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sábado, 10 de julio de 2010

Lecturas del día 10-07-2010

10 de julio de 2010, MES DEDICADO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. SÁBADO XIV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO.(CIiclo C) 2ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO.SANTA MARÍA EN SÁBADO Memoria. Libre. SS.Amalia, Cristobal, Anatolia y Victoria mrs, Vianor y Silvano mrs. 


LITURGIA DE LA PALABRA

Is 6, 1-8: Yo, hombre impuro, he visto al Señor de los ejércitos
Salmo 92: El Señor reina, vestido de majestad.
Mt 10, 24-33: No les tengan miedo 

Este pasaje anima a la confianza y valor en la persecución que deben sufrir los discípulos, estas palabras de cosuelo se dirige a los discípulos para que superen el miedo y la angustia que trae consigo la persecución, va acompañada de tres motivaciones. En primer lugar el miedo no debe impedir la proclamación abierta del mensaje que Jesús les ha encargado anunciar, pues este mensaje acabara siendo públicamente reconocido, Jesús hoy venido para manifestar las cosas que estaban ocultas y lo mismo deben hacer sus discípulos. La segunda motivación, sitúa a los discípulos en el horizonte del juicio, lo decisivo no es que los hombres les puedan quitar la vida, sino que alguien pueda ocasionarles la ruina definitiva de la vida. La tercera motivación se fundamenta en la confianza inquebrantable que los discípulos han de tener en Dios, a quien reconocen e invocan como padre. La solicitud de este Padre llega hasta extremos insospechados. Para ilustrarla, Jesús recurre a una comparación muy elocuente: si el padre cuida hasta de los pájaros mas pequeños e insignificantes y tiene contados hasta los cabellos de los discípulos por los que ni ellos mismos se preocupan ¿como no va a ocuparse de los hijos queridos la buena noticia?, lo que en ultima instancia, fundamenta la misión y hace que esta no se detenga ante las dificultades.

Los discípulos que hayan sabido dar testimonio de Jesús ante los hombres escucharan el testimonio de Jesús a favor suyo ante Dios, pero aquellos que hayan sucumbido al miedo y le hayan negado se encontraran con que también Jesús los negara delante de Dios 

PRIMERA LECTURA.
Isaías 6, 1-8
Yo, hombre de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos

El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Y vi serafines en pie junto a él, cada uno con seis alas: con dos alas se cubrían el rostro, con dos alas se cubrían el cuerpo, con dos alas se cernían.

Y se gritaban uno a otro, diciendo: "¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria!" Y temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo.

Yo dije: "¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos." Y voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: "Mira: esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado."

Entonces escuché la voz del Señor, que decía: "¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?" Contesté: "Aquí estoy, mándame."

Palabra de Dios

Salmo responsorial: 92
R/.El Señor reina, vestido de majestad.
El Señor reina, vestido de majestad, / el Señor, vestido y ceñido de poder. R.

Así está firme el orbe y no vacila. / Tu trono está firme desde siempre, / y tú eres eterno. R.

Tus mandatos son fieles y seguros; / la santidad es el adorno de tu casa, / Señor, por días sin término. R. 


SANTO EVANGELIO
Mateo 10, 24-33
No tengáis miedo a los que matan el cuerpo

En aquel tiempo dijo Jesús a sus apóstoles: "Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo; ya le basta al discípulo con ser como su maestro, y al esclavo como su amo. Si al dueño de la casa lo han llamado Belzebú, ¡cuanto más a los criados! No les tengáis miedo, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche, decidlo en pleno día, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que pueda destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo no cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros, hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones.

Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo".

Palabra del Señor


Comentario de la Primera Lectura : Is 6, 1-8. Yo, hombre impuro, he visto al Señor de los ejércitos
Esta perícopa del profeta Isaías es importantísima para comprender su mensaje. Fue escrita en torno al año 724 a. de C., año de la muerte del rey Ozías. Marca la conclusión de un período de prosperidad y de autonomía para Israel y le sirve al profeta para destacar un tema que le es propio: la santidad y la gloria eterna de un Dios que trasciende con mucho toda grandeza humana y es «el Santo de Israel» por excelencia. Es por este Dios por quien se siente llamado Isaías. El escenario es el templo de Jerusalén y la antropomórfica descripción del Señor sobre el trono, rodeado por los serafines (criaturas con semejanza humana, pero dotadas de seis alas), refleja las representaciones del Oriente próximo, si bien la solemnidad y el arrebato de Isaías dicen mucho más.

La triple repetición del «Santo, santo, santo» intenta expresar la infinita santidad de Dios, su trascendencia, su absoluta diferencia respecto a aquello que, por ser terreno, se corrompe o sólo es limitado. El sentido de la presencia de Dios lo proporciona tanto el temblor de las puertas del templo como el humo (v. 4), semejante, en la función de significar la gloria de Dios, a la nube que cubría el tabernáculo durante el tiempo que permaneció Israel en el desierto. En este punto queda Isaías como turbado, abrumado por el sentido de su indignidad, ligada a su pecado y al del pueblo, frente a la infinita pureza y santidad de Dios. Nos viene a la mente Ex 33,20: «No podrás ver mi cara, porque quien la ve no sigue vivo». Sin embargo, Dios no quiere la muerte del hombre e interviene a través de un acto simbólico de purificación, con el que expresa que se trata siempre, ante todo, de una iniciativa de Dios y no del hombre (vv. 7ss).

El Señor se dirige aún a la asamblea de los serafines, que son consultados sobre el gobierno del mundo (v. 8a); sin embargo, de manera indirecta, la voz del Señor interpela y llama a Isaías para que, investido por la gloria y por la santidad de Dios, vaya a profetizar en su nombre: «Aquí estoy yo, envíanle» (v. 8b). Es la plena disponibilidad de quien se deja invadir por un Dios que salva.

Comentario del Salmo 92. R/. El Señor reina vestido de Majestad
El Salterio nos ofrece el canto de bendición y alabanza de un fiel. Bendición y alabanza con el fin de ensalzar la concesión del amor y la lealtad de Dios para con él. Este hombre orante siente la necesidad de elevar su alma, llena de gratitud, hacia Dios: «Es bueno dar gracias al Señor, y tocar para tu nombre, OH Altísimo; proclamar por la mañana tu amor y de noche tu fidelidad».

Son varias las razones que motivan e impulsan su corazón hacia Dios para cantar sus favores. Nos vamos a detener en una que nos parece la más relevante: Su vida que, aun en la ancianidad, dará fruto. Esto le hace proclamar que en Dios —su Roca— no existe la mentira ni la maldad. Dios ha convertido en bien todos los acontecimientos de su vida, tanto los buenos como los malos: «El justo brota como una palmera, crece como un cedro del Líbano: plantado en la casa del Señor, crece en los atrios de nuestro Dios. Incluso en la vejez dará fruto, estará lozano y frondoso, para proclamar que el Señor es recto, que en mi Roca no existe la injusticia».

El profeta Jeremías llama bendito a aquel que, por fiarse de Dios, ha plantado su vida junto a El como un árbol a la orilla de las corrientes de agua. Dará fruto siempre aun en tiempos de sequía: «Bendito sea aquel que se fía de Yavé, pues no defraudará Yavé su confianza. Es como árbol plantado a las orillas del agua, que a la orilla de la corriente echa sus raíces. No temerá cuando viene el calor, su follaje estará frondoso; en año de sequía no se inquieta ni se retrae de dar fruto» (Jer 17,7-8).

Pero, ¿cómo puede un hombre plantar su vida junto a Dios si el concepto que la ley nos da de El es el de un ser intransigente, que exige un perfeccionismo quimérico e inalcanzable? ¿Cómo puede el hombre, así marcado por la ley, dar fruto en tiempo de sequía, es decir, cuando está sometido por la tentación, las dudas, las pruebas, el desánimo? ¿Vale la pena acercarse en estas condiciones a Dios? ¿No es mejor establecer distancias? En realidad, no es necesario establecer distancias. La misma ley, al ser, como dice san Pablo, imposible de cumplir, ya levanta en el hombre el muro que le separa de Dios.

El mismo Jeremías infunde un rayo de esperanza a nuestra humanidad traumatizada por su querer acercarse a Dios con sus sentimientos, y no poder hacerlo a causa de su debilidad e impotencia.

Dios anuncia la Buena Noticia por medio del profeta. Del seno del pueblo hará surgir un soberano para restaurar a Israel. Dios mismo le acercará hacia El. ¡Dios mismo! Sí, tiene que ser el mismo Dios el que lo acerque, porque nadie se jugará nunca la vida por acercarse hasta Dios... en espíritu y en verdad. Oigámosle: «Será su soberano uno de ellos, su jefe de entre ellos saldrá, y le haré acercarse y él llegará hasta mí, porque ¿quién es el que se jugaría la vida por llegarse hasta mí? Oráculo de Yavé» (Jer 30,21). Es evidente el anuncio que Dios mismo hace del envío de su Hijo.

El Señor Jesús se llegó al Padre hasta tal punto que no eran dos palabras sino una, dos voluntades sino una sola. Tanto se llegó el Hijo al Padre que escuchamos esta proclamación de sus labios: «El Padre y yo somos uno» (Jn 10,30).

Jesucristo, unido así al Padre que le ha enviado, es el árbol bueno que da fruto. Recordando lo que hemos dicho antes del profeta Jeremías, echó sus raíces junto a las corrientes de agua.

Su vida, sus sentimientos, su espíritu, su corazón, su voluntad..., todo su ser, estaban enraizados en la Palabra que recibía del Padre; por eso es el árbol bueno que da buen fruto anunciado por el salmo y, como hemos visto, por Jeremías.

El buen fruto es el Evangelio, Palabra vivificante, medicina que fructificó desde la cruz y que cura nuestra necedad e impotencia. Sabiduría que enseña al hombre a fiarse de Dios anulando el miedo de acercarse a Él. Fiarse de Dios es ver el Evangelio como don y como gracia, y no como exigencia. Fruto bueno porque al nacer del seno del Hijo de Dios perforado por una lanza, lleva consigo el poder de divinizar al hombre, Ya decía san Agustín que Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera ser hecho Dios.

El Evangelio es el fruto bueno y perenne que contiene semillas que, a su vez, hacen florecer árboles buenos con frutos buenos. Esta promesa está anunciada por el Señor Jesús: «No hay árbol bueno que dé fruto malo y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto... El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno...» (Lc 6,43-45).

A la luz de las palabras de Jesucristo, vemos que el fruto bueno nace del buen tesoro guardado en el corazón. Lo que no es otra cosa sino escuchar la Palabra, guardarla hasta empaparse de ella; lo cual sólo es posible cuando la Palabra se convierte en el Tesoro de los tesoros. «La palabra de Dios es más preciosa que el oro y más dulce que la miel... por eso tu servidor se instruye de ella, y guardarla es de gran provecho» (Sal 19,11-12).

Comentario del Santo Evangelio: Mt 10, 24-33. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo.
Lo que leímos ayer nos ponía vigorosamente frente a las exigencias de la misión, incluidas sus extremas consecuencias de la persecución y la muerte. Hoy introduce Jesús en su discurso el tema, típicamente bíblico, del «no tener miedo», que aparece en la Sagrada Escritura 366 veces. El pasaje está estructurado precisamente por la repetición, a modo de imperativo, de la invitación a no tener miedo (vv. 26.28.31), a la que en cada ocasión siguen los motivos por los que la confianza debe poner en jaque mate al temor. El primer motivo es éste: aunque el bien está ahora como velado y la astucia y la virulencia del mal parecen ocultarlo, se producirá una inversión total y veremos, en el triunfo de Cristo, el triunfo de todos los que han elegido hacer el bien.

Ésa es la razón de que se anime a los discípulos a la audacia del anuncio. Lo que se nos entrega es pequeño como un pabilo en las tinieblas, como un susurro al oído, pero ha de ser entregado a plena luz del día, gritado (con todos los medios, incluidos los que emplean antenas y repetidores) incluso desde los techos. Aunque el precio sea la muerte, ha de saber el discípulo que la muerte del cuerpo será siempre un hecho natural que hemos de afrontar con paz, sobre todo cuando estarnos seguros de que nada ni nadie, si vivimos y anunciamos el Evangelio, podrá matar la vida en nosotros, puesto que el verdadero mal destructor de esta vida y de la otra es el pecado.

La argumentación de Jesús sobre las razones para no tener miedo se une, a continuación, a dos imágenes tiernísimas: la de los «pájaros», que, aunque tienen un precio irrisorio, son objeto del amor providente del Padre, y la de los “cabellos” de nuestra cabeza, contados todos ellos. En verdad, dice el Señor; es preciso que no dejemos que el miedo ocupe lugar alguno en nosotros y nos decidamos, en cambio, a llevar una vida consagrada a dar testimonio de Cristo y del Evangelio.

La sociedad del «tener más» margina cada vez más a Dios mediante una serie de mecanismos que tienen que ver con el placer a cualquier precio, por cualquier medio. Ropa, dinero, servicios, experiencias: todo se ofrece en el gran supermercado del mundo. Sin embargo, el hombre, antes que perseguir la paz del corazón, experimenta un gran vacío, amplificado precisamente por estar abrumado por bienes de fortuna. Si no quiere morir de asfixia espiritual, ha llegado el tiempo de invertir por completo su marcha.

«Buscad a Dios y viviréis», advierte el profeta Amós. Y los ángeles de la natividad cantan: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor». Lo que el corazón (mucho más que la mente) debe comprender es el hecho de que, si busco la gloria del Señor en mi obrar; si mi ojo interior se abre a contemplarle, a querer obrar por amor a él, llego también a la paz. Si, en cambio, busco mi paz adhiriéndome a este mercado de propuestas consumistas apoyadas por el psicologismo, me pierdo en callejones sin salida, donde se encuentran dispuestos a sofocarme miedos cada vez más insurrectos.

Ahora bien, para que busque yo la gloria del Señor y sepa descubrirla por doquier —en la flor apenas entreabierta, en el cielo poblado de estrellas, en el rostro amigo, en el día alegre y en el cansado —necesito dejarme purificar. El Señor sabe de quién y de qué servirse para que yo no esté bajo el dominio del egoísmo, sino de la gloria de Dios. El otro elemento fundamental es que reciba el repetido: «No tengáis miedo». En un mundo profundamente turbado, absorber el «no tengáis miedo» en los ámbitos más profundos del ser me hace adquirir confianza, solidez, soltura, incluso en orden al apostolado. Diré con Isaías: «Aquí estoy yo, envíame».

Comentario del Santo Evangelio: Mt 10 24-33, para nuestros Mayores. No les tengan miedo
El discípulo de Jesús no puede verse sorprendido ante la incomprensión, la dificultad e incluso la persecución. Fue el destino del Maestro y el discípulo no puede esperar mejor suerte. Se trata de un proverbio. Lo singular del mismo está en su aplicación a Jesús y sus discípulos. El proverbio o maestro-discípulo» se halla precisado y completado por el del «señor-siervo». Frente a sus discípulos Jesús no es sólo el maestro —como podían serlo los rabinos o cualquier otro maestro frente a sus discípulos— sino que es también su Señor. Esto establece una nueva relación que se halla incluida en la primera confesión de fe cristiana: «Jesús es el Señor» y que continúa entre nosotros con el reconocimiento del señorío de Cristo y en la necesidad, por nuestra parte, de aceptar y cumplir su voluntad.

El discípulo debe correr la misma suerte que el maestro. ¿A qué se refiere esta segunda parte del proverbio? La vida de Jesús fue servicio (Jn 13, 16). El proverbio inculcaría, por tanto, a los discípulos su responsabilidad en el servicio a los demás, Es más probable que la referencia ponga de relieve las incomprensiones y persecuciones de que será objeto el discípulo, como también lo fue el Maestro.

El insulto recibido por el dueño de la casa, que fue llamado Beelcebul, nos orienta en este último sentido.
Los miembros de la familia corren la misma suerte que el padre: los discípulos de Jesús constituyen su familia, le pertenecen.

Lo oculto será dado a conocer. Es otro proverbio. Normalmente se aplica para expresar el deseo de que permanezca oculta alguna acción que no queremos que se sepa; el divulgada redundaría en perjuicio de quien la hizo, le quitaría la fama. En nuestro caso el proverbio es aplicado en sentido opuesto: el evangelio, al principio, era algo oculto, arcaico y misterioso; algo que debía mantenerse en secreto; conocido de pocos y con las precauciones necesarias para no desatar la persecución contra las personas que lo habían acepado. El Maestro quería decir a sus discípulos que esta situación no debía desanimarlos, porque no sería duradera. Un día se daría a conocer al mundo entero: «sería predicado desde las terrazas».

Estas garantías debían ser motivo de esperanza y alegría. Al fin y al cabo lo peor que le puede ocurrir a un hombre es la muerte. Pero, más importante que la muerte del cuerpo es la del alma. No olvidemos que el alma significa la vida. Por tanto, los hombres (ver el comentario a l0, 16-23) no pueden quitar la vida propiamente dicha. Esto solamente puede hacerlo Dios. Y, por supuesto, no lo hace con aquéllos que le aman, que le temen. El amor de Dios debe hacer superar el temor a los hombres. Pero no olvidemos que también el temor de Dios es una actitud cristiana (ver 1-le 9, 3 1; Rom 1 20; 2 Cor 7, Fil 2, 12; 1Pe 1, 17; 2, 17). Cierto que no es una actitud última; debe ser asumido en la actitud de relación filial, del amor; pero es una buena base sobre la que debe asentarse toda la vida cristiana. El aliento que se infunde a los discípulos busca otra comparación: la de los pájaros. Vosotros valéis más que ellos. Vosotros pertenecéis a la familia de Jesús, a la familia de Dios.

El ser de la familia de Jesús obliga a mantener la fe en él y manifestarla; sin avergonzarse, ante los hombres. Quien se avergüence de ello, queda excluido de la familia de Jesús; Jesús no puede considerarlo como hermano y en definitiva, Dios no será su Padre. Confesión que es afirmación de que Cristo, el crucificado-resucitado, es el señor de la vida. Hacer señor de la propia vida a un crucificado cae en el absurdo a no ser mirándolo desde la fe. Confesión que es afirmación de lo hecho por Dios en Cristo para la salud del Hombre. Y alabanza para ello.

Comentario del Santo Evangelio: Mt 10 24-33, de Joven para Joven. Tened miedo a los que pueden matar el alma.
Se discute si puede haber en el mundo una nueva revelación, superior a la de Jesucristo. La respuesta es ciertamente negativa: la plenitud de la divinidad se ha revelado la persona de Jesús de Nazaret (Col 2,9) y ha recibido plena respuesta humana al morir en la cruz. La divinidad de Cristo fue aceptada libremente por su voluntad humana: la voluntad de Dios y la voluntad del hombre se encuentran en Él, haciéndose uno. Así ha sucedido durante toda la vida de Jesús pero, como en una sinfonía, el culmen de la obediencia se alcanza en la cruz. Dios que deja morir a su propio Hijo es el momento supremo del amor del Padre hacia los hombres. El Hijo no hace más que lo que ve del Padre (Jn 5,19) y acepto este sacrificio como Dios y como hombre. En medio de la increíble violencia, ignorancia y rebelión humana, el Hijo expresa el consentimiento pleno con labios humanos: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).

La vida de los cristianos debe desarrollarse también en esta sinfonía de la cruz. Estaremos siempre lejos de la perfección del primer ejemplo pero podemos aprender a amarlo primero e imitarlo después.

¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? La redención de la cruz no está en el sufrimiento, sino en la fuerza del espíritu que, en el sufrimiento y en el fracaso, conserva firme la fe de que todo viene de Dios, en quien confía a pesar de las dificultades. Es lo que afirma Jesús cuando habla de la suerte de un pájaro.

La caza de pájaros pequeños hoy está prácticamente prohibida pero, en aquellos tiempos, se practicaba habitualmente. Los pájaros capturados se metían en aceite; el petirrojo era caro y exquisito, mientras que el gorrión era muy económico. ¿Cuánto costaba exactamente? E] texto latino habla de un as, en griego assarión es decir, muy poco dinero. Algunos han intentado reconstruir a qué equivalía en base al precio del pan, que costaba, precisamente, un as. No era muy halagüeño ser comparados con gorriones vendidos en el mercado. Pero la enseñanza espiritual del ejemplo está clara. San Basilio lo resume en una sola frase: nada en el mundo escapa a la divina Providencia.

Si es verdad para las criaturas de la naturaleza, aún más verdadero es para el hombre. La Providencia divina no lo abandona, aunque sufra y sea perseguido.

Ni uno de e ellos caerá en tierra sin que ¿u disponga vuestro Padre. Es un antiguo problema teológico: la Providencia divina no se equívoca; entonces, ¿de dónde viene el mal que aflige al mundo? Si Dios es creador del cielo y de la tierra y de su orden maravilloso, ¿por qué las catástrofes, los terremotos, las inundaciones? ¿Por qué las enfermedades y el sufrimiento? Algunos autores pensaban que Dios mandaba estos males a la tierra pata un bien mayor. Orígenes se refiere a este pensamiento cuando comenta el versículo de la Escritura en que Dios endurece el corazón de] faraón. En nuestros tiempos, Berdiáiev cree que sin la existencia de mal no habría libertad para elegir el bien.

Todas son teorías peligrosas. Los Padres tienen una opinión opuesta, expresada en una única frase: ¡Dios no es causa del mal! La única razón por la que existe el mal físico y moral es el pecado consciente y libre. Todo e mal es contrario a la divina Providencia.

Pero, inmediatamente después de que se haya cometido el mal, ocurre algo maravilloso, humanamente inexplicable: Dios es capaz de usar ese mal para el bien. Según una leyenda, san Procopio de Bohemia obligó al diablo a arar la tierra. Ciertamente, la historia es sólo simbólica pero, para la Providencia divina, incluso las caídas y la muerte sirven al final para el brotar de la vida.

Elevación Espiritual para este día. 
Ahora sólo te amo a ti, sólo a ti te sigo, sólo a ti te busco y estoy dispuesto a pertenecerte del todo, para que sólo tú ejerzas la soberanía, Señor mío, sólo deseo ser tuyo. Manda y ordena lo que quieras, te lo ruego, pero cura y abre mis oídos, a un de que pueda oír tu voz. Cura y abre mis ojos, a fin de que pueda ver tus señas. Aleja de mí lo que me impide reconocerte. Muéstrame tú el camino y dame lo que necesito para el viaje.

Reflexión Espiritual para el día.
Nuestra carne está hecha para morar en Dios, para convertirse en templo de Dios. La carne de Jesús es el templo de Dios. De este templo correrán ríos de agua viva para alimentar, curar revelar el amor y la compasión. Nuestra carne, transfigurada por el Verbo encarnado, se vuelve un instrumento para difundir el amor de Dios. Igual que para María, también para nosotros la carne de Cristo, su humanidad, es el medio a través del cual y en el cual nos encontramos con Dios.

La llamada que hemos recibido no es a dejar la humanidad de Cristo para ir al encuentro de Dios, que trasciende la carne, sino a descubrir y a vivir la carne de Jesús como carne de Dios, su cuerpo como un sacramento que da un sentido nuevo a nuestra carne humana, que nos revela el amor eterno de la Trinidad donde el Padre y el Hijo, en la unidad del Espíritu Santo, se aman desde toda la eternidad.

Nuestros cuerpos han sido concebidos en el silencio y en el amor. Nuestra primera relación, con nuestra madre, ha sido una relación de comunión, a través del tacto y de la fragilidad de la carne.

Hemos sido llamados a crecer, a desarrollarnos, a volvernos competentes y o luchar por la justicia y por la paz; pero, en definitiva, todo está destinado a la entrega de nosotros mismos, al reposo y a la celebración de la comunión. Todo empieza en la comunión, todo culmina en la comunión. Todo empieza en la fiesta de las bodas, y todo se consuma en la fiesta de las bodas, en la que nos entregamos con amor.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Isaías 6, 1-8. ¿Dios en Alguien para mí?
Después de Amós y Oseas, abordamos hoy Isaías. Aquellos profetizaron en el Reino del Norte, en Samaria. Este habla en el Reino del Sur, en la misma Jerusalén. Isaías asiste al derrumbamiento de Samaria, minada por la idolatría y la injusticia. Está también atormentado por las amenazas que ve avanzar sobre su pueblo.
Este es hoy el relato de su vocación.

El año de la muerte del rey Ozías (en 740), vi al Señor sentado en un trono muy elevado..., y las haldas de su manto llenaban el templo... Temblaron los quicios de las puertas... El templo se llenó de humo.
Isaías es un joven aristócrata de la capital, destinado, sin duda, a una brillante carrera política. Su edad se halla entre los veinte y los treinta años. Está rezando en el Templo de Jerusalén. «Encuentra a Dios» en una especie de éxtasis místico que marcará toda su vida.

Desde entonces, será el profeta de la santidad grandiosa de Dios.
Lo que le pasó entonces, nadie lo sabe concretamente. Pero conserva unas «imágenes»: un monarca sobre un trono de gloria..., unas aclamaciones extraordinarias que hacen temblar las puertas... la nube de incienso que da a la escena un halo misterioso..., un diálogo misionero, una ruda llamada... Esto sucedió también de manera diferente a otros anteriores a él, Abraham, Moisés, Samuel. Esto sucede siempre. La irrupción del Señor en una vida. El «encuentro» del Dios vivo: Pablo de Tarsos en el camino de Damasco, Francisco de Asís en el almacén de su padre, el Cura de Ars podando las viñas, Carlos de Foucault en el confesionario del padre Huvelin...
¿Y yo? ¿He hecho la experiencia de Dios? ¿Dios es Alguien para mí?

Unos serafines se mantenían erguidos por encima de él; cada uno tenía seis alas... Y se gritaban el uno al otro: «iSanto! ¡Santo! ¡Santo! Señor del universo. Llena está la tierra de tu gloria.»

¿Me he dejado deslumbrar por la luz de Dios? ¿Me he dejado ensordecer por el grito de los serafines? El sanctus de cada misa ¿no se ha convertido para mí más que en un monótono murmullo, siendo así que debería continuar expresando la transcendencia divina, la intensa proximidad de Dios? La tierra, nuestra tierra está llena de su gloria.
¡La verdad es que no sabemos verla, ni gritarla nosotros, esta gloria que llena la creación, que envuelve el universo, que estalla en la humanidad!

El término «gloria» es muy pálido para traducir el hebreo «Kabód», que significa el peso real de las cosas. Toda la tierra está llena de su «peso», de su «densidad infinita».

Dije entonces: «Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros... Uno de los serafines voló hacia mí con una brasa en la mano que había tomado de sobre el altar; la acercó a mis labios y dijo:
«Tu culpa se ha retirado.» Oí entonces la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré, quien será nuestro mensajero?” Yo contesté: «¡yo seré tu mensajero, envíame!»

Hay que volver sobre esta escena y este diálogo, imaginar cada detalle.
Dios da miedo. Me da miedo. Toda vocación, toda llamada de Dios da miedo. ¿Qué hacer? ¿Cómo atreverse?
Es preciso que Dios intervenga personalmente para «quemar los labios» del que será su portavoz. «Quema, Señor mis labios» dice el sacerdote antes de leer el evangelio y de atreverse a hacer la homilía. 

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