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miércoles, 14 de julio de 2010

Lecturas del día 14-07-2010

14 de julio de 2010, MES DEDICADO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS.  MIÉRCOLES XV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. FERIA. o SAN CAMILO DE LESLIS, presbítero, Memoria libre. (CIiclo C) 3ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. SS. Francisco Solano pb, Tuscana vd rl. Beato Mariano de Euse pb.

LITURGIA DE LA PALABRA

Is 10, 5-7. 13-16: ¿Se envanece el hacha contra quien la blanda?
Salmo 93: El Señor no rechaza a su pueblo.
Mt 11, 25-27: Sí Padre esa ha sido tu elección 

En este breve relato que nos presenta el evangelista Mateo, hace alusión nuevamente a uno de sus temas preferidos. Los ‘cansado y agobiados’ no son otros que los pequeños e ignorantes de los versículos precedentes, en efecto, el peso del yugo designa con frecuencia en el judaísmo el cumplimiento de la ley, los escribas lo habían sobrecargado con un numero incalculable de prescripciones que los simples y los pequeños se esforzaban por observar; sin tener la capacidad suficiente para distinguir lo fundamental de lo accidental. Lo que Jesús ha acogido no son tanto los afligidos como los simples e ignorantes, esclavos de las prescripciones del legalismo judío. Jesús que guardaba sus distancias frente al intelectualismo, hace otro tanto frente al legalismo. Llama a los que están cansados y agobiados, pero no para darles descanso, sino para proponerles que carguen un yugo diferente. El evangelio se vale de este recurso para señalar que cada persona debe asumir en la vida una carga, un peso, un yugo, una preocupación. Este peso puede ser el de las ambiciones personales, el de los problemas económicos de cada día, el de la violencia que nos rodea. Para llevar el yugo que Jesús nos propone, el yugo de la solidaridad y la fraternidad universal, debemos prepararnos. No basta la buena voluntad, es necesario aprender algunas cualidades: la humildad y la mansedumbre. Jesús impone un yugo fácil de llevar porque El también ha formado parte de la comunidad de los pobres anunciada por los profetas.

PRIMERA LECTURA.
Isaías 10, 5-7. 13-16
¿Se envanece el hacha contra quien la blanda?
"¡Ay Asar, vara de mi ira, bastón de mi furor!

Contra una nación impía lo envié, lo mandé contra el pueblo de mi cólera, para entrarle a saco y despojarlo, para hollarlo como barro de las calles. Pero él no pensaba así, no eran éstos los planes de su corazón; su propósito era aniquilar, exterminar naciones numerosas.

El decía: "Con la fuerza de mi mano lo he hecho, con mi saber, porque soy inteligente. Cambié las fronteras de las naciones, saqueé sus tesoros y derribé como un héroe a sus jefes.

Mi mano cogió, como un nido, las riquezas de los pueblos; como quien recoge huevos abandonados, cogí toda su tierra, y no hubo quien batiese las alas, quien abriese el pico para piar."

¿Se envanece el hacha contra quien la blanda? ¿Se gloría la sierra contra quien la maneja? Como si el bastón manejase a quien lo levanta, como si la vara alzase a quien no es leño. Por eso, el Señor de los ejércitos meterá enfermedad en su gordura y debajo del hígado le encenderá una fiebre, como incendio de fuego.

Salmo responsorial: 93. El Señor no rechaza a su pueblo.

El Señor no rechaza a su pueblo.
Trituran, Señor, a tu pueblo, / oprimen a tu heredad; / asesinan a viudas y forasteros, / degüellan a los huérfanos. R.

Y comentan: "Dios no lo ve, / el Dios de Jacob no se entera." / Enteraos, los más necios del pueblo, / ignorantes, ¿cuándo discurriréis? R.

El que plantó el oído ¿no va a oír?; / el que formó el ojo ¿no va a ver?; / el que educa a los pueblos ¿no va a castigar?; / el que instruye al hombre ¿no va a saber? R.

Porque el Señor no rechaza a su pueblo, / ni abandona su heredad: / el justo obtendrá su derecho, / y un porvenir los rectos de corazón. R.

SEGUNDA LECTURA.

SANTO EVANGELIO.
Mateo 11, 25-27
Has escondido estas cosas a los sabios, y se las has revelado a la gente sencilla
En aquel tiempo, Jesús exclamó: "Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar"

Palabra del Señor.

Comentario de la Primera Lectura: Is 10,5-7.13-16. ¿Se envanece el hacha contra quien la blande?
El oráculo contra Asiria que nos presenta este momento debe ser colocado en el contexto de la inminente amenaza de la invasión asiria, que marca la época de la profecía de Isaías. Los reyes de Judá, primero Ajaz y después, su hijo Ezequías, adoptan una política diferente respecto a la potencia extranjera: de alianza-vasallaje el primero, de oposición el segundo. Sin embargo, ninguno de los dos sigue los consejos del profeta, que exhorta a buscar en la fe en Dios y no en las alianzas políticas la estabilidad y la seguridad del Reino. De este modo, Isaías considera a Asiria unas veces como enemiga que ha de ser castigada, y otras, como instrumento del que se sirve Dios para amonestar a su pueblo e incitarle al arrepentimiento.

En este oráculo se llama a Asiria «vara» y “bastón” de la cólera de Dios (v. 5), instrumento eficaz destinado a que el pueblo tome conciencia de la impiedad en que vive. Sin embargo, Asiria trueca en ventaja suya la tarea que le ha sido confiada: el castigo que debe infligir a Israel y a Judá se está transformando en su propia destrucción. Se ha puesto a sí misma corno árbitro de sus propias opciones. De este modo, el «bastón de furor» de Yavé (v. 5b) pretende «mover a quien lo 1leva» (v. l5e). El destino que le está reservado, siguiendo la lógica de la retribución temporal, será un castigo ejemplar (v. 16). 

Comentario del Salmo 93. El Señor no rechaza a su pueblo. 

Estamos ante un salmo de súplica, caracterizada sobre todo por las peticiones iniciales: «manifiéstate» (1), «levántate» y «dales su merecido» (2). Puede considerarse una súplica individual (16- 19.22) o colectiva, en cuanto que representa la oración de todos los justos ante la injusticia generalizada presente en la sociedad. Nosotros vamos a considerarlo como un salmo de súplica colectiva.

Este salmo no presenta una organización muy clara. Aún así, podemos dividirlo en cuatro partes: 1-7; 8-15; 16-21; 22-23. La primera (1-7) se caracteriza por una súplica urgente, dirigida al Señor, Dios de la venganza y juez de la tierra (1-2), para que se despierte, para que se levante y haga justicia, dándoles su merecido a los soberbios. El final del salmo (23) indica qué es lo que esto significa. La pregunta « ¿hasta cuándo...?» permite suponer que los malhechores se han adueñado de la sociedad y que están cometiendo, con altanería (3b), las mayores injusticias que quepa imaginar. De hecho, en los versículos 4 al 7 encontramos siete crímenes de los malvados: se desbordan sus palabras insolentes, se jactan, aplastan al pueblo, humillan la heredad de Dios, matan y asesinan a los más indefensos (viudas, extranjeros, huérfanos) y comentan: «El Señor no lo ve, el Dios de Jacob no se entera...». La séptima acción es el motor de todas las anteriores: Dios no se da cuenta de lo que están haciendo. Por eso este salmo comienza clamando al Dios de la venganza y al juez de toda la tierra...

En la segunda parte (8-15) el salmista se dirige a los malvados injustos (8-11) y al pueblo (12-15). A los soberbios los llama necios e ignorantes (8). Y al pueblo le anuncia la felicidad (12). El contraste entre estos dos grupos es más que evidente. Los malvados son necios e ignorantes, por eso no aceptan la instrucción de Dios. Los justos, por el contrario, se dejan educar por el Señor y encuentran el camino de la felicidad, consiguiendo el derecho y un futuro feliz. Muy distinta es la suerte de los soberbios, a los que se abre una fosa.

En la tercera parte (16-21) el salmista, sin abogado defensor, plantea una pregunta (16); además tenemos el probable recuerdo de los hechos vividos en un pasado en el que se sentía muy próxima la presencia protectora del Señor (17-19) y también una serie de datos precisos acerca del comportamiento de los injustos (20-21). Es un llamamiento a Dios para que tome medidas contra las injusticias de los soberbios, de los necios y de los ignorantes.
La última parte (22-23) presenta el destino diferente que espera a cada cual. El justo encuentra en Dios su refugio, mientras que los malvados serán destruidos.

Da la impresión de que este salmo constituye la sesión de un juicio. Al menos supone la existencia de un espacio amplio, con la presencia de jueces corruptos, unas cuantas personas y el salmista.

No hay quien haga justicia. Por eso el salmista se dirige al Señor, Dios de la venganza y juez de la tierra, para pedir justicia (1-2). El salmista dirige una catequesis a los presentes sobre las acciones de Dios en favor de la justicia (12-19). En este salmo, a los enemigos del justo se les llama soberbios (21 injustos (3.13b), malhechores (4h.16b), necios e ignorantes (8) y malvados (16a). Se les acusa gravemente de las siete acciones injustas que ya hemos mencionado (4-7), que alcanzan su cota más elevada en la corrupción de Dios: «Dios no hace nada...». Los injustos han ocupado el lugar del Señor y han convertido la sociedad en un caos.

La acusación contra los soberbios continúa en las primeras líneas de la segunda parte (8-11). Pero ahora nos preguntamos quiénes son estas personas. En 2 1-22 encontramos un dato importante: se habla aquí de un tribunal corrupto que dicta sentencias injustas en nombre de la ley. Con la ley en sus manos, los injustos cometen las mayores tropelías (4-7) en los tribunales. Y si a alguien se le ocurre reaccionar, tendrá que padecer atentados y será condenado a muerte (21). Los injustos de este salmo son, por tanto, jueces corruptos que, en nombre de la ley, matan y asesinan impunemente a aquellas personas que se oponen a sus proyectos (el justo y el inocente del versículo 21) o que deberían recibir de ellos mayor protección (las viudas, extranjeros y huérfanos del versículo 6).

En este sentido, la conclusión del salmo (22-23) funciona como la sentencia: el justo encuentra refugio en el Señor, mientras que los jueces injustos serán destruidos por Dios. De este modo se pondrá fin a su impunidad.

El rasgo más importante es el del Dios aliado que hace justicia. Dios de la venganza, juez de la tierra, incapaz de pactar con un tribunal asesino y corrupto, que muestra su amor para con el justo educándolo, protegiéndolo, llenándolo de alegría. Dios es aquí, como en tantos otros salmos, el aliado del justo en la lucha por la conquista de la justicia. Es lo contrario de lo que pretendían los soberbios, cuando decían: «El Señor no lo ve, el Dios de Jacob no se entera (7), es decir, un Dios que se alía con los corruptos y que aprueba la impunidad. No fue esto precisamente lo que sucedió en Egipto, cuando los israelitas clamaron a Dios a causa de la opresión del Faraón. El Señor escuchó, bajó y liberó. En este salmo se espera que haga lo mismo. Estamos, por tanto, nuevamente ante el Dios de la Alianza que escucha el clamor de su pueblo, que lo libera y le hace justicia.

El tema de la justicia toca muy de cerca la vida y la actividad de Jesús, sobre todo en el evangelio de Mateo. En su época, los doctores de la Ley eran los responsables de la interpretación y de la aplicación de la Ley en la vida del pueblo. Jesús no encubre sus injusticias, sino que los acusa enérgicamente (Mt 23,13- 16; Mc 12,38-40). Dejó bien claro que Dios no olvida nunca el clamor de los que piden justicia (Lc 1.8, 6). El Apocalipsis, cuando habla de la Nueva Jerusalén (AP 21-22), la presenta como una sociedad en la que no se escucha clamor alguno a causa de las injusticias (21,4).

En todo el mundo, el pueblo pobre y que padece la injusticia puede hacer suyo este salmo y clamar con sus palabras al Señor, Dios de la venganza, para que se manifieste, se levante y haga justicia. Uno de los ámbitos más corruptos de nuestra sociedad es, sin lugar a dudas, el de la justicia, que engendra una cultura de la impunidad (la nueva versión de «El Señor no lo ve, el Dios de Jacob no se entera...»). La situación es tan grave que, en lugar de conseguir justicia, muchas veces los justos e inocentes mueren en las garras de los que debían defenderlos de las ambiciones de los poderosos...

Comentario del Santo Evangelio: Mt 11, 25-27. Has escondido estas cosas a los sabios y se las has revelado a la gente sencilla.

Jesús alaba al Padre y le da gracias por su obrar, tan diverso y sorprendente con respecto a la lógica humana que exalta el poder y la fuerza en todos los ámbitos de la existencia. No son los que cuentan exclusivamente con su propia sabiduría, no son los que ponen el fundamento de su propia seguridad sobre las capacidades en continuo devenir de la inteligencia, sino que son los «pequeños» los beneficiarios de la revelación del Padre (v. 23). Así, el grito de dolor de Corozaín, Betsaida, Cafarnaún, refractarias o indiferentes con respecto a su palabra (cf Mt 11,20-24), va seguido del grito de alegría de Jesús por aquellos que, por el contrario, han abierto su corazón a la Palabra. A las ciudades galileas, que conocían bien al «hijo del carpintero» (Mt 13,35) porque eran su patria, les resulta incomprensible la novedad del Evangelio, que se revela, en cambio, a quienes, privados de títulos de méritos y sin estar en condiciones de apoyarse en prerrogativas humanas, son capaces de confiar en Dios, seguros de su fidelidad. Jesús constata con alegría la elección preferencial del Padre, jamás desmentida a lo largo de toda la revelación, por los que son pequeños, pobres, sencillos. Así le parece bien al Padre (v. 26) y así le parece a Jesús.

El evangelista aprovecha esta ocasión para declarar la conciencia de Jesús y la Fe de la Iglesia en el misterio de las relaciones trinitarias. El Padre da al Hijo todo por amor; el hijo lo acoge todo y lo restituye al Padre por amor. El movimiento eterno de entrega recíproca entre el Padre y el Hijo sigue siendo incognoscible para la criatura. Sin embargo, por obra del Espíritu, perenne efusión de amor; el Padre se hace accesible en el Hijo y se revela a sí mismo (v. 27). Tal manifestación es incomprensible para la sabiduría racional humana. Sólo quien se hace «pequeño» en el corazón, en toda su existencia, sólo quien se vuelve disponible para entrar en la lógica del don gratuito de Dios, puede comprenderla. El apóstol Pablo diré con otras palabras: «Lo que en Dios parece debilidad es más fuerte que los hombres» (1 Cor 1, 25a).

La tentación originaria del hombre es la de excluir a Dios de su propia existencia. Homo faber fortunae suae se convierte en el lema que marca las raíces de la voluntad humana y sella sus opciones. La conciencia de vivir en la edad adulta no puede tolerar la dependencia ni la sumisión a ningún Dios.

El hombre que rechaza a Dios —tanto si lo reconoce como si no— se cierra en el gueto de sus propios instintos, de sus propias opiniones, de una inteligencia que, por mucho que pueda recorrer los espacios siderales o adentrarse en las partículas infinitesimales de la materia, no sabe encontrar el camino de la alegría, de la paz, de la plenitud interior. De esta suerte, paradójicamente, el hombre que se siente señor del mundo así como de su propia existencia y de la ajena no consigue hacerse con el corazón del vivir; con su significado último, que es lo único que le da consistencia. Eso es, sin embargo, lo que se revela a quien acepta la realidad de ser criatura pequeña frente al Creador aunque tan preciosa para él que la llama a participar de su misma vida. Es «pequeño» quien se muestra contento con lo que es, quien sabe que no es omnipotente y, por eso, se abre a la relación con Dios. Es «pequeño» quien reconoce haber recibido todo como don y lo usa no como dueño o como predador, sino como siervo, con gratitud. Quien es «pequeño» de este modo conoce algo del amor del Padre y del Hijo.

Comentario del Santo Evangelio: Mt 11, 25-27, para nuestros Mayores. Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y la tierra. 

Meteoro procedente del cielo joánico. Así ha sido llamada esta sección de Mateo. Y no faltan razones muy serias que justifican el que se la haya bautizado así. En ella es descrito el misterio de la filiación de Jesús, Hijo de Dios, de su relación con el Padre, con la terminología y profundidad que son peculiares del cuarto evangelio. Incluso se ha dicho que esta perícopa originariamente no perteneció al evangelio de Mateo sino al de Juan. Es tas afirmaciones sólo en parte son aceptables.

La revelación de la paternidad divina, de que Dios es Padre, sobre todo de Jesús y, a través de él, de los creyentes, constituye el centro de gravedad más acusado de la predicación de Jesús (ver el comentario a 6, 7-15). En la paternidad divina se halla resumido cuanto puede decir se de la relación de Dios con los hombres. En la filiación divina se halla resumido cuanto puede decirse de la relación del hombre con Dios. Es e1 mejor resumen del evangelio. Desde este punto de vista no era necesario que Mateo recurriese a Juan. Ambas tradiciones —la sinóptica y la joánica— dependen en este punto de la tradición y predicación más original.

La perícopa se halla estructurada en tres partes: a) acción de gracias al Padre por la revelación recibida; b) contenido de dicha revelación; c) invitación y llamada. Un esquema que no es nuevo. Se halla calcado en el mismo en que nos es presentada la Sabiduría (Eclo 51). La primera parte del esquema la acción de gracias, tiene como punto de referencia el rechazo que los escribas y fariseos habían hecho de la palabra de Jesús. Eran los doctos de la época, particularmente los escribas, los profesionales de la Ley. El misterio del Reino no es accesible a esta clase de sabiduría humana. La acción de gracias significa en este caso concreto la aceptación del plan o designio de Dios. Y este plan no puede ser aceptado más que por aquéllos que se presentan ante Dios conscientes de su vaciedad y pequeñez, con la pobreza sustantiva que caracteriza al ser humano, con la actitud de humilde y « desesperada» búsqueda de algo o Alguien que sea capaz de llenar la propia vida. Características que, por lo demás, pueden darse en la gente docta, en los doctores de la Ley, como lo demuestra el caso de Nicodemo (Jn 3, lss). Dios no admite que el hombre entre en petulante competencia con él. La autosuficiencia será el obstáculo mayor para que el misterio de Dios se abra a ellos. El plan de Dios puede ser aceptado o rechazado por el hombre, pero no puede ser discutido.

La segunda parte del esquema habla de Jesús como el único revelador del Padre. Y lo hace utilizando las categorías de « conocimiento » y « revelación ». La revelación de Dios, incluso en el grado del misticismo, era descrita en las religiones de la época —particularmente en aquéllas que habían sido influenciadas por la corriente de la gnosis— con estas categorías. Se hablaba de un conocimiento superior de Dios que, mediante determinados ritos, introducía al hombre en el mundo de lo divino. En el judaísmo se hablaba también de este conocimiento de Dios. Pero se afirmaba que Dios únicamente podía ser conocido por aquéllos que él había elegido. En definitiva, era el pueblo elegido el único conocedor de Dios. Dios le había entregado su propia revelación.

Jesús se presenta a sí mismo como el revelador del Padre, la plenitud de la revelación. Y esto es posible y se justifica desde su peculiar relación con el Padre, por su vida de intimidad con él desde toda la eternidad. El evangelio de Juan lo dice con mayor claridad: “Hablamos de lo que sabemos, y de lo que hemos visto damos testimonio”, «lo que ha visto y oído (el que viene de arriba) eso testifica», «el que Dios ha enviado habla las palabras de Dios», “el Padre ama al Hijo y ha puesto en sus manos todas las cosas” (Jn 3, 11. 3Oss).

La invitación-llamada está contenida en la tercera parte del esquema apuntado más arriba. La imagen del «yugo» perteneció, en primer lugar; a la relación «esclavo-señor».

Después se aplicó a la relación «discípulo-maestro». Las alianzas humanas, y también la divina, se expresaban con las categorías de sumisión y obediencia. Cada maestro tenía un «yugo» que imponer a sus discípulos. Pero el yugo de Cristo es más suave que el que imponen otros maestros. El texto hace referencia, en primer lugar, al yugo de la ley de Moisés, particularmente duro en su aplicación por los escribas. Este yugo se imponía a todo judío piadoso. San Pedro lo calificará de «yugo insoportable» (He 12, 10) y Jesús lanza duras invectivas contra los escribas por haber impuesto un fardo tan pesado a los hombres (23, 4).

Mateo ha hablado ya ampliamente de las tremendas exigencias de Jesús. ¿Cómo puede afirmarse que su yugo es suave y su carga ligera? Jesús inculca al hombre el espíritu de la Ley, liberándolo de la esclavitud de la misma; manda que pidamos al Padre y nos da la garantía de ser escuchados por él; promete el Espíritu que viene en ayuda de nuestra flaqueza. Finalmente, él mismo se presenta como manso y humilde de corazón. Su yugo nada tiene que ver con la opresión, precisamente porque él viene al hombre con humildad (21, 5), por el camino de la suprema humillación para hacerse uno de nosotros (Fil 2, 5ss) revolucionando las estructuras, sobre todo, de la autoridad.

Comentario del Santo Evangelio: Mt 11,25-27, de Joven para Joven. Dios revela sus misterios a los sencillos.

Dios se manifiesta. Mateo transmite una oración-mensaje que acontece indefectiblemente a lo largo de toda la historia. Jesús tiene ante sí a un grupo de gente humilde, sencilla, que es todo ojos y oídos, porque busca razones para vivir y porque admiran los gestos de salvación; se sienten iluminados por la palabra del rabí de Nazaret; están en sintonía. Por otra parte, al fondo del grupo están los especialistas de la religión, que le contemplan con mirada torva y cuchichean aviesamente. Ante todo, Jesús deja bien claro: “Te doy gracias, porque revelaste... Nadie conoce al Padre, sino aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.

La fe es una gracia. “A nosotros nos ha revelado Dios el misterio por medio del Espíritu” (1Co 2,10). El mismo Espíritu que iluminó a los autores inspirados de la Biblia para que nos transmitieran un mensaje divino, ilumina a los que lo escuchan o leen para que lo comprendan y acojan. La fe no brota automáticamente del estudio ni de argumentos racionales sólidos; es un don. Si “todo es don que viene de arriba” (St 1,17), mucho más la fe. Somos creyentes sola y exclusivamente por “obra y gracia del Espíritu Santo”; por eso sólo la fe humilde es verdadera fe.

Revelación “a la gente sencilla” Jesús da gracias al Padre por lo que tiene ante sus ojos; los doctores y especialistas en religión no entienden, se “escandalizan”, creen que no tienen nada que aprender, y menos de labios de un artesano de aldea sin letras (Lc 4,22).

Jesús habla de “esconder estas cosas”; se trata de una forma de hablar semita. Dios ofrece a todos la Buena Noticia, pero los engreídos no sólo no acogen el mensaje, sino que lo excomulgan y buscan matarlo (Lc 4,28-29), pero porque ven amenazada su categoría de “amos” de la pobre gente del pueblo, a la que explotan (Mt 23,28). En cambio, los sencillos reconocen la acción de Dios en Jesús, comprenden el misterio de la bondad y el perdón de Dios, se asombran y lo bendicen.

También creen en Jesús personas con cierta cultura y formación humana y religiosa, como Nicodemo, José de Arimatea y Mateo. En realidad la cultura, la ciencia verdadera, no está reñida con la sencillez de corazón; al contrario, el verdadero sabio es hondamente sencillo y humilde. Así veía la humanidad entera a Juan XXIII. Jesús testifica que en todos los que le rodean se cumple aquello de “dichosos los sinceros de corazón, porque verán a Dios” (Mt 5,8).

Esto mismo es lo que constata Pablo y se lo recuerda a la comunidad de Corinto (1Co 1,26-29). Y es que “la ciencia (sola) hincha; sólo la caridad construye” (1Co 8,1). Los corintios corrían el peligro de caer en el error de sus contemporáneos que todo lo reducían al “saber intelectual” (1 Co 1,22). Si algo hay claro y repetido con insistencia en la Biblia es precisamente esto: sólo el humilde, sincero y sencillo puede entrar en comunión con Dios y ser mediación suya. Esa “gente sencilla”, a la que el Padre ha revelado los secretos del Reino, son los de la comunidad de Jerusalén y de las demás comunidades que iban surgiendo a lo largo del Imperio romano, todos los “pobres de espíritu” (Mt 5,1) que ha habido, hay y habrá; todos ellos están simbolizados en los pastores, que reconocen en Jesús al Mesías, y en los magos, que se sienten necesitados de salvación y la buscan. En todos ellos se cumple la profecía de María: “A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos” (Lc 1,53). Jesús lo dice también con otra categoría: “Quien no acepte el Reino de Dios como un niño no entrará en él” (Lc 18,17).

“Estas cosas” ¿Qué son “estas cosas”, ocultas a los sabios y reveladas a los sencillos? Ante todo, el significado de la obra de Jesús, el conjunto del Evangelio del Reino, la revelación de que Dios es Padre. En la paternidad divina se halla resumido cuanto puede decirse de la relación de Dios con los hombres. En la filiación divina se halla resumido cuanto puede decirse de la relación del hombre con Dios. Es el mejor resumen del Evangelio. 

Pero el saber que el Espíritu revela a los sencillos y sinceros de corazón no es primordialmente científico ni teológico; es un saber debido a la experiencia que se tiene de Dios. Muchos teólogos hubieran podido dar lecciones de teología a santa Teresa del Niño Jesús, pero es ella la que ha sido proclamada Doctora de la Iglesia por esa “ciencia” que proviene de la experiencia que se tiene de Dios. Todos sabemos que Dios es nuestro Padre; pero ella tenía una experiencia tan honda y “sabrosa” de lo que supone esta dignidad (1 Jn 3,1), que cuando recordaba que Dios era su Padre, le brotaban espontáneamente las lágrimas de alegría.

“Importa más sentir la contrición, que saber su definición”, dice el Kempis. Sabe más sobre la amistad un amigo que un filósofo de la amistad que nunca ha tenido un amigo. Éste es el drama de la mayoría de los cristianos: están incardinados en el montaje religioso, pero les falta la experiencia del encuentro con Dios.

Este pasaje no es un elogio de la ignorancia, sino de la sencillez. Hay ignorantes complicados y científicos sencillos. La humildad y sencillez constituyen un camino milagroso para crecer en la fe. Mons. Casaldáliga testimonia: “He de reconocer que Dios me ha sido “fácil”. Siempre me he sentido niño ante Él. Reconozco que la fe es un don. Creo que es también el resultado “gratuito” de una cierta “simplicidad” interior. Los ricos, grandes y soberbios no podrán ver a Dios. Eso no lo digo yo, lo dice el Evangelio. El problema no es ser pecador, sino ser engreído. Sólo hay un pecado radicalmente tal: el orgullo exagerado”.

Elevación Espiritual para este día.

Los grandes discursos no nos hacen santos y justos, sino que es la vida virtuosa la que nos vuelve agradables a Dios. Es mucho mejor experimentar compunción que conocer su definición. Ésta es, por consiguiente, la suprema sabiduría: tender al Reino de los Cielos median te el desprendimiento del mundo. ¿Qué ventajas nos procura el saber sin el temor de Dios? No te engrías por el arte o la ciencia que posees: que estos dones sean para ti más bien motivo de temor. Feliz aquel que es adoctrinado directamente por la Verdad tal como ella es. Del único Verbo proceden todas las cosas, sólo de él nos hablan todas, y éste es el Principio que nos habla también a nosotros. Cuanta más capacidad de recogimiento y de sencillez interior hayamos alcanzado tanto más seremos capaces de comprender con amplitud y profundidad, y sin fatiga, por qué recibimos de lo alto la luz de la inteligencia.

Reflexión Espiritual para el día.

El modelo al que hemos de adecuarnos en el cristianismo no es el «adulto», sino, al contrario, el «niño»; no es el «intelectual» —que, en la perspectiva ilustrada, es el «adulto» por definición—, sino, al contrario, el «sencillo», el «ignorante». Este, en la perspectiva evangélica, está simbolizado precisamente por el «pequeño», por el «niño». Pablo VI, papa «intelectual», hombre cultísimo, elevó en 1970 al rango de «doctor de la Iglesia» —el más elevado en la jerarquía espiritual— a santa Catalina de Siena, que a duras penas era capaz de leer y sólo al final de su vida aprendió a escribir.

No sin razón esta biblioteca mía en la que estamos hablando, compuesta por demasiadas libros, a menudo arduos y escritos en muchas lenguas modernas y antiguas, está presidida (como puede ver) por la imagen de una muchacha de catorce años que aún no era mujer, asmática, desnutrida, hija de la familia más despreciada de su pueblo y, como es natural, analfabeta. La Madre de Cristo, para confiar su mensaje de llamada a la fe, no eligió ni a profesores, ni a notables, ni a periodistas, ni a otros cristianos ya «adultos», «ya mayores de edad». Dieciocho veces, hablando su dialecto, se le apareció, en la gruta donde se guarecía la piara de cerdos de propiedad comunal, a esta pobre ignorante para el mundo, a esta maravillosa sabia según el Evangelio que es santa Bernadette Soubirous, la hija de un molinero fracasado de la oscura Lourdes. No es una sorpresa; es sólo la enésima confirmación de una estrategia divina. 

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Isaías 10, 5-7; 13-16. Por eso el Señor del universo hará a esos vigorosos soldados.

Palabra de Dios. ¡Ay del asirio! instrumento de mi ira, vara que mi furor maneja.
Estamos probablemente en 701, cuando la invasión de Senaquerib, treinta años después de la escena relatada ayer. El rey Ajaz había pedido la alianza de Asiria para librarse del ataque de sus dos vecinos inmediatos. Pero he aquí que su sucesor, el rey Ezequías ha de pagar a un alto precio la deuda de esa alianza del «supergrande»: Senaquerib exige un canon impagable. Ezequías no acepta y los temibles ejércitos asirios se ponen en marcha. Tal es la decisión del muy poderoso Senaquerib. Y él mismo se cree muy listo al tomar esa decisión. Escuchadle más bien vanagloriarse de sus éxitos militares.
Dijo: «Con el poder de mi mano lo hice y con mi habilidad, porque soy inteligente. He borrado las fronteras de los pueblos, he saqueado sus tesoros, he abatido a los poderosos. Como se toma un pájaro en su nido, mi mano ha robado la riqueza de los pueblos. Como se recogen huevos abandonados, he recogido yo toda la tierra. Y no hubo quien aleteara, ni abriera el pico, ni piara.»
¡Qué orgullo! ¡Qué desprecio por los humildes que no pueden defenderse! Y que ni siquiera pueden dolerse: no hubo quien piara, cuando se lo arrebaté todo.
Tal es la «lectura» de los acontecimientos según Senaquerib. Pero Dios, por su profeta hace un «análisis» muy diferente que, de ningún modo es de tipo político —un informe de fuerzas—, sino de orden espiritual.
Soy Yo quien lo ha enviado contra una nación perversa... Pero él no lo entiende así, no es éste el juicio de su corazón: lo único que quiere es destruir. ¿Acaso se jacta el hacha frente al que la tiene asida? ¿Y la sierra frente al que la maneja? Como si la vara quisiera dirigir al que la levanta, la varilla o batuta, mover el brazo que la agita.
Para Isaías, Senaquerib no era más que un “instrumento” en las manos de Dios, para castigar a los pueblos faltos de fe.
Vemos toda la diferencia que puede haber entre una «lectura» del mismo hecho simplemente humana y una «lectura en la fe». Desde luego, no quedamos dispensados de hacer primero el análisis humano de las situaciones. Es, incluso, necesario. Es el primer tiempo de una revisión de vida. Pero hay que tratar de ir más lejos... ¡hasta reconocer la acción de Dios en las acciones de Senaquerib, rey pagano! Nosotros personalmente, o en equipo de acción católica, ¿nos esforzamos por entrar en una verdadera re-visión de lo que nos sucede?
Hoy, mismo, estimulado por ese pasaje profético trato de ponerme a la escucha del Espíritu para interpretar en la fe un suceso de actualidad..., una situación que me concierne... y orar a partir de esos «hechos». Rezar con mi vida, con mi barrio, con la lectura del periódico, con las informaciones de la radio o de la tele, con los encuentros sindicales o profesionales. Esto es lo que hacía Isaías.
Por eso el Señor del universo hará perecer a esos vigorosos soldados. Palabra de Dios.
¡No se imaginen los poderosos de este mundo que son amos absolutos y que pueden aplastar impunemente a sus semejantes! Por adelantado resuenan ya en nuestros oídos el Magníficat de María y las bienaventuranzas de Jesús.
Con todo, no nos fiemos de una interpretación simplista que afirmaría que los hombres políticos no son más que marionetas entre las manos de Dios.
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