27 de Julio de 2010, MES DEDICADO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. MARTES XVII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 1ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. SS. Celestino I pp, Pantaleón mr, Beatos Tito Brandsma pb, mr, María Pilar Izquierdo vg.
LITURGIA DE LA PALABRA
Jr 14, 17-22: Recuerda, Señor, y no rompas tu alianza con nosotros
Salmo: 78. R/. Líbranos, Señor, por el honor de tu nombre.
Mt 13, 36-43: Los echarán al horno de fuego
En seguida Jesús se queda con sus discípulos y ellos le piden, que les explique las parábolas. La explicación de la parábola tiene lugar en la casa, una vez más Jesús toma el papel de maestro. La parábola afirma que el tiempo del reino ha llegado ya, que la siega ultima se avecina, pero no ha sonado aun al hora del juicio, y que el juicio no corresponde a los discípulos, estos versículos no son en el fondo una explicación de las parábolas, se trata mas bien de una repetición de ella, cuyas explicaciones no hacen mas que acentuar su contenido. Esto lo prueban las palabras finales. Si esos versículos hubieran explicado el sentido total de las parábolas, sobraría la invitación a que los oyentes ‘escuchen’, ‘el que tenga oídos que escuche’. Lo mismo sucede a propósito de la parabola del sembrador. La novedad principal de estos versículos respecto a la parábola parece ser la siguiente: se aclara que la buena semilla no es el reino mismo, sino los ‘hijos del reino’ Todas estas parábolas del evangelista Mateo es necesario ubicarlas en el contexto escatológico, es decir del final de los tiempos, sin embargo se hace también necesaria una actitud de atención para descubrir todo aquello que se contrapone al reino, no todos son capaces de acoger el nuevo mensaje hay incluso algunos que las rechazan, por ello el discípulo muchas veces tiene que convivir con esta realidades adversas y mantenerse fiel.
PRIMERA LECTURA.
14, 17-22
Recuerda, Señor, y no rompas tu alianza con nosotros
Mis ojos se deshacen en lágrimas, día y noche no cesan: por la terrible desgracia de la doncella de mi pueblo, una herida de fuertes dolores. Salgo al campo: muertos a espada; entro en la ciudad: desfallecidos de hambre; tanto el profeta como el sacerdote vagan sin sentido por el país. ¿Por qué has rechazado del todo a Judá? ¿Tiene asco tu garganta de Sión? ¿Por qué nos has herido sin remedio? Se espera la paz, y no hay bienestar, al tiempo de la cura sucede la turbación. Señor, reconocemos nuestra impiedad, la culpa de nuestros padres, porque pecamos contra ti. No nos rechaces, por tu nombre, no desprestigies tu trono glorioso; recuerda y no rompas tu alianza con nosotros. ¿Existe entre los ídolos de los gentiles quien dé la lluvia? ¿Soltarán los cielos aguas torrenciales? ¿No eres, Señor, Dios nuestro, nuestra esperanza, porque tú lo hiciste todo?
Palabra de Dios.
Salmo responsorial Sal 78, 8. 9. 11 y 13
R. Líbranos, Señor, por el honor de tu nombre.
No recuerdes contra nosotros las culpas de nuestros padres; que tu compasión nos alcance pronto, pues estamos agotados. R. Socórrenos, Dios, salvador nuestro, por el honor de tu nombre; líbranos y perdona nuestros pecados a causa de tu nombre. R. Llegue a tu presencia el gemido del cautivo: con tu brazo poderoso, salva a los condenados a muerte. Mientras, nosotros, pueblo tuyo, ovejas de tu rebaño, te daremos gracias siempre, contaremos tus alabanzas de generación en generación. R.
SANTO EVANGELIO
Mateo 13, 36-43
Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo
En aquel tiempo, Jesús dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: -«Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.» Él les contestó: -«El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.»
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA
Jr 14, 17-22: Recuerda, Señor, y no rompas tu alianza con nosotros
Salmo: 78. R/. Líbranos, Señor, por el honor de tu nombre.
Mt 13, 36-43: Los echarán al horno de fuego
En seguida Jesús se queda con sus discípulos y ellos le piden, que les explique las parábolas. La explicación de la parábola tiene lugar en la casa, una vez más Jesús toma el papel de maestro. La parábola afirma que el tiempo del reino ha llegado ya, que la siega ultima se avecina, pero no ha sonado aun al hora del juicio, y que el juicio no corresponde a los discípulos, estos versículos no son en el fondo una explicación de las parábolas, se trata mas bien de una repetición de ella, cuyas explicaciones no hacen mas que acentuar su contenido. Esto lo prueban las palabras finales. Si esos versículos hubieran explicado el sentido total de las parábolas, sobraría la invitación a que los oyentes ‘escuchen’, ‘el que tenga oídos que escuche’. Lo mismo sucede a propósito de la parabola del sembrador. La novedad principal de estos versículos respecto a la parábola parece ser la siguiente: se aclara que la buena semilla no es el reino mismo, sino los ‘hijos del reino’ Todas estas parábolas del evangelista Mateo es necesario ubicarlas en el contexto escatológico, es decir del final de los tiempos, sin embargo se hace también necesaria una actitud de atención para descubrir todo aquello que se contrapone al reino, no todos son capaces de acoger el nuevo mensaje hay incluso algunos que las rechazan, por ello el discípulo muchas veces tiene que convivir con esta realidades adversas y mantenerse fiel.
PRIMERA LECTURA.
14, 17-22
Recuerda, Señor, y no rompas tu alianza con nosotros
Mis ojos se deshacen en lágrimas, día y noche no cesan: por la terrible desgracia de la doncella de mi pueblo, una herida de fuertes dolores. Salgo al campo: muertos a espada; entro en la ciudad: desfallecidos de hambre; tanto el profeta como el sacerdote vagan sin sentido por el país. ¿Por qué has rechazado del todo a Judá? ¿Tiene asco tu garganta de Sión? ¿Por qué nos has herido sin remedio? Se espera la paz, y no hay bienestar, al tiempo de la cura sucede la turbación. Señor, reconocemos nuestra impiedad, la culpa de nuestros padres, porque pecamos contra ti. No nos rechaces, por tu nombre, no desprestigies tu trono glorioso; recuerda y no rompas tu alianza con nosotros. ¿Existe entre los ídolos de los gentiles quien dé la lluvia? ¿Soltarán los cielos aguas torrenciales? ¿No eres, Señor, Dios nuestro, nuestra esperanza, porque tú lo hiciste todo?
Palabra de Dios.
Salmo responsorial Sal 78, 8. 9. 11 y 13
R. Líbranos, Señor, por el honor de tu nombre.
No recuerdes contra nosotros las culpas de nuestros padres; que tu compasión nos alcance pronto, pues estamos agotados. R. Socórrenos, Dios, salvador nuestro, por el honor de tu nombre; líbranos y perdona nuestros pecados a causa de tu nombre. R. Llegue a tu presencia el gemido del cautivo: con tu brazo poderoso, salva a los condenados a muerte. Mientras, nosotros, pueblo tuyo, ovejas de tu rebaño, te daremos gracias siempre, contaremos tus alabanzas de generación en generación. R.
SANTO EVANGELIO
Mateo 13, 36-43
Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo
En aquel tiempo, Jesús dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: -«Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.» Él les contestó: -«El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.»
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera Lectura: Jr 14,17-22. Recuerda, Señor, y no rompas tu alianza con nosotros.
El contexto en el que fueron confiadas a Jeremías estas palabras corresponde a una grave calamidad nacional: la sequía (cf. Jr 14,1 ss) y la guerra (cf. v. 18). A la descripción del deplorable estado en que se encuentra el país, herido de muerte y sin nadie que pueda guiarlo (vv. 17ss), le sigue una oración de súplica. En ella intercede Jeremías ante Dios en favor del pueblo. Apela al compromiso asumido por Yavé en el momento de la alianza, en virtud de la cual no es posible que se haya alejado del pueblo de manera definitiva. Le recuerda la promesa de la salvación y de la paz, que no reinan sin embargo (v. 19); le invita de manera acongojada a no hacer desaparecer el pacto, a no abandonar al pueblo, que, por supuesto, le ha disgustado con su infidelidad, pero ahora reconoce sus propios pecados. Israel no tiene méritos para jactarse, pero el profeta implora a Dios apelando a su fidelidad: el Señor fiel (cf. Ex 34,6) no puede faltar a sí mismo (Jr 14,21). El es el creador de Israel y de todo lo que existe (v. 22). Sólo él es digno de confianza (v. 22d), y por eso se confía a él el profeta, intercesor solidario con el pueblo por cuya suerte llora de manera incesante (17).
Comentario del Salmo 78. Líbranos, Señor, por el honor de tu nombre.
Es un salmo de súplica colectiva. El pueblo está congregado para aclamar a Dios a causa de una tragedia nacional. La petición central es: «Derrama tu furor sobre las naciones que no te reconocen, sobre los reinos que no invocan tu nombre» (6). Tiene semejanzas con el salmo 75.
Nuestra propuesta divide este salmo en tres partes: 1b-4; 5-7; 8- 13. En la primera (1b-4) el pueblo se dirige a Dios, exponiendo lo que, contra él, han hecho las naciones: han invadido el país, han profanado el templo, han destruido la capital, han echado los cadáveres en pasto a las aves y las fieras, han derramado sangre, sin permitir que fuera cubierta con tierra, como era costumbre en Israel, y han convertido al pueblo en escarnio, diversión y burla de los pueblos vecinos. Se trata de siete acciones de las naciones que destruyen el alma del pueblo de Dios.
En la segunda parte (5-7), además de preguntar —como en el salmo 74—: « ¿Hasta cuándo?» (5), el pueblo suplica, indicándole a Dios lo que ha de hacer a las naciones. Puesto que han derramado sangre y no la han enterrado (3), Dios tiene que derramar su furor contra esos imperios que no lo reconocen como el Dios que hace justicia. Puesto que han devorado a Jacob, que el fuego de los de los de Dios se vuelva contra las naciones y los reinos, devorándolos. Los celos de Dios se comparan con un fuego devorador (5).
En la tercera parte (8-13) continúa la súplica, pero ahora el salmo le indica a Dios lo que tiene que hacer por el pueblo; también expone cómo reaccionará el pueblo ante la acción divina. El pueblo le pide a Dios que no se acuerde de sus culpas, que les socorra, libere y perdone los pecados, de modo que las naciones reconozcan la venganza por la sangre derramada; que el clamor de los cautivos llegue a la presencia divina, que salve a los condenados a muerte y devuelva a los pueblos vecinos, multiplicada por siete, la afrenta hecha a Dios. Son siete peticiones. Finalmente, el pueblo promete dar gracias continuamente, celebrar el nombre del Señor y proclamar su alabanza.
Este salmo es el clamor que surge en el pueblo a raíz de un conflicto internacional; tal vez se trate de los acontecimientos del año 586 a.C., cuando hieren destruidos la ciudad de Jerusalén y el templo. Las siete acciones de las naciones que se mencionan en la primera parte dan una visión general de la situación: pérdida de la tierra, de la capital, del templo como símbolo de la religión y de la unidad nacional, innumerables víctimas y, lo que es peor; el disfrute de los pueblos vecinos (véase el libro de Abdías). En la tradición bíblica, la sangre derramada ha de ser enterrada. De lo contrario, clama, y alguien tiene que responder haciendo justicia (Gén 4,10). De este modo surge la figura del vengador de la sangre, que recibe el nombre de goel o redentor Si no hay nadie que responda, como en el caso de Abel, Dios se ve obligado a intervenir, restableciendo la justicia. Este salmo, por tanto, es el clamor de la voz de la sangre no enterrada, que exige justicia.
Es fruto de un conflicto internacional. El principal enemigo son las «naciones» (1b.6a. 10a), los «reinos» (6h) y los «vecinos» (4.12a) que se aliaron con el poder de imperios extranjeros para devorar a Jacob (7) o no prestaron ayuda a Israel en el momento del conflicto. La situación del pueblo de Dios es dramática, Algunas palabras del salmo describen un panorama desolador: son «siervos», «fieles» a Dios (2b), pero están totalmente «debilitados» (y oprimidos por los «pecados» (9h), están «cautivos» y son «condenados a muerte».
Hay quienes se asustan ante las peticiones que se hacen en los versículos 6.10.12. Lo que sucede es que, en esta tragedia nacional, el mismo Dios ha sido afrentado, herido (12). Fijémonos en lo que se le dice a Dios: han invadido tu heredad, han profanado tu templo santo, han dado como alimento a las aves y a las fieras los cadáveres de tus siervos Dios ha sido herido mortalmente en la desgracia que se ha abatido sobre Israel. A esto se añaden las burlas de los pueblos vecinos y de las naciones. Si el Señor no interviene, dirán: « ¿Dónde está su Dios?» (10a). El autor del salmo ha encontrado argumentos con los que convencer a Dios para que haga algo, para que escuche y libere a su pueblo, del mismo modo que en tiempos de la esclavitud en Egipto. En aquella ocasión, se produjo una lucha entre los dioses del Faraón y el Dios de los israelitas. Si los dioses del Faraón hubieran vencido, el Dios de los israelitas habría quedado en ridículo y habría sido abandonado como si fuera un ídolo mudo. Su nombre propio —Yavé, «el Señor»—, que significa liberación, ya no tendría ningún valor (9). Si Dios no hiciera nada por su pueblo, todo se vendría abajo: las promesas de la tierra, la alianza, la religión de los israelitas representada por el templo y por la ciudad de Jerusalén.
Este salmo, por tanto, se dirige al Dios aliado fiel, que escucha el clamor de los cautivos, que perdona, tiene compasión, socorre, libera y salva a los condenados a muerte. Y lo hace porque cree y confía en él.
La actividad de Jesús es toda ella una respuesta a este amor. El respondió a las súplicas de este salmo: «Que tu compasión venga enseguida a nosotros, pues estamos totalmente debilitados». Se mostró compasivo hasta el extremo, perdonó los pecados (Mc 2,1-13) y salvó a los condenados a muerte (Jn 8,1-11).
Hay que rezar este salmo en compañía de otros creyentes, pensando en los grandes problemas de nuestra sociedad y nuestro mundo: la pérdida de la tierra o la carencia de los bienes que garantizan la existencia, pérdida de libertad, etc.; podemos rezarlo por los cautivos y condenados a muerte; cuando sentimos sobre nosotros el peso de nuestros pecados; cuando nos sentimos debilitados...
Comentario del Santo Evangelio: Mt 13, 36-43. La cizaña que se arranca y se quema.
La explicación alegórica de la parábola de la buena semilla y de la cizaña presenta la antítesis entre «los hijos del Reino» y «los hijos del maligno». Cada hombre pertenece a la familia de aquel cuya palabra ha recibido y puesto en práctica. La vida terrena es el tiempo durante el que es posible escoger. A su término tendrá lugar el juicio, representado con la imagen escatológica —clásica en la Biblia— de la siega (v. 39). En ese momento se pondrá de manifiesto la diferente suerte merecida, respectivamente, por los «malvados» y por los «justos»: llanto y rechinar de dientes eterno para unos y brillo eterno para los otros (vv. 42ss).
La invitación dirigida de nuevo a escuchar y en tender la Palabra (v. 43b) hace comprender la urgencia y el carácter dramático de la decisión que hemos de tomar. Al mismo tiempo, la explicación de la parábola, explicación que tiene lugar en caso sólo para los discípulos (v. 36), pretende aliviar la turbación de las primeras comunidades cristianas, que constataban la presencia del mal en su interior, y frenar la impaciencia de los que pretendían arrogarse el poder de hacer justicia.
La potestad de juzgar —repite Jesús— corresponde al «Hijo del hombre» y la ejercerá cuando llegue “el fin del mundo”, tal como pone de manifiesto el evangelista Mateo en su evangelio (cf. 23,31-46).
El mal está presente por doquier, incluso en aquellas realidades que son signo de la santidad y que, por consiguiente, quedáramos inmunes de tal herencia humana. San Agustín, cuando habla de la Iglesia «santa y pecadora», levanta acta de la presencia del mal en la comunidad de los cristianos, que es sacramento de la presencia de Dios en el mundo.
El apóstol Pablo toma en su raíz esta realidad cuando observa que desearía hacer el bien y, sin embargo, hace el mal. La comunidad de los «puros», de los intocables por el mal, no es la comunidad de los discípulos de Jesús, una comunidad formada por pecadores que han pasado incluso por la experiencia del amor misericordioso que perdona y salva. De ahí surge en el corazón esa humildad que atrae la complacencia de Dios y también la simpatía de los otros. Entonces podremos descubrir una cierta solidaridad con aquellos que hacen el mal, porque no somos mejores que ellos.
La oración se convierte en el instrumento eficaz para ayudarles e incluso para confirmarnos a nosotros mismos en la opción de pertenecer al Señor, prenda de la verdadera vida en el tiempo y de plenitud en la eternidad. Si tenemos una conciencia más iluminada que la suya respecto al bien y al mal, no ha de servirnos para autorizarnos a proceder a hacer juicios sumarios, sino de compromiso para hacer el bien con las acciones y las palabras. El ejemplo arrastra.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 13, 36-43, para nuestros Mayores. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será el fin del tiempo.
Todas las religiones y filosofías se plantean el problema del origen del mal. Las fábulas que, en general, se remontan a tradiciones literarias antiquísimas, profesan un dualismo original. Dos fuerzas, dos poderes y dos tipos de hombres luchan mutuamente, pero no se sabe cuál es el origen. Se afirma con optimismo que los buenos son más fuertes y, al final, siempre vencen. Por el contrario, la Biblia no admite el dualismo. Existe un solo Dios, creador del cielo y de la tierra, y todo lo que existe es bueno (Gn 1 ,4ss). El mal ha venido al mundo a través del hombre, de su consentimiento libre. Pero consentimiento ¿de qué? En el paraíso se insinúa la serpiente. Al corazón humano, que es el paraíso interior, llega la serpiente bajo forma de malos pensamientos.
Tenemos muchas inspiraciones: las que vienen de Dios son semilla buena, las malas son obstáculos, cizaña. Tanto las primeras como las segundas pueden echar raíces en nuestro corazón con nuestro consentimiento.
Los malos pensamientos, dicen los Padres, llegan de repente y, precisamente, cuando somos más frágiles, cuando estamos más dispuestos a ceder. Es necesario estar siempre vigilantes.
De esta atención hablan los seguidores del llamado movimiento hesicasta, que consideran la paz interior condición necesaria para orar sin distracciones. Dicen, de modo metafórico, que en la puerta de nuestro corazón debemos poner un ángel con la espada de fuego, es decir; la virtud de la vigilancia, que pregunte a todos los pensamientos e inspiraciones que quieran entrar: ¿eres de los nuestros o del enemigo? (Jos 5,13). También Orígenes da un consejo de este tipo: asesinar a los hijos de Babilonia mientras son aún pequeños (Sal 137,9), destruir las semillas de la cizaña antes de que arraiguen.
Lo contrario de la vigilancia espiritual es la negligencia hacia lo que contamina el corazón: sólo un corazón puro puede ver a Dios (Mt 5,8).
Comentario del Santo Evangelio: Mt 13 36-43, de Joven para joven. No basta ser del “Grupo” para entrar en el Reino de los Cielos, Hay que tomar una determinación al respecto.
Jesús ha querido hacer comprender en las parábolas precedentes que el Reino de los Cielos es distinto de las expectativas comunes. Con la imagen del tesoro y de la perla revela ahora el esplendor de esta realidad y su estar por encima de todo deseo. Los elementos de convergencia entre las dos parábolas «gemelas» enfocan su significado fundamental. El Reino es algo que se encuentra, y hay que batirse por él, no importa que sea por casualidad o por una búsqueda precisa; en consecuencia, es una realidad ya presente. Su fascinación y su valor son de tal naturaleza que inducen a vender todo lo que se había adquirido precedentemente con tal de poseerlo. El tema de la alegría, del hallazgo inesperado de una realidad maravillosa, se encuentra explícito en la primera parábola y que se entiende en la segunda; en ambas, sin embargo, se resalta la naturaleza y casi la obviedad de tener que dejar todo lo que se posee para tener algo que, evidentemente, vale más (vv. 44s).
El discurso parabólico concluye con la parábola de la red, afín a la de la cizaña. El evangelista las separa brevemente para poder ratificar el tema del juicio al final de los tiempos. Actualmente, la red de los predicadores del Evangelio recoge a todo tipo de individuos, pero no basta con «ser del grupo»: para entrar en posesión del Reino es preciso haber tomado una decisión clara respecto a él.
Es interesante saber que los moluscos estaban considerados peces malos: eran comestibles, pero se despreciaban por no tener espina dorsal. Aquí, los moluscos representan a los individuos «sin nervio» que, por no haber llevado a cabo una opción clara y coherente, serán excluidos del Reino junto con los «malvados» (cf. v. 41).
Los vv. 51s reflejan la preocupación del Maestro porque su enseñanza sea bien comprendida: esto no contradice la tradición precedente, sino que la ilumina con la aportación de su incomparable novedad. El hombre instruido en las Escrituras que se hace discípulo de Jesús se convierte en administrador de un inmenso tesoro espiritual, porque la Palabra de la Primera Alianza se enriquece con las enseñanzas del Nuevo Pacto.
«Sucede con el Reino de los Cielos lo que con un tesoro escondido..., con un mercader que busca ricas perlas...»
Sucede también hoy encontrarse con Jesús, y éste es el encuentro más afortunado, la cosa más bella que pueda suceder a cualquiera. « ¿Cómo lo has encontrado, dónde, cuándo? La alegría que ilumina tu vida y la renueva me atestigua que eres sincero...»
No se trata de preguntas imaginarias: el que ha hecho una opción fundamental por el Señor se ha visto interrogado a menudo de este modo. Nuestro mundo, en todas sus latitudes, anda muy escaso de alegría; incluso cuando multiplica las formas de diversión, su risa tiene el sonido estridente de la desesperación. Sólo Jesús da la verdadera alegría, porque él es la fuente de la alegría en nosotros.
« ¿Como lo has encontrado...?» Alguno podrá responder como el mercader de perlas, que llevaba ya tiempo buscando un sentido para su propia vida, una finalidad a su acción. Otros, en cambio —como el hombre que encuentra el tesoro escondido—, no estaban buscando; sin embargo, han quedados fulminados por un hallazgo. Casi nunca se trata de una visión extraordinaria; de ordinario, entrevemos al Señor Jesús en una comunidad eclesial, en un hombre o en una mujer de Dios, en una situación de indigencia de la que alguien se ha hecho cargo por amor a los hermanos y, después, ha descubierto presente al verdadero pobre, al hermano que se hace cargo de todos.
En cualquiera de estos casos, es precisamente a Jesús a quien se encuentra a través de estas realidades y estas personas, no cabe duda de ello. Por eso, como los primeros discípulos, como Pablo y el ejército innumerable de los santos, también nosotros consideramos todo lo demás como si de nada se tratara y nos ponernos con entusiasmo tras las huellas de aquel que nos ha hecho entrever un resplandor de su incomparable belleza y ha encendido en nosotros una chispa de su divina caridad. Eso no significa que todos los que han encontrado a Jesús hayan entrado en un convento o se hayan marchado a las misiones; muchos se han limitado a transformar su prestigio, sus posesiones o sus aptitudes en ocasiones de servicio. Y de este modo ha entrado el Reino de los Cielos en una industria, en un hospital, en una escuela. Su alegría se ha irradiado, se ha propagado corno una onda sonora... Que el Señor nos dé oídos para escuchar y continuar su canto que transforma la vida en una fiesta: la fiesta del encuentro con Cristo y su Reino.
Elevación Espiritual para este día.
Debemos, por ende, hermanos, andar con toda diligencia en lo que atañe a nuestra salvación, no sea que el maligno, logrando infiltrársenos por el error, nos arroje, como la piedra de una honda, lejos de nuestra vida.
Huyamos de toda vanidad, odiemos absolutamente las obras del mal camino. No viváis solitarios, replegados en vosotros mismos, como si ya estuvierais justificados, sino, reuniéndoos en un mismo lugar, inquirid juntos lo que a todos en común conviene. Hagámonos espirituales, hagámonos templo perfecto para Dios. En cuanto esté en nuestra mano, meditemos el temor de Dios y luchemos por guardar sus mandamientos, a fin de regocijarnos en sus justificaciones.
El Señor juzgará al mundo sin acepción de personas: cada uno recibirá conforme obró. Si el hombre fue bueno, su justicia marchará delante de él; si fue malvado, la paga de su maldad irá también delante de él.
Reflexión Espiritual para el día.
Se dice: o bien Dios puede impedir el mal y entonces no es bueno porque no lo hace; o bien Dios no puede impedir el mal y entonces no es omnipotente. En ambos casos le falta a Dios un atributo esencial: o la bondad o la omnipotencia. La realidad nos advierte que no nos es lícito volcar en Dios (o solo en Dios) nuestras responsabilidades. Hablo, como es natural, del Dios cristiano. Un Dios en cuyo plan, lo sabemos, era prioritaria la libertad para sus criaturas. No quiso un lager (campo de concentración) para reclusos ni una ruda guardería para eternos niños, sino un mundo poblado de hijos responsables. Libres, por tanto, de elegir entre el bien y el mal. Libres de comportarse como santos o como bribones. Su «ocultación», la discreción del claroscuro en que se ha envuelto a sí mismo y en que ha envuelto su Ley, su negativa a comportarse como un gendarme, son valores fuera de duda. En consecuencia, tienen un coste: a veces terrible.
Somos cristianos —y no podremos ser otra cosa— porque logramos creer sólo en el Dios que se manifestó en aquel judío de Galilea. Sólo este tipo de omnipotencia en el fracaso y en el sufrimiento escapo a la pregunta sobre la presencia invencible del mal, que, mucho antes de ser un elegante problema para la filosofía, es un drama para nosotros, hombres de carne y hueso.
Es un hecho objetivo que sólo el Dios de Jesús, el Dios en quien cree el cristiano, es el único que no puede ser implicado en la blasfemia del hombre por la marea de dolor que asciende a menudo y le ahoga. «No hay otra respuesta radical y definitiva al problema del mal que la cruz de Jesús, en la cual sufrió Dios el mal supremo, y lo hizo de manera triunfal, porque lo padeció hasta el final. Esta respuesta elimina el escándalo de un Dios tirano que se complace en los sufrimientos de sus criaturas, proponiendo, sin embargo, un escándalo aún mayor.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Jeremías. Dios nuestro, esperamos en Ti
Todo este capítulo 14 es una especie de liturgia suplicatoria, compuesta por Jeremías, para unas plegarias solemnes hechas en Jerusalén, reinando Joaquín, en ocasión de una «gran sequía». (Jeremías 14, 1-3-4-5) «Los ricos envían a sus criados a por agua, llegan a los aljibes y no encuentran agua... retoman con sus jarras vacías... La tierra está resquebrajada. Incluso la cierva abandona a sus cervatillos recién nacidos porque no hay hierba...»
El Señor me habló así: «Les dirás esta palabra: derramen lágrimas mis ojos noche y día sin parar por el quebranto que ha sufrido la doncella, la hija de mi pueblo, herida gravísimamente. Si salgo al campo encuentro heridos de espada, si entro en la ciudad, veo a los desfallecidos de hambre.»
Los ojos del profeta se derriten en lágrimas, noche y día. Sensibilidad de Jeremías: expresión de la sensibilidad de Dios. Porque es Dios quien le envía a decir esto.
Dios humano, Dios que «llora» por las desgracias de sus hijos.
Evidentemente se trata de modos de hablar, porque Dios no tiene cuerpo. Estas expresiones son llamadas «antropomorfismos», porque prestan a Dios sentimientos humanos. Pero no olvidemos que anuncian misteriosamente el día en que Dios tomará un «cuerpo» y llorará verdaderas lágrimas, en la muerte de su amigo Lázaro. (Juan 11, 35)
Si alguna vez lloro yo también compadeciendo el sufrimiento de alguien, soy entonces «cuerpo» de Dios.
Señor, dame un corazón atento a todas las penas de los hombres.
Aún el profeta y el sacerdote andan errantes por el país sin comprender. Y dicen: «Señor, ¿has rechazado a Judá para siempre? ¿O acaso se ha hastiado tu alma de Sión? ¿Por qué nos has herido sin esperanza de curación?
Verdaderamente, cuando consideramos tales casos ¡no entendemos, Señor! ¿Por qué el sufrimiento? ¿Por qué el hambre? ¿Por qué el dolor de los inocentes y de los animales? ¿Por qué un universo con tanto clamor, tanta sangre derramada, tantos enfermos y disminuidos «sin esperanza de curación»?
¿Hacia Ti, Señor, elevamos ese clamor y esos infortunios? Es preciso rogar frecuentemente así, a partir de los verdaderos «problemas del mundo».
Reconocemos, Señor, nuestra impiedad, la culpa de nuestros padres: hemos pecado contra Ti.
Hay una parte de sufrimiento de la que nadie es culpable. Pero la otra parte proviene de las faltas, del egoísmo, de la pereza, de la necedad, de la negligencia, de la injusticia. Hemos pecado... Lo reconocemos... Ayúdanos, Señor, a disminuir, individual y colectivamente, la parte de sufrimiento que proviene de las faltas de los hombres.
Por amor de tu Nombre, no desprecies. No profanes la sede de tu Gloria. Recuerda, no rompas la alianza con nosotros.
Todo ello podría considerarse una especie de chantaje hábil: «te interesa a Ti, Señor. Te deshonras al dar la impresión de que no existes, o de que no eres capaz de impedir el mal.»
La audacia de tales plegarias pone de manifiesto que a Dios puede pedírsele todo.
¿Tenemos esta audacia, esta fe?
Dios nuestro, esperamos en Ti.
El grito de desesperación acaba en un grito de esperanza. +
El contexto en el que fueron confiadas a Jeremías estas palabras corresponde a una grave calamidad nacional: la sequía (cf. Jr 14,1 ss) y la guerra (cf. v. 18). A la descripción del deplorable estado en que se encuentra el país, herido de muerte y sin nadie que pueda guiarlo (vv. 17ss), le sigue una oración de súplica. En ella intercede Jeremías ante Dios en favor del pueblo. Apela al compromiso asumido por Yavé en el momento de la alianza, en virtud de la cual no es posible que se haya alejado del pueblo de manera definitiva. Le recuerda la promesa de la salvación y de la paz, que no reinan sin embargo (v. 19); le invita de manera acongojada a no hacer desaparecer el pacto, a no abandonar al pueblo, que, por supuesto, le ha disgustado con su infidelidad, pero ahora reconoce sus propios pecados. Israel no tiene méritos para jactarse, pero el profeta implora a Dios apelando a su fidelidad: el Señor fiel (cf. Ex 34,6) no puede faltar a sí mismo (Jr 14,21). El es el creador de Israel y de todo lo que existe (v. 22). Sólo él es digno de confianza (v. 22d), y por eso se confía a él el profeta, intercesor solidario con el pueblo por cuya suerte llora de manera incesante (17).
Comentario del Salmo 78. Líbranos, Señor, por el honor de tu nombre.
Es un salmo de súplica colectiva. El pueblo está congregado para aclamar a Dios a causa de una tragedia nacional. La petición central es: «Derrama tu furor sobre las naciones que no te reconocen, sobre los reinos que no invocan tu nombre» (6). Tiene semejanzas con el salmo 75.
Nuestra propuesta divide este salmo en tres partes: 1b-4; 5-7; 8- 13. En la primera (1b-4) el pueblo se dirige a Dios, exponiendo lo que, contra él, han hecho las naciones: han invadido el país, han profanado el templo, han destruido la capital, han echado los cadáveres en pasto a las aves y las fieras, han derramado sangre, sin permitir que fuera cubierta con tierra, como era costumbre en Israel, y han convertido al pueblo en escarnio, diversión y burla de los pueblos vecinos. Se trata de siete acciones de las naciones que destruyen el alma del pueblo de Dios.
En la segunda parte (5-7), además de preguntar —como en el salmo 74—: « ¿Hasta cuándo?» (5), el pueblo suplica, indicándole a Dios lo que ha de hacer a las naciones. Puesto que han derramado sangre y no la han enterrado (3), Dios tiene que derramar su furor contra esos imperios que no lo reconocen como el Dios que hace justicia. Puesto que han devorado a Jacob, que el fuego de los de los de Dios se vuelva contra las naciones y los reinos, devorándolos. Los celos de Dios se comparan con un fuego devorador (5).
En la tercera parte (8-13) continúa la súplica, pero ahora el salmo le indica a Dios lo que tiene que hacer por el pueblo; también expone cómo reaccionará el pueblo ante la acción divina. El pueblo le pide a Dios que no se acuerde de sus culpas, que les socorra, libere y perdone los pecados, de modo que las naciones reconozcan la venganza por la sangre derramada; que el clamor de los cautivos llegue a la presencia divina, que salve a los condenados a muerte y devuelva a los pueblos vecinos, multiplicada por siete, la afrenta hecha a Dios. Son siete peticiones. Finalmente, el pueblo promete dar gracias continuamente, celebrar el nombre del Señor y proclamar su alabanza.
Este salmo es el clamor que surge en el pueblo a raíz de un conflicto internacional; tal vez se trate de los acontecimientos del año 586 a.C., cuando hieren destruidos la ciudad de Jerusalén y el templo. Las siete acciones de las naciones que se mencionan en la primera parte dan una visión general de la situación: pérdida de la tierra, de la capital, del templo como símbolo de la religión y de la unidad nacional, innumerables víctimas y, lo que es peor; el disfrute de los pueblos vecinos (véase el libro de Abdías). En la tradición bíblica, la sangre derramada ha de ser enterrada. De lo contrario, clama, y alguien tiene que responder haciendo justicia (Gén 4,10). De este modo surge la figura del vengador de la sangre, que recibe el nombre de goel o redentor Si no hay nadie que responda, como en el caso de Abel, Dios se ve obligado a intervenir, restableciendo la justicia. Este salmo, por tanto, es el clamor de la voz de la sangre no enterrada, que exige justicia.
Es fruto de un conflicto internacional. El principal enemigo son las «naciones» (1b.6a. 10a), los «reinos» (6h) y los «vecinos» (4.12a) que se aliaron con el poder de imperios extranjeros para devorar a Jacob (7) o no prestaron ayuda a Israel en el momento del conflicto. La situación del pueblo de Dios es dramática, Algunas palabras del salmo describen un panorama desolador: son «siervos», «fieles» a Dios (2b), pero están totalmente «debilitados» (y oprimidos por los «pecados» (9h), están «cautivos» y son «condenados a muerte».
Hay quienes se asustan ante las peticiones que se hacen en los versículos 6.10.12. Lo que sucede es que, en esta tragedia nacional, el mismo Dios ha sido afrentado, herido (12). Fijémonos en lo que se le dice a Dios: han invadido tu heredad, han profanado tu templo santo, han dado como alimento a las aves y a las fieras los cadáveres de tus siervos Dios ha sido herido mortalmente en la desgracia que se ha abatido sobre Israel. A esto se añaden las burlas de los pueblos vecinos y de las naciones. Si el Señor no interviene, dirán: « ¿Dónde está su Dios?» (10a). El autor del salmo ha encontrado argumentos con los que convencer a Dios para que haga algo, para que escuche y libere a su pueblo, del mismo modo que en tiempos de la esclavitud en Egipto. En aquella ocasión, se produjo una lucha entre los dioses del Faraón y el Dios de los israelitas. Si los dioses del Faraón hubieran vencido, el Dios de los israelitas habría quedado en ridículo y habría sido abandonado como si fuera un ídolo mudo. Su nombre propio —Yavé, «el Señor»—, que significa liberación, ya no tendría ningún valor (9). Si Dios no hiciera nada por su pueblo, todo se vendría abajo: las promesas de la tierra, la alianza, la religión de los israelitas representada por el templo y por la ciudad de Jerusalén.
Este salmo, por tanto, se dirige al Dios aliado fiel, que escucha el clamor de los cautivos, que perdona, tiene compasión, socorre, libera y salva a los condenados a muerte. Y lo hace porque cree y confía en él.
La actividad de Jesús es toda ella una respuesta a este amor. El respondió a las súplicas de este salmo: «Que tu compasión venga enseguida a nosotros, pues estamos totalmente debilitados». Se mostró compasivo hasta el extremo, perdonó los pecados (Mc 2,1-13) y salvó a los condenados a muerte (Jn 8,1-11).
Hay que rezar este salmo en compañía de otros creyentes, pensando en los grandes problemas de nuestra sociedad y nuestro mundo: la pérdida de la tierra o la carencia de los bienes que garantizan la existencia, pérdida de libertad, etc.; podemos rezarlo por los cautivos y condenados a muerte; cuando sentimos sobre nosotros el peso de nuestros pecados; cuando nos sentimos debilitados...
Comentario del Santo Evangelio: Mt 13, 36-43. La cizaña que se arranca y se quema.
La explicación alegórica de la parábola de la buena semilla y de la cizaña presenta la antítesis entre «los hijos del Reino» y «los hijos del maligno». Cada hombre pertenece a la familia de aquel cuya palabra ha recibido y puesto en práctica. La vida terrena es el tiempo durante el que es posible escoger. A su término tendrá lugar el juicio, representado con la imagen escatológica —clásica en la Biblia— de la siega (v. 39). En ese momento se pondrá de manifiesto la diferente suerte merecida, respectivamente, por los «malvados» y por los «justos»: llanto y rechinar de dientes eterno para unos y brillo eterno para los otros (vv. 42ss).
La invitación dirigida de nuevo a escuchar y en tender la Palabra (v. 43b) hace comprender la urgencia y el carácter dramático de la decisión que hemos de tomar. Al mismo tiempo, la explicación de la parábola, explicación que tiene lugar en caso sólo para los discípulos (v. 36), pretende aliviar la turbación de las primeras comunidades cristianas, que constataban la presencia del mal en su interior, y frenar la impaciencia de los que pretendían arrogarse el poder de hacer justicia.
La potestad de juzgar —repite Jesús— corresponde al «Hijo del hombre» y la ejercerá cuando llegue “el fin del mundo”, tal como pone de manifiesto el evangelista Mateo en su evangelio (cf. 23,31-46).
El mal está presente por doquier, incluso en aquellas realidades que son signo de la santidad y que, por consiguiente, quedáramos inmunes de tal herencia humana. San Agustín, cuando habla de la Iglesia «santa y pecadora», levanta acta de la presencia del mal en la comunidad de los cristianos, que es sacramento de la presencia de Dios en el mundo.
El apóstol Pablo toma en su raíz esta realidad cuando observa que desearía hacer el bien y, sin embargo, hace el mal. La comunidad de los «puros», de los intocables por el mal, no es la comunidad de los discípulos de Jesús, una comunidad formada por pecadores que han pasado incluso por la experiencia del amor misericordioso que perdona y salva. De ahí surge en el corazón esa humildad que atrae la complacencia de Dios y también la simpatía de los otros. Entonces podremos descubrir una cierta solidaridad con aquellos que hacen el mal, porque no somos mejores que ellos.
La oración se convierte en el instrumento eficaz para ayudarles e incluso para confirmarnos a nosotros mismos en la opción de pertenecer al Señor, prenda de la verdadera vida en el tiempo y de plenitud en la eternidad. Si tenemos una conciencia más iluminada que la suya respecto al bien y al mal, no ha de servirnos para autorizarnos a proceder a hacer juicios sumarios, sino de compromiso para hacer el bien con las acciones y las palabras. El ejemplo arrastra.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 13, 36-43, para nuestros Mayores. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será el fin del tiempo.
Todas las religiones y filosofías se plantean el problema del origen del mal. Las fábulas que, en general, se remontan a tradiciones literarias antiquísimas, profesan un dualismo original. Dos fuerzas, dos poderes y dos tipos de hombres luchan mutuamente, pero no se sabe cuál es el origen. Se afirma con optimismo que los buenos son más fuertes y, al final, siempre vencen. Por el contrario, la Biblia no admite el dualismo. Existe un solo Dios, creador del cielo y de la tierra, y todo lo que existe es bueno (Gn 1 ,4ss). El mal ha venido al mundo a través del hombre, de su consentimiento libre. Pero consentimiento ¿de qué? En el paraíso se insinúa la serpiente. Al corazón humano, que es el paraíso interior, llega la serpiente bajo forma de malos pensamientos.
Tenemos muchas inspiraciones: las que vienen de Dios son semilla buena, las malas son obstáculos, cizaña. Tanto las primeras como las segundas pueden echar raíces en nuestro corazón con nuestro consentimiento.
Los malos pensamientos, dicen los Padres, llegan de repente y, precisamente, cuando somos más frágiles, cuando estamos más dispuestos a ceder. Es necesario estar siempre vigilantes.
De esta atención hablan los seguidores del llamado movimiento hesicasta, que consideran la paz interior condición necesaria para orar sin distracciones. Dicen, de modo metafórico, que en la puerta de nuestro corazón debemos poner un ángel con la espada de fuego, es decir; la virtud de la vigilancia, que pregunte a todos los pensamientos e inspiraciones que quieran entrar: ¿eres de los nuestros o del enemigo? (Jos 5,13). También Orígenes da un consejo de este tipo: asesinar a los hijos de Babilonia mientras son aún pequeños (Sal 137,9), destruir las semillas de la cizaña antes de que arraiguen.
Lo contrario de la vigilancia espiritual es la negligencia hacia lo que contamina el corazón: sólo un corazón puro puede ver a Dios (Mt 5,8).
Comentario del Santo Evangelio: Mt 13 36-43, de Joven para joven. No basta ser del “Grupo” para entrar en el Reino de los Cielos, Hay que tomar una determinación al respecto.
Jesús ha querido hacer comprender en las parábolas precedentes que el Reino de los Cielos es distinto de las expectativas comunes. Con la imagen del tesoro y de la perla revela ahora el esplendor de esta realidad y su estar por encima de todo deseo. Los elementos de convergencia entre las dos parábolas «gemelas» enfocan su significado fundamental. El Reino es algo que se encuentra, y hay que batirse por él, no importa que sea por casualidad o por una búsqueda precisa; en consecuencia, es una realidad ya presente. Su fascinación y su valor son de tal naturaleza que inducen a vender todo lo que se había adquirido precedentemente con tal de poseerlo. El tema de la alegría, del hallazgo inesperado de una realidad maravillosa, se encuentra explícito en la primera parábola y que se entiende en la segunda; en ambas, sin embargo, se resalta la naturaleza y casi la obviedad de tener que dejar todo lo que se posee para tener algo que, evidentemente, vale más (vv. 44s).
El discurso parabólico concluye con la parábola de la red, afín a la de la cizaña. El evangelista las separa brevemente para poder ratificar el tema del juicio al final de los tiempos. Actualmente, la red de los predicadores del Evangelio recoge a todo tipo de individuos, pero no basta con «ser del grupo»: para entrar en posesión del Reino es preciso haber tomado una decisión clara respecto a él.
Es interesante saber que los moluscos estaban considerados peces malos: eran comestibles, pero se despreciaban por no tener espina dorsal. Aquí, los moluscos representan a los individuos «sin nervio» que, por no haber llevado a cabo una opción clara y coherente, serán excluidos del Reino junto con los «malvados» (cf. v. 41).
Los vv. 51s reflejan la preocupación del Maestro porque su enseñanza sea bien comprendida: esto no contradice la tradición precedente, sino que la ilumina con la aportación de su incomparable novedad. El hombre instruido en las Escrituras que se hace discípulo de Jesús se convierte en administrador de un inmenso tesoro espiritual, porque la Palabra de la Primera Alianza se enriquece con las enseñanzas del Nuevo Pacto.
«Sucede con el Reino de los Cielos lo que con un tesoro escondido..., con un mercader que busca ricas perlas...»
Sucede también hoy encontrarse con Jesús, y éste es el encuentro más afortunado, la cosa más bella que pueda suceder a cualquiera. « ¿Cómo lo has encontrado, dónde, cuándo? La alegría que ilumina tu vida y la renueva me atestigua que eres sincero...»
No se trata de preguntas imaginarias: el que ha hecho una opción fundamental por el Señor se ha visto interrogado a menudo de este modo. Nuestro mundo, en todas sus latitudes, anda muy escaso de alegría; incluso cuando multiplica las formas de diversión, su risa tiene el sonido estridente de la desesperación. Sólo Jesús da la verdadera alegría, porque él es la fuente de la alegría en nosotros.
« ¿Como lo has encontrado...?» Alguno podrá responder como el mercader de perlas, que llevaba ya tiempo buscando un sentido para su propia vida, una finalidad a su acción. Otros, en cambio —como el hombre que encuentra el tesoro escondido—, no estaban buscando; sin embargo, han quedados fulminados por un hallazgo. Casi nunca se trata de una visión extraordinaria; de ordinario, entrevemos al Señor Jesús en una comunidad eclesial, en un hombre o en una mujer de Dios, en una situación de indigencia de la que alguien se ha hecho cargo por amor a los hermanos y, después, ha descubierto presente al verdadero pobre, al hermano que se hace cargo de todos.
En cualquiera de estos casos, es precisamente a Jesús a quien se encuentra a través de estas realidades y estas personas, no cabe duda de ello. Por eso, como los primeros discípulos, como Pablo y el ejército innumerable de los santos, también nosotros consideramos todo lo demás como si de nada se tratara y nos ponernos con entusiasmo tras las huellas de aquel que nos ha hecho entrever un resplandor de su incomparable belleza y ha encendido en nosotros una chispa de su divina caridad. Eso no significa que todos los que han encontrado a Jesús hayan entrado en un convento o se hayan marchado a las misiones; muchos se han limitado a transformar su prestigio, sus posesiones o sus aptitudes en ocasiones de servicio. Y de este modo ha entrado el Reino de los Cielos en una industria, en un hospital, en una escuela. Su alegría se ha irradiado, se ha propagado corno una onda sonora... Que el Señor nos dé oídos para escuchar y continuar su canto que transforma la vida en una fiesta: la fiesta del encuentro con Cristo y su Reino.
Elevación Espiritual para este día.
Debemos, por ende, hermanos, andar con toda diligencia en lo que atañe a nuestra salvación, no sea que el maligno, logrando infiltrársenos por el error, nos arroje, como la piedra de una honda, lejos de nuestra vida.
Huyamos de toda vanidad, odiemos absolutamente las obras del mal camino. No viváis solitarios, replegados en vosotros mismos, como si ya estuvierais justificados, sino, reuniéndoos en un mismo lugar, inquirid juntos lo que a todos en común conviene. Hagámonos espirituales, hagámonos templo perfecto para Dios. En cuanto esté en nuestra mano, meditemos el temor de Dios y luchemos por guardar sus mandamientos, a fin de regocijarnos en sus justificaciones.
El Señor juzgará al mundo sin acepción de personas: cada uno recibirá conforme obró. Si el hombre fue bueno, su justicia marchará delante de él; si fue malvado, la paga de su maldad irá también delante de él.
Reflexión Espiritual para el día.
Se dice: o bien Dios puede impedir el mal y entonces no es bueno porque no lo hace; o bien Dios no puede impedir el mal y entonces no es omnipotente. En ambos casos le falta a Dios un atributo esencial: o la bondad o la omnipotencia. La realidad nos advierte que no nos es lícito volcar en Dios (o solo en Dios) nuestras responsabilidades. Hablo, como es natural, del Dios cristiano. Un Dios en cuyo plan, lo sabemos, era prioritaria la libertad para sus criaturas. No quiso un lager (campo de concentración) para reclusos ni una ruda guardería para eternos niños, sino un mundo poblado de hijos responsables. Libres, por tanto, de elegir entre el bien y el mal. Libres de comportarse como santos o como bribones. Su «ocultación», la discreción del claroscuro en que se ha envuelto a sí mismo y en que ha envuelto su Ley, su negativa a comportarse como un gendarme, son valores fuera de duda. En consecuencia, tienen un coste: a veces terrible.
Somos cristianos —y no podremos ser otra cosa— porque logramos creer sólo en el Dios que se manifestó en aquel judío de Galilea. Sólo este tipo de omnipotencia en el fracaso y en el sufrimiento escapo a la pregunta sobre la presencia invencible del mal, que, mucho antes de ser un elegante problema para la filosofía, es un drama para nosotros, hombres de carne y hueso.
Es un hecho objetivo que sólo el Dios de Jesús, el Dios en quien cree el cristiano, es el único que no puede ser implicado en la blasfemia del hombre por la marea de dolor que asciende a menudo y le ahoga. «No hay otra respuesta radical y definitiva al problema del mal que la cruz de Jesús, en la cual sufrió Dios el mal supremo, y lo hizo de manera triunfal, porque lo padeció hasta el final. Esta respuesta elimina el escándalo de un Dios tirano que se complace en los sufrimientos de sus criaturas, proponiendo, sin embargo, un escándalo aún mayor.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Jeremías. Dios nuestro, esperamos en Ti
Todo este capítulo 14 es una especie de liturgia suplicatoria, compuesta por Jeremías, para unas plegarias solemnes hechas en Jerusalén, reinando Joaquín, en ocasión de una «gran sequía». (Jeremías 14, 1-3-4-5) «Los ricos envían a sus criados a por agua, llegan a los aljibes y no encuentran agua... retoman con sus jarras vacías... La tierra está resquebrajada. Incluso la cierva abandona a sus cervatillos recién nacidos porque no hay hierba...»
El Señor me habló así: «Les dirás esta palabra: derramen lágrimas mis ojos noche y día sin parar por el quebranto que ha sufrido la doncella, la hija de mi pueblo, herida gravísimamente. Si salgo al campo encuentro heridos de espada, si entro en la ciudad, veo a los desfallecidos de hambre.»
Los ojos del profeta se derriten en lágrimas, noche y día. Sensibilidad de Jeremías: expresión de la sensibilidad de Dios. Porque es Dios quien le envía a decir esto.
Dios humano, Dios que «llora» por las desgracias de sus hijos.
Evidentemente se trata de modos de hablar, porque Dios no tiene cuerpo. Estas expresiones son llamadas «antropomorfismos», porque prestan a Dios sentimientos humanos. Pero no olvidemos que anuncian misteriosamente el día en que Dios tomará un «cuerpo» y llorará verdaderas lágrimas, en la muerte de su amigo Lázaro. (Juan 11, 35)
Si alguna vez lloro yo también compadeciendo el sufrimiento de alguien, soy entonces «cuerpo» de Dios.
Señor, dame un corazón atento a todas las penas de los hombres.
Aún el profeta y el sacerdote andan errantes por el país sin comprender. Y dicen: «Señor, ¿has rechazado a Judá para siempre? ¿O acaso se ha hastiado tu alma de Sión? ¿Por qué nos has herido sin esperanza de curación?
Verdaderamente, cuando consideramos tales casos ¡no entendemos, Señor! ¿Por qué el sufrimiento? ¿Por qué el hambre? ¿Por qué el dolor de los inocentes y de los animales? ¿Por qué un universo con tanto clamor, tanta sangre derramada, tantos enfermos y disminuidos «sin esperanza de curación»?
¿Hacia Ti, Señor, elevamos ese clamor y esos infortunios? Es preciso rogar frecuentemente así, a partir de los verdaderos «problemas del mundo».
Reconocemos, Señor, nuestra impiedad, la culpa de nuestros padres: hemos pecado contra Ti.
Hay una parte de sufrimiento de la que nadie es culpable. Pero la otra parte proviene de las faltas, del egoísmo, de la pereza, de la necedad, de la negligencia, de la injusticia. Hemos pecado... Lo reconocemos... Ayúdanos, Señor, a disminuir, individual y colectivamente, la parte de sufrimiento que proviene de las faltas de los hombres.
Por amor de tu Nombre, no desprecies. No profanes la sede de tu Gloria. Recuerda, no rompas la alianza con nosotros.
Todo ello podría considerarse una especie de chantaje hábil: «te interesa a Ti, Señor. Te deshonras al dar la impresión de que no existes, o de que no eres capaz de impedir el mal.»
La audacia de tales plegarias pone de manifiesto que a Dios puede pedírsele todo.
¿Tenemos esta audacia, esta fe?
Dios nuestro, esperamos en Ti.
El grito de desesperación acaba en un grito de esperanza. +
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