9 de julio de 2010, MES DEDICADO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. VIERNES. XIV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO.(CIiclo C) 2ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO DE CHIQUINQUIRÁ. SAN AGUSTÍN ZHAO RONG, presbítero y comp. mars. Memoria Libre. SS. Juan de Colonia pb y comp mres, Verónica Giuliani ab.
LITURGIA DE LA PALABRA
Os 14, 2-10: No volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos
Salmo 50: Mi boca proclamará tu alabanza, Señor
Mt 10, 16-23: Yo los envío
Los discípulos no esperan nada mejor que los profetas que proclamaron el mensaje de Dios en el pasado, son advertidos de que serán entregados a los consejos disciplinares de las sinagogas locales y azotados como castigo por quebrantar las tradiciones legales o animar a otros a hacerlo. Su proclamación de que el reino esta abierto a todo el que lo busca debía ser considerado por los fariseos y escribas como un tirar por tierra la disciplina de la ley. Como su maestro, los discípulos vivirán en la práctica la persecución. La mención de gobernadores y reyes hace referencia, en términos generales y seguros a las autoridades oficiales de aquel tiempo, el pasaje prevé rupturas en todos los planos de la sociedad, incluida la familia. Esta situación es perfectamente concebible en la primera misión de los doce, pero refleja más aun la difícil situación que comporta la misión. Los discípulos serán odiados por mi causa dice Jesús hasta el punto de ser excluidos, detenidos, encarcelados y finalmente ejecutados. Tal visión presupone que Jesús también ha sido tratado de este modo.
Este pasaje es una fuerte invitación a permanecer fieles a la misión encomendada por Jesús, hoy ciertamente la Iglesia en general vive un contexto diferente a la comunidad de Mateo donde se percibe a través de este pasaje una encarnada persecución de parte de los judíos. Cada seguidor de Jesús debe ser conocedor de las dificultades que comporta el anuncio del evangelio en cada pueblo y en cada cultura, sin embargo esos obstáculos deben ser vencidos porque la misión esta en el proyecto de Dios y el hará posible que ella continué a través de nuestra palabra y nuestro testimonio.
PRIMERA LECTURA.
Oseas 14, 2-10
No volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos
Así dice el Señor: "Israel, conviértete al Señor Dios tuyo, porque tropezaste por tu pecado. Preparad vuestro discurso, volved al Señor y decidle: "Perdona del todo la iniquidad, recibe-benévolo el sacrificio de nuestros labios. No nos salvará Asiria, no montaremos a caballo, no volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos. En ti encuentra piedad el huérfano."
Yo curaré sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan, mi cólera se apartará de ellos. Seré para Israel como rocío, florecerá como azucena, arraigará como el Líbano. Brotarán sus vástagos, será su esplendor como un olivo, su aroma como el Líbano.
Vuelven a descansar a su sombra: harán brotar el trigo, florecerán como la viña; será su fama como la del vino del Líbano. Efraín, ¿qué te importan los ídolos? Yo le respondo y le miro: yo soy como un ciprés frondoso: de mí proceden tus frutos. ¿Quién es el sabio que lo comprenda, el prudente que lo entienda? Rectos son los caminos del Señor: los justos andan por ellos, los pecadores tropiezan en ellos."
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 50
R/.Mi boca proclamará tu alabanza, Señor.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad, / por tu inmensa compasión borra mi culpa; / lava del todo mi delito, / limpia mi pecado. R.
Te gusta un corazón sincero, / y en mi interior me inculcas sabiduría. / Rocíame con el hisopo: quedaré limpio; / lávame: quedaré más blanco que la nieve. R.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro, / renuévame por dentro con espíritu firme; / no me arrojes lejos de tu rostro, / no me quites tu santo espíritu. R.
Devuélveme la alegría de tu salvación, / afiánzame con espíritu generoso. / Señor, me abrirás los labios, / y mi boca proclamará tu alabanza. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 10, 16-23
No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre
En aquel tiempo dijo Jesús a sus apóstoles: "Mirad que os mando como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas. Pero no os fiéis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis; en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.
Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres y los matarán. Todos os odiarán por mi nombre: el que persevere hasta el final, se salvará. Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra. Creedme, no terminaréis con las ciudades de Israel antes de que vuelva el Hijo del hombre".
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA
Os 14, 2-10: No volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos
Salmo 50: Mi boca proclamará tu alabanza, Señor
Mt 10, 16-23: Yo los envío
Los discípulos no esperan nada mejor que los profetas que proclamaron el mensaje de Dios en el pasado, son advertidos de que serán entregados a los consejos disciplinares de las sinagogas locales y azotados como castigo por quebrantar las tradiciones legales o animar a otros a hacerlo. Su proclamación de que el reino esta abierto a todo el que lo busca debía ser considerado por los fariseos y escribas como un tirar por tierra la disciplina de la ley. Como su maestro, los discípulos vivirán en la práctica la persecución. La mención de gobernadores y reyes hace referencia, en términos generales y seguros a las autoridades oficiales de aquel tiempo, el pasaje prevé rupturas en todos los planos de la sociedad, incluida la familia. Esta situación es perfectamente concebible en la primera misión de los doce, pero refleja más aun la difícil situación que comporta la misión. Los discípulos serán odiados por mi causa dice Jesús hasta el punto de ser excluidos, detenidos, encarcelados y finalmente ejecutados. Tal visión presupone que Jesús también ha sido tratado de este modo.
Este pasaje es una fuerte invitación a permanecer fieles a la misión encomendada por Jesús, hoy ciertamente la Iglesia en general vive un contexto diferente a la comunidad de Mateo donde se percibe a través de este pasaje una encarnada persecución de parte de los judíos. Cada seguidor de Jesús debe ser conocedor de las dificultades que comporta el anuncio del evangelio en cada pueblo y en cada cultura, sin embargo esos obstáculos deben ser vencidos porque la misión esta en el proyecto de Dios y el hará posible que ella continué a través de nuestra palabra y nuestro testimonio.
PRIMERA LECTURA.
Oseas 14, 2-10
No volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos
Así dice el Señor: "Israel, conviértete al Señor Dios tuyo, porque tropezaste por tu pecado. Preparad vuestro discurso, volved al Señor y decidle: "Perdona del todo la iniquidad, recibe-benévolo el sacrificio de nuestros labios. No nos salvará Asiria, no montaremos a caballo, no volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos. En ti encuentra piedad el huérfano."
Yo curaré sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan, mi cólera se apartará de ellos. Seré para Israel como rocío, florecerá como azucena, arraigará como el Líbano. Brotarán sus vástagos, será su esplendor como un olivo, su aroma como el Líbano.
Vuelven a descansar a su sombra: harán brotar el trigo, florecerán como la viña; será su fama como la del vino del Líbano. Efraín, ¿qué te importan los ídolos? Yo le respondo y le miro: yo soy como un ciprés frondoso: de mí proceden tus frutos. ¿Quién es el sabio que lo comprenda, el prudente que lo entienda? Rectos son los caminos del Señor: los justos andan por ellos, los pecadores tropiezan en ellos."
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 50
R/.Mi boca proclamará tu alabanza, Señor.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad, / por tu inmensa compasión borra mi culpa; / lava del todo mi delito, / limpia mi pecado. R.
Te gusta un corazón sincero, / y en mi interior me inculcas sabiduría. / Rocíame con el hisopo: quedaré limpio; / lávame: quedaré más blanco que la nieve. R.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro, / renuévame por dentro con espíritu firme; / no me arrojes lejos de tu rostro, / no me quites tu santo espíritu. R.
Devuélveme la alegría de tu salvación, / afiánzame con espíritu generoso. / Señor, me abrirás los labios, / y mi boca proclamará tu alabanza. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 10, 16-23
No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre
En aquel tiempo dijo Jesús a sus apóstoles: "Mirad que os mando como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas. Pero no os fiéis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis; en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.
Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres y los matarán. Todos os odiarán por mi nombre: el que persevere hasta el final, se salvará. Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra. Creedme, no terminaréis con las ciudades de Israel antes de que vuelva el Hijo del hombre".
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera Lectura: Os 14, 2-10. No volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos
Es el último vaticinio de Oseas, admirable tanto por el contenido como por el arrebato lírico-afectivo. El profeta proclama una vez más el amor apasionado de Dios por Israel, expresando, en primer lugar, la invitación a volver al Señor con conciencia del propio pecado (vv. 2ss). Se trata, en sustancia, de la llamada repetida por otros profetas para que Israel se muestre, esencialmente, cónsone con el espíritu de la alianza (cf. Am 5,2 1-24; Is 1,10-17; Miq 6,6-8; Sal 50,8-21; 51,18ss). En respuesta al compromiso penitencial del pueblo, que se entrega a Yavé persuadido ahora de la inutilidad y del daño de cualquier recurso a las potencias extranjeras (Asiria) y de toda confianza ilusoria en las propias iniciativas al margen de Dios (v. 4), en respuesta a esto, decíamos, el Señor mismo saldrá garante de un futuro de esperanza para el pueblo (v. 5).
El punto decisivo de la perícopa reside en el despliegue de unas imágenes bellísimas de la naturaleza: Dios se compara con el rocío, que vivifica lo que era árido. De esta suerte, el pueblo vuelve a tener la lozanía de la flor del lirio. Se parte de la magnificencia del próvido olivo y de la fragancia del Líbano, cuyos cedros difunden perfume, para expresar el reflorecimiento de Israel en cuanto acepta volver al Señor (vv. 6ss). Pero, a continuación, se compara al Señor mismo con un árbol a cuya sombra descansará la gente, sacando nuevas fuerzas para hacer florecer, como la vid, toda la nación (v. 8). Dios es, para un Israel renovado por completo, alguien que vigila y escucha. Es como el ciprés, el árbol firme, fuerte, perennemente verde: metáfora de la omnipotencia de Dios, que permite a Israel dar frutos todavía (v. 9). El v. 10 cierra la perícopa confiando a los sabios la comprensión de todos los vaticinios. Para el autor de esta expresión conclusiva (que tal vez no es Oseas), la sabiduría es caminar con rectitud por los caminos del Señor.
Comentario del Salmo 50. Mi boca proclamará tu alabanza, Señor
Es un salmo de súplica individual. El salmista está viviendo un drama que consiste en la profunda toma de conciencia de la propia miseria y de los propios pecados; es plenamente consciente de la gravedad de su culpa, con la que ha roto la Alianza con Dios. Por eso suplica. Son muchas las peticiones que presenta, pero todas giran en torno a la primera de ellas: “¡Ten piedad de mí, Oh Dios, por tu amor!” (3a).
Tal como se encuentra en la actualidad, este salmo está fuertemente unido al anterior (Sal 50). Funciona corno respuesta a la acusación que el Señor hace contra su pueblo. En el salmo 50, Dios acusaba pero, en lugar de dictar la sentencia, quedaba aguardando la conversión del pueblo. El salmo 51 es la respuesta que esperaba el Señor: «Un corazón contrito y humillado tú no lo desprecias» (19h). Pero con anterioridad, este salmo existió de forma independiente, como oración de una persona.
Tiene tres partes: 3-11; 12-19; 20-21. En la primera tenemos una riada de términos o expresiones relacionados con el pecado y la transgresión. Estos son algunos ejemplos: «culpa» (3), «injusticia» y «pecado» (4), «culpa» y «pecado» (5), «lo que es malo» (6), «culpa» y «pecador» (7), «pecados» y «culpa» (11). La persona que compuso esta oración compara su pecado con dos cosas: con una mancha que Dios tiene que lavar (9); y con una culpa (una deuda o una cuenta pendiente) que tiene que cancelar (11). En el caso de que Dios escuche estas súplicas, el resultado será el siguiente: la persona «lavada» quedará más blanca que la nieve (9) y libre de cualquier deuda u obligación de pago (parece que el autor no está pensando en sacrificios de acción de gracias). En esta primera parte, el pecado es una especie de obsesión: el pecador lo tiene siempre presente (5), impide que sus oídos escuchen el gozo y la alegría (10a); el pecador se siente aplastado, como si tuviera los huesos triturados a causa de su pecado (10b). En el salmista no se aprecia el menor atisbo de respuesta declarándose inocente, no intenta justificar nada de lo que ha hecho mal. Es plenamente consciente de su error, y por eso implora misericordia. El centro de la primera parte es la declaración de la justicia e inocencia de Dios:» Pero tú eres justo cuando hablas, y en el juicio, resultarás inocente» (6b). Para el pecador no hay nada más que la conciencia de su compromiso radical con el pecado: «Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre» (7).
Si en la primera parte nos encontrábamos en el reino del pecado, en la segunda (12-19) entramos en el del perdón y de la gracia. En la primera, el salmista exponía su miseria; en la segunda, cree en la riqueza de la misericordia divina. Pide una especie de «nueva creación» (12), a partir de la gracia. ¿En qué consiste esta renovación total? En un corazón puro y un espíritu firme (12). Para el pueblo de la Biblia, el «corazón» se identifica con la conciencia misma de la persona. Y el “espíritu firme” consiste en la predisposición para iniciar un nuevo camino.
Creada nuevamente por Dios, esta persona empieza a anunciar buenas noticias: «Enseñaré a los culpables tus caminos, y los pecadores volverán a ti» (15). ¿Por qué? Porque sólo puede hablar adecuadamente del perdón de Dios quien, de hecho, se siente perdonado por él. Hacia el final de esta parte, el salmista invoca la protección divina contra la violencia (16) y se abre a una alabanza incesante (17). En ocasiones, las personas que habían sido perdonadas se dirigían al templo para ofrecer sacrificios. Este salmista reconoce que el verdadero sacrificio agradable a Dios es un espíritu contrito (18-19).
La tercera parte (20-21) es, ciertamente, un añadido posterior. Después del exilio en Babilonia, hubo gente a quien resultó chocante la libertad con que se expresaba este salmista. Entonces se añadió este final, alterando la belleza del salmo. Aquí se pide que se reconstruyan las murallas de Sión (Jerusalén) y que el Señor vuelva nuevamente a aceptar los sacrificios rituales, ofrendas perfectas y holocaustos, y que sobre su altar se inmolen novillos. En esta época, debe de haber sido cuando el salmo 51 empezó a entenderse como repuesta a las acusaciones que Dios dirige a su pueblo en el salmo 50.
Este salmo es fruto de un conflicto o drama vivido por la persona que había pecado. Esta llega a lo más hondo de la miseria humana a causa de la culpa, toma conciencia de la gravedad de lo que ha hecho, rompiendo su compromiso con el Dios de la Alianza (6) y, por ello, pide perdón. En las dos primeras partes, esboza dos retratos: el del pecador (3-11) y el del Dios misericordioso, capaz de volver a crear al ser humano desde el perdón (12-19). También aparece, en segundo plano, un conflicto a propósito de las ceremonias del templo. Si se quiere ser riguroso, esta persona tenía que pedir perdón mediante el sacrificio de un animal. Sin embargo, descubre la profundidad de la gracia de Dios, que no quiere sacrificios, sino que acepta un corazón contrito y humillado (19).
Se trata, una vez más, del Dios de la Alianza, La expresión «contra ti, contra ti solo pequé» (6a) no quiere decir que esta persona no haya ofendido al prójimo. Su pecado consiste en haber cometido una injusticia (4a). Esta expresión quiere decir que la injusticia cometida contra un semejante es un pecado contra Dios y una violación de la Alianza. El salmista, pues, tiene una aguda conciencia (le la transgresión que ha cometido. Pero mayor que su pecado es la confianza en el Dios que perdona. Mayor que su injusticia es la gracia de su compañero fiel en la Alianza. Lo que el ser humano no es capaz de hacer (saldar la deuda que tiene con Dios), Dios lo concede gratuitamente cuando perdona.
El tema de la súplica está presente en la vida de Jesús (ya hemos tenido ocasión de comprobarlo a propósito de otros salmos de súplica individual). La cuestión del perdón ilimitado de Dios aparece con intensidad, por ejemplo, en el capítulo 18 de Mateo, en las parábolas de la misericordia (Lc 15) y en los episodios en los que Jesús perdona y «recrea» a las personas (por ejemplo, Jn 8,1-11; Lc 7,36-50, etc).
El motivo «lavar» resuena en la curación del ciego de nacimiento (Jn 9,7); el «purifícame» indica hacia toda la actividad de Jesús, que cura leprosos, enfermos, etc.
La cuestión de la «conciencia de los pecados» aparece de diversas maneras. Aquí, tal vez, convenga recordar lo que Jesús les dijo a los fariseos que creían ver: «Si fueseis ciegos, no tendríais culpa; pero como decís que veis, seguís en pecado» (Jn 9,41). En este mismo sentido, se puede recordar lo que Jesús dijo a los líderes religiosos de su tiempo: «Si no creyereis que “yo soy el que soy”, moriréis en vuestros pecados» (Jn 8,24).
Este salmo es una súplica individual y se presta para ello. Conviene rezarlo cuando nos sentimos abrumados por nuestras culpas o «manchados» ante Dios y la gente o “en deuda” con ellos; cuando queremos que el perdón divino nos cree de nuevo, ilumine nuestra conciencia y nos dé nuevas fuerzas para el camino...
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 10,16-23. No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre.
La perícopa está penetrada toda ella por la fuerza dramática, aunque salvífica, de la pertenencia a Cristo. El «he aquí» inicial introduce esta nueva enseñanza sobre la misión. Se trata de trillar los caminos de la mansedumbre y de la no violencia, aun siendo conscientes de estar rodeados por un mundo feroz y agresivo.
La imagen de las ovejas asimila al evangelizador con el Cordero «que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29): aquel que cargó con nuestras iniquidades y nuestros dolores (cf. Is 59,11), para realizar el proyecto de un Dios que quiere que todos los hombres se salven (cf. 1 Tim 2,4). La mansedumbre y la no violencia del evangelizador no son nunca, sin embargo, debilidad, ni simpleza ni, menos aún, masoquismo. Se trata de vivir dos virtudes que parecen, aunque no lo son, opuestas: la prudencia de la serpiente, como ejercicio de una inteligencia vigilante, realista y crítica, que se sustrae al engaño, y la sencillez de la paloma, como ejercicio del proceder limpio y confiado, propio de quien sabe que está en las manos de un Padre omnipotente y bueno.
La exhortación a llevar cuidado con los hombres (cuando se trate de «lobos» dispuestos a tramar perfidias) cae, por tanto, de la parte de la prudencia; la exhortación a no preocuparse por lo que haya que decir, poniendo más bien toda la confianza en el Espíritu del Padre, que se ocupará de inspirar lo que haya que decir, cae, en cambio, de la parte de la sencillez. La perspectiva de lo que tendrá lugar antes del triunfo definitivo de Cristo no es una perspectiva rosa: el mal es engendrador de mal y agita las mismas relaciones familiares, llegando hasta las raíces de la vida (v. 21), pero quien soporte ser odiado (no a causa de sus propias fechorías, sino de Cristo soberanamente amado y seguido: v. 22) será salvo.
Se trata, en definitiva, de perseverar en el obrar contra el mal, aunque intentando huir de los perseguidores (v. 23), con la certeza en el corazón de que, dentro del discurrir de los días, sigue siendo inminente la venida del Hijo del hombre, con su victoria definitiva sobre el mal y sobre la muerte (v. 23b).
Vivir las jornadas espiritualmente significa experimentar que ninguna potencia humana nos salva y que no es «elaborando» proyectos de autosuficiencia, ni poniendo nuestra confianza en nuestras obras como realizamos el Reino de Dios en nosotros y a nuestro alrededor. El secreto de una vida verdadera es, en primer lugar, el continuo retorno al corazón habitado por Dios.
Decían los Padres que hacer memoria continuamente de Dios a lo largo de nuestras propias jornadas es lo que, en concreto, nos hace caminar con el Señor, dando frutos en él. La estrategia consiste, por consiguiente, en una interioridad activa: desde la dispersión que supone hacer muchas cosas, hemos de tomar de nuevo, lo más a menudo que podamos, conciencia de que el Señor «mora» en nosotros, y volver a él con rápidos, pero igualmente frecuentes, contactos de amor. Verdaderamente, será como «sentarse a su sombra» (Os 14,8) y encontrar reposo; será un florecer y un dar fruto también en el campo apostólico.
Lo sabemos: no se trata de una aventura fácil, pero el Señor será «rocío» de Espíritu Santo, que nos sugerirá cómo relacionarnos con el mundo en que vivimos para que podamos ser sencillos en la búsqueda de Dios y de todo lo que es verdad de amor, prudentes en el discernimiento de los caminos que no nos alejen de esta verdad.
La elección de un estilo de vida marcado por la mansedumbre del Cordero en una sociedad penetrada por grandes y sutiles y, aparentemente, triunfantes violencias nos asemeja al Señor Jesús: el Cordero que quita el pecado del mundo, nuestros mismos pecados. En él y por él, dentro de una fe que lo envuelve todo, es como discurren los días serenos incluso en medio de las dificultades, a veces en medio de persecuciones. Porque lo sabemos: «Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe» (1 Jn 5,4).
Comentario del Santo Evangelio: Mt 10,16-23 para nuestros Mayores. Sagaces como serpientes y sencillos como palomas.
Persecución. Cuando Mateo escribe este pasaje, ya se ha cumplido el anuncio profético de persecución contra la comunidad de Jerusalén (Hch 8,1) en el martirio de Esteban y Santiago, en el encarcelamiento y enjuiciamiento de Pedro y Juan, de Pablo y Bernabé, y en el acoso a las comunidades en todo el Imperio Romano. El relato es, pues, profecía y experiencia.
Había surgido ya el odio en el seno de las familias. Hacia el año 70 fue dado el decreto del judaísmo oficial por el cual se excomulgaba de la sinagoga a todos aquellos que confesasen que Jesús era el Mesías. Esto fue causa de disensiones familiares; unos estaban a favor de Jesús, otros en contra; unos pertenecían a la Iglesia, otros a la sinagoga; la excomunión había enemistado a padres, hermanos e hijos. Los rabinos conminaban gravemente a delatar a los “traidores”, aunque se tratara de familiares próximos. Por eso dice Jesús: “Los padres entregarán a los hijos, los hermanos a los hermanos”.
Los profetas de todos los tiempos (nosotros también) hemos de saber a qué nos arriesgamos al asumir nuestra misión en medio de la sociedad. Ya Dios se lo había advertido a los de la antigua Alianza (Jr 1,19; Ez 2,3). “Porque no le pertenecéis, el mundo os odia” (Jn 15,19). El profeta es un hombre “molesto”; por eso los “molestados” intentarán eliminarlo como sea. Escribe M. Quoist: “He oído predicar el Evangelio a un hombre “evangélico”. Los pequeños, los pobres, quedaron entusiasmados; los grandes, los ricos, salieron escandalizados; y yo pensé que bastaría predicar sólo un poco el Evangelio para que los que frecuentan las iglesias se alejaran de ellas y para que los que no las conocen las llenaran”.
Quien opte por practicar y predicar las bienaventuranzas ha de prepararse para afrontar la incomprensión, las zancadillas, el juego sucio de su entorno, porque actuará como conciencia crítica; y el despertador siempre es molesto. Quien defienda la misma causa de Jesús participará de su destino maritiral. Quien expulse los demonios de este mundo invertido, experimentará su resistencia y su odio. Quien anuncie el Reino a los pobres, sea un profeta o un grupo profético, se buscará enemigos entre los ricos. A veces, los mayores enemigos de Jesús son los de su propia familia o de la propia Iglesia (Mc 3,21), porque son los que ven más amenazados sus intereses.
Ser cristiano no es popular. La persecución es sello de autenticidad evangélica. Por eso su falta debe suscitar en personas, grupos y comunidades cristianas serias dudas sobre su fidelidad al Evangelio. ¿No será porque, como indica Jesús, “pertenecen al mundo y éste les quiere como cosa suya”? (Jn 15,19). ¿No será porque, en vez de “cristianizar” ellos, se han dejado “mundanizar”, en expresión de Pablo VI?
Está claro que la sociedad, la gente de mundo, convive cómodamente con un gran número de personas y colectivos “cristianos”; no les molestan lo más mínimo. La sociedad los ha tragado y ya no se diferencian de ella más que por unos ritos y unos ratos de culto, lo mismo que otros se diferencian por otros “hobbies” deportivos, culturales o sociales. Afirma M. Quoist: “Es mala señal para un cristiano el ser apreciado por la “gente bien”. Haría falta que nos señalasen con el dedo tratándonos de locos y revolucionarios. Haría falta que nos armasen líos, que firmasen denuncias contra nosotros, que intentaran quitarnos de en medio”.
“El Espíritu hablará por vosotros” Ante la persecución Jesús nos recomienda la astucia de la serpiente y la sencillez de la paloma. Nos envía “como ovejas en medio de lobos”, pero no nos manda meternos en la boca del lobo. El Espíritu nos iluminará para saber cuándo hemos de “huir a otra ciudad”, abandonar una lucha inútil o cambiar de compromiso, porque Jesús empeña su palabra de que nos iluminará y fortalecerá con su propio Espíritu. Asegura: “Seréis revestidos de la fuerza de lo alto” (Hch 1,8); “no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis; el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros”.
Cuando Mateo escribe este pasaje, lo hace desde una densa experiencia eclesial. Los sanedritas no salían de su asombro al ver “la seguridad de Pedro y Juan, hombres sin letras” (Hch 4,13). Los entendidos “no han podido hacer frente al espíritu con que hablaba Esteban” (Hch 6,10); Felipe ha llenado de asombro a los samaritanos (Hch 8,6). El Espíritu, por una parte, ilumina al testigo para que dé acertadamente su testimonio; y, por otra, le fortalece para que no desfallezca en los sufrimientos que provoca su testimonio.
Me conmovió el testimonio de algunos amigos que por fidelidad a su compromiso cristiano dieron testimonio de la Palabra de Cristo y sufrieron la pérdida de empleo, cárcel y vejaciones. Me comentaban entre lágrimas: “Palpábamos la acción del Espíritu en las respuestas que se nos ocurrían y en el coraje con que sobrellevamos nuestras odiseas. Había que poner en práctica lo que tantas veces habíamos hablado en las reuniones de grupo”.
Con verdadero gozo en el Espíritu hemos escuchado en nuestra comunidad cristiana el testimonio de una convertida, que por fidelidad al Evangelio denunció a su empresario, un amigo, se puso al frente de una huelga porque su amigo no había querido hacer caso a sus reconvenciones: “Me sentí pura mediación del Espíritu para decir lo que dije, hacer lo que hice, complicarme la vida de aquella manera y acarrearme el despido y la enemistad de mi amigo”.
El Espíritu vigoriza a los testigos también con la esperanza de participar del destino glorioso de Jesús: “El que persevere hasta el final, se salvará”. “Si morimos con él, viviremos con él; si perseveramos, reinaremos con él” (2 Tm 2,11-12).
Comentario del Santo Evangelio: Mt 10,16-23 (10, 17-22/10, 17-23/10, 22-25a), de Joven para Joven. Persecuciones.
¿Profecía o experiencia? Probablemente ambas cosas. Jesús anunció a sus discípulos que correrían su misma suerte, que beberían su mismo cáliz. Desde este punto de vista, las palabras de Jesús serían profecía, amonestación para el futuro, cuando él haya desaparecido de entre ellos. Sería el primer nivel del texto. Ocurre frecuentemente en los textos bíblicos la existencia de distintos niveles de profundidad. El primero, el del hecho narrado y el acontecimiento ocurrido. El segundo, mayor nivel de profundidad, es el de la experiencia posterior que ha descubierto toda la dimensión del primer nivel.
Nuestro texto recoge la palabra-amonestación de Jesús para sus discípulos, primer nivel; pero, además, recoge la experiencia amarga de la Iglesia naciente, segundo nivel. Cuando escribe Mateo, los cristianos habían tenido todas estas experiencias: habían sido perseguidos, encarcelados, llevados a los tribunales... (Si seguimos las huellas del apóstol Pablo encontraremos en ellas una ilustración práctica, personal, de cuanto, en teoría, se dice en nuestro texto: entregado a los tribunales, odiado a muerte por los judíos, teniendo que huir de una ciudad a otra... Y por supuesto que no fue él sólo. El es como la personificación de la suerte de los discípulos de Jesús en aquella hora primera. Y tal vez en todo momento).
Cuando escribe Mateo había surgido ya el odio en el seno de las familias. ¿Por qué? Hacia el año 70 fue dado el decreto del judaísmo oficial por el cual se excomulgaba de la Sinagoga a todos aquéllos que confesasen que Jesús era el Mesías. Ahí tenemos la causa de las disensiones familiares: unos estaban a favor de Jesús, otros en contra; unos pertenecían a la Iglesia, otros a la Sinagoga; la excomunión mencionada había separado y enemistado a padres, hermanos, hijos...
Las palabras de Jesús aconsejan prudencia. Manda no desafiar al martirio por el prurito de ser mártir. Las ovejas huyen de los lobos. Es necesario recurrir a la astucia de la serpiente (Gén 3, 1) y a la prudencia proverbial de la paloma. Prudencia ante los hombres. Cuando el evangelio habla de los hombres, se refiere, de modo general, a los impíos, los alejados de Dios, hombres enemigos de Dios y de aquéllos que no creen en él (8, 27; 1O, 32). Los hombres que no pueden comprender los caminos de Dios (16, 23).
Serán llevados a los tribunales y juzgados en cuanto mensajeros y anunciadores de la palabra de Dios (el libro de los Hechos nos ofrece una buena ilustración práctica de ello en la persona de Pedro y Juan, y de los apóstoles en general). La palabra de Dios es llevada al tribunal de los hombres. Y como es Dios —su palabra— el encartado en el pleito, él se defenderá, dará a los discípulos la palabra oportuna para su defensa (remitimos de nuevo a la ilustración práctica del libro de los Hechos: los apóstoles, en su defensa, hacen callar a los doctores y autoridades judías con sorpresa para ellos, teniendo en cuenta que eran «hombres sin letras»).
La frase final resulta la más difícil: el Hijo del hombre vendrá antes de que hayáis terminado de recorrer las ciudades de Israel. La frase hacía alusión al tiempo último, el del juicio final. De ahí la afirmación de que Jesús se equivocó en este punto. El texto resulta muy oscuro. Tal vez, para una aclaración genérica del problema, baste afirmar lo siguiente: a) la primera misión fue dirigida a los judíos. Era necesario salvar su privilegio «cronológico»; b) al rechazarla, la Iglesia se dirigió a los gentiles, que aceptaron el evangelio; e) pero esto no significaba que la misión a Israel había terminado. Queda siempre una esperanza de que el rechazo de Israel no sea definitivo; queda la esperanza de que se convierta y acepte lo que entonces rechazó. Mateo estaría moviéndose en la misma línea de Pablo (Rom 11), pero expresaría sus esperanzas con un lenguaje distinto.
Elevación Espiritual para este día.
Libéranos de todas las acciones impuras, repugnantes a tu inhabitación en nosotros. Que no apaguemos los esplendores de tu gracia que ilumina la vista de los ojos interiores. Que sepamos que tú te unes a nosotros gracias a la oración y a una vida irreprensible y santa (cf. 1 Cor 6,17).
Y puesto que Uno de la Trinidad se ha ofrecido en sacrificio y Otro lo recibe y se muestra propicio con nosotros, acepta, oh Señor, nuestra súplica. Dispón en nosotros santas moradas, a fin de que saboreemos al Cordero celestial y recibamos el maná que da la vida inmortal y una salvación nueva a través de un camino de amor.
Reflexión Espiritual para el día.
En el ejercicio de su propia actividad laboral se esforzará el cristiano por tener siempre la intención de hacerlo todo para gloria de Dios y para el mayor bien del prójimo: por eso se comparará a menudo con aquellos de la comunidad o de su lugar de trabajo que puedan ayudarle y, sobre todo, con el Señor, a través de la escucha de la Palabra y de la oración, a fin de que el trabajo sea ámbito de gracia y de santificación para sí y para aquel os con quienes se encuentra y queden superados las contradicciones, los sufrimientos y las pobrezas que pesan sobre la experiencia del trabajo humano.
Esta espiritualidad del trabajo se convierte en un modo concreto de dar gracias a Dios por sus dones y vivir la vuelta a él de todo lo que, de manera gratuita, nos ha dado al llamarnos a la vida y a la fe.
Educar significa asimismo dar gratis a otros lo que nos ha sido dado gratuitamente: la educación es una forma elevada de restitución de los bienes recibidos, por eso la Iglesia se siente llamada a ser comunidad educadora en la gratitud a Dios, dador de dones, y en el compromiso prioritario del servicio a las nuevas generaciones.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Oseas 14, 2-10. Yo sanaré su infidelidad.
He aquí la última página del maravilloso libro de Oseas: a través de su amor nupcial doloroso, a través de su sufrimiento de padre humillado por sus hijos... ha leído en su propia vida que el Amor de Dios era mayor que todo. Evidentemente, como en todos los profetas, hemos encontrado en él la lúcida intransigencia que diagnostica la corrupción de una sociedad. No hay que temer al escalpelo: abre las llagas para sananas. ¡Qué surjan profetas en nuestra época, y que nos digan la verdad! ¡Que nos revelen los síntomas de las gangrenas que se están infiltrando en nuestra sociedad!
Pero las amenazas no son la última palabra del profeta Oseas.
Vuelve Israel al Señor, tu Dios, porque has tropezado por tus culpas. Llevad con vosotros palabras sinceras... Quita toda culpa... Acepta lo que es bueno... «Convertíos y creed en la buena nueva.» (Marcos 1, 15) Nunca se repetirá bastante que la Fe en Dios, la Alianza con el Señor implica actitudes morales, sociales, políticas. Y ya hemos empezado a ver que los profetas intervienen en esos dominios temporales que comprometen las relaciones sociales, el comercio, los procedimientos jurídicos, los acontecimientos internacionales, la vida sexual, la vida familiar, etc...
Sin embargo, habitualmente, los profetas no son jefes de partido, ni líderes sociales o políticos. Son conscientes de que no basta con cambiar las estructuras. La alienación, la opresión, la injusticia existen en formas nuevas en todos los sistemas y bajo todos los cielos.
«Cambiar la sociedad», como decimos hoy puede ser una auténtica gestión profética. Pero puede ser también, por desgracia, una coartada fácil: ¡porque la sociedad son los demás! Se pide que cambien los demás.
No, no basta con «cambiar las estructuras», hay que «cambiar los corazones». Y a esta conversión radical nos invitan los profetas.
Asiria no puede salvarnos, no montaremos ya a caballo, y no diremos más «Dios nuestro» a la obra de nuestras manos.
Es la desmitificación radical de todos los sistemas humanos. Cuando el poder de Samaria flaquea, cuando el régimen social vacila apenas sirve fiarse del poder de Asiria, que tiene también muchos puntos débiles. Sólo Dios es capaz de relativizarlo todo.
Es ridículo fiarse sólo de la fuerza de los «caballos» o de la precisión de nuestros aparatos, «obras de nuestras manos», tan frágiles como esas manos humanas que los han construido.
¿Quién es sabio para entender estas cosas, inteligente para conocerlas? Sí, los caminos del Señor son rectos y los justos caminan por ellos, mas los rebeldes tropiezan en ellos.
Apoyarse en Dios. Cambiar el corazón. Crecer en amor. ¡He ahí la sabiduría! ¡He ahí la verdadera inteligencia!
Yo sanaré su infidelidad..., les amaré gratuitamente... Seré como rocío para Israel... florecerá como el lirio... hundirá sus raíces como el Líbano... sus retoños crecerán... Su esplendor será como el del olivo... Su perfume como el del Líbano... Harán crecer el trigo... florecerán como la vid... Su renombre será como el del vino del Líbano...
Dejo resonar en mí cada una de esas imágenes.
Los cultos naturistas de la fertilidad no son más que una caricatura. La verdadera fertilidad, el profundo dinamismo vital, la vida fecunda, es Dios.
Es el último vaticinio de Oseas, admirable tanto por el contenido como por el arrebato lírico-afectivo. El profeta proclama una vez más el amor apasionado de Dios por Israel, expresando, en primer lugar, la invitación a volver al Señor con conciencia del propio pecado (vv. 2ss). Se trata, en sustancia, de la llamada repetida por otros profetas para que Israel se muestre, esencialmente, cónsone con el espíritu de la alianza (cf. Am 5,2 1-24; Is 1,10-17; Miq 6,6-8; Sal 50,8-21; 51,18ss). En respuesta al compromiso penitencial del pueblo, que se entrega a Yavé persuadido ahora de la inutilidad y del daño de cualquier recurso a las potencias extranjeras (Asiria) y de toda confianza ilusoria en las propias iniciativas al margen de Dios (v. 4), en respuesta a esto, decíamos, el Señor mismo saldrá garante de un futuro de esperanza para el pueblo (v. 5).
El punto decisivo de la perícopa reside en el despliegue de unas imágenes bellísimas de la naturaleza: Dios se compara con el rocío, que vivifica lo que era árido. De esta suerte, el pueblo vuelve a tener la lozanía de la flor del lirio. Se parte de la magnificencia del próvido olivo y de la fragancia del Líbano, cuyos cedros difunden perfume, para expresar el reflorecimiento de Israel en cuanto acepta volver al Señor (vv. 6ss). Pero, a continuación, se compara al Señor mismo con un árbol a cuya sombra descansará la gente, sacando nuevas fuerzas para hacer florecer, como la vid, toda la nación (v. 8). Dios es, para un Israel renovado por completo, alguien que vigila y escucha. Es como el ciprés, el árbol firme, fuerte, perennemente verde: metáfora de la omnipotencia de Dios, que permite a Israel dar frutos todavía (v. 9). El v. 10 cierra la perícopa confiando a los sabios la comprensión de todos los vaticinios. Para el autor de esta expresión conclusiva (que tal vez no es Oseas), la sabiduría es caminar con rectitud por los caminos del Señor.
Comentario del Salmo 50. Mi boca proclamará tu alabanza, Señor
Es un salmo de súplica individual. El salmista está viviendo un drama que consiste en la profunda toma de conciencia de la propia miseria y de los propios pecados; es plenamente consciente de la gravedad de su culpa, con la que ha roto la Alianza con Dios. Por eso suplica. Son muchas las peticiones que presenta, pero todas giran en torno a la primera de ellas: “¡Ten piedad de mí, Oh Dios, por tu amor!” (3a).
Tal como se encuentra en la actualidad, este salmo está fuertemente unido al anterior (Sal 50). Funciona corno respuesta a la acusación que el Señor hace contra su pueblo. En el salmo 50, Dios acusaba pero, en lugar de dictar la sentencia, quedaba aguardando la conversión del pueblo. El salmo 51 es la respuesta que esperaba el Señor: «Un corazón contrito y humillado tú no lo desprecias» (19h). Pero con anterioridad, este salmo existió de forma independiente, como oración de una persona.
Tiene tres partes: 3-11; 12-19; 20-21. En la primera tenemos una riada de términos o expresiones relacionados con el pecado y la transgresión. Estos son algunos ejemplos: «culpa» (3), «injusticia» y «pecado» (4), «culpa» y «pecado» (5), «lo que es malo» (6), «culpa» y «pecador» (7), «pecados» y «culpa» (11). La persona que compuso esta oración compara su pecado con dos cosas: con una mancha que Dios tiene que lavar (9); y con una culpa (una deuda o una cuenta pendiente) que tiene que cancelar (11). En el caso de que Dios escuche estas súplicas, el resultado será el siguiente: la persona «lavada» quedará más blanca que la nieve (9) y libre de cualquier deuda u obligación de pago (parece que el autor no está pensando en sacrificios de acción de gracias). En esta primera parte, el pecado es una especie de obsesión: el pecador lo tiene siempre presente (5), impide que sus oídos escuchen el gozo y la alegría (10a); el pecador se siente aplastado, como si tuviera los huesos triturados a causa de su pecado (10b). En el salmista no se aprecia el menor atisbo de respuesta declarándose inocente, no intenta justificar nada de lo que ha hecho mal. Es plenamente consciente de su error, y por eso implora misericordia. El centro de la primera parte es la declaración de la justicia e inocencia de Dios:» Pero tú eres justo cuando hablas, y en el juicio, resultarás inocente» (6b). Para el pecador no hay nada más que la conciencia de su compromiso radical con el pecado: «Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre» (7).
Si en la primera parte nos encontrábamos en el reino del pecado, en la segunda (12-19) entramos en el del perdón y de la gracia. En la primera, el salmista exponía su miseria; en la segunda, cree en la riqueza de la misericordia divina. Pide una especie de «nueva creación» (12), a partir de la gracia. ¿En qué consiste esta renovación total? En un corazón puro y un espíritu firme (12). Para el pueblo de la Biblia, el «corazón» se identifica con la conciencia misma de la persona. Y el “espíritu firme” consiste en la predisposición para iniciar un nuevo camino.
Creada nuevamente por Dios, esta persona empieza a anunciar buenas noticias: «Enseñaré a los culpables tus caminos, y los pecadores volverán a ti» (15). ¿Por qué? Porque sólo puede hablar adecuadamente del perdón de Dios quien, de hecho, se siente perdonado por él. Hacia el final de esta parte, el salmista invoca la protección divina contra la violencia (16) y se abre a una alabanza incesante (17). En ocasiones, las personas que habían sido perdonadas se dirigían al templo para ofrecer sacrificios. Este salmista reconoce que el verdadero sacrificio agradable a Dios es un espíritu contrito (18-19).
La tercera parte (20-21) es, ciertamente, un añadido posterior. Después del exilio en Babilonia, hubo gente a quien resultó chocante la libertad con que se expresaba este salmista. Entonces se añadió este final, alterando la belleza del salmo. Aquí se pide que se reconstruyan las murallas de Sión (Jerusalén) y que el Señor vuelva nuevamente a aceptar los sacrificios rituales, ofrendas perfectas y holocaustos, y que sobre su altar se inmolen novillos. En esta época, debe de haber sido cuando el salmo 51 empezó a entenderse como repuesta a las acusaciones que Dios dirige a su pueblo en el salmo 50.
Este salmo es fruto de un conflicto o drama vivido por la persona que había pecado. Esta llega a lo más hondo de la miseria humana a causa de la culpa, toma conciencia de la gravedad de lo que ha hecho, rompiendo su compromiso con el Dios de la Alianza (6) y, por ello, pide perdón. En las dos primeras partes, esboza dos retratos: el del pecador (3-11) y el del Dios misericordioso, capaz de volver a crear al ser humano desde el perdón (12-19). También aparece, en segundo plano, un conflicto a propósito de las ceremonias del templo. Si se quiere ser riguroso, esta persona tenía que pedir perdón mediante el sacrificio de un animal. Sin embargo, descubre la profundidad de la gracia de Dios, que no quiere sacrificios, sino que acepta un corazón contrito y humillado (19).
Se trata, una vez más, del Dios de la Alianza, La expresión «contra ti, contra ti solo pequé» (6a) no quiere decir que esta persona no haya ofendido al prójimo. Su pecado consiste en haber cometido una injusticia (4a). Esta expresión quiere decir que la injusticia cometida contra un semejante es un pecado contra Dios y una violación de la Alianza. El salmista, pues, tiene una aguda conciencia (le la transgresión que ha cometido. Pero mayor que su pecado es la confianza en el Dios que perdona. Mayor que su injusticia es la gracia de su compañero fiel en la Alianza. Lo que el ser humano no es capaz de hacer (saldar la deuda que tiene con Dios), Dios lo concede gratuitamente cuando perdona.
El tema de la súplica está presente en la vida de Jesús (ya hemos tenido ocasión de comprobarlo a propósito de otros salmos de súplica individual). La cuestión del perdón ilimitado de Dios aparece con intensidad, por ejemplo, en el capítulo 18 de Mateo, en las parábolas de la misericordia (Lc 15) y en los episodios en los que Jesús perdona y «recrea» a las personas (por ejemplo, Jn 8,1-11; Lc 7,36-50, etc).
El motivo «lavar» resuena en la curación del ciego de nacimiento (Jn 9,7); el «purifícame» indica hacia toda la actividad de Jesús, que cura leprosos, enfermos, etc.
La cuestión de la «conciencia de los pecados» aparece de diversas maneras. Aquí, tal vez, convenga recordar lo que Jesús les dijo a los fariseos que creían ver: «Si fueseis ciegos, no tendríais culpa; pero como decís que veis, seguís en pecado» (Jn 9,41). En este mismo sentido, se puede recordar lo que Jesús dijo a los líderes religiosos de su tiempo: «Si no creyereis que “yo soy el que soy”, moriréis en vuestros pecados» (Jn 8,24).
Este salmo es una súplica individual y se presta para ello. Conviene rezarlo cuando nos sentimos abrumados por nuestras culpas o «manchados» ante Dios y la gente o “en deuda” con ellos; cuando queremos que el perdón divino nos cree de nuevo, ilumine nuestra conciencia y nos dé nuevas fuerzas para el camino...
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 10,16-23. No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre.
La perícopa está penetrada toda ella por la fuerza dramática, aunque salvífica, de la pertenencia a Cristo. El «he aquí» inicial introduce esta nueva enseñanza sobre la misión. Se trata de trillar los caminos de la mansedumbre y de la no violencia, aun siendo conscientes de estar rodeados por un mundo feroz y agresivo.
La imagen de las ovejas asimila al evangelizador con el Cordero «que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29): aquel que cargó con nuestras iniquidades y nuestros dolores (cf. Is 59,11), para realizar el proyecto de un Dios que quiere que todos los hombres se salven (cf. 1 Tim 2,4). La mansedumbre y la no violencia del evangelizador no son nunca, sin embargo, debilidad, ni simpleza ni, menos aún, masoquismo. Se trata de vivir dos virtudes que parecen, aunque no lo son, opuestas: la prudencia de la serpiente, como ejercicio de una inteligencia vigilante, realista y crítica, que se sustrae al engaño, y la sencillez de la paloma, como ejercicio del proceder limpio y confiado, propio de quien sabe que está en las manos de un Padre omnipotente y bueno.
La exhortación a llevar cuidado con los hombres (cuando se trate de «lobos» dispuestos a tramar perfidias) cae, por tanto, de la parte de la prudencia; la exhortación a no preocuparse por lo que haya que decir, poniendo más bien toda la confianza en el Espíritu del Padre, que se ocupará de inspirar lo que haya que decir, cae, en cambio, de la parte de la sencillez. La perspectiva de lo que tendrá lugar antes del triunfo definitivo de Cristo no es una perspectiva rosa: el mal es engendrador de mal y agita las mismas relaciones familiares, llegando hasta las raíces de la vida (v. 21), pero quien soporte ser odiado (no a causa de sus propias fechorías, sino de Cristo soberanamente amado y seguido: v. 22) será salvo.
Se trata, en definitiva, de perseverar en el obrar contra el mal, aunque intentando huir de los perseguidores (v. 23), con la certeza en el corazón de que, dentro del discurrir de los días, sigue siendo inminente la venida del Hijo del hombre, con su victoria definitiva sobre el mal y sobre la muerte (v. 23b).
Vivir las jornadas espiritualmente significa experimentar que ninguna potencia humana nos salva y que no es «elaborando» proyectos de autosuficiencia, ni poniendo nuestra confianza en nuestras obras como realizamos el Reino de Dios en nosotros y a nuestro alrededor. El secreto de una vida verdadera es, en primer lugar, el continuo retorno al corazón habitado por Dios.
Decían los Padres que hacer memoria continuamente de Dios a lo largo de nuestras propias jornadas es lo que, en concreto, nos hace caminar con el Señor, dando frutos en él. La estrategia consiste, por consiguiente, en una interioridad activa: desde la dispersión que supone hacer muchas cosas, hemos de tomar de nuevo, lo más a menudo que podamos, conciencia de que el Señor «mora» en nosotros, y volver a él con rápidos, pero igualmente frecuentes, contactos de amor. Verdaderamente, será como «sentarse a su sombra» (Os 14,8) y encontrar reposo; será un florecer y un dar fruto también en el campo apostólico.
Lo sabemos: no se trata de una aventura fácil, pero el Señor será «rocío» de Espíritu Santo, que nos sugerirá cómo relacionarnos con el mundo en que vivimos para que podamos ser sencillos en la búsqueda de Dios y de todo lo que es verdad de amor, prudentes en el discernimiento de los caminos que no nos alejen de esta verdad.
La elección de un estilo de vida marcado por la mansedumbre del Cordero en una sociedad penetrada por grandes y sutiles y, aparentemente, triunfantes violencias nos asemeja al Señor Jesús: el Cordero que quita el pecado del mundo, nuestros mismos pecados. En él y por él, dentro de una fe que lo envuelve todo, es como discurren los días serenos incluso en medio de las dificultades, a veces en medio de persecuciones. Porque lo sabemos: «Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe» (1 Jn 5,4).
Comentario del Santo Evangelio: Mt 10,16-23 para nuestros Mayores. Sagaces como serpientes y sencillos como palomas.
Persecución. Cuando Mateo escribe este pasaje, ya se ha cumplido el anuncio profético de persecución contra la comunidad de Jerusalén (Hch 8,1) en el martirio de Esteban y Santiago, en el encarcelamiento y enjuiciamiento de Pedro y Juan, de Pablo y Bernabé, y en el acoso a las comunidades en todo el Imperio Romano. El relato es, pues, profecía y experiencia.
Había surgido ya el odio en el seno de las familias. Hacia el año 70 fue dado el decreto del judaísmo oficial por el cual se excomulgaba de la sinagoga a todos aquellos que confesasen que Jesús era el Mesías. Esto fue causa de disensiones familiares; unos estaban a favor de Jesús, otros en contra; unos pertenecían a la Iglesia, otros a la sinagoga; la excomunión había enemistado a padres, hermanos e hijos. Los rabinos conminaban gravemente a delatar a los “traidores”, aunque se tratara de familiares próximos. Por eso dice Jesús: “Los padres entregarán a los hijos, los hermanos a los hermanos”.
Los profetas de todos los tiempos (nosotros también) hemos de saber a qué nos arriesgamos al asumir nuestra misión en medio de la sociedad. Ya Dios se lo había advertido a los de la antigua Alianza (Jr 1,19; Ez 2,3). “Porque no le pertenecéis, el mundo os odia” (Jn 15,19). El profeta es un hombre “molesto”; por eso los “molestados” intentarán eliminarlo como sea. Escribe M. Quoist: “He oído predicar el Evangelio a un hombre “evangélico”. Los pequeños, los pobres, quedaron entusiasmados; los grandes, los ricos, salieron escandalizados; y yo pensé que bastaría predicar sólo un poco el Evangelio para que los que frecuentan las iglesias se alejaran de ellas y para que los que no las conocen las llenaran”.
Quien opte por practicar y predicar las bienaventuranzas ha de prepararse para afrontar la incomprensión, las zancadillas, el juego sucio de su entorno, porque actuará como conciencia crítica; y el despertador siempre es molesto. Quien defienda la misma causa de Jesús participará de su destino maritiral. Quien expulse los demonios de este mundo invertido, experimentará su resistencia y su odio. Quien anuncie el Reino a los pobres, sea un profeta o un grupo profético, se buscará enemigos entre los ricos. A veces, los mayores enemigos de Jesús son los de su propia familia o de la propia Iglesia (Mc 3,21), porque son los que ven más amenazados sus intereses.
Ser cristiano no es popular. La persecución es sello de autenticidad evangélica. Por eso su falta debe suscitar en personas, grupos y comunidades cristianas serias dudas sobre su fidelidad al Evangelio. ¿No será porque, como indica Jesús, “pertenecen al mundo y éste les quiere como cosa suya”? (Jn 15,19). ¿No será porque, en vez de “cristianizar” ellos, se han dejado “mundanizar”, en expresión de Pablo VI?
Está claro que la sociedad, la gente de mundo, convive cómodamente con un gran número de personas y colectivos “cristianos”; no les molestan lo más mínimo. La sociedad los ha tragado y ya no se diferencian de ella más que por unos ritos y unos ratos de culto, lo mismo que otros se diferencian por otros “hobbies” deportivos, culturales o sociales. Afirma M. Quoist: “Es mala señal para un cristiano el ser apreciado por la “gente bien”. Haría falta que nos señalasen con el dedo tratándonos de locos y revolucionarios. Haría falta que nos armasen líos, que firmasen denuncias contra nosotros, que intentaran quitarnos de en medio”.
“El Espíritu hablará por vosotros” Ante la persecución Jesús nos recomienda la astucia de la serpiente y la sencillez de la paloma. Nos envía “como ovejas en medio de lobos”, pero no nos manda meternos en la boca del lobo. El Espíritu nos iluminará para saber cuándo hemos de “huir a otra ciudad”, abandonar una lucha inútil o cambiar de compromiso, porque Jesús empeña su palabra de que nos iluminará y fortalecerá con su propio Espíritu. Asegura: “Seréis revestidos de la fuerza de lo alto” (Hch 1,8); “no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis; el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros”.
Cuando Mateo escribe este pasaje, lo hace desde una densa experiencia eclesial. Los sanedritas no salían de su asombro al ver “la seguridad de Pedro y Juan, hombres sin letras” (Hch 4,13). Los entendidos “no han podido hacer frente al espíritu con que hablaba Esteban” (Hch 6,10); Felipe ha llenado de asombro a los samaritanos (Hch 8,6). El Espíritu, por una parte, ilumina al testigo para que dé acertadamente su testimonio; y, por otra, le fortalece para que no desfallezca en los sufrimientos que provoca su testimonio.
Me conmovió el testimonio de algunos amigos que por fidelidad a su compromiso cristiano dieron testimonio de la Palabra de Cristo y sufrieron la pérdida de empleo, cárcel y vejaciones. Me comentaban entre lágrimas: “Palpábamos la acción del Espíritu en las respuestas que se nos ocurrían y en el coraje con que sobrellevamos nuestras odiseas. Había que poner en práctica lo que tantas veces habíamos hablado en las reuniones de grupo”.
Con verdadero gozo en el Espíritu hemos escuchado en nuestra comunidad cristiana el testimonio de una convertida, que por fidelidad al Evangelio denunció a su empresario, un amigo, se puso al frente de una huelga porque su amigo no había querido hacer caso a sus reconvenciones: “Me sentí pura mediación del Espíritu para decir lo que dije, hacer lo que hice, complicarme la vida de aquella manera y acarrearme el despido y la enemistad de mi amigo”.
El Espíritu vigoriza a los testigos también con la esperanza de participar del destino glorioso de Jesús: “El que persevere hasta el final, se salvará”. “Si morimos con él, viviremos con él; si perseveramos, reinaremos con él” (2 Tm 2,11-12).
Comentario del Santo Evangelio: Mt 10,16-23 (10, 17-22/10, 17-23/10, 22-25a), de Joven para Joven. Persecuciones.
¿Profecía o experiencia? Probablemente ambas cosas. Jesús anunció a sus discípulos que correrían su misma suerte, que beberían su mismo cáliz. Desde este punto de vista, las palabras de Jesús serían profecía, amonestación para el futuro, cuando él haya desaparecido de entre ellos. Sería el primer nivel del texto. Ocurre frecuentemente en los textos bíblicos la existencia de distintos niveles de profundidad. El primero, el del hecho narrado y el acontecimiento ocurrido. El segundo, mayor nivel de profundidad, es el de la experiencia posterior que ha descubierto toda la dimensión del primer nivel.
Nuestro texto recoge la palabra-amonestación de Jesús para sus discípulos, primer nivel; pero, además, recoge la experiencia amarga de la Iglesia naciente, segundo nivel. Cuando escribe Mateo, los cristianos habían tenido todas estas experiencias: habían sido perseguidos, encarcelados, llevados a los tribunales... (Si seguimos las huellas del apóstol Pablo encontraremos en ellas una ilustración práctica, personal, de cuanto, en teoría, se dice en nuestro texto: entregado a los tribunales, odiado a muerte por los judíos, teniendo que huir de una ciudad a otra... Y por supuesto que no fue él sólo. El es como la personificación de la suerte de los discípulos de Jesús en aquella hora primera. Y tal vez en todo momento).
Cuando escribe Mateo había surgido ya el odio en el seno de las familias. ¿Por qué? Hacia el año 70 fue dado el decreto del judaísmo oficial por el cual se excomulgaba de la Sinagoga a todos aquéllos que confesasen que Jesús era el Mesías. Ahí tenemos la causa de las disensiones familiares: unos estaban a favor de Jesús, otros en contra; unos pertenecían a la Iglesia, otros a la Sinagoga; la excomunión mencionada había separado y enemistado a padres, hermanos, hijos...
Las palabras de Jesús aconsejan prudencia. Manda no desafiar al martirio por el prurito de ser mártir. Las ovejas huyen de los lobos. Es necesario recurrir a la astucia de la serpiente (Gén 3, 1) y a la prudencia proverbial de la paloma. Prudencia ante los hombres. Cuando el evangelio habla de los hombres, se refiere, de modo general, a los impíos, los alejados de Dios, hombres enemigos de Dios y de aquéllos que no creen en él (8, 27; 1O, 32). Los hombres que no pueden comprender los caminos de Dios (16, 23).
Serán llevados a los tribunales y juzgados en cuanto mensajeros y anunciadores de la palabra de Dios (el libro de los Hechos nos ofrece una buena ilustración práctica de ello en la persona de Pedro y Juan, y de los apóstoles en general). La palabra de Dios es llevada al tribunal de los hombres. Y como es Dios —su palabra— el encartado en el pleito, él se defenderá, dará a los discípulos la palabra oportuna para su defensa (remitimos de nuevo a la ilustración práctica del libro de los Hechos: los apóstoles, en su defensa, hacen callar a los doctores y autoridades judías con sorpresa para ellos, teniendo en cuenta que eran «hombres sin letras»).
La frase final resulta la más difícil: el Hijo del hombre vendrá antes de que hayáis terminado de recorrer las ciudades de Israel. La frase hacía alusión al tiempo último, el del juicio final. De ahí la afirmación de que Jesús se equivocó en este punto. El texto resulta muy oscuro. Tal vez, para una aclaración genérica del problema, baste afirmar lo siguiente: a) la primera misión fue dirigida a los judíos. Era necesario salvar su privilegio «cronológico»; b) al rechazarla, la Iglesia se dirigió a los gentiles, que aceptaron el evangelio; e) pero esto no significaba que la misión a Israel había terminado. Queda siempre una esperanza de que el rechazo de Israel no sea definitivo; queda la esperanza de que se convierta y acepte lo que entonces rechazó. Mateo estaría moviéndose en la misma línea de Pablo (Rom 11), pero expresaría sus esperanzas con un lenguaje distinto.
Elevación Espiritual para este día.
Libéranos de todas las acciones impuras, repugnantes a tu inhabitación en nosotros. Que no apaguemos los esplendores de tu gracia que ilumina la vista de los ojos interiores. Que sepamos que tú te unes a nosotros gracias a la oración y a una vida irreprensible y santa (cf. 1 Cor 6,17).
Y puesto que Uno de la Trinidad se ha ofrecido en sacrificio y Otro lo recibe y se muestra propicio con nosotros, acepta, oh Señor, nuestra súplica. Dispón en nosotros santas moradas, a fin de que saboreemos al Cordero celestial y recibamos el maná que da la vida inmortal y una salvación nueva a través de un camino de amor.
Reflexión Espiritual para el día.
En el ejercicio de su propia actividad laboral se esforzará el cristiano por tener siempre la intención de hacerlo todo para gloria de Dios y para el mayor bien del prójimo: por eso se comparará a menudo con aquellos de la comunidad o de su lugar de trabajo que puedan ayudarle y, sobre todo, con el Señor, a través de la escucha de la Palabra y de la oración, a fin de que el trabajo sea ámbito de gracia y de santificación para sí y para aquel os con quienes se encuentra y queden superados las contradicciones, los sufrimientos y las pobrezas que pesan sobre la experiencia del trabajo humano.
Esta espiritualidad del trabajo se convierte en un modo concreto de dar gracias a Dios por sus dones y vivir la vuelta a él de todo lo que, de manera gratuita, nos ha dado al llamarnos a la vida y a la fe.
Educar significa asimismo dar gratis a otros lo que nos ha sido dado gratuitamente: la educación es una forma elevada de restitución de los bienes recibidos, por eso la Iglesia se siente llamada a ser comunidad educadora en la gratitud a Dios, dador de dones, y en el compromiso prioritario del servicio a las nuevas generaciones.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Oseas 14, 2-10. Yo sanaré su infidelidad.
He aquí la última página del maravilloso libro de Oseas: a través de su amor nupcial doloroso, a través de su sufrimiento de padre humillado por sus hijos... ha leído en su propia vida que el Amor de Dios era mayor que todo. Evidentemente, como en todos los profetas, hemos encontrado en él la lúcida intransigencia que diagnostica la corrupción de una sociedad. No hay que temer al escalpelo: abre las llagas para sananas. ¡Qué surjan profetas en nuestra época, y que nos digan la verdad! ¡Que nos revelen los síntomas de las gangrenas que se están infiltrando en nuestra sociedad!
Pero las amenazas no son la última palabra del profeta Oseas.
Vuelve Israel al Señor, tu Dios, porque has tropezado por tus culpas. Llevad con vosotros palabras sinceras... Quita toda culpa... Acepta lo que es bueno... «Convertíos y creed en la buena nueva.» (Marcos 1, 15) Nunca se repetirá bastante que la Fe en Dios, la Alianza con el Señor implica actitudes morales, sociales, políticas. Y ya hemos empezado a ver que los profetas intervienen en esos dominios temporales que comprometen las relaciones sociales, el comercio, los procedimientos jurídicos, los acontecimientos internacionales, la vida sexual, la vida familiar, etc...
Sin embargo, habitualmente, los profetas no son jefes de partido, ni líderes sociales o políticos. Son conscientes de que no basta con cambiar las estructuras. La alienación, la opresión, la injusticia existen en formas nuevas en todos los sistemas y bajo todos los cielos.
«Cambiar la sociedad», como decimos hoy puede ser una auténtica gestión profética. Pero puede ser también, por desgracia, una coartada fácil: ¡porque la sociedad son los demás! Se pide que cambien los demás.
No, no basta con «cambiar las estructuras», hay que «cambiar los corazones». Y a esta conversión radical nos invitan los profetas.
Asiria no puede salvarnos, no montaremos ya a caballo, y no diremos más «Dios nuestro» a la obra de nuestras manos.
Es la desmitificación radical de todos los sistemas humanos. Cuando el poder de Samaria flaquea, cuando el régimen social vacila apenas sirve fiarse del poder de Asiria, que tiene también muchos puntos débiles. Sólo Dios es capaz de relativizarlo todo.
Es ridículo fiarse sólo de la fuerza de los «caballos» o de la precisión de nuestros aparatos, «obras de nuestras manos», tan frágiles como esas manos humanas que los han construido.
¿Quién es sabio para entender estas cosas, inteligente para conocerlas? Sí, los caminos del Señor son rectos y los justos caminan por ellos, mas los rebeldes tropiezan en ellos.
Apoyarse en Dios. Cambiar el corazón. Crecer en amor. ¡He ahí la sabiduría! ¡He ahí la verdadera inteligencia!
Yo sanaré su infidelidad..., les amaré gratuitamente... Seré como rocío para Israel... florecerá como el lirio... hundirá sus raíces como el Líbano... sus retoños crecerán... Su esplendor será como el del olivo... Su perfume como el del Líbano... Harán crecer el trigo... florecerán como la vid... Su renombre será como el del vino del Líbano...
Dejo resonar en mí cada una de esas imágenes.
Los cultos naturistas de la fertilidad no son más que una caricatura. La verdadera fertilidad, el profundo dinamismo vital, la vida fecunda, es Dios.
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