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sábado, 24 de julio de 2010

Lecturas del día 24-07-2010


24 de Julio de 2010, MES DEDICADO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. SÁBADO XVI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. Feria o SANTA MARÍA EN SÁBADO, Memoria Libre o SAN SARBELIO MAKHLÛF, Presbitero Memoria Libre. (Ciclo C) 4ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. SS. Cristina vg mr, Balduino ab, Boris y Gleb mrs, José Fernández pb mr. Beatas María Pilar mj y com mrs.

LITURGIA DE LA PALABRA

Jr 7, 1-11: ¿Creen que es una cueva de bandidos el templo que lleva mi nombre?
Salmo 83 R/. ¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos!
Mt 13, 24-30: Dejen que crezcan juntos cizaña y trigo
Este pasaje nos adentra a una realidad que está presente en el ambiente de la siembra. Jesús continua de alguna manera con la parábola de la siembra y a partir de esta comparación, explica a sus discípulos, las dificultades que comporta la misión, la cizaña, como símbolo de todo lo que se opone al Reino y que está presente. Las semillas del trigo y de la cizaña crecen juntas en la realidad concreta del campo, se entremezclan sin diferencia alguna por eso hay que dejarla crecer una al lado de la otra, para evitar que al arrancar la cizaña se lleve también con ella el trigo, cuando germine el trigo la realidad será evidente, y la evidencia del fruto permitirá reconocer la diferencia. Dar fruto, o fructificar, en la mentalidad del evangelio, permite distinguir lo bueno de lo malo y la supremacía de lo uno sobre lo otro. Podríamos decir que la intención de la parábola es advertir que desde el principio que la mies mesiánica será cosechada en el día fijado. El evangelista Mateo le da al texto un tinte escatológico, porque la mención de la mies, orienta espontáneamente la atención hacia el pensamiento del juicio final, ideas que está reforzada con la alusión al fuego que quema o destruye la cizaña y al trigo que se recoge y se almacena en los graneros. Esto se constituye en dos ideas fundamentales que recorren de principio a fin toda la parábola: separación definitiva de los buenos y los malos, con el exterminio de estos últimos, y la alegría del pueblo elegido en torno al dueño de la mies. El mensaje de esta parábola invita a todos los oyentes a saber convivir con las dificultades y las situaciones poco agradables que encontramos en la vida, el permanecer fieles, finalmente será el gran signo de nuestra pertenencia al Reino.

PRIMERA LECTURA
Jeremías 7, 1-11
¿Creéis que es una cueva de bandidos el templo que lleva mi nombre?
Palabra del Señor que recibió Jeremías: "Ponte a la puerta del templo, y grita allí esta palabra: "¡Escucha, Judá, la palabra del Señor, los que entráis por esas puertas para adorar al Señor!

Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: Enmendad vuestra conducta y vuestras acciones, y habitaré con vosotros en este lugar. No os creáis seguros con palabras engañosas, repitiendo: 'Es el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor.'

Si enmendáis vuestra conducta y vuestras acciones, si juzgáis rectamente entre un hombre y su prójimo, si no explotáis al forastero, al huérfano y a la viuda, si no derramáis sangre inocente en este lugar, si no seguís a dioses extranjeros, para vuestro mal, entonces habitaré con vosotros en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres, desde hace tanto tiempo y para siempre.

Mirad: Vosotros os fiáis de palabras engañosas que no sirven de nada. ¿De modo que robáis, matáis, adulteráis, juráis en falso, quemáis incienso a Baal, seguís a dioses extranjeros y desconocidos, y después entráis a presentaros ante mí en este templo, que lleva mi nombre, y os decís: 'Estamos salvos', para seguir cometiendo esas abominaciones? ¿Creéis que es una cueva de bandidos este templo que lleva mi nombre? Atención, que yo lo he visto." Oráculo del Señor.

Palabra de Dios

Salmo responsorial: 83
R/.¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos! 

Mi alma se consume y anhela / los atrios del Señor, / mi corazón y mi carne / retozan por el Dios vivo. R.

Hasta el gorrión ha encontrado una casa; / y la golondrina, un nido / donde colocar sus polluelos: / tus altares, Señor de los ejércitos, / Rey mío y Dios mío. R.

Dichosos los que viven en tu casa, / alabándote siempre. / Dichosos los que encuentran en ti su fuerza; / caminan de baluarte en baluarte. R.

Vale más un día en tus atrios / que mil en mi casa, / y prefiero el umbral de la casa de Dios / a vivir con los malvados. R.


SANTO EVANGELIO
Mateo 13, 24-30
Dejadlos crecer juntos hasta la siega 

En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente: El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña.

Entonces fueron los criados a decirle al amo: "Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?" Él les dijo: "Un enemigo lo ha hecho." Los criados le preguntaron: "¿Quieres que vayamos a arrancarla?"

Pero él les respondió: "No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores: 'Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero.'"

Palabra del Señor. 

Comentario de la Primera Lectura: Jr 7, 1-11. ¿Creéis que es una cueva de bandidos el templo que lleva mi nombre?
La Palabra del Señor manda a Jeremías a la entrada del templo, lugar santo por excelencia, por ser morada de Dios. El profeta condena la hipocresía de los que se acercan por allí queriendo dar culto a Dios, mientras transgreden sus mandamientos.

Nadie puede considerarse a salvo del castigo divino sólo porque entra en el templo y ofrece sacrificios, cuando, a renglón seguido, es injusto, mata, roba, comete adulterio, jura en falso y mantiene una práctica sincretista de la fe (vv. 5-10). Ya es absurdo sólo pensar que Dios pueda mostrar connivencia con tales acciones abominables. Él ve las obras que realiza cada uno. El templo es el lugar santo porque Dios está presente: quien entre en él debe vivir de manera conforme a esa santidad. Pero si alguien es malo, hace malo el lugar más santo, y eso no puede dejar de merecer el castigo de Dios (v. 11).

Suena de nuevo la llamada a la conversión. Consiste ésta en mejorar la propia conducta y las propias acciones, es decir, en vivir según los mandamientos de Dios: juzgar según la justicia, establecer relaciones sociales equitativas y respetuosas con cada uno, abandonar todo compromiso con la idolatría (vv. 3-5).

Comentario del Salmo 83. ¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos!
Esta pieza mezcla diversos tipos de salmo (himno de alabanza, 2; súplica individual, 9-10). Pero su principal razón de ser y el centro de todas sus atenciones están en la ciudad de Jerusalén. Lo consideraremos, por tanto, como un himno de Sión.

Este salmo tiene tres partes: 2-4; 5-8; 9-13. En la primera (2-4), la persona en su totalidad —alma, corazón y carne— se agita y estremece por no estar en el templo del Señor (3). Después de llegar y contemplar la belleza del templo, el salmista descubre que Dios también acoge a otras criaturas, como los gorriones y las golondrinas, que han hecho sus nidos en el templo (4).

La segunda parte (5-8) arranca con dos bienaventuranzas. Los motivos de dicha de los peregrinos están en la preparación del viaje y en la llegada al templo (5-6). La peregrinación hasta Jerusalén se convierte en un rosario de bendiciones pues los peregrinos, como la lluvia temprana, van convirtiendo los valles secos en oasis (7). Este salmo muestra también las medidas de seguridad que van tomando los romeros: se desplazan de fortaleza en fortaleza, hasta llegar a Jerusalén (8).

En la tercera parte (9-13) encontramos una petición en favor del ungido, que podría ser el rey o, en el caso de que este salmo naciera después del exilio, el sumo sacerdote (9-10). Se identifica a la autoridad con un escudo, símbolo de la defensa del pueblo. El salmista hace una comparación: un día en el templo vale más que mil en la propia casa (11 a). Prefiere quedarse en sus atrios a vivir en compañía de los malvados (11b). Entonces se vuelve la mirada al Señor, al que se llama sol y escudo, dispensador de bienes, que es capaz de volver dichoso a cualquier individuo (12-13). Esta es la tercera bienaventuranza del salmo.

Este salmo nos abre el alma de un peregrino fascinado por el templo de Jerusalén, ciudad que recibe el nombre de Sión (8b). De hecho, se habla de «moradas» (2), «atrios» (3.11 a), «altares» (4h), «casa» (y «umbral de la casa de Dios» (11b). Después de llegar y contemplar la belleza del santuario, el salmista recuerda que vale la pena organizar y preparar una peregrinación como esta. Es motivo de bienaventuranza, pues el resultado que se obtiene es la dicha más pura. También los pájaros participan de este ambiente festivo, pues Dios los recibe como huéspedes en su templo, permitiendo que pongan en él sus nidos y críen allí a sus polluelos (4).

Apoyándonos en la expresión «las lluvias tempranas» (7b), podemos suponer que esta peregrinación habría tenido lugar con motivo de la fiesta de los Tabernáculos. Esta se celebraba normalmente después de la vendimia y recordaba el tiempo de peregrinación por el desierto, tras la salida de Egipto. Era una fiesta alegre; durante una semana, los peregrinos acampaban en tiendas o cabañas, recordando la gran peregrinación del pasado, el tiempo en el desierto.

A pesar del ambiente sereno y alegre que reina en este salmo, podemos descubrir algunos signos de conflicto. Se habla de las estrategias que siguen los peregrinos que van a Jerusalén: caminan de fortaleza en fortaleza (8), para tener mayor seguridad durante el viaje, evitando los peligros que supone dormir a cielo abierto. Se hace mención, además, de las tiendas de los malvados (11b), señal de que, a pesar del clima de fiesta, alegría, confianza y bienaventuranza, la sociedad sigue dividida entre justos y malvados. La súplica en favor del ungido —ya se trate del rey o del sumo sacerdote— revela la preocupación por el dirigente supremo del pueblo de Dios, cuya persona está siempre expuesta a riesgos y peligros. Este líder desempeña una función importante, que se compara con las acciones del Señor, a saber, la de ser un escudo para el pueblo (10.12a)

Son muchos los rasgos que componen el rostro de Dios en este salmo. Todos ellos, de un modo u otro, están relacionados con el Dios de la Alianza. En este sentido, Dios es el que acoge en su casa, el templo, y da refugio en ella. No sólo hospeda a las personas, sino también a las aves, que se multiplican fecundas en sus atrios.

En este salmo, se recuerda a Dios muchas veces y con diferentes nombres o títulos, lo que indica que su presencia acogedora se experimenta con intensidad. Se le llama «Señor de los Ejércitos» (2b.4b.9a. 13a), expresión que nos lo muestra como guerrero y defensor del pueblo. Cuantas veces se le llama por su nombre propio, Yavé ( Señor»), sin más añadidos (3a.9a.12a.12h), nombre que tenemos que asociar con la liberación de la esclavitud en Egipto. En cuatro ocasiones se le llama «Dios» (8b. 10a.11b.12a), y recibe también cuatro títulos: «Dios vivo» (3b), «rey mío» (4b), «Dios mío» (4b) y «Dios de Jacob» (9b), título que recuerda la época de los patriarcas y de las promesas. Además de todo esto, se dice que el Señor es «sol y escudo» (12a), símbolos de vida y protección, que indican exacta mente cómo se siente el peregrino, encantado, en el templo de Jerusalén.

Estamos ante la fascinada visión de alguien que cree en la presencia de Dios en el templo.

El motivo de la peregrinación nos hace pensar en el largo viaje de Jesús a Jerusalén (Lc 9,51—19,28), pero un viaje con un desenlace diferente. Jesús afirmó que el templo de Jerusalén había dejado de ser casa de oración, para convertirse en una cueva de ladrones (Mt 21,12-13; Mc 11,11.15-17; Lc 19,45-46; Jn 2,13- 22) Jesús, en su peregrinación hacia Jerusalén, se mostró en desacuerdo con dos de sus discípulos que pretendían destruir a los samaritanos por haberles negado hospedaje (Lc 9,51-55).

Lo que representaba el templo para nuestro salmista, lo re presentó Jesús para el pueblo, sobre todo para los enfermos, los pobres y marginados. Fue su sol y su escudo, y proclamó dichosos a los pobres (Lc 6,20).
Es un salmo para rezar en tiempos de romería o de peregrinación; podemos rezarlo cuando nos sentimos bien en la casa de Dios; cuando el Señor es nuestro sol y nuestro escudo; cuando querernos rezar con la creación; cuando nos vemos en la necesidad de superar la tentación de «vivir en la tienda de los malvados»; cuando nos sentimos felices o buscamos la felicidad; cuando queremos sentirnos libres como los pajarillos delante de Dios...

Comentario del Santo Evangelio: Mt 13, 24-30. Dejadlos crecer juntos hasta la siega.
La segunda parábola propuesta por Jesús presenta también una siembra llevada a cabo por dos sembradores. El primero siembra buena semilla, el otro siembra semilla de plantas nocivas que se mezclarán con el trigo. Jesús compara el Reino de Dios —por con siguiente, la Iglesia (que es su inicio) y, en sentido lato, toda la humanidad— con este campo en el que conviven el trigo y la cizaña. Si el instinto de los criados les lleva a eliminar de inmediato el elemento nocivo, la lógica del dueño es diametralmente opuesta. Jesús nos presenta de este modo el corazón del Padre: así como el dueño del campo deja que crezcan juntas las plantas nuevas y las nocivas, que sólo serán separadas en el tiempo de la siega para seguir una suerte diferente, así Dios tampoco interviene para desarraigar el mal que está presente en la Iglesia y en el mundo —en última instancia en el corazón del hombre—, y sólo en el momento del juicio se hará evidente quién ha obrado el bien y quién ha obrado el mal. La acción del maligno, puesta ya de manifiesto en la explicación de la parábola del sembrador (cf. Mt 13,19), es acogida aquí en el despliegue de la historia.

Al exceso de celo de quien quisiera ver triunfar el bien y está dispuesto por ello a eliminar violentamente en nombre de Dios tanto el mal como al que lo hace, se contrapone la tolerancia del Padre, que, lejos de ser mero pacifismo o indiferencia, conoce los tiempos de crecimiento y el corazón de cada uno. Como cantaba ya estupefacto el autor del libro de la Sabiduría (11,23): «Tú tienes compasión de todos, porque todo lo puedes, y pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan».

A la mentalidad de los «puros», que no quieren entrar en contacto con los «impuros se contrapone la del Dios tres veces Santo que ama al pecador, come con él, lo abraza y celebra una fiesta por el retorno a casa (cf. Le 13,11-24).

El mal es tan evidente y sus consecuencias nefastas nos afectan del tal modo que nace en nosotros de una manera espontánea la rebelión. Constatar la imposibilidad de de defendernos de él nos hace gritar: ¿no podría Dios erradicar el mal de una vez por todas, eliminando el sufrimiento provocado por las enfermedades, y también por la prepotencia, por el egoísmo de tantos? ¿No podría morir el que hace tanto daño y siembra dolor, evitando la muerte injusta de tantos? Estas preguntas brotan del dolor y del sentido de impotencia que nos hace experimentar el mal. Dios no parece responder, del mismo modo que tampoco dio una respuesta inmediata al grito de Jesús crucificado, sino «tres días después» con la resurrección. El misterio del mal nos hace reflexionar sobre la paciencia de Dios, una paciencia incómoda asimismo para el que padece viendo sufrir a sus hijos, aunque tampoco puedo disminuir el don más grande que nos ha hecho: la libertad.

Por nuestra parte, hemos de preguntarnos cómo usamos esa libertad: si la ponemos al servicio del bien o del mal. No es posible llegar a un compromiso, y cuando llegue el momento de encontrarnos cara a cara con Dios se hará manifiesto a toda la opción que hayamos tomado. No ha de servirnos de máscara una religiosidad que se limita a prácticas exteriores, pero sin que el corazón se implique en ella. La pregunta que más tiene que ver con nosotros, entonces, no es tanto: « ¿Por qué existe el mal?»; sino: « ¿Qué hago yo para desarrollar el bien?».

Comentario del Santo Evangelio: Mt 13, 24-30, para nuestros mayores. La Cizaña, con el grano. 
Un nuevo ejemplo de sementera divina. Tenemos varias parábolas que recurren a esta misma imagen para enseñarnos cómo envía Dios su palabra a los hombres.

Lo característico de ésta es que, juntamente con el sembrador divino, nos asegura la existencia del sembrador del mal.

La mención de la noche y el sueño de los criados tienen por objeto explicar la acción del sembrador de la cizaña. Durante el día le hubiese sido imposible hacerlo sin ser descubierto. Cuando llegue el tiempo de la siega —no antes, para no arrancar también el trigo— el dueño dirá a los segadores: “Coged primero la cizaña y atad en haces para ser quemada”. Esta orden no impone a los segadores la obligación de segar primero la cizaña y después el trigo. Cuando el segador meta la hoz en el trigo, cortará también la cizaña. Entonces la separará del trigo y la atará en haces para ser quemada.

La enseñanza fundamental de la parábola es clara, aun prescindiendo de la explicación de la misma —que es de la pluma del evangelista. Por eso, es necesario separar la parábola de su explicación. El acento principal de la enseñanza parabólica recae en la presencia del sembrador del mal junto al sembrador de la buena semilla. Donde siembra Dios, siembra también Satanás. La parábola pretende prevenimos contra todo falso optimismo. El mal y el bien coexisten incluso dentro de la Iglesia. Y la separación entre lo bueno y lo malo tendrá lugar sólo en el momento de la siega. La siega se había convertido en la imagen clásica del juicio final (9, 37; Mc 4, 29; Jn 4, 35). Ese día llegará puntualmente. Tampoco el Hijo del hombre se retrasará. Pero el hombre no puede adelantar ese momento. Toda prisa inconsiderada y excesiva por adelantarlo debe ser refrenada.

La parábola pretende retener un espíritu de excesivo celo e intolerancia en la instauración del reino de Dios en toda su pureza. Sin las impurezas inherentes al Reino por su misma naturaleza. Esta intención parabólica parece reflejar el espíritu excesivamente inquieto de la naciente Iglesia.

En la explicación de la parábola el acento se ha desplazado. En lugar de la convivencia necesaria del trigo y la cizaña hasta el día de la siega, el acento recae en la distinta suerte de los buenos y los malos.

La parábola contesta el interrogante siguiente: ¿porqué hay malos cristianos en la Iglesia? Da dos razones: al mismo tiempo que Dios, siembra Satanás. Además, la selección se la ha reservado Dios. ¿Se ofrece un tiempo a los malos para la conversión? Por supuesto (aunque este aspecto no entre dentro de la intención del evangelista en esta ocasión). La convivencia con los malos no debe ser causa de pesimismo: la suerte última hace recobrar ánimos en medio de la dificultad.

Las otras dos parábolas, la mostaza y la levadura, son gemelas. Transmiten la misma enseñanza. En ambas el centro de gravedad está en la desproporción existente entre unos comienzos casi imperceptibles y el desarrollo extraordinario, desproporcionado, que se logra. Así ocurre con el reino de Dios, con su palabra. Algo apenas perceptible y que tiene tal eficacia interna, que allí donde prende logra efectos verdaderamente sorprendentes e inexplicables. Un grano apenas perceptible, como el de la mostaza, se desarrolla en una planta que llega a alcanzar una altura de hasta tres o cuatro metros en los alrededores de Jericó. Un poco de levadura hace la cantidad de harina que proporciona comida a más de cien personas. La fuerza intensiva y extensiva del reino de Dioses tal que llega a transformar toda la vida del hombre.

Comentario del Santo Evangelio: Mt 13, 24-30, de Joven para Joven. Escuchad ahora la parábola del sembrador
“En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios” (Jn 1,1). Con el término “verbo-palabra” se expresa el misterio de la vida interior de Dios, se penetra en el mundo de la Santísima Trinidad. En nuestra vida, la palabra es símbolo, expresión, revelación del pensamiento. Dios Padre se revela por completo en el Hijo, que es Verbo. Pero en su amor, Él quiere que por medio del Hijo la revelación se manifieste fuera de Él. La revelación divina tiene siempre lugar a través de la «palabra». La primera palabra es la creación del mundo: « Dios dijo» (Jn 1,3) y nació la tierra con toda su belleza Dios crea al hombre y sopla la vida en él; y con el espíritu, la palabra divina comienza a resonar en su corazón como voz de la conciencia, capaz de distinguir el bien del mal. Cu ando la conciencia se oscurece por el pecado, Dios pone su palabra en la boca de los profetas, para volver a despertar en los oyentes la voz de la conciencia. Las palabras de los profetas se escriben y se convierten en Sagrada Escritura, que recoge en sus libros las palabras divinas. En la plenitud de los tiempos «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14): la palabra mora en la Iglesia y en todos los misterios.

Entonces, vivir espiritualmente significa escuchar al Verbo que ha hablado muchas veces y de muchas formas a través de los profetas (Hch 1, 1), y que sigue hablando también hoy.

Cada vez que uno escucha. Quien habla so lo no dice palabras; la palabra es medio de comunicación. Por tanto, va dirigida a otro. En el paraíso, Dios habla a Adán y Adán le responde: la palabra tiene esencialmente carácter de diálogo. Si nadie escucha y nadie responde, la naturaleza de la palabra se vacía.

A Dios le respondemos con nuestra existencia; el Verbo se ha hecho carne también dentro de nosotros.

Pero Dios nos ha creado libres y quiere que desarrollemos libremente y en plenitud su acción creadora. Respondemos a la palabra de Dios haciendo el bien y ofreciéndoselo a Él, como Dios mismo nos ha indicado.

Así nace la oración, que es diálogo con Dios. Con el tiempo, crece la conciencia de la importancia del gesto de la oración y esta se hace más frecuente e intensa. La oración es inseparable del amor y, así, todo lo que hacemos se convierte en cooperación con Dios, con su Palabra que crea y salva el mundo.

Produce parte ciento por uno, parte sesenta y parte treinta.

Carla estrella es distinta de las demás por su resplandor, escribe san Pablo (1 Co 15,41). También él se preguntaba por qué hay tantas diferencias entre los hombres ante Dios y en el reino de los cielos. La vocación que viene de Dios no está sometida a un principio de necesidad; es una palabra creadora libre, irrepetible y, por tanto, siempre distinta. Pero es también distinta la respuesta humana, porque la semilla lleva su fruto siempre distinto. Los Padres de la Iglesia decían que el ciento por ciento es el beneficio de los mártires, el sesenta por ciento es de los que viven la castidad y el treinta por ciento es de los cristianos sencillos. Pero es una escala de valores con objetivo retórico, para demostrar que hay diferencia en los medios usados para la salvación, para la imitación de Cristo. Es evidente que no se pueden aplicar de modo mecánico. Incluso la misma persona puede dar frutos diversos. Cuando la semilla de la palabra de Dios cae en el corazón, la respuesta que recibe de la misma persona es diferente cada día. La palabra se nos ha dado para empujarnos a hacer todo lo mejor que podamos.

Elevación Espiritual para este día.
La cualidad esencial para vivir en comunidad es la paciencia: reconocer que nosotros mismos, los otros y toda la comunidad necesitamos tiempo para crecer. Nada se hace en un solo día. Para vivir en comunidad es preciso saber aceptar el tiempo y amarlo como a un amigo. Es terrible ver a algunos jóvenes, entusiastas, que tenían como un gran ideal compartir con los otros y llevar una vida comunitaria, perder en unos cuantos años las ilusiones, sentirse heridos, volverse irónicos, después de perder todo el gusto por entregarse, y quedar encerrados en movimientos políticos o en las ilusiones del psicoanálisis. Eso no quiere decir que la política o el psicoanálisis carezcan de importancia. Ahora bien, resulta triste que algunas personas se cierren porque se han sentido desilusionadas o porque no han podido aceptar sus límites. Hay falsos profetas entre los que viven en comunidad. Esos tales atraen y estimulan los entusiasmos, pero por falta de sensatez o por orgullo llevan a los jóvenes a lo desilusión. El mundo comunitario está lleno de ilusiones, y no siempre resulta fácil distinguir lo verdadero de lo falso, sentir si crecerá el buen grano o si vencerán las malas hierbas.

Si pensáis fundar comunidades, rodeaos de mujeres y de hombres sensatos, que sepan discernir. Pido perdón a todos aquellos que han venido a mi comunidad o a nuestras comunidades del Arca llenos de entusiasmo y se han sentido desilusionados por nuestra falta de apertura, por nuestros bloqueos, por nuestra falta de verdad y por nuestro orgullo.

Reflexión Espiritual para el Día. 
Volved al Señor, vuestro Dios, de quien os alejasteis por el mal que hicisteis, y no desesperéis nunca del perdón por la gravedad de las culpas, porque la infinita misericordia las cancelará todas, por muy graves que sean. El Señor es, en efecto, bueno y misericordioso. Prefiere la penitencia a la muerte del pecador. Es paciente y rico en compasión y no imita la impaciencia de los hombres; más aún, espera durante mucho tiempo nuestra conversión. Está plenamente dispuesto a perdonar y a arrepentirse de la sentencia condenatoria que había preparado para nuestros pecados. Si nos arrepentimos del mal que hayamos hecho, también él se arrepentirá de la decisión de castigo que había adoptado y del mal con el que nos había amenazado. Si cambiamos de vida, también él cambiará la sentencia que había predispuesto. Cuando decíamos que nos había amenazado con el mal, no nos referíamos, a buen seguro, a un mal moral sino a una pena debida justamente a quien ha faltado. Después de que el Señor nos haya concedido su bendición y haya perdonado nuestros pecados, podremos ofrecer nuestros sacrificios a Dios.


El rostro de los personajes y pasajes de la Biblia: Jeremías. ¿Esta Casa que lleva mi nombre, se ha convertido, a vuestros ojos, en cueva de ladrones?
Me fue dirigida la Palabra del Señor: «Párate en la puerta del Templo del Señor y proclama allí esta palabra: «Vosotros todos los que entráis por estas puertas para adorar al Señor... Emprended el buen camino, rectificad vuestra conducta, y Yo habitará con vosotros en este lugar. No fiáis en palabras engañosas diciendo: « ¡Es el Templo del Señor, el Templo del Señor, el Templo del Señor!»
Jeremías reacciona contra una falsa seguridad que el Templo suscitaba. Isaías había lanzado la idea de que Jerusalén no podía ser destruida porque era el lugar de la presencia divina (Isaías 37, 10-20; 33-35). De ahí se deducía la seguridad, demasiado fácil, de que esa protección existiría de nuevo y ¡sin duda alguna de modo incondicional! Y la gente repetía como un talismán: « ¡El Templo, el Templo, el Templo!» Fórmula mágica para librarse del peligro.
Podemos imaginarnos en este contexto, el escándalo que supuso la intervención de Jeremías. Como si alguien, a las mismas puertas del Vaticano, anunciase su destrucción, Dios puede abandonar su Templo: Ezequiel verá incluso la Gloria de Dios evadirse de su santuario. (Ezequiel 11, 23) ¿Cuáles son mis seguridades?

Si emprendáis el buen camino, si rectificáis vuestra conducta, si realmente hacéis justicia tanto a unos como a otros y no oprimís al forastero, al huérfano y a la viuda, si no corréis en pos de dioses extranjeros... Pero ¿qué? os dedicáis a robar, a matar, a cometer adulterio, a jurar en falso, a incensar a Baal... y luego ¿venís a postraros ante mí, en esta casa que lleva mi nombre? Y decís: « ¡Estamos salvados!»

De nuevo una condena del culto formalista. Es un tema continuo. Repetimos, una vez más, que los profetas no condenan el culto como tal. Sacerdocio y profetismo no se oponen forzosamente. Pero, ¡primero es la «vida»! hoy se está tentado de prestar oídos a esas diatribas anticultuales porque «están de moda» y porque con razón, la Iglesia ha puesto el acento sobre la fe en la vida. Pero se está tentado también hoy de criticar muy duramente la «moral». Ahora bien, si se escucha al profeta hay que escucharle hasta el final: y resulta que es precisamente una vida moral auténtica la que se exige aquí prioritariamente. Como se exigen también las normas más elementales de la conciencia: respetar los bienes del prójimo, respetar la vida, respetar la sexualidad, respetar la verdad...

San Pablo hablará del «culto espiritual» aquel que un hombre recto ofrece a Dios con la rectitud de su vida. (Romanos 12, 1; 15, 16; Filipenses 3, 3) Te ofrezco, Señor, mi vida de hoy, todo lo que tratará de hacer según mi conciencia. Te ofrezco también, Señor, todo lo que los hombres de todas las religiones, y aun los no creyentes, harán hoy siguiendo su conciencia.

¿Esta Casa que lleva mi nombre, se ha convertido, a vuestros ojos, en cueva de ladrones? Jesús citará explícitamente esta frase de Jeremías, cuando, también El tratará de purificar el Templo (Mateo 21, 12-13) ¿Cuál es mi participación en las misas o en otros oficios? Mis gestos y actitudes religiosas ¿corresponden a un esfuerzo de conversión verdadera en mi vida ordinaria? ¿Salgo de la misa cada vez más convencido de mejorar mis comportamientos concretos con los demás? Cada una de mis oraciones y de mis plegarias, ¿me «remite» a mis responsabilidades y a mi «deber de estado»? Sólo entonces el culto adquiere todo su valor, en el núcleo de la existencia. +
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