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miércoles, 11 de agosto de 2010

Lecturas del día 11-08-2010

11 de Agosto 2010. MIÉRCOLES DE LA XIX SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 3ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA. SANTA CLARA, virgen. Memoria obligatoria. SS. Susana mr, Rufino ob, Alejandro ob.

LITURGIA DE LA PALABRA.

Ez 9, 1-7; 10, 18-22: La Gloria del Dios de Israel estaba sobre ellos
Salmo 112: La gloria del Señor se eleva sobre el cielo.
Mt 18, 15-20: Si te escucha, has ganado un hermano 

El evangelio del día de hoy expone con mucha claridad el tema de la reconciliación como un proceso interpersonal, en ese sentido como un proceso humano. Las comunidades cristianas no escaparon al inevitable conflicto, o a la existencia de la ofensa como conducta humana, lo novedoso está en el proceso de reconciliación. Primero a nivel personal, luego con la presencia de dos testigos y finalmente con el concurso de toda la comunidad, está suponiendo un proceso de aprendizaje en el que las personas crecen y aceptan con madurez el error y se disponen a emprender el camino de regreso, con arrepentimiento y compromiso par cambiar.

En el bautismo los cristianos no sólo comenzamos un peregrinar en la fe; también asumimos la responsabilidad de “ser” en la Iglesia, de enriquecerla y de dejarnos apasionar por sus causas, una de ellas la construcción de comunidad fraterna impregnada de amor, de servicio y de compromiso.

El mundo de hoy atravesado por tantos y diversos conflictos le plantea el desafío a la Iglesia de ser germen de reconciliación crítica, en el camino de configuración de una sociedad en paz y en justicia. Las guerras que comienzan día a día en distintos lugares del planeta, han de ser contrarrestadas con propuestas de dialogo y negociación promovidos por las iglesias, por lo tanto no es profético, ni cristiano, ponerse a un lado mientras el mundo se resquebraja, es importante actuar ya.

PRIMERA LECTURA.
Ezequiel 9, 1-7; 10, 18-22
La marca en la frente de los que se lamentan afligidos por las abominaciones de Jerusalén
Oí al Señor llamar en voz alta: Acercaos, verdugos de la ciudad, empuñando cada uno su arma mortal." Entonces aparecieron seis hombres por el camino de la puerta de arriba, la que da al norte, empuñando mazas. En medio de ellos, un hombre vestido de lino, con los avíos de escribano a la cintura. Al llegar, se detuvieron junto al altar de bronce.

La gloria del Dios de Israel se había levantado del querubín en que se apoyaba, yendo a ponerse en el umbral del templo.

Llamó al hombre vestido de lino, con los avíos de escribano a la cintura, y le dijo el Señor: Recorre la ciudad, atraviesa Jerusalén y marca en la frente a los que se lamentan afligidos por las abominaciones que en ella se cometen."

A los otros les dijo en mi presencia: "Recorred la ciudad detrás de él, hiriendo sin compasión y sin piedad. A viejos, mozos y muchachas, a niños y mujeres, matadlos, acabad con ellos; pero a ninguno de los marcados lo toquéis. Empezad por mi santuario." Y empezaron por los ancianos que estaban frente al templo. Luego les dijo: Profanad el templo, llenando sus atrios de cadáveres, y salid a matar por la ciudad."

Luego la gloria del Señor salió, levantándose del umbral del templo, y se colocó sobre los querubines. Vi a los querubines levantar las alas, remontarse del suelo, sin separarse de las ruedas, y salir. Y se detuvieron junto a la puerta oriental de la casa del Señor; mientras tanto, la gloria del Dios de Israel sobresalía por encima de ellos.

Eran los seres vivientes que yo había visto debajo del Dios de Israel a orillas del río Quebar, y me di cuenta de que eran querubines. Tenían cuatro rostros y cuatro alas cada uno, y una especie de brazos humanos debajo de las alas, y su fisonomía era la de los rostros que yo había contemplado a orillas del río Quebar. Caminaban de frente.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 112
R/.La gloria del Señor se eleva sobre el cielo. 

Alabad, siervos del Señor, alabad el nombre del Señor. Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre. R.

De la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor.  El Señor se eleva sobre todos los pueblos,  su gloria sobre el cielo. R.

¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se eleva en su trono y se abaja para mirar al cielo y a la tierra? R.


SANTO EVANGELIO.
Mateo 18, 15-20
Si te hace caso, has salvado a tu hermano 

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos".

Palabra del Señor.


Comentario de la Primera Lectura: Ez 9, 1-7; 10,18-22. La gloria de Dios sobresalía.
La Palabra del Señor se dirige a los exiliados que no conseguían creer que el Señor pudiera aceptar la destrucción de Jerusalén y del templo en el que se había establecido. En una gran visión —que se extiende del capítulo 8 al 11—, el profeta es llamado, en un primer momento, como testigo de los crímenes y de las profanaciones que se cometen en el mismo templo y, a continuación, de la condena a que es sometida la ciudad y de la salvación de los que han permanecido fieles.

El castigo empieza con los siete seres misteriosos que recorren la ciudad para exterminar a todos los pecadores, empezando por los ancianos del templo. Las graves culpas (infidelidad a Dios, idolatría en el templo, violencias en la ciudad, desconfianza en Dios) atraen el tremendo castigo: “Pues yo tampoco los miraré con compasión ni tendré piedad, daré a cada uno su merecido”. Cada uno recibe el trato merecido por lo que es y por lo que hace (“retribución personal”): cf. el capítulo 18). No es Dios quien castiga. Los acontecimientos humanos recaen sobre quienes los provocan, y éstos no obtienen la intervención salvífica de Dios por su propia infidelidad, maldad, desconfianza.

Dios salva a los que han permanecido fieles a la Ley (Torá), a los que gimen por la maldad, la violencia, la injusticia, la mentira, la infidelidad del mundo; están marcados por una «T» (tau), la primera letra de la palabra Torá, y han sido preservados de la desventura. El exterminio es tan completo que los cadáveres contaminan incluso el interior del templo y obligan a la gloria de Dios a retirarse de un lugar que se ha vuelto impuro. En esta escena, Dios se revela como el salvador de los que es cuchan la Palabra y llevan impreso sobre sí mismos el sello de los hombres que escuchan: la «T» de la Torá.

Comentario Salmo 112. La gloria del Señor se eleva sobre el cielo.
Es un himno de alabanza que pone el acento en el nombre del Señor; capaz de provocar cambios radicales en la vida de las personas. Los salmos 113 a 118 constituyen «la pequeña alabanza» (el «pequeño Halle», por contraste con el «gran Hallel»: el salmo 136) que rezan los judíos en las fiestas importantes. Según Mt 26,30, Jesús rezó estos salmos después de la Cena Pascual

Este salmo tiene introducción (1-3) y cuerpo (4-9), pero no conclusión, pues la alabanza continuaba en el salmo 114. El cuerpo del salmo puede dividirse en dos partes: 4-6 y 7-9.

La introducción comienza con un grito: « ¡Aleluya!» (Expresión hebrea que significa «alabad al Señor»), invitando al pueblo, a que se llama «siervos», a alabar el nombre del Señor (1): Se expresa el deseo de que este nombre sea bendecido por siempre (2) y que la alabanza dure todo el día (3). En la introducción se menciona a Dios como «Señor» (Yavé) cuatro veces y su nombre, tres. También el verbo alabar aparece tres veces.

El cuerpo del salmo tiene dos partes. Las dos explicitan por qué hay que alabar el nombre del Señor. En la primera (4-6) Dios es presentado como Señor de los pueblos y de todo el universo. Su trono encuentra por encima de los cielos. En dos ocasiones aparece verbo elevar. Con él se pretende afirmar que Dios está por encima de todo (los cielos) y de todos (los pueblos). Sin embargo, quien se eleva por encima de todo y de todos, también se abaja para mirar al cielo y a la tierra. ¿Con qué resultado?

Viene, entonces, la segunda parte (7-9). Se mencionan cuatro acciones del Señor, Al abajarse para mirar la tierra, el «elevado» provoca un cambio radical en la sociedad: levanta del polvo al débil y saca de la basura al indigente, sentándolo en el consejo del pueblo (7-8). Cuando el Señor se levanta de su trono, los indigentes que viven en la basura también son levantados de la miseria en que se encuentran y se les asigna un asiento entre los consejeros de la ciudad y del pueblo. Es la primera gran transformación social. La segunda (9) se refiere a la mujer estéril. Al levantarse de su trono, el Señor hace que se siente en casa, a la mesa, como una madre feliz de sus hijos. Aquí se está cambiando, no sólo en lo que respecta a la superación de la esterilidad. En aquel tiempo y en aquella cultura, la madre durante las comidas, solía quedarse en pie para servir a los comensales. Aquí, en cambio, se sienta, rodeada por sus hijos.

Podemos ver pues, cómo el cuerpo de este salmo se caracteriza por los siguientes contrastes: el elevarse y el abajarse del Señor, el levantarse del trono y el dar asiento, el abajarse y el levantar al pobre y sacar al indigente.

Este salmo supone que nos encontrarnos en un lugar público y que la persona que lo compuso está rodeada de gente (1). La alabanza suele poner de manifiesto algunas acciones importantes de Dios. En este salmo es su nombre lo que se convierte en motivo de alabanza Ya se ha indicado en las dos partes del cuerpo (4-6 y 7-9) lo que representa este nombre y las consecuencias que tiene para la sociedad. Este salmo nos muestra cómo era la sociedad de aquel tiempo. De hecho, habla de pobres e indigentes que se arrastran por el polvo y viven en la basura (una imagen suficientemente conocida en los vertederos de las grandes ciudades). El salmo nada dice acerca de las causas que han dado lugar a la existencia de pobres e indigentes, pero sabemos cuáles son. Sólo se habla de dos situaciones extremas: por un lado, están los que viven en la basura; por el otro, los que viven entre lujos (los príncipes). Los príncipes eran, ciertamente, la elite dirigente de la sociedad, los «senadores y diputados». El Señor da muestras de su infinita misericordia: al indigente nacido en medio de la basura lo sienta en un escaño de senador, cambia la norma económica y social.

Otro detalle interesante se refiere al caso de la mujer estéril. En aquel tiempo y en aquella cultura, la esterilidad, además de relativamente frecuente, era sinónimo de castigo divino. Con viene, además, llamar la atención sobre el papel que jugaba la esposa-madre. Durante las comidas, tenía que estar de pie para servir a su marido y a sus hijos varones. También en esto, el Señor se muestra magnánimo.

Hace fecunda a la mujer y la pone en el mismo nivel que los hombres (es decir; sentada), La mujer de este salmo ha recuperado, en un instante, toda su dignidad. Y se puede comparar con las grandes matriarcas del pasado, que tuvieron que hacer frente a este mismo tipo de discriminación: Sara, Rebeca, Raquel y otras...

Se menciona a Dios siete veces en total (seis como «Señor» y una de manera genérica como Dios). Esto sería suficiente para hablar del rostro que tiene Dios en este salmo. No obstante, podemos profundizar en esto un poco más. Este salmo muestra cómo el nombre del Señor provoca cambios radicales: el indigente se sienta con los príncipes, la estéril se sienta a la mesa rodeada por sus hijos. ¿Por qué tiene este salmo la valentía de afirmar estas cosas? Porque la primera y principal experiencia de Dios que tiene Israel consiste en el éxodo. El Señor está íntimamente vinculado a la liberación de la esclavitud en Egipto. Ahí tuvo lugar el principal de los cambios revolucionarios. Estableció su alianza con este pueblo sometido a esclavitud, volviéndolo fecundo y príncipe en la Tierra Prometida. La opción de Dios por el débil, por el indigente y por lo estéril es tan clara como el sol de mediodía.

Después del exilio en Babilonia (que concluyó el 538 a.C.), los sacerdotes judíos alejaron a Dios de la vida del pueblo, recluyéndolo a en un cielo distante, majestuoso y glorioso.

Este salmo acepta esta concepción de un Dios elevado. Pero esto no le impide mirar hacia la tierra, desencadenando una revolución social.

La encarnación de Jesús viene a culminar este salmo. En la Carta a los filipenses (2,6-1 1), Pablo muestra cómo tuvo esto lugar. El mismo Hijo de Dios bajó —«se rebajó»— a nuestra realidad y la vivió plena e intensamente. María cantó la radical transformación que Dios obró en ella (Lc 1,46-55). Jesús se mezcló con pecadores y marginados (Mt 9,9-13; Lc 1s, 1ss). No sólo sacó de la exclusión a los marginados (pobres, enfermos, mujeres); fue más allá, liberando a la gente de unas cadenas aparentemente irreversibles, como es el caso de la muerte.

Este salmo se presta para las ocasiones en que querernos alabar el nombre del Señor y sus acciones de liberación y de vida; cuando queremos sentir cerca su presencia liberadora; cuando no nos conformamos con la idea de un Dios de gloria y majestad, pero distante, que no está comprometido con la justicia social...

Comentario del Santo Evangelio: Mt 18, 15-20. Corrección fraterna.
Seguimos estando en el contexto de las relaciones que deben establecerse en el interior de la comunidad: con los hermanos —los pequeños, los pecadores, los colaboradores—. El tema de hoy es éste: ¿qué actitud debe adoptar una comunidad cristiana ante el pecado y ante el escándalo (18,3-11)?, ¿qué actitud debe tomar ante el pecador? Tras haber invitado a la misericordia contando la parábola de la oveja extraviada (18,12-14), Mateo describe el itinerario que conduce al perdón: acercarse al pecador a solas (obsérvese que la fórmula «contra ti» no se encuentra en el texto original, que habla del pecador como tal: v. 13), reprenderle delante de dos o tres testigos (v. 16) y, por último, interpelarle en medio de la asamblea (v. 17). A fin de que se observe esta pedagogía, Cristo confiere a sus apóstoles un poder Particular (v.18). La condena del hermano sólo es posible cuando persevera en el mal y rechaza toda corrección y todo perdón (vv. 15- 17). En este caso, Dios ratifica lo que lleva a cabo su iglesia. Los vv. l9ss. Indican que el acto de la corrección fraterna debe realizarse en la unión y en la plegaria, que aseguran la presencia del Resucitado. Estas palabras, tomadas en su conjunto, quieren decirnos que todo debe desarrollarse en un clima de extrema delicadeza y fraternidad. Está la preocupación por no llamar « pecadores» a los otros. Jesús nos hace decir: «Si tu hermano comete una falta ». No debemos movernos para condenar y alejar; sino para acercar; para sacar del mal, a fin de volver a ganar al hermano para la comunidad y para Dios. Y para él mismo. Sólo si persiste en su actitud, deberá tomar nota la comunidad de que se ha «alejado» de ella y no se comporta ya como hermano. En la comunidad cristiana existe una ilimitada capacidad de perdón: los términos atar y desatar empleados en el v. 18 son un hebraísmo e indican el inmenso poder de perdón otorgado por Jesús a la iglesia.

Los vv l9ss, aparentemente desligados del contexto, con la mención de la oración y de la presencia de Cristo en la comunidad, hacen pensar en una disciplina eclesial ejercida de manera «cultural», en la oración y con conciencia de la presencia de Jesucristo en su propio desarrollo.

La venida del Reino está caracterizada por el perdón. El Señor ofrece al hombre la posibilidad de salir del pecado venciendo a su propio pecado e incluso triunfando.

Con el perdón sobre el pecado del otro. La Iglesia es una comunidad de salvados que no puede tener otros fines más que la salvación del pecador Si no obtiene el objetivo, es porque el pecador se endurece y se niega a aceptar el perdón que se le ofrece. Si vivimos la fraternidad cristiana debemos sentirnos profundamente unidos a todos los miembros de la comunidad, haciendo nuestros las preocupaciones, los dolores y el pecado mismo de todos.

Cada uno de nosotros es testigo de faltas en la comunidad y no puede permanecer inerte o ausente; no puede decir como Caín: « ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9). Debe moverse y hacer algo para acercarse al hermano y ayudarle a enmendarse. Debemos tener presente siempre estas palabras de Jesús: «Así pues, si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano» (Mt 5,23-25).

Juan Crisóstomo escribía: «Estemos llenos de solicitud hacia nuestros hermanos. Esta es la prueba más grande de la fe: “Por el amor que os tengáis los unos a los otros reconocerán todos que sois discípulos míos” (Jn 1 3,35). El amor sincero se demuestra no corriendo francachelas juntos, no hablándose sin cumplidos, no alabándose de palabra, sino fijándose en lo que es útil al prójimo y preocupándose por ello, sosteniendo a quien ha caído, tendiendo la mano a quien yace indiferente a su propia salvación, y buscando el bien del prójimo más que el propio. La caridad no atiende a sus propios intereses, sino a los del prójimo antes que a los propios”.

Si fallamos en nuestro intento se desprende de ahí un grave daño para todos: la comunidad pierde un hermano, y éste su propia salvación. Tengamos presente que nada de esto ha sido confiado a nuestra habilidad «diplomática». Jesús nos pone en guardia; es necesario que la reconciliación tenga lugar en un clima de fe y de oración: reunirse «en su nombre» de modo que él esté “presente”, y «unir en su nombre» para ser escuchados.

Comentario del Santo Evangelio: Mt 18, 15-20, para nuestros Mayores. Si te hace caso, has salvado a tu hermano.
Para la comprensión de las normas que establece esta pequeña sección es necesario tomar como punto de partida la frase conclusiva de la perícopa precedente: Dios no quiere que se pierda ninguno de estos pequeñuelos Consiguientemente los dirigentes de la comunidad, antes de decidirse a separar de la misma a alguien que se haya «extraviado», deben seguir el camino de la corrección fraterna. La organización de la Iglesia. Según esta perícopa de Mateo, se halla calcada sobre el patrón de la sinagoga. Era una “congregación” de la que se excluía a todo aquél que no aceptase al judaísmo como medio único de salvación. Los que así pensaban eran considerados como los paganos o los publicanos.

La norma de la Iglesia debe ser diferente. El camino a seguir, para todos, debe ser el de la corrección fraterna. No debía existir por principio la separación o excomunión automática ante un pecado determinado sea cual fuere (así procedía la sinagoga; Jesús condena este procedimiento y no quiere que su Iglesia actúe como ella). Esto no obstante, puede llegar el momento en que dirigentes de la Iglesia deban aplicar esta sanción última. Las mismas palabras de Jesús les autorizan para hacerlo. Esta es la razón por la cual aparecen aquí las palabras de Jesús a Pedro dándole la máxima autoridad de atar y desatar (16, 16ss.).

A continuación viene el proverbio sobre la eficacia de la oración. El « acuerdo» alude a la plegaria comunitaria hecha en el lugar destinado al culto. Allí era donde se reunían «dos o tres en el nombre de Cristo». El verdadero poder de la comunidad reside en la oración (Rom 15, 30; 1Tes 5, 25; Col 4, 3). Este poder ilimitado de la oración se halla en la misma línea de otras palabras de Jesús: pedid, buscad, llamad... (7, 7-11). Se supone que la oración está hecha con las características que Jesús fijó en la oración específicamente cristiana, el Padrenuestro.

La última sentencia, que garantiza la presencia de Jesús donde se hallen reunidos dos o tres en su nombre, tiene también paralelos en la literatura rabínica. De un rabino de la época es la frase siguiente: «Donde hay dos reunidos en el estudio de la Ley, la shekina, (la gloria o presencia divina) está en medio de ellos». Jesús está presente en la Iglesia: todo lo que ella predica, hace o sufre s palabra, hecho o sufrimiento de Cristo. Esto supone que el centro de interés ya no es la ley, sino la persona de Cristo. Supone fundamental que la reunión tiene lugar en el nombre de Cristo, es decir con las mismas inquietudes y finalidad que determinaron su vida mientras estuvo entre los hombres.

Comentario del Santo Evangelio: Mt 18, 15-20, de Joven para Joven. La amonestación fraterna. 
Si tu hermano peca. En la antigua literatura monástica se habla, con frecuencia, de la amonestación fraterna como de un acto de caridad cristiana.

En la sociedad laica, la caridad se entiende, sobre todo, como ayuda material; en el monasterio, donde hay una cama y comida asegurada, la caridad es, sobre todo, espiritual: ayudarse recíprocamente a descubrir y a corregir los propios defectos. En las antiguas reglas de vida monástica se lee: se dan fustazos al caballo que se desvía del camino; mucho más necesario es hacer volver al camino recto al hermano que lo ha abandonado.

Pero, cuando hay una relación de verdadera caridad fraterna en el monasterio, en familia o entre amigos, no se necesitan las reglas escritas: espontáneamente, se dice cuando algo no va bien. Lo importante es no utilizar un tono áspero, no herir, ofender o ser causa de pelea. Todo reproche se hace con amor y si se “sabe hacer” serenamente, sin rabia, en paz será gustosamente acogido.

Ve corrígele. Sabemos por experiencia que un reproche no sirve para nada si el otro no escucha o no quiere escuchar. Pero, cuando se trata de algo que nos importa especialmente, quizás nos quejamos a otra persona, tal vez incluso a un superior. Los niños se quejan a sus padres, a los profesores; los adultos se dirigen a la policía o a los tribunal es. Pero quien acusa, en general, no tiene buena fama.

El evangelio dice que se recurre a la autoridad como última solución y sólo después del fracaso de rodas las iniciativas precedentes: la composición del incidente a solas y, después, en presencia de testigos. Sólo al final se puede llegar a la acusación pública. No se trata de un procedimiento jurídico, sino de la expresión de lo que se llama espíritu dialogal y colegial de la Iglesia. Se supone que los cristianos son capaces de superar las diferencias de opinión con el diálogo y la buena voluntad y que ambas partes están dispuestas a ceder el máximo posible al otro. La obstinación absoluta en una posición ya excluye, por sí sola, de la Iglesia y de la convivencia en el amor.

Elevación Espiritual para este día
«Donde están dos o tres reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos»: alabanza y honor a ti, Señor Jesús. Por tu gracia, cuando nos encontramos juntos según tu Palabra y movidos por tu Espíritu, tú estás en medio de nosotros: nuestra oración se vuelve concorde, sube de un solo corazón y una sola alma, y cualquier cosa que pidamos estamos seguros de que la obtendremos.

Cuando nos reunimos en tu nombre, tú estás en medio de nosotros, nos muestras los signos de tu pasión y nos comprometes a hacer de nuestra vida un servicio y una entrega total. Cuando nos encontramos unidos en tu nombre, vienes, nos enseñas a acercarnos como verdaderos hermanos a los otros, nos sugieres las palabras y los gestos que conducen a la reconciliación y nos confías la tarea de atar y desatar. Por tu presencia vienen a nosotros la fuerza de la oración, la capacidad de entregar la vida, la comunión fraterna, la remisión de nuestros pecados y la alegría de la vida eterna.

Reflexión Espiritual para este día.
Cristo está entre el otro y yo... Dado que Cristo se encuentra entre el otro y yo, no debo desear una comunión inmediata con éste. Del mismo modo que sólo Cristo puede hablar conmigo de forma que me socorra realmente, así también el otro sólo puede ser ayudado por Cristo mismo. Ahora bien, eso significa que debo dejar libre al otro y no intentar determinar sus decisiones, obligarle o dominarle con mi amor. Por ser libre respecto a mí, otro quiere ser amado tal como es verdaderamente, esto es, como un hombre para el que Cristo ha conquistado la remisión de los pecados y para el que ha preparado la vida eterna. Pues lo que Cristo ya ha realizado desde hace tiempo su obra en mi hermano, mucho antes de que yo pudiera empezar mi obra en él, debo dejar libre a mi hermano por Cristo, debe encontrarme sólo en aquel hombre que él es ya por Cristo.

Eso es lo que significa que podamos encontrar al prójimo sólo a través de Jesucristo. El amor psíquico se crea su propia imagen del otro, de lo que es y de aquello en que debe convertirse. Toma la vida del prójimo en sus propias manos. El amor espiritual reconoce la verdadera imagen del prójimo a través de Jesucristo; es la imagen que Jesucristo ha forjado y que quiere forjar. Por eso el amor espiritual seguirá confiando constantemente, en todo lo que dice y en todo lo que hace, el prójimo a Cristo. No intentará suscitar emociones en su ánimo, tratando de influenciarle de una manera demasiado personal e inmediata, o interviniendo en su vida de una manera impura; no experimentará placer en la excitación de los sentimientos ni en el excesivo ardor religioso, sino que le saldrá al encuentro con la clara Palabra de Dios y estará dispuesto a dejarlo solo con esta Palabra durante un extenso período a dejarlo de nuevo libre, para que Cristo pueda obrar en él. Respetará los límites que Cristo ha puesto entre el otro y yo, y encontrará la plena comunión con él en Cristo, que enlaza y une a todos.

Por eso hablará más con Cristo del hermano que no de Cristo al hermano. Sabe que el camino más corto que lleva al otro pasa a través de la oración dirigida a Cristo y que el amor por él está completamente unido a la verdad en Cristo. Respecto a este amor, dice el apóstol Juan: «Nada me produce tanta alegría como oír que mis hijos son fieles a la verdad» (3 Jn 4).

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Lamento de los afligidos por Jerusalén.
La página que leeremos hoy tiene, como otras muchas, ciertos caracteres chocantes. Ezequiel era un visionario. Sus imágenes son brillantes y fuertes como en una película de violencia.

Atendiendo a nuestro estado de espíritu y a nuestras necesidades espirituales, podemos, según los casos:

—dejarnos alertar profundamente por las amenazas que expresan...

—orar a partir de los elementos más positivos que contienen...

El Señor Dios gritó con voz fuerte a mis oídos:

Con frecuencia el Dios de Ezequiel es un Dios que «grita». ¡Eran tantas las personas que en aquella época vivían de ilusiones, sin percatarse de la amenaza que se aproximaba!

También Jesús, en sus últimos discursos, subrayará el descuido culpable de tanta gente que no toma en serio su frágil condición humana: «estad alerta, guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje y venga aquel día de improviso sobre vosotros como un lazo» (Lucas 21, 34)

« ¡Se acercan los castigos de la ciudad, cada uno con su instrumento de destrucción...!»

Pascal tradujo en términos inolvidables la condición del hombre siempre amenazada, subrayando, la increíble ligereza de los que no quieren pensar en ello: «Un hombre, encarcelado, que desconoce si ha sido dada la orden de detención contra él y cuando falta sólo una hora para saberlo, resulta completamente antinatural que emplee esa hora, no para enterarse de sí ha sido dada la orden de detención, y tratar de revocarla sino para jugar a las cartas.» Señor, ¡que sepamos emplear bien las horas que nos quedan!

«Recorre la ciudad y marca una cruz en la frente de todos los hombres que gimen y lloran por todas las abominaciones que se cometen en ella...»

Los salvados son los lúcidos, los que saben reconocer el pecado del mundo y llorar por este pecado.

San Juan, en su Apocalipsis repetirá textualmente esta imagen: «Esperad, no causéis daño a la tierra hasta que marquemos la frente de los servidores de nuestro Dios.» (Apocalipsis 7, 3)

Que sea yo también una de esas almas sensibles que sienten en profundidad su solidaridad con el pecado del mundo para «cargar con su peso» y, en lo posible, «salvarlo».

La gloria del Señor abandonó el umbral del Templo y se posó sobre los querubines. Los querubines desplegaron sus alas y se elevaron del suelo ante mis ojos... Era el ser vivo que yo había visto debajo del Dios de Israel, junto al río Kebar.

Tras esta imagen hay una verdad extremadamente importante.

Dios abandona el Templo de Jerusalén para ir a reunirse con los deportados, allá donde sufren, a orillas del río de Babilonia. Es una intuición extraordinaria.

Más que permanecer gimiendo inútilmente por el drama de la ruina del Templo, el profeta ve a Dios que va a habitar en tierra extranjera: el Señor no está ligado a un santuario, ni a un lugar determinado.., está presente en todas partes, especialmente allá donde los hombres creen en Él, allá donde los hombres sufren.

Ayúdame, Señor, a tener yo también esta convicción, que Tú estás conmigo, en el lugar mismo de mis actividades, en el centro de mis pruebas.

A la samaritana que le preguntaba por el lugar más favorable para dar culto a Dios, Jesús le dirá: «Créeme, mujer, viene la hora que ni en esta montaña, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad.» (Juan 4, 2 1-23) +
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