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jueves, 8 de julio de 2010

Lecturas del día 08-07-2010

8 de julio de 2010, MES DEDICADO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. JUEVES XIV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO.(CIiclo C) 2ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. SS. Äquila y Priscila NT es, Adrián pp, Pancracio ob mr, Landrada ab.


LITURGIA DE LA PALABRA

Os 11, 1-4. 8c-9: Se me revuelve el corazón
Salmo 79: Que brille tu rostro, Señor, y nos salve.
Mt 10, 7-15: Gratuitamente deben dar 

El profeta Oseas nos presenta a Dios con rasgos paternos y maternos, solícito a las necesidades de su hijo con un amor que es capaz de perdonar la falta más terrible, inclusive la de haber deseado la muerte de aquél que le había dado la vida. El amor de Dios sobrepasa nuestras pobres concepciones, pues sale en búsqueda de aquél a quien ama, para salvarle.

Hoy nos encontramos en el evangelio con las implicaciones del anuncio del reino de Dios que nos envía a proclamar el mismo Jesús. Este anuncio trae explícita la misión de liberar a la humanidad que se encuentra padeciendo por muchas circunstancias de enfermedad, exclusión, marginación, muerte, y predicar la Buena Noticia de la vida, dando gratis lo que hemos recibido gratis, es decir, la salvación que nos viene de la bondad del Padre. Esta misión no es algo exclusivo de ciertos grupos de la Iglesia; es dada a todos y todas por igual. Procuremos en nuestro anuncio de la Buena Noticia de Dios a la humanidad en Jesucristo, en medio de las realidades que vive nuestro pueblo latinoamericano, ser testigos creíbles de ese don de Dios para el género humano.

PRIMERA LECTURA.
Oseas 11, 1-4. 8c-9
Se me revuelve el corazón Así dice el Señor:
"Cuando Israel era joven, lo amé, desde Egipto llamé a mi hijo. Cuando lo llamaba, él se alejaba, sacrificaba a los Baales, ofrecía incienso a los ídolos.

Yo enseñé a andar a Efraín, lo alzaba en brazos; y él no comprendía que yo lo curaba. Con cuerdas humanas, con correas de amor lo atraía; era para ellos como el que levanta el yugo de la cerviz, me inclinaba y le daba de comer.

Se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas. No cederé al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín; que soy Dios, y no hombre; santo en medio de ti, y no enemigo a la puerta."

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 79
R/.Que brille tu rostro, Señor, y nos salve.
Pastor de Israel, escucha, / tú que te sientas sobre querubines, resplandece; / despierta tu poder y ven a salvarnos. R.

Dios de los ejércitos, vuélvete: / mira desde el cielo, fíjate, / ven a visitar tu viña, / la cepa que tu diestra plantó, / y que tú hiciste vigorosa. R.


SANTO EVANGELIO.
Mateo 10, 7-15
Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis
En aquel tiempo dijo Jesús a sus apóstoles: "Id y proclamad que el Reino de los cielos está cerca; curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis.

No llevéis en la faja oro, plata ni calderilla; ni tampoco alforja para el camino, ni otra túnica, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento. Cuando entréis en un pueblo o aldea, averiguad quién hay allí de confianza y quedaos en su casa hasta que os vayáis. Al entrar en una casa saludad; si la casa se lo merece, la paz que le deseáis vendrá a ella. Si no se lo merece, la paz volverá a vosotros. Si alguno no os recibe o no os escucha, al salir de su casa o del pueblo, sacudid el polvo de los pies. Os aseguro que el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y Gomorra que a aquel pueblo.

Palabra del Señor



Comentario de la Primera Lectura: Os 11,1-4.8c-9 8c-9: Se me revuelve el corazón

Este texto de Oseas figura entre los más importantes de todo el Primer Testamento en orden a la revelación de la naturaleza del Dios-Amor. Si en el capítulo 2 el símbolo-lenguaje que se nos revela es el de un Dios esposo, aquí cambia el registro. El amor de Dios es el de un padre tiernísimo que recuerda a su hijo los días lejanos en que, arrancándolo de la esclavitud de Egipto, lo llevó suavemente de la mano. El pueblo había ido continuamente por el camino de la idolatría, pero Dios estaba siempre para volver a coger en brazos, para expresarle su amor con los lazos de bondad que, tocando las fibras más secretas de la humana sed de ser amados, hubieran debido persuadirle sobre la fuerza, a fidelidad y la misericordia de este amor de Dios por el hombre. «La delicada interioridad del amor de Dios y, al mismo tiempo, su fuerza apasionada no han sido percibidas ni representadas por ningún otro profeta como por Oseas».

Existe en estos versículos una voluntad de salvación por parte de Dios que supera con mucho la indignación por el alienante ir a la deriva del hombre. Y todo el texto (en el cine vuelve bastantes veces el verbo judío que significa «amor») subraya la absoluta prioridad del amor de Dios al hombre. El amor del hombre a Dios, en la Biblia, viene después, y aparece aquí con una cierta vacilación, como para expresar la impotencia del «corazón incircunciso del «corazón endurecido que sólo cuando lo alcanza y penetra el Espíritu puede convertirse en «corazón de carne», capaz, por tanto, de amar a Dios y, en él, a los hermanos (cf. 36,26ss). 

Comentario del Salmo 79. Que brille tu rostro, Señor, y nos salve. 

Es un salmo de súplica colectiva. El pueblo dama a Dios a causa de una tragedia nacional, resultado de un conflicto internacional. Este salmo está relacionado con los salmos 78 y 79.

El estribillo que se repite en los versículos 4.8.20 divide este salmo en tres partes: 2-3; 5-7; 9-19. En la primera (2-3) el pueblo se dirige a Dios, al que invoca con la expresión «pastor de Israel pidiéndole que cuide de su rebaño, el reino del Norte (representado por José, Efraín, Benjamín y Manasés). Da la impresión de que Dios está dormido. Esta petición pretende despertarlo para que acuda a socorrer al pueblo. Tenemos aquí dos imágenes importantes: la del pastor con su rebaño y la imagen de la luz. Pedir que brille la luz de Dios significa pedirle que traiga su salvación. La imagen de la luz aparece en 2b y en el estribillo (4.8.20). Los querubines (2b) nos recuerdan el arca de la Alianza, signo visible de la presencia del Dios guerrero en medio del pueblo.

El estribillo, no siempre idéntico, pide que se restaure a quienes suplican, pues la situación del pueblo es de ruina y destrucción total. La expresión «Dios de los Ejércitos» (8.20) recuerda la imagen del Señor guerrero, comandante de los ejércitos de Israel en la defensa de la tierra y el mantenimiento de la justicia. Antes de que hubiera reyes, Dios era el jefe supremo de las fuerzas armadas de Israel.

La segunda parte (5-7) comienza con la preocupación típica en tiempos de catástrofe nacional: ¿Hasta cuándo va a durar esta situación? Esta circunstancia se vuelve aún más grave por el hecho de que esta desgracia se le atribuye a Dios, el pastor que ofrece a su rebaño un «plato de amargura». Es la imagen del banquete. Pero, a diferencia de lo que sucede en el salmo 23, el rebaño tiene aquí el llanto como alimento y las lágrimas como bebida (6). La situación se agrava ante el disfrute de los pueblos vecinos y enemigos (7; cf. Sal 79, Los pueblos vecinos disputan entre sí para ver quién se queda con Israel. Más tarde dirá Jesús que el pueblo está como «ovejas sin pastor».

El tercer bloque (9-19) tiene, a su vez, dos partes: 9-12 y 13- 19. El pueblo es comparado con una vid. En primer lugar, se mira hacia el pasado, que va desde la liberación de Egipto hasta inmediatamente antes de la catástrofe nacional que se vivió en los días en que surgió este salmo (9-12). El pueblo se dirige a Dios recordándole las hazañas que hizo en su favor en otro tiempo. En el conflicto con el faraón y con Egipto, el Señor se mostró extraordinario: arrancó al pueblo (la vid) de la esclavitud, la trasplantó a la tierra prometida, limpiando bien el terreno, esto es, expulsando a las naciones. El pueblo creció y se extendió (11- 12) hacia el Sur (las montañas), hacia el Norte (los cedros), hacia el Oeste (el mar) y hacia el Este (el río). Estos constituyen las fronteras del imperio de David signo de la bendición y de la protección divina.

Todo esto ha desaparecido. En segundo lugar (13-19), el pueblo pregunta perplejo: « ¿Por qué?» (13a). Dios ha derribado la cerca que la protegía y la vid ha quedado a merced de los viandantes, de los jabalíes y de las bestias (imágenes que designan a los enemigos), es decir, estamos ante un nuevo) conflicto, pero sin la presencia ni la protección de Dios. Se le pide a Dios que se vuelva (15-16), que contemple su viña cómo ha sido arrasada y quemada (17a) por la acción destructiva de los enemigos. Hay una petición en favor del jefe de Estado (18) y una promesa que aclara algo importante: no ha sido Dios quien ha abandonado su viña sino las ovejas las que se han apartado de su pastor, perdiendo la vida (19).

Este salmo es fruto de un conflicto internacional. El reino del Norte (José, Efraín, Benjamín y Manasés, 2-3) ha sido destruido a consecuencia de una invasión extranjera. Y Dios parece estar dormido. Los enemigos son «jabalíes», «viandantes», «bestias» (13-14), símbolos de violencia y de una destrucción despiadada. El pueblo de Dios se ha convertido en objeto de burla y de disputa entre los enemigos vecinos (7). No se habla ni de Jerusalén ni del templo (a diferencia del Sal 79). Esto nos lleva a pensar que el salmo surgió antes del exilio en Babilonia (586 a.C.) Existen diversas hipótesis acerca de lo que podría haber como transfondo de esta oración. La principal de ellas se refiere a la destrucción de Samaría, capital del reino del Norte, el 622 a.C., por obra de los ejércitos asirios.

En esta fecha desapareció definitivamente el reino del Norte. Este salmo, por tanto, habría nacido como clamor que implora la restauración ante la total destrucción de las tribus del Norte. El pueblo está en las fauces de las «bestias» extranjeras. Sólo el Señor de los Ejércitos puede hacer algo para cambiar su suerte.

La imagen del pastor es muy sugestiva. El pastor es el que saca el rebaño del aprisco y lo conduce hacia los pastizales. Esto es lo que Dios hizo en el pasado, cuando liberó a su pueblo del aprisco del Faraón (véase el comentario del salmo 23), guiando su rebaño hasta la Tierra Prometida. En cambio, el Señor es presentado aquí como un “mal pastor”, que ofrece un banquete indigesto a sus ovejas (compuesto de llanto y de lágrimas) y permite que el pueblo se convierta en víctima de las bestias devoradoras que han ocupado su tierra. Sin embargo, la esperanza en un Dios restaurador está presente en el estribillo (4.8.20). La fe y la confianza en el Dios liberador no han muerto. Se espera que siga siendo el aliado fiel y que repita, en el momento presente, las proezas del pasado. Esto explica el desconcierto del pueblo, cuando pregunta: «¿Por qué has derribado su cerca?” (13a), y su esperanza, cuando pide: “Dios de los Ejércitos, vuélvete... ¡Ven a visitar tu viña!” (15). La insistencia en el título «Dios de los Ejércitos» es importante para descubrir cómo es el rostro de Dios en este salmo. El Señor es presentado corno un guerrero que combate en favor de Israel, su compañero de alianza, en la defensa de la Tierra Prometida y en la instauración de la justicia.

Las imágenes del Dios pastor (2-3) y agricultor (916) están tomadas del ámbito rural, de la vida en la tierra. Por medio de ellas, descubrimos que el Dios de este salmo está comprometido con la defensa y la posesión de la tierra. Es el Dios aliado, representado en el arca de la Alianza, sobre el que se encuentran los querubines (2b), que tiene las manos y los pies ocupados en la defensa de una tierra para su pueblo.

En la imagen de la viña, llama la atención la estrecha vinculación que existe entre Dios y su pueblo, lo que indica que están unidos por una alianza. La vid es propiedad del Señor; le pertenece de manera exclusiva. Atentar contra ella supone, por tanto, provocar la intervención del Dios guerrero, del Dios que hace justicia.

El tema del pastor resuena en las palabras y en las acciones de Jesús (Jn 10), así como el motivo de la vid, que desarrollan con amplitud Jn 15, Mt 21,33-44 y Mc 12,1-12. Jesús pastor tiene compasión del pueblo que carece de líderes justos y le ofrece el banquete de la vida (Mc 6,30-44).

Por tratarse de un salmo de súplica colectiva, conviene rezarlo en compañía de otras personas, reuniendo todos los clamores, explícitos u ocultos, de nuestros días. Es un salmo para rezar cuando el pueblo se alimenta de llanto y tiene que beber de sus lágrimas; cuando es devastado y devorado por «jabalíes» y «bestias»; cuando sentimos la necesidad de ser «restaurados»; cuando queremos que Dios vuelva a hacer brillar su rostro sobre nosotros...

Comentario del santo Evangelio: Mt 10, 7-15. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis.

El texto retoma el anuncio: «El Reino de Dios está cerca». Tanto Juan el Bautista (Mt 3,2) como Jesús (4,17) lo proclamaron desde el principio. El que cree que el Reino es el Señor y se convierte, viviendo como él quiere, se convierte en «signo» de su presencia y, como dice inmediatamente después el texto, puede realizar curaciones, volver a dar la vida, tomar posición contra Satanás y sus estrategias de mal (v. 8). Lo que importa es la conciencia de estar inundados de continuo por energías divinas: la gracia que nosotros no hemos merecido, pero que Jesús la mereció por nosotros con su pasión, muerte y resurrección. Esta absoluta gratuidad es la apuesta de la persona que cree y de la comunidad edificada sobre el Evangelio. Puesto que gratuitamente recibimos todo de Dios, podemos proyectar nuestra existencia a través del don de la gratuidad. Aun viviendo en una sociedad y en sus estructuras, se hace posible así tomar distancia respecto a lo que, en estas estructuras, da un carácter absoluto al valor del dinero, de la ropa, de cualquier otro bien material.

También el discípulo trabaja en este mundo y sabe que tiene derecho al alimento (v. 10; cf. Lc 10,7), a la recompensa, pero se contenta con lo necesario. El excedente de la ganancia no es, por tanto, para ser acumulado, sino para la gratuidad del don. El evangelizador se quedará en casa de quien sea digno de recibirlo (v. 11). Y quien pida ser hospedado llevará, como signo distintivo, la paz. Precisamente esta paz mesiánica (Lc 10,5 recoge el saludo con el que han de anunciarse: «La paz esté con vosotros» será el signo distintivo. Quien la acoge, acoge en el hermano el Reino de Dios y todas sus promesas de bendición. Quien no la acoge, se excluye de todo esto. Por eso tiene sentido «sacudirse el polvo», gesto que hacían los que, al entrar en Israel, dejaban detrás la tierra de los infieles. Del mismo modo que Sodoma y Gomorra, que se hundieron por no haber acogido a los enviados de Dios (cf.: Gn 1 9,24ss), así también se hundirá quien no acoja al hermano y, por tanto, el Reino.

La vida, sobre todo en nuestros días, está repleta de tensiones y de atosigamientos que tienden a triturar las jornadas, a disipar y a empobrecer el espíritu. ¿El antídoto? Percibirme, precisamente hoy —no mañana, ni pasado mañana—, en mi debilidad, como el niño que el tiernísimo Abbá del cielo alza hasta sus mejillas con una fuerza y una ternura infinitas. Creo, estoy seguro por la fe, que él me saca de los diferentes Egiptos que son las distintas esclavitudes en que se ha enredado mi “obrar”, un “obrar” frenético sin acordarme de Dios.

El drama de muchos cristianos es realizar sólo intelectualmente que el Señor cuida de nosotros. De ahí el desaliento, el sentido de angustia e incluso de traición cuando tropiezan con la prueba, con el dolor, con las dificultades de la vida. Ahora bien, el hecho de que Dios sea “Dios y no hombre” si lo creo hasta el fondo en mi corazón, pacifica y ordena la existencia de raíz. De esta certeza de que hay un Dios, cuya identidad es amor (cf. 1 Jn 4,16), que nos ama y se preocupa por nosotros, brota ese estilo del que habla Jesús en el evangelio. Soy amado gratuitamente, me siento colmado de diligentes cuidados. En consecuencia, el lema de la gratuidad es mi referencia a los hermanos, anunciando precisamente ese Reino de Dios que es la luz, el sentido y la alegría de mi vivir Esta riqueza, absolutamente gratuita, es la que estoy llamado a entregar Y, precisamente dentro de este círculo de gratuidad, vivir se convierte en el aliento de la gran expectativa: «Vuelve raudo, Señor, como la luz difundida sobre la ola, que brilla con destellos inesperados».

Comentario del Santo Evangelio: Mt 10, 7-15, para nuestros Mayores. Normas para la misión 

Los discípulos de Jesús deben continuar la obra del Maestro. Deben anunciar la presencia del Reino. El poder hacer milagros de curación debe ser el argumento de la verdad de lo que anuncian: la presencia del reino de Dios. Tanto la predicación de los discípulos como sus obras deben anunciar la proximidad del reinado de Dios. El anuncio del Reino, la invocación de Dios como rey, hace presente el Reino.

Este contenido de la predicación de los discípulos se halla expresado en nuestra sección en las afirmaciones, relativas a la paz. El deseo de paz era el saludo habitual entre los judíos pero aquí es algo más. La paz está descrita con el mismo grado de eficacia que la palabra de Dios: si Dios manda algo, esto se realiza; si pronuncia una palabra, no vuelve a él vacía (Is 45, 23; 55, 11). Donde se desea la paz, realiza aquello que se ha pedido. Se trata, pues, de la paz que equivale al reino de Dios. La paz eterna, la de Dios, la plena armonía entre Dios y el hombre, entre el hombre ye hombre… la reconciliación, todo esto se hizo realidad en la presencia de Cristo (Mc 5, 34; ROM 5, 1; Ef. 2, 14: Cristo nuestra paz). Por eso el anuncio de la paz es el anuncio de Cristo y de todo lo que él significa para el hombre. Una paz que permanecerá entre los dignos y que se ausentará de los indignos.

Esta personificación de la paz pone de relieve la doble actitud ante la palabra paz de Dios: actitud de aceptación o de rechazo. No se trata de ninguna clase de maldición. Sencillamente la paz no se queda con aquéllos que la rechazan. Lo que el Antiguo Testamento bahía dicho del Mesías, que sería el príncipe de la paz (Is 9, 5), se dice ahora utilizando únicamente la palabra del saludo normal, sólo que con mayor profundidad de sentido.

Sacudid el polvo de vuestras sandalias. La frase tampoco significa ninguna clase de maldición. Simboliza sencillamente la exclusión del Reino de aquéllos que se han excluido de él mediante el rechazo de la paz ofrecida: no tendrán parte en el Reino. Este gesto de sacudir el polvo de las sandalias era corriente cuando un judío regresaba a la patria: se sacudía el polvo de los pies para indicar que los gentiles no tenían parte en el destino del pueblo elegido, en la posesión de la tierra prometida. Pero este gesto tiene en las palabras de Jesús un significado más trascendente: la actitud de rechazo de la palabra de Dios, de la paz, tiene como consecuencia inevitable la palabra «condenación», exclusión definitiva del Reino, una suerte peor que la de Sodoma y Gomorra.

Las normas de absoluta privación que son impuestas a los discípulos: no llevéis ni oro, ni plata, ni sandalias, ni bastón… parecen absolutamente inviables. ¿Realmente se les pedía eso? Estas exigencias parecen estar tomadas de las normas establecidas para asistir a dar culto a Dios en el templo: «que nadie entre en el templo con bastón, zapatos, ni con la bolsa del dinero Partiendo de esta norma judía se diría simplemente que los discípulos, en la realización de su tarea evangelizadora, se hallan ante Dios (como en el templo) y deben conducirse como estando en la presencia de Dios, sabiendo que el éxito de la misión depende de Dios. Diríamos que se manda a los discípulos ir «desarmados» para poner de relieve que se trata de la obra de Dios, del anuncio de su palabra, no de una obra humana. Como normas de absoluto ascetismo resultan inexplicables, ¿cómo puede un hombre marchar sin sandalias o sin bastón por el desierto...?

Finalmente, los discípulos son presentados como obreros enviados a la viña del Señor. Son, por tanto, dignos de su salario. El Nuevo Testamento repite en otras ocasiones estas palabras de Jesús (1Cor 9, 14; 1Tim 5, 18). San Pablo, que cita las palabras de Jesús, renunció a este privilegio (1cor 9, 12; 1Tes 2, 9; 2Tes 3, 7-80...) para tener mayor libertad en la evangelización y poder contestar adecuadamente a posibles correligionarios judíos. El se gloria de haberse ganado la vida con el trabajo de sus manos.

Comentario del Santo Evangelio: Mt 10, 7-15, de Joven para Joven. Predicad que el reino de los cielos esté cerca.

El pueblo de Israel es preelegido por Dios, que lo protege y le ofrece su ayuda en muchas ocasiones y de muchas formas. Y, sin embargo, aparentemente, la historia de este pueblo no es distinta de la de tantos otros pueblos; más aún, está marcada por sucesos particularmente trágicos, como deportaciones y ocupaciones por parte de ejércitos extranjeros.

Según san Pablo, Israel es como las demás naciones en todo, con la diferencia de que los judíos Dios le había dado esperanza en su promesa (Ef. 2, 1). Por la esperanza en la promesa, el pueblo de Israel permanece unido, sin mezclarse con los demás pueblos.

También el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, ha vivido y vive en su historia acontecimientos trágicos y grandes fracasos, pero ha vivido y vive por aquella promesa: “Este Jesús, que os ha sido arrebatado al cielo, vendrá de la misma manera que le acabáis de ver subir allá” (Hch 1, 11). Por eso, los primeros cristianos oraban: «Marana tha, ven, Señor Jesús» (Ap 22, 17.20; 1 Co 16,22). En la actualidad es una oración olvidada y por eso, en la última reforma litúrgica en el canon de la misa se añade la frase: “Mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvad Jesucristo”. Sin esperanza no hay vida y sin la esperanza del encuentro con el Salvador no habría vida eterna.

Curad enfermos, resucitad muertos. Un sacerdote bromeaba con un médico: ¡Vosotros, médicos, decís que curáis a los enfermos! ¡Deberíais confesar a cuantos habéis enterrado ya! El médico respondió: Y entonces, ¿vosotros los sacerdotes? Habéis recibido de Cristo el poder de curar a los enfermos y de resucitar a los muertos, ¡pero los acompañáis a todos al cementerio! El sacerdote se defendió: ¡Nosotros los acompañamos a la tumba para que la tierra cure todas sus enfermedades y puedan resucitar sanos y salvos!

En estas bromas se esconde, en realidad, una profunda verdad dogmática. Los apóstoles y sus sucesores han recibido de Cristo poder sobre las enfermedades y sobre la muerte y el poder de perdonar lo que es su primera causa, el pecado. De hecho, con frecuencia, los santos curaban enfermos con la oración y se han testimoniado de casos de resurrección. Las promesas hechas por Dios tienen carácter escatológico. En el tiempo presente, su cumplimiento es sólo parcial, pero no quiere decir que su realización sea lejana. El tiempo que medimos con el reloj es un momento. Para Dios: la eternidad divina el reino de Dios está realmente cerca, cuando el Padre seque las enfermedades y la muerte sea vencida para siempre.

El saludo que se recomienda aquí era habitual en aquel ambiente, con el conocido Salem aleicum de los árabes. Nosotros lo utilizamos sólo en la liturgia, donde lo sustituimos con frecuencia por «El Señor esté con vosotros». Para los romanos, el término «paz» era sinónimo de orden en los territorios del Imperio y, en la misma acepción, lo usamos con frecuencia en las cosas de todos los días. Por ejemplo, referido a un viaje es el deseo de encontrar el menor número posible de dificultades, trenes en hora y buena compañía.

Sin embargo, la expresión hebrea «shalom» no significa tanto un orden externo cuanto una buena relación con los demás. Los apóstoles son enviados a restablecer una buena relación con Dios entre todos los hombres de buena voluntad. Pero no deben sorprenderse si esta paz no es ni acogida ni apreciada por algunos: la paz de Dios volverá a él es decir, su propia relación con Dios y con los hombres de buena voluntad no sufrirá daño alguno.

Quien regala no se empobrece si la persona a quien se regala rechaza su don: por el contrario, su amor se hará más puro y más parecido al de Dios.

Reflexión Espiritual para este día. 

Sólo a ti desea mi alma, Señor No puedo olvidar tu mirada serena y apacible. Y te suplico con lágrimas: ven, haz morada en mí y purifícame de mis pecados. Estás viendo, Señor, desde lo alto de tu gloria, cómo se consume mi alma por tu causa. No me abandones, escucha a tu siervo. Te grito como el profeta David: «Ten piedad de mí, oh Dios, por tu gran misericordia»

Elevación Espiritual para el día.

Libre significa: alegre y afectuosamente, sin temor y de modo abierto, dando gratuitamente lo que hemos recibido de manera gratuita, sin aceptar compensaciones, premias o gratitud.

La alegría debería ser uno de los aspectos principales de nuestra vida religiosa. Quien da con alegría da mucho. La alegría es el signo distintivo de una persona generosa y mortificada que, olvidándose de todas las cosas y hasta de sí misma, busca complacer a Dios en todo lo que hace por los hermanos. A menudo es un manto que esconde una vida de sacrificio, de continua unión con Dios, de fervor y de generosidad.

«Que habite la alegría en vosotros», dice Jesús. ¿Qué es esta alegría de Jesús? Es el resultado de su continua unión con Dios cumpliendo la voluntad del Padre. Esa alegría es el fruto de la unión con Dios, de una vida en la presencia de Dios. Vivir en la presencia de Dios nos llena de alegría. Dios es alegría. Para darnos esa alegría se hizo hombre Jesús. María fue la primera en recibir a Jesús: «Exulto mi espíritu en Dios mi salvador». El niño saltó de alegría en el seno de Isabel porque María le llevaba a Jesús. En Belén, todos estaban llenos de alegría: los pastores, los ángeles, los reyes magos, José y María. La alegría era también el signo característico de los primeros cristianos. Durante la persecución, se buscaba a los que tenían esta alegría radiante en el rostro. A partir de esta particular alegría veían quiénes eran los cristianos y así los perseguían.

San Pablo, cuyo celo intentamos imitar, era un apóstol de la alegría. Exhortaba a los primeros cristianos a que «se alegraran siempre en el Señor». Toda la vida de Pablo puede ser resumida en una frase: «Pertenezco a Cristo. Nada puede separarme del amor de Cristo, ni el sufrimiento, ni la persecución, nada. Ya no soy ya quien vivo, sino Cristo quien vive en mí». Esa es la razón de que san Pablo estuviera tan lleno de alegría. 

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Oseas 11, 1; 3-4, 8-9. ¿Les voy a castigar?

Palabra del Señor. Cuando Israel era niño, yo le amé. Y de Egipto llamé a mi hijo.
No, Dios no se resigna a castigar.
A pesar de que, desde hace tres días, hemos oído cuán deplorable e infiel ha sido el pueblo de Israel.
Pero, qué queréis, cuando se es «padre» o «madre» los fracasos aparentes no pueden apagar el amor, la «hesed», el afecto visceral a los que se ha puesto en el mundo.
Yo enseñé a mi hijo a caminar, tomándole por los brazos. Y ellos no comprendieron que yo les ayudaba. Ni en el mismo evangelio se encuentran acentos tan concretos para revelar la paternidad de Dios. Aquí el profeta encuentra, en su propia experiencia de padre, unas imágenes inolvidables.
Evoco a unos padres jóvenes tratando de suscitar los primeros pasos de su pequeñín, sosteniéndole justo lo suficiente para salvar una caída, y animándole para que se lance solo a dar unos pasos.
Así es Dios con nosotros.
Le atraía benévolamente con lazos de ternura.
Otra imagen: el niño delicadamente sujeto a unas bandas de tela suave y resistente, para que empiece a hacer sus propias experiencias, sin riesgo de hacerse demasiado daño.
Como los que levantan a un niño contra su mejilla, así era yo para él. Me inclinaba hacia él y le daba de comer.
Otras dos imágenes.
Cuando contemplo escenas semejantes en familia, veo una imagen de Dios.
Cuando acaricio un pequeño, le estoy revelando el amor mismo de Dios. Y la primera catequesis es ésta:
en nuestros gestos de amor, hacer entrever al Amor. Ruego por los padres y madres de la tierra, por tantos hombres y mujeres a quienes esos gestos «divinos» son tan naturales... a fin de que descubran algo de Ti, Señor, en las realidades de su vida familiar.
Pero han rehusado volver a mí...: ¿les voy a castigar? Cuán conmovedor es el dolor de ese padre que tanto ha hecho por sus hijos, y los ve alejarse de él.
¡Cuántos padres, hoy, reviven ese drama de Dios, en las preocupaciones que les dan sus hijos adolescentes!
Ruego por esos padres de corazón destrozado. Trato de imaginar que también yo puedo «hacer sufrir» a Dios de ese modo, por mis infidelidades.
¡No! Mi corazón está trastornado y se estremecen mis entrañas. No obraré según el ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Israel, porque soy Dios, no hombre; en medio de vosotros soy el Dios santo, y no vengo para exterminar.
A varios siglos de distancia, es éste el mismo mensaje ardiente de Jesús «Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo.» (Juan 3, 17)
La transcendencia de Dios, su Santidad, se expresa no en lo absoluto de la justicia aterradora, sino en lo absoluto de la misericordia. Mientras que el hombre tiene tendencia a dejarse llevar por la venganza, por la cólera, Dios, afirma:
« ¡Yo soy Dios, no un hombre!» Es mejor que nosotros.

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