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miércoles, 18 de agosto de 2010

Lecturas del día 18-08-2010

18 de Agosto 2010. MIÉRCOLES DE LA XX SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 4ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA. Feria. SS. Elena em , Alberto Hurtado pb, Fermín ob, Agapito mr. Beato Manés de Guzmán pb.
LITURGIA DE LA PALABRA 

Ez 34, 1-11: Libraré a mis ovejas de sus fauces, para que no sean su manjar
Salmo 22: El Señor es mi pastor, nada me falta.
Mt 20, 1-16: ¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?
La Palabra de Dios nos presenta hoy un cambio fundamental en la manera de concebir la salvación. La parábola de esos trabajadores implica un gran dilema entre lo justo a los ojos de la sociedad y lo necesario según el corazón de Dios. Las sociedades capitalistas han equiparado obra y trabajo por remuneración; ésa es la natural ley de la retribución pasada a la esfera de lo económico. Eso que aparentemente es justo: ganar más si se trabaja más, resulta poco cierto en la lógica del plan de Dios.

La parábola nos permite interpretar la historia de la humanidad. A lo largo de ella Dios ha convocado a operarios, en diferentes lugares y tiempos, para anunciar, profetizar, derribar y construir; y para Dios el pago está en la participación definitiva del ser humano en la vida plena, en la experimentación de la obra de Dios en la historia, en el gozo por ver los cambios positivos en el mundo y hasta el gozo por dar la vida a favor de una causa noble, y de esas retribuciones ninguna lleva más amor que otras; todas van plenas de Dios, plenas de gracia.

Muchas veces los seres humanos gastamos energías peleando con Dios, presentando informes de nuestras buenas acciones, pidiendo prebendas por nuestros actos; olvidamos que Dios ve en lo escondido, ya lo sabe todo, y sencillamente concederá bendición y más bendición según su sabiduría.

PRIMERA LECTURA.
Ezequiel 34, 1-11
Libraré a mis ovejas de sus fauces, para que no sean su manjar
Me vino esta palabra del Señor: Hijo de Adán, profetiza contra los pastores de Israel, profetiza, diciéndoles: "¡Pastores!, esto dice el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No son las ovejas lo que tienen que apacentar los pastores?

Os coméis su enjundia, os vestís con su lana; matáis las más gordas, y las ovejas no las apacentáis. No fortalecéis a las débiles, ni curáis a las enfermas, ni vendáis a las heridas; no recogéis a las descarriadas, ni buscáis las perdidas, y maltratáis brutalmente a las fuertes.

Al no tener pastor, se desperdigaron y fueron pasto de las fieras del campo. Mis ovejas se desperdigaron y vagaron sin rumbo por montes y altos cerros; mis ovejas se dispersaron por toda la tierra, sin que nadie las buscase, siguiendo su rastro.

Por eso, pastores, escuchad la palabra del Señor: '¡Lo juro por mi vida! -oráculo del Señor-. Mis ovejas fueron presa, mis ovejas fueron pasto de las fieras del campo, por falta de pastor; pues los pastores no las cuidaban, los pastores se apacentaban a sí mismos; por eso, pastores, escuchad la palabra del Señor:

Así dice el Señor: Me voy a enfrentar con los pastores; les reclamaré mis ovejas, los quitaré de pastores de mis ovejas, para que dejen de apacentarse a sí mismos los pastores; libraré a mis ovejas de sus fauces, para que no sean su manjar."' Así dice el Señor Dios: "Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro."

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 22
R/.El Señor es mi pastor, nada me falta. 

El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. R.

Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan. R.

Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa. R.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término. R.

SANTO EVANGELIO.
Mateo 20, 1-16
¿Vas a tener tú envidia porque soy yo bueno? 

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: "El Reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo: "Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido". Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros parados, y les dijo: "¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?" Le respondieron: "Nadie nos ha contratado". El les dijo: "Id también vosotros a mi viña". Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: "Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros".

Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: "Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno". El replicó a uno de ellos: "Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? Así, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos".

Palabra del Señor.


Comentario de la Primera Lectura: Ezequiel 34,1-11. Libraré a mis ovejas de sus fauses, para que no sean su manjar.
Ezequiel actúa como anunciador del juicio inminente antes de la caída de Jerusalén. Cuando, a continuación, ya ha tenido lugar este juicio, el profeta asume la tarea de volver a encender la esperanza en el pueblo, exhortándolo a la confianza y a una fidelidad plena a Dios.

El pasaje que hemos leído hoy se inserta en esta nueva perspectiva. El oráculo encuentra su cima en la última frase: « Yo mismo buscaré a mis ovejas y las apacentaré» (v.11). Éste es el mensaje de esperanza. El rebaño estuvo sometido en el pasado a pastores malos. Los últimos gobernantes de Israel —reyes, sacerdotes, ancianos, etc. — no fueron fieles a la tarea que les había sido confiada. Su culpa fundamental fue el egoísmo, el abuso de poder, la explotación del pueblo y la búsqueda del propio interés. En la condena se repite una y otra vez la acusación: «Se han apacentado a sí mismos», cuando deberían haberse ofrecido a sí mismos al servicio del rebaño, deberían haber defendido a las ovejas de las fieras, guiarlas a buenos pastos, ir en busca de las perdidas y preocuparse de las más débiles (vv. 3ss). La reciente tragedia de Israel se debe en gran parte a estos malos pastores. Ahora, el Señor les pedirá cuentas de los daños causados y les quitará el poder sobre su pueblo.

La buena noticia para Israel no es tanto la eliminación de los gobernantes irresponsables como la promesa de que el Señor mismo se ocupará de su pueblo. Se trata de la promesa de la restauración y del retorno, la promesa de una nueva era. La imagen de Yavé pastor era muy familiar en la tradición de Israel. Los oyentes de Ezequiel saben bien lo que significa tener a Dios mismo como pastor El autor del salmo 23 describe sus rasgos con una gran belleza. La imagen del pastor es posteriormente enriquecida en el Nuevo Testamento al aplicársela Jesús a sí mismo: «Yo soy el buen pastor El buen pastor da la vida por las ovejas » (Jn 10,1 1).

Comentario del Salmo 22. El Señor es mi pastor, nada me falta. 
Es un salmo de confianza individual. En él, una persona manifiesta su absoluta confianza en el Señor. Las expresiones «nada me falta» (1 c), «no temo ningún mal» (4h), «todos los días de mi vida» (6a), «por días sin término» (6b) y otras, muestran que se trata de la total confianza en Dios pastor.

Este salmo cuenta con una breve introducción, compuesta por la expresión “el Señor es mi pastor” (1b); tiene un núcleo central, que comienza con la afirmación «nada me falta» y llega basta la mitad del versículo 6. La conclusión consiste en la última frase: «Mi morada es la casa del Señor, por días sin término» (6b).

El núcleo central contiene dos imágenes importantes. La primera presenta al Señor como pastor, y el salmista se compara con una oveja (1 b-4). Los términos de estos versículos pertenecen al contexto del pastoreo. Para entender esta imagen, tenemos que recordar brevemente como era la vida de los pastores en el país de Jesús. Normalmente tenían un puñado de ovejas y cuidaban de ellas con cariño, pues era todo lo que poseían. Por la noche, solían dejarlas en el redil junto con las de otros pastores, bajo la protección y vigilancia de unos guardas. Por la mañana, cada pastor llamaba a las suyas por su nombre, ellas reconocían la voz de su pastor y salían para iniciar una nueva jornada. El pastor caminaba al frente, conduciendo a sus ovejas hacia los pastos y fuentes de agua (véase Jn 10,1-4).

En la tierra de Jesús hay mucho desierto, de modo que los pastores habían de atravesarlo para llegar a los prados. En ocasiones, encontraban pastizales enseguida; otras veces tenían que caminar bastante para llegar hasta donde hubiera agua y verdes praderas. En estas ocasiones, podía suceder que la oscuridad de la noche sorprendiera al pastor con sus ovejas. Es sabido que estas, de noche, se desorientan totalmente y corren el riesgo de perderse. El pastor, entonces, caminaba al frente del rebaño y lo conducía de vuelta al redil. La oscuridad de la noche (el «valle Tenebroso» del versículo 4) no asustaba a las ovejas, pues caminaban protegidas por la vara y el cayado del pastor.

La segunda imagen (5-6a) es también muy interesante. Ya no se trata de ovejas. El contexto en que nos encontramos es el del desierto de Judá. Tenemos que imaginar a una persona que huye de sus enemigos a través del desierto. Los opresores están a punto de darle alcance cuando, de repente, se encuentra delante de la tienda de un jefe de los habitantes del desierto. La persona que huye es recibida con alegría y fiesta, convirtiéndose en huésped del jefe. En el país de Jesús la hospitalidad era algo sagrado. El que se refugiaba en la casa o en la tienda de otra persona, estaba a salvo de cualquier peligro.

Cuando los opresores llegan a la entrada de la tienda, ven la mesa preparada (los habitantes del desierto se limitaban a extender un mantel en el suelo), el huésped ya se ha dado un baño y se ha perfumado con ungüentos, y se dan cuenta de que el jefe y su huésped están brindando por una antigua amistad (la copa que rebosa). No pudiendo hacer nada, los enemigos se retiran avergonzados.

Pasado un tiempo, el huésped tendrá que proseguir su viaje. El jefe, entonces, le ofrece dos guardaespaldas, que, simbólicamente, reciben los nombres de «felicidad y misericordia», que lo acompañarán todos los días de su vida.

Aparentemente, este salmo no presenta ningún conflicto, pero esto es sólo a primera vista, De hecho, en él se menciona un «valle tenebroso» (4a) y se habla de «opresores» (5a). ¿Qué es lo que estaría pasando? La respuesta empieza por el final del salmo. El salmista afirma que su «morada es la casa del Señor, por días sin término» (6b). La casa del Señor es el templo de Jerusalén. Así pues, la persona que habla en el salmo se encuentra allí. ¿Qué podrían tener en su contra los opresores? Ciertamente, querían matarla. Este salmo, por tanto, pone de manifiesto un drama mortal. Una persona, injustamente condenada, huye a esconderse en el templo, que funcionaba como lugar de refugio para quien hubiera cometido un crimen sin intención.

Sabemos que en Israel funcionaba la ley del talión: ojo por ojo, diente por diente; herida por herida, muerte por muerte. Quien hubiera herido o matado a alguien sin querer, tenía que huir lo más rápido posible. En tiempos de las tribus existían las ciudades de refugio. En la época de la monarquía, también el templo de Jerusalén servía de refugio en estos casos. El salmo 23, por tanto, habría surgido en una situación como la descrita. Y aquí, el refugiado toma la decisión de habitar en el templo rara siempre (6b).

De este modo podemos entender estas dos imágenes, El inocente que huye de los que pretenden matarlo se siente protegido por el Señor como la oveja que, de noche, carnina protegida por la vara y el cayado del pastor. Con este tipo de pastor, nada le falta a quien confía en él. El inocente se sentía perseguido por los opresores, pero logró refugiarse en la tienda del Señor, esto es, en el templo de Jerusalén. Y ahí nadie podrá hacerle ningún daño.

Una de las imágenes más hermosas de Dios en el Antiguo Testamento y en este salmo es la que nos lo muestra como pastor. Este motivo nos recuerda inmediatamente el éxodo. De hecho, la principal acción del Dios pastor consistió en haber sacado a su rebaño (los israelitas) del redil de Egipto y haberlo conducido por el desierto, haciéndolo entrar en la tierra prometida, la tierra que mana leche y miel. Varios son los textos bíblicos que nos hablan de esto (por ejemplo, Salmo 78,52). Pastor, libertador y aliado son, por tanto, temas gemelos. El salmista tiene una confianza absoluta en el nombre del Señor (3) porque sabe que, en el pasado de su pueblo, Dios liberó, condujo e introdujo a los israelitas en la tierra de la libertad y de la vida. En esta tierra, el Señor dio acogida a su pueblo, preparándole una mesa opulenta, convirtiéndolo en su huésped preferido y protegiéndolo todos los días de su vida.

Jesús, en el evangelio de Juan, adopta las características del Dios pastor, libertador y aliado (Jn 10), que conduce a las ovejas fuera de los rediles que le impiden al pueblo acceder a la vida (Jn 9). Con su muerte y su resurrección, Jesús, buen pastor, inauguró el camino de vuelta al Padre: «Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6h).

Probablemente, este sea el salmo más rezado y más cantado. Pero el mejor momento para rezarlo cuando tenemos necesidad de reforzar nuestra confianza en Dios, y ello en medio de los conflictos cotidianos. También conviene rezarlo en solidaridad con aquellos cuya muerte «está ya decidida», con los inocentes condenados y con las víctimas de la violencia y de la opresión.

Comentario del Santo Evangelio: Mateo 20,1-16a. ¿Vas ha tener tú envidia porque yo soy bueno?
Hay muchas líneas que conectan el pasaje de hoy con los de los días precedentes. La parábola de los trabajadores de la viña, que concluye con la afirmación: «Así, los últimos serán primeros, y los primeros, últimos» (y. 16a), recuerda la frase final del evangelio de ayer: «Hay muchos primeros que serán últimos y muchos últimos que serán primeros» (19,30). Jesús le había señalado al joven rico que «uno sólo es bueno»; ahora, en 20,15, la frase final del dueño ante un obrero de la primera hora suena de este modo: « ¿es que tienes envidia porque yo soy bueno?».

Esta parábola, contada de una manera vivaz, constituye una llamada dirigida no sólo al pueblo de Israel, llamado en primer lugar; para que goce de la liberalidad sorprendente que usa el Señor respecto a los «últimos» —ya sean éstos paganos, publicanos o pecadores—, sino también a los lectores cristianos para que se conviertan a los criterios de Dios, liberándose de la mezquindad de mente y de corazón, de las comparaciones y de los fáciles refunfuños, de la cerrazón egoísta. Debernos invertir nuestros modos de pensar y de obrar: Dios hace entrar en su Reino al pobre y no al rico, da la precedencia a los últimos y no a los primeros, dispensa gratuitamente sus dones no sobre la base de los méritos precedentemente adquiridos. Ya en el libro del profeta Isaías dice Dios de manera explícita: «Mis planes no son como vuestros planes, ni vuestros caminos como los míos, oráculo del Señor. Cuanto dista el cielo de la tierra, así mis caminos de los vuestros, mis planes de vuestros planes» (Is 55,8-9).

Si al joven rico que ha observado desde siempre la Ley le pide Jesús que dé un salto cualitativo, aquí pide a todos que se desembaracen de sus propias justicias basadas en cálculos exactos, para gozar de la inmensa bondad de Dios y de su gracia sobreabundante. Dios dialoga, en efecto, con el hombre en los dilatados espacios del amor, no en los estrechos límites del derecho o de la contabilidad.

El amor no contradice la justicia, sino que extiende sus límites: «Dios, que tiene poder sobre todas las cosas y que, en virtud de la fuerza con que actúa en nosotros, es capaz de hacer mucho más de lo que nosotros pedimos o pensamos» (Ef. 3,20). Nuestro Dios es un Dios de corazón grande y debe ser acogido con un corazón grande.

Los pastores malos se «apacientan a sí mismos». Puede haber egoísmo y búsqueda de sí mismo incluso en el ejercicio de ministerios nobles, sagrados. Ya Pablo ponía en guardia contra este peligro siempre actual; con modestia y verdad, compartía su experiencia de pastor: «No nos anunciamos a nosotros mismos sino a Jesucristo, el Señor; y no somos más que servidores vuestros por amor a Jesús» (2 Cor 4,5). «No me interesan vuestras cosas, sino vosotros […], gustosísimamente me gastaré y me desgastaré por vosotros» (2 Cor 12,14ss).

El pastor bueno se da a sí mismo y todo lo que tiene con una generosidad semejante al dueño magnánimo del evangelio. Dios es grande, su amor rebasa la justicia y sus dones sobreabundan siempre. Constatamos esta característica en cada página del evangelio: nos sorprenden, por ejemplo, los milagros realizados por Jesús, que llevan todos ellos este signo de gratuidad y de sobreabundancia.

En Caná, el agua transformada en vino está más allá de toda mesura lógicamente necesaria. Multiplica los panes para saciar a la muchedumbre de una manera sobreabundante, de suerte que sobran doce canastos. En el milagro de la pesca habría bastado con unos pocos peces para que los apóstoles, tras haber faenado en vano toda la noche, hubieran reconocido al Señor, pero los peces fueron 153, muchos más de los necesarios. A este Dios de gran corazón debemos acogerlo con un corazón grande y anunciarlo con grandeza de corazón.

Comentario del Santo Evangelio: Mt 20, 1-16. Tu ojo es malo.
Obreros igualados. La parábola parte de la existencia de obreros parados que se presentaban en La plaza pública a la libre contratación de un propietario que necesitase de su trabajo. El tiempo de la jornada de trabajo está limitado por la luz del día: «desde la salida del sol hasta la aparición de las estrellas». EL jornal diario normal era un denario. Exactamente lo convenido con los trabajadores de primera hora. Junto a ellos hay otros que han trabajado en la viña desde las nueve, las tres y las cinco de la tarde respectivamente. Esta diversidad en la duración del trabajo tiende a poner de relieve la enseñanza principal de la parábola.

Según las prescripciones del Antiguo Testamento el salario debía pagarse el mismo día en que había sido realizado el trabajo (Lev 19, 13; Deut 24, 15). El dueño de la viña manda a su mayordomo que pague a los obreros en orden inverso a como habían sido contratados. Y que todos reciban la misma cantidad. Estos dos detalles tienen también importancia para la enseñanza de la parábola. Las protestas de los obreros de primera hora no estarían justificadas en la parábola si no hubiesen visto que los de última hora recibían un denario. Es entonces cuando se acusa de injusticia al señor de la viña. Este, sin embargo, atribuye la protesta a que «tu ojo es malo», es decir, a la envidia y animosidad contra los favorecidos.

La parábola podía haberse titulado «recompensa igual para un trabajo desigual». La parábola pretende únicamente acentuar la diversidad en el trabajo. No hace referencia ni a los diversos períodos en la historia de la salvación o de la humanidad ni a la diferente edad en que el hombre atiende la invitación que se le hace para formar parte del reino. Precisamente por eso resulta ilegítimo concluir que los últimos recibieron la misma recompensa que los primeros por su mayor aplicación y rendimiento en el trabajo. Esta interpretación destruiría la intención primera de la enseñanza parabólica.

El centro de interés lo tenemos en v. 15: “¿No puedo hacer lo que quiero de mis bienes?” ¿O has de ver con mal ojo que yo sea bueno?», y también en la recompensa, que es igual para todos. Como el dueño de la viña es Dios, la parábola pone todo su acento en la liberalidad soberana de su actuación independiente. Actuación divina que, juzgada con criterio humano, resulta incomprensible, pero lógica. ¿Quién puede pedir cuentas a Dios por su conducta? El hombre es su siervo (Lc 17, 7-10). No puede presentarse ante su Señor con pretendidos derechos. La recompensa que Dios otorga al hombre será siempre pura gracia. El hombre nunca tiene derecho a pasar la factura a Dios. Cierto que Pablo espera la recompensa que le es debida en justicia (2Tim 4, 7). Pero este premio tiene su último fundamento en la gracia previamente con cedida por el Señor.

La conclusión de la parábola es, pues, la siguiente: Dios obra como el dueño de la viña en cuestión, que, por su bondad, se compadeció de aquellos hombres e hizo que, sin merecerlo, también llegase a ellos un salario desproporcionado a su trabajo. Pura gracia del Señor. ¡Así es Dios, así de bueno con los hombres!

La sentencia final de los últimos y los primeros se halla en la misma línea de la parábola: los primeros son, en este caso, los fariseos y, en general, el pueblo elegido, que se creía con peculiares privilegios ante Dios y con el derecho de pasarle la factura. Jesús, con la parábola en cuestión y la sentencia final, dio el golpe de gracia a este concepto de Dios y de su retribución. Porque el escándalo por el proceder de Dios no estaba justificado desde el terreno de la justicia. ¡Lo había provocado su hondad! Pero, ¿la bondad para con el prójimo justifica esta clase de escándalos?

Comentario del Santo Evangelio de: (Mt 20, 1-16a), para nuestros Mayores. Un denario para los primeros y los últimos. 
La parábola parte de la existencia de obreros parados que se presentaban en la plaza pública a la libre contratación de un propietario que necesitase de su trabajo. El tiempo de la jornada de trabajo está limitado por la luz del día: “desde la salida del sol hasta la aparición de las estrellas” El jornal diario normal era un denario. Exactamente lo convenido con los trabajadores de primera hora. Junto a ellos hay otros que han trabajado en la viña desde las nueve, las tres y las cinco de la tarde respectivamente. Esta diversidad en la duración del trabajo tiende a poner de relieve la enseñanza principal de la parábola.

Según las prescripciones del Antiguo Testamento el salario debía pagarse el mismo día en que había sido realizado el trabajo (Lev 19, 13; Deut 24, 15). El dueño de la viña manda a su mayordomo que pague a los obreros en orden inverso a como habían sido contratados. Y que todos reciban la misma cantidad. Estos dos detalles tienen también importancia para la enseñanza de la parábola. Las protestas de los obreros de primera hora no estarían justificadas en la parábola si no hubiesen visto que los de última hora recibían un denario. Es entonces cuando se acusa de injusticia al señor de la viña. Este, sin embargo, atribuye la protesta a que «tu ojo es malo», es decir, a la envidia y animosidad contra los favorecidos.

La parábola podía haberse titulado «recompensa igual para un trabajo desigual». La parábola pretende única mente acentuar la diversidad en el trabajo. No hace referencia ni a los diversos períodos en la historia de la salvación o de la humanidad ni a la diferente edad en que el hombre atiende la invitación que se le hace para formar parte del reino. Precisamente por eso resulta ilegítimo concluir que los últimos recibieron la misma recompensa que los primeros por su mayor aplicación y rendimiento en el trabajo. Esta interpretación destruiría la intención primera de la enseñanza parabólica

El centro de interés lo tenemos en el 15: “¿No puedo hacer lo que quiero de mis bienes?” “¿O has de ver con mal ojo que yo sea bueno?”, y también en la recompensa, que es igual para todos. Como el dueño de la viña es Dios, la parábola pone todo su acento en la liberalidad soberana de su actuación independiente. Actuación divina que, juzgada con criterio humano, resulta incomprensible, pero lógica. ¿Quién puede pedir cuentas a Dios por su conducta? El hombre es su siervo (Lc 17, 7-10). No puede presentarse ante su Señor con pretendidos derechos. La recompensa que Dios otorga al hombre será siempre pura gracia. El hombre nunca tiene derecho a pasar la factura a Dios. Cierto que Pablo espera la recompensa que le es debida en justicia (2Tim 4, 7). Pero este premio tiene su último Fundamento en la gracia previamente concedida por el Señor.

La conclusión de la parábola es, pues, la siguiente: Dios obra como el dueño de la viña en cuestión, que, por su bondad, se compadeció de aquellos hombres e hizo que sin merecerlo, también llegase a ellos un salario desproporcionado a su trabajo. Pura gracia del Señor. ¡Así es Dios, de bueno con los hombres!

La sentencia final de los últimos y los primeros se halla en la misma línea de la parábola: los primeros son, en este caso, los fariseos y, en general, el pueblo elegido que se creía con peculiares privilegios ante Dios y con derecho de pasarle la factura. Jesús, con la parábola en cuestión y la sentencia final, dio el golpe de gracia a este concepto de Dios y de su retribución. Porque el escándalo por el proceder de Dios no estaba justificado desde el terreno de la justicia. ¡Lo había provocado su bondad! Pero, ¿la bondad para con el prójimo justifica esta clase de escándalos?

Comentario del Santo Evangelio de: Mt 20,1-16 de Joven para Joven. Dios da a cada uno un tiempo distinto para llevar a cabo la propia obra.
Obrero es el que trabaja, el que obra. El primer y más grande obrero es, según san Juan Crisóstomo, Dios mismo, que ha creado el cielo y la tierra, una obra grande y maravillosa. Crisóstomo la compara con una mesa preparad a, dispuesta para el invitado, el hombre. Sin embargo, más tarde, corrigió un poco esta imagen. La fiesta será al final de los siglos; de momento, el hombre no es aún un convidado, sino un colaborador. La obra de la creación aún no está terminada porque Dios ha querido dar al hombre el gran privilegio de completar la obra comenzada por el Artista supremo.

No hay muchos maestros que tengan una confianza tan grande en sus discípulos como para dejarles terminar su obra. En cambio, con confianza, Dios confía al hombre su trabajo, cree en él y no lo abandona, lo acompaña con su mano. Por tanto, el hombre es un obrero al servicio de Dios, bajo la guía de Cristo. Su obra será creativa si se atiene fielmente al proyecto primero trazado por Dios. La voluntad de Dios es la primera regla de nuestra acción.

Lo voluntad de Dios no es un principio abstracto. Con una decisión libre, Dios confía concretamente a cada uno su tarea. Nadie recibe la misma tarea, por eso, cada vocación es especial e irrepetible. Nadie recibe el mismo tiempo: Dios da a cada uno un tiempo distinto para llevar a cabo la propia obra. Por eso hay tanta diferencia en los talentos personales y, como consecuencia, en los tipos de trabajo. Algunos Padres de la Iglesia sostenían que el pecado determina las diferencias sociales La purificación del mal devuelve la igualdad perdida y esto es lo que se intenta hacer en los monasterios. Orígenes pensó, incluso, que un pecado misterioso, cometido por el alma antes de nacer, condiciono el estado físico, intelectual, moral y social del individuo, Pero esta reflexión parte de un falso concepto de igualdad, que no puede existir entre los seres humanos, ni en la naturaleza y, ni siquiera, en las intenciones de la. Providencia. Una madre es justa cuando se comporta de forma distinta con un hijo dependiendo de si es pequeño o grande, o si trata de modo diferente a un chico y a una chica. En la naturaleza, Dios da a los animales y a las plantas todo lo necesario para su especie. Con los hombres actúa justamente según su vocación.

Los obreros que han empezado a trabajar por la mañana murmuran al ver que, al final de la jornada, la recompensa es la misma para todos. También a nosotros nos parece una injusticia: ¿Por qué pagar igual a quien ha soportado el calor y la fatiga de todo un día a quien ha trabajado sólo unas pocas horas? Los Padres tienen una respuesta ingeniosa para esta pregunta. Aquí, el dinero significa la vida eterna, el reino de Dios. Es una recompensa indivisible, que no se puede conceder parcialmente.

También se puede contestar de otra forma, es decir, sin hacer ninguna distinción entre trabajo y recompensa: el simple hecho de trabajar en la viña del Señor es una recompensa. Desde este punto de vista, los que han trabajado todo el día reciben más que los que han trabajado las últimas horas ¿Acaso no es un gran privilegio conocer a Cristo desde pequeños y estar a su servicio desde jóvenes? Para no presumir de este privilegio, el evangelio nos aconseja que estimemos también a los que llegan tarde, tal vez en la vejez. Dios los ama también y les da la posibilidad de corregir un pasado negligente.

Elevación Espiritual para este día. 
La vida eterna y el Reino de Dios son, en cierto sentido, como lo que llamamos “cielo” por analogía. En el cielo están todas las estrellas, en el Reino de Dios estarán todos los fieles buenos. La vida eterna es igualmente eterna para todos. No habrá en ella uno que viva más y otro que viva menos, dado que todos viviremos sin fin. Es como el único denario que los obreros reciben como recompensa, tanto los que trabajan desde la mañana en la viña como los que llegaron a la undécima hora (cf. Mt 20,9ss). Ese denario representa la vida eterna, que es igual para todos. Pero observemos el cielo y recordemos también lo que dice el apóstol: «Una cosa es el esplendor del sol, y otro el de la luna y las estrellas» (cf. 1Cor 15,40-42).

Por tanto, que cada uno, hermanos míos, se comprometa en la lucha durante este tiempo según el don que haya recibido, para gozar en el futuro.

Reflexión Espiritual para el día.
La parábola de los trabajadores de la viña no cita a ninguna mujer. El mundo agrícola que en ella se describe de manera sucinta se presenta sin mujeres: están los jornaleros, el administrador y el dueño de la viña. Sólo hombres, en suma, aunque tampoco están todos los hombres. Sin embargo, la parábola habla de un propietario que hace primeros a los últimos, y entre éstos deberíamos incluir a los hombres desocupados, a las mujeres y a los niños, que permanecen invisibles. Ahora bien, el relato quiere animar también a los que fueron contratados al alba a romper con una concepción jerárquica del trabajo, y esto en nombre de la solidaridad. Es como la invitación a comprender y a dejarse implicar en el obrar de Dios, que trabaja por la justicia a partir de los más pequeños: «A quien es como los niños pertenece el Reino de Dios» (Mc 10,14).

El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: “Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel.
Consideramos que el evangelio es el objetivo y la plenitud de toda la tradición espiritual de Israel. Algunas páginas inspiraron directamente a Jesús. Es de toda evidencia, por ejemplo, que Jesús tenía en la mente esa página del profeta Ezequiel, cuando hablaba de los «malos pastores» y del «buen pastor». (Juan 10) Por lo tanto, al leer nosotros este pasaje de Ezequiel, estamos meditando una página de un libro que Jesús leyó y que El mismo meditó.

La palabra del Señor me fue dirigida: «Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel... que se apacientan a sí mismos. ¿No deben los pastores apacentar las ovejas? Vosotros os habéis bebido la leche, os habéis vestido con la lana, habéis sacrificado las ovejas más cebadas. No fuisteis pastores para el rebaño.»
Ezequiel apunta directamente a los reyes de Israel que ejercieron el poder en provecho propio en lugar de ejercerlo como un servicio al bien común.

«Los reyes de las naciones las dominan como señores absolutos. No ha de ser así entre vosotros.» (Marcos 10, 42-43) ¿Soy servidor de los demás? ¿Me aprovecho egoístamente, poniendo mi interés personal por delante del bien común e incluso en detrimento del bien de los demás? ¿De qué modo ejerzo mis propias responsabilidades? ¿En mi profesión, en mi familia, en las asociaciones o grupos a los que pertenezco? No habéis fortalecido a la oveja débil, cuidado a la enferma ni curado a la que estaba herida. No habéis tornado a la descarriada ni buscado a la que estaba perdida.

Prioridad de los pobres, de los débiles, de los que sufren. Es lo que Jesús ha estado siempre haciendo (Lucas 15, 4- 7; Juan 10) No es solamente el rebaño, globalmente considerado, lo que Dios ama, sino cada una de las ovejas, una a una. Puedo orar individualmente para tal o cual persona, enumerándolas en mi corazón: Pablo, Teresa, Ana, José...

Mis ovejas se han dispersado por falta de pastor y son ahora presa de las fieras. Mi rebaño anda errante por todos los montes y altos collados y nadie se ocupa de él, nadie sale a buscarlo. Quizá hemos visto algún día, en un monte o en un carrascal unas ovejas aisladas del conjunto del rebaño y que parecen perdidas: están en peligro, a merced de un accidente o de un animal salvaje...

«Tengo otras ovejas que no son de este redil, a las que tengo que conducir... y no habrá más que un solo rebaño.» (Juan 10, 16) «Jesús moría no sólo por la nación, sino también para reunir en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Juan 11, 52) Una de las misiones del jefe, del responsable es hacer la unidad: permitir que cada persona pueda realizarse en una comunidad, en una red de relaciones interpersonales satisfactorias. Ideal de la empresa, de la familia, de la escuela, de la Iglesia... y de todos los grupos humanos.

Porque los pastores no se ocupan de mi rebaño... Pues bien, les reclamaré mi rebaño... Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y cuidaré de ellas.

El Señor tomará de nuevo en su mano a su pueblo. Jesús cumplirá esta profecía al decir: «Yo soy el buen Pastor.» Dios se ocupa de mí como se ocupa de cada ser humano. Dios va a mi encuentro, como al de cada persona. Dios cuida de mí... como cuida de cada hombre.+


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