos los que están en Roma, amados de Dios, santos convocados” (Rom 1, 7; cf. 1Cor 1, 2; Fil 1, 1; Col 1,2; 1Tes 1,2-10; 2Tes 1,3-4; 1Tim 1, 2; 2Tim 1,2; Tit 1,4).
A partir del versículo 6 Pablo aterriza «in medias res”, haciendo resaltar su estupor por la rapidez del proceso degenerativo que ha empezado a operarse en el seno de las comunidades gálatas. Parece que la solidez de la fe plantada en aquellas regiones exigiría, al menos, un plazo mayor para el «paso» de un evangelio a otro.
El proceso degenerativo, que empezaba a operarse en Galacia, partía de la autenticidad original de la vocación divina a la gracia y amenazaba con desembocar en «un evangelio diferente». El peligro era mayor, porque los innovadores de Galacia no presentaban abierta batalla. No eran las suyas doctrinas ni siquiera francamente judías, sino que pretendían ofrecer una versión depurada del propio evangelio apostólico. Se entraba así en la tremenda amenaza de los “seudo”, del “demonio disfrazado de ángel de luz” (2Cor 11, 14).
Este es un proceso que se repetirá a lo largo de la historia: un grupo de miembros de la Iglesia se alza con la pretensión del monopolio de la ortodoxia; y para ello, ni siquiera dan la cara, sino que utilizan un lenguaje ambiguo e incisivo como la «amenaza de infiltración», «vendidos al enemigo», etc.
Comentario del Santo Evangelio: (Jn 21,15-19). Apacienta mis ovejas
Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? Este diálogo de Jesús con Pedro es uno de los textos más bellos del evangelio. En Palestina hay una pequeña capilla que lo conmemora, y en su interior hay una gran piedra, el trozo de roca donde se cree que estuvo sentado Jesús. Jesús dirige a Pedro una pregunta inquietante, a la que es imposible responder. ¿Quién puede decir que ama a Cristo más que los demás? Por tanto, la respuesta de Pedro es humilde pero convincente: «Señor, tú sabes que te amo». El texto griego usa un término que es importante para comprender el amor cristiano: agapote. No eros, el amor de deseo, sino agape, el deseo de hacer el bien al otro. Es como si Pedro dijera: «Haría cualquier cosa por ti». Aquí, en este diálogo, Pedro recibe de un modo definitivo su vocación.
Apacienta mis ovejas. Sobre este texto san Juan Crisóstomo hace una reflexión: Jesús no le dice a Pedro: «Duerme sobre el desnudo suelo, ayuna, vístete de saco»; no. Le dice: «Apacienta mis ovejas». Es decir, que no le recomienda las prácticas ascéticas tan difundidas en sus tiempos, sino que confía a su amigo que le ama y al que Él ama lo que le es más precioso, las almas humanas.
En la tradición de la Iglesia hay dos tipos de sociedad religiosa, según su forma de vida: las órdenes contemplativas y las apostólicas. En los primeros siglos se pensaba que todos los monjes tenían que ser contemplativos, es decir, debían dedicarse a la oración, a las prácticas ascéticas y al ejercicio de las virtudes. Pero cuando llegaron a un grado más alto de intimidad con Dios, entendieron que debían salir de la soledad y dedicarse a los demás para conducirlos a Cristo.
Le dijo por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» El evangelio nota expresamente que esta tercera pregunta entristece a Pedro, que la interpreta como una alusión a su triple negación de Cristo, en la noche de su pasión. Parece un reproche solapado, un recuerdo triste que ofusca la alegría presente. Pero Jesús sólo recuerda el pasado como una enseñanza: el amor de Dios no se nubla por los pecados pasados; al contrario, su recuerdo sirve para acrecentar el amor. Cuando los ascetas aconsejaban recordar los pecados pasados y llorar por ellos, daban por descontado que ya habían sido perdonados. Son lágrimas de consolación por la gratitud de que ni siquiera el mal ha conseguido separarnos del amor de Dios, y porque Cristo sigue confiando en nosotros incluso cuando nosotros no confiamos en Él. Pedro se convertirá en jefe de la Iglesia que en el nombre de Cristo perdona los pecados. Esa noche a la orilla del mar Tiberíades experimenta sobre sí mismo lo que significa el perdón y cuánta voluntad de vida nueva sabe suscitar.
Comentario del Santo Evangelio: Juan 21, 1-19 (21, 1-14/21, 15-17/21, 15-19), para nuestros Mayores. Jesús, Pedro y el discípulo amado.
La confesión de fe de Tomás y las palabras que Jesús le dirigió, juntamente con la nota del evangelista sobre el propósito que tuvo al escribir el evangelio, formaban originariamente la culminación y conclusión del evangelio. Pero como, de hecho, no conocemos el evangelio sin este cap. 21, seguimos considerándolo como parte integrante del mismo.
La escena que recoge esta pequeña sección tiene lugar en Genesaret. Un grupo de pescadores galileos, discípulos de Jesús, después del fracaso del esfuerzo nocturno en sus faenas de pesca, logran una captura extraordinaria lanzando sus redes hacia el lugar que les indicó un desconocido desde las orillas del lago (una narración semejante nos ofrece Lc 5, 1 -11, sólo que Lucas la sitúa al principio de la vida pública de Jesús).
Los protagonistas de esta escena milagrosa son, aparte de Jesús, Pedro y el discípulo a quien amaba el Señor. Pedro es el que más, se afana en la pesca; el otro discípulo fue quien primero reconoció en el desconocido de la orilla a Jesús.
A continuación’ de la pesca, aunque todavía en el contexto de la misma, nos es narrada una comida de los discípulos con el Señor resucitado. Esta comida nos es narrada de tal forma que el lector necesariamente tiene que pensar en la eucaristía. La eucaristía era celebrada en la Iglesia, en las comunidades cristianas, con la absoluta convicción de la presencia del Señor.
Aparte de esto, la escena tiene un simbolismo que, con mayor o menor acierto, se ha buscado partiendo del número de peces capturados. Si el evangelista menciona el número, debemos estar seguros que no lo hace por satisfacer una curiosidad o precisar una cantidad. Si hubiese pretendido afirmar lo extraordinario de la captura lograda hubiese recurrido a un número «redondo», que siempre es más impresionante.
Conformarse con el sentido literal de lo que leemos equivaldría a desconocer la clave en la que escribe el autor del cuarto evangelio. Pensemos, por otra parte, que la cultura en la que está enraizado el evangelio da una importancia excepcional al simbolismo de los números. ¿Cuál es el simbolismo de este número 153?
El número 153 resulta de la suma de todos los números desde el 1 al 17, de esta forma: 1+ 2+ 3+ 4+ 5...+ 17=
153. Por otra parte el 17 se compone de la suma de 10+7 y estos dos números, cada uno de por sí, significan una totalidad perfecta. Por tanto, la cantidad indicada, 153, debe ser entendida como símbolo de la totalidad de algo (a la totalidad de la humanidad?, ¿la totalidad de la Iglesia?, ¿la Iglesia en relación con la humanidad?).
Algunos naturalistas afirmaban la existencia de 153 especies distintas de peces. Según esto, nos hallaríamos igualmente ante el número que simboliza la totalidad.
Nunca podrá haber razones decisivas que, obliguen a aceptar una interpretación con exclusión de la otra. Baste afirmar que el pensamiento del evangelista va en la dirección que hemos apuntado. Otra razón debe verse en la precisión que hace el evangelista: «Y con ser tantos, no se rompió la red». ¿Su intención? Tampoco podríamos decirlo con exactitud; pero si los peces deben simbolizar la totalidad de los pueblos que deben llegar a la fe, a la Iglesia, y la red no se rompe, este hecho debe simbolizar la unidad de la Iglesia. ¿Demasiado rebuscado? Prácticamente estaríamos ante el desarrollo de una metáfora originaria de Jesús: «Os haré pescadores de hombres» (Mc 1, 17).
Apacienta mis ovejas. Palabras de Jesús asigna.ndo una misión especial a Pedro; las refiere también Mateo (Mt 16, 18) y Lucas (Lc 22, 3 1-32). Por otra parte todos los evangelios recogen la triple negación de Pedro. En la narración de Juan, en la que Jesús provoca la triple confesión de amor por parte de Pedro, tendríamos el contrapeso de la triple negación.
El mandato último de Jesús: «Sígueme» es una clara referencia de otras palabras del Señor: «No puedes seguirme ahora, me seguirás después» (13, 36). Jesús indica la forma de la muerte de Pedro. La imagen del «ceñirse» parte del uso contemporáneo de vestidos amplios, que era necesario recoger y ceñir para poder hacer distancias algo largas. Un hombre mayor esto no podía hacerlo. Esto le ocurría a Pedro; se encontrará como un hombre anciano e indefenso ante aquéllos que, por su fe, le infieran la muerte.
Por otra parte, la escena pone de relieve otro pensamiento interesante: Hasta ahora había sido Jesús el pastor; ahora, en el tiempo de la Iglesia, es encargado Pedro de cumplir este oficio.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 21,15-19, de Joven para Joven.“Apacienta mis ovejas”.
La experiencia de ser amados. El relato evangélico de hoy y mañana no tiene ya como escenario el cenáculo, sino las orillas del lago de Genesaret en una aparición del Resucitado. Pedro, con el perdón recibido por su traición, ha experimentado una prueba más de la amistad incondicional del Maestro. Ahora éste le pide su respuesta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? Pedro, sin orgullo ni presunción, sin la autosuficiencia de antes de la pasión, confiando más bien en la acción del Espíritu, ratifica su amistad: “Tú sabes que te quiero”.
Evidentemente, esta triple protesta es el desquite de la triple negación de la pasión. Pero Jesús le exige la testificación del amor con los hechos: “Apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos”, “confirma en la fe a tus hermanos”. Pedro va a ser fiel a esta amistad del Maestro, le servirá en sus hermanos y morirá por él.
El apóstol Pedro es la personificación de todo seguidor de Jesús. Por eso, hay que entender que el Señor nos interpele. Como Pedro, llevamos años conviviendo con Jesús, realizando prácticas religiosas, pero quizás le hemos negado con nuestra rutina y falta de coherencia. La condición para que, con los hechos, demos una respuesta afirmativa es que, como Pedro y Pablo, nos sintamos amados de verdad, personalmente (cf. Gá 2,20), que tengamos experiencia de su amistad. Porque ésta es la raíz de la auténtica conversión cristiana. Por eso el mismo Pablo pide para cada uno de los miembros de sus comunidades: “Que el Espíritu os revele la anchura y largura, altura y profundidad del amor que Cristo nos tiene” (Ef. 3,18-19). H. Nouwen escribe: “El misterio insondable de Dios consiste en que es un enamorado que quiere ser amado. El que nos ha creado, está esperando nuestra respuesta al amor que nos ha dado la vida. Dios no nos dice sólo: “Tú eres mi amado”, sino que también nos dice: “¿Me amas?”, y nos proporciona innumerables posibilidades para responder “sí”. En esto consiste la vida espiritual: en la posibilidad de responder “sí” a nuestra verdad interior”.
“¿Me amas?”
Jesús pide a Pedro un amor integral, que sea, al mismo tiempo, afectivo y efectivo. Afectivo: “Muchos cristianos, escribe Cuy de Larigaudie, viven casi sin pecado. Cumplen las principales obligaciones de su vida cotidiana. Pero su existencia parece fría, tienen el fogón apagado, les falta amor de Dios”. No se trata, pues, de una obediencia seca. Es preciso recordar que ese cumplimiento impecable, aunque llegara hasta el martirio, hasta dar todos los bienes en limosnas a los pobres, si no está animado por el amor, no serviría para nada (cf. 1 Co 13,1ss). Por eso, Jesús nos pregunta: “¿Me amas?”. Porque lo que importa es amar; no sólo los “cumplimientos”.
La Palabra de Dios nos incita hoy a preguntarnos: ¿Hasta qué punto las motivaciones egoístas, satisfacer una obligación, evitar un pecado o recabar un favor influyen en nuestras obras? ¿Hasta qué punto influye el amor desinteresado, generoso y sacrificado, el deseo de agradar a Dios y de realizar su voluntad? Una consigna muy eficaz es tratar de actualizar las motivaciones dadivosas y altruistas antes de iniciar una ocupación, consagrársela explícitamente al Señor, provocar en nuestro interior una actitud de servicio a los demás y purificar las motivaciones egoístas e interesadas que puedan aparecer en un primer momento.
“Apacienta mis ovejas” Jesús le pide a Pedro que su amor sea también “efectivo”, que se manifieste en obras. Pero no hacia él, que no lo necesita, sino hacia los hermanos: “Apacienta mis ovejas y corderos”. No le pide, como señala san Juan Crisóstomo: “Duerme sobre el desnudo suelo, ayuna, vístete de saco”; ni le pide que exprese su amor con el rezo de salmos ni Eucaristías. Todo ello no es nada más que una forma de vigorizarse para cuidar de las ovejas y corderos, los hijos, al cónyuge, al vecino, al enfermo, al necesitado, a los compañeros de grupo. Él no necesita nada de nadie; sólo está necesitado en los prójimos, carne de su carne (Ef. 5,29); por eso indica: A mí me lo hicisteis (Mt 25,40).
Tener a Jesús de prójimo es un increíble privilegio. Pero Juan advierte: “Hijos míos, no amemos con palabras y de boquilla, sino con obras y de verdad” (1 Jn 3,18), dándonos en nuestro afecto, ayuda, tiempo, solidaridad... Además, Jesús no se contenta con que Pedro le ame como otros tantos que están a su lado. Le pide una mayor generosidad, porque “al que más se le dio, más se le pedirá” (Lc 12,48). Jesús invita a Pedro a evocar las preferencias de que ha sido objeto: le ha llamado a vivir en cercanía con él, ha sido objeto de gestos singulares de amistad, le ha dado su confianza encomendándole la animación de su comunidad, le ha perdonado con total generosidad; ha podido experimentar mejor que nadie su bondad, su grandeza de espíritu y la heroicidad de su amor hasta dar la vida por él y por sus compañeros (Jn 15,14). Por eso le pregunta: “Pedro, ¿me amas más que éstos”?
¿Qué podremos decir nosotros a este respecto que, incluso, nos invita diariamente a su mesa? La letanía de preferencias que el Señor ha tenido con nosotros es interminable. Somos unos verdaderos privilegiados en el orden de la fe, no podemos contentarnos con dar la misma respuesta de amistad y servicio que dan tantos “cristianos” que apenas han escuchado su palabra, no han podido adquirir más que un conocimiento superficial de su persona y no han tenido personalmente la experiencia de su amistad. También aquí tiene plena vigencia la parábola de los talentos (Mt 25,14-30). ¿Acaso no hemos recibido nosotros diez? ¿Me amas más que los que están cerca de ti, que apenas si tienen fe? Quizás tengamos que responder de forma semejante a la de aquel padre del muchacho enfermo a quien Jesús le preguntó si creía: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”; Señor, yo te amo, pero aumenta mi amor.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Timoteo.
Es verdad que las figuras más importantes de esta solemnidad son Pedro y Pablo, pero ni siquiera muchas páginas bastarían para describir adecuadamente el carácter de cada uno. Además a los dos les hemos dedicado ya dos bocetos esenciales, por lo que hemos decidido presentar a uno de los discípulos más queridos a Pablo, ese Timoteo al que dirige dos cartas: es más, en el fragmento de la liturgia que hemos leído este domingo le entrega también un espléndido y conmovedor testamento, cuando el Apóstol siente que se acerca su última hora (4,6-8).
Timoteo, de nombre griego («el que honra a Dios»), había nacido en Listra de Licaonia, en la actual Turquía central, de padre griego y de madre judeo-cristiana. Sus orígenes familiares los recuerda el propio Pablo: «se aviva en mí el recuerdo de tu fe sincera, la que primero tuvieron tu abuela Loida y tu madre Eunice» (2Tim 1,5). Su figura emerge con bastante claridad en el libro de los Hechos de los Apóstoles, donde se registra un fenómeno bastante curioso: Pablo decide que Timoteo se circuncide cuando este se convirtió en su colaborador y esto «en consideración a los judíos que había en aquellas regiones, pues todos sabían que su padre era griego», es decir, pagano (16,3).
Sabemos que para Pablo «da igual estar o no estar circuncidado» (1Cor 7,19); más aún, él había luchado tenazmente para que a los paganos convertidos al cristianismo no se les exigiese pasar antes por el judaísmo circuncidándose. Sin embargo ahora por practicidad pastoral y para vivir con tranquilidad se resigna a esta solución para no provocar a los judeo-cristianos y aquella región del Asia Menor con la presencia de un predicador no circuncidado. Pero hay que advertir que el Apóstol no aceptará esta opción para el otro colaborador más querido, Tito que, «aunque era griego no tuvo obligación de circuncidarse», (Gál 2,3).
Timoteo aparece repetidamente en los capítulos 16-20 de los Hechos de los Apóstoles, durante el segundo viaje misionero que conduce a Pablo primero a Turquía central, después a Macedonia (a Filipos y a Tesalónica), para arribar por fin a Corinto. En seis cartas Pablo lo asocia a él mismo en el saludo inicial dirigido a los destinatarios, corintios, filipenses, colosenses, tesalonicenses (dos cartas) y a su amigo Filemón. Hace también una breve aparición al final de la Carta a los hebreos que, sin embargo, no es de Pablo. Aquí se lee que «nuestro hermano Timoteo ha sido puesto en libertad» (13, 23). Tal vez se hace referencia a la participación de la prisión romana de Pablo.
Es cierto que Pablo encargó misiones delicadas a este preciado colaborador, tanto en Tesalónica como sobre todo en Corinto. Fue enviado a esta turbulenta comunidad cristiana para «recordar las normas de conducta indicadas ,por Pablo, en Cristo» (1Cor 4,17). Más aún, el Apóstol presenta calurosamente a este «su hijo amado y fiel en el Señor» para que sea tratado bien: «Si llega Timoteo procurad que se sienta a gusto entre vosotros, pues trabaja como yo en la obra del Señor. Que nadie le haga de menos; ayudadle para que continúe el viaje y venga a yerme, pues los hermanos y yo estamos esperándole» (1Cor 16,10-11).
Finalmente Pablo lo encargará oficialmente de administrar la comunidad de Éfeso (la tradición lo consideraba el primer obispo de aquella importante ciudad costera de Turquía). Así escribe en la primera carta que le dirige: «Al partir para Macedonia te rogué que permanecieses en Éfeso, con el fin de que ordenaras a algunos que no enseñen cosas extrañas y no presten atención a fábulas...». La leyenda lo hace morir mártir bajo el emperador Domiciano, pero la noticia no tiene fundamento histórico y sólo está presente en un texto apócrifo, los Hechos de Timoteo (siglo IV). +
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