25 de Agosto 2010. MIÉRCOLES DE LA XXI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 1ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA. Feria o SAN LUIS DE FRANCIA, Memoria libre o SAN JOSE DE CALASANZ, presbítero, Memoria libre. SS. Ginés mr. Beato Luis Urbano pb mr.
LITURGIA DE LA PALABRA
2Tes 3, 6-10. 16-18: El que no trabaja, que no coma
Salmo 127: Dichosos los que temen al Señor.
Mt 23, 27-32: Ustedes por dentro están llenos de hipocresía
Una nueva manifestación del conflicto entre los fariseos y Jesús es presentada en el evangelio de hoy. Vuelve la crítica de fondo a los fanáticos proclamadores del cumplimiento de la ley; ellos, como sepulcros blanqueados, están llenos de corrupción y podredumbre. Por otra parte las comunidades cristianas de aquel tiempo sufrían una dura persecución por parte de las instituciones judías, que veían en el cristianismo una amenaza para la legitimidad de sus aparatos de dominio.
Al proclamar que Jesús es el Mesías, el enviado, se estaba relativizando el absolutismo de las grandes instituciones, como el Templo, la ley, el culto y el mismo sanedrín. El proyecto de Jesús constituía una novedosa alternativa, que ponía en el centro la dignidad de la persona, amada y preferida por Dios. Esa vida estaba por encima de toda ley, lo que quiere decir que la confrontación entre Jesús y la ley va mucho más allá de un asunto de obediencia; se trata de un asunto ético, en que la discusión central está en el lugar que ocupa la vida humana.
Hoy nos enfrentamos múltiples instituciones que a nombre de los intereses del pueblo resultan quitando la vida del pueblo. Hoy más que nunca estamos urgidos de voces proféticas que se levantan y claman por la paz, la justicia y la solidaridad, en un mundo que se ahoga, paradojalmente, entre la complejidad de las leyes creadas para eso.
PRIMERA LECTURA.
2Tesalonicenses 3, 6-10. 16-18
El que no trabaja, que no coma
En nombre de nuestro Señor Jesucristo, hermanos, os mandamos: no tratéis con los hermanos que llevan una vida ociosa y se apartan de las tradiciones que recibieron de nosotros.
Ya sabéis cómo tenéis que imitar nuestro ejemplo: no vivimos entre vosotros sin trabajar, nadie nos dio de balde el pan que comimos, sino que trabajamos y nos cansamos día y noche, a fin de no ser carga para nadie. No es que no tuviésemos derecho para hacerlo, pero quisimos daros un ejemplo que imitar. Cuando vivimos con vosotros os lo mandamos: El que no trabaja, que no coma.Que el Señor de la paz os dé la paz siempre y en todo lugar. El Señor esté con todos vosotros. La despedida va de mi mano, Pablo; ésta es la contraseña en toda carta; ésta es mi letra.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos vosotros.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 127
R/. Dichosos los que temen al Señor.
Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien. R.
Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor. Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 23, 27-32
Sois hijos de los que asesinaron a los profetas
En aquel tiempo habló Jesús diciendo: "¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros encalados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos y podredumbre; lo mismo vosotros: por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis repletos de hipocresía y crímenes. ¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y ornamentáis los mausoleos de los justos, diciendo: "Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres, no habríamos sido cómplices suyos en el asesinato de los profetas!" Con esto atestiguáis en contra vuestra, que sois hijos de los que asesinaron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres!"
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA
2Tes 3, 6-10. 16-18: El que no trabaja, que no coma
Salmo 127: Dichosos los que temen al Señor.
Mt 23, 27-32: Ustedes por dentro están llenos de hipocresía
Una nueva manifestación del conflicto entre los fariseos y Jesús es presentada en el evangelio de hoy. Vuelve la crítica de fondo a los fanáticos proclamadores del cumplimiento de la ley; ellos, como sepulcros blanqueados, están llenos de corrupción y podredumbre. Por otra parte las comunidades cristianas de aquel tiempo sufrían una dura persecución por parte de las instituciones judías, que veían en el cristianismo una amenaza para la legitimidad de sus aparatos de dominio.
Al proclamar que Jesús es el Mesías, el enviado, se estaba relativizando el absolutismo de las grandes instituciones, como el Templo, la ley, el culto y el mismo sanedrín. El proyecto de Jesús constituía una novedosa alternativa, que ponía en el centro la dignidad de la persona, amada y preferida por Dios. Esa vida estaba por encima de toda ley, lo que quiere decir que la confrontación entre Jesús y la ley va mucho más allá de un asunto de obediencia; se trata de un asunto ético, en que la discusión central está en el lugar que ocupa la vida humana.
Hoy nos enfrentamos múltiples instituciones que a nombre de los intereses del pueblo resultan quitando la vida del pueblo. Hoy más que nunca estamos urgidos de voces proféticas que se levantan y claman por la paz, la justicia y la solidaridad, en un mundo que se ahoga, paradojalmente, entre la complejidad de las leyes creadas para eso.
PRIMERA LECTURA.
2Tesalonicenses 3, 6-10. 16-18
El que no trabaja, que no coma
En nombre de nuestro Señor Jesucristo, hermanos, os mandamos: no tratéis con los hermanos que llevan una vida ociosa y se apartan de las tradiciones que recibieron de nosotros.
Ya sabéis cómo tenéis que imitar nuestro ejemplo: no vivimos entre vosotros sin trabajar, nadie nos dio de balde el pan que comimos, sino que trabajamos y nos cansamos día y noche, a fin de no ser carga para nadie. No es que no tuviésemos derecho para hacerlo, pero quisimos daros un ejemplo que imitar. Cuando vivimos con vosotros os lo mandamos: El que no trabaja, que no coma.Que el Señor de la paz os dé la paz siempre y en todo lugar. El Señor esté con todos vosotros. La despedida va de mi mano, Pablo; ésta es la contraseña en toda carta; ésta es mi letra.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos vosotros.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 127
R/. Dichosos los que temen al Señor.
Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien. R.
Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor. Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 23, 27-32
Sois hijos de los que asesinaron a los profetas
En aquel tiempo habló Jesús diciendo: "¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros encalados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos y podredumbre; lo mismo vosotros: por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis repletos de hipocresía y crímenes. ¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y ornamentáis los mausoleos de los justos, diciendo: "Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres, no habríamos sido cómplices suyos en el asesinato de los profetas!" Con esto atestiguáis en contra vuestra, que sois hijos de los que asesinaron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres!"
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: 2 Tesalonicenses 3,6-10.16-18. El que no trabaja, que no coma.
La carta llega ahora al final. Pablo realiza aún una última recomendación a partir de la actitud indisciplinada de un hermano de la comunidad. Después, más adelante, hablará de la ociosidad parasitaria de algunos.
No se trata de herejías doctrinales o de casos de inmoralidad grave como en el caso de la comunidad de Corinto (cf. 1 Cor 5 y 6); sin embargo, la intervención de Pablo es dura. Ordena «en nombre de Jesucristo, el Señor» (v. 6), que esas personas sean mantenidas alejadas. La vida disoluta y la pereza son contagiosas, especialmente en un ambiente ya turbulento como el de la iglesia de Tesalónica. La segregación debería tener un valor medicinal. Pablo trae una vez más a colación la tradición. Pero no como normas frías, sino como tradición a la que el testimonio de vida hace más creíble. Recuerda que ha vivido de lo que ganó con sus propias manos, trabajando duramente para no ser una carga para nadie (cf. 1 Cor 9,4-6; 1 Tes 2,9). Tras el ejemplo personal, enuncia el principio de que para comer hay que trabajar. Es el testigo quien habla, no el legislador.
La carta está sellada con un postscriptum. Emplea también esta ocasión para desear la paz y la gracia, un bien que está presente desde el comienzo de la carta y es considerado como el don más grande que un hombre pueda desear a las personas amadas,
Comentario del Salmo 127. Dichosos los que temen al Señor.
Se trata de un salmo sapiencial, relacionado en algún aspecto con el anterior. Ofrece una propuesta concreta de felicidad y de bendición («dichoso el que teme al Señor», «tranquilo y feliz»). Como el resto de salmos de este tipo, pretende mostrar dónde se encuentra el sentido de la vida y en qué consiste la felicidad.
El cuerpo de este salmo, que carece de introducción y de conclusión, se compone de dos partes: 1b-3 y 4-6. La primera (lb-3) comienza con la proclamación de felicidad («Dichoso...»); la segunda (4-6) comienza con la bendición. Estos dos elementos, felicidad y bendición, están destinados a la misma persona, el hombre que teme al Señor (compárese 1b con 4). Con toda probabilidad, se trata, en ambos casos, de realidades proclamadas por un sacerdote. Nos encontraríamos, por tanto, en el contexto del templo de Jerusalén.
La primera parte proclama dichoso al hombre que teme al Señor y que sigue sus caminos, es decir, que observa sus mandamientos (1b). El cumplimiento de los mandamientos tiene tres consecuencias claramente visibles, que constituyen la felicidad En primer lugar; lo referido al trabajo, acompañado de tranquilidad y felicidad (2). Producir y poder disfrutar del fruto del propio trabajo es sinónimo de felicidad. Lo contrario es la maldición, la infelicidad. El que teme al Señor participa, en cierto modo, de su proyecto creador (cf. Gén 2,15). La segunda consecuencia se refiere a la comunión entre el esposo y la esposa (La fecundidad es un don de Dios (cf. Sal 127). Aquí se compara a la esposa con una parra fecunda; esta es, tal vez, la característica más importante de una mujer en la concepción patriarcal de aquel tiempo. De hecho, la vida de la mujer se circunscribe a la «intimidad del hogar» y, des de la concepción patriarcal de este salmo, parece que su fecundidad depende de la fidelidad del esposo a los mandamientos. La palabra «intimidad» es muy importante en este salmo. En su lengua original, el primer sentido de este término es «muslo», «genitales». En sentido figurado significa «intimidad», el lugar más reservado de la casa... Podemos descubrir aquí una atrevida alusión a la sexualidad, don de Dios. Aquí podemos oír el eco de Gén 1,28. Siendo fecundos, los seres humanos imitan al Creador. La tercera consecuencia deriva de la anterior (3b): la presencia de hijos numerosos, sobre todo varones. La escena recuerda las comidas, en las que el padre y los hijos varones se sentaban a la mesa (entre los nómadas se trataba de una alfombra en el suelo). Alrededor de la mesa, los hijos semejan unos lozanos brotes de olivo. Esta imagen resulta interesante porque el olivo con sus retoños representa, entre otras cosas, la vida que se renueva a partir de un tronco envejecido, pero lleno de vitalidad. Es la concreción del mandamiento de Dios que aparece en Gén 1,28. El trabajo, una mesa abundante, la intimidad con la esposa y la fecundidad, la convivencia con los hijos, esto es la felicidad.
La segunda parte (4-6) arranca con el tema de la bendición de la misma persona que teme al Señor. Pero ahora se pasa, del trabajo y de la casas, a la ciudad, a la capital. Por medio del sacerdote, el Señor bendice a Sión con una bendición de triple consecuencia. En primer lugar, la prosperidad de Jerusalén durante todos los días ele la vida del justo (5). «Ver la prosperidad» no significa sólo poder contemplarla, sino participar de ella. En segundo lugar; la bendición se refiere a una larga vida, es decir, poder llegar a conocer a los propios nietos (6a). En tercer lugar (6h), la bendición tiene una manifestación que envuelve a todo el pueblo con la paz: «Paz a Israel.
Los salmos sapienciales son como esas frutas que se ven expuestas al calor del verano pero que no maduran hasta el otoño. Dicho de otro modo, se encuentran entre los últimos escritos del Antiguo Testamento, son los últimos textos en madurar. Fueron cristalizando a lo largo de siglos. Eliminaron todo lo innecesario, quedándose con lo esencial para que el hombre sea feliz y bendito: el temor del Señor, que se expresa en el cumplimiento de sus mandamientos. Se supera la ambición, la explotación del otro, la violación de sus derechos. La imagen de sociedad que anhela este salmo carece totalmente de la explotación de unas personas por otras (cada uno disfruta tranquilo y feliz del trabajo de sus propias manos) y elimina por completo la dominación de un grupo sobre otro o de una nación sobre otra (la prosperidad de Jerusalén, la paz en Israel). Conviene fijarse en que, del bienestar personal (el disfrute del fruto del propio trabajo, la fecundidad, los hijos, una vida larga), se pasa al bienestar social, extendiendo la situación de shalom a todo el pueblo.
Este salmo está basado en las bendiciones de Lev 26 y Dt 28. Está vinculado a la «teología de la retribución», que sostiene que la prosperidad y el bienestar son fruto del temor de Dios. El libro de Job ayuda a corregir esta visión.
En dos ocasiones se menciona el temor de Dios y en una se desea su bendición. Por tanto, se habla de él tres veces. Temer a Dios no significa tenerle miedo, sino respetarlo y respetar sus mandamientos como fuentes de felicidad y bendición. Así pues, el Señor desea que el ser humano viva feliz y disfrute de su bendición, y esto está vinculado a los mandamientos, las condiciones que Israel, como aliado del Señor; acepta cumplir. Estamos, pues, ante el Dios de la alianza que quiere la vida de todo el pueblo y, en especial, de cada persona que lo teme y sigue sus caminos.
Además, este Dios es el aliado de todo el pueblo, el que bendice a cada uno desde Jerusalén, ciudad que alberga el templo.
En el salmo anterior, hablamos de las propuestas de felicidad que proclamó Jesús. En aquel tiempo, había quienes no disfrutaban del fruto del trabajo de sus propias manos (Mt 20,7). Jesús lloró por la ciudad de Jerusalén, pues había dejado de ser la ciudad madre de la paz (Lc 13,34-35 y, sobre todo, 19,41-44).
Jesús no hizo del principio de la «retribución» el punto de partida del anuncio del Reino. Por el contrario, favoreció a los pobres y desheredados, desenmascarando a cuantos, en nombre de la religión, explotaban a los indefensos. Este es el caso de su denuncia contra los doctores de la Ley, que explotaban a las viudas con pretextos religiosos (Mc 12,38-40).
Podemos rezarlo cuando estamos buscando el sentido de la vida o algo que nos haga felices; también, en solidaridad con los que padecen explotación en el trabajo, en su salario; cuando queremos rezar teniendo presente a nuestra esposa, nuestro esposo, nuestros hijos, nuestra familia, la sexualidad; cuando soñamos con el bienestar y la paz de todos los hombres; tenemos que rezarlo pensando en aquellos que no llegan a conocer a sus hijos o nietos y teniendo presentes las causas que dan lugar a muertes prematuras; también en las peregrinaciones.
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 23,27-32. Soís hijos de los que asesinan a los profetas.
He aquí los últimos de los siete «ayes» dirigidos a los maestros de la Ley y a los fariseos hipócritas. El primero acentúa de una manera drástica el tema de la contraposición exterior/interior desarrollada en los versículos precedentes. Jesús compara a los hipócritas con «sepulcros blanqueados» (v. 27). El exterior está cuidado y resulta hermoso de ver, pero lo que hay por dentro es descomposición y muerte. En el sermón de la montaña, Jesús ya puso en guardia a sus discípulos contra el hacer el bien para que los vean los hombres (Mt 6,1). Lo que cuenta es lo que somos ante Dios, y no lo que aparentamos ante los hombres. En el último «ay» de la serie, Jesús denuncia la falsedad de los hipócritas no sólo respecto a Dios y a los hombres, sino también respecto a la historia (vv. 29-32). Sus padres rechazaron y mataron a los profetas; ellos creen poder tranquilizar su propia conciencia honrando los sepulcros y construyendo monumentos, piensan que pueden purificar la memoria del pasado olvidando o buscando justificaciones racionales y emotivas, y se sienten inocentes por el hecho de que son capaces de acusar a los otros. Se separan de sus padres y casi se avergüenzan de ellos, pero no se dan cuenta de que, si no hacen suya la herencia espiritual de los profetas, siguen matando y su culpa se vuelve más grave que la de sus padres.
Jesús habla con frecuencia en el evangelio de los profetas rechazados, perseguidos, matados (cf. Mt 13,57; Lc 6,23; 11,50; 13,34). El mismo es considerado como un profeta y se introduce en muchas ocasiones en la categoría de los profetas, es decir, entre las personas elegidas y enviadas por Dios para ser sus portavoces y para sacudir la conciencia turbia de su pueblo. También Jesús participará del destino de los profetas, también él será rechazado por los suyos y, finalmente, morirá. Frente a su muerte, habrá quien se lave las manos, quien huya, quien reniegue de él diciendo que no le conoce; habrá espectadores indiferentes; y los que se consideran inocentes echan las culpas a los otros. Siglos después, muchos lo lamentarán y construirán gran cantidad de edificios y monumentos en su honor.
¿Quién mató a Jesús? La Iglesia, desde sus comienzos, anuncia con valor en los Hechos de los Apóstoles: «Vosotros, valiéndoos de los impíos, lo crucificasteis y lo matasteis» (Hch 2,23). En este «vosotros» no están incluidos sólo los judíos y las autoridades romanas de aquel tiempo, y tampoco están incluidos sólo nuestros antepasados, sino todos nosotros. Todos, cada uno a su modo, hemos pecado, y cada pecado contribuye al sufrimiento de aquel que «llevaba nuestros dolores, soportaba nuestros sufrimientos. Aunque nosotros lo creíamos castigado, herido por Dios y humillado, eran nuestras rebeliones las que lo traspasaban, y nuestras culpas las que lo trituraban» (Is 53,4-5).
Comentario de Santo Evangelio: Mt 23,27-32, para nuestros Mayores. Parecéis honrados pero por dentro estáis repletos de hipocresía.
El aplauso de Dios. Con la sexta y séptima invectivas concluye el discurso imprecatorio de Jesús. Detrás de todos los apóstrofes hay una denuncia común: la hipocresía y doblez, que hace que la vida de los escribas y fariseos sea radicalmente esquizofrénica. Una cosa es lo que dicen y otra cosa lo que hacen (lo contrario). Su obsesión es aparentar que son virtuosos; trabajan para la galería.
Jesús lo ha denunciado reiteradas veces y alerta a los suyos para que se distancien decididamente de ellos. Advierte: “Cuando recéis o deis limosna, no os exhibáis ni toquéis la trompeta como los hipócritas para que la gente los alabe” (Mt 6,2.5). “Todo lo hacen para llamar la atención de la gente” (Mt 23,5). En definitiva, viene a decir Jesús, son unos pobres fantoches que viven de apariencias. Los califica con un símbolo estremecedor: “sepulcros blanqueados”. Para evitar tocar accidentalmente las tumbas y caer así en impureza, en Palestina se las pintaba de blanco de modo que fueran fácilmente identificables, porque están a ras del suelo. “Lo mismo vosotros, les increpa Jesús, por fuera parecéis honrados, pero por dentro estáis repletos de hipocresía e iniquidad” (Mt 23,28). Y los retrata como personas grotescas, sin dignidad ni paz interior; son personas que viven desde fuera y para fuera.
Ahora bien, todos tenemos restos humanos en el sótano de nuestra psicología, todos tenemos algo de “sepulcros blanqueados”. Mateo (repitámoslo una vez más) no consigna estos estremecedores apóstrofes de Jesús para que saciemos nuestra curiosidad sobre cómo eran aquellos enemigos de Jesús y para que nos llevemos, horrorizados, las manos a la cabeza; la finalidad de Mateo es alertar e invitar a descubrir al escriba o fariseo que todos llevamos dentro. ¿O es que creemos que no hay en nosotros actitudes farisaicas? Si existieran rayos X para el alma, ¿qué aparecería en la radiografía de nuestro espíritu o interioridad?
Autocrítica y revisión. El afán de aparentar pesa en nuestros comportamientos mucho más de lo que pensamos. “Tres Unamunos hay en mí, confesaba nuestro introvertido pensador: el Unamuno que soy en realidad, el Unamuno que quiero ser y el Unamuno que piensan los demás que soy; y éste último es el que más me influye”. Escribía el cardenal Danielou: “La sinceridad consiste en esforzarse para que nuestro porte externo coincida cada vez más con nuestro interior. Esta sinceridad exige actuar preocupándonos más de lo que agrada o desagrada a Dios, que de lo que agrada o desagrada a los hombres. Éste es uno de los puntos esenciales de la vida espiritual. Habitualmente nos domina la preocupación por agradar o desagradar a los hombres, interesados en mejorar la imagen que los otros pueden tener de nosotros. Y, sin embargo, nos preocupa poco lo que somos a los ojos de Dios; y por esta razón nos saltamos con frecuencia lo que sólo Dios ve: la oración oculta, las obras de caridad secretas. Y ponemos mayor empeño en lo que, aunque lo hagamos por Dios, lo ven también los hombres y va implicada nuestra reputación”.
El oro de nuestras acciones más generosas está mezclado con la ganga de motivaciones narcisistas. Tanto los psicólogos como los pastoralistas afirman unánimemente: “La envidia hace muchos estragos en la Iglesia”. Verdaderamente, todos llevamos dormido en nuestro interior un escriba o un fariseo hipócrita. Frente a la tentación del exhibicionismo a la que Jesús se vio sometido (Mt 4,5-7), él propone la sinceridad del corazón y la actitud de servicio. Frente a la limosna aparatosa y resonante de los escribas y fariseos, él propone el modelo de la viuda pobre que deja caer silenciosa y ocultamente su donativo heroico (Mc 12,41-44). Jesús pide que nuestro recato llegue hasta el punto de que la mano izquierda no se entere de lo que dona la derecha (Mt 6,3). Proclama con todas sus fuerzas que lo que importa no es aparecer sino ser. Lo que realmente importa no es que los hombres aplaudan nuestras obras, sino que Dios las apruebe.
Los profetas muertos y los profetas vivos. Una expresión concreta de la hipocresía de los escribas y fariseos denunciada por Jesús es su actitud ante los profetas. Abominan la perversidad de sus antepasados por haberlos asesinado y tratan de desagraviar a Dios levantándoles mausoleos y ornamentando sus tumbas. Presumen: “Si hubiéramos vivido en tiempos de nuestros padres, no habríamos sido cómplices de aquellas muertes martiriales”. ¡Pura hipocresía! Mientras reprueban el crimen de los antepasados, están preparando otro peor: la ejecución del Profeta de los profetas, a quien dicen esperar desde hace tiempo. Apenas faltan unos días para que griten a Pilato: “¡Que su sangre caiga sobre nosotros!”. A sus excusas hipócritas Jesús contestará con el lamento dolorido: “Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían... Vuestra casa se quedará desierta” (Mt 23,37-38). Con ello el evangelista alude a la destrucción de Jerusalén en el año 70 por las tropas de Tito, hecho trágico que significó la desintegración por muchos siglos del pueblo de la antigua Alianza. Pablo, desde su experiencia, acusa: “Mataron al Señor y a los profetas, y nos persiguen a nosotros” (1 Ts 2,15). Ahí está la sangre de Esteban y Santiago.
La historia se repite a lo largo de los siglos. Cada generación venera a los profetas de épocas anteriores, pero persigue a los contemporáneos. Kierkegaard dijo tajantemente: “Cuando aparece un hombre que toma en serio el Evangelio, surge automáticamente el escándalo en la escena del mundo”. “Los santos... para el cielo y los altares” es el título de una obra de J. Benavente. Allí no molestan. Con más razón habría que decir lo mismo de los profetas. Pero es que necesitamos que “nos molesten”.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 23, 27-32, de Joven para Joven. Sepulcros blanqueados.
En el fariseísmo se halla criticado y condenado todo legalismo de vía estrecha. La crítica de Jesús a este legalismo no va dirigida contra la Ley, sino contra aquéllos que, amparándose en ella, quieren burlar sus profundas exigencias, Son los leguleyos. El evangelista Mateo ha recogido el sentido profundo de esta crítica en sus célebres antítesis (5, 21ss.) y Pablo describe magistralmente esta tendencia farisaica de todo falso legalismo (Rom 2, 17ss.).
La comparación con los sepulcros blanqueados es bien elocuente. Para los judíos, los sepulcros eran lugares impuros. Y tenían la costumbre de pintarlos de blanco — sobre todo por la Pascua, cuando acudían a Jerusalén tantos peregrinos— para que la gente se diese cuenta de dónde estaban y pudiesen evitar la «impureza» que suponía pisar sobre ellos, o, tal vez, Jesús estuviese pensando en las suntuosas tumbas paganas construidas con mármol o pintadas de blanco Nos inclinamos, más bien, por lo primero. En todo caso el punto central de la comparación es claro: contraposición entre lo exterior y lo interior. La maldad del espíritu fariseo está en que, bajo el pretexto de cumplir la Ley, lo que pretenden es burlar sus exigencias más profundas. Legalistas sin Ley sería su mejor definición. Y de ahí derivaba también su hipocresía, porque no cumplían la Ley y se vanagloriaban, de ella (6, 2. 5.16: utilizaban el cumplimiento de las prescripciones legales para adquirir fama y prestigio ante los hombres.). Este contrasentido se llama hipocresía.
La segunda amenaza que recoge nuestra sección tiene también que ver con los sepulcros. Aunque no sabemos con exactitud cuántos fueron los profetas martirizados (la Escritura solamente habla de Zacarías, 2Crón 24, 20-22), la leyenda judía había aumentado notablemente este número hasta universalizar esta clase de muerte para ellos. Por otra parte, en el judaísmo contemporáneo había surgido una especie de culto a los profetas martirizados y a los grandes hombres de la historia de su pueblo. En Hebrón se conservan, actualmente, los sepulcros de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob. Se les construían monumentos o, tal vez mejor, capillas expiatorias. Sobre estos datos se basan las palabras de Jesús: por vuestras venas corre sangre de asesinos. Y vosotros llevaréis hasta su culminación la trayectoria que comenzaron vuestros antecesores.
Jesús era bien consciente de la suerte que le esperaba. Cuando dice «colmad vosotros la medida de vuestros padres», está aludiendo a su muerte. Por ser «el Profeta» (Deut 18, 15) debe correr la misma suerte que los profetas. Y serán ellos, los escrupulosos de la Ley, los encargados de ejecutar la sentencia en el gran y trágico drama que constituye la historia de la salvación.
Elevación Espiritual para este día.
¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que os parecéis a sepulcros blanqueados...! Luego les echa nuevamente en cara su vanagloria, llamándolos sepulcros blanqueados y añadiendo siempre la imprecación de «hipócritas». Esa era la causa de todos sus males, ése el motivo de su perdición. Y no los llamó simplemente sepulcros blanqueados, sino que afirmó que estaban rebosantes de inmundicia y de hipocresía. Al decir esto, señalábales el Señor la causa por que no habían creído, es decir, porque estaban llenos de hipocresía y de iniquidad. Mas no fue sólo Cristo; también los profetas les increpan continuamente de que sus príncipes se entregan a la rapiña y no juzgan conforme a razón de justicia. Y dondequiera puede verse cómo son rechazados los sacrificios y se busca pureza y justicia. De suerte que nada hay de sorprendente, nada de nuevo, ni en lo que el Señor manda, ni en lo que acusa, ni en la imagen misma del sepulcro. De ella, en efecto, se vale el profeta, y tampoco éste los llama simplemente sepulcros, sino que dice ser su garganta como un sepulcro abierto. Tales son también ahora muchos, muy bien adornados por fuera, pero llenos por dentro de iniquidad. A la verdad, también ahora se pone mucho empeño, mucho cuidado, en la limpieza exterior; en la del alma, ninguno. Mas, si abriéramos la conciencia de cada uno, ¡cuántos gusanos, cuánta podredumbre, no hallaríamos dentro! ¡Qué hedor tan indescriptible! Los deseos torpes y perversos, quiero decir, más repugnantes que los mismos gusanos.
Reflexión Espiritual para el día.
El que quiere tener éxito en los negocios difícilmente evita estimular la avidez de los clientes, incentivar su ansia de posesión, convencerles de que deben conseguir a toda costa los bienes en cuestión, si quieren ser alguien en la sociedad y pertenecer a la clase superior, ir vestidos a la moda, disponer de los hallazgos más recientes de la técnica. La llamada se dirige por eso casi exclusivamente a los instintos humanos; por ejemplo, a la vanidad y al deseo de sobresalir, a la necesidad de conformismo o al impulso de distinguirse; por consiguiente, a aspiraciones que, desde el punto de vista ético, no acostumbramos a considerar de un nivel particularmente alto. A esto hemos de añadir que el fuego constante de los anuncios a los que estamos expuestos a diario está adaptado para driblar los criterios de valor que tenemos en nosotros. Estos anuncios, en efecto, nos convencen de que nuestra felicidad y nuestro bienestar dependen de la posesión de esos bienes tan ensalzados, de los que no es posible prescindir en nuestros días.
Si queremos ser honestos, debemos admitir que la moderna economía de mercado no se muestra neutral con respecto al idealismo y al materialismo, sino que favorece en los temas económicos una visión del mundo en la que se atribuye a las cosas materiales y terrenas una importancia muy superior a las otras. Es cierto que, desde un punto de vista puramente formal, es posible pensar que los interesados tienen una total libertad de elección. Ahora bien, esta alusión olvida por completo el hecho de que las personas, en su vida cotidiana marcada por la economía, están expuestas de una manera casi exclusiva a la constante seducción de consumir cada vez más bienes del mercado para llegar a ser así «felices».
El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: La pereza, el ardor en el trabajo…
Hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo...
Pablo no está nunca solo. Jesús vive en él. Cuando habla Pablo, es Jesús quien habla. Os mandamos en nombre de nuestro Señor Jesucristo que os apartéis de todo hermano que viva en la ociosidad y no según la tradición que de nosotros recibisteis.
Vimos ayer que estar a la espera de la parusía puede ser una fuente de alegría y de esperanza; pero no debe ser nunca una ocasión de evadirse de las realidades temporales. El cielo no es un opio. Y Pablo aconsejará a sus fieles que se comprometan a fondo con sus tareas profesionales. Mi oficio, mi tarea concreta de cada día.
Me detengo a pensar en ello en este mismo momento. ¡Es algo que interesa a Jesucristo, el Señor! En nombre del Señor Jesús, Pablo llega a decir ¡que hay que evitar el trato con la gente ociosa! Si alguno no quiere trabajar, ¡que tampoco coma! Esta era la consigna que daba Pablo.
La pereza, el ardor en el trabajo... no son cosas solamente profanas. Resulta conveniente pensar en tantos hombres y mujeres que trabajan y que, sin saberlo quizá, cumplen así la «voluntad de Dios». Te ofrezco, Señor, la vida de todos los trabajadores. Atiende muy particularmente a los que tienen un trabajo penoso..., a los que están en paro... a aquellos a quienes no alcanza lo que ganan para cubrir las necesidades cotidianas...
Ya sabéis vosotros cómo debéis imitarnos. Estando entre vosotros no hemos vivido en la ociosidad, ni comimos de balde el pan de nadie, sino que en la fatiga y el cansancio día y noche trabajamos para no ser una carga a ninguno de vosotros.
San Pablo era tejedor. Ganaba su vida. Se adelantó a los sacerdotes obreros. Ciertamente teníamos derecho a ello pero así os dimos en nosotros un modelo a imitar. Pablo no ignora que Jesús había dicho a los apóstoles que «el obrero merece su salario» (Mateo 10, 10), para afirmar que la comunidad debía atender las necesidades de aquellos que ocupaban todo su tiempo en evangelizar. Pero él, Pablo, quiere ser una excepción, para «dar ejemplo del trabajo asalariado normal». Esto subraya toda la dignidad y el valor de ese trabajo.
Que el Señor dé la paz, os conceda la paz, en todo tiempo y en todos los órdenes. Los griegos se saludaban deseándose «la alegría»: «regocíjate».
Los romanos se deseaban la «salud», ¡salve! Los judíos se saludaban deseándose «la paz», dicen todavía hoy. Es el saludo que Pablo usa. La paz en todo tiempo y en todos los órdenes, de parte de Dios.
Y que el Señor esté con todos vosotros. Este deseo se nos repite en todas las misas. Debería desempolvarse para devolverle todo su valor. Es la más hermosa expresión que se puede decir a alguien. La repito pensando en aquellos que amo y estimo. +
La carta llega ahora al final. Pablo realiza aún una última recomendación a partir de la actitud indisciplinada de un hermano de la comunidad. Después, más adelante, hablará de la ociosidad parasitaria de algunos.
No se trata de herejías doctrinales o de casos de inmoralidad grave como en el caso de la comunidad de Corinto (cf. 1 Cor 5 y 6); sin embargo, la intervención de Pablo es dura. Ordena «en nombre de Jesucristo, el Señor» (v. 6), que esas personas sean mantenidas alejadas. La vida disoluta y la pereza son contagiosas, especialmente en un ambiente ya turbulento como el de la iglesia de Tesalónica. La segregación debería tener un valor medicinal. Pablo trae una vez más a colación la tradición. Pero no como normas frías, sino como tradición a la que el testimonio de vida hace más creíble. Recuerda que ha vivido de lo que ganó con sus propias manos, trabajando duramente para no ser una carga para nadie (cf. 1 Cor 9,4-6; 1 Tes 2,9). Tras el ejemplo personal, enuncia el principio de que para comer hay que trabajar. Es el testigo quien habla, no el legislador.
La carta está sellada con un postscriptum. Emplea también esta ocasión para desear la paz y la gracia, un bien que está presente desde el comienzo de la carta y es considerado como el don más grande que un hombre pueda desear a las personas amadas,
Comentario del Salmo 127. Dichosos los que temen al Señor.
Se trata de un salmo sapiencial, relacionado en algún aspecto con el anterior. Ofrece una propuesta concreta de felicidad y de bendición («dichoso el que teme al Señor», «tranquilo y feliz»). Como el resto de salmos de este tipo, pretende mostrar dónde se encuentra el sentido de la vida y en qué consiste la felicidad.
El cuerpo de este salmo, que carece de introducción y de conclusión, se compone de dos partes: 1b-3 y 4-6. La primera (lb-3) comienza con la proclamación de felicidad («Dichoso...»); la segunda (4-6) comienza con la bendición. Estos dos elementos, felicidad y bendición, están destinados a la misma persona, el hombre que teme al Señor (compárese 1b con 4). Con toda probabilidad, se trata, en ambos casos, de realidades proclamadas por un sacerdote. Nos encontraríamos, por tanto, en el contexto del templo de Jerusalén.
La primera parte proclama dichoso al hombre que teme al Señor y que sigue sus caminos, es decir, que observa sus mandamientos (1b). El cumplimiento de los mandamientos tiene tres consecuencias claramente visibles, que constituyen la felicidad En primer lugar; lo referido al trabajo, acompañado de tranquilidad y felicidad (2). Producir y poder disfrutar del fruto del propio trabajo es sinónimo de felicidad. Lo contrario es la maldición, la infelicidad. El que teme al Señor participa, en cierto modo, de su proyecto creador (cf. Gén 2,15). La segunda consecuencia se refiere a la comunión entre el esposo y la esposa (La fecundidad es un don de Dios (cf. Sal 127). Aquí se compara a la esposa con una parra fecunda; esta es, tal vez, la característica más importante de una mujer en la concepción patriarcal de aquel tiempo. De hecho, la vida de la mujer se circunscribe a la «intimidad del hogar» y, des de la concepción patriarcal de este salmo, parece que su fecundidad depende de la fidelidad del esposo a los mandamientos. La palabra «intimidad» es muy importante en este salmo. En su lengua original, el primer sentido de este término es «muslo», «genitales». En sentido figurado significa «intimidad», el lugar más reservado de la casa... Podemos descubrir aquí una atrevida alusión a la sexualidad, don de Dios. Aquí podemos oír el eco de Gén 1,28. Siendo fecundos, los seres humanos imitan al Creador. La tercera consecuencia deriva de la anterior (3b): la presencia de hijos numerosos, sobre todo varones. La escena recuerda las comidas, en las que el padre y los hijos varones se sentaban a la mesa (entre los nómadas se trataba de una alfombra en el suelo). Alrededor de la mesa, los hijos semejan unos lozanos brotes de olivo. Esta imagen resulta interesante porque el olivo con sus retoños representa, entre otras cosas, la vida que se renueva a partir de un tronco envejecido, pero lleno de vitalidad. Es la concreción del mandamiento de Dios que aparece en Gén 1,28. El trabajo, una mesa abundante, la intimidad con la esposa y la fecundidad, la convivencia con los hijos, esto es la felicidad.
La segunda parte (4-6) arranca con el tema de la bendición de la misma persona que teme al Señor. Pero ahora se pasa, del trabajo y de la casas, a la ciudad, a la capital. Por medio del sacerdote, el Señor bendice a Sión con una bendición de triple consecuencia. En primer lugar, la prosperidad de Jerusalén durante todos los días ele la vida del justo (5). «Ver la prosperidad» no significa sólo poder contemplarla, sino participar de ella. En segundo lugar; la bendición se refiere a una larga vida, es decir, poder llegar a conocer a los propios nietos (6a). En tercer lugar (6h), la bendición tiene una manifestación que envuelve a todo el pueblo con la paz: «Paz a Israel.
Los salmos sapienciales son como esas frutas que se ven expuestas al calor del verano pero que no maduran hasta el otoño. Dicho de otro modo, se encuentran entre los últimos escritos del Antiguo Testamento, son los últimos textos en madurar. Fueron cristalizando a lo largo de siglos. Eliminaron todo lo innecesario, quedándose con lo esencial para que el hombre sea feliz y bendito: el temor del Señor, que se expresa en el cumplimiento de sus mandamientos. Se supera la ambición, la explotación del otro, la violación de sus derechos. La imagen de sociedad que anhela este salmo carece totalmente de la explotación de unas personas por otras (cada uno disfruta tranquilo y feliz del trabajo de sus propias manos) y elimina por completo la dominación de un grupo sobre otro o de una nación sobre otra (la prosperidad de Jerusalén, la paz en Israel). Conviene fijarse en que, del bienestar personal (el disfrute del fruto del propio trabajo, la fecundidad, los hijos, una vida larga), se pasa al bienestar social, extendiendo la situación de shalom a todo el pueblo.
Este salmo está basado en las bendiciones de Lev 26 y Dt 28. Está vinculado a la «teología de la retribución», que sostiene que la prosperidad y el bienestar son fruto del temor de Dios. El libro de Job ayuda a corregir esta visión.
En dos ocasiones se menciona el temor de Dios y en una se desea su bendición. Por tanto, se habla de él tres veces. Temer a Dios no significa tenerle miedo, sino respetarlo y respetar sus mandamientos como fuentes de felicidad y bendición. Así pues, el Señor desea que el ser humano viva feliz y disfrute de su bendición, y esto está vinculado a los mandamientos, las condiciones que Israel, como aliado del Señor; acepta cumplir. Estamos, pues, ante el Dios de la alianza que quiere la vida de todo el pueblo y, en especial, de cada persona que lo teme y sigue sus caminos.
Además, este Dios es el aliado de todo el pueblo, el que bendice a cada uno desde Jerusalén, ciudad que alberga el templo.
En el salmo anterior, hablamos de las propuestas de felicidad que proclamó Jesús. En aquel tiempo, había quienes no disfrutaban del fruto del trabajo de sus propias manos (Mt 20,7). Jesús lloró por la ciudad de Jerusalén, pues había dejado de ser la ciudad madre de la paz (Lc 13,34-35 y, sobre todo, 19,41-44).
Jesús no hizo del principio de la «retribución» el punto de partida del anuncio del Reino. Por el contrario, favoreció a los pobres y desheredados, desenmascarando a cuantos, en nombre de la religión, explotaban a los indefensos. Este es el caso de su denuncia contra los doctores de la Ley, que explotaban a las viudas con pretextos religiosos (Mc 12,38-40).
Podemos rezarlo cuando estamos buscando el sentido de la vida o algo que nos haga felices; también, en solidaridad con los que padecen explotación en el trabajo, en su salario; cuando queremos rezar teniendo presente a nuestra esposa, nuestro esposo, nuestros hijos, nuestra familia, la sexualidad; cuando soñamos con el bienestar y la paz de todos los hombres; tenemos que rezarlo pensando en aquellos que no llegan a conocer a sus hijos o nietos y teniendo presentes las causas que dan lugar a muertes prematuras; también en las peregrinaciones.
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 23,27-32. Soís hijos de los que asesinan a los profetas.
He aquí los últimos de los siete «ayes» dirigidos a los maestros de la Ley y a los fariseos hipócritas. El primero acentúa de una manera drástica el tema de la contraposición exterior/interior desarrollada en los versículos precedentes. Jesús compara a los hipócritas con «sepulcros blanqueados» (v. 27). El exterior está cuidado y resulta hermoso de ver, pero lo que hay por dentro es descomposición y muerte. En el sermón de la montaña, Jesús ya puso en guardia a sus discípulos contra el hacer el bien para que los vean los hombres (Mt 6,1). Lo que cuenta es lo que somos ante Dios, y no lo que aparentamos ante los hombres. En el último «ay» de la serie, Jesús denuncia la falsedad de los hipócritas no sólo respecto a Dios y a los hombres, sino también respecto a la historia (vv. 29-32). Sus padres rechazaron y mataron a los profetas; ellos creen poder tranquilizar su propia conciencia honrando los sepulcros y construyendo monumentos, piensan que pueden purificar la memoria del pasado olvidando o buscando justificaciones racionales y emotivas, y se sienten inocentes por el hecho de que son capaces de acusar a los otros. Se separan de sus padres y casi se avergüenzan de ellos, pero no se dan cuenta de que, si no hacen suya la herencia espiritual de los profetas, siguen matando y su culpa se vuelve más grave que la de sus padres.
Jesús habla con frecuencia en el evangelio de los profetas rechazados, perseguidos, matados (cf. Mt 13,57; Lc 6,23; 11,50; 13,34). El mismo es considerado como un profeta y se introduce en muchas ocasiones en la categoría de los profetas, es decir, entre las personas elegidas y enviadas por Dios para ser sus portavoces y para sacudir la conciencia turbia de su pueblo. También Jesús participará del destino de los profetas, también él será rechazado por los suyos y, finalmente, morirá. Frente a su muerte, habrá quien se lave las manos, quien huya, quien reniegue de él diciendo que no le conoce; habrá espectadores indiferentes; y los que se consideran inocentes echan las culpas a los otros. Siglos después, muchos lo lamentarán y construirán gran cantidad de edificios y monumentos en su honor.
¿Quién mató a Jesús? La Iglesia, desde sus comienzos, anuncia con valor en los Hechos de los Apóstoles: «Vosotros, valiéndoos de los impíos, lo crucificasteis y lo matasteis» (Hch 2,23). En este «vosotros» no están incluidos sólo los judíos y las autoridades romanas de aquel tiempo, y tampoco están incluidos sólo nuestros antepasados, sino todos nosotros. Todos, cada uno a su modo, hemos pecado, y cada pecado contribuye al sufrimiento de aquel que «llevaba nuestros dolores, soportaba nuestros sufrimientos. Aunque nosotros lo creíamos castigado, herido por Dios y humillado, eran nuestras rebeliones las que lo traspasaban, y nuestras culpas las que lo trituraban» (Is 53,4-5).
Comentario de Santo Evangelio: Mt 23,27-32, para nuestros Mayores. Parecéis honrados pero por dentro estáis repletos de hipocresía.
El aplauso de Dios. Con la sexta y séptima invectivas concluye el discurso imprecatorio de Jesús. Detrás de todos los apóstrofes hay una denuncia común: la hipocresía y doblez, que hace que la vida de los escribas y fariseos sea radicalmente esquizofrénica. Una cosa es lo que dicen y otra cosa lo que hacen (lo contrario). Su obsesión es aparentar que son virtuosos; trabajan para la galería.
Jesús lo ha denunciado reiteradas veces y alerta a los suyos para que se distancien decididamente de ellos. Advierte: “Cuando recéis o deis limosna, no os exhibáis ni toquéis la trompeta como los hipócritas para que la gente los alabe” (Mt 6,2.5). “Todo lo hacen para llamar la atención de la gente” (Mt 23,5). En definitiva, viene a decir Jesús, son unos pobres fantoches que viven de apariencias. Los califica con un símbolo estremecedor: “sepulcros blanqueados”. Para evitar tocar accidentalmente las tumbas y caer así en impureza, en Palestina se las pintaba de blanco de modo que fueran fácilmente identificables, porque están a ras del suelo. “Lo mismo vosotros, les increpa Jesús, por fuera parecéis honrados, pero por dentro estáis repletos de hipocresía e iniquidad” (Mt 23,28). Y los retrata como personas grotescas, sin dignidad ni paz interior; son personas que viven desde fuera y para fuera.
Ahora bien, todos tenemos restos humanos en el sótano de nuestra psicología, todos tenemos algo de “sepulcros blanqueados”. Mateo (repitámoslo una vez más) no consigna estos estremecedores apóstrofes de Jesús para que saciemos nuestra curiosidad sobre cómo eran aquellos enemigos de Jesús y para que nos llevemos, horrorizados, las manos a la cabeza; la finalidad de Mateo es alertar e invitar a descubrir al escriba o fariseo que todos llevamos dentro. ¿O es que creemos que no hay en nosotros actitudes farisaicas? Si existieran rayos X para el alma, ¿qué aparecería en la radiografía de nuestro espíritu o interioridad?
Autocrítica y revisión. El afán de aparentar pesa en nuestros comportamientos mucho más de lo que pensamos. “Tres Unamunos hay en mí, confesaba nuestro introvertido pensador: el Unamuno que soy en realidad, el Unamuno que quiero ser y el Unamuno que piensan los demás que soy; y éste último es el que más me influye”. Escribía el cardenal Danielou: “La sinceridad consiste en esforzarse para que nuestro porte externo coincida cada vez más con nuestro interior. Esta sinceridad exige actuar preocupándonos más de lo que agrada o desagrada a Dios, que de lo que agrada o desagrada a los hombres. Éste es uno de los puntos esenciales de la vida espiritual. Habitualmente nos domina la preocupación por agradar o desagradar a los hombres, interesados en mejorar la imagen que los otros pueden tener de nosotros. Y, sin embargo, nos preocupa poco lo que somos a los ojos de Dios; y por esta razón nos saltamos con frecuencia lo que sólo Dios ve: la oración oculta, las obras de caridad secretas. Y ponemos mayor empeño en lo que, aunque lo hagamos por Dios, lo ven también los hombres y va implicada nuestra reputación”.
El oro de nuestras acciones más generosas está mezclado con la ganga de motivaciones narcisistas. Tanto los psicólogos como los pastoralistas afirman unánimemente: “La envidia hace muchos estragos en la Iglesia”. Verdaderamente, todos llevamos dormido en nuestro interior un escriba o un fariseo hipócrita. Frente a la tentación del exhibicionismo a la que Jesús se vio sometido (Mt 4,5-7), él propone la sinceridad del corazón y la actitud de servicio. Frente a la limosna aparatosa y resonante de los escribas y fariseos, él propone el modelo de la viuda pobre que deja caer silenciosa y ocultamente su donativo heroico (Mc 12,41-44). Jesús pide que nuestro recato llegue hasta el punto de que la mano izquierda no se entere de lo que dona la derecha (Mt 6,3). Proclama con todas sus fuerzas que lo que importa no es aparecer sino ser. Lo que realmente importa no es que los hombres aplaudan nuestras obras, sino que Dios las apruebe.
Los profetas muertos y los profetas vivos. Una expresión concreta de la hipocresía de los escribas y fariseos denunciada por Jesús es su actitud ante los profetas. Abominan la perversidad de sus antepasados por haberlos asesinado y tratan de desagraviar a Dios levantándoles mausoleos y ornamentando sus tumbas. Presumen: “Si hubiéramos vivido en tiempos de nuestros padres, no habríamos sido cómplices de aquellas muertes martiriales”. ¡Pura hipocresía! Mientras reprueban el crimen de los antepasados, están preparando otro peor: la ejecución del Profeta de los profetas, a quien dicen esperar desde hace tiempo. Apenas faltan unos días para que griten a Pilato: “¡Que su sangre caiga sobre nosotros!”. A sus excusas hipócritas Jesús contestará con el lamento dolorido: “Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían... Vuestra casa se quedará desierta” (Mt 23,37-38). Con ello el evangelista alude a la destrucción de Jerusalén en el año 70 por las tropas de Tito, hecho trágico que significó la desintegración por muchos siglos del pueblo de la antigua Alianza. Pablo, desde su experiencia, acusa: “Mataron al Señor y a los profetas, y nos persiguen a nosotros” (1 Ts 2,15). Ahí está la sangre de Esteban y Santiago.
La historia se repite a lo largo de los siglos. Cada generación venera a los profetas de épocas anteriores, pero persigue a los contemporáneos. Kierkegaard dijo tajantemente: “Cuando aparece un hombre que toma en serio el Evangelio, surge automáticamente el escándalo en la escena del mundo”. “Los santos... para el cielo y los altares” es el título de una obra de J. Benavente. Allí no molestan. Con más razón habría que decir lo mismo de los profetas. Pero es que necesitamos que “nos molesten”.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 23, 27-32, de Joven para Joven. Sepulcros blanqueados.
En el fariseísmo se halla criticado y condenado todo legalismo de vía estrecha. La crítica de Jesús a este legalismo no va dirigida contra la Ley, sino contra aquéllos que, amparándose en ella, quieren burlar sus profundas exigencias, Son los leguleyos. El evangelista Mateo ha recogido el sentido profundo de esta crítica en sus célebres antítesis (5, 21ss.) y Pablo describe magistralmente esta tendencia farisaica de todo falso legalismo (Rom 2, 17ss.).
La comparación con los sepulcros blanqueados es bien elocuente. Para los judíos, los sepulcros eran lugares impuros. Y tenían la costumbre de pintarlos de blanco — sobre todo por la Pascua, cuando acudían a Jerusalén tantos peregrinos— para que la gente se diese cuenta de dónde estaban y pudiesen evitar la «impureza» que suponía pisar sobre ellos, o, tal vez, Jesús estuviese pensando en las suntuosas tumbas paganas construidas con mármol o pintadas de blanco Nos inclinamos, más bien, por lo primero. En todo caso el punto central de la comparación es claro: contraposición entre lo exterior y lo interior. La maldad del espíritu fariseo está en que, bajo el pretexto de cumplir la Ley, lo que pretenden es burlar sus exigencias más profundas. Legalistas sin Ley sería su mejor definición. Y de ahí derivaba también su hipocresía, porque no cumplían la Ley y se vanagloriaban, de ella (6, 2. 5.16: utilizaban el cumplimiento de las prescripciones legales para adquirir fama y prestigio ante los hombres.). Este contrasentido se llama hipocresía.
La segunda amenaza que recoge nuestra sección tiene también que ver con los sepulcros. Aunque no sabemos con exactitud cuántos fueron los profetas martirizados (la Escritura solamente habla de Zacarías, 2Crón 24, 20-22), la leyenda judía había aumentado notablemente este número hasta universalizar esta clase de muerte para ellos. Por otra parte, en el judaísmo contemporáneo había surgido una especie de culto a los profetas martirizados y a los grandes hombres de la historia de su pueblo. En Hebrón se conservan, actualmente, los sepulcros de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob. Se les construían monumentos o, tal vez mejor, capillas expiatorias. Sobre estos datos se basan las palabras de Jesús: por vuestras venas corre sangre de asesinos. Y vosotros llevaréis hasta su culminación la trayectoria que comenzaron vuestros antecesores.
Jesús era bien consciente de la suerte que le esperaba. Cuando dice «colmad vosotros la medida de vuestros padres», está aludiendo a su muerte. Por ser «el Profeta» (Deut 18, 15) debe correr la misma suerte que los profetas. Y serán ellos, los escrupulosos de la Ley, los encargados de ejecutar la sentencia en el gran y trágico drama que constituye la historia de la salvación.
Elevación Espiritual para este día.
¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas, que os parecéis a sepulcros blanqueados...! Luego les echa nuevamente en cara su vanagloria, llamándolos sepulcros blanqueados y añadiendo siempre la imprecación de «hipócritas». Esa era la causa de todos sus males, ése el motivo de su perdición. Y no los llamó simplemente sepulcros blanqueados, sino que afirmó que estaban rebosantes de inmundicia y de hipocresía. Al decir esto, señalábales el Señor la causa por que no habían creído, es decir, porque estaban llenos de hipocresía y de iniquidad. Mas no fue sólo Cristo; también los profetas les increpan continuamente de que sus príncipes se entregan a la rapiña y no juzgan conforme a razón de justicia. Y dondequiera puede verse cómo son rechazados los sacrificios y se busca pureza y justicia. De suerte que nada hay de sorprendente, nada de nuevo, ni en lo que el Señor manda, ni en lo que acusa, ni en la imagen misma del sepulcro. De ella, en efecto, se vale el profeta, y tampoco éste los llama simplemente sepulcros, sino que dice ser su garganta como un sepulcro abierto. Tales son también ahora muchos, muy bien adornados por fuera, pero llenos por dentro de iniquidad. A la verdad, también ahora se pone mucho empeño, mucho cuidado, en la limpieza exterior; en la del alma, ninguno. Mas, si abriéramos la conciencia de cada uno, ¡cuántos gusanos, cuánta podredumbre, no hallaríamos dentro! ¡Qué hedor tan indescriptible! Los deseos torpes y perversos, quiero decir, más repugnantes que los mismos gusanos.
Reflexión Espiritual para el día.
El que quiere tener éxito en los negocios difícilmente evita estimular la avidez de los clientes, incentivar su ansia de posesión, convencerles de que deben conseguir a toda costa los bienes en cuestión, si quieren ser alguien en la sociedad y pertenecer a la clase superior, ir vestidos a la moda, disponer de los hallazgos más recientes de la técnica. La llamada se dirige por eso casi exclusivamente a los instintos humanos; por ejemplo, a la vanidad y al deseo de sobresalir, a la necesidad de conformismo o al impulso de distinguirse; por consiguiente, a aspiraciones que, desde el punto de vista ético, no acostumbramos a considerar de un nivel particularmente alto. A esto hemos de añadir que el fuego constante de los anuncios a los que estamos expuestos a diario está adaptado para driblar los criterios de valor que tenemos en nosotros. Estos anuncios, en efecto, nos convencen de que nuestra felicidad y nuestro bienestar dependen de la posesión de esos bienes tan ensalzados, de los que no es posible prescindir en nuestros días.
Si queremos ser honestos, debemos admitir que la moderna economía de mercado no se muestra neutral con respecto al idealismo y al materialismo, sino que favorece en los temas económicos una visión del mundo en la que se atribuye a las cosas materiales y terrenas una importancia muy superior a las otras. Es cierto que, desde un punto de vista puramente formal, es posible pensar que los interesados tienen una total libertad de elección. Ahora bien, esta alusión olvida por completo el hecho de que las personas, en su vida cotidiana marcada por la economía, están expuestas de una manera casi exclusiva a la constante seducción de consumir cada vez más bienes del mercado para llegar a ser así «felices».
El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: La pereza, el ardor en el trabajo…
Hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo...
Pablo no está nunca solo. Jesús vive en él. Cuando habla Pablo, es Jesús quien habla. Os mandamos en nombre de nuestro Señor Jesucristo que os apartéis de todo hermano que viva en la ociosidad y no según la tradición que de nosotros recibisteis.
Vimos ayer que estar a la espera de la parusía puede ser una fuente de alegría y de esperanza; pero no debe ser nunca una ocasión de evadirse de las realidades temporales. El cielo no es un opio. Y Pablo aconsejará a sus fieles que se comprometan a fondo con sus tareas profesionales. Mi oficio, mi tarea concreta de cada día.
Me detengo a pensar en ello en este mismo momento. ¡Es algo que interesa a Jesucristo, el Señor! En nombre del Señor Jesús, Pablo llega a decir ¡que hay que evitar el trato con la gente ociosa! Si alguno no quiere trabajar, ¡que tampoco coma! Esta era la consigna que daba Pablo.
La pereza, el ardor en el trabajo... no son cosas solamente profanas. Resulta conveniente pensar en tantos hombres y mujeres que trabajan y que, sin saberlo quizá, cumplen así la «voluntad de Dios». Te ofrezco, Señor, la vida de todos los trabajadores. Atiende muy particularmente a los que tienen un trabajo penoso..., a los que están en paro... a aquellos a quienes no alcanza lo que ganan para cubrir las necesidades cotidianas...
Ya sabéis vosotros cómo debéis imitarnos. Estando entre vosotros no hemos vivido en la ociosidad, ni comimos de balde el pan de nadie, sino que en la fatiga y el cansancio día y noche trabajamos para no ser una carga a ninguno de vosotros.
San Pablo era tejedor. Ganaba su vida. Se adelantó a los sacerdotes obreros. Ciertamente teníamos derecho a ello pero así os dimos en nosotros un modelo a imitar. Pablo no ignora que Jesús había dicho a los apóstoles que «el obrero merece su salario» (Mateo 10, 10), para afirmar que la comunidad debía atender las necesidades de aquellos que ocupaban todo su tiempo en evangelizar. Pero él, Pablo, quiere ser una excepción, para «dar ejemplo del trabajo asalariado normal». Esto subraya toda la dignidad y el valor de ese trabajo.
Que el Señor dé la paz, os conceda la paz, en todo tiempo y en todos los órdenes. Los griegos se saludaban deseándose «la alegría»: «regocíjate».
Los romanos se deseaban la «salud», ¡salve! Los judíos se saludaban deseándose «la paz», dicen todavía hoy. Es el saludo que Pablo usa. La paz en todo tiempo y en todos los órdenes, de parte de Dios.
Y que el Señor esté con todos vosotros. Este deseo se nos repite en todas las misas. Debería desempolvarse para devolverle todo su valor. Es la más hermosa expresión que se puede decir a alguien. La repito pensando en aquellos que amo y estimo. +
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