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sábado, 11 de septiembre de 2010

Lecturas del día 11-09-2010


11 de Septiembre 2010, SÁBADO DE LA XXIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 3ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A LA SAGRADA BIBLIA, Feria, oSANTA MARÍA EN SÁBADO, Memoria libre. NUESTRA SEÑORA DEL COROMOTO. SS. Proto y Jacinto mrs, Félix y Régula mrs Emiliano ob. Beato  Buenaventura Gran rl.


LITURGIA DE LA PALABRA

1Co 10,14-22: Somos un solo cuerpo
Salmo responsorial 115: Te ofreceré, Señor, un sacrificio de alabanza.
Lc 6,43-49: El árbol se reconoce por sus frutos
El seguimiento de Jesús no está en la simple confesión de boca. Así lo hacían los demonios cuando lo reconocían, pero él, con su autoridad, los mandaba callar y los expulsaba. Tampoco está en prácticas devocionales externas que nada implican para el modo de vivir. La fidelidad al seguimiento de Jesús se expresa en el compromiso diario con los hermanos; es decir, en las actitudes de servicio, perdón, solidaridad. Jesús no quiere que sus seguidores se limiten a repetir fórmulas, ritos, ceremonias y a cumplir normas externas. La verdadera fe en él tiene hondas raíces en el corazón, pues no se trata de que los demás escuchen discursos bien elaborados pero que no tienen respaldo alguno en la vida. Cuántos grupos religiosos y asociaciones cristianas viven encerradas en sí mismas, haciendo caso omiso de los graves problemas que afectan a la sociedad. La fe auténtica nos lanza al compromiso con la transformación de la sociedad según los valores que inspira el Evangelio de Jesús. El reino de Dios es para que acontezca en medio de este mundo. Sólo así nuestra fe estará plantada sobre una base sólida y podremos dar frutos de fraternidad y justicia. Sólo así haremos posible la “civilización del amor”.



PRIMERA LECTURA:
 1Corintios 10, 14-22.
Aunque somos muchos, formemos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.
Amigos míos, no tengáis que ver con la idolatría. Os hablo como a gente sensata, formaos vuestro juicio sobre lo que digo. El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan. Considerad a Israel según la carne: los que comen de las víctimas se unen al altar.



¿Qué quiero decir? ¿Que las víctimas son algo o que los ídolos son algo? No, sino que los gentiles ofrecen sus sacrificios a los demonios, no a Dios, y no quiero que os unáis a los demonios. No podéis beber de los dos cálices, del del Señor y del de los demonios. No podéis participar de las dos mesas, de la del Señor y de la de los demonios. ¿Vamos a provocar al Señor? ¿Es que somos más fuertes que él?


Palabra de Dios

Salmo responsorial: 115
R/.Te ofreceré, Señor, un sacrificio de alabanza.
¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?  Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. R.



Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor. Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo. R.


SANTO EVANGELIO
Lucas 6, 43-49
¿Por qué me llamáis "Señor, Señor", y no hacéis lo que digo?
En aquel tiempo decía Jesús a sus discípulos: "No hay árbol sano que dé fruto dañoso, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto: porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal, porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca. ¿Por que me llamáis "Señor, Señor", y no hacéis lo que digo? El que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra, os voy a decir a quién se parece: se parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba sólidamente construida. El que escucha y no pone por obra, se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y en seguida se derrumbó desplomándose".


Palabra del Señor



Comentario de la Primera lectura: 1 Corintios 10, 14-22a . Aunque somos muchos, formemos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.
En este punto de su carta, Pablo considera la vida sacramental de la comunidad cristiana de Corinto, por como es obvio, algunas de sus prácticas dejaban bastante que desear. Del mismo modo que en los vv. 1-13 considera la práctica del bautismo y no se olvida de recordar el carácter fundamental de este sacramento, reflexiona ahora sobre la celebración eucarística, a la que alude de modo claro con «el cáliz, de bendición que bendecimos» y con el «pan que partimos» (v. 16).



Pablo recuerda las notas características de la eucaristía: en primer lugar, es un sacrificio agradable a Dios, mediante el cual el que lo ofrece entra en comunión con aquel al que se eleva la ofrenda. Pablo da una gran importancia a esta primera y fundamental experiencia mística, sin la que cualquier celebración sacramental se agota en pura exterioridad y crea divisiones. En segundo lugar, la eucaristía es para Pablo sacramento de la unidad: por su propia naturaleza, tiende a edificar la iglesia como cuerpo místico de Cristo. Un solo cáliz y un «único pan»: por consiguiente, una sola Iglesia. Esta dimensión eclesiológica —también sacramental— se encuentra en estrecha conexión con la precedente: se entra a formar parte de la Iglesia porque se pertenece a Dios, porque se está arraigado en el cuerpo de Cristo. La eucaristía es asimismo para Pablo signo distintivo de la comunidad creyente: por ella se distinguen los cristianos de cualquier otra comunidad o congregación y se distinguen como comunidad creyente. La eucaristía se convierte en el signo distintivo de los verdaderos discípulos de Cristo.


Comentario del Salmo 115. Te ofreceré, Señor, un sacrificio de alabanza.

 
Es un salmo de acción de gracias individual. Una persona se encontraba en peligro de muerte, clamó al Señor, fue escuchada y ahora da gracias delante de todo el pueblo.



Existen diferentes propuestas. Presentamos una de ellas, según la cual este salmo constaría de introducción (1-2), cuerpo (3- 11) y conclusión (12-19).


En la introducción (1-2), el salmista declara su amor por el Señor, exponiendo a continuación el motivo: Dios escucha su voz suplicante e inclina su oído hacia él el día en que lo invoca. Aparece aquí por vez primera el verbo invocar. En la introducción, todos los verbos están en presente.


En el cuerpo (3-11) encontramos referencia al pasado, al presente y al futuro. El pasado caracteriza la situación que dio origen a la invocación: «Lazos de muerte me rodeaban...» (3), «invoqué el nombre del Señor...» (4; Esta es la segunda vez en que aparece el verbo invocar), «yo desfallecía» (6b), «yo tenía fe» (10a), «yo decía...» (11a). También caracteriza la intervención del Señor: «ha sido bueno» (7b), «libró» (8a). Las afirmaciones en presente expresan el convencimiento que esta persona tiene, ahora, acerca del Señor: «El Señor es justo y clemente y compasivo (5), «protege a los sencillos» (6). También pone de manifiesto el estado de ánimo del salmista, muy distinto del de antes: «Recobra la calma, alma mía» (7 a). Las afirmaciones referidas al futuro hablan de la disposición de este individuo después de haber sido liberado: «Caminaré en la presencia del Señor en la tierra de los vivos» (9).


En la conclusión (12-19), se habla una vez del pasado “rompiste mis cadenas”, (16b), dos del presente (15-16), pero se pone toda la atención en el futuro: «pagaré» (12), «levantaré» (13), «cumpliré» (14.18), «te ofreceré» (17). La conclusión se caracteriza principalmente por la promesa de un sacrificio de alabanza, típica de muchos salmos de acción de gracias individual. En esta parte, encontramos el verbo invocar dos veces más (13b.17b).


Este salmo nos habla de la superación de un peligro mortal. Encontramos varias afirmaciones que aluden a él: «Lazos de muerte me rodeaban, eran redes mortales, caí en la angustia y la aflicción» (3) «Libró mi vida de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies le la caída» (8), «Caminaré en la presencia del Señor en la tierra de los vivos» (9). Todo parece indicar que se trata de una enfermedad mortal. La imagen empleada es enérgica: el salmista se vio afectado por sorpresa, como un animal o un pájaro que cae en las redes del cazador. Pero tenemos también otra referencia que nos lleva a pensar en la esclavitud: «Rompiste mis cadenas» (16b). Este individuo tenía fe (10a), a pesar de que su situación fuera dramática también desde el punto de vista psicológico: vivía en medio de la angustia y de la aflicción (3), en medio de lágrimas (8), estaba totalmente devastado (10b) y pasando apuros (ha). Desde el punto de vista económico, el salmista se sitúa entre la gente sencilla (6a) y, desde el punto de vista religioso, se considera un fiel y siervo del Señor, cuya madre exhibe las mismas características (15-16), como se suele decir, «ha salido a su madre».


El conflicto no parece ser sólo personal, pues, en el momento de la angustia, esta persona se desahoga así: “¡Todos los hombres son unos mentirosos!” (11b). Tenía la sensación de estar viviendo en una sociedad en la que nadie puede confiar en nadie. Tal vez haya sido víctima de una calumnia. Además, el salmista afirma haber sido librado de la caída (8b). ¿Se referirá aquí al posible abandono de la fe en el Señor que escucha su clamor? Asociando la idea de los «mentirosos» a la de una posible «caída», detectamos indicios de un conflicto social.


La persona curada se encuentra en Jerusalén, en los atrios del templo («la casa del Señor», 19), rodeada de gente (14.18) que aprende de su testimonio; va a ofrecer un sacrificio de acción de gracias (17), en cumplimiento de las promesas que había hecho en el momento del peligro (14). El gesto de «levantar la copa de la salvación» (13a) no resulta claro del todo. Puede referirse a una porción de vino, agua o aceite que se derramara sobre la víctima ofrecida en sacrificio al Señor; o bien puede referirse a un cáliz de vino que pasaría de mano en mano (y de boca en boca) entre los compañeros que celebraban con el salmista su liberación.


“¡Todos los hombres son unos mentirosos!”, pero, en el Señor, se puede confiar, pues escucha a la gente cuando lo invoca (nótese la insistencia con que se habla del Señor en este salmo). ¿Por qué se puede confiar en él? Porque escucha la voz suplicante (2), inclina el oído (2), salva (6) y libra (8). Tenemos aquí el mismo esquema del éxodo. Y el Dios de este salmo es el mismo Dios que el del éxodo y el de la alianza. El salmista afirma que «El Señor es justo y clemente, nuestro Dios es compasivo. El Señor protege a los sencillos» (5-6ª).


Hay un detalle que explica todo esto a la perfección. Lo tenemos en esta afirmación: «Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles» (15). A la luz de todo lo que hemos dicho, podemos entender el significado de esta expresión. Con otras palabras, es tanto como decir que el Señor no aprueba este tipo de muerte de sus fieles, pues con ella estaría perdiendo a uno de sus aliados y a un testigo en medio de esta tierra de «mentirosos». Dios no se resigna a aceptar que la vida de sus fieles desaparezca de forma prematura. Él Señor sufre cuando uno de sus siervos muere de una enfermedad fatal, Él Dios de este salmo siente que le roban y se debilita cuando la enfermedad acaba con la vida de uno de sus siervos. Porque él es el Dios de la vida.


Por eso Jesús curó a todos los enfermos que se cruzaron en su camino, derrotando incluso a la misma muerte. Muchos llegaron, por ello, a amar al Señor y a Jesús.


Es un salmo que podemos rezar cuando nos sentimos liberados de peligros mortales; después de superar conflictos personales (físicos o psíquicos) o sociales; cuando tenemos la experiencia de que Dios ha escuchado nuestro clamor, ha roto nuestras cadenas y nos ha salvado...

Comentario del Santo Evangelio: Lucas 6,43-49. ¿Por qué me llamáis “Señor, Señor”, y no hacéis lo que digo?
También estos versículos, como los precedentes, pueden ser considerados variaciones sobre el tema de las bienaventuranzas y de las amenazas. Se percibe en el contraste entre el «árbol bueno» y el «árbol malo» (vv. 43ss), así como en el que establece Jesús entre el que construye su casa cimentada sobre la roca y el que la construye sobre la arena (w 48ss).



La enseñanza que se inspira en la imagen del árbol nos remite a la situación de Palestina, una tierra que, desde diferentes puntos de vista, ofreció a Jesús muchos motivos para sus enseñanzas y para sus parábolas. El que ha tenido la suerte de visitar esa tierra sabe por experiencia cómo da frescura y vivacidad a la lectura de las páginas evangélicas.


Para Jesús, cada persona es como un árbol: porque si es bueno puede dar frutos buenos, y porque no es posible pretender que dé frutos buenos si es malo. La orientación de las palabras de Jesús va, por consiguiente, del interior al exterior (del corazón a los hechos), pero también del exterior al interior (de los hechos al corazón).


Palabras corno éstas debieron de estremecer a sus discípulos y a sus oyentes. Jesús sabe bien lo que hay en el corazón de cada persona y habla desde un conocimiento que le es absolutamente propio, frente al cual todos sienten que son como un cuaderno abierto de participar. Para Jesús hay, pues, un tesoro bueno y otro malo (v. 45): en ambos casos, se trata del corazón de la persona humana, fuente de sus pensamientos y manantiales de sus acciones.


Una última observación nos lleva a considerar que Jesús exige a sus discípulos el compromiso de traducir la profesión de fe «Seor Señor» (v. 46) en actos concretos de obediencia. Pero les exige también que todo acto de obediencia se inspire en la fe que han recibido como don.


Las palabras de Jesús que constituyen el centro de la página evangélica que hemos leído hoy merecen una última profundización. Volvamos a oírlas: «El hombre bueno saca el bien del buen tesoro de su corazón, y el malo de su mal corazón saca lo malo. Porque de la abundancia del corazón habla su boca».


Es la motivación lo que nos importa señalar: el corazón humano conoce una plenitud en cierto modo incontenible, que desborda del corazón a la boca. Es como decir que la persona humana es un ser completo y unitario: por mucho que se esfuerce en separar sus pensamientos de sus palabras, nunca conseguirá descubrir el juicio de Dios. El corazón, en efecto, es la “central” de la persona humana: en él nacen y de él brotan pensamientos buenos y pensamientos malos, proyectos buenos y proyectos malos, acciones buenas y acciones malas.


La persona que del tesoro bueno de su propio corazón saca el bien es «semejante a un hombre que, al edificar su casa, cavó hondo y la cimentó sobre roca”. El buen corazón que ha recibido como don y que intenta cultivar con todas sus fuerzas le ofrece continuamente material para construir, ladrillo a ladrillo, la casa en la que podrá habitar con su Señor, la tienda en la que podrá buscar y encontrar a su Señor, la morada de la intimidad.


Por el contrario, la persona que de su tesoro malo saca el mal es como el que construye sobre tierra insegura, sin fundamento. El corazón malo que se ha fabricado sustrayéndose a la escucha de la Palabra y negándose a diálogo con su Señor no sólo le aleja cada vez más de la intimidad con Dios, sino que le aparta también de las relaciones fraternas; más aún, le contrapone a todos aquellos que han sido convocados por Dios en su casa.


Comentario del Santo Evangelio: Lc 6, 43-49, para nuestros mayores. Son muchos los que dicen: “Señor, Señor” y continúan flotando en el vacío.
Componen nuestro texto dos pequeñas unidades que pretenden discernir el valor y solidez del auténtico seguimiento de Jesús. Son muchos los que, dentro o fuera de la Iglesia, han presumido de cristianos. ¿Cómo se distinguen los verdaderos de los falsos, los auténticos de aquéllos que sólo son fingidos? Este evangelio nos ofrece dos líneas de discernimiento: la primera (6, 43-45) se ha compuesto a partir de la imagen de un árbol y sus frutos; la segunda (6, 46-49) alude a los cimientos de una casa.



Por árbol se entiende en la primera imagen (6, 43-45) el frutal. Es malo el que produce solamente espinas, grandes hojas relucientes, quizá flores que después se marchitan; es malo aunque parezca hermoso y admire a los curiosos por su altura, por la fuerza de las ramas, por su fronda. Y es que su bondad sólo se mide por la cantidad y la calidad de sus frutos.


Sobre esa comparación se ha interpretado la vida de seguidores de Jesús. Son muchos los que pueden aparentar diversas clases de grandezas o de honores: sabiduría humana, cualidades de organización, capacidad de ungir a los demás, experiencia mística, etc. Todo eso se convertido ante el mensaje de hojas que engañan, pues recubren la falta de los frutos. Lo que importa, lo que determina la cualidad de una persona son sus frutos, es decir, las obras concretas que realiza en favor de los demás


Para determinar el sentido de esos frutos debemos situarnos en el contexto del sermón de la llanura (Lc 6, 20-49): amar al enemigo, dar sin esperar la devolución, hacer el bien hasta el final sin exigir compensaciones, no erigirse en guía (o dictador) de los demás, abrirse al reino como un pobre... tales son los frutos a que alude el evangelio. Para determinarlos más en concreto debe acudirse a la imagen de la casa y su cimiento.


En un árbol lo que importa es la raíz; por eso el evangelio implica una conversión que penetre hasta el mismo fundamento de la persona transformando su manera de ser, cambiando el centro de su vida. En ese centro es donde se encuentran los auténticos cimientos que sostienen todo el ser de la persona. Los cimientos del hombre nuevo ofrecen solidez en la medida en que se encuentran apoyados encima de la roca que es el Cristo (6, 46-49).


Pero decir que el cimiento se halla en Cristo no resuelve los problemas. Son muchos los que dicen «Señor, Señor» y continúan flotando en el vacío (sobre tierra que cede haciendo que la casa se derrumbe). Los que dicen “Señor, Señor” son aquéllos que piensan que creen; son los que reducen su fe a una práctica litúrgica; los que se glorían de una piedad individual aparentemente fecunda. Esos y otros muchos que se dicen cristianos suponen encontrarse basados sobre roca. Pero su roca es ficción Cristo es solamente roca para aquéllos que cumplen su palabra, es decir, viven el misterio (la gracia y exigencia) de su evangelio tal como se ha venido a concretar en el sermón de la llanura (Lc 6, 20-49)


La vida de los creyentes se fundamenta en el Cristo total del evangelio. Por eso no basta una fe simplemente interior, un culto eclesial separado del amor y la vida Cristo se ha hecho presente en el mundo a través de la palabra (gracia y exigencia) del evangelio. Por eso, solo, quien la cumple se halla basado sobre roca (es casa firme, es árbol que produce buenos Frutos).

Comentario del Santo Evangelio: Luc 6, 43-49, de Joven para Joven. No todos los que dicen “Señor, Señor” se salvarán.

Esta frase es una buena confirmación de la psicología del subconsciente contra el moralismo. El moralismo parte del axioma, bastante superficial, de que el hombre tiene siempre la fuerza y la capacidad de decidir para el bien o para el mal. Semejante moralismo sólo puede ser estéril.


La libertad tiene una fuerza grande pero nuestras acciones corresponden a nuestra estructura psicológica y moral, cuyas raíces se encuentran en el pasado. El hombre es como un árbol, crece lentamente; su corazón, es decir; su actitud fundamental hacia la vida, se forma con lentitud, desde la infancia. Por eso, los autores espirituales repiten que nos debemos ocupar de la educación del corazón.


Pero, ¿es posible educar al corazón? El árbol no puede ocupar el lugar de otro árbol y, sin embargo, sí puede: con el injerto. San Pablo usa esta metáfora para describir nuestra unión con Cristo. Si tú, siendo acebuche has sido injertado, participas de la raíz y de la savia del olivo, como si olivo y acebuche fueran una única planta (Rm 11, 7ss).


También este versículo corresponde a la psicología moderna. El corazón se llama tesoro. A los niños se les dan huchas para que aprendan a ahorrar dinero y se les anima diciéndoles que, moneda a moneda, con el tiempo tendrán una buena suma. Lo mismo sucede con el corazón. Un pequeño servicio al prójimo significa poco; el mundo no cambiará porque hayamos ayudado a un viejecito a llevar su pesada maleta. Pero, si lo hacemos con frecuencia, adquirimos la costumbre de hacer algo por los demás. Después, la costumbre se convierte en una segunda naturaleza. A veces, a los hombres buenos, se les dice: ¡Bendito tú que tienes tan buen carácter! ¡Ves el bien en todas partes! ¡Yo, en cambio! Todo me irrita me y descontenta. Los santos detestaban este tipo de frases. Muchos de ellos tenían un carácter duro, irascible o superficial, pero, con las buenas obras practicadas constantemente, el corazón se había colmado y rebosaba bien.


Con frecuencia, los confesores escuchan a las personas quejarse de que no consiguen dejar de hablar mal del prójimo. Saben que está bien, pero no consiguen evitarlo, parece que las palabras salen solas de la boca. ¿Podemos dominar las palabras? Claro que se puede, y no es muy difícil: es suficiente contar hasta diez antes de hablar. Es necesario saber controlar la lengua, aunque cueste. Puede ocurrir que quien tiene la tendencia de hablar atolondradamente, a fuerza de controlarse, se haga taciturno y no logre volver a gozar de una conversación normal. Empieza a envidiar a quienes dicen lo que piensan con sinceridad y naturalidad. Esta sinceridad natural es agradable, y honra, porque corresponde a lo que hay en el corazón.


Si queremos vencer la mala costumbre de hablar mal de los demás sin enmudecer, sin ser hipócritas, hay un solo camino: aprender a pensar bien de ellos. Los buenos pensamientos son como moneditas puestas en la hucha del corazón.

Elevación Espiritual para este día

No con conciencia dudosa, sino cierta, Señor, te amo yo. Heriste mi corazón con tu Palabra y te amé. Mas también el cielo y la tierra y todo cuanto en ellos se contienen he aquí que me dicen de todas partes que te ame; ni cesan de decírselo a todos, a fin de que sean inexcusables. Sin embargo, tú te compadecerás más altamente de quien te compadecieres y prestarás más tu misericordia con quien Fueses misericordioso: de otro modo, el cielo y la tierra cantarían tus alabanzas a sordos.


Y ¿qué es lo que amo cuando yo te amo? No belleza de cuerpo ni hermosura de tiempo; no blancura de luz, tan amable a estos ojos terrenos; no dulces melodías d toda clase de cantilenas; no fragancia de flores, de ungüentos y de aromas; no manás ni mieles, no miembro, gratos a los amplexos de la carne: nada de esto amo cuando amo a mi Dios.


Y, sin embargo, amo cierta luz, y cierta voz, y cien a fragancia, y cierto alimento, y cierto amplexo, cuando amo a mi Dios, luz, voz, fragancia, alimento y amplexo del hombre mío interior, donde resplandece a mi alma lo que no se consume comiendo, y se adhiere lo que 1a saciedad no separa. Esto es lo que amo cuando amo mi Dios.


Reflexión Espiritual para el día
La vida personal empieza con la capacidad de romper los contactos con el medio, con la capacidad de recuperarse de volver o poseerse a sí mismo para dirigirse a un centro y alcanzar la propia unidad. Sobre esta experiencia vital se fundamenta la validez del silencio y de la vida retirada, que hoy es oportuno recordar. Las distracciones que esta civilización nuestra nos ofrece corrompen el sentido de la quietud, el gusto del tiempo que transcurre, la paciencia de la obra que madura, y hacen vanas las voces interiores que muy pronto sólo el poeta y el religioso sabrán escuchar.



Nuestro primer enemigo, dice G. Marcel, es lo que nos parece «completamente natural», que cae por su propio peso, según el instinto o la costumbre: la persona no es ingenuidad. Sin embargo, también el movimiento de la reflexión es asimismo un movimiento de simplificación, no de complicación o de sutilezas psicológicas: va al centro, y nos va directo, y no tiene nada que ver con la interpretación morbosa. Con un acto se compromete, con un acto se concluye. +


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