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viernes, 13 de agosto de 2010

CAMINO MISIONERO 13/08/2010

  • Entrevista a José Ignacio Gonzalez Faus sj por José Manuel Vidal.
  • PADRE Y MADRE, LAS DOS METÁFORAS DE DIOS
  • Recuperación cristiana 3. El dogma práctico de la comunión.
  • LA QUE CREYO
  • Comentario al Evangelio del Domingo 15 de Agosto del 2010
  • Forcejeando con la Bendición de Mi Padre
  • Asunción de María (Lc 1, 39-45) - Domingo 15 de Agosto: Proclamar nuestro personal Magnificat
  • Comentario Bíblico y Pautas para la homilía: Asunción de María (Lc 1, 39-45) - Domingo 15 de Agosto
  • Evangelio Misionero del Dia: 13 de Agosto de 2010 - SEMANA XIX DURANTE EL AÑO - Ciclo C
  • Lecturas y Liturgia de las Horas: 13 de Agosto de 2010
Posted: 12 Aug 2010 08:06 PM PDT



Es muy interesante tomarse el tiempo y disfrutar de una visión crítica y experimentada de la realidad eclesial, realizada por unos de los teólogos de avanzada que tiene nuestra Iglesia.

IMPERDIBLE!!!!
Blog católico de oraciones y reflexiones pastorales sobre la liturgia dominical. Para compartir y difundir el material brindado. Crremos que Dios regala Amor y Liberación gratuita e incondicionalmente.
Posted: 12 Aug 2010 07:58 PM PDT


Asunción de María (Lc 1, 39-45) - Domingo 15 de Agosto
Por Fray Marcos


No debemos caer en el error de considerar a María como una entidad paralela a Dios, sino como un escalón que nos facilita el acceso a Él.

El cacao mental que tenemos sobre María, se debe a que no hemos sido capaces de distinguir en ella dos aspectos: uno la figura histórica, la mujer que vivió en un lugar y tiempo determinado y que fue la madre de Jesús; otro la figura simbólica, mitológica que hemos ido creando a través de los siglos, acumulando sobre ella los mitos ancestrales de la Diosa Madre, de la Madre Virgen, etc.

Las dos figuras son de capital importancia para nuestro catolicismo, pero no se pueden mezclar sin producir una confusión que nos puede llevar a verdaderos disparates.

De María real, con garantías de historici dad no podemos decir casi nada. Los mismos evangelios son extremadamente parcos en hablar de ella. Una vez más debemos recordar que para aquella sociedad la mujer no contaba. Lo que de verdad nos importa es que fue la madre de Jesús.

Podemos estar completamente seguros de que Jesús tuvo una madre y además, de ella dependió totalmente su educación durante los once o doce primeros años de su vida. En efecto, los padres en la sociedad judía del aquel tiempo, se desentendían totalmente de los niños. Solo cuando tenían una cierta edad, los tomaban por su cuenta para enseñarles a ser hombres, hasta entonces se consideraban un estorbo.

De lo que el subconsciente colectivo ha proyectado sobre María, podíamos estar hablando semanas. Solemos caer en la trampa de equiparar mito con mentira. Los mitos son maneras de expresar verdades a las que no podemos llegar por vía discursiva. Suelen ser intuiciones que están más allá de la lógica, que son percibidas desde lo hondo del ser. Los mitos han sido utilizados en todos los tiempos, y son formas muy valiosas de aproximarse a las realidades más misteriosas y profundas que afectan a los seres humanos. Mientras existan realidades que no podemos comprender racionalmente, existirán los mitos.

En una sociedad machista en la que Dios es Padre Todopoderoso, signo del poder y de la autoridad, el subconsciente ha encontrado la manera de hablar de lo femenino de Dios a través de una figura humana, María. No se puede prescindir de la imagen de lo femenino si queremos llegar a los entresijos de la divini dad. Hay aspectos de Dios, que sólo a través de las categorías femeninas podemos expresar.

Claro que llamar a Dios Padre, o llamarle Madre no tiene nunca una significación de género. Son solo metáforas para poder expresar lo que es inefable. Pero si usamos únicamente una de las dos metáforas, la idea de Dios queda falsificada porque podemos identificarla con las categorías masculinas o femeninas.

Durante muchos milenios, se ha utilizado la idea de Dios Padre, de una manera machista para identificar al varón con Dios y de ese modo creerse el detentador del poder con relación a la mujer. Esto sigue pasando hoy día a todos los niveles, y no tenemos más remedio que denunciarlo como una tergiversación de la idea de Dios y una devaluación de todo lo femenino, incluida la parte de feminidad que existe en cada ser humano masculino.

La idea de la Madre Virgen es un mito ancestral que no tiene en absoluto connotaciones sexuales. Se trata de la Madre primordial que no necesita concurrencia de nadie para producir la vida. Seguramente la “Madre” origen de todo lo que existe, fue la primera idea de divinidad que surgió entre los humanos.

Un Dios Padre hace la creación. Un Dios Madre da a luz la creación, procrea. La diferencia entre estos conceptos es enorme. El Padre puede desentenderse de lo creado. La Madre seguirá pendiente siempre de lo que ha nacido de sus entrañas. En ese mito se está afirmando que el género primero y primordial es el femenino, no el masculino. En nuestro cristianismo esta idea ha llegado al paroxismo al declarar en un concilio que María era Madre de Dios (Éfeso, 431).

El hecho de que la Asunción sea una de las fiestas más populares de nuestra religión no garantiza que se haya entendido correctamente. Todo lo que se refiere a María tiene que ser tamizado por un poco de sentido común que ha faltado a la hora de colocarle toda clase de capisayos que la desfiguran hasta hacerla incapaz de ser expresión de lo divino. La mitología sobre María puede ser positiva, siempre que no se tome literalmente y distorsione su figura, alejándola tanto de la realidad que la convierte en una figura inservible para un acercamiento a la divinidad.

La Asunción de María fue durante muchos años una verdad de fe aceptada por el pueblo sencillo. Solo a mediados del siglo pasado, se proclamó como dogma de fe. Es curioso que, como todos los dogmas, se defina en momentos de dificultad para la Iglesia, con el ánimo de apuntalar sus privilegios que la sociedad le estaba arrebatando.

Hay que tener en cuenta que una cosa es la verdad que se quiere definir y otra muy distinta la formulación en que se mete esa verdad. Ni Jesús ni María ni ninguno de los que vivieron en su tiempo, hubiera entendido nada de esa definición. Sencillamente porque está hecha desde una filosofía completamente ajena a su manera de pensar. Para ellos el ser humano no es un compuesto de cuerpo y alma, sino una única realidad que se puede percibir bajo diversos aspectos, pero sin perder nunca su unidad.

No podemos entender literalmente el dogma. Pensar que un ser físico, María, que se encuentra en un lugar, la tierra, es trasladado localmente a otro lugar, el cielo, no tiene ni pies ni cabeza. Hace unos años se le ocurrió decir al Papa Juan Pablo II que el cielo no era un lugar, sino un estado. Pero me temo que la inmensa mayoría de los cristianos no ha aceptado la explicación, aunque nunca la doctrina oficial había dicho lo contrario.

Cuando el dogma habla de “en cuerpo y alma”, no debemos entenderlo como lo material o biológico por una parte, y lo espiritual por otra. El hilemorfismo, mal entendido, nos ha jugado una mala pasada. Los conceptos griegos de materia y forma, son ambos conceptos metafísicos. El dogma no pretende afirmar que el cuerpo biológico de María está en alguna parte, sino que todo el ser de María ha llegado a la más alta meta.

Cuando nos dicen que fue un privilegio, porque los demás serán llevados de la misma manera al cielo, pero después del juicio final, ¿de qué están hablando? Para los que han terminado el curso de esta vida, no hay tiempo. Todos los que han muerto están en la eternidad, que no es tiempo acumulado, sino un instante. La materialización del más allá, como si fuera un trasunto del más acá, nos ha metido en un callejón sin salida; y parece que muchos se siguen encontrando muy a gusto en él. Del más allá no podemos saber nada. Lo único que podemos descartar es que sea prolongación de la vida de aquí.

No sé lo que pensó Pío XII al proclamar el dogma, pero yo lo entiendo como un intento de proponer que la salvación de María fue absoluta, es decir que alcanzó su plenitud. Esa plenitud sólo puede consistir en una unificación e identificación absoluta con Dios.

Como en el caso de la ascensión, se trata de un cambio de estado. María ha terminado el ciclo de su proceso de maduración terreno y ha llegado a su plenitud. Pero no a base de añadidos externos, como puede ser sentarla en un trono, coronarla, declararla reina; sino por proceso interno de identificación con Dios. En esa identificación con Dios no cabe más. Ha llegado al límite de las posibilidades. Esa meta es la que nos espera a todos, si somos capaces de decir como ella: “Fiat”.

En lenguaje bíblico “los cielos” significa el ámbito de lo divino, por tanto María está ya en “los cielos”.

Viniendo al evangelio, hay que tener en cuenta que los relatos de la infancia son teología narrativa. No tiene sentido entenderlos como una crónica de sucesos. Inspirándose en otros relatos del AT, Lucas nos traza los rasgos fundamentales de lo que descubrieron en Jesús los primeros cristianos en la experiencia pascual. Todo lo que afirma de Jesús, es lo que pensaban de él cuando ya habían desarrollado su actividad.

La función de María como madre biológica no es relevante. Lo importante fue la influencia que pudo tener en la transmisión de la fe de su pueblo a Jesús, y más tarde la respuesta personal al mensaje de su hijo. La alabanza de la mujer en el evangelio de la vigilia: “dichoso el vientre que te crió y los pechos que te amamantaron”, no podía ser aceptada por Jesús, porque hubiera supuesto que María era grande por haber dado a luz a Jesús y por haberle dado el pecho.

Esto no es devaluar para nada la figura de María. Es hacer ver que su valor está, no en la función por razón del sexo, sino en su condición de ser humano con las mismas posibilidades de llegar a una plenitud que el varón. Aceptar la alabanza de la mujer, hubiera sido aceptar una desigualdad radical con relación a los varones y por tanto perpetuarla. El ser persona es mucho más importante que ser madre. Durante demasiado tiempo hemos olvidado esta enseñanza del evangelio y hemos devaluado todo lo femenino





Meditación-contemplación




El Magníficat es una excelente oración,
resumen de las aspiraciones de un pueblo,
que confía plenamente en Dios
y en la salvación que había prometido a los antepasados.
………………..……


Este cántico pone en boca de María estos sentimientos
y nos invita a desarrollarlos interiormente.
Teniendo en cuenta que las obras de Dios
nunca se manifiestan en fenómenos espectaculares.
……………………..


Su mejor obra la desplegó Dios en el seno de María,
sólo porque ella fue capaz de decir “Fiat”.
La seguirá desplegando en cada uno de nosotros,
en la medida que sepamos estar, como ella, disponibles.
…………………


Fray Marcos
Blog católico de oraciones y reflexiones pastorales sobre la liturgia dominical. Para compartir y difundir el material brindado. Crremos que Dios regala Amor y Liberación gratuita e incondicionalmente.
Posted: 12 Aug 2010 07:44 PM PDT


Publicado por El Blog de X. Pikaza


La iglesia universal es federación de comunidades que cultivan la gratuidad y contemplación compartida. Sus fieles no están ahí para crear redes objetivas de información religiosa, sino para descubrir, ofrecer y compatir espacios de comunión y diálogo personal, siguiendo la experiencia y tares que Jesús dejó abierta en su muerte. Ella no necesita funcionarios (ni dinero) en línea de sistema, sino experiencia de evangelio, como saben bien los evangelios (cf. Mc 9, 33-4; 10, 35-45).

Cuando falta esa experiencia, que es el brillo de Dios en el fondo del alma y del cuerpo, y se diluye la gratuidad (o queda relegada a un plano formal e intimista, separado de la vida), suele apelarse al sistema: falla el amor, se rompe el diálogo personal y se toman decisiones impersonales, apelando si hace falta al orden de Dios y al valor sagrado de la jerarquía.

Pues bien, en contra de eso, debemos insistir en que la iglesia sólo es fiel siendo comunidad de creyentes, que acogen gratuitamente el amor y lo expresan de modo gratuito. En ese contexto ha de asumirse la protesta de Lutero, pero con una diferencia:

(a) la Reforma protestante destacaba la libertad de cada creyente, en pie ante Dios, por Cristo, en responsabilidad de fe y opción individual, dejando en un segundo plano el nivel comunitario;

(b) sin negar ese valor individual de la libertad, la Nueva Reforma universal, de católicos y proestantes, de Roma y Wittenberg puede y debe destacar la comunión personal de los creyentes, cada uno libre en sí mismo, todos liberados en el amor mutuo.

En el camino que va de la experiencia contemplativa (gracia y libertad en Cristo, fe luterana y mística teresiana) al amor comunitario (buscando cada uno el bien de los demás más que el suyo propio, buscando cada Iglesia la libertad y plenitud de las demás iglesias) se define a nuestro juicio el cristianismo.

Este dogma práctico de recuperación cristiana lo he tomado como tarea de verano, aquí en el hemisferio norte, pues llegan pronto los exámenes de septiembre, cuando el sol dejo de dar "tanta calor", como aquí dicen. Si a alguien le interesa de dónde tomo los ejercicios me lo puede preguntar. Son de un esquema de exámenes que hice un verano de éstos.

Buen día a todos y todas (como se dice). Como signo de esa iglesia, hecha de muchos hilos ensamblados y bellos, he querido colocar esta mañana un telar artesado de Chiapas.Esa mujer de un mundo que ha sido muchas veces marginado por las grandes instituciones puede ser signo de la nueva Reforma y Comunión de la Iglesia, como aquella mujer a la que el Cristo un día vio comp parábola de Reino, una mujer que amasaba tres panes de harina en la artesa, la Mujer Iglesia

No es tiempo de llorar

Esta Nueva Reforma cristiana no consiste sólo en liberar a los creyentes de una estructura eclesial, que parece dirigir y organizar desde fuera su existencia, sino que ha de expresarse suscitando desde Cristo espacios de comunicación de fe y celebración gozosa y solidaria, desbordando la clausura del sistema. En ese fondo podemos asumir y superar un cierto riesgo de divisiones protestantes (por decirlo de algún mundo): cada uno con su Iglesia y todos con sus diferencias seculares.

Necesaria ha sido y sigue siendo una dosis de Reforma Protestante, por lo que ha tenido de afirmación de la individualidad y de la búsqueda personal de Dios, con su Verdad. Pero creo ha ha llegado el momento de insistir en la unidad de raíz del evangelio, valorando la diversidad de experiencias, pero destacando sobre todo los principios creadores de la gracia y comunión personal, por encima de la jerarquía eclesial o del sistema externo.

Hoy tenemos la ventaja de que el César o sistema es independiente. El neo-liberalismo no necesita bendiciones de la iglesia, pues se extiende y vale por sí mismo, como racionalidad económica y social. No podemos pedir su ayuda, ni buscar su apoyo para defender una opción cristiana, como Lutero al apelar a los príncipes germanos o la iglesia católica apoyándose en su círculo de reyes. Gracias a Dios, no hay reyes católicos ni príncipes protestantes, sino un sistema de leyes económico-administrativas, sin más verdad que su proceso racional. En esta situación, unos y otros, católicos y protestantes (ortodoxos y cristianos de diversas confesiones), debemos volver a la raíz de gratuidad y comunión cristiana, valorando las tradiciones propias, pero destacando sólo el evangelio.

Es bueno el cambio: no es tiempo de llorar o lamentarse por la pérdida de influjo de la iglesia y la caída del nacional-cristianismo (-catolicismo), sino tiempo de eclesiogénesis o surgimiento eclesial, desde la raíz del evangelio, en las nuevas condiciones de un sistema al que ya no combatimos con armas, pero que debemos denunciar y superar por su injusticia (excluye a muchos), optando por los excluidos y creando espacio de comunión encuentro personal, no de mercado.

No es tiempo de protestantes contra católicos o viceversa, sino de comunicación creadora (en gratuidad gozosa) de todos los cristianos frente al gran sistema, al que no importan los valores más profundos del encuentro personal y del amor preferente hacia los pobres.

Este es el milagro y dogma de la iglesia: ella no quiere ni puede construir un sistema de sacralidad, que los usuarios utilizan luego a conveniencia (como en un supermercado donde cada uno escoge su producto preferido); no expone dogmas que valen por sí mismos, fuera de la comunión fraterna, ni abandona a cada fiel en solitario ante Dios, para que tome por aislado su opción ante el misterio, sino que es experiencia y campo de comunicación personal, en diálogo con todos los humanos. Desde aquí han de entenderse su dogma y sus tareas administrativas.

En cierto momento, para actuar mejor como soporte sacral de la sociedad, por deseo de racionalización sistémica y posible efectividad, la iglesia ha fijado unos dogmas que corren el riesgo de volverse exteriores (como verdad independiente de su vida) y ha delegado funciones comunitarias en manos de una burocracia jerárquica de especialistas o virtuosos (como hacía el César de Roma). Con ello se ha vuelto efectiva, pero ha perdido comunicación y responsabilidad directa ante los fieles.

Más aún, ella ha racionalizado de modo universal otros aspectos de la vida cristiana, desde la teología oficial a la liturgia, desde la organización de los ministerios a las costumbres nupciales (con derecho a la nulidad matrimonial). La Curia romana se ha vuelto así el único organismo decisorio de la iglesia, reservándose jurídicamente la interpretación de los carismas, desde la aprobación de órdenes y congregaciones religiosas hasta la canonización de santos... De esa forma ha construido un sistema unitario, pero ha corrido el riesgo de que las iglesias dejen de ser lugares de fe compartida (donde los fieles se saben responsables y gestores) para convertirse en delegaciones de un poder externo. Ese proceso, que sólo ha culminado ahora (a a principios del siglo XXI) ha podido mostrarse efectivo a un nivel, pero es contrario a la experiencia y dinámica más honda del Cristo, que vincula gratuidad (contemplación) y encuentro personal de los creyentes, en gesto de apertura misionera hacia los pobres .

Los elementos básicos del dogma cristiano

Esto significa que el dogma religioso no es algo objetivo y superior (como las verdades o ideas de Platón), sino la comunicación personal, en libertad de amor. Que los humanos pueden escucharse y dialogar, en donación gratuita, en esperanza de vida: eso es religión para los cristianos. Desde ese fondo, quiero afirmar que el proceso de secularización no ha sido negativo, ni contrario al cristianismo, pues lo opuesto al evangelio no es la secularización (encarnación), sino la carencia de comunicación, la falta de libertad y amor al prójimo.

Pues bien, si la verdad cristiana es la comunicación creyente, la estructura de la iglesia cobra un valor teológico especial, queda integrada en la dogmática. Así lo indicarán de forma progresiva los temas que siguen.

1. Partiendo de Israel, principio comunicativo.

Israel ha interpretado su experiencia religiosa en claves de comunicación (profecía, mesianismo), pero no ha dado a esa comunicación un alcance universal. Las mismas religiones eran (y son) procesos de experiencia comunicativa, de manera que lo divino (incondicionado, fundante, numinoso) se revela y realiza como relación y diálogo humano; por eso, Dios no es irracional, sino principio dialogal, sentido de la racionalidad comunicativa del encuentro interhumano. La religión israelita ha sido un proyecto de comunicación universal: la unidad y trascendencia de Dios tiende a expresarse en la elección de Israel y en su apertura hacia los pueblos. Pero ese proyecto ha quedado como un horizonte utópico, abierto al fin de la historia: Dios hará que todos los pueblos se vinculen y dialoguen sobre el Monte Sión, en paz mesiánica y/o transpa¬rencia interhumana; por ahora, no puede o quiere hacerlo y así queda en silencio, como misterio superior, impronunciable .

2. Evangelio, mensaje de comunicación.

Cuando Jesús anuncia e inicia con su vida la llegada del reino de Dios está expresando el cumplimiento de la comunicación escatológica. ¡Vendrá Dios! decían los judíos: man¬tengamos mientras tanto la estructura del pueblo, fieles a la Ley que el mismo Dios ha revelado para el tiempo de la espera ¡Está viniendo ya! dice Jesús: expresemos por tanto su venida; vivamos a partir de su presencia. Esta palabra (Mc 1, 14-15 par) constituye la novedad radical del cristianismo, como experiencia presente, teológica y social, de comunicación para todos los humanos . Desde ese fondo, quiero definir el evangelio como culmen del proceso comunicativo: la fe en Dios se identifica con el despliegue de la comunión personal, gratuita y gratificadora, entre todos los humanos. Desde el centro de la historia (como grano de mostaza, simiente sembrada en la tierra), Jesús ha puesto en marcha el proceso de comunicación. De esa forma, asume y realiza aquello que los israelitas esperaban para el fin del tiempo: traduce la Palabra (amor universal) de Dios en forma de Comunica¬ción interhumana. Sabían los judíos que amor de Dios y los humanos se implican, siendo al fin son inseparables. Pues bien, Jesús los vincula en su vida y proyecto de reino, de forma escatológica, universal.

3. Jesús, comunicación encarnada. La gran protesta.

El proyecto comunicativo de Jesús ha sido combatido por los poderes del sistema que le han condenado. Pero invirtiendo esa condena, Dios le resucita, haciéndole en medio de la historia humana garantía y sentido de amor mutuo. Así se condensa el evangelio. Jesús ha ofrecido a todos un mensaje de comunicación gratuita y salvadora, abierto en especial hacia los antes marginados (pobres, pecadores...). Ese gesto ha suscitado el rechazo de los poderes establecidos que controlan la información religiosa nacional (sacer¬dotes) y la política imperial (romanos): para mantener sus privilegios, impidiendo el acceso de los pobres a la vida compartida, en nombre del "dios" del orden establecido, los poderes del mundo han matado a Jesús, que ha protestado dejándose matar.

Su muerte no ha sido un asesinato más (aunque él se asocie con los asesinados), sino el de aquel que quiso abrir a todos los humanos un espacio de comunicación gratuita. Él había dicho dad al Cesar lo que es del César..., pero no cualquier cosa, ni de cualquier manera. Por no torcerse ante el César le han matado, y su Cruz sigue siendo una protesta contra todo lo que oprime al ser humano, contra los asesinos de la historia, grandes o pequeños Por eso, su resurrección ha de entenderse como triunfo de su gran protesta, verdad de su proyecto de comunicación y gracia universal .

4. Dios, comunicación universal.

Por la pascua de Jesús sabemos que Dios es comunicación fundante y universal, centrada en el misterio trinitario: es encuentro del Padre con el Hijo en el Espíritu, donación personal, amor intradivino y efusión de amor divino. No hay primero un Dios en si (más allá de toda relación, puro silencio), y después comunicación de Dios, que se revela porque así lo ha decidido. De manera sorprendida y gozosa, los cristianos traducen el mensaje de Gen 1, 1 (en el principio creó Dios...) en claves de comunicación intradivina: en el principio era la Palabra, Dios mismo era Palabra dialogada (cf. Jn 1, 1).

Ésta es la experiencia teológica más honda: Dios es Trinidad, Comunión personal, Palabra que se da gratuitamente (Padre), se acoge en amor (Hijo) y se comparte (Espíritu Santo). Por eso, creer significa asumir la comunicación fundante de Dios que se abre de manera creadora a todos los humanos: es comunicar gratuitamente la vida, en protesta contra todo lo que oprime a los humanos, en comunión con los hermanos y donación a los excluidos del sistema. Dios mismo aparece como principio de racionalidad universal y suscita, por la pascua de Jesús en el Espíritu Santo, una iglesia o comunidad de creyentes que comparten y ofrecen la Palabra a los que no tienen palabra ni son reconocidos en el mundo. Normalmente, el César de la historia (sistema social) tiende a crear espacios de comunicación reducida, expulsando a los disidentes, distintos o innecesarios; protestando contra eso, la iglesia quiere abrir su espacio de comunicación a todos, en especial a los excluidos.

5. Iglesia, Comunión personal en la historia.

En la línea anterior, definimos la iglesia como la comunidad de aquellos que, creyendo en la Palabra de Jesús resucitado, la comparten y celebran ya en el mundo. No les vincula una raza o historia pasada, ni algún tipo de intereses materiales, sino la misma Palabra, encarnada en Jesús y vivida entre ellos (por ellos) como principio dialogal: son cristianos aquellos que creyendo en Dios se creen y se dicen la vida, en torno al pan y vino de la eucaristía, en una iglesia que es regalo gozoso de Dios, siendo espacio de encuentro abierto hacia todos los humanos. No condena el cristianismo a las otras religiones, ni gana a sus adeptos por la fuerza, pues la fuerza es lo contrario a la comunión universal del evangelio.

La verdad de la iglesia es comunión; por eso, todo intento de imponerla, sin diálogo de amor, es contrario al evangelio. Un cristianismo que nos obligara a ser cristianos no sería cristianismo y una iglesia que destruyera a las restantes religiones (como a veces ha sucedo en la conquista de América) no puede llamarse iglesia: signo de esa comunicación universal en Cristo ha de ser ella, espacio de palabra para todos los humanos.

6. Comunicación, dogma cristiano.

El contenido fundante de la confesión cristiana (Dios es Trinidad, Cristo ha resucitado) se identifica, e expresa y expande, con la acción comunicativa de la iglesia. Por eso, tomar unos dogmas de tipo ontológico (en clave más o menos platónica) y ponerlos como verdad absoluta, fuera de la comunicación cristiana carece de sentido: la trinidad inmanente (dogma en sí) no puede separarse de la económica, es decir, del proceso de comunicación gratuita de Dios, que es salvador en Cristo, por el Espíritu Santo. Desde ese fondo se entiende la racionalidad del cristianismo, expresada allí donde la Iglesia encuentra a Dios en Jesús como Logos fundante de la humanidad o principio de Razón Comunicativa (amor mutuo).

Suele hablarse a veces de la fe, en forma ontológica, como si ella fuera una verdad independiente, depósito de dogmas aceptados por revelación-autoridad; luego se añade que esa fe se comunica, en un segundo momento, a través de una información y testimonio. Según eso, la fe tendría sentido y consistencia (realidad) en sí misma, fuera de la comunicación creyente. Pues bien, en contra de eso, el contenido de la fe (Trinidad, Encarnación) no puede separarse de su comunicación (ni viceversa). La verdad de la fe cristiana sólo existe y puede expresarse en diálogo interpersonal, de Dios en Cristo; así se identifica con (y se expresa en) la comunicación de vida y esperanza pascual entre los humanos.

7. Ministerios de la comunicación.

El planteamiento anterior nos sitúa en el centro de la fe cristiana, que se expresa (encarna) en una iglesia que es comunidad comunicativa, sin más tarea que el despliegue y apertura del diálogo de amor de Dios en Cristo a todos los humanos . No hay verdad cristiana fuera de la comunión personal de hombres y mujeres que creen en Jesús y expanden su fe-amor a los humanos. Amor mutuo: eso es la verdad. Comunión afectiva y efectiva abierta a todos los humanos: eso es iglesia.

Un largo y hermoso camino se abre a los creyentes: itinerario de comunicación, reto humano, invitación cristiana. El Dios de los cristianos no está fuera, sino en la misma comunicación, pues por Cristo se ha hecho carne de vida, muerte, entrega y pascua, en el tejido de violencia de la historia (para convertirlo en campo de diálogo humano). No podemos buscarle en una trascendencia resguardada, sino en la misma acción comunicativa de amor entre creyentes. Por eso, los ministerios cristianos son mediaciones comunicativas: no expresan el poder de un dios en sí (principio superior y separado, que se goza imponiendo su dictado), sino la comunicación de Dios en Cristo; mediadores de esa comunicación quieren ser los ministros.
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Posted: 12 Aug 2010 07:30 PM PDT


Asunción de María (Lc 1, 39-45) - Domingo 15 de Agosto
Por R. J. García Avilés


María es la figura más manipulada en toda la historia del Cristia nismo Con el pretexto de ensalzar su grandeza, hemos hecho lo contrario de lo que ella hubiera querido; y se nos ha olvidado imitarla y creernos, como ella lo creyó, que lo que ha dicho el Señor se cumplirá

MARIA

A Zacarías -varón, sumo sacerdote, profesional de la religión, rico, culto- se le había anunciado de parte de Dios que él y su mujer, a pesar de su avanzada edad, tendrían un hijo al que Dios le encargaría la misión de preparar el camino al Mesías. Pero no se lo creyó hasta que no vio a su mujer encinta.

María -una muchacha sencilla de un pueblo perdido en las montañas de Galilea, en el extremo norte del país, margi nada por ser mujer en la sociedad civil y en el ámbito religioso, pobre, sin preparación cultural alguna- escuchó también un mensaje de Dios: ella iba a ser la madre del Mesías. Y creyó. Y aceptó el papel que Dios le encomendaba llevar a cabo en el proceso de liberación que estaba a punto de iniciarse en la ya inminente intervención salvadora de Dios.

Cuando llegó a casa de Isabel, pariente suya, ya estaba sintiendo dentro de sí el cumplimiento de lo que se le había dicho, y su presencia llenó de Espíritu Santo a la mujer de Zacarías, en quien la palabra de Dios también se había hecho realidad. Esa fe es la que Isabel alaba cuando saluda a María con estas palabras: «¡Y dichosa tú por haber creído que lle gará a cumplirse lo que te han dicho de parte del Señor! »


LO QUE MARIA CREYO

María creyó, por supuesto, que ella iba a ser la madre del Mesías; María creyó en lo extraordinario de ese nacimiento. María se fió de Dios cuando aceptó jugar un papel tan decisivo en la historia de la salvación. Pero María creyó en todo eso porque su fe tenía raíces hondas y creía y esperaba que se cumplieran las promesas que Dios había hecho a su pueblo. Toda esa fe que Isabel alaba en su saludo la proclama María de manera solemne en su respuesta: el canto que conocemos con el nombre de «Magnificat»:


Proclama mi alma la grandeza del Señor

y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador,

porque se ha fijado en la humillación de su sierva...


derriba del trono a los poderosos

y encumbra a los humildes;

a los hambrientos los colma de bienes

y a los ricos los despide de vacío.

Ha auxiliado a Israel, su servidor,

...como lo había prometido a nuestros padres...

(Lc 1,46-55)



María, como se ve, seguía creyendo en el carácter liberador del Señor, Dios de Israel. María seguía creyendo en la nece sidad y en la posibilidad de liberación. Y porque creía en todo lo que Dios había prometido a su pueblo, creyó que se cumpliría lo que se le había dicho a ella de parte del Señor. Y su fe se hizo realidad en Navidad.


CADA AÑO, NAVIDAD

No parece que los tronos y las coronas, los mantos de reina y los vestidos lujosos, el oro y las joyas estén muy de acuerdo con la fe de María, y sin embargo, ¿no es ésta la manera más frecuente de honrar a María, de manifestar nues tra fe en María? Sin embargo, todo eso es incompatible con la fe de María y con su compromiso personal, aceptando llevar a cabo la tarea que a ella le fue encomendada dentro del proyecto liberador de Dios.

Parece como si alguien quisiera encumbrarla en los tronos de los poderosos, o llenarla con las riquezas de los ricos para moderar así la fuerza de su grito que agradecía y anunciaba la intervención de Dios en favor de la liberación de los pobres y humillados de su pueblo.

Dentro de unos días celebraremos, un año más, la Navi dad. Sonarán los villancicos, se iluminarán las calles, se reuni rán muchas familias... Pero toda esta fiesta, ¿tendrá algo que ver con la alegría de María, que nacía de su fe y que iba acompañada de su compromiso con el proyecto de Dios? Dios no hará nada por el hombre sin la colaboración o la aceptación del hombre mismo; por eso, el sí de María a la palabra de Dios hizo posible la Navidad; cuando nosotros la celebramos, ¿la estamos haciendo posible? ¿Nos conformare mos simplemente con pasarlo bien con el pretexto de la Na vidad? Puede que demos limosna a algún pobre o que contri buyamos a alguna colecta para los pobres, pero ¿vamos a hacer algo para acabar con la pobreza, para devolver la dig nidad a los humillados, para desterrar de nuestro mundo la injusticia, la opresión, la explotación de los débiles...?

La Navidad fue posible porque María creyó en la libera ción, tuvo fe en el Dios liberador. En la medida en que nosotros creamos en la posibilidad de un mundo verdaderamente libre, en la medida en que creamos, como María, en que Dios está comprometido con la libertad de los hombres y, como ella, nos comprometamos a hacer todo lo posible para que este mundo sea la casa de los libres hijos de Dios, en esa medida estaremos llenando de sentido la celebración de la Navidad.
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Posted: 12 Aug 2010 07:20 PM PDT
Por Fernando Torres Pérez cmf

El sueño de Dios, el sueño de María


Llega agosto y celebramos la asunción de la virgen María. Sí, de aquélla humilde doncella nazarena. La que se esposó con José y tuvo un hijo, de nombre Jesús, que salió por los caminos predicando del Reino de Dios, alimentando la esperanza de los pobres, acompañando a los enfermos, enfrentándose a los poderosos. Su hijo, de nombre Jesús, murió en la cruz, ajusticiado por las autoridades religiosas y políticas de su tiempo. Se mensaje era demasiado revolucionario. En nombre de la paz, en nombre de la estabilidad, en nombre del bien común, se tomaron decisiones difíciles: eliminarlo. Luego, salieron los discípulos de Jesús –primero las discípulas– y dijeron que había resucitado. Y aquel fuego de esperanza y de vida siguió alentando por todo el mundo.
Hoy celebramos a María, la madre de Jesús. Las lecturas nos traen los ecos de aquel sueño de liberación y de esperanza que, acumulado durante años, encontró su expresión en la devoción cristiana a María. La lectura del Apocalipsis sitúa a María, a la mujer, en un escenario cósmico. En la batalla entre el bien y el mal Dios está representado por una mujer vestida de sol, con la luna a sus pies y coronada por doce estrellas –¿alguien pensó que las doce estrellas de la bandera de la Unión Europea simbolizaban a las naciones miembro? Pues se equivocó–. Es María, es la madre que da a luz un hijo, es la que alumbra la esperanza, la fuerza de Dios que barrerá el poder del dragón. Con él se establecerá el reinado de Dios, se vencerá a la muerte, se terminará con la opresión y la injusticia.



Un canto de esperanza

Todo esto no es muy diferente de lo que dice el cántico que el evangelista Lucas puso en labios de María. Ese cántico, denominado su primera palabra en latín: “Magnificat”, es parte de la oración diaria de la Iglesia Católica. Para entenderlo bien hay que ponerlo en su contexto. Ahí resalta más la fuerza de la fe y de la esperanza que se expresa en ese cántico. El evangelista no lo sitúa en un momento de exaltación litúrgica. Forma parte de la oración de dos mujeres que se encuentran y que se saben embarazadas. Para las dos ha sido un pequeño-gran milagro esa presencia de nueva vida en sus vientres. Lo que era estéril ha quedado preñado de vida. Donde no había nada ahora hay esperanza. Por eso canta María y, podemos suponer, canta Isabel con ella: “Proclama mi alma la grandeza del Señor”.
Pero no se queda el cántico en un himno de alabanza a Dios. Se habla de la acción de Dios en la historia. Las dos mujeres están llenas de fe y convencidas de que sus hijos, ese torrente de vida en medio de la esterilidad, van a suponer un salto en la historia, el comienzo de una nueva etapa, marcada para la presencia y la acción salvadora y liberadora de Dios.
Es una acción que tiene resultados concretos: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Vale la pena repetirlo para recordar y tener muy presente que la salvación de Dios no sólo tiene consecuencias para la intimidad de la persona. También tiene consecuencias para las relaciones sociales y económicas. La salvación de Dios restablece la justicia en las relaciones humanas.



Un canto revolucionario

Quizá esa sea la razón por la que en los años 60-70 hubo algún país muy católico él donde las autoridades censuraron una canción que tenía por letra el texto del “Magnificat”. Aquella gente entendió que el texto era verdaderamente revolucionario, desestabilizador, provocador. Por eso lo censuraron. No se podía permitir que aquello se dijese ni cantase so pena de poner en peligro el orden social –ese orden social donde los de siempre estaban arriba y los de abajo deberían seguir, como siempre, abajo–.
Hoy no estamos para muchas revoluciones. Pero el Magnificat sigue ahí. Dos mil años después sigue expresando el viejo sueño de la humanidad. Es también, aunque a veces nos cueste reconocerlo, el sueño de Dios. Fue el sueño de María. Hoy debería ser nuestro sueño, nuestro ideal. Alabamos a Dios y creamos fraternidad. Rompemos distancias en la sociedad y creamos una sociedad igualitaria donde los poderosos se caen de sus tronos y quedan a la misma altura que los de abajo, donde a los hambrientos se les colma de bienes y a los ricos se les despide vacíos –aunque sólo sea por un poco de dieta les hará bien para su salud–.
Hoy celebramos la esperanza con María. Nos alegramos. Todavía no es realidad todo lo que dice el Magnificat pero estamos trabajando en ello. Y Dios está con nosotros. Y no dejará de estar con nosotros. Estamos llenos de esperanza, de vida y de sueños. Porque el Poderoso va a hacer obras grandes por nosotros. Como lo hizo con María.
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Posted: 12 Aug 2010 04:09 PM PDT


Por Ron Rolheiser, omi
(El autor, P. Rolheiser, nos desvela su veneración por su padre)


Mi padre murió cuando yo tenía veintitrés años; yo entonces era seminarista, inmaduro todavía, aprendiendo aún las malicias la vida. A cualquier edad es duro perder a tu padre, pero mi pena aumentó por el hecho de que justamente había yo comenzado a apreciarle.

Sólo un poco más tarde me di cuenta realmente de que ya no le necesitaba, aunque todavía buscaba con vehemencia su presencia. Lo que él tenía que darme, ya me lo había dado.

Él me bendijo, y esa su bendición contenía lo que él realmente era y, básicamente, lo que para mí representaba el don de su vida.

Sabía yo que gozaba de su bendición. Mi estilo de vida y la dirección por la que yo había optado (ser religioso y sacerdote) le complacían; más, le enorgullecían. Como la voz de Dios en el bautismo de su hijo Jesús, su voz ya me había comunicado explícitamente: Tú eres mi hijo en quien me complazco. ¿Qué más puede uno pedir de su propio padre?

¿Y qué me legó mi padre a mí, y al resto de su prole, a mis hermanos? Demasiado, imposible mencionarlo todo; pero, entre otras cosas: Él era una de las personas realmente más íntegras y virtuosas que jamás he conocido, sin permitirse a sí mismo la más mínima transigencia moral. No era el tipo de hombre que aceptara el rollo de que sencillamente somos humanos y, por tanto, no está mal permitirnos de cuando en cuando algunas excepciones. Solía decirnos con énfasis: “Cualquiera puede mostrarme humanidad; pero necesito a alguien que me muestre divinidad”. Su expectación era que tú no fallaras, que estuvieras a la altura de lo que pedían de ti la fe y la moral; que no pusieras excusas. Si algo inhalamos y asimilamos nosotros, su familia, de su presencia entre nosotros fue su robustez moral, rayana en tozudez.

Además de esto, poseía una cordura y sensatez firmes y constantes, casi patológicas. No se dejaba llevar de arrebatos histéricos o psicóticos, ni de depresiones, ni de falta de coherencia; ni teníamos que adivinar qué talante tenía su espíritu y su psique en un día concreto. Con esa firmeza, junto con la presencia de apoyo de mi madre, creó para nosotros un hogar que fue siempre como una crisálida segura, algunas veces lugar aburrido, pero siempre lugar fuera de peligro, siempre a salvo. Cuando pienso en el hogar en que crecí, pienso en un refugio seguro desde donde podías percibir las tormentas en el exterior desde un lugar lleno de afecto y seguridad.

Y, ya que éramos una familia numerosa y el amor y la atención de mi padre tenía que ser compartido con muchos hermanos, nunca concebí a mi padre exclusivamente como “mi” padre, sino siempre como “nuestro” padre. Esto me ha ayudado, quizás más que nada, a comprender el primer reto en la Oración del Señor -el Padrenuestro-, a saber, que Dios es “nuestro” Padre. Dios es un Padre que comparto con otros, no un ser de mi propiedad exclusiva. Además, su familia se extendía más allá de sus propios hijos. Aprendí pronto a no tomar a mal el hecho de que él no pudiera estar siempre con nosotros, que tenía buenas razones para estar en alguna otra parte: trabajo, comunidad, iglesia, hospital, juntas escolares, participación ciudadana y compromisos políticos. Él era un hombre respetable, abierto a una familia más extensa que la nuestra propia.

Finalmente, en gran parte, me bendijo a mí y a mis hermanos y hermanas con afición y amor por el béisbol. Él dirigió y entrenó bastantes años un equipo local de béisbol. Esto era su peculiar válvula de escape, un lugar donde su espíritu podía gozar un cierto “descanso sabático”.

Pero las bendiciones nunca vienen cien por cien puras; mi padre era humano, y la mayor fortaleza de un hombre es a la vez su mayor debilidad. En toda esa fibra moral y toda esa cordura, sólida como una roca, había también una reticencia o desconfianza que algunas veces no le permitían empaparse y gozar plenamente de la exuberancia de la vida. Cada hijo observa cómo baila su padre e inconscientemente le cala y evalúa con respecto a ciertos puntos: como indecisión, fluidez, flexibilidad, abandono, exhibicionismo, falsa clasificación de la sensatez o del buen juicio, irresponsabilidad. Mi padre nunca tuvo mucha soltura bailando, y yo lo heredé; algo que me molesta profundamente. Había ocasiones, tanto siendo niño como adulto, en que, en un momento dado, hubiera yo cambiado a mi padre por un papá que luciera un paso de baile más suelto; por alguien con menos desconfianza y menos reservas frente a la exuberancia de la vida.

Y en esto precisamente consiste, al menos en parte, mi forcejeo personal para recibir su bendición plena. Me acuerdo con frecuencia de la famosa frase de William Blake en “Dolor de un Bebé”: “Luchando en las manos de mi padre”. Para mí, eso significa lidiar a veces con su incapacidad de relajarse y gozar del regalo pleno de la vida.

Pero, si acaso había en él indecisión, no había de ningún modo irresponsabilidad en su baile, aun cuando a veces eso supusiera salirse del ruedo y quedarse fuera.

En su funeral me sentí muy triste y apenado, pero también me sentí muy orgulloso; orgulloso por el respeto que todos le rindieron, y por la forma cómo vivió su vida. Aquel día nadie juzgó ni condenó su reticencia.

El 5 de enero de este año, mis días en este mundo comenzaron a superar a los de mi padre. Soy ya más viejo que él en este mundo. Pero aún vivo arropado por su bendición; consciente o inconscientemente sigo esforzándome por dar la talla y estar a su altura, para rendir honor a lo que él me dio – mi padre. Y normalmente eso es bueno, aunque yo también tengo momentos en los que me encuentro fuera de la exuberancia de la vida, con reservas y desconfianza -su mirada en mi rostro-, observando con envidia a otros que gozan de un paso de baile más fluido y suelto – yo, siempre hijo de mi padre.
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Posted: 12 Aug 2010 03:55 PM PDT
Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio


Javier estaba un día platicando con su cuñado Rafael y de pronto le hizo una confesión sorprendente. Ambos estaban casados con dos hermanas gemelas y aunque la esposa de Rafael deseaba desesperadamente tener un hijo, ésta después de diez años de matrimonio no había concebido.
Javier le dijo a su cuñado que su esposa se había ofrecido a tener un hijo para dárselo a su hermana. El hijo nació, la madre lo acarició y se lo entregó a su hermana.
Y ésta agradecida comentó: "Ni en sueños podría imaginar que alguien se sacrificara así para hacerme feliz".
Meses más tarde, un periódico publicaba la noticia con este titular: "Un regalo de amor que no tiene precio. Hermana da su baby a hermana sin hijos".
La Palabra de Dios nos recuerda a todos nosotros que hace dos mil años Dios nos hizo un regalo de amor que no tiene precio. Dios, a través de una mujer llamada María, entregó a su hijo Jesús al mundo entero.
Un hijo que se sacrificó para hacerle feliz. Un hijo que hace posible la resurrección. Un hijo que vence a sus enemigos, incluida la muerte.
Un hijo "nacido de mujer" y del Espíritu para que tú nazcas cada día a lo nuevo.
Un hijo en el que puede contemplar la sonrisa de su Padre y ver el rostro glorioso de Dios.
Y oír una voz del cielo que dice: "Ahora se ha hecho presente la salvación y el poder y el reino de Dios y la autoridad de su ungido".
Regalo de Dios, sí, pero gracias a la fe de María que acogió la Palabra de Dios para entregarla al mundo hecha carne, hecha Jesús.
Regalo de Dios, sí, pero gracias a la humilde esclava del Señor:
Lo divino se hace presente en lo humano.
Lo eterno se hace tiempo.
La salvación destruye la maldición.
La luz ilumina la tiniebla.
La vida triunfa sobre la muerte.
María no es Dios, pero
¿qué ser humano ha sido más amado por Dios?

¿qué ser humano ha sido más fiel a Dios?

¿qué ser humano ha sido elegido para ser la madre de Dios?

¿qué ser humano ha tenido una relación tan íntima con Dios?

¿qué ser humano ha cantado mejor la grandeza del Señor?

Hoy, honramos a este ser humano, muy humano, muy como nosotros y la llamamos bienaventurada porque el poderoso ha hecho grandes cosas en María y por María.
La muerte es el momento en que el ser humano entra en su casa de la eternidad.
La fiesta de la Asunción nos recuerda que María entró en la casa de la eternidad en cuerpo y alma.
María fue recibida en la presencia de Dios con su cuerpo intacto, entero, hermoso. Esta fue la voluntad de Dios, el milagro de Dios, el poder de Dios para con su sierva, su esclava, su madre.
¿Y nosotros qué?
Pablo nos da la respuesta: "Así como todos morimos en Adán"…
Primero Cristo resucitado, el primer y mejor fruto y después todos los que son de Cristo. Y Pablo añade "pero cada uno en el orden que le corresponde".
¿Será Pedro, el que lo negó?
¿Será Pablo, el que lo persiguió?
¿Serán los apóstoles que lo abandonaron?
¿Seremos nosotros los que hemos manchado nuestro cuerpo tantas veces?
¿Será María, la mujer del sí grande a Dios?
No importa el orden. Importa ser de Cristo para tener vida eterna con él.
Importa servir al Señor con un cuerpo limpio, como María, y con un espíritu firme como María.
Importa, día tras día, proclamar la grandeza de nuestro Dios, proclamar nuestro personal Magnificat.
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Posted: 12 Aug 2010 03:48 PM PDT


"¡Bendita me dirán todas las generaciones!"
Publicado por Dominicos.org

Introducción


La solemnidad de la Asunción de la virgen María en cuerpo y alma a los cielos viene a recordarnos –justamente en el corazón del verano– el destino de nuestra vida: «vivir eternamente con Dios»; y cuál será nuestra morada verdadera y definitiva, pues como subraya la carta a los Hebreos: «no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro» (13, 14). Pero ese destino únicamente se alcanza después de la victoria sobre nuestra propia muerte; victoria que sólo Cristo puede conseguir para nosotros. Al final de su vida terrena María fue resucita en todo su ser, en cuerpo y alma. Lo que todos esperan alcanzar ya se ha realizado en María como prenda de nuestra futura resurrección, también en cuerpo y alma.

Comentario bíblico

La Asunción

1ª Lectura: Apocalipsis 11, 19a; 12, 1-6.10: ¡El cielo siempre nos espera!

I.1. Se ha querido comenzar esta lectura poniendo la manifestación celestial del Arca de la Alianza, que ya había desaparecido del Santuario de Jerusalén, probablemente con la conquista de los babilonios. ¡Es imposible encontrarla en alguna parte, a pesar de que se alimente la leyenda de mil maneras! Y ni siquiera será necesaria en un cielo nuevo, porque entonces habrá perdido su sentido. En nuestro texto es todo un símbolo de una nueva época escatológica que revela las nuevas relaciones entre Dios y la humanidad.

I.2. Y si de signos se trata, el de la mujer encinta ha sido identificado en María durante mucho tiempo. Esta lectura ya no tiene sentido, aunque se haya escogido este texto para la fiesta de la Asunción. No es posible que el niño que ha de nacer se identifique con Jesús que sería arrebatado al cielo para evitar que sea destrozado por el dragón. Si fuera así, toda la historia de Jesús de Nazaret, el Señor encarnado que vivió como nosotros y fue crucificado, perdería todo su sentido. La transposición no sería muy acertada.

I.3. El símbolo del cielo, apocalíptico desde luego, es el de la nueva comunidad, la Iglesia liberada y redimida por Dios que engendra hijos a los que les espera una vida nueva más allá de la historia. También María es “hija” de esa Iglesia liberada y salvada que vive como nosotros, siente con nosotros y es resucitada como nosotros, aunque sea madre de nuestro Salvador. Y por eso es también “madre” nuestra.



2ª Lectura: Primera a los Corintios 15, 20-26: En Cristo, todos tendremos una vida nueva

II.1. Cuando Pablo se enfrenta a los que niegan la resurrección de entre los muertos, se apoya en la resurrección de Cristo que ha proclamado como kerygma en los primeros versos de esta carta (1Cor 15,1-5). En el v. 20 el apóstol da un grito de victoria, con una afirmación desafiante frente a los que afirman que tras la muerte no hay nada. Si Cristo ha resucitado, hay una vida nueva. De lo contrario, Cristo que es hombre como nosotros, tampoco habría resucitado.

II.2. Podríamos decir muchas más cosas que Pablo sugiere en este momento. Él le llama “primicia” (aparchê), no en el sentido temporal, sino de plenitud. En Cristo es en quien Dios ha manifestado de verdad lo que nos espera a sus hijos. Él es el nuevo Adán, en él se resuelve el drama de la humanidad; por eso es desde aquí desde donde debe arrancar la verdadera teología de la Asunción, es decir, de la resurrección de María. Porque la Asunción no es otra cosa que la resurrección, que tiene en la de Cristo su eficiencia y su modelo; lo mismo que sucederá con nosotros.



Evangelio según san Lucas 1, 39-56: Un canto de “enamorada” de Dios

III.1. La visitación da paso a un desahogo espiritual de María por lo que ha vivido en Nazaret ¡había sido demasiado!. El Magnificat es un canto sobre Dios y a Dios. No sería adecuado ahora desentrañar la originalidad literaria del mismo, ni lo que pudiera ser un “problema” de copistas que ha llevado a algunos intérpretes a opinar que, en realidad, es un canto de Isabel, tomado del de Ana, la madre de Samuel (1Sam2,1-10) casi por los mismos beneficios de un hijo que llena la esterilidad materna. En realidad existen indicios de que podía ser así, pero la mayoría piensa que Lucas se lo atribuye a María a causa de la bendición como respuesta a las palabras de Isabel. Así quedará para siempre, sin que ello signifique que es un canto propio de María en aquel momento y para esa ocasión que hoy se nos relata.

III.2. Se dice que el canto puede leerse en cuatro estrofas con unos temas muy ideales, tanto desde el punto de vista teológico como espiritual; con gran sabor bíblico, que se actualiza en la nueva intervención de Dios en la historia de la humanidad, por medio de María, quien acepta, con fe, el proyecto salvífico de Dios. Ella le presta a Dios su seno, su maternidad, su amor, su persona. No se trata de una madre de “alquilér”, sino plenamente entregada a la causa de Dios. Deberíamos tener muy presente, se mire desde donde se mire, que Lucas ha querido mostrarnos con este canto (no sabemos si antes lo copistas lo habían transmitido de otra forma o de otra manera) a una joven que, después de lo que “ha pasado” en la Anunciación, es una joven “enamorada de Dios”. Esa es su fuerza.

III.3. Los temas, pues, podrían exponerse así: (1) la gozosa exaltación, gratitud y alabanza de María por su bendición personal; (2) el carácter y la misericordiosa disposición de Dios hacia todos los que le aceptan; (3) su soberanía y su amor especial por los humildes en el mundo de los hombres y mujeres; y (4) su especial misericordia para con Israel, que no ha de entenderse de un Israel nacionalista. La causa del canto de María es que Dios se ha dignado elegirla, doncella campesina, de condición social humilde, para cumplir la esperanza de toda doncella judía, pero representando a todas las madres del mundo de cualquier raza y religión. Y si en el judaísmo la maternidad gozosa y esperanzada era expectativa del Mesías, en María su maternidad es en expectativa de un Liberador.

III.4. Este canto liberador (no precisamente libertario) es para mostrar que, si se cuenta con Dios en la vida, todo es posible. Dios es la fuerza de los que no son nada, de los que no tienen nada, de los que no pertenecen a los poderosos. Es un canto de “mujer” y como tal, fuerte, penetrante, acertado, espiritual y teológico. Es un canto para saber que la muerte no tiene las últimas cartas en la mano. Es un canto a Dios, y eso se nota. No se trata de una plegaria egocéntrica de María, sino una expansión feminista y de maternidad de la que pueden aprender hombres y mujeres. Es, desde luego, un canto de libertad e incluso un programa para el mismo Jesús. De alguna manera, también así lo ha concebido Lucas, fuera o no su autor último.


Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura







Pautas para la homilía

Orígenes de la fiesta

Esta fiesta es la más antigua de las solemnidades marianas; surgió en Oriente, aunque no se sabe con exactitud ni el momento ni el lugar donde comenzó a celebrarse. En un leccionario gregoriano del siglo VIII, que refleja las prácticas litúrgicas anteriores de la Iglesia de Jerusalén, se testimonia una celebración mariana el día 15 de agosto en la iglesia construida por la emperatriz Eudoxia en Getsemaní. Si tenemos en cuenta que en el siglo VI se creía que en esta iglesia estaba el lugar donde fue sepultada la virgen María, es probable que esta celebración del 15 de agosto tuviera carácter de fiesta. Ésta parece ser hoy la hipótesis más probable respecto a su origen. A finales del siglo VI el emperador Mauricio (582-602) mandó que esta fiesta se celebrara en todo el imperio. De este modo esta fiesta se hizo muy popular.

Entre los bizantinos la fiesta se denomina Koímisis o Dormición, se trata de la celebración mariana por excelencia, que ocupa con su presencia casi todo el mes de agosto y se convierte casi en el vértice del año litúrgico. Va precedida de 14 días de preparación (la pequeña cuaresma de la Virgen) y seguida de ocho días de celebración; es decir, se abre con el primer día del mes y se extiende hasta el día 23, haciendo así del mes de agosto el mes mariano bizantino. Además, si tenemos en cuenta que el año litúrgico bizantino comienza el 1 de septiembre y se cierra el 31 de agosto, nos damos cuenta de que María lo abre con su aparición en el mundo (Natividad de la Virgen) y lo cierra con su regreso a Dios (Dormición); de este modo todo el año litúrgico se pone bajo el patrocinio de la madre de Dios.

En Occidente la fiesta de la Dormición o del Tránsito (pausatio o dormitio) no parece haber estado en un primer momento muy determinada, poco a poco se convirtió en la fiesta de la Asunción, en el sentido que esta palabra tiene para nosotros hoy. La fiesta de la Dormición es mencionada por Gregorio de Tours en el siglo VI. Un canon del sínodo de Maguncia, del año 813, la extendió a todo el imperio franco.

En Roma esta fiesta fue introducida en el siglo VII por los monjes orientales que habían emigrado en masa a Occidente en las primeras décadas de ese siglo. En el año 863 el papa Nicolás I la equiparó a Navidad, Pascua y Pentecostés.
Los textos litúrgicos han sido enriquecidos con las reformas litúrgicas efectuadas en el siglo XX. Hoy la liturgia trata de poner en relación esta celebración mariana con el misterio total de Cristo y con el misterio de la Iglesia.

María, «Arca de Dios»

La primera lectura de la misa del día de la Asunción parece pretender que centremos nuestra atención en ese objeto de culto ya desaparecido, como era el Arca de la Alianza, construida con madera de acacia y revestida de oro, en la que se guardaba el documento de la Alianza, las diez palabras por la que se regían las relaciones entre Dios y su pueblo. En la cubierta del Arca estaba «el propiciatorio», placa de oro macizo que tenía dos ángeles de oro en los extremos. El espacio entre esos dos ángeles era el lugar de la presencia de Dios.

Esta lectura parece sugerirnos que María es el Arca de la Nueva Alianza, porque en sus entrañas se hizo carne la presencia de Dios. Este hecho se convirtió en uno de los argumentos a favor de este misterio de la Asunción que no se encuentra explicitado en la Escritura: ¿Cómo podría Dios dejar que se corrompieran en el sepulcro las entrañas que contuvieron al Autor de la Vida?

El pasaje de la visitación de María a su pariente Isabel que leemos en el evangelio del día está redactado minuciosamente a partir de los textos del Antiguo Testamento que nos hablan del traslado del Arca de la Alianza. María es presentada aquí como Arca de Yahvé, como morada de su presencia, porque es el momento en el que lleva en su seno a Jesús. Esto habla de María, pero es ante todo una confesión de fe en Jesús como presencia encarnada de Dios en nuestro mundo.

Isabel recibió a María con un brevísimo canto ensalzando la fe de la madre de Dios: «Dichosa la que ha creído, porque se cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor». Es una bienaventuranza donde se califica a María como creyente, como la que creyó en Dios.

María retoma esta alabanza y la proyecta hacia Dios, traspasándole a él todo el mérito, en un himno que podemos decir que es litánico, porque va enumerando las razones por las que ella engrandece a Dios:

– porque ha mirado la pequeñez de su esclava
– porque ha hecho en mí maravillas
– (porque) su misericordia se derrama de generación en generación
– (porque) desplegó el poder de su brazo
– (porque) derribó a los potentados de sus tronos y ensalzó a los humildes
– (porque) acogió a Israel su siervo, acordándose de su misericordia…

Cristo ha resucitado

La segunda lectura, tomada de san Pablo, conecta el sentido de la fiesta con el misterio de la resurrección de María y la de todos los fieles discípulos de Jesús. La asunción de María a los cielos viene a fortalecer nuestra fe en la resurrección. Pero no hay que olvidar que no todos los caminos conducen a la resurrección. Para resucitar tenemos que seguir los pasos de María, la más fiel de todos los discípulos de su Hijo. Para resucitar hay que formar parte de la familia de Jesús. La única forma que nosotros tenemos de pertenecer a la familia de Jesús es –como el mismo Jesús nos enseña– escuchando la Palabra de Dios y poniéndola en práctica.

Cuando –como se lee en el pasaje evangélico de la misa vespertina de esta fiesta– una mujer de entre el gentío felicitó a María diciendo: «Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron», Jesús la corrigió sugiriendo implícitamente que la dicha de su madre no está principalmente en lo meramente biológico, sino en escuchar y cumplir la Palabra de Dios. Ciertamente, Dios concedió a María –como al rey Salomón y mejor que a él– un corazón que escucha. En el episodio de la Anunciación María se muestra todo oídos para Dios. Su escucha va acompañada del servicio y de la obediencia a todo lo que Dios le pide. Todo su itinerario espiritual está marcado por la escucha y la obediencia a Dios.
El camino de la resurrección pasa también por la cruz y la humillación. Hay una intuición que recorre toda la Escritura y que Jesús expresa diciendo: «quien se humilla será ensalzado, y quien se ensalza será humillado». El camino de la humillación y de la cruz es el que también recorrieron Jesús y María.

Creer en la resurrección es ante todo una confesión de fe en el poder de Dios. Esa es la primera afirmación del Credo: «Creo en Dios, Padre todopoderoso». Para Dios no hay nada imposible, como repite la Escritura. Creer en la resurrección es creer en la fuerza del amor de Dios. El amor es más fuerte que la muerte. El poder de Dios es poder de salvación.
En el Credo decimos también que creemos «en la resurrección de la carne». Como en el caso de María, todo nuestro ser, alma y cuerpo, está llamado a resucitar. Somos alma y cuerpo al mismo tiempo. De la fe en la resurrección los cristianos de todos los tiempos han deducido el respeto al cuerpo. El dogma de la asunción fue proclamado justamente cuando la concepción materialista reducía al ser humano únicamente a su cuerpo, y cuando, por una parte, más se comenzó a despreciar el cuerpo, y, por otra, a cuidarlo como si fuera lo único definitivo. Según la visión materialista todo se acaba con la corrupción del cuerpo. La asunción de María en cuerpo y alma al cielo viene a recordarnos el sentido sagrado del cuerpo humano, pero sin convertirlo en un absoluto ni separarlo artificialmente del alma. Nadie fuera del cristianismo ha dado un valor tan duradero al cuerpo humano, ni le ha prometido tanto. Pero la Iglesia no huye sólo de las concepciones materialistas del ser humano, sino también de las espiritualistas. No entiende el cuerpo con «cárcel del alma», de la que hay que liberarse cuanto antes, sino que cree en la unidad del cuerpo y del alma.

Asunción y maternidad espiritual de María

«Has dejado este mundo, pero no te has alejado del pueblo cristiano […] estás muy cerca de los que te invocan y haces que te encuentren cuantos te buscan con fidelidad» (San Germán de Constantinopla).

Desde su asunción a los cielos María puede ejercer de forma más consciente la función de «madre» de todos los discípulos amados de su Hijo, o incluso «de todos los hombres», como se le llama en los documentos del concilio Vaticano II. En el fiat de la Anunciación y en el Calvario María concibió y dio a luz a la humanidad, pero sólo colectivamente. En cambio, desde el cielo su relación materna con cada uno de los discípulos de su Hijo, o incluso con todo ser humano, se convierte en personal. Desde el cielo, desde el mundo de Dios, María nos conoce uno a uno, por nuestro nombre y apellido y a lo largo de toda nuestra vida; nos sigue paso a paso y conoce todas nuestras preocupaciones e inquietudes; intercede por nosotros y nos ofrece su ayuda maternal. El hecho de estar ya disfrutando de la presencia de Dios no la aparta de nosotros, todo lo contraria, desde el mundo de Dios intensifica su presencia en la vida de sus hijos e personaliza su amor.

Que esta fiesta avive nuestra esperanza en la futura resurrección y dé un nuevo impulso a todas nuestras tareas presentes. Que sepamos comunicar a todos esta esperanza y que no nos apartemos nunca del camino que conduce a la resurrección.


Fray Manuel Ángel Martinez Juan
Doctor en Teología - Salamanca
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Posted: 12 Aug 2010 03:40 PM PDT


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 19, 3-12


Se acercaron a Jesús algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le dijeron: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?»
Él respondió: «¿No han leído ustedes que el Creador, desde el principio, "los hizo varón y mujer"; y que dijo: "Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos no serán sino una sola carne"? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido».
Le replicaron: «Entonces, ¿por qué Moisés prescribió entregar una declaración de divorcio cuando uno se separa?»
Él les dijo: «Moisés les permitió divorciarse de su mujer, debido a la dureza del corazón de ustedes, pero al principio no era así. Por lo tanto, yo les digo: El que se divorcia de su mujer, a no ser en caso de unión ilegal, y se casa con otra, comete adulterio».
Sus discípulos le dijeron: «Si esta es la situación del hombre con respecto a su mujer, no conviene casarse». Y Él les respondió: «No todos entienden este lenguaje, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido. En efecto, algunos no se casan, porque nacieron impotentes del seno de su madre; otros, porque fueron castrados por los hombres; y hay otros que decidieron no casarse a causa del Reino de los Cielos. ¡El que pueda entender, que entienda!»

Compartiendo la Palabra
Por CELAM - CEBIPAL

La fidelidad según el Reino: Radicalidad en el amor
“Pero al principio no fue así”

Una vez que Jesús enseñó cuáles son las actitudes que deben caracterizar la vida comunitaria (ver los evangelios de ayer y anteayer), continúa su camino hacia Jerusalén, donde lo aguarda su muerte y resurrección. Como lo notaremos en los capítulos 19 a 23, que vamos a leer en los próximos días, Mateo sigue exponiendo en sus narraciones la centralidad, la novedad y las consecuencias del Reino que Jesús proclama.

Inmediatamente después de que Jesús ha sentado las bases de la vida comunitaria, aborda el mundo complejo de las relaciones, dándole un énfasis especial a la vida familiar vista desde los diversos estados y etapas de la vida: el matrimonio y el celibato; la pareja, el niño, joven, el clan (sugerimos leer todo el capítulo 19 de corrido, como una primera aproximación).

La primera esfera de relaciones que aparece releída desde la óptica del Reino es la vida de la pareja y el celibato. Es el texto de hoy, el cual se desarrolla al interior de una controversia suscitada por los fariseos y que parte de la pregunta: “¿Puede uno repudiar a su mujer por un motivo cualquiera?” (19,3).

La respuesta de Jesús es tajante: es un no. Esta negativa se nota claramente en la exposición que hace inmediatamente.

Jesús pasa por encima de las excepciones de la casuística inspirada en las leyes mosaicas y remite al proyecto original del Padre: “Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne” (19,5 citando Génesis 2,24).

Es la sintonía con el acto creador de Dios lo que permite funda una sólida relación de pareja y para vivir esto es preciso un acto de conversión que deja de lado el “corazón duro” (19,8). Aunque Jesús deja abierta una posibilidad (la llamada “porneia”, que se traduce habitualmente como “fornicación”, mencionada en el v.9) queda claro que el problema está en el corazón humano y que en él hay que trabajar, o mejor, acoger la acción del Reino.

Las citas de Génesis 1,27 y 2,24 sobre las cuales Jesús quiere que se centre la atención, apuntan a una relación basada en el amor. Sobre este amor maduro que sabe dar un paso adelante en la relación familiar anterior (“dejar padre y madre”), se fundamenta la unidad auténtica que tiene fuerza de indisolubilidad. En esta unidad la diversidad de la pareja se hace también igualitariedad, respeto que dignifica al otro, compromiso de uno con el otro, siempre bajo el Señorío de Dios. Cuando esto sucede se fortalece la mutua fidelidad.

Al final de texto escuchamos un suspiro de desaliento por parte de los discípulos: “Si tal es la condición del hombre respecto de su mujer, no trae cuenta casarse” (19,10). Con su enseñanza Jesús rompió los moldes culturales que ponían en desventaja a la mujer frente a su marido, por eso ahora los discípulos parecen protestarle por su radicalidad. Pero así es: el evangelio también pide conversión de los esquemas culturales.

Jesús le responde recordándoles que lo fundamental es la castidad en cualquier estado de vida (ver 19,11-12). El Señor plantea también el celibato como una la opción. Con la imagen de los eunucos “que se hicieron tales por el Reino de los cielos” (19,12), se invita a vivir una consagración que conlleva un estilo de vida que es anticipo del Reino definitivo, no como aislamiento sino –todo lo contrario- como radicalidad en el amor.

“Quien pueda entender que entienda” (19,12). La última frase de Jesús recuerda que es necesario escuchar. Jesús está ofreciendo un don gratuito al que se responde libremente por amor. Un amor que se vuelve compromiso y fidelidad, como espejo de las relaciones de Jesús con los suyos.



Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Cuál es mi criterio cristiano frente a todos los atentados a la unidad de la familia que vemos hoy en nuestra sociedad?

2. ¿Capto el Reino como vida de amor, un amor posible en cuanto obra creadora de Dios? ¿Cómo lo vivo concretamente?

3. ¿Cómo expreso cotidianamente que vivo la exigencia de fidelidad en las diversas formas de la comunión conyugal y fraterna?
Blog católico de oraciones y reflexiones pastorales sobre la liturgia dominical. Para compartir y difundir el material brindado. Crremos que Dios regala Amor y Liberación gratuita e incondicionalmente.
Posted: 12 Aug 2010 03:36 PM PDT

SEMANA XIX DEL TIEMPO ORDINARIO
Lectura de la profecía de Ezequiel 16, 1-15. 60. 63


La palabra del Señor me llegó en estos términos:
Hijo de hombre, da a conocer a Jerusalén sus abominaciones. Tú dirás: Así habla el Señor a Jerusalén: Por tus orígenes y tu nacimiento, perteneces al país de Canaán; tu padre era un amorreo y tu madre una hitita. Al nacer, el día en que te dieron a luz, tu cordón umbilical no fue cortado, no fuiste lavada con agua para ser purificada, ni frotada con sal, ni envuelta en pañales. Nadie se compadeció de ti para hacerte alguna de esas cosas, sino que fuiste arrojada en pleno campo, porque dabas asco el día que naciste.
Yo pasé junto a ti, te vi revolcándote en tu propia sangre y entonces te dije: «Vive y crece como un retoño del campo». Tú comenzaste a crecer, te desarrollaste y te hiciste mujer; se formaron tus senos y crecieron tus cabellos, pero estabas completamente desnuda. Yo pase Junto a ti y te vi. Era tu tiempo, el tiempo del amor; extendí sobre ti el borde de mi manto y cubrí tu desnudez; te hice un juramento, hice una Alianza contigo -oráculo del Señor- y tú fuiste mía. Yo te lavé con agua, limpié la sangre que te cubría y te perfumé con óleo.
Te puse un vestido bordado, te calcé con zapatos de cuero fino, te ceñí con una banda de lino y te cubrí con un manto de seda. Te adorné con joyas, puse brazaletes en tus muñecas y un collar en tu cuello; coloqué un anillo en tu nariz, pendientes en tus orejas y una espléndida diadema en tu cabeza. Estabas adornada de oro y de plata, tu vestido era de lino fino, de seda y de tela bordada; te alimentabas con la mejor harina, con miel y aceite. Llegaste a ser extraordinariamente hermosa y te convertiste en una reina. Tu fama se extendió entre las naciones, porque tu belleza era perfecta gracias al esplendor con que yo te había adornado -oráculo del Señor-.
Pero tú te preciaste de tu hermosura y te aprovechaste de tu fama para prostituirte; te entregaste sin pudor a todo el que pasaba y fuiste suya.
Pero Yo me acordaré de la Alianza que hice contigo en los días de tu juventud y estableceré para ti una Alianza eterna. Para que te acuerdes y te avergüences, y para que en tu confusión no te atrevas a abrir la boca, cuando Yo te haya perdonado todo lo que has hecho.


Palabra de Dios.



SALMO RESPONSORIAL Is 12, 2-4bcd. 5-6

R. ¡Se ha apartado tu ira y me has consolado!

Éste es el Dios de mi salvación:
yo tengo confianza y no temo,
porque el Señor es mi fuerza y mi protección;
Él fue mi salvación. R.

Ustedes sacarán agua con alegría
de las fuentes de la salvación.
Den gracias al Señor, invoquen su Nombre,
anuncien entre los pueblos sus proezas,
proclamen qué sublime es su Nombre. R.

Canten al Señor porque ha hecho algo grandioso:
¡que sea conocido en toda la tierra!
¡Aclama y grita de alegría, habitante de Sión,
porque es grande en medio de ti el Santo de Israel! R.




Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 19, 3-12

Se acercaron a Jesús algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le dijeron: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?»
Él respondió: «¿No han leído ustedes que el Creador, desde el principio, "los hizo varón y mujer"; y que dijo: "Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos no serán sino una sola carne"? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido».
Le replicaron: «Entonces, ¿por qué Moisés prescribió entregar una declaración de divorcio cuando uno se separa?»
Él les dijo: «Moisés les permitió divorciarse de su mujer, debido a la dureza del corazón de ustedes, pero al principio no era así. Por lo tanto, yo les digo: El que se divorcia de su mujer, a no ser en caso de unión ilegal, y se casa con otra, comete adulterio».
Sus discípulos le dijeron: «Si esta es la situación del hombre con respecto a su mujer, no conviene casarse». Y Él les respondió: «No todos entienden este lenguaje, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido. En efecto, algunos no se casan, porque nacieron impotentes del seno de su madre; otros, porque fueron castrados por los hombres; y hay otros que decidieron no casarse a causa del Reino de los Cielos. ¡El que pueda entender, que entienda!»


Palabra del Señor.


LITURGIA DE LAS HORAS
TIEMPO ORDINARIO
VIERNES DE LA SEMANA XIX
De la feria. Salterio III


13 de agosto


LAUDES
(Oración de la mañana)

INVOCACIÓN INICIAL

V. Señor, abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

INVITATORIO

Ant. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.

Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Himno: CREADOR SEMPITERNO DE LAS COSAS.

Creador sempiterno de las cosas,
que gobiernas las noches y los días,
y, alternando la luz y las tinieblas,
alivias el cansancio de la vida.

Pon tus ojos, Señor, en quien vacila,
que a todos corrija tu mirada:
con ella sostendrás a quien tropieza
y harás que pague su delito en lágrimas.

Alumbra con tu luz nuestros sentidos,
desvanece el sopor de nuestras mentes,
y sé el primero a quien, agradecidas,
se eleven nuestras voces cuando suenen.

Glorificado sea el Padre eterno,
así como su Hijo Jesucristo,
y así como el Espíritu Paráclito,
ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

SALMODIA

Ant. 1. Contra ti, contra ti solo pequé, Señor; ten misericordia de mí.

Salmo 50 - CONFESIÓN DEL PECADOR ARREPENTIDO

Misericordia, Dios mío, por tu bondad;
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón,
en el juicio brillará tu rectitud.
Mira, que en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.

¡Oh Dios!, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

Líbrame de la sangre, ¡oh Dios,
Dios, Salvador mío!,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen;
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado:
un corazón quebrantado y humillado
tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Contra ti, contra ti solo pequé, Señor; ten misericordia de mí.

Ant. 2. Reconocemos, Señor, nuestra impiedad; hemos pecado contra ti.

Cántico: LAMENTACIÓN DEL PUEBLO EN TIEMPO DE HAMBRE Y DE GUERRA - Jr 14,17-21

Mis ojos se deshacen en lágrimas,
día y noche no cesan:
por la terrible desgracia de la doncella de mi pueblo,
una herida de fuertes dolores.

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