29 de Junio 2010, MES DEDICADO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. MARTES XIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO, APÓSTOLES.(CIiclo C). 1ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. SS. Emma vd, Siro ob.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Hch 12, 1-11. Era verdad: el Señor me ha libro de las manos de Herodes.
Sal 33 R/. El Señor me libró de todas mis ansias.
2 Tm 4,6-8.17-18. Ahora me aguarda la corona merecida.
Mt 16, 13-19. Tu eres Pedro, y te daré las llaves del reino de los cielos.
En la primera y segunda lectura se refleja claramente la idea de adhesión y fidelidad a Jesús, como también la urgencia de la misión, sin duda pueden quedar resumidas en las palabras expresadas por Pablo a Timoteo: “El Señor estuvo a mi lado y me fortaleció, para que el mensaje fuera plenamente anunciado por mí y lo escucharan todos los paganos” (17). En la lectura del evangelio, Jesús, alaba a Pedro que ha visto en él algo más que un profeta a quien seguir, le aclara que lo que ha dicho no se lo ha revelado ningún sacerdote del templo, ni ningún doctor de la ley, sino Dios, y le pide, con todas la limitaciones y debilidades que Pedro tiene, construir junto a los otros discípulos, la asamblea o comunidad (ekklesía) que es el anticipo del Reino, también le entrega el cuidado de las llaves del nuevo reino, del nuevo tiempo. Y es la nueva comunidad encomendada y encabezada por a este laico, pobre, casado, con dudas, la que deberá dar testimonio de común-unión donde Dios es centro y todas las personas formarán una nueva familia que no está unida por los lazos de sangre sino por lazos de Fe.
PRIMERA LECTURA.
Hechos 12,1-11
Era verdad: el Señor me ha librado de las manos de Herodes
En aquellos días, el rey Herodes se puso a perseguir a algunos miembros de la Iglesia. Hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos, decidió detener a Pedro. Era la semana de Pascua. Mandó prenderlo y meterlo en la cárcel, encargando su custodia a cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno; tenía intención de presentarlo al pueblo pasadas las fiestas de Pascua. Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él.
La noche antes de que lo sacara Herodes, estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con cadenas. Los centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel. De repente, se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocó a Pedro en el hombro, lo despertó y le dijo: "Date prisa, levántate." Las cadenas se le cayeron de las manos, y el ángel añadió: "Ponte el cinturón y las sandalias." Obedeció, y el ángel le dijo: "Échate el manto y sígueme." Pedro salió detrás, creyendo que lo que hacía el ángel era una visión y no realidad. Atravesaron la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que daba a la calle, y se abrió solo. Salieron, y al final de la calle se marchó el ángel. Pedro recapacitó y dijo: "Pues era verdad: el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos."
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 33
R/.El Señor me libró de todas mis ansias.
Bendigo al Señor en todo momento, / su alabanza está siempre en mi boca; / mi alma se gloría en el Señor: / que los humildes lo escuchen y se alegren. R.
Proclamad conmigo la grandeza del Señor, / ensalcemos juntos su nombre. / Yo consulté al Señor, y me respondió, / me libró de todas mis ansias. R.
Contempladlo, y quedaréis radiantes, / vuestro rostro no se avergonzará. / Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha / y lo salva de sus angustias. R.
El ángel del Señor acampa / en torno a sus fieles y los protege. / Gustad y ved qué bueno es el Señor, / dichoso el que se acoge a él. R.
SEGUNDA LECTURA.
2Timoteo 4,6-8.17-18
Ahora me aguarda la corona merecida
Querido hermano: Yo estoy a punto de ser sacrificado, y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Palabra de Dios.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 16,13-19
Tú eres Pedro, y te daré las llaves del Reino de los cielos
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?" Ellos contestaron: "Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas." Él les preguntó: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" Simón Pedro tomó la palabra y dijo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo." Jesús le respondió: "¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo."
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Hch 12, 1-11. Era verdad: el Señor me ha libro de las manos de Herodes.
Sal 33 R/. El Señor me libró de todas mis ansias.
2 Tm 4,6-8.17-18. Ahora me aguarda la corona merecida.
Mt 16, 13-19. Tu eres Pedro, y te daré las llaves del reino de los cielos.
En la primera y segunda lectura se refleja claramente la idea de adhesión y fidelidad a Jesús, como también la urgencia de la misión, sin duda pueden quedar resumidas en las palabras expresadas por Pablo a Timoteo: “El Señor estuvo a mi lado y me fortaleció, para que el mensaje fuera plenamente anunciado por mí y lo escucharan todos los paganos” (17). En la lectura del evangelio, Jesús, alaba a Pedro que ha visto en él algo más que un profeta a quien seguir, le aclara que lo que ha dicho no se lo ha revelado ningún sacerdote del templo, ni ningún doctor de la ley, sino Dios, y le pide, con todas la limitaciones y debilidades que Pedro tiene, construir junto a los otros discípulos, la asamblea o comunidad (ekklesía) que es el anticipo del Reino, también le entrega el cuidado de las llaves del nuevo reino, del nuevo tiempo. Y es la nueva comunidad encomendada y encabezada por a este laico, pobre, casado, con dudas, la que deberá dar testimonio de común-unión donde Dios es centro y todas las personas formarán una nueva familia que no está unida por los lazos de sangre sino por lazos de Fe.
PRIMERA LECTURA.
Hechos 12,1-11
Era verdad: el Señor me ha librado de las manos de Herodes
En aquellos días, el rey Herodes se puso a perseguir a algunos miembros de la Iglesia. Hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos, decidió detener a Pedro. Era la semana de Pascua. Mandó prenderlo y meterlo en la cárcel, encargando su custodia a cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno; tenía intención de presentarlo al pueblo pasadas las fiestas de Pascua. Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él.
La noche antes de que lo sacara Herodes, estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con cadenas. Los centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel. De repente, se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocó a Pedro en el hombro, lo despertó y le dijo: "Date prisa, levántate." Las cadenas se le cayeron de las manos, y el ángel añadió: "Ponte el cinturón y las sandalias." Obedeció, y el ángel le dijo: "Échate el manto y sígueme." Pedro salió detrás, creyendo que lo que hacía el ángel era una visión y no realidad. Atravesaron la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que daba a la calle, y se abrió solo. Salieron, y al final de la calle se marchó el ángel. Pedro recapacitó y dijo: "Pues era verdad: el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos."
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 33
R/.El Señor me libró de todas mis ansias.
Bendigo al Señor en todo momento, / su alabanza está siempre en mi boca; / mi alma se gloría en el Señor: / que los humildes lo escuchen y se alegren. R.
Proclamad conmigo la grandeza del Señor, / ensalcemos juntos su nombre. / Yo consulté al Señor, y me respondió, / me libró de todas mis ansias. R.
Contempladlo, y quedaréis radiantes, / vuestro rostro no se avergonzará. / Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha / y lo salva de sus angustias. R.
El ángel del Señor acampa / en torno a sus fieles y los protege. / Gustad y ved qué bueno es el Señor, / dichoso el que se acoge a él. R.
SEGUNDA LECTURA.
2Timoteo 4,6-8.17-18
Ahora me aguarda la corona merecida
Querido hermano: Yo estoy a punto de ser sacrificado, y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Palabra de Dios.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 16,13-19
Tú eres Pedro, y te daré las llaves del Reino de los cielos
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?" Ellos contestaron: "Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas." Él les preguntó: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" Simón Pedro tomó la palabra y dijo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo." Jesús le respondió: "¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo."
Palabra del Señor.
Pedro y Pablo, dos columnas de la Iglesia, maestros inseparables de fe y de inspiración cristiana por su autoridad, son sinónimo de todo el colegio apostólico. A Simón Pedro, pescador de Betsaida (cf. Lc 5,3; Jn 1 ,44), Jesús le llamó Kefas-Piedra y le dio el encargo de guiar y confirmar a los hermanos, a pesar de su frágil temperamento. Su característica distintiva es la confesión de la fe. Es uno de los primeros testigos del Jesús resucitado y, como testigo del Evangelio, toma conciencia de la necesidad de abrir la Iglesia a los gentiles (Hch 10-11).
Pablo de Tarso, perseguidor de la Iglesia y convertido en el camino de Damasco, es un hombre de espíritu vivaz y brillante formación, que recibió de los mejores maestros. Animado por una gran pasión por Cristo, recorrió con su dinamismo el Mediterráneo anunciando el Evangelio de la salvación.
Ambos recibieron en Roma la palma del martirio y la unidad en la caridad, convirtiéndose en ejemplo de diálogo entre institución y carisma.
Comentario de La Primera lectura: Hechos 12,1-11
Estamos en tiempos de la persecución contra la Iglesia por obra de Herodes Agripa, en los años 41-44. Pedro, como Jesús, fue arrestado durante los días de la pascua judía y encarcelado (cf. Lc 22,7). Lucas nos hace comprender la suerte que habría correspondido a Pedro si el Señor no hubiera intervenido con un milagro (vv. 1-4). Este tiene lugar con la liberación de la muerte cierta por medio de un ángel. El evangelista pone de relieve, a continuación, la grandeza de la liberación de Pedro, toda ella obra de Dios, hasta tal punto que los cristianos no podían dar crédito a sus ojos. Dios mmanifiesta así su benevolencia con los primeros cristianos de un modo extraordinario.
El relato de la liberación del apóstol se divide en dos partes. La primera nos cuenta lo que sucede en la prisión, donde duerme Pedro encerrado, y el procedimiento de su liberación por medio del ángel (vv. 7ss). En la segunda parte se describe cómo el ángel y Pedro recorren los caminos de la ciudad, mientras las puertas se abren fácilmente a su paso. Después de esto, desaparece el ángel liberador (vv. 9ss). Una vez salvado, dice Pedro: «Ahora me doy cuenta de que el Señor ha enviado a su ángel para librarme de Herodes y de las maquinaciones que los judíos habían tramado contra mí», y se reúne con su Iglesia, que estaba orando por él (cf. v. 5). Para Lucas, ésta es la pascua de Pedro, es decir, la liberación definitiva del mundo judío, y la liberación del cabeza de los apóstoles se convierte en un signo concreto de la salvación que deben llevar también a los gentiles.
Comentario del salmo 33
Es un salmo de acción de gracias individual. Quien toma la palabra ha atravesado una situación muy difícil, ha pasado por “temores” (5) y «angustias» (7), «ha consultado al Señor» (5), «ha gritado» (7) y ha sido escuchado. El Señor le «respondió» y lo “libró” (5), lo «escuchó» y lo “libró de todas sus angustias” (7) ahora esta persona está en el templo de Jerusalén para dar gracias. Está rodeada de gente (4.6, 12.15), pues la acción de gracias se hacía en voz alta, en un espacio abierto. El salmista hace su acción de gracias en público, de modo que mucha gente puede llegar a conocer el «favor alcanzado». De este modo, el salmo se convierte en catequesis.
Los salmos de acción de gracias tienen, normalmente, una introducción, un núcleo central y la conclusión. Este sólo tiene introducción (2-4) y núcleo central (5-23), sin conclusión, pues tal vez la oración de agradecimiento concluyera con la presentación de un sacrificio. Es un salmo alfabético, como tantos otros (véase, por ejemplo, el salmo 25). Esto quiere decir que, en su lengua original, cada versículo comienza con una de las letras del alfabeto hebreo. En las traducciones a nuestra lengua, este detalle se ha perdido. El núcleo (5-23) tiene dos partes. La primera (5-11) es la acción de gracias propiamente dicha; la segunda (12-23) funciona como una catequesis dirigida a los peregrinos, y tiene un deje del estilo sapiencial, esto es, quiere transmitir una experiencia acerca de la vida, de manera que los que escuchan puedan tener una existencia más larga y más próspera.
La introducción (2-4) presenta al salmista después de haber sido liberado y rodeado de fieles empobrecidos. Empieza a bendecir al Señor por toda la vida e invita a los pobres que le escuchan a alegrarse y a unirse a su acción de gracias. En la primera parte del núcleo (5-11) expone el drama que le ha tocado vivir, qué es lo que hizo y cómo fue liberado; en la segunda (12-2 3), convierte su caso en una enseñanza para la vida. Invita a los pobres a que se acerquen y escuchen. La lección es sencilla: no hay que imitar la actitud de los ricos que calumnian y mienten; hay que confiar en el Señor y acogerse a él para disfrutar de una vida larga y próspera.
Este salmo manifiesta la superación de un terrible conflicto. De hecho, la expresión «consulté al Señor» (5) se refiere a un acontecimiento concreto. Las personas acusadas injustamente y, a consecuencia de ello, perseguidas, iban a refugiarse al templo de Jerusalén. Allí pasaban la noche a la espera de una sentencia. Por la mañana, un sacerdote echaba las suertes para determinar si la persona acusada era culpable o inocente. Este fue el caso de quien compuso este salino. Pasó la noche en el templo, confiado, y por la mañana fue declarado inocente. Entonces decide dar gracias al Señor, manifestando ante los demás pobres que estaban allí las maravillas que Dios había hecho en su favor.
Este salmo nos da información acerca de la situación económica del salmista. Es pobre: «Este pobre gritó, el Señor lo escuchó y lo libró de todas sus angustias» (7). Y pobres son también las personas que lo rodean en el templo, en el momento de su acción de gracias: «Mi alma se gloría en el Señor: que escuchen los pobres y se alegren» (3). Además, el salmista invita a los empobrecidos a que proclamen su profesión de fe: «Repetid conmigo: ¡El Señor es grande! Ensalcemos juntos su nombre» (4).
¿Qué es lo que le había pasado a esta persona pobre? Antes de que lo declararan inocente, había pasado por momentos difíciles. De hecho, habla de «temores» (5) y «angustias» (7). Cuando presenta ante sus oyentes una especie de catequesis, recuerda los clamores de los justos (16) y sus gritos en los momentos de angustia (18). Estos justos tienen el corazón herido y andan desanimados (19) a causa de las desgracias que tienen que sufrir (20). ¿Qué es lo que hacen en situaciones como esta? Gritan (18) como había gritado el mismo salmista (7), refugiándose en el Señor, consultándolo (5), para ser declarados inocentes y obtener la salvación. Obran así porque temen al Señor (8.10.12) y se acogen a él (9.23).
¿Quién había acusado y perseguido a esta persona pobre? El salmo nos presenta a sus enemigos. Son ricos (11), su lengua pronuncia el mal y sus labios dicen mentiras (14); se les llama «malhechores» (17), son «malvados» y «odian al justo» (22). ¿Por qué se comportan de este modo? Ciertamente porque el justo los molesta, los denuncia, no les da respiro. Entonces lo odian, lo calumnian y lo persiguen, buscando e1 modo de arrancarle la vida. El profetismo del pobre incomoda a los ricos. El término «prosperar» (13) y su contexto (12-15) permiten sospechar cine la mentira de los ricos condujo al salmista a la pérdida de sus bienes y a ser perseguido a muerte.
Se trata de un salmo que hace una larga profesión de fe en el Dios de la Alianza, aquel que escucha el clamor de su pueblo, que toma partido por el pobre que padece injusticias y lo libera, Dejemos que el salmo mismo nos muestre el rostro de Dios. Este responde y libra (5), «escucha» (7) y su ángel acampa en torno a los que lo temen y los libera (8). Es esta una enérgica imagen que muestra al Dios amigo y aliado como un guerrero que lucha en defensa de su compañero de alianza. Además, el Señor no permite que falte nada a los que lo temen y lo buscan (10.11), cuida de los justos (16) y escucha atentamente sus clamores (16), se enfrenta con los malhechores y honra de la tierra su memoria (17), escucha los gritos de los justos y los libra de todas sus angustias (18), está cerca de los de corazón herido y salva a los que están desanimados (19); libera al justo de todas sus desgracias (20), protegiendo sus huesos (21); se enfrenta a los malvados y los castiga (22), rescatando la vida de sus siervos, esto es, de los justos que lo temen (23).
Este largo rosario de acciones del Señor puede resumirse en una única idea: se trata del Dios del éxodo, que escucha el clamor de los que padecen injusticias y baja para liberarlos. A cuantos se han beneficiado de esta liberación sólo les resta una cosa: aclamar y celebrar al Señor liberador.
Este salmo hace una larga profesión de fe en el Dios de la Alianza, aquel que escucha el clamor de su pueblo, que toma partido por el pobre que padece injusticias y lo libera, Dejemos que el salmo mismo nos muestre el rostro de Dios. Este responde y libra (5), «escucha» (7) y su ángel acampa en torno a los que lo temen y los libera (8). Es esta una enérgica imagen que muestra al Dios amigo y aliado como un guerrero que lucha en defensa de su compañero de alianza. Además, el Señor no permite que falte nada a los que lo temen y lo buscan (10.11), cuida de los justos (16) y escucha atentamente sus clamores (16), se enfrenta con los malhechores y honra de la tierra su memoria (17), escucha los gritos de los justos y los libra de todas sus angustias (18), está cerca de los de corazón herido y salva a los que están desanimados (19); libera al justo de todas sus desgracias (20), protegiendo sus huesos (21); se enfrenta a los malvados y los castiga (22), rescatando la vida de sus siervos, esto es, de los justos que lo temen (23).
Este largo rosario de acciones del Señor puede resumirse en una única idea: se trata del Dios del éxodo, que escucha el clamor de los que padecen injusticias y baja para liberarlos. A cuantos se han beneficiado de esta liberación sólo les resta una cosa: aclamar y celebrar al Señor liberador.
Este salmo recibe en Jesús un nuevo sentido, insuperable. Su mismo nombre resume todo lo que hizo en favor de los pobres que claman (“Jesús” significa «El Señor salva»). La misión de Jesús consistía en llevar la buena nueva a los pobres (Lc 4,18).
María de Nazaret ocupa el lugar social de los empobrecidos y, en su cántico, retorna el versículo 11 de este salmo: «Los ricos empobrecen y pasan hambre» (compárese con Lc 1,53). Los pobres dan gracias a Jesús por la salvación que les ha traído. Este es, por ejemplo, el caso de María, que unge con perfume los pies de Jesús (Jn 12,3), en señal de agradecimiento por haberle devuelto la vida a su hermano Lázaro.
Es un salmo de acción de gracias. Conviene rezarlo sobre todo cuando queremos dar gracias por la presencia y la acción liberadora de Dios en nuestra vida, especialmente en la vida de los empobrecidos, de los perseguidos y de los que padecen la injusticia. Si nosotros no vivirnos una situación semejante a la del salmista pobre, es bueno que lo recemos en sintonía y solidaridad con los pobres que van siendo liberados de las opresiones y las injusticias.
Comentario de la Segunda lectura: 2 Timoteo 4,6-8.17ss
El fragmento nos presenta el testamento de Pablo, que siente ahora próxima su muerte. Tras hacer algunas recomendaciones a Timoteo, el apóstol nos hace conocer su estado de ánimo: se siente solo y abandonado por los hermanos, pero no víctima, porque tiene la conciencia tranquila y el Señor está con él. Ha conservado la fe y la vocación misionera, en fidelidad al mandato recibido. Es consciente de que ha «combatido el buen combate, ha concluido su carrera» (v. 7).
Se compara, entonces, con la «libación» que se derramaba sobre las víctimas en los sacrificios antiguos: quiere morir como un verdadero luchador, tal como ha vivido, consciente de haberse entregado por completo a Dios y a los hermanos. Es consciente de que ahora le espera la victoria prometida al siervo fiel y también a todos los que «esperan con amor su venida gloriosa»
(v. 8).
La conclusión del fragmento subraya los sentimientos personales del apóstol de los gentiles, su amor por la causa del Evangelio, su imitación de la persona de Cristo, y su conciencia de haber llevado a cabo la obra de salvación con los gentiles, a la que había sido llamado por el Señor (v. 17).
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 16,13-19
La confesión de Pedro es un texto de gran importancia para la vida del cristianismo y se compone de dos partes: la respuesta de Pedro sobre el mesiazgo de Jesús, Hijo de Dios (vv. 13-16), y la promesa del primado que Jesús confiere a Pedro (v 17-19). Por lo que respecta a la pregunta que dirige Jesús a sus discípulos, podemos subrayar dos puntos de vista: el de los hombres (v. 13: « ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»), con su apreciación humana, y el de Dios (v. 15: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?», con el correspondiente conocimiento sobrenatural.
La opinión de la gente del tiempo de Jesús reconocía en él a un profeta y a una personalidad extraordinaria (v. 14). La opinión de los Doce, en cambio, es la expresada por la confesión de fe de Pedro: Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios (cf. v. 16). Ahora bien, esa revelación es fruto exclusivo de la acción del Espíritu Santo, «porque eso no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre, que está en los cielos» (v. 17).
A causa de esta confesión, Pedro será la roca sobre la que edificará Jesús su Iglesia. A Pedro y a sus sucesores les ha sido confiada una misión única en la Iglesia: son el fundamento visible de esa realidad invisible que es Cristo resucitado. Ambos constituyen la garantía de la indefectibilidad de la Iglesia a lo largo de los siglos. Por otra parte, el poder especial otorgado por Jesús a Pedro, expresado por las metáforas de las llaves, del «atar» y del «desatar» (v. 19), indica que tendrá autoridad para prohibir y permitir en la Iglesia.
La Iglesia celebra a través de estos dos apóstoles su fundamento apostólico, mediante el cual se apoya directamente en la piedra angular que es Cristo (cf. Ef. 2,19ss). Pedro y Pablo son los «fundadores» de nuestra fe; a partir de ellos se entabla el diálogo entre institución y carisma, a fin de hacer progresar el camino de la vida cristiana.
El pescador de Galilea empezó su extraordinaria aventura siguiendo al Maestro de Nazaret, primero, en Judea y, a continuación, tras su muerte, hasta Roma. Y aquí se quedó no sólo con su tumba, sino con su mandato, es decir, en aquellos que han subido a la «cátedra de Pedro». Pedro continúa siendo, en los obispos de Roma, la «roca» y el centro de unidad sobre el que Cristo edifica su Iglesia.
Pablo de Tarso, el apóstol de los gentiles, se convirtió de perseguidor de Cristo en celoso misionero de su Evangelio. Cogido por el amor al Señor, Cristo llegó a ser para él su mayor pasión (2 Cor 5,14), hasta el punto de decir: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20). Su martirio revelará la sustancia de su fe.
La evangelización de estas dos columnas de la Iglesia no se apoya en un mensaje intelectual, sino en una praxis profunda, sufrida y atestiguada con la palabra de Jesús.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 16,13-23, para nuestros Mayores. Confesión y primado de Pedro.
Texto y contexto. El relato es, sobre todo, una catequesis. Jesús se ha dedicado de un modo especial a la formación de sus apóstoles. Comienza el diálogo con una pequeña encuesta: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”. Ellos le contestan: “Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas”. Lo que es evidente, menos para sus adversarios, es que es un verdadero profeta, quizás el precursor del Mesías. Pero de ahí no pasan en su identificación.
Jesús usa el método mayéutico y para ello les hace una pregunta socrática: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. El grupo de los Doce manifiesta que ha ido más allá que la gente y, por boca de Pedro, confiesa: “Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Lo reconocen como el Esperado, pero como un Mesías a imagen y semejanza del que sueña y espera Israel por su propia cuenta; no el Siervo de Yavé, el Mesías paciente, anunciado por los profetas. Por eso, cuando Jesús “les explica que tiene que ir a Jerusalén y padecer mucho por parte de los dirigentes, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día, Pedro se atreve a “agarrarle” (Mc 8,32), lo lleva aparte y le increpa: “Eso no puede pasarte”.
La escena debió tener su apasionamiento, porque el Maestro que le había proclamado “piedra” de su Iglesia, le aparta con un gesto enérgico: “iQuítate de mi vista, Satanás, que eres “piedra”, pero piedra de escándalo en la que quieres hacerme tropezar!”. Los apóstoles le confiesan Mesías e Hijo de Dios, pero a su manera. Sólo lo reconocerán en toda su grandeza y misión después de que resucite, cuando les explique las Escrituras (Lc 24,32). En realidad la confesión de fe de Pedro es la confesión de la comunidad cristiana como Mesías e Hijo de Dios; confesión postpascual, pero que se adelanta catequéticamente en este relato.
¿Quién es Jesucristo para mí? Si Jesús nos hiciera una encuesta como a los apóstoles, podríamos darle respuestas muy variadas: Unos dicen que eres un gran humanista, un gran Maestro del amor, otros que eres un revolucionario social, otros que eres el Hijo de Dios, porque es lo que aprendieron, pero sin que eso signifique apenas nada en su vida. Son las confesiones de boca, pero que no determinan para nada la vida, como le ocurrió a Pedro y a sus compañeros después de su confesión. Dios nos ha hablado por su Hijo, pero ellos, a la hora de orientar su vida, siguen otros criterios. M. Legaut afirma: “Estos cristianos ignoran quién es Jesús y están condenados por su misma religión a no descubrirle jamás”. Jesús, para ellos, no pasa de ser un personaje más de la historia, el más importante, eso sí, pero un personaje que quedó veinte siglos atrás.
Si Jesús se dirigiera a nosotros para preguntarnos: “¿Quién decís que soy yo?”, ¿qué le responderíamos? ¿Quién es Jesucristo realmente para mí? Naturalmente, no se trata de dar una respuesta aprendida, de la misma manera que cuando un hermano o un amigo nos hacen esta misma pregunta, lo que le interesa no es que le recitemos su biografía ni le digamos sus datos personales y familiares; lo que él pregunta es qué representa para nosotros. Y lo que quiere oír es que le digamos: “Tú eres mi mejor amigo”, “la persona en la que más confío”; “tu modo de proceder orienta mi vida”; “tu amistad y cercanía son fuente de paz y apoyo para mí”.
Cristo entonces no es ya sólo un hombre-Dios que desborda sabiduría y nos dejó un ejemplo de vida y su pensamiento en los escritos del Nuevo Testamento, sino el Resucitado que nos es increíblemente cercano, hermano y amigo, con quien tenemos una experiencia de encuentro y con quien establecemos una comunión.
En este sentido conocemos confesiones conmovedoras. Los testimonios podrían ser interminables.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 16, 13-19, 28, de Joven para Joven. La confesión de fe de Pedro; primer anuncio de la pasión y condiciones del seguimiento.
El episodio ocupa un lugar central en los evangelios sinópticos. Mateo da un relieve particular a la identidad de Jesús y al papel de Pedro. Jesús se identifica aquí con el Hijo del hombre, el Juez universal esperado para el final de los tiempos: una figura gloriosa, humano-divina (cf. Dn 7,13s), que no se presta a esperanzas políticas, como la del Mesías/Cristo. Por lo demás, el sondeo de opiniones (v. 14) atestigua que la gente duda a la hora de proyectar sobre Jesús esperanzas de ese tipo: la respuesta de Pedro no es, por consiguiente, algo previsible. Jesús lo confirma solemnemente, constituyendo al apóstol en jefe de la nueva comunidad mesiánica e imponiéndole un nombre nuevo, signo de una nueva identidad y misión.
El mesianismo de Jesús, sin embargo, difiere radicalmente del sentir humano: la gente no está preparada para acogerlo (v. 20), ni siquiera Pedro lo está, a pesar de la revelación del Padre. En efecto, manifiesta toda su debilidad frente al primer anuncio de la pasión, en el que Jesús parece identificarse con el Siervo sufriente más que con el Cristo. Llegados ahí, Jesús emplea una expresión durísima dirigida a Pedro, le llama «Satanás», dado que le presenta las mismas tentaciones mesiánicas que ya le había insinuado el demonio en el desierto.
Con todo, Jesús no revoca la misión que le había confiado a Pedro: de ahí que debamos reconocer que la Iglesia, desde la «roca» de su fundamento, aunque está constituida por hombres frágiles, permanecerá firme e inmortal en virtud de la presencia del mismo Cristo (v. 18b). Sin embargo, el camino de los discípulos debe calcar las huellas del Maestro: deberán compartir sus sufrimientos, humillaciones, aparentes fracasos, para compartir también la victoria.
Jesús lo asegura a través de la revelación implícita que en él realizan y unifican tres figuras proféticas de la Escritura tan diferentes que parecen antitéticas: la escatológica del Hijo del hombre, la real del Mesías y la misteriosa del Siervo sufriente.
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Hoy nos somete Jesús al examen de la fe. Como hizo Simón Pedro, tal vez pudiéramos superar la parte teórica con una respuesta exacta, fruto de la gracia de Dios que trabaja en nosotros. «Tú eres el Mesías», la realización de las mejores esperanzas, «el Hijo de Dios vivo». La afirmación de Pedro brota del corazón, no, a buen seguro, de sus nociones de teología, y suscita la igualmente cordial exclamación del Señor. Quisiéramos responder con el mismo ardor a Jesús.
Con todo, eso no bastaría para superar el examen: hemos comprendido que Jesús es Dios, pero debemos comprobar también nuestro concepto de Dios y de su obrar. En efecto, nuestro vínculo con él requiere la imitación, el seguimiento del Hijo: ésta es la prueba práctica, la comprobación de la fe. Nosotros creemos en el Dios omnipotente, pero no hemos comprendido aún de manera suficiente que su omnipotencia es misericordia infinita, llegada hasta el sacrificio del Hijo. Por eso nos quedamos desconcertados o decepcionados frente a las oposiciones y a los fracasos: nos falta la conciencia de que Cristo está presente entre nosotros como Crucificado-Resucitado, para salvarnos, abriéndonos por delante su mismo camino.
Si queremos ser discípulos suyos, no hay otro camino. Ese camino conduce a la plenitud de la vida, aunque a costa de renuncias y de fatigas: para avanzar es preciso rechazar los falsos valores propuestos por la mentalidad mundana. El Hijo de Dios vivo es también verdadero hombre: sólo él puede enseñarnos a ser personas auténticas, capaces de realizar aquella humanidad que corresponde a las expectativas del Padre. Si siguiéramos con confianza la enseñanza y el ejemplo del Maestro, podríamos superar también el examen definitivo que el evangelio nos deja entrever hoy, puesto que «el Hijo del hombre está a punto de venir con la gloria de su Padre y con sus ángeles. Entonces tratará a cada uno según su conducta» (v. 27).
Elevación Espiritual para este día.
En los apóstoles Pedro y Pablo has querido dar a tu Iglesia un motivo de alegría: Pedro fue el primero en confesar la fe; Pablo, el maestro insigne que la interpretó; aquel fundó la primitiva Iglesia con el resto de Israel, éste la extendió a todas las gentes. De esta forma, Señor, por caminos diversos, ambos congregaron la única Iglesia de Cristo, y a ambos, coronados por el martirio, celebra hoy tu pueblo con una misma veneración (Misal romano, prefacio propio de la misa de la solemnidad de los santos Pedro y Pablo).
Reflexión Espiritual para el día.
La liturgia fija hoy algunos momentos en la rica y agitada vida de los dos apóstoles. Domina sobre todos la escena de Cesarea de Filipo, descrita en el fragmento evangélico. ¿Qué retendremos, en particular, de este episodio tan célebre? Estas palabras: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». La Iglesia, pues, no es una sociedad de librepensadores,
sino que es la sociedad —o mejor aún, la comunidad— de los que Índice alfabético se unen a Pedro en la proclamación de la fe en Jesucristo. Quien edifica la Iglesia es Cristo. Es él quien elige libremente a un hombre y lo pone en la base. Pedro no es más que un instrumento, la primera piedra del edificio, mientras que Cristo es quien pone la primera piedra. Sin embargo, desde ahora en adelante no se podrá estar verdadera y plenamente en la Iglesia, como piedra viva, si no se está en comunión con la fe de Pedro y con su autoridad, o, al menos, si no se tiende a estarlo. San Ambrosio ha escrito unas palabras vigorosas: «Ubi Petrus, ibi Ecciesia», “Donde está Pedro, allí está la Iglesias”. Lo que no significa que Pedro se por si solo toda la Iglesia, sino que no se puede ser Iglesia sin Pedro.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Hch 12, 1-12. Persecución de la Iglesia
Se ha desatado la persecución contra la Iglesia. Lucas no apunta ninguna causa ni explicación de la misma. Pero no resulta difícil deducirla, partiendo de la mención del rey Herodes. Se trata de Herodes Agripa, el hijo mayor de Herodes el Grande. Al subir al trono se propuso hacer todo lo posible por agradar a sus súbditos judíos y promovió las tradiciones judías que más respondían a la más estricta ortodoxia del judaísmo. Dentro del programa entraba, como consecuencia, atacar directamente y a fondo la nueva «secta cristiana», que se había separado del judaísmo, que cada día adquiría mayor fuerza de expansión con el correspondiente desagrado y disgusto por parte de los judíos. Nada mejor para congraciarse con los judíos que perseguir a los cristianos. Esta circunstancia nos ayuda a precisar, con relativa exactitud, el tiempo en el que esta persecución se desató contra la Iglesia, ya que Herodes comenzó a reinar el año 41 y murió el 44. Debe, por tanto, situarse entre estos dos extremos. Incluso se nos precisa el tiempo dentro del año: por los Ácimos, que es tanto como decir por la época de la pascua judía.
¿Qué pretende Lucas con esta narración? En la primera parte (vv. 1-4) intenta que el lector adivine la suerte que le espera a Pedro si no se cruza la providencia con un verdadero milagro. El milagro, en efecto, que era lo único que podía salvar a Pedro, se realizará: en el último momento será liberado por el ángel del Señor. La segunda parte intenta poner de relieve la magnitud del mismo. Ni siquiera los cristianos podían dar crédito a sus ojos o a la noticia de la liberación de Pedro. Y eso, a pesar de que la Iglesia oraba incesantemente por él. Pero sólo la aniquilación del tirano (12, 2 1-23, que no está recogida en nuestra perícopa) hizo comprender la ayuda divina experimentada en aquel momento difícil de persecución para la Iglesia.
Lucas debe explicar dos cosas, la liberación de Pedro y la muerte de Herodes. La primera era la más eficiente para la comunidad cristiana, ya que la intervención de Dios había sido bien clara: sólo ella pudo liberarlo de una muerte inevitable. Si hubiese tenido como intención primera narrarnos el martirio de Santiago, no debía haber dado tanta importancia al relato sobre Pedro. Más bien la narración del martirio de Santiago se halla al servicio del relató sobre Pedro. Era un medio bien adecuado para acentuar la gravedad del momento, lo extraordinario de la liberación de Pedro y el castigo que Dios infligió a Herodes por su comportamiento con la Iglesia,
La liberación de Pedro era una prueba evidente del gran poder de Dios y de la ayuda que prestaba a los cristianos. El suceso de la liberación de Pedro se divide en dos partes. En la primera (vv. 7-8) Dios interviene en el suceso por medio del ángel. Se nos cuenta lo ocurrido en la celda de la prisión y el proceso de su liberación. Pedro duerme, es decir se halla completamente «pasivo» en dicho proceso de liberación; no hace gestión de ninguna clase, ni siquiera reza o alaba a Dios, como Pablo y Silas en una ocasión parecida (16, 25). El duerme, y hubiese dormido toda la noche de no haber sido despertado por el ángel. Cuando despierta se halla desconcertado por completo, no sabe qué hacer, se limita a cumplir las órdenes que el ángel le da. En resumen, la liberación es obra de Dios, no suya.
A esta primera escena corresponde la segunda (vv. 9-10), que nos refiere cómo el ángel y Pedro llegan hasta la calle sin obstáculo alguno, abriéndose las puertas a su paso. Una vez en la calle, cuando Pedro ya no tiene necesidad del ángel liberador, éste desaparece. Esta segunda parte demuestra que Lucas conocía las leyendas paganas de liberación de personajes célebres y que las ha utilizado para narrar la de Pedro. Cuando ya todo ha pasado, Pedro vuelve en sí y Lucas, con su estilo característico y con su lenguaje estrictamente bíblico, dice al lector lo que realmente ha ocurrido.
Pablo de Tarso, perseguidor de la Iglesia y convertido en el camino de Damasco, es un hombre de espíritu vivaz y brillante formación, que recibió de los mejores maestros. Animado por una gran pasión por Cristo, recorrió con su dinamismo el Mediterráneo anunciando el Evangelio de la salvación.
Ambos recibieron en Roma la palma del martirio y la unidad en la caridad, convirtiéndose en ejemplo de diálogo entre institución y carisma.
Comentario de La Primera lectura: Hechos 12,1-11
Estamos en tiempos de la persecución contra la Iglesia por obra de Herodes Agripa, en los años 41-44. Pedro, como Jesús, fue arrestado durante los días de la pascua judía y encarcelado (cf. Lc 22,7). Lucas nos hace comprender la suerte que habría correspondido a Pedro si el Señor no hubiera intervenido con un milagro (vv. 1-4). Este tiene lugar con la liberación de la muerte cierta por medio de un ángel. El evangelista pone de relieve, a continuación, la grandeza de la liberación de Pedro, toda ella obra de Dios, hasta tal punto que los cristianos no podían dar crédito a sus ojos. Dios mmanifiesta así su benevolencia con los primeros cristianos de un modo extraordinario.
El relato de la liberación del apóstol se divide en dos partes. La primera nos cuenta lo que sucede en la prisión, donde duerme Pedro encerrado, y el procedimiento de su liberación por medio del ángel (vv. 7ss). En la segunda parte se describe cómo el ángel y Pedro recorren los caminos de la ciudad, mientras las puertas se abren fácilmente a su paso. Después de esto, desaparece el ángel liberador (vv. 9ss). Una vez salvado, dice Pedro: «Ahora me doy cuenta de que el Señor ha enviado a su ángel para librarme de Herodes y de las maquinaciones que los judíos habían tramado contra mí», y se reúne con su Iglesia, que estaba orando por él (cf. v. 5). Para Lucas, ésta es la pascua de Pedro, es decir, la liberación definitiva del mundo judío, y la liberación del cabeza de los apóstoles se convierte en un signo concreto de la salvación que deben llevar también a los gentiles.
Comentario del salmo 33
Es un salmo de acción de gracias individual. Quien toma la palabra ha atravesado una situación muy difícil, ha pasado por “temores” (5) y «angustias» (7), «ha consultado al Señor» (5), «ha gritado» (7) y ha sido escuchado. El Señor le «respondió» y lo “libró” (5), lo «escuchó» y lo “libró de todas sus angustias” (7) ahora esta persona está en el templo de Jerusalén para dar gracias. Está rodeada de gente (4.6, 12.15), pues la acción de gracias se hacía en voz alta, en un espacio abierto. El salmista hace su acción de gracias en público, de modo que mucha gente puede llegar a conocer el «favor alcanzado». De este modo, el salmo se convierte en catequesis.
Los salmos de acción de gracias tienen, normalmente, una introducción, un núcleo central y la conclusión. Este sólo tiene introducción (2-4) y núcleo central (5-23), sin conclusión, pues tal vez la oración de agradecimiento concluyera con la presentación de un sacrificio. Es un salmo alfabético, como tantos otros (véase, por ejemplo, el salmo 25). Esto quiere decir que, en su lengua original, cada versículo comienza con una de las letras del alfabeto hebreo. En las traducciones a nuestra lengua, este detalle se ha perdido. El núcleo (5-23) tiene dos partes. La primera (5-11) es la acción de gracias propiamente dicha; la segunda (12-23) funciona como una catequesis dirigida a los peregrinos, y tiene un deje del estilo sapiencial, esto es, quiere transmitir una experiencia acerca de la vida, de manera que los que escuchan puedan tener una existencia más larga y más próspera.
La introducción (2-4) presenta al salmista después de haber sido liberado y rodeado de fieles empobrecidos. Empieza a bendecir al Señor por toda la vida e invita a los pobres que le escuchan a alegrarse y a unirse a su acción de gracias. En la primera parte del núcleo (5-11) expone el drama que le ha tocado vivir, qué es lo que hizo y cómo fue liberado; en la segunda (12-2 3), convierte su caso en una enseñanza para la vida. Invita a los pobres a que se acerquen y escuchen. La lección es sencilla: no hay que imitar la actitud de los ricos que calumnian y mienten; hay que confiar en el Señor y acogerse a él para disfrutar de una vida larga y próspera.
Este salmo manifiesta la superación de un terrible conflicto. De hecho, la expresión «consulté al Señor» (5) se refiere a un acontecimiento concreto. Las personas acusadas injustamente y, a consecuencia de ello, perseguidas, iban a refugiarse al templo de Jerusalén. Allí pasaban la noche a la espera de una sentencia. Por la mañana, un sacerdote echaba las suertes para determinar si la persona acusada era culpable o inocente. Este fue el caso de quien compuso este salino. Pasó la noche en el templo, confiado, y por la mañana fue declarado inocente. Entonces decide dar gracias al Señor, manifestando ante los demás pobres que estaban allí las maravillas que Dios había hecho en su favor.
Este salmo nos da información acerca de la situación económica del salmista. Es pobre: «Este pobre gritó, el Señor lo escuchó y lo libró de todas sus angustias» (7). Y pobres son también las personas que lo rodean en el templo, en el momento de su acción de gracias: «Mi alma se gloría en el Señor: que escuchen los pobres y se alegren» (3). Además, el salmista invita a los empobrecidos a que proclamen su profesión de fe: «Repetid conmigo: ¡El Señor es grande! Ensalcemos juntos su nombre» (4).
¿Qué es lo que le había pasado a esta persona pobre? Antes de que lo declararan inocente, había pasado por momentos difíciles. De hecho, habla de «temores» (5) y «angustias» (7). Cuando presenta ante sus oyentes una especie de catequesis, recuerda los clamores de los justos (16) y sus gritos en los momentos de angustia (18). Estos justos tienen el corazón herido y andan desanimados (19) a causa de las desgracias que tienen que sufrir (20). ¿Qué es lo que hacen en situaciones como esta? Gritan (18) como había gritado el mismo salmista (7), refugiándose en el Señor, consultándolo (5), para ser declarados inocentes y obtener la salvación. Obran así porque temen al Señor (8.10.12) y se acogen a él (9.23).
¿Quién había acusado y perseguido a esta persona pobre? El salmo nos presenta a sus enemigos. Son ricos (11), su lengua pronuncia el mal y sus labios dicen mentiras (14); se les llama «malhechores» (17), son «malvados» y «odian al justo» (22). ¿Por qué se comportan de este modo? Ciertamente porque el justo los molesta, los denuncia, no les da respiro. Entonces lo odian, lo calumnian y lo persiguen, buscando e1 modo de arrancarle la vida. El profetismo del pobre incomoda a los ricos. El término «prosperar» (13) y su contexto (12-15) permiten sospechar cine la mentira de los ricos condujo al salmista a la pérdida de sus bienes y a ser perseguido a muerte.
Se trata de un salmo que hace una larga profesión de fe en el Dios de la Alianza, aquel que escucha el clamor de su pueblo, que toma partido por el pobre que padece injusticias y lo libera, Dejemos que el salmo mismo nos muestre el rostro de Dios. Este responde y libra (5), «escucha» (7) y su ángel acampa en torno a los que lo temen y los libera (8). Es esta una enérgica imagen que muestra al Dios amigo y aliado como un guerrero que lucha en defensa de su compañero de alianza. Además, el Señor no permite que falte nada a los que lo temen y lo buscan (10.11), cuida de los justos (16) y escucha atentamente sus clamores (16), se enfrenta con los malhechores y honra de la tierra su memoria (17), escucha los gritos de los justos y los libra de todas sus angustias (18), está cerca de los de corazón herido y salva a los que están desanimados (19); libera al justo de todas sus desgracias (20), protegiendo sus huesos (21); se enfrenta a los malvados y los castiga (22), rescatando la vida de sus siervos, esto es, de los justos que lo temen (23).
Este largo rosario de acciones del Señor puede resumirse en una única idea: se trata del Dios del éxodo, que escucha el clamor de los que padecen injusticias y baja para liberarlos. A cuantos se han beneficiado de esta liberación sólo les resta una cosa: aclamar y celebrar al Señor liberador.
Este salmo hace una larga profesión de fe en el Dios de la Alianza, aquel que escucha el clamor de su pueblo, que toma partido por el pobre que padece injusticias y lo libera, Dejemos que el salmo mismo nos muestre el rostro de Dios. Este responde y libra (5), «escucha» (7) y su ángel acampa en torno a los que lo temen y los libera (8). Es esta una enérgica imagen que muestra al Dios amigo y aliado como un guerrero que lucha en defensa de su compañero de alianza. Además, el Señor no permite que falte nada a los que lo temen y lo buscan (10.11), cuida de los justos (16) y escucha atentamente sus clamores (16), se enfrenta con los malhechores y honra de la tierra su memoria (17), escucha los gritos de los justos y los libra de todas sus angustias (18), está cerca de los de corazón herido y salva a los que están desanimados (19); libera al justo de todas sus desgracias (20), protegiendo sus huesos (21); se enfrenta a los malvados y los castiga (22), rescatando la vida de sus siervos, esto es, de los justos que lo temen (23).
Este largo rosario de acciones del Señor puede resumirse en una única idea: se trata del Dios del éxodo, que escucha el clamor de los que padecen injusticias y baja para liberarlos. A cuantos se han beneficiado de esta liberación sólo les resta una cosa: aclamar y celebrar al Señor liberador.
Este salmo recibe en Jesús un nuevo sentido, insuperable. Su mismo nombre resume todo lo que hizo en favor de los pobres que claman (“Jesús” significa «El Señor salva»). La misión de Jesús consistía en llevar la buena nueva a los pobres (Lc 4,18).
María de Nazaret ocupa el lugar social de los empobrecidos y, en su cántico, retorna el versículo 11 de este salmo: «Los ricos empobrecen y pasan hambre» (compárese con Lc 1,53). Los pobres dan gracias a Jesús por la salvación que les ha traído. Este es, por ejemplo, el caso de María, que unge con perfume los pies de Jesús (Jn 12,3), en señal de agradecimiento por haberle devuelto la vida a su hermano Lázaro.
Es un salmo de acción de gracias. Conviene rezarlo sobre todo cuando queremos dar gracias por la presencia y la acción liberadora de Dios en nuestra vida, especialmente en la vida de los empobrecidos, de los perseguidos y de los que padecen la injusticia. Si nosotros no vivirnos una situación semejante a la del salmista pobre, es bueno que lo recemos en sintonía y solidaridad con los pobres que van siendo liberados de las opresiones y las injusticias.
Comentario de la Segunda lectura: 2 Timoteo 4,6-8.17ss
El fragmento nos presenta el testamento de Pablo, que siente ahora próxima su muerte. Tras hacer algunas recomendaciones a Timoteo, el apóstol nos hace conocer su estado de ánimo: se siente solo y abandonado por los hermanos, pero no víctima, porque tiene la conciencia tranquila y el Señor está con él. Ha conservado la fe y la vocación misionera, en fidelidad al mandato recibido. Es consciente de que ha «combatido el buen combate, ha concluido su carrera» (v. 7).
Se compara, entonces, con la «libación» que se derramaba sobre las víctimas en los sacrificios antiguos: quiere morir como un verdadero luchador, tal como ha vivido, consciente de haberse entregado por completo a Dios y a los hermanos. Es consciente de que ahora le espera la victoria prometida al siervo fiel y también a todos los que «esperan con amor su venida gloriosa»
(v. 8).
La conclusión del fragmento subraya los sentimientos personales del apóstol de los gentiles, su amor por la causa del Evangelio, su imitación de la persona de Cristo, y su conciencia de haber llevado a cabo la obra de salvación con los gentiles, a la que había sido llamado por el Señor (v. 17).
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 16,13-19
La confesión de Pedro es un texto de gran importancia para la vida del cristianismo y se compone de dos partes: la respuesta de Pedro sobre el mesiazgo de Jesús, Hijo de Dios (vv. 13-16), y la promesa del primado que Jesús confiere a Pedro (v 17-19). Por lo que respecta a la pregunta que dirige Jesús a sus discípulos, podemos subrayar dos puntos de vista: el de los hombres (v. 13: « ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»), con su apreciación humana, y el de Dios (v. 15: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?», con el correspondiente conocimiento sobrenatural.
La opinión de la gente del tiempo de Jesús reconocía en él a un profeta y a una personalidad extraordinaria (v. 14). La opinión de los Doce, en cambio, es la expresada por la confesión de fe de Pedro: Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios (cf. v. 16). Ahora bien, esa revelación es fruto exclusivo de la acción del Espíritu Santo, «porque eso no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre, que está en los cielos» (v. 17).
A causa de esta confesión, Pedro será la roca sobre la que edificará Jesús su Iglesia. A Pedro y a sus sucesores les ha sido confiada una misión única en la Iglesia: son el fundamento visible de esa realidad invisible que es Cristo resucitado. Ambos constituyen la garantía de la indefectibilidad de la Iglesia a lo largo de los siglos. Por otra parte, el poder especial otorgado por Jesús a Pedro, expresado por las metáforas de las llaves, del «atar» y del «desatar» (v. 19), indica que tendrá autoridad para prohibir y permitir en la Iglesia.
La Iglesia celebra a través de estos dos apóstoles su fundamento apostólico, mediante el cual se apoya directamente en la piedra angular que es Cristo (cf. Ef. 2,19ss). Pedro y Pablo son los «fundadores» de nuestra fe; a partir de ellos se entabla el diálogo entre institución y carisma, a fin de hacer progresar el camino de la vida cristiana.
El pescador de Galilea empezó su extraordinaria aventura siguiendo al Maestro de Nazaret, primero, en Judea y, a continuación, tras su muerte, hasta Roma. Y aquí se quedó no sólo con su tumba, sino con su mandato, es decir, en aquellos que han subido a la «cátedra de Pedro». Pedro continúa siendo, en los obispos de Roma, la «roca» y el centro de unidad sobre el que Cristo edifica su Iglesia.
Pablo de Tarso, el apóstol de los gentiles, se convirtió de perseguidor de Cristo en celoso misionero de su Evangelio. Cogido por el amor al Señor, Cristo llegó a ser para él su mayor pasión (2 Cor 5,14), hasta el punto de decir: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20). Su martirio revelará la sustancia de su fe.
La evangelización de estas dos columnas de la Iglesia no se apoya en un mensaje intelectual, sino en una praxis profunda, sufrida y atestiguada con la palabra de Jesús.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 16,13-23, para nuestros Mayores. Confesión y primado de Pedro.
Texto y contexto. El relato es, sobre todo, una catequesis. Jesús se ha dedicado de un modo especial a la formación de sus apóstoles. Comienza el diálogo con una pequeña encuesta: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”. Ellos le contestan: “Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas”. Lo que es evidente, menos para sus adversarios, es que es un verdadero profeta, quizás el precursor del Mesías. Pero de ahí no pasan en su identificación.
Jesús usa el método mayéutico y para ello les hace una pregunta socrática: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. El grupo de los Doce manifiesta que ha ido más allá que la gente y, por boca de Pedro, confiesa: “Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Lo reconocen como el Esperado, pero como un Mesías a imagen y semejanza del que sueña y espera Israel por su propia cuenta; no el Siervo de Yavé, el Mesías paciente, anunciado por los profetas. Por eso, cuando Jesús “les explica que tiene que ir a Jerusalén y padecer mucho por parte de los dirigentes, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día, Pedro se atreve a “agarrarle” (Mc 8,32), lo lleva aparte y le increpa: “Eso no puede pasarte”.
La escena debió tener su apasionamiento, porque el Maestro que le había proclamado “piedra” de su Iglesia, le aparta con un gesto enérgico: “iQuítate de mi vista, Satanás, que eres “piedra”, pero piedra de escándalo en la que quieres hacerme tropezar!”. Los apóstoles le confiesan Mesías e Hijo de Dios, pero a su manera. Sólo lo reconocerán en toda su grandeza y misión después de que resucite, cuando les explique las Escrituras (Lc 24,32). En realidad la confesión de fe de Pedro es la confesión de la comunidad cristiana como Mesías e Hijo de Dios; confesión postpascual, pero que se adelanta catequéticamente en este relato.
¿Quién es Jesucristo para mí? Si Jesús nos hiciera una encuesta como a los apóstoles, podríamos darle respuestas muy variadas: Unos dicen que eres un gran humanista, un gran Maestro del amor, otros que eres un revolucionario social, otros que eres el Hijo de Dios, porque es lo que aprendieron, pero sin que eso signifique apenas nada en su vida. Son las confesiones de boca, pero que no determinan para nada la vida, como le ocurrió a Pedro y a sus compañeros después de su confesión. Dios nos ha hablado por su Hijo, pero ellos, a la hora de orientar su vida, siguen otros criterios. M. Legaut afirma: “Estos cristianos ignoran quién es Jesús y están condenados por su misma religión a no descubrirle jamás”. Jesús, para ellos, no pasa de ser un personaje más de la historia, el más importante, eso sí, pero un personaje que quedó veinte siglos atrás.
Si Jesús se dirigiera a nosotros para preguntarnos: “¿Quién decís que soy yo?”, ¿qué le responderíamos? ¿Quién es Jesucristo realmente para mí? Naturalmente, no se trata de dar una respuesta aprendida, de la misma manera que cuando un hermano o un amigo nos hacen esta misma pregunta, lo que le interesa no es que le recitemos su biografía ni le digamos sus datos personales y familiares; lo que él pregunta es qué representa para nosotros. Y lo que quiere oír es que le digamos: “Tú eres mi mejor amigo”, “la persona en la que más confío”; “tu modo de proceder orienta mi vida”; “tu amistad y cercanía son fuente de paz y apoyo para mí”.
Cristo entonces no es ya sólo un hombre-Dios que desborda sabiduría y nos dejó un ejemplo de vida y su pensamiento en los escritos del Nuevo Testamento, sino el Resucitado que nos es increíblemente cercano, hermano y amigo, con quien tenemos una experiencia de encuentro y con quien establecemos una comunión.
En este sentido conocemos confesiones conmovedoras. Los testimonios podrían ser interminables.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 16, 13-19, 28, de Joven para Joven. La confesión de fe de Pedro; primer anuncio de la pasión y condiciones del seguimiento.
El episodio ocupa un lugar central en los evangelios sinópticos. Mateo da un relieve particular a la identidad de Jesús y al papel de Pedro. Jesús se identifica aquí con el Hijo del hombre, el Juez universal esperado para el final de los tiempos: una figura gloriosa, humano-divina (cf. Dn 7,13s), que no se presta a esperanzas políticas, como la del Mesías/Cristo. Por lo demás, el sondeo de opiniones (v. 14) atestigua que la gente duda a la hora de proyectar sobre Jesús esperanzas de ese tipo: la respuesta de Pedro no es, por consiguiente, algo previsible. Jesús lo confirma solemnemente, constituyendo al apóstol en jefe de la nueva comunidad mesiánica e imponiéndole un nombre nuevo, signo de una nueva identidad y misión.
El mesianismo de Jesús, sin embargo, difiere radicalmente del sentir humano: la gente no está preparada para acogerlo (v. 20), ni siquiera Pedro lo está, a pesar de la revelación del Padre. En efecto, manifiesta toda su debilidad frente al primer anuncio de la pasión, en el que Jesús parece identificarse con el Siervo sufriente más que con el Cristo. Llegados ahí, Jesús emplea una expresión durísima dirigida a Pedro, le llama «Satanás», dado que le presenta las mismas tentaciones mesiánicas que ya le había insinuado el demonio en el desierto.
Con todo, Jesús no revoca la misión que le había confiado a Pedro: de ahí que debamos reconocer que la Iglesia, desde la «roca» de su fundamento, aunque está constituida por hombres frágiles, permanecerá firme e inmortal en virtud de la presencia del mismo Cristo (v. 18b). Sin embargo, el camino de los discípulos debe calcar las huellas del Maestro: deberán compartir sus sufrimientos, humillaciones, aparentes fracasos, para compartir también la victoria.
Jesús lo asegura a través de la revelación implícita que en él realizan y unifican tres figuras proféticas de la Escritura tan diferentes que parecen antitéticas: la escatológica del Hijo del hombre, la real del Mesías y la misteriosa del Siervo sufriente.
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Hoy nos somete Jesús al examen de la fe. Como hizo Simón Pedro, tal vez pudiéramos superar la parte teórica con una respuesta exacta, fruto de la gracia de Dios que trabaja en nosotros. «Tú eres el Mesías», la realización de las mejores esperanzas, «el Hijo de Dios vivo». La afirmación de Pedro brota del corazón, no, a buen seguro, de sus nociones de teología, y suscita la igualmente cordial exclamación del Señor. Quisiéramos responder con el mismo ardor a Jesús.
Con todo, eso no bastaría para superar el examen: hemos comprendido que Jesús es Dios, pero debemos comprobar también nuestro concepto de Dios y de su obrar. En efecto, nuestro vínculo con él requiere la imitación, el seguimiento del Hijo: ésta es la prueba práctica, la comprobación de la fe. Nosotros creemos en el Dios omnipotente, pero no hemos comprendido aún de manera suficiente que su omnipotencia es misericordia infinita, llegada hasta el sacrificio del Hijo. Por eso nos quedamos desconcertados o decepcionados frente a las oposiciones y a los fracasos: nos falta la conciencia de que Cristo está presente entre nosotros como Crucificado-Resucitado, para salvarnos, abriéndonos por delante su mismo camino.
Si queremos ser discípulos suyos, no hay otro camino. Ese camino conduce a la plenitud de la vida, aunque a costa de renuncias y de fatigas: para avanzar es preciso rechazar los falsos valores propuestos por la mentalidad mundana. El Hijo de Dios vivo es también verdadero hombre: sólo él puede enseñarnos a ser personas auténticas, capaces de realizar aquella humanidad que corresponde a las expectativas del Padre. Si siguiéramos con confianza la enseñanza y el ejemplo del Maestro, podríamos superar también el examen definitivo que el evangelio nos deja entrever hoy, puesto que «el Hijo del hombre está a punto de venir con la gloria de su Padre y con sus ángeles. Entonces tratará a cada uno según su conducta» (v. 27).
Elevación Espiritual para este día.
En los apóstoles Pedro y Pablo has querido dar a tu Iglesia un motivo de alegría: Pedro fue el primero en confesar la fe; Pablo, el maestro insigne que la interpretó; aquel fundó la primitiva Iglesia con el resto de Israel, éste la extendió a todas las gentes. De esta forma, Señor, por caminos diversos, ambos congregaron la única Iglesia de Cristo, y a ambos, coronados por el martirio, celebra hoy tu pueblo con una misma veneración (Misal romano, prefacio propio de la misa de la solemnidad de los santos Pedro y Pablo).
Reflexión Espiritual para el día.
La liturgia fija hoy algunos momentos en la rica y agitada vida de los dos apóstoles. Domina sobre todos la escena de Cesarea de Filipo, descrita en el fragmento evangélico. ¿Qué retendremos, en particular, de este episodio tan célebre? Estas palabras: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». La Iglesia, pues, no es una sociedad de librepensadores,
sino que es la sociedad —o mejor aún, la comunidad— de los que Índice alfabético se unen a Pedro en la proclamación de la fe en Jesucristo. Quien edifica la Iglesia es Cristo. Es él quien elige libremente a un hombre y lo pone en la base. Pedro no es más que un instrumento, la primera piedra del edificio, mientras que Cristo es quien pone la primera piedra. Sin embargo, desde ahora en adelante no se podrá estar verdadera y plenamente en la Iglesia, como piedra viva, si no se está en comunión con la fe de Pedro y con su autoridad, o, al menos, si no se tiende a estarlo. San Ambrosio ha escrito unas palabras vigorosas: «Ubi Petrus, ibi Ecciesia», “Donde está Pedro, allí está la Iglesias”. Lo que no significa que Pedro se por si solo toda la Iglesia, sino que no se puede ser Iglesia sin Pedro.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Hch 12, 1-12. Persecución de la Iglesia
Se ha desatado la persecución contra la Iglesia. Lucas no apunta ninguna causa ni explicación de la misma. Pero no resulta difícil deducirla, partiendo de la mención del rey Herodes. Se trata de Herodes Agripa, el hijo mayor de Herodes el Grande. Al subir al trono se propuso hacer todo lo posible por agradar a sus súbditos judíos y promovió las tradiciones judías que más respondían a la más estricta ortodoxia del judaísmo. Dentro del programa entraba, como consecuencia, atacar directamente y a fondo la nueva «secta cristiana», que se había separado del judaísmo, que cada día adquiría mayor fuerza de expansión con el correspondiente desagrado y disgusto por parte de los judíos. Nada mejor para congraciarse con los judíos que perseguir a los cristianos. Esta circunstancia nos ayuda a precisar, con relativa exactitud, el tiempo en el que esta persecución se desató contra la Iglesia, ya que Herodes comenzó a reinar el año 41 y murió el 44. Debe, por tanto, situarse entre estos dos extremos. Incluso se nos precisa el tiempo dentro del año: por los Ácimos, que es tanto como decir por la época de la pascua judía.
¿Qué pretende Lucas con esta narración? En la primera parte (vv. 1-4) intenta que el lector adivine la suerte que le espera a Pedro si no se cruza la providencia con un verdadero milagro. El milagro, en efecto, que era lo único que podía salvar a Pedro, se realizará: en el último momento será liberado por el ángel del Señor. La segunda parte intenta poner de relieve la magnitud del mismo. Ni siquiera los cristianos podían dar crédito a sus ojos o a la noticia de la liberación de Pedro. Y eso, a pesar de que la Iglesia oraba incesantemente por él. Pero sólo la aniquilación del tirano (12, 2 1-23, que no está recogida en nuestra perícopa) hizo comprender la ayuda divina experimentada en aquel momento difícil de persecución para la Iglesia.
Lucas debe explicar dos cosas, la liberación de Pedro y la muerte de Herodes. La primera era la más eficiente para la comunidad cristiana, ya que la intervención de Dios había sido bien clara: sólo ella pudo liberarlo de una muerte inevitable. Si hubiese tenido como intención primera narrarnos el martirio de Santiago, no debía haber dado tanta importancia al relato sobre Pedro. Más bien la narración del martirio de Santiago se halla al servicio del relató sobre Pedro. Era un medio bien adecuado para acentuar la gravedad del momento, lo extraordinario de la liberación de Pedro y el castigo que Dios infligió a Herodes por su comportamiento con la Iglesia,
La liberación de Pedro era una prueba evidente del gran poder de Dios y de la ayuda que prestaba a los cristianos. El suceso de la liberación de Pedro se divide en dos partes. En la primera (vv. 7-8) Dios interviene en el suceso por medio del ángel. Se nos cuenta lo ocurrido en la celda de la prisión y el proceso de su liberación. Pedro duerme, es decir se halla completamente «pasivo» en dicho proceso de liberación; no hace gestión de ninguna clase, ni siquiera reza o alaba a Dios, como Pablo y Silas en una ocasión parecida (16, 25). El duerme, y hubiese dormido toda la noche de no haber sido despertado por el ángel. Cuando despierta se halla desconcertado por completo, no sabe qué hacer, se limita a cumplir las órdenes que el ángel le da. En resumen, la liberación es obra de Dios, no suya.
A esta primera escena corresponde la segunda (vv. 9-10), que nos refiere cómo el ángel y Pedro llegan hasta la calle sin obstáculo alguno, abriéndose las puertas a su paso. Una vez en la calle, cuando Pedro ya no tiene necesidad del ángel liberador, éste desaparece. Esta segunda parte demuestra que Lucas conocía las leyendas paganas de liberación de personajes célebres y que las ha utilizado para narrar la de Pedro. Cuando ya todo ha pasado, Pedro vuelve en sí y Lucas, con su estilo característico y con su lenguaje estrictamente bíblico, dice al lector lo que realmente ha ocurrido.
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