26 de Agosto 2010. JUEVES DE LA XXI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 1ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA. SANTA TERESA DE JESÚS JORNET EIBARS, virgen Patrona de la ancianidad., Memoria obligatoria. SS. Melquisedec Antiguo Testamento, Juana Isabel vg, Beato Junípero Serra pb.
LITURGIA DE LA PALABRA
1Cor 1, 1-9: Por él han sido enriquecidos en todo
Salmo 144: Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.
Mt 24, 42-51: Estén preparados
En el evangelio del día de hoy nos encontramos con una clara invitación a estar preparados para la inminente llegada del reino. Ahora bien, es importante reconocer que en las primeras comunidades cristianas esta dimensión escatológica o con miras al fin último, se fue desgastando por las persecuciones y las continuas crisis. En ese sentido el texto tiene un gran valor, en cuanto apunta a llenar de dinamismo la espera, imprimiéndole radicalidad y ética.
Ser empleados fieles consiste en no parar en la tarea encomendada de anunciar y construir el reino. Esa tarea supera las euforias y las crisis, es algo constante que no para; sólo quienes permanezcan firmes en dicho compromiso estarán en condiciones de ver y entender la venida plena del reino. Jesús hace su intervención en las coordenadas de la historia, de las realidades personales y comunitarias.
El mundo de hoy tiende a sumirse en la desesperanza, causada por las inabarcables realidades del empobrecimiento, el hambre creciente, la exclusión sistemática de quienes no sirven para la generación de capital. Es ahí, en esos escenarios, en los que los cristianos hemos de ejercer nuestro compromiso.
El compromiso que tenemos como cristianos no da espera y no se puede dejar enfriar; es necesario retroalimentarlo, cualificarlo, actualizarlo. De tal manera siempre estaremos encontrando motivos para seguir construyendo, para seguir luchando de acuerdo a los desafíos de los nuevos tiempos.
PRIMERA LECTURA.
1Corintios 1, 1-9
Por él habéis sido enriquecidos en todo
Yo Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, y Sóstenes, nuestro hermano, escribimos a la Iglesia de Dios en Corinto, a los consagrados por Cristo Jesús, a los santos que él llamó y a todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor de ellos y nuestro.
La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros.
En mi acción de gracias a Dios os tengo siempre presentes, por la gracia que Dios os ha dado en Cristo Jesús. Pues por él habéis sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo.
De hecho, no carecéis de ningún don, vosotros que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él os mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de qué acusaros en el día de Jesucristo, Señor nuestro. Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo Señor nuestro. ¡Y él es fiel!
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 144
R/. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.
Día tras día, te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre jamás. Grande es el Señor, merece toda alabanza, es incalculable su grandeza. R.
Una generación pondera tus obras a la otra, y le cuenta tus hazañas. Alaban ellos la gloria de tu majestad, y yo repito tus maravillas. R.
Encarecen ellos tus temibles proezas, y yo narro tus grandes acciones; difunden la memoria de tu inmensa bondad, y aclaman tus victorias. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 24, 42-51
Estad preparados
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que, si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre. ¿Dónde hay un criado fiel y cuidadoso, a quien el amo encarga de dar a la servidumbre la comida a sus horas? Pues dichosos ese criado si el amo, al llegar, lo encuentra portándose así. Os aseguro que le confiará la administración de todos sus bienes. Pero si el criado es un canalla y, pensando que su amo tardará, empieza a pegar a sus compañeros y a comer y a beber con los borrachos, el día y la hora que menos se lo espera llegará el amo y lo hará pedazos, como se merecen los hipócritas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes".
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA
1Cor 1, 1-9: Por él han sido enriquecidos en todo
Salmo 144: Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.
Mt 24, 42-51: Estén preparados
En el evangelio del día de hoy nos encontramos con una clara invitación a estar preparados para la inminente llegada del reino. Ahora bien, es importante reconocer que en las primeras comunidades cristianas esta dimensión escatológica o con miras al fin último, se fue desgastando por las persecuciones y las continuas crisis. En ese sentido el texto tiene un gran valor, en cuanto apunta a llenar de dinamismo la espera, imprimiéndole radicalidad y ética.
Ser empleados fieles consiste en no parar en la tarea encomendada de anunciar y construir el reino. Esa tarea supera las euforias y las crisis, es algo constante que no para; sólo quienes permanezcan firmes en dicho compromiso estarán en condiciones de ver y entender la venida plena del reino. Jesús hace su intervención en las coordenadas de la historia, de las realidades personales y comunitarias.
El mundo de hoy tiende a sumirse en la desesperanza, causada por las inabarcables realidades del empobrecimiento, el hambre creciente, la exclusión sistemática de quienes no sirven para la generación de capital. Es ahí, en esos escenarios, en los que los cristianos hemos de ejercer nuestro compromiso.
El compromiso que tenemos como cristianos no da espera y no se puede dejar enfriar; es necesario retroalimentarlo, cualificarlo, actualizarlo. De tal manera siempre estaremos encontrando motivos para seguir construyendo, para seguir luchando de acuerdo a los desafíos de los nuevos tiempos.
PRIMERA LECTURA.
1Corintios 1, 1-9
Por él habéis sido enriquecidos en todo
Yo Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, y Sóstenes, nuestro hermano, escribimos a la Iglesia de Dios en Corinto, a los consagrados por Cristo Jesús, a los santos que él llamó y a todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor de ellos y nuestro.
La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros.
En mi acción de gracias a Dios os tengo siempre presentes, por la gracia que Dios os ha dado en Cristo Jesús. Pues por él habéis sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo.
De hecho, no carecéis de ningún don, vosotros que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él os mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de qué acusaros en el día de Jesucristo, Señor nuestro. Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo Señor nuestro. ¡Y él es fiel!
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 144
R/. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.
Día tras día, te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre jamás. Grande es el Señor, merece toda alabanza, es incalculable su grandeza. R.
Una generación pondera tus obras a la otra, y le cuenta tus hazañas. Alaban ellos la gloria de tu majestad, y yo repito tus maravillas. R.
Encarecen ellos tus temibles proezas, y yo narro tus grandes acciones; difunden la memoria de tu inmensa bondad, y aclaman tus victorias. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 24, 42-51
Estad preparados
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que, si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre. ¿Dónde hay un criado fiel y cuidadoso, a quien el amo encarga de dar a la servidumbre la comida a sus horas? Pues dichosos ese criado si el amo, al llegar, lo encuentra portándose así. Os aseguro que le confiará la administración de todos sus bienes. Pero si el criado es un canalla y, pensando que su amo tardará, empieza a pegar a sus compañeros y a comer y a beber con los borrachos, el día y la hora que menos se lo espera llegará el amo y lo hará pedazos, como se merecen los hipócritas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes".
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: 1 Corintios 1,1-9. Por él habéis sido enriquecidos en todo.
Pablo ha estado año y medio en Corinto, ha vivido allí un período de intensa actividad evangelizadora, conoce bien las luces y las sombras, los recursos y los problemas de esta comunidad, a la que está ligado por un afecto profundo. El fragmento que hemos leído hoy es el comienzo de la primera carta que dirigió a la comunidad, provocada por ciertas noticias preocupantes y por ciertas preguntas que le habían sometido a su juicio. Siguiendo el esquema epistolar usual, se ponen de relieve en el preámbulo las relaciones que existen entre el remitente y el destinatario. Aquí se presenta Pablo a sí mismo como «apóstol», es decir, «enviado» (v. 1), con el subrayado de que esta identidad suya le viene de Dios a través de una llamada expresa. Esta autoconciencia de Pablo es firme y segura, y la manifiesta en casi todas sus cartas. Densos de sentido teológico son asimismo los títulos de la comunidad. «La iglesia de Dios que está en Corinto» (v. 2) indica que toda comunidad local, aunque tenga unos fundadores humanos, es obra divina. Los miembros de las comunidades locales, en comunión con la Iglesia universal, presente en todo el mundo, han sido santificados por Jesús y están en una continua tensión hacia la santidad plena, que se puede llevar a cabo a través de diferentes formas de vida.
En la acción de gracias, común en sus cartas, Pablo deja aparecer un claro entusiasmo por la riqueza de los dones otorgados a los corintios (vv. 4ss). De estos dones hablará, después, de una manera explícita en los capítulos 12-14. Menciona, en particular, los dones de la “Palabra” y del «conocimiento», que eran los más estimados y buscados por los corintios. Sin embargo, a pesar de haber sido bendecidos con tanta gracia divina, los corintios no deben considerar que ya han llegado a la meta y son perfectos, sino que se deben considerar como gente en camino hacia la manifestación plena de la gloria del Señor. De ahí la recomendación de permanecer firmes en la fe, fiándose de la fidelidad de Dios.
Comentario del Salmo 144. Bendeciré tu por siempre, Dios mío, mi rey.
Este salmo es un himno de alabanza. Con él se abre la gran alabanza que cierra el Salterio. De hecho, todos los salmos, desde aquí hasta el final, pertenecen a este mismo tipo. Además es un salmo alfabético, esto es, cada uno de sus versículos comienza, por orden, con una letra del alfabeto hebreo (los demás salmos alfabéticos son: 9-10; 25; 34; 37; 111-112; 119).
Este salmo consta de introducción (ib-2), cuerpo (3.20) y conclusión (21). El cuerpo (3-20) puede, a su vez, dividirse en cuatro partes, cada una de las cuales comienza con una afirmación referida al Señor: 3-7 (el Señor es justo); 8-13a (el Señor es clemente y misericordioso); 13b-16 (el Señor es fiel); 17-20 (el Señor es justo).
En la introducción (b-2), el salmista hace tres cosas: exalta, bendice (dos veces) y alaba. La razón de esta alabanza es Dios, al que se llama «Dios mío, mi rey», y su nombre (ese nombre es «el Señor» —Yavé en hebreo, cf. Ex 3,14— y aparecerá muchas veces a lo largo del cuerpo del salmo). Esta alabanza no cesará nunca. Encontramos tres referencias al respecto: se trata de las expresiones «por siempre jamás» (dos veces) y «todos los días». Por otro lado, resulta interesante constatar cómo este clima de totalidad y de perennidad recorre el salmo de un extremo a otro (véase, por ejemplo, la frecuencia de la palabra «todos» en 17-21).
La primera parte (3-7) desarrolla la cuestión «el Señor es grande» (3a). Este es el motivo de la alabanza. Encontramos algunos términos importantes que explican en qué consiste esa grandeza: obras, hazañas, maravillas, terrores, inmensa bondad y justicia. Detrás de todas estas expresiones se encuentran las grandes acciones del Señor; la creación y, sobre todo, la liberación de Egipto, calificada siempre de «maravilla» y «hazaña». La grandeza del Señor, por tanto, reside en su intervención en la historia, creando y liberando. El recuerdo de todas estas cosas, que pasa de generación en generación (4a), mantiene vivas la alabanza y la celebración. Cada una de las partes del cuerpo del salmo insiste en las obras del Señor (cf. 4a).
En la segunda parte (8-13a), se alaba al Señor por su clemencia, su misericordia y su bondad (8-9). Se trata del convencimiento de que Dios permanece fiel al pueblo a pesar de las infidelidades de sus aliados, La clemencia y la misericordia del Señor se traducen en que es lento a la cólera y rico en amor (8b). Aparece de nuevo el tema de las obras de Dios (9b.l0a), de sus hazañas (11b.12a) y se añade el tema de la realeza o reinado de Dios. Tres veces aparece la expresión «tu reino», que desarrolla el título inicial «mi rey» (1b); y se afirma el carácter perenne de este reinado: «por todos los siglos», «por generaciones y generaciones» (13a). El motivo del reino o del reinado del Señor es interesante y se opone, en cierta manera, a los salmos reales. Se afirma la existencia de un Rey cuyo reinado es «para siempre». ¿Dónde estaban los reyes de Israel en la época en que surgió este salmo?
En la tercera parte (13b-16), se alaba la fidelidad del Señor, que se traduce en que es bondadoso en todas sus obras (13b). Hay cinco acciones que caracterizan esta bondadosa fidelidad: el Señor sostiene, endereza, da alimento, abre la mano y sacia. Aparece aquí el amor de Dios por los que caen y se doblan, es decir, su amor en favor de los oprimidos.
En la cuarta parte (17-20), se alaba al Señor justo en sus caminos y fiel en todas sus obras (17). Seis son los verbos que caracterizan su justicia: está cerca de cuantos lo invocan, satisface los deseos de los que lo temen, escucha su grito y los salva, guarda a los que lo aman y destruye a todos los malvados. La justicia del Señor es su alianza con quien lo invoca, lo teme, lo ama y dama a él. El Señor lo libera, destruyendo a los malvados.
La conclusión (21) retorna los temas de la introducción. El salmista promete alabar a Dios con su boca (cf. 2b), bendecir su nombre santo con todo el ser (cf. 1b), por siempre jamás (compárese esta expresión con la introducción).
Este salmo es el himno de alabanza de una persona que invita a otras a que se unan a su oración. El contexto es público y el motivo de la alabanza son las obras del Señor en la historia del pueblo. Dicho con otras palabras, este salmo quiere alabar a Dios a partir de los siguientes motivos: el Señor es grande, el Señor es clemente y misericordioso, el Señor es fiel y bondadoso, el Señor es justo. Estos cuatro títulos resumen todo lo que ha sido Dios en la vida de Israel. Sus hazañas y maravillas están relacionadas, principalmente, con el éxodo.
En este salmo hay algunos focos de tensión, lo que indica que surgió en medio de un contexto difícil y conflictivo. No se habla del rey de Judá, sino de la realeza y del reinado del Señor. Se dice que hay gente que cae y que se dobla (14), es decir, que padece opresión. También sabemos de la existencia de malvados a los que destruirá el Señor (20b).
Los títulos que se da al Señor sintetizan el rostro de Dios en este salmo: grande, clemente, misericordioso, bueno, compasivo, fiel, bondadoso y justo. La expresión «Dios mío» lo presenta corno el aliado que hace justicia, que defiende a los que ya se doblan de la ambición de los malvados. Su nombre (1b.21b) es «el Señor» (Yavé) y es un nombre vinculado al éxodo, a la liberación y a la alianza, hechos que se consideran «hazañas» y «maravillas». Dios aparece también corno creador y dador de vida para todos.
Este salmo resuena de muchas maneras en Jesús, sobre todo en sus obras y en sus maravillas. El sostuvo a los que caían y, literalmente, enderezó a los que estaban doblados (Lc 13,10-17). El Reino que él inauguró no tiene fin (Lc 1,34), cada vez está más próximo (Mc 1,15) y nos compromete (Mt 10,7).
Hay que rezarlo como alabanza, contemplando las obras de Dios, sus hazañas, sus maravillas, su grandeza, su clemencia, su bondad, su fidelidad y su justicia; hay que alabar al Señor cuando vemos cómo su Reino echa raíces en la sociedad, cuando la gente tiene pan para comer, cuando se sostiene a los que caen, cuando se libera a los que viven doblegados y cuando se escucha el grito de los que claman...
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 24,42-51. Estad preparados.
Este pasaje se encuentra situado, en el marco del relato de Mateo, en el último gran discurso de Jesús: el «Discurso escatológico» (capítulos 24 y 25), dominado por la descripción de las tribulaciones de Jerusalén y de las persecuciones por las que pasa la Iglesia, por el anuncio de la crisis cósmica que precederá al final y por la consecuente necesidad de vigilancia. El objetivo del discurso no es meter miedo; al contrario, pretende animar. La historia no tiene sólo un final, sino una consumación; el mundo no camina hacia las catástrofes, aunque las habrá, sino que se abre a una nueva belleza. Pablo dirá que la vida humana es toda ella un trabajo de parto para alumbrar la nueva creación (cf. Rom 8,1 9ss).
Desde esta perspectiva, Jesús exhorta a la vigilancia en la espera e ilustra este tema con cuatro parábolas, la primera de las cuales es la que hemos leído. «Velad», «estad preparados»: éstas son las palabras claves. En efecto, si bien es cierta la venida del Señor, el momento no lo es. La imagen del «ladrón» (v. 43) da viveza al sentido de imprevisto: era una imagen muy conocida en la Iglesia primitiva y aparece también en el pensamiento de Pablo (cf. 1 Tes 5,2-4). No es sólo el amo el que debe velar la casa; también han de hacerlo los criados que aman al amo y a la casa. El siervo «fiel y sensato» (v. 45) hace las veces del amo, se muestra amoroso con los compañeros y responsable en las tareas que le han sido confiadas. Hace lo contrario que el criado malo, que, al ver que no llega el amo, se aprovecha para dar rienda suelta a sus placeres desenfrenados, se pone a hacer de amo derrochando los bienes y maltratando a sus compañeros. Es de esperar que el final de estos dos criados sea muy diferente.
Pablo tranquiliza a los cristianos de Corinto: Dios es fiel, él «os mantendrá firmes hasta el fin, para que nadie tenga de qué acusaros en el día de nuestro Señor Jesucristo». Jesús nos explica en el evangelio con esta parábola lo que significa que nadie tenga de qué acusarlos hasta el final. El Señor nos pone ante dos certezas: nuestra vida tendrá un final, deberemos dar cuenta de nuestra vida al final.
Somos «seres temporales». La Biblia, para hablar de esto, no emplea ni conceptos racionales, ni argumentaciones sistemáticas, sino que asume un lenguaje poético y evocador; introduce símbolos concretos, tomados de la vida diaria: hierba, flores, sombra, soplo, polvo, el tejido cortado por la urdimbre, la lanzadera que corre veloz, las hojas del árbol que caen dejando sitio a otras nuevas, etc. Todos estos símbolos hablan de fragilidad y de caducidad. La muerte es la realidad más cierta de la vida, y es de tontos no tenerla presente. El sabio Ben Sirá enseña: «Como hojas verdes en árbol frondoso, que unas caen y otras brotan, así las generaciones de carne y sangre unas mueren y otras nacen. Toda obra corruptible perece, y su autor se va tras ella» (Eclo 14,18-19). «En todo lo que hagas ten presente tu final» (Eclo 7,36). Quien olvida el pensamiento de su propio final no llega nunca a la madurez de la vida y permanece en la superficie de la misma.
Por largo o corto que sea nuestro vivir en la tierra, no somos amos absolutos de nuestra vida; somos más bien sus administradores. La rendición de cuentas final es necesaria, y no es posible huir ni jugar con astucia. La responsabilidad del siervo de la parábola es múltiple: el amo le ha confiado a sus criados y le ha confiado el cuidado de sus propios bienes. Esa responsabilidad es también la nuestra. Deberemos presentarnos irreprensibles ante el Señor, amo de nuestra vida, ante los otros siervos compañeros de camino, ante la casa que es nuestro mundo y nuestra historia.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 24,42-51, para nuestros Mayores. Estad en vela.
La vida es una misión. El discurso escatológico es el último de los cinco que componen el evangelio de Mateo. Hace referencia a la segunda venida y a la consumación de la historia. En la redacción de Mateo el tema del juicio final se presenta desde la perspectiva del anuncio de la ruina de Jerusalén y de su templo en el año 70, hecatombe que había tenido lugar pocos años antes. Junto al anuncio apocalíptico y figurado del fin del mundo sitúa Mateo las parábolas de la “parusía”, es decir, de la venida gloriosa del Señor. Se denominan parábolas de la vigilancia, y se encuentran en los capítulos 24 y 25 de su evangelio.
En torno a la última venida del Señor, existen al mismo tiempo una certeza y una incertidumbre. Sabemos que vendrá, pero, como afirman reiteradamente el Señor y Pablo, “sabéis que el día del Señor llegará como un ladrón en la noche” (1 Ts 5,2). “Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora” (Mt 25,13)
A pesar de esta incertidumbre, algunas comunidades cristianas primitivas vivían una psicosis adventista; creían que estaban en vísperas del retorno del Señor. En concreto, en Tesalónica esto llevaba a algunos de sus miembros a holgazanear y a vivir a costa de los demás (2 Ts 3,7-9). Éste es precisamente el gran subterfugio que utilizan las sectas para esquilmar a sus adeptos. Pablo les amonesta diciéndoles que han de trabajar como él lo hace; han de esperar como si mañana fuera el día pero, al mismo tiempo, han de trabajar como si fueran ciudadanos eternos del mundo: “El que no trabaja, que no coma” (2 Ts 3,10). Sobre nosotros ha venido la luz del día; los que están en el día trabajan, son honestos. Los que están en la noche son los que duermen, se pervierten, roban, se emborrachan y lujurian (cf. 2 Ts 5,4ss).
En este pasaje el evangelista presenta dos parábolas; en ellas se compara a la muerte con un ladrón y al Señor con un amo que encomienda una tarea y se ausenta. Ante los enigmas de la vida mucha gente sufre angustia y desorientación: “No sabe uno para qué viene a este mundo. Vemos y sufrimos calamidades; y, total, después no sabemos si hay algo...”.
¡Qué triste es ir por los caminos de la vida entre tinieblas, sin saber de dónde se viene ni a dónde se va! En cambio, el mensaje de Jesús es fascinante y sumamente revelador. Es todo un tratado sobre el sentido de la vida y de la historia. El Dios de la vida y del amor nos ha llamado por nuestro propio nombre para que seamos miembros activos de su gran familia, la humanidad. Alguien (¡nada menos que Dios!) se fía de cada uno de nosotros y nos confía una misión importante que realizar en la vida. Por eso es preciso aprovechar avaramente el tiempo para que la tarea quede cumplida.
Nos examinarán del amor. Las dos parábolas nos invitan a la vigilancia. La muerte, con frecuencia, es sorpresiva. Pero es preciso resaltar, en la segunda parábola, el tema del examen, es decir, aquello en lo que se fijará el Señor a la hora de determinar el valor de una vida. Nos recuerda que unos somos responsables de la vida de otros. Al mayordomo se le encomendaron los criados: le corresponde vigilar que estén bien alimentados, que no les falte nada de lo necesario, que vivan en armonía. Hay en ello una referencia a los responsables de la comunidad. “Ellos se desvelan por vuestro bien, sabiéndose responsables de vosotros” (Hb 13,17). Si el mayordomo ha cumplido de esta manera, su vida será aprobada; si, por el contrario, ha tomado poco en serio su responsabilidad, ha abusado de su autoridad y ha descuidado el servicio, el Señor desaprobará definitivamente su vida. Pedro repite las consignas de Jesús (1 P 5,1-4).
La palabra del Señor nos recuerda que somos solidarios, responsables los unos de los otros, que vamos en caravana a la casa del Padre, como el pueblo hebreo en su peregrinación por el desierto. El mayordomo sólo podía salvarse viviendo su responsabilidad como servicio a los compañeros. “En el atardecer de la vida se nos examinará del amor”, dijo san Juan de la Cruz. Por eso, los diversos autores del Nuevo Testamento repiten que el gran y único tema del examen es el amor. Si afirma el Señor: “Éste es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15,12), es natural que el único tema del examen final sea el amor, la actitud frente a los demás: “Tuve hambre, fui forastero, estuve encarcelado, solo, deprimido... ¿qué hiciste?”. Serán los socorridos los que pronunciarán nuestra sentencia (Mt 25,40). Por eso Juan asegura que todo el que ama, ha sido ya juzgado (1 Jn 4,17-18), porque ha aprobado el único tema del examen: el amor servicial a los demás.
El valor de la esperanza. El tema de la llegada del Señor, de nuestra muerte, no ha de despertar en nosotros temor, sino esperanza. El mayordomo que ha sido fiel a la misión encomendada no tiene por qué sentir miedo. ¿Qué puede esperar, sino la recompensa? San Agustín preguntaba: “¿Quién tiene temor a la vuelta del esposo, sino la mujer adúltera?” La mujer fiel, que le ama entrañablemente, está ansiando su retorno”.
Sé de personas aterrorizadas ante la muerte. Es natural. Tienen mala conciencia. Santa Mónica le decía a su hijo Agustín: “Hijo mío, por lo que a mí respecta, ya nada me deleita en esta vida. Qué es lo que hago aquí y por qué estoy aún aquí, lo ignoro, pues no espero ya nada de este mundo. Una sola cosa me hacía desear que mi vida se prolongara por un tiempo: el deseo de verte cristiano antes de morir. Dios me lo ha concedido con creces, ya que te veo convertido en uno de sus siervos, habiendo renunciado a la felicidad terrena. ¿Qué hago ya en este mundo?”.
He conocido sacerdotes y seglares que han brindado con sus amigos por su próxima muerte. Es el momento de reafirmamos en el esfuerzo por llenar nuestra vida haciendo el bien. “Todavía os queda un rato de luz; caminad mientras tenéis luz, antes de que os sorprendan las tinieblas” (Jn 12,35). “Mientras tenemos tiempo, trabajemos por el bien de todos” (Gá 6,10).
Comentario del Santo Evangelio: Mt 24, 42-51, de Joven para Joven. El siervo responsable.
El título que hemos dado a la parábola supone un esfuerzo conciliador. Mateo habla de «siervo»; Lucas de “administrador” (Lc 12, 4 1-46). El significado es el mismo. El concepto de «administrador» implica la responsabilidad que le ha sido confiada. Mateo utiliza la palabra “siervo”, que encaja mejor en su evangelio, cuyos destinatarios inmediatos eran los judíos o judíocristianos, El hombre familiarizado con la Biblia debe saber que la palabra «siervo» indica también la elección de Dios para una misión o cargo de responsabilidad.
Jesús, al hablar de la vigilancia implicada en la naturaleza misma del reino, extiende su necesidad, de modo particular, a los responsables del nuevo Israel, a los dirigentes de la Iglesia. La parábola describe exclusivamente las obligaciones ineludibles y la actitud constante de servicio del mencionado «siervo» o «administrador» elegido por el Señor. No menciona para nada sus derechos y poderes. Aunque los supone, al situarse en la hipótesis de que esa actitud obligada de servicio puede convertirse en actitud despótica de mando desmesurado o de señorío ambicioso.
Jesús cuenta con la posibilidad de que el «siervo» se proponga no precisamente servir sino ser servido. En este caso traicionaría sustantivamente su misión específica. Y si la venida de su Señor le sorprende obrando de esta forma, se habría ganado un puesto de honor entre los hipócritas, infieles e impíos. Las tres palabras son sinónimas. En definitiva, entre aquellos que serán alejados para siempre de su Señor.
La parábola cuenta con esta posibilidad, pero no la pone en primer plano. Quiere, más bien, destacar la actitud vigilante del «siervo» a quien ha sido confiada la dirección de sus consiervos, del pueblo fiel. El siervo responsable debe proporcionar a sus consiervos las provisiones necesarias. Manifestar la voluntad del único Señor de todos y procurar que se cumpla, para que todos sean galardonados y puedan sentarse en la sala del festín de bodas. Para que todos puedan entrar en el reino de los cielos cuando venga el Señor.
La parábola adquiere un tinte de seria amonestación. No debe ocurrir con los dirigentes del nuevo Israel lo que ocurrió en los tiempos de Cristo con los responsables inmediatos del pueblo: «Ay de vosotros, doctores de la Ley, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia; y ni entráis vosotros ni dejáis entrar» (Lc 11, 52). Ellos tenían la llave de la ciencia, la llave de acceso al reino de Dios, en un conocimiento teológico raquítico y repelente. Sus imposiciones y exigencias, su interpretación minimista y ridícula de la Ley, no dejaban ver ni su verdadero contenido ni, mucho menos, al autor de la misma. También aquí los árboles impedían ver el bosque. Y ante esta presentación empobrecida y minimizada del reino de Dios no valía la pena esforzarse por entrar en él. Era una consecuencia lógica de todos aquéllos que conocían el mensaje divino a través de aquellos dirigentes espirituales del pueblo. Al «siervo responsable» se le exige una actitud vigilante e inteligente.
Elevación Espiritual para este día.
Luego, otra vez, porque no le preguntaran, añadió: Vigilad, pues, porque no sabéis en qué momento ha de llegar vuestro Señor. No dijo: «Porque no sé», sino: Porque no sabéis. Cuando ya casi los había llevado a la hora misma y puesto tocando a ella, nuevamente los aparta de toda pregunta, pues quiere que estén en todo momento alerta. De ahí que les diga: Vigilad, dándoles a entender que por eso no les había dicho el día. Por eso les dice: Comprended que, si el amo de casa hubiera sabido a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, hubiera estado alerta y no hubiera dejado que le perforaran la casa. Por eso, estad también vosotros preparados, pues en el momento que no pensáis vendrá el Hijo del hombre. Si les dice, pues, que vigilen y estén preparados es porque, a la hora que menos lo piensen, se presentará él. Así quiere que estén siempre dispuestos al combate y que en todo momento practiquen la virtud. Es como si dijera: si el vulgo de las gentes supieran cuándo habían de morir, para aquel día absolutamente reservarían su fervor.
Así pues, porque no limitaran su fervor a ese día, el Señor no revela ni el común ni el propio de cada uno, pues quiere que le estén siempre esperando y sean siempre fervorosos. De ahí que también dejó en la incertidumbre el fin de cada uno. Luego, sin velo alguno, se llama a sí mismo Señor, cosa que nunca dijo con tanta claridad. Mas aquí paréceme a mí que intenta también confundir a los perezosos, pues no ponen por su propia alma tanto empeño como ponen por sus riquezas los que temen el asalto de los ladrones. Porque, cuando éstos se esperan, la gente está despierta y no consiente que se lleven nada de lo que hay en casa. Vosotros, empero, les dice, no obstante saber que vuestro Señor ha de venir infaliblemente, no vigiláis ni estáis preparados, a fin de que no se os lleven desapercibidos de este mundo. Por eso aquel día vendrá para ruina de los que duermen. Porque así como el amo, de haber sabido la venida del ladrón, lo hubiera evitado, así vosotros, si estáis preparados, lo evitaréis igualmente.
Reflexión Espiritual para el día.
Si la trascendencia divina trasciende y abarca desde dentro el presente, el pasado y el futuro del hombre, en cuanto el hombre haya reconocido el primado del futuro en nuestra temporalidad, el fiel lo pondrá antes que nada, y con razón, en relación con la trascendencia de Dios. Por eso pondrá a Dios en relación con el futuro del hombre y en última instancia, puesto que el hombre es persona en una comunidad de hombres, con el futuro de toda la humanidad. Este es un terreno particularmente fértil para una nueva imagen de Dios en nuestra cultura; naturalmente, con el presupuesto de una auténtica fe en la realidad invisible de Dios, verdadera y propia fuente que, partiendo del mundo, estimulo la formación de un «concepto» de Dios.
En semejante contexto cultural de vida, el Dios de los fieles se manifiesta a nosotros mismos como «el que viene», como el Dios que es nuestro futuro. Surge aquí entonces un cambio profundo: aquel a quien nosotros, en tiempos pasados, guiados por una imagen del hombre un tanto anticuada y por una concepción vieja del mundo, llamábamos el «totalmente otro» se presenta ahora como el «totalmente nuevo», como alguien que es nuestro futuro y crea un nuevo futuro humano. Se muestra como el Dios que, en Jesucristo, nos proporciona la posibilidad de crear el futuro, esto es, de hacerlo todo nuevo y de superar la historia pecaminosa de nosotros mismos y de todos los demás. Esta nueva cultura hará ciertamente que, de una manera maravillosa, redescubramos el alegre anuncio del Antiguo y del Nuevo Testamento, a saber: que el Dios de la promesa nos da la tarea de ponernos en camino hacia la tierra prometida, hacia una tierra que nosotros, como en un tiempo Israel y siempre con la confianza de la promesa, debemos transformar y hacer fértil.
El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: Pablo llamado a vivir en comunión con Dios.
Esta Epístola trata de dar respuesta a unas preguntas de los fieles de Corinto, que estaban totalmente inmersos en un inverosímil mundo pagano, de costumbres corrompidas y de las más variadas corrientes ideológicas.
Se supone que Corinto era una ciudad aproximadamente de medio millón de habitantes, dos tercios de los cuales eran esclavos. Veremos que el reclutamiento de cristianos se hizo al principio entre estas pobres gentes.
Yo, Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, con Sóstenes, nuestro hermano, me dirijo a vosotros que sois en Corinto la Iglesia de Dios...
Pablo indica, de entrada, con qué título se dirige a sus interlocutores. No es a nombre suyo personal, ni tampoco como simple «delegado» a quien el grupo habría dado el papel de jefe de la comunidad. Apostolos apóstol = «enviado» de Jesucristo. Kletós = «llamado» por voluntad de Dios. Pablo, pues, se compromete a llevar todo el peso de una autoridad que no le viene, de la elección de los hombres, sino de la libre voluntad de Dios.
¿Contemplo sólo a los ministros de la Iglesia con una mirada humana? O bien, más allá de sus cualidades o de sus defectos, ¿descubro en ellos un misterio divino?
Vosotros los santificados en Cristo Jesús, vosotros los fieles, los llamados por Dios a ser el pueblo santo, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, su Señor y el nuestro. Estamos siempre en pleno misterio, ya se trate de los fieles o de los ministros.
Estos pobres esclavos, que se reúnen cada domingo, han ido a su «asamblea» —eklesia = iglesia = asamblea—, son de veras «convocados» por Dios, por la llamada de Dios. Son «santos». En mi oración trato de ser consciente de mi dignidad. Prosiguiendo la lectura de esta Carta veremos que esas gentes no eran «santos», personas perfectas en el sentido limitado que tiene hoy este término. En la comunidad de Corinto tenía que ser rectificado más de un abuso.
Nuestra santidad es la santidad de Dios en nosotros. Gracias, Señor. Pablo recuerda a los Corintios que no son una comunidad aislada. Ningún grupo de cristianos puede pretender vivir autónomamente, en circuito cerrado. Por pequeño que sea el grupo de fieles está unido a «todos aquellos que en cualquier lugar están en oración con el Señor Jesús.»
Te ruego, Señor, por todos aquellos que, renunciando a la gran universalidad de la Iglesia, se sienten tentados de encerrarse en las sectas. Doy gracias a Dios sin cesar. ¿Sé dar, a menudo, «gracias»? Gracias por... gracias por... Por vosotros, a causa de la gracia de Dios que os ha sido otorgada en Cristo Jesús, pues en El habéis sido enriquecidos en todo, en toda palabra y en todo conocimiento de Dios.
Sólo Cristo nos hace conocer de veras a Dios. Esperáis a ver la revelación de nuestro Señor Jesucristo. El os fortalecerá hasta el fin. Encontramos de nuevo la espera escatológica, el día en que Jesús se revelará perfectamente a nosotros. ¡De aquí a allá tenemos que mantener nuestra firmeza! Esto parece ser bastante duro para los oyentes de san Pablo, puesto que tan a menudo vuelve a hablarles de estas virtudes de la valentía y de la firmeza. Pues fiel es Dios, por quien habéis sido llamados a vivir en comunión con Dios y con su Hijo, Jesucristo. Vivir en comunión con Jesús. Vivir una misma vida con Cristo. La vida de Jesús circula en mí. Que sea yo fiel a esta vida, Señor. +
Pablo ha estado año y medio en Corinto, ha vivido allí un período de intensa actividad evangelizadora, conoce bien las luces y las sombras, los recursos y los problemas de esta comunidad, a la que está ligado por un afecto profundo. El fragmento que hemos leído hoy es el comienzo de la primera carta que dirigió a la comunidad, provocada por ciertas noticias preocupantes y por ciertas preguntas que le habían sometido a su juicio. Siguiendo el esquema epistolar usual, se ponen de relieve en el preámbulo las relaciones que existen entre el remitente y el destinatario. Aquí se presenta Pablo a sí mismo como «apóstol», es decir, «enviado» (v. 1), con el subrayado de que esta identidad suya le viene de Dios a través de una llamada expresa. Esta autoconciencia de Pablo es firme y segura, y la manifiesta en casi todas sus cartas. Densos de sentido teológico son asimismo los títulos de la comunidad. «La iglesia de Dios que está en Corinto» (v. 2) indica que toda comunidad local, aunque tenga unos fundadores humanos, es obra divina. Los miembros de las comunidades locales, en comunión con la Iglesia universal, presente en todo el mundo, han sido santificados por Jesús y están en una continua tensión hacia la santidad plena, que se puede llevar a cabo a través de diferentes formas de vida.
En la acción de gracias, común en sus cartas, Pablo deja aparecer un claro entusiasmo por la riqueza de los dones otorgados a los corintios (vv. 4ss). De estos dones hablará, después, de una manera explícita en los capítulos 12-14. Menciona, en particular, los dones de la “Palabra” y del «conocimiento», que eran los más estimados y buscados por los corintios. Sin embargo, a pesar de haber sido bendecidos con tanta gracia divina, los corintios no deben considerar que ya han llegado a la meta y son perfectos, sino que se deben considerar como gente en camino hacia la manifestación plena de la gloria del Señor. De ahí la recomendación de permanecer firmes en la fe, fiándose de la fidelidad de Dios.
Comentario del Salmo 144. Bendeciré tu por siempre, Dios mío, mi rey.
Este salmo es un himno de alabanza. Con él se abre la gran alabanza que cierra el Salterio. De hecho, todos los salmos, desde aquí hasta el final, pertenecen a este mismo tipo. Además es un salmo alfabético, esto es, cada uno de sus versículos comienza, por orden, con una letra del alfabeto hebreo (los demás salmos alfabéticos son: 9-10; 25; 34; 37; 111-112; 119).
Este salmo consta de introducción (ib-2), cuerpo (3.20) y conclusión (21). El cuerpo (3-20) puede, a su vez, dividirse en cuatro partes, cada una de las cuales comienza con una afirmación referida al Señor: 3-7 (el Señor es justo); 8-13a (el Señor es clemente y misericordioso); 13b-16 (el Señor es fiel); 17-20 (el Señor es justo).
En la introducción (b-2), el salmista hace tres cosas: exalta, bendice (dos veces) y alaba. La razón de esta alabanza es Dios, al que se llama «Dios mío, mi rey», y su nombre (ese nombre es «el Señor» —Yavé en hebreo, cf. Ex 3,14— y aparecerá muchas veces a lo largo del cuerpo del salmo). Esta alabanza no cesará nunca. Encontramos tres referencias al respecto: se trata de las expresiones «por siempre jamás» (dos veces) y «todos los días». Por otro lado, resulta interesante constatar cómo este clima de totalidad y de perennidad recorre el salmo de un extremo a otro (véase, por ejemplo, la frecuencia de la palabra «todos» en 17-21).
La primera parte (3-7) desarrolla la cuestión «el Señor es grande» (3a). Este es el motivo de la alabanza. Encontramos algunos términos importantes que explican en qué consiste esa grandeza: obras, hazañas, maravillas, terrores, inmensa bondad y justicia. Detrás de todas estas expresiones se encuentran las grandes acciones del Señor; la creación y, sobre todo, la liberación de Egipto, calificada siempre de «maravilla» y «hazaña». La grandeza del Señor, por tanto, reside en su intervención en la historia, creando y liberando. El recuerdo de todas estas cosas, que pasa de generación en generación (4a), mantiene vivas la alabanza y la celebración. Cada una de las partes del cuerpo del salmo insiste en las obras del Señor (cf. 4a).
En la segunda parte (8-13a), se alaba al Señor por su clemencia, su misericordia y su bondad (8-9). Se trata del convencimiento de que Dios permanece fiel al pueblo a pesar de las infidelidades de sus aliados, La clemencia y la misericordia del Señor se traducen en que es lento a la cólera y rico en amor (8b). Aparece de nuevo el tema de las obras de Dios (9b.l0a), de sus hazañas (11b.12a) y se añade el tema de la realeza o reinado de Dios. Tres veces aparece la expresión «tu reino», que desarrolla el título inicial «mi rey» (1b); y se afirma el carácter perenne de este reinado: «por todos los siglos», «por generaciones y generaciones» (13a). El motivo del reino o del reinado del Señor es interesante y se opone, en cierta manera, a los salmos reales. Se afirma la existencia de un Rey cuyo reinado es «para siempre». ¿Dónde estaban los reyes de Israel en la época en que surgió este salmo?
En la tercera parte (13b-16), se alaba la fidelidad del Señor, que se traduce en que es bondadoso en todas sus obras (13b). Hay cinco acciones que caracterizan esta bondadosa fidelidad: el Señor sostiene, endereza, da alimento, abre la mano y sacia. Aparece aquí el amor de Dios por los que caen y se doblan, es decir, su amor en favor de los oprimidos.
En la cuarta parte (17-20), se alaba al Señor justo en sus caminos y fiel en todas sus obras (17). Seis son los verbos que caracterizan su justicia: está cerca de cuantos lo invocan, satisface los deseos de los que lo temen, escucha su grito y los salva, guarda a los que lo aman y destruye a todos los malvados. La justicia del Señor es su alianza con quien lo invoca, lo teme, lo ama y dama a él. El Señor lo libera, destruyendo a los malvados.
La conclusión (21) retorna los temas de la introducción. El salmista promete alabar a Dios con su boca (cf. 2b), bendecir su nombre santo con todo el ser (cf. 1b), por siempre jamás (compárese esta expresión con la introducción).
Este salmo es el himno de alabanza de una persona que invita a otras a que se unan a su oración. El contexto es público y el motivo de la alabanza son las obras del Señor en la historia del pueblo. Dicho con otras palabras, este salmo quiere alabar a Dios a partir de los siguientes motivos: el Señor es grande, el Señor es clemente y misericordioso, el Señor es fiel y bondadoso, el Señor es justo. Estos cuatro títulos resumen todo lo que ha sido Dios en la vida de Israel. Sus hazañas y maravillas están relacionadas, principalmente, con el éxodo.
En este salmo hay algunos focos de tensión, lo que indica que surgió en medio de un contexto difícil y conflictivo. No se habla del rey de Judá, sino de la realeza y del reinado del Señor. Se dice que hay gente que cae y que se dobla (14), es decir, que padece opresión. También sabemos de la existencia de malvados a los que destruirá el Señor (20b).
Los títulos que se da al Señor sintetizan el rostro de Dios en este salmo: grande, clemente, misericordioso, bueno, compasivo, fiel, bondadoso y justo. La expresión «Dios mío» lo presenta corno el aliado que hace justicia, que defiende a los que ya se doblan de la ambición de los malvados. Su nombre (1b.21b) es «el Señor» (Yavé) y es un nombre vinculado al éxodo, a la liberación y a la alianza, hechos que se consideran «hazañas» y «maravillas». Dios aparece también corno creador y dador de vida para todos.
Este salmo resuena de muchas maneras en Jesús, sobre todo en sus obras y en sus maravillas. El sostuvo a los que caían y, literalmente, enderezó a los que estaban doblados (Lc 13,10-17). El Reino que él inauguró no tiene fin (Lc 1,34), cada vez está más próximo (Mc 1,15) y nos compromete (Mt 10,7).
Hay que rezarlo como alabanza, contemplando las obras de Dios, sus hazañas, sus maravillas, su grandeza, su clemencia, su bondad, su fidelidad y su justicia; hay que alabar al Señor cuando vemos cómo su Reino echa raíces en la sociedad, cuando la gente tiene pan para comer, cuando se sostiene a los que caen, cuando se libera a los que viven doblegados y cuando se escucha el grito de los que claman...
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 24,42-51. Estad preparados.
Este pasaje se encuentra situado, en el marco del relato de Mateo, en el último gran discurso de Jesús: el «Discurso escatológico» (capítulos 24 y 25), dominado por la descripción de las tribulaciones de Jerusalén y de las persecuciones por las que pasa la Iglesia, por el anuncio de la crisis cósmica que precederá al final y por la consecuente necesidad de vigilancia. El objetivo del discurso no es meter miedo; al contrario, pretende animar. La historia no tiene sólo un final, sino una consumación; el mundo no camina hacia las catástrofes, aunque las habrá, sino que se abre a una nueva belleza. Pablo dirá que la vida humana es toda ella un trabajo de parto para alumbrar la nueva creación (cf. Rom 8,1 9ss).
Desde esta perspectiva, Jesús exhorta a la vigilancia en la espera e ilustra este tema con cuatro parábolas, la primera de las cuales es la que hemos leído. «Velad», «estad preparados»: éstas son las palabras claves. En efecto, si bien es cierta la venida del Señor, el momento no lo es. La imagen del «ladrón» (v. 43) da viveza al sentido de imprevisto: era una imagen muy conocida en la Iglesia primitiva y aparece también en el pensamiento de Pablo (cf. 1 Tes 5,2-4). No es sólo el amo el que debe velar la casa; también han de hacerlo los criados que aman al amo y a la casa. El siervo «fiel y sensato» (v. 45) hace las veces del amo, se muestra amoroso con los compañeros y responsable en las tareas que le han sido confiadas. Hace lo contrario que el criado malo, que, al ver que no llega el amo, se aprovecha para dar rienda suelta a sus placeres desenfrenados, se pone a hacer de amo derrochando los bienes y maltratando a sus compañeros. Es de esperar que el final de estos dos criados sea muy diferente.
Pablo tranquiliza a los cristianos de Corinto: Dios es fiel, él «os mantendrá firmes hasta el fin, para que nadie tenga de qué acusaros en el día de nuestro Señor Jesucristo». Jesús nos explica en el evangelio con esta parábola lo que significa que nadie tenga de qué acusarlos hasta el final. El Señor nos pone ante dos certezas: nuestra vida tendrá un final, deberemos dar cuenta de nuestra vida al final.
Somos «seres temporales». La Biblia, para hablar de esto, no emplea ni conceptos racionales, ni argumentaciones sistemáticas, sino que asume un lenguaje poético y evocador; introduce símbolos concretos, tomados de la vida diaria: hierba, flores, sombra, soplo, polvo, el tejido cortado por la urdimbre, la lanzadera que corre veloz, las hojas del árbol que caen dejando sitio a otras nuevas, etc. Todos estos símbolos hablan de fragilidad y de caducidad. La muerte es la realidad más cierta de la vida, y es de tontos no tenerla presente. El sabio Ben Sirá enseña: «Como hojas verdes en árbol frondoso, que unas caen y otras brotan, así las generaciones de carne y sangre unas mueren y otras nacen. Toda obra corruptible perece, y su autor se va tras ella» (Eclo 14,18-19). «En todo lo que hagas ten presente tu final» (Eclo 7,36). Quien olvida el pensamiento de su propio final no llega nunca a la madurez de la vida y permanece en la superficie de la misma.
Por largo o corto que sea nuestro vivir en la tierra, no somos amos absolutos de nuestra vida; somos más bien sus administradores. La rendición de cuentas final es necesaria, y no es posible huir ni jugar con astucia. La responsabilidad del siervo de la parábola es múltiple: el amo le ha confiado a sus criados y le ha confiado el cuidado de sus propios bienes. Esa responsabilidad es también la nuestra. Deberemos presentarnos irreprensibles ante el Señor, amo de nuestra vida, ante los otros siervos compañeros de camino, ante la casa que es nuestro mundo y nuestra historia.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 24,42-51, para nuestros Mayores. Estad en vela.
La vida es una misión. El discurso escatológico es el último de los cinco que componen el evangelio de Mateo. Hace referencia a la segunda venida y a la consumación de la historia. En la redacción de Mateo el tema del juicio final se presenta desde la perspectiva del anuncio de la ruina de Jerusalén y de su templo en el año 70, hecatombe que había tenido lugar pocos años antes. Junto al anuncio apocalíptico y figurado del fin del mundo sitúa Mateo las parábolas de la “parusía”, es decir, de la venida gloriosa del Señor. Se denominan parábolas de la vigilancia, y se encuentran en los capítulos 24 y 25 de su evangelio.
En torno a la última venida del Señor, existen al mismo tiempo una certeza y una incertidumbre. Sabemos que vendrá, pero, como afirman reiteradamente el Señor y Pablo, “sabéis que el día del Señor llegará como un ladrón en la noche” (1 Ts 5,2). “Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora” (Mt 25,13)
A pesar de esta incertidumbre, algunas comunidades cristianas primitivas vivían una psicosis adventista; creían que estaban en vísperas del retorno del Señor. En concreto, en Tesalónica esto llevaba a algunos de sus miembros a holgazanear y a vivir a costa de los demás (2 Ts 3,7-9). Éste es precisamente el gran subterfugio que utilizan las sectas para esquilmar a sus adeptos. Pablo les amonesta diciéndoles que han de trabajar como él lo hace; han de esperar como si mañana fuera el día pero, al mismo tiempo, han de trabajar como si fueran ciudadanos eternos del mundo: “El que no trabaja, que no coma” (2 Ts 3,10). Sobre nosotros ha venido la luz del día; los que están en el día trabajan, son honestos. Los que están en la noche son los que duermen, se pervierten, roban, se emborrachan y lujurian (cf. 2 Ts 5,4ss).
En este pasaje el evangelista presenta dos parábolas; en ellas se compara a la muerte con un ladrón y al Señor con un amo que encomienda una tarea y se ausenta. Ante los enigmas de la vida mucha gente sufre angustia y desorientación: “No sabe uno para qué viene a este mundo. Vemos y sufrimos calamidades; y, total, después no sabemos si hay algo...”.
¡Qué triste es ir por los caminos de la vida entre tinieblas, sin saber de dónde se viene ni a dónde se va! En cambio, el mensaje de Jesús es fascinante y sumamente revelador. Es todo un tratado sobre el sentido de la vida y de la historia. El Dios de la vida y del amor nos ha llamado por nuestro propio nombre para que seamos miembros activos de su gran familia, la humanidad. Alguien (¡nada menos que Dios!) se fía de cada uno de nosotros y nos confía una misión importante que realizar en la vida. Por eso es preciso aprovechar avaramente el tiempo para que la tarea quede cumplida.
Nos examinarán del amor. Las dos parábolas nos invitan a la vigilancia. La muerte, con frecuencia, es sorpresiva. Pero es preciso resaltar, en la segunda parábola, el tema del examen, es decir, aquello en lo que se fijará el Señor a la hora de determinar el valor de una vida. Nos recuerda que unos somos responsables de la vida de otros. Al mayordomo se le encomendaron los criados: le corresponde vigilar que estén bien alimentados, que no les falte nada de lo necesario, que vivan en armonía. Hay en ello una referencia a los responsables de la comunidad. “Ellos se desvelan por vuestro bien, sabiéndose responsables de vosotros” (Hb 13,17). Si el mayordomo ha cumplido de esta manera, su vida será aprobada; si, por el contrario, ha tomado poco en serio su responsabilidad, ha abusado de su autoridad y ha descuidado el servicio, el Señor desaprobará definitivamente su vida. Pedro repite las consignas de Jesús (1 P 5,1-4).
La palabra del Señor nos recuerda que somos solidarios, responsables los unos de los otros, que vamos en caravana a la casa del Padre, como el pueblo hebreo en su peregrinación por el desierto. El mayordomo sólo podía salvarse viviendo su responsabilidad como servicio a los compañeros. “En el atardecer de la vida se nos examinará del amor”, dijo san Juan de la Cruz. Por eso, los diversos autores del Nuevo Testamento repiten que el gran y único tema del examen es el amor. Si afirma el Señor: “Éste es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15,12), es natural que el único tema del examen final sea el amor, la actitud frente a los demás: “Tuve hambre, fui forastero, estuve encarcelado, solo, deprimido... ¿qué hiciste?”. Serán los socorridos los que pronunciarán nuestra sentencia (Mt 25,40). Por eso Juan asegura que todo el que ama, ha sido ya juzgado (1 Jn 4,17-18), porque ha aprobado el único tema del examen: el amor servicial a los demás.
El valor de la esperanza. El tema de la llegada del Señor, de nuestra muerte, no ha de despertar en nosotros temor, sino esperanza. El mayordomo que ha sido fiel a la misión encomendada no tiene por qué sentir miedo. ¿Qué puede esperar, sino la recompensa? San Agustín preguntaba: “¿Quién tiene temor a la vuelta del esposo, sino la mujer adúltera?” La mujer fiel, que le ama entrañablemente, está ansiando su retorno”.
Sé de personas aterrorizadas ante la muerte. Es natural. Tienen mala conciencia. Santa Mónica le decía a su hijo Agustín: “Hijo mío, por lo que a mí respecta, ya nada me deleita en esta vida. Qué es lo que hago aquí y por qué estoy aún aquí, lo ignoro, pues no espero ya nada de este mundo. Una sola cosa me hacía desear que mi vida se prolongara por un tiempo: el deseo de verte cristiano antes de morir. Dios me lo ha concedido con creces, ya que te veo convertido en uno de sus siervos, habiendo renunciado a la felicidad terrena. ¿Qué hago ya en este mundo?”.
He conocido sacerdotes y seglares que han brindado con sus amigos por su próxima muerte. Es el momento de reafirmamos en el esfuerzo por llenar nuestra vida haciendo el bien. “Todavía os queda un rato de luz; caminad mientras tenéis luz, antes de que os sorprendan las tinieblas” (Jn 12,35). “Mientras tenemos tiempo, trabajemos por el bien de todos” (Gá 6,10).
Comentario del Santo Evangelio: Mt 24, 42-51, de Joven para Joven. El siervo responsable.
El título que hemos dado a la parábola supone un esfuerzo conciliador. Mateo habla de «siervo»; Lucas de “administrador” (Lc 12, 4 1-46). El significado es el mismo. El concepto de «administrador» implica la responsabilidad que le ha sido confiada. Mateo utiliza la palabra “siervo”, que encaja mejor en su evangelio, cuyos destinatarios inmediatos eran los judíos o judíocristianos, El hombre familiarizado con la Biblia debe saber que la palabra «siervo» indica también la elección de Dios para una misión o cargo de responsabilidad.
Jesús, al hablar de la vigilancia implicada en la naturaleza misma del reino, extiende su necesidad, de modo particular, a los responsables del nuevo Israel, a los dirigentes de la Iglesia. La parábola describe exclusivamente las obligaciones ineludibles y la actitud constante de servicio del mencionado «siervo» o «administrador» elegido por el Señor. No menciona para nada sus derechos y poderes. Aunque los supone, al situarse en la hipótesis de que esa actitud obligada de servicio puede convertirse en actitud despótica de mando desmesurado o de señorío ambicioso.
Jesús cuenta con la posibilidad de que el «siervo» se proponga no precisamente servir sino ser servido. En este caso traicionaría sustantivamente su misión específica. Y si la venida de su Señor le sorprende obrando de esta forma, se habría ganado un puesto de honor entre los hipócritas, infieles e impíos. Las tres palabras son sinónimas. En definitiva, entre aquellos que serán alejados para siempre de su Señor.
La parábola cuenta con esta posibilidad, pero no la pone en primer plano. Quiere, más bien, destacar la actitud vigilante del «siervo» a quien ha sido confiada la dirección de sus consiervos, del pueblo fiel. El siervo responsable debe proporcionar a sus consiervos las provisiones necesarias. Manifestar la voluntad del único Señor de todos y procurar que se cumpla, para que todos sean galardonados y puedan sentarse en la sala del festín de bodas. Para que todos puedan entrar en el reino de los cielos cuando venga el Señor.
La parábola adquiere un tinte de seria amonestación. No debe ocurrir con los dirigentes del nuevo Israel lo que ocurrió en los tiempos de Cristo con los responsables inmediatos del pueblo: «Ay de vosotros, doctores de la Ley, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia; y ni entráis vosotros ni dejáis entrar» (Lc 11, 52). Ellos tenían la llave de la ciencia, la llave de acceso al reino de Dios, en un conocimiento teológico raquítico y repelente. Sus imposiciones y exigencias, su interpretación minimista y ridícula de la Ley, no dejaban ver ni su verdadero contenido ni, mucho menos, al autor de la misma. También aquí los árboles impedían ver el bosque. Y ante esta presentación empobrecida y minimizada del reino de Dios no valía la pena esforzarse por entrar en él. Era una consecuencia lógica de todos aquéllos que conocían el mensaje divino a través de aquellos dirigentes espirituales del pueblo. Al «siervo responsable» se le exige una actitud vigilante e inteligente.
Elevación Espiritual para este día.
Luego, otra vez, porque no le preguntaran, añadió: Vigilad, pues, porque no sabéis en qué momento ha de llegar vuestro Señor. No dijo: «Porque no sé», sino: Porque no sabéis. Cuando ya casi los había llevado a la hora misma y puesto tocando a ella, nuevamente los aparta de toda pregunta, pues quiere que estén en todo momento alerta. De ahí que les diga: Vigilad, dándoles a entender que por eso no les había dicho el día. Por eso les dice: Comprended que, si el amo de casa hubiera sabido a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, hubiera estado alerta y no hubiera dejado que le perforaran la casa. Por eso, estad también vosotros preparados, pues en el momento que no pensáis vendrá el Hijo del hombre. Si les dice, pues, que vigilen y estén preparados es porque, a la hora que menos lo piensen, se presentará él. Así quiere que estén siempre dispuestos al combate y que en todo momento practiquen la virtud. Es como si dijera: si el vulgo de las gentes supieran cuándo habían de morir, para aquel día absolutamente reservarían su fervor.
Así pues, porque no limitaran su fervor a ese día, el Señor no revela ni el común ni el propio de cada uno, pues quiere que le estén siempre esperando y sean siempre fervorosos. De ahí que también dejó en la incertidumbre el fin de cada uno. Luego, sin velo alguno, se llama a sí mismo Señor, cosa que nunca dijo con tanta claridad. Mas aquí paréceme a mí que intenta también confundir a los perezosos, pues no ponen por su propia alma tanto empeño como ponen por sus riquezas los que temen el asalto de los ladrones. Porque, cuando éstos se esperan, la gente está despierta y no consiente que se lleven nada de lo que hay en casa. Vosotros, empero, les dice, no obstante saber que vuestro Señor ha de venir infaliblemente, no vigiláis ni estáis preparados, a fin de que no se os lleven desapercibidos de este mundo. Por eso aquel día vendrá para ruina de los que duermen. Porque así como el amo, de haber sabido la venida del ladrón, lo hubiera evitado, así vosotros, si estáis preparados, lo evitaréis igualmente.
Reflexión Espiritual para el día.
Si la trascendencia divina trasciende y abarca desde dentro el presente, el pasado y el futuro del hombre, en cuanto el hombre haya reconocido el primado del futuro en nuestra temporalidad, el fiel lo pondrá antes que nada, y con razón, en relación con la trascendencia de Dios. Por eso pondrá a Dios en relación con el futuro del hombre y en última instancia, puesto que el hombre es persona en una comunidad de hombres, con el futuro de toda la humanidad. Este es un terreno particularmente fértil para una nueva imagen de Dios en nuestra cultura; naturalmente, con el presupuesto de una auténtica fe en la realidad invisible de Dios, verdadera y propia fuente que, partiendo del mundo, estimulo la formación de un «concepto» de Dios.
En semejante contexto cultural de vida, el Dios de los fieles se manifiesta a nosotros mismos como «el que viene», como el Dios que es nuestro futuro. Surge aquí entonces un cambio profundo: aquel a quien nosotros, en tiempos pasados, guiados por una imagen del hombre un tanto anticuada y por una concepción vieja del mundo, llamábamos el «totalmente otro» se presenta ahora como el «totalmente nuevo», como alguien que es nuestro futuro y crea un nuevo futuro humano. Se muestra como el Dios que, en Jesucristo, nos proporciona la posibilidad de crear el futuro, esto es, de hacerlo todo nuevo y de superar la historia pecaminosa de nosotros mismos y de todos los demás. Esta nueva cultura hará ciertamente que, de una manera maravillosa, redescubramos el alegre anuncio del Antiguo y del Nuevo Testamento, a saber: que el Dios de la promesa nos da la tarea de ponernos en camino hacia la tierra prometida, hacia una tierra que nosotros, como en un tiempo Israel y siempre con la confianza de la promesa, debemos transformar y hacer fértil.
El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: Pablo llamado a vivir en comunión con Dios.
Esta Epístola trata de dar respuesta a unas preguntas de los fieles de Corinto, que estaban totalmente inmersos en un inverosímil mundo pagano, de costumbres corrompidas y de las más variadas corrientes ideológicas.
Se supone que Corinto era una ciudad aproximadamente de medio millón de habitantes, dos tercios de los cuales eran esclavos. Veremos que el reclutamiento de cristianos se hizo al principio entre estas pobres gentes.
Yo, Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, con Sóstenes, nuestro hermano, me dirijo a vosotros que sois en Corinto la Iglesia de Dios...
Pablo indica, de entrada, con qué título se dirige a sus interlocutores. No es a nombre suyo personal, ni tampoco como simple «delegado» a quien el grupo habría dado el papel de jefe de la comunidad. Apostolos apóstol = «enviado» de Jesucristo. Kletós = «llamado» por voluntad de Dios. Pablo, pues, se compromete a llevar todo el peso de una autoridad que no le viene, de la elección de los hombres, sino de la libre voluntad de Dios.
¿Contemplo sólo a los ministros de la Iglesia con una mirada humana? O bien, más allá de sus cualidades o de sus defectos, ¿descubro en ellos un misterio divino?
Vosotros los santificados en Cristo Jesús, vosotros los fieles, los llamados por Dios a ser el pueblo santo, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, su Señor y el nuestro. Estamos siempre en pleno misterio, ya se trate de los fieles o de los ministros.
Estos pobres esclavos, que se reúnen cada domingo, han ido a su «asamblea» —eklesia = iglesia = asamblea—, son de veras «convocados» por Dios, por la llamada de Dios. Son «santos». En mi oración trato de ser consciente de mi dignidad. Prosiguiendo la lectura de esta Carta veremos que esas gentes no eran «santos», personas perfectas en el sentido limitado que tiene hoy este término. En la comunidad de Corinto tenía que ser rectificado más de un abuso.
Nuestra santidad es la santidad de Dios en nosotros. Gracias, Señor. Pablo recuerda a los Corintios que no son una comunidad aislada. Ningún grupo de cristianos puede pretender vivir autónomamente, en circuito cerrado. Por pequeño que sea el grupo de fieles está unido a «todos aquellos que en cualquier lugar están en oración con el Señor Jesús.»
Te ruego, Señor, por todos aquellos que, renunciando a la gran universalidad de la Iglesia, se sienten tentados de encerrarse en las sectas. Doy gracias a Dios sin cesar. ¿Sé dar, a menudo, «gracias»? Gracias por... gracias por... Por vosotros, a causa de la gracia de Dios que os ha sido otorgada en Cristo Jesús, pues en El habéis sido enriquecidos en todo, en toda palabra y en todo conocimiento de Dios.
Sólo Cristo nos hace conocer de veras a Dios. Esperáis a ver la revelación de nuestro Señor Jesucristo. El os fortalecerá hasta el fin. Encontramos de nuevo la espera escatológica, el día en que Jesús se revelará perfectamente a nosotros. ¡De aquí a allá tenemos que mantener nuestra firmeza! Esto parece ser bastante duro para los oyentes de san Pablo, puesto que tan a menudo vuelve a hablarles de estas virtudes de la valentía y de la firmeza. Pues fiel es Dios, por quien habéis sido llamados a vivir en comunión con Dios y con su Hijo, Jesucristo. Vivir en comunión con Jesús. Vivir una misma vida con Cristo. La vida de Jesús circula en mí. Que sea yo fiel a esta vida, Señor. +
No hay comentarios:
Publicar un comentario