Liturgia diaria, reflexiones, cuentos, historias, y mucho más.......

Diferentes temas que nos ayudan a ser mejores cada día

Sintoniza en directo

Visita tambien...

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Lecturas del día 15-09-2010


tissot-mater-dolorosa
15 de Septiembre 2010, MIÉRCOLES DE LA XXIV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C) 4ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. MES DEDICADO A LA SAGRADA BIBLIA. NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES, Memoria obligatoria. NUESTRA SEÑORA DE LAS ANGUSTIAS, NUESTRA SEÑORA BIEN APARECIDA, NUESTRA SEÑORA DEL CAMINO. SS Nicomedes mr, Valeriano mr, Alpino ob.


LITURGIA DE LA PALABRA

-Hebreos 5,7-9: El es autor de salvación
-Salmo responsorial 30: Sálvame, Señor, por tu misericordia
-Secuencia (ad libitum). La madre piadosa estaba… La Madre piadosa estaba junto a la cruz y lloraba mientras el Hijo pendía; cuya alma, triste y llorosa, traspasada y dolorosa, fiero cuchillo tenía.

¡Oh cuán triste y cuán aflicta se vio la Madre bendita, de tantos tormentos llena! Cuando triste contemplaba y dolorosa miraba. del Hijo amado la pena.

Y ¿cuál hombre no llorara, si a la Madre contemplara de Cristo, en tanto dolor? ¿Y quién no se entristeciera, Madre piadosa, si os viera 1 sujeta a tanto rigor?

Por los pecados del mundo, vio a Jesús en tan profundo tormento la dulce Madre. Vio morir al Hijo amado, que rindió desamparado el espíritu a su Padre.

¡Oh dulce fuente de amor!, hazme sentir tu dolor para que llore contigo. Y que, por mi Cristo amado, mi corazón abrasado más viva en él que conmigo.

Y, porque a amarle me anime, en ni corazón imprime las llagas que tuvo n sí. Y de tu Hijo, Señor, divide conmigo ahora las que padeció por mí.

Hazme contigo llorar y de veras lastimar de sus penas mientras vivo; porque acompañar deseo en la cruz, donde le veo, tu corazón compasivo.

¡Virgen de vírgenes santas!, llore ya con ansias tantas, que el llanto dulce me sea; porque su pasión y muerte tenga en mi alma, de suerte que siempre sus penas vea. Haz que su cruz me enamore y que en ella viva y more de mi fe y amor indicio; porque me inflame y encienda, y contigo me defienda en el día del juicio.

Haz que me ampare la muerte de Cristo, cuando en tan fuerte trance vida y alma estén; porque, cuando quede en calma el cuerpo, vaya mi alma a su eterna gloria. Amén.

Jn 19,25-27: Ahí tienes a tu hijo; ahí tienes a tu madre.

María ha sido reconocida por la tradición eclesial como “cooperadora” en el proyecto de salvación de Dios. Su función no es meramente pasiva como alguna tendencia mariológica ha querido subrayarlo. Al contrario, la participación de María es plenamente activa: desde el sí al llamado de Dios en Nazaret hasta su presencia solidaria al pie de la cruz de Jesús. Aunque sea una construcción de la comunidad joánica o del redactor final del cuarto evangelio, podemos imaginar la escena: Jesús, colgando de la cruz totalmente destrozado, objeto de burlas y de torturas por parte de sus verdugos; María y el discípulo fiel, junto a él, desafiando a sus enemigos, compartiendo el sufrimiento. Así, muchas madres en el mundo entero reviven este cuadro de viernes santo: sus hijos, masacrados por las guerras, torturados, desaparecidos, crucificados por la injusticia humana; y ellas, siempre fieles, leales, fuertes hasta el final. Brindemos un homenaje sentido a todas las madres que acompañan a sus hijos en todas las circunstancias de la vida; reconozcamos a las mujeres de nuestra comunidad que sufren en sus corazones por la situación de sus hogares. Valoremos el aporte de la mujer en la transformación de la sociedad y de la Iglesia.


PRIMERA LECTURA.
Hebreos 5, 7-9
Aprendió a obedecer y se ha convertido en autor de salvación eterna

Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.


Palabra de Dios

Salmo responsorial: 30
R/.Sálvame, Señor, por tu misericordia



A ti, Señor, me acojo: no quede yo nunca defraudado; tú, que eres justo, ponme a salvo, inclina tu oído hacia mí. R.


Ven aprisa a librarme, sé la roca de mi refugio, un baluarte donde me salve, tú que eres mi roca y mi baluarte; por tu nombre dirígeme y guíame. R.


Sácame de la red que me han tendido, porque tú eres mi amparo. A tus manos encomiendo mi espíritu: tú, el Dios leal, me librarás. R.


Pero yo confío en ti, Señor, te digo: "Tú eres mi Dios." En tus manos están mis azares: líbrame de los enemigos que me persiguen. R.


Qué bondad tan grande, Señor, reservas para tus fieles, y concedes a los que a ti se acogen a la vista de todos. R.


SANTO EVANGELIO
Juan 19,25-27
Triste contemplaba y dolorosa miraba del Hijo amado la pena

En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo." Luego, dijo al discípulo: "Ahí tienes a tu madre." Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.


Palabra del Señor

o bien: Lc 2, 33-35. Ati una espada te atravesará el alma

SANTO EVANGELIO.
LC 2, 33-35.
A ti una espada te traspasará el alma.
Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decia de él. Simón les bendijo y dijo a María su Madre: " Este está puesto para caida y elevacción de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción - y a ti misma una espada te atravesará el alma- a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.



Palabra del Señor.



Comentario de la Primera lectura: Hebreos 5,7-9. El es autor de salvación
 
Esta breve perícopa es, evidentemente, cristológica. El contexto subraya la filiación divina y la identidad sacerdotal de Cristo. Es también hijo de María el hijo de Dios que no fue eximido de la muerte ni de los padecimientos, sino que a través de ellos se hizo perfecto y se convirtió en causa de salvación. La muerte y los padecimientos son herencia de toda persona humana. Por consiguiente, ni siquiera María, aunque fuera madre de Dios, fue eximida del dolor.



La palabra clave que une al hijo con la madre y después a los discípulos de él— es «obediencia» (v. 8). Cristo obedece en todo al Padre: su alimento es cumplir la voluntad del Padre; la voluntad del Padre envuelve toda la existencia humana, cubierta asimismo por Jesús de alegrías y dolores, encaminada por él a la muerte y a la resurrección. También María se dispone a obedecer a la voluntad de Dios, poniéndose a su disposición cual sierva del Señor cuya Palabra pretende cumplir. La Palabra la conduce a lo largo de las etapas de un camino de dolor: una vía matris dolorosae.


Comentario del Salmo 30. Sálvame, Señor, por tu misericordia.

 
Este es un salmo de súplica individual, en el que se mezclan elementos de acción de gracias (8-9; 22-25). Alguien está atravesando una gran dificultad y, por eso, dama al Señor. Según Lc 24,46, Jesús habría rezado en la cruz este salmo o parte de él, ya que este Evangelio pone en su boca, como sus últimas palabras, la frase que encontrarnos en 6a: «En tus manos encomiendo mi espíritu».



El hecho de incluir elementos de acción de gracias hace más difícil establecer una clara división. No obstante, podernos distinguir tres partes: 2-9; 10-19; 20-25. En la primera (2-9), se concentran casi todas las peticiones urgentes que esta persona le dirige al Señor a causa de la dramática situación en que se encuentra. Tenernos siete de estas peticiones: «sálvame», «inclina tu oído», «ven aprisa», «sé tú mi roca», «guíame», «sácame», «rescátame». El salmista hace estas peticiones basado en la confianza que ha depositado en el Señor, considerado como último recurso. De hecho, se presenta a Dios como «roca fuerte», fortaleza», «roca y baluarte» y «el que rescata», Algunos versículos presentan ya la acción de gracias (8-9) por el rescate llevado a cabo. Tal vez se hayan añadido más tarde.


La segunda parte (10-19) comienza con una súplica («ten piedad», v. 10), que se extiende bastante a la hora de describir la desastrosa situación en que se encuentra el salmista: está arrasado física y psicológicamente y por eso todos lo rechazan como a un cacharro inútil, como a algo repugnante (10-13). Describe con detalle las acciones de sus adversarios, que pretenden darle el golpe de gracia (14). Vuelve la confianza en el Señor (15-16a) y, a causa de ello, surgen nuevas peticiones («líbrame», «haz brillar», «sálvame», 16b-17). La persona pide un cambio de destino y sigue con la descripción de las acciones criminales de sus enemigos (18-19).


En la tercera parte (20-25), ya no encontramos súplica, sino acción de gracias al Señor (20-22) y una catequesis dirigida a los fieles (23-25), es decir a los justos, quienes, hasta este momento, parecían ausentes y acobardados ante tanta opresión e injusticia. Es la resurrección de la lucha por la justicia.


Como los demás salmos de súplica, también este revela un terrible conflicto social entre una persona justa y un grupo de personas injustas. El enfrentamiento es desigual: uno contra muchos, ¿Es que sólo había un justo? Claro que no, pero los demás estaban asustados y permanecían callados, con miedo a morir a la mínima reacción.


¿Cuál es la situación del justo? Este salmo lo describe como alguien que ha caído en la red que le han tendido los malvados (5). Ha caído en las manos de su enemigo (9), que le oprime y le causa dolor (10), dejándolo sumido en la tristeza y entre gemidos (11), sin fuerzas para reaccionar (11). El justo llama «opresores» a sus enemigos (12), y, a causa de la opresión que padece, es rechazado por vecinos y amigos (12), se le considera ya corno si estuviera muerto (13), corno un caso perdido. El salmo lo presenta también como perseguido por los enemigos (16) y lo califica como «justo» (19).


¿Y los enemigos? Aparte de lo que se dice de ellos al exponer cómo se siente y cómo se encuentra el justo, este salmo los presenta como adoradores de ídolos vanos (7), como enemigos (16), malvados (18), mentirosos (19), responsables de intrigas (21).


Así pues, podemos reconstruir el marco social que dio origen a este salmo. Un justo trató, él solo, de oponerse a la injusticia generalizada (idolatría) presente en la sociedad. Los malvados injustos reaccionaron con violencia, intimidando a los demás justos, que se ocultan acobardados. El justo lleno de valor hace frente a las consecuencias de su valentía. Los malvados, sirviéndose de calumnias e intrigas, tratan de capturar al justo, que acaba en sus manos, cayendo en la trampa que le han tendido. Estando solo, el justo no tiene a quién recurrir. Se siente perdido. Sus amigos y vecinos le han dado la espalda. Se siente como muerto, como un caso perdido. Físicamente debilitado (cf el vigor que se le debilita y los huesos que se le consumen del y psicológicamente derrumbado (se siente como un ser repugnante para sus vecinos y un espanto para sus antiguos amigos, y. 12), escucha los cuchicheos de los enemigos que traman su muerte. ¿Qué puede hacer? Todos lo han abandonado: justos, amigos, vecinos, conocidos... Entonces dama al Señor pues ya no le queda nadie a quién recurrir. Así nació este salmo: a partir del tremendo conflicto entre justicia e injusticia, con la aparente y fácil victoria de los injustos, que tienen al justo en sus manos y quieren matarlo.


Una vez más, Dios es visto y experimentado como el amigo y aliado fiel que no falla en los momentos de angustia. ¿Por qué tiene tanta confianza esta persona y clama a Dios? Porque sabe que, en el pasado, el Señor escuchó el clamor de los israelitas, se solidarizó con ellos, bajó y los liberó de la trampa de muerte que les había tendido el Faraón. El Señor es el aliado que hace justicia (2).


En este salmo, el Señor recibe algunos títulos significativos, que imprimen vivos colores al retrato de Dios: «roca» (3), «fortaleza» (3), «baluarte» (4). Se trata de términos vinculados con la idea de defensa y protección (contexto militar). El Señor se presenta también como «mi Dios» (15), expresión profundamente unida a la idea de Alianza; además de lo dicho, hay referencias a Dios corno «refugio de acogida» (20), como alguien que «esconde» (21) y «oculta en su tienda» (21).


En el Nuevo Testamento, Jesús fue todo esto para los excluidos y los que sufrían: enfermos, leprosos, muertos, personas que necesitaban recuperar su dignidad. Además, según Lucas, este salmo es un retrato del mismo Jesús, víctima de las maquinaciones e intrigas de los poderosos. Abandonado por todos, entrega su espíritu al Padre, depositando en él toda su confianza.


Tratándose de un salmo de súplica individual, podemos rezarlo cuando nos encontremos en una situación próxima o parecida a la de la persona que lo compuso, O bien, podemos rezarlo en solidaridad con tantas y tantas personas que viven circunstancias de opresión y exclusión semejante a las que nos describe el salmo. Desde el punto de vista personal, es conveniente rezarlo cuando tenemos la sensación de haber sido abandonados; cuando nos sentimos físicamente debilitados y psicológicamente arrasados; cuando el dolor nos consume los ojos, la garganta y las entrañas; cuando nos sentimos víctimas de las intrigas humanas...


Si no vivimos una situación semejante, puede ser bueno rezarlo en comunión con tantos excluidos como hay en la sociedad, con los perseguidos por causa de la justicia, con aquellos cuya muerte ha sido ya fijada. Además, los versículos 12-14 nos invitan a pensar en la situación de los enfermos terminales, de los enfermos de sida y de otros que viven un drama existencial irreversible.


Secuencia (ad libitum). La madre piadosa estaba….
La Madre piadosa estaba junto a la cruz y lloraba mientras el Hijo pendía; cuya alma, triste y llorosa, traspasada y dolorosa, fiero cuchillo tenía.



¡Oh cuán triste y cuán aflicta se vio la Madre bendita, de tantos tormentos llena! Cuando triste contemplaba y dolorosa miraba. del Hijo amado la pena.


Y ¿cuál hombre no llorara, si a la Madre contemplara de Cristo, en tanto dolor? ¿Y quién no se entristeciera, Madre piadosa, si os viera 1 sujeta a tanto rigor?


Por los pecados del mundo, vio a Jesús en tan profundo tormento la dulce Madre. Vio morir al Hijo amado, que rindió desamparado el espíritu a su Padre.


¡Oh dulce fuente de amor!, hazme sentir tu dolor para que llore contigo. Y que, por mi Cristo amado, mi corazón abrasado más viva en él que conmigo.


Y, porque a amarle me anime, en ni corazón imprime las llagas que tuvo n sí. Y de tu Hijo, Señor, divide conmigo ahora las que padeció por mí.


Hazme contigo llorar y de veras lastimar de sus penas mientras vivo; porque acompañar deseo en la cruz, donde le veo, tu corazón compasivo.


¡Virgen de vírgenes santas!, llore ya con ansias tantas, que el llanto dulce me sea; porque su pasión y muerte tenga en mi alma, de suerte que siempre sus penas vea. Haz que su cruz me enamore y que en ella viva y more de mi fe y amor indicio; porque me inflame y encienda, y contigo me defienda en el día del juicio.


Haz que me ampare la muerte de Cristo, cuando en tan fuerte trance vida y alma estén; porque, cuando quede en calma el cuerpo, vaya mi alma a su eterna gloria. Amén.


Comentario del Santo Evangelio: (Jn 19, 25-27).  A ti una espada te traspasará el alma.
Juan presenta con cierto arte un cuadro cuyo centro es Jesús en la cruz. Los circunstantes son los cuatro soldados, cuatro mujeres —probablemente mencionadas por el evangelista en contraste con los soldados, las mujeres son creyentes, los soldados son incrédulos— y el discípulo al que amaba Jesús.



Mujer, ahí tienes a tu hijo. Es la segunda vez que la madre de Jesús aparece en este evangelio. La primera fue en Caná de Galilea. Es decir, al principio y al final de la vida pública de Jesús. En la primera ocasión le dirige unas palabras desconcertantes y que, fundamentalmente deben entenderse en el sentido de separación. Jesús le dice que no intervenga en su vida durante la nueva fase que entonces comenzaba, y que conocemos con el nombre de vida pública. Jesús debe actuar con absoluta libertad, determinado unicamente por la voluntad del Padre, sin ingerencias de nadie más, ni siquiera de su madre. Ella lo hace así y desaparece de escena (téngase en cuenta la gran sobriedad con que aparece también en los Sinópticos). Pero aquella ley de separación termina ahora, cuando ha llegado la hora de Jesús. Con la hora de Jesús llega también la de María. Por eso se hace presente junto a la cruz.


En las dos ocasiones Jesús se dirige a ella llamándola «mujer», no madre, como seria lo normal. ¿Por qué? La única razón convincente es porque quiere presentarla como la mujer estrechamente unida con el Salvador para llevar a cabo la obra de la redención. La mujer de la que se habla en el Génesis (Gén 3, 15) y en el Apocalipsis (Ap 12).


Las palabras que Jesús dirige a su madre no pueden entenderse sólo desde la preocupación lógica por proporcionarle un apoyo humano a hora que él faltaba. Si Jesús hubiese pretendido solamente eso, habrían bastado las palabras con que se dirige al discípulo.


Ahí tienes a tu madre. Desde una simple preocupación por su madre habrían bastado estas palabras. No habría sido necesario que se dirigiese también a ella.


Sin duda tenemos aquí un sentido más profundo que el inmediatamente literal. La profundización posterior por parte de la Iglesia se encargaría de aclarar este sentido misterioso. Cuando llegue la hora de Jesús —y esa hora ha llegado en el momento de la cruz— se pondrá de relieve una peculiar y estrechísima relación entre él y ella, más fuerte que la simple relación físico-generacional. La relación del pasado, relación física, se verá ampliada y enriquecida con una nueva relación para el futuro. El afecto y la relación maternal se centrarán en aquéllos por quienes su Hijo está entregando su vida. La maternidad espiritual de María.


Y este nuevo aspecto o dimensión de aquella «mujer» se ilumina desde el discípulo a quien amaba Jesús. En esta ocasión, al menos, es una figura simbólica, dotada de una personalidad corporativa, representando y personificando a todos los seguidores de Jesús.


Estamos dentro de la corriente de la más pura teología paulina (y de toda verdadera teología), que considera a los creyentes como “hermanos” de Cristo, participando en su filiación. Y, por tanto, en la de María.


o bien: Comentario del Santo Evangelio: Lucas 2,33-35. Triste contemplaba y dolorosa miraba del Hijo amado la pena.
Esta minúscula perícopa de Lucas está situada en el centro de la “presentación de Jesús en el templo”, donde sus padres cumplían las normas de la ley relativa a los recién nacidos. La palabra clave aquí es «espada» (v. 35b). La exégesis, consolidada por siglos de repetidas e idénticas referencias mariológicas, sondea todos los matices que se refractan de la imagen de la «espada de dolor». Siempre han sido llamadas «profecías de Simeón» las palabras de este hombre justo y temeroso de Dios, que esperaba el consuelo de Israel.



Indudablemente, la imagen de la espada que traspasa el alma se plasma en un corazón traspasado; algunos acontecimientos evangélicos confirman una especie de preanuncio de sufrimientos y dolores que habrían hecho sufrir al corazón de la madre. Sin embargo, el sustantivo «espada» que traspasa remite a Heb 4,12: allí la espada representa la Palabra de Dios. También la palabra Fatigosa, pero obedecida por Jesucristo, hijo de Dios y de María, es igualmente obedecida por su Madre, con vertida asimismo por esa fatigosa obediencia en la Dolorosa.


Algún leccionario propone también como primera lectura para esta memoria de la Virgen de los Dolores el texto de Jdt l3, 17h-20a: es el canto de bendición a Dios y a la mujer Fuerte por la liberación del pueblo, que sufre y está atemorizado por la presencia de un peligroso enemigo; éste se convierte en cántico de bendición a María, «mediadora» de la salvación también a través de sus dolores.


Se propone también como lectura Col 1,18-24, que es el repetido buen anuncio —«Evangelio»— de la reconciliación mediante la muerte de Cristo, al que puede asociarse todo discípulo completando en su propia carne lo que falta a su pasión: María es la primera que, sufriendo con su hijo moribundo en la cruz, cooperó de un modo absolutamente especial en la obra del salvador.


Se propone, por último, el texto de Jn 19,25-27, fuente esencial para el desarrollo del recuerdo del dolor de María, confiada también como «dolorosa al discípulo amado (no sólo el autobiógrafo Juan, sino todo el que sigue con un amor fiel a Cristo a todas partes), el cual «la tomó consigo», o sea, acogió la belleza de su estilo de discipulado y proximidad no exentos de encrucijadas de dolor.


El soporte para la meditación es generoso: una generosidad que no es extraña a la convicción o al menos a la sensación de la importancia de un tema y una realidad tan sensiblemente humana como es el dolor El mensaje abierto por la Palabra bíblica confirma la subsistencia del dolor en la historia individual y colectiva de la humanidad, pero anuncia que el dolor habita también en el mundo divino, asumido en la encarnación por el mismo Hijo de Dios, Jesucristo, y compartido por su madre, una mujer en parte común y en parte singular como María. Mediante su experiencia de dolor, el dolor humano puede ser sustraído a la maldición y convertirse en mediación de vida salvada y servicio de amor.


Comentario del Santo Evangelio: Jn 19, 25-27, para nuestros Mayores. Triste contemplaba y dolorosa miraba del Hijo amado la pena.

¿
Qué lugar ocupa la Virgen María en nuestra espiritualidad? ’’Mujer, aquí tienes a tu hijo; hijo, aquí tienes a tu madre’’ Juan 19,26-27. Desde que por primera vez el discípulo a quien Jesús amaba acogió a María en su casa, fue María quien acogió también a la Iglesia. El 27 de Abril es la fiesta de la Virgen de Montserrat, y hoy que me he sentado para escribir unas líneas sobre un tema de espiritualidad. Me parece un deber filial escribir algo sobre María. Ya desde una perspectiva antropológica y psicológica, la incorporación del arquetipo materno en la propia espiritualidad, a mi entender, enriquece y complementa el desarrollo humano y cristiano de la persona.



El modelo humano y la condición de discípulo que nos ofrece el Nuevo Testamento sobre María son exquisitos por su discreción, finura y ternura: su disponibilidad en la Anunciación, la fidelidad hasta el pie de la cruz, su presencia en la vida de la Iglesia ilustrada en el relato de Pentecostés. Y no hay que liberar a María del dogma para hacerla más próxima a nosotros. Si los dogmas son símbolos de la fe, entonces son formulaciones capaces de llevarnos ’’a una relación con’’ (del griego ’’ballo’’: lanzar, y ’’syn’’: con). Esta María, tan humana, ha sido admitida ya dentro del ámbito de la divinidad: por eso es posible una proximidad especial con ella. Podemos sentirnos escuchados, amados, animados, curados por ella. Quizás ya no pensando que, como Cristo y el Padre están más lejos… ella nos hace de intermediaria. Me parece que ya todos nos dejamos llevar por el Espíritu que llama en nuestros corazones confiadamente ’’Abba, Padre’’, o que ya tenemos consciencia de que ’’en Cristo tenemos un gran sacerdote capaz de compadecerse de nuestras debilidades’’. Pero sí porque en nuestra vida espiritual la presencia del rostro femenino de María nos dice algo de Dios que sólo ella puede transmitir a su manera: con su ternura y su acogimiento de madre, su discreción, su valentía y fortaleza de mujer, su preocupación por la vida, su capacidad de comprensión, su sensibilidad y admiración por la bondad… y, seguramente, más cosas que el querido lector también podría añadir.


Vivir junto a un icono-escultura de María tan amada, como es la de la Virgen de Montserrat, me ha hecho comprender, cada vez más, la importancia de María en la espiritualidad del cristiano: ¿cuántas veces la ternura y la mano izquierda de una madre no han podido más que la tristeza, la desesperación, el desconsuelo o el desencanto de alguno de sus hijos? María, como representa la escultura romanicogótica de Montserrat, sede de sabiduría, que tiene el niño en el regazo y lo muestra a todo el mundo que va hacia ella, es imagen de cómo la Iglesia tiene que presentar a la Madre de Dios: como aquella que lleva a Cristo. Si hay alguien, sin embargo, que se siente atraído por María y no consigue llegar al Hijo, me atrevo a decir que ya ha empezado a andar, aunque no haya llegado a la meta.


o bien: Comentario del Santo Evangelio: (Lc 2, 33-35), para nuestros Mayores. Jesús es presentado al Señor.
El evangelio de la infancia de san Lucas (cap 1-2) comenzaba con la escena del anciano Zacarías en el templo (1, 5-22). Desde el templo, lugar de la presencia de Dios en medio de los suyos, se ha escuchado la palabra que dirige la historia hacia su meta (anunciación de Juan). Hacia el templo, lugar de plenitud del pueblo de Israel, se ha dirigido la historia de la infancia. De la infancia de Jesús en ese templo trata nuestro texto (2, 22-38). Sus elementos fundamentales son los siguientes: a) Presentación (2, 22-24); b) revelación de Simeón (2, 25-35); c) testimonio de Ana (2, 36-38) y d) vuelta a Nazaret (2, .39-40).



En el fondo de la escena de la presentación (2, 22-24) está la vieja ley judía según la cual todo primogénito es sagrado y, por lo tanto, ha de entregarse a Dios o ser sacrificado. Como el sacrificio humano estaba prohibido, la ley obligaba a realizar un cambio, de manera que, en lugar del niño, se ofreciera un animal puro (cordero, palomas) (cfr Ex 13 y Lec 12). Parece probable que al redactar la escena Lucas esté pensando que Jesús, primogénito de María, es primogénito de Dios. Por eso, junto a la sustitución del sacrificio (se ofrecen dos palomas) se resalta el hecho de que Jesús ha sido «presentado al Señor», es decir, ofrecido solemnemente al Padre. El sentido de esta ofrenda se comprenderá solamente a la luz de la escena del calvario, donde Jesús ya no podrá ser sustituido y morirá como el auténtico primogénito que se entrega al Padre para salvación de los hombres. Unido a todo esto Lucas ha citado sin entenderlo un dato de la vieja ley judía: la purificación de la mujer que ha dado a luz (cfr Lev 12). Para Israel, la mujer que mandaba manchada y por eso tenía que realizar un rito de purificación antes de incorporarse a la vida externa de su pueblo. De esta concepción, de la que extrañamente han quedado vestigios en nuestro pueblo hasta tiempos muy recientes, parece que Lucas no ha tenido ya una idea clara; por eso en el texto original ha escrito «cuando llegó el tiempo de la purificación de ellos», refiriéndose también a José y a Jesús. La tradición litúrgica ha corregido el texto original de Lucas, refiriéndose sólo a la purificación de María, ajustándose de esa manera a la vieja ley judía.


El centro de nuestro pasaje lo constituye la revelación de Simeón (2, 25-35). Jesús ha sido ofrecido al padre; el Padre responde enviando la fuerza de su Espíritu al anciano Simeón, que profetiza (2, 29-32. 34-35). En sus palabras se descubre que el antiguo Israel de la esperanza puede descansar tranquilo; su historia (representada en Simeón) no acaba en vano: ha visto al salvador y sabe que su meta es ahora el triunfo de la vida. En esa vida encuentran su sentido todos los que esperan porque Jesús no es sólo gloria del pueblo israelita, es el principio de luz y salvación para las gentes.


Tomadas en sí mismas, las palabras del himno del anciano (2, 29-32) son hermosas, sentimentalmente emotivas. Sin embargo, miradas en su hondura, son reflejo de un dolor y de una lucha. Por eso culminan en el destino de sufrimiento de María (2, 34-35). Desde el principio de su actividad, María aparece como signo de la Iglesia, que llevando en sí toda la gracia salvadora de Jesús se ha convertido en señal de división y enfrentamiento. La subida de Jesús al templo ha comenzado con un signo de sacrificio (2, 22-24); con signo de sacrificio continúan las palabras reveladoras de Simeón. Desde este comienzo de Jesús como signo de contradicción para Israel (u origen de dolor para María) se abre un arco de vida y experiencia que culminará sobre el Calvario y se extenderá después hacia la Iglesia. Todo el que escucha las palabras de consuelo en que Jesús se muestra como luz como gloria (2, 29-32) tiene que seguir hacia adelante aceptarle en el camino de dureza; decisión y muerte; en ese caminar no irá jamás en solitario, le acompaña la fe y el sufrimiento de María.


Con las palabras de alabanza de Ana, que presenta Jesús como redentor de Jerusalén (2, 36-38) y con la anotación de que crecía en Nazaret lleno de gracia (2, 39-40 se ha cerrado nuestro texto.


Comentario del Santo Evangelio: Jn 19, 25-27 de Joven para Joven.. Dejarnos cubrir por Jesús.
Estar junto a Jesús y dejarse contemplar por Él. Dejar que Él penetre hasta lo más íntimo de nosotros. Él descubre nuestras alegrías y tristezas; Él conocerá de nuestra soledad y de nuestras esperanzas; ante Él nada puede ocultarse, pues penetra hasta la división entre alma y espíritu. María, entregada por Jesús al discípulo amado; y el discípulo amado que acoge en su casa a María, se convierten para nosotros en la encomienda que el Señor quiere hacernos a quienes hemos de convertirnos en sus discípulos amados: Acoger a su Iglesia en nuestra casa, en nuestra familia, para que se convierta en una comunidad de fe, en un signo creíble del amor de Dios, en una comunidad que camine con una esperanza renovada. Ciertamente la cruz, consecuencia de nuestro servicio a favor del Evangelio, a veces nos llena de dolor, angustia, persecución y muerte. Mientras no perdamos nuestra comunión con la Iglesia, podremos caminar con firmeza y permanecer fieles al Señor. María, acogida en nuestro corazón, impulsará con su maternal intercesión nuestro testimonio de fe; pero nos quiere no en una relación personalista con ella y con Cristo, sino en una relación vivida en la comunión fraterna, capaz de ser luz puesta sobre el candelero para iluminar a todos, y no luz oculta cobardemente debajo de una olla opaca, viviendo en oración pero sin transcendencia hacia la vida. Así la fe no tiene sentido vivirse. Si Cristo, si María, si la Iglesia están en nosotros, vivamos como testigos que dan su vida para que todos disfruten de la Vida, de la salvación que Dios nos ha dado en Cristo Jesús, su Hijo.



Jesús nos ha reunido en torno a Él para que, juntos, celebremos su Misterio Pascual. Nosotros, como el siervo dispuesto a hacer la voluntad de su amor, estamos de pié ante Él para escuchar su Palabra y ponerla en práctica. Nuestra actitud no es la de quedarnos sentados, como discípulos inútiles. Su Palabra, pronunciada sobre nosotros, nos invita a saber acoger a nuestro prójimo no sólo para hablarle del Reino de Dios, sino para hacérselo entender, para hacérselo cercano desde un corazón que se convierte en acompañamiento del Dios-con-nosotros, que camina con el hombre desde la Comunidad de creyentes en Cristo.


El trabajo por el Reino de Dios no se llevará adelante conforme a nuestras imaginaciones, sino conforme a las enseñanzas y al ejemplo que Cristo nos ha dado. Por eso, hemos de estar dispuestos a acoger en nuestro corazón a nuestro prójimo y a velar por él y a no abandonarlo ni a pasar de largo ante su dolor, ante su sufrimiento, ante las injusticias que padece. Muchas veces contemplamos al pie de la cruz de Cristo a las mujeres abandonadas, injustamente tratadas, viudas o marginadas; vemos a muchos pobres fabricados por sistemas económicos injustos; vemos enviciados y envilecidos por mentes corruptas y ansiosas de dinero sin importarles la dignidad de sus semejantes. ¿Seremos capaces de acoger a toda esta gente para manifestarles, de un modo concreto, realista, que el Señor los sigue amando por medio nuestro? Cristo nos ha confiado el cuidado de los demás para fortalecerlos, para ayudarles a vivir con mayor dignidad, para proclamarles el Nombre del Señor. ¿Aceptaremos esta responsabilidad que el Señor ha querido confiarnos?


Que la Santísima Virgen María, que incluso al pié de la cruz permaneció de pié escuchando a su Hijo, dispuesta a hacer su voluntad; que no rehuyó en la encomienda de irse con el discípulo amado para ayudarle a caminar con el mismo amor y fidelidad puesta a toda prueba con que vivió su Hijo Jesús; que ella, nuestra Madre, interceda por nosotros, para que no nos quedemos en una fe intimista y romanticista, sino que caminemos en una fe de generosidad, de capacidad de acoger a los que sufren, a los pecadores, a los que han sido marginados, para que, disfrutando del amor que Dios quiere que todos poseamos, algún día seamos acogidos eternamente en la Casa del Padre Dios. Amén.


o bien: Comentario del Santo Evangelio: Lc 2, 33-35 de Joven para Joven. Y a ti una espada te atravesará el corazón.
Fue en el momento de la cruz. Se cumplieron las palabras proféticas de Simeón, como atestigua el Vaticano II: “María al pie de la cruz sufre cruelmente con su Hijo único, con corazón maternal a su sacrificio, dando a la inmolación de la víctima, nacida de su propia carne, el consentimiento de su amor”. Por eso, la Iglesia, después de haber celebrado ayer la fiesta de la exaltación de la Cruz, recuerda hoy a la Virgen de los Dolores, la Madre Dolorosa, también exaltada, por lo mismo que humillada con su Hijo.



Cuanto más íntimamente se participa en la pasión y muerte de Cristo, más plenamente se tiene parte también en su exaltación y glorificación. Vio a su Hijo sufrir y ¡cuánto! Escuchó una a una sus palabras, le miró compasiva y comprensiva, lloró con El lágrimas ardientes y amargas de dolor supremo, estuvo atenta a los estertores de su agonía, retumbó en sus oídos y se estrelló en su corazón el desgarrado grito de su Hijo a Dios: “¿por qué me has abandonado?”, oyó los insultos, comprobó la alegría de sus enemigos rebosando en el rostro iracundo de los sacerdotes y del sumo Anás y de Caifás , mientras balanceaban sus tiaras, y de los sanedritas, que se regodeaban en su aparente victoria, contempló cómo iba perdiendo el color Jesús, su querido hijo...Humanamente no se podía soportar tanta angustia. El Padre amoroso la tuvo que sostener en pie.


Mientras su Hijo extenuado expiraba, su corazón inmaculado y amantísimo sangraba a chorros, sus manos impotentes para acariciarle, para aliviarle, se estremecían de dolor y de pena horrorosa y su alma dulcísima estaba más amarga que la de ninguna madre en el transcurrir de los siglos ha estado y estará. ¡Cuánto dolor, pobre Madre! ¡Qué parto de la iglesia tan doloroso y tan diferente de aquélla noche de Belén! Al fin, inclinó la cabeza y el Hijo expiró. Y nacimos nosotros. “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Por eso el Padre te exaltó a la derecha de tu Hijo asumpta en cuerpo y alma. Cuanto mayor fue tu dolor, más grande es tu victoria.


La Madre Teresa de Calcuta ha visto en los hombres a sus hijos, los de la Madre y los de ella. Con cuánta razón es llamada ¡Madre! El 19 de octubre será proclamada Beata. En un excelente programa de la 2 de TVE, cuyo nombre no recuerdo, Joaquín Soler Serrano entrevistaba a la Madre Teresa de Calcuta. La figura del presentador, arrogante, elocuente, simpático, dominador, con muchas tablas. La de la Madre Teresa pequeña, muy pequeña, nada bella físicamente, surcada de arrugas su frente, su rostro, sus manos, un manojo de sarmientos. Desmañada, encorvada, doblada. El periodista comenzó la entrevista con gran empaque. La monjita respondía desgranando unas palabras como musitadas, desproporcionadas a las del Goliat que le preguntaba con sus potentes armas descriptivas, chispeantes, atractivas. Pero, poco a poco, la figura de la monjita fue creciendo, y ¡oh milagro!, la del Goliat periodista, menguando, disminuyendo, empequeñeciendo, no diré acomplejado, pero rendido, asombrado, reverente, vencido, Goliat ante un David crecido. Emocionado yo también, admiré el poder del espíritu superando a la técnica con tal evidencia, que no pude menos de exaltar y glorificar el fulgor de Dios sobre la opacidad de las obras humanas. Vi el brillar de una Santa que, vamos a ver y a venerar dentro de unas semanas, en los altares.


Otro día fue en Roma. El aula Pablo VI luce rebosante. 6000 sacerdotes reunidos de todas las naciones, esperan. Presentaron en el estrado a la Madre Teresa de Calcuta, que iba a hablar a aquella enorme y culta asamblea. Después de los aplausos de la presentación se hizo un gran silencio. Comenzó a hablar aquella mujer menuda y apenas si decía nada, muchos sacerdotes aquí y allá se ponían de pie, porque casi no se la veía. Descendió las gradas del estrado y desfiló por el pasillo saludando con inclinaciones de cabeza, las manos cruzadas sobre el pecho y con una sonrisa maternal y bondadosa, que iluminaba todo su rostro. Atronaron los aplausos largo rato. Me susurró un compañero canadiense: No sabe hablar, apenas se la ve y míranos a todos embobados y entusiasmados… Era el esplendor de Dios que se reflejaba en ella, como la aureola irresistible de Moisés cuando descendía del Sinaí. La Madre Teresa de Calcuta. La persona que ha cautivado al mundo.


Otra vez en Calcuta. Su entierro. Su apoteosis. El mundo a sus pies. Las coronas innumerables de flores blancas, llegadas de todas las procedencias, testimoniando el respeto, la devoción asombrada del orbe entero, rendido ante el heroísmo de esta mujer, que no ha querido convencer, sino demostrar. Demostrar que Jesús está en los pobres más pobres, en los niños no nacido y en los pobres moribundos. Entonces dijo Juan Pablo II. "Sigue viva en mi memoria su diminuta figura, doblada por una existencia transcurrida al servicio de los más pobres entre los pobres, pero siempre cargada de una inagotable energía interior: la energía del amor de Cristo". Ante el ataúd de la Madre Teresa vi, entre las muchas personalidades que desfilaron ante la urna en aquella iglesia de Santo Tomas, al primer ministro indio, Inder Kumar Gujral, que dijo estas palabras solemnes: " En la primera mitad del siglo XX tuvimos al Mahatma Gandhi tuvimos en la India al Mahatma Gandhi, para enseñarnos a luchar contra la pobreza; en la segunda mitad, hemos tenido a la Madre Teresa, para mostrar el camino para ayudar a los pobres". Al marcar los siglos el primer ministro, a mí se me ocurre afirmar: Francisco de Asís vino en el siglo XIII a Europa, a reconstruir la Iglesia que se desmoronaba. La Madre Teresa ha venido a Asia, al finalizar el siglo XX, para alentar al mundo a defender la vida, la vida de los pobres. Las mujeres sollozaban y llevaban coronas de flores blancas. Se arrodillaban ante el féretro, cubierto con la bandera nacional, y le decían: "Ah madre, ah madre". Y yo busco sus raíces. El amor a los hombres, a los más pobres de los pobres, hijos de la Madre Dolorosa. “Ahí tienes a tus hijos”. El testamento de Jesús en la Cruz. ¡Qué bien lo supo entender! ¡Qué bien lo supo cumplir! ¡Qué ejemplo nos ha dejado a seguir!


Elevación Espiritual para este día.
A Santa María, tanto en la tradición de la Iglesia como en la devoción popular; se la denomina y reconoce como la Dolorosa. La Dolorosa no es dogma de fe, o sea, una verdad revelada por Dios. El dolor de María fue una realidad de su vida terrena. Inmaculada, siempre virgen, madre de Dios y asunta configuran la verdad de la inmodificable identidad personal de María. El dolor fue una experiencia suya terrena: María fue y ya no es dolorosa. Sus dolores cesaron al final de su existencia terrena, como sucede con toda persona humana. Pero ella sigue estando junto a los que sufren: la Dolorosa continúa siendo madre de los que sufren. En esta función ejerce ella un magisterio. Los dolores padecidos en la tierra constituyen una compleción de la pasión de Cristo en beneficio de la Iglesia. La participación de María en la pasión del Señor se ha convertido en su modo de cooperar a la obra de la salvación llevada a cabo por él: también como dolorosa es María corredentora, es decir, «ha cooperado de un modo absolutamente especial en la obra del Salvador».


Reflexión Espiritual para el día.
La meditación sobre los siete dolores de la bienaventurada Virgen podrá expresarse fácilmente en términos actuales, en cuanto los comparemos con los múltiples sufrimientos por los que está marcada la vida hoy...



Principalmente en virtud de nuestra identidad cristiana, aceptaremos ser nosotros mismos una existencia atravesada por la espada del dolor. Siguiendo a Jesús, tomaremos cada día nuestra cruz (Lc 9,23; cf Mc 8,34; Mt 16,24). Sensibles al drama de innumerables personas y grupos obligados a emigrar desde países pobres hacia naciones más ricas, en busca de pan o de libertad, pondremos a salvo la vida de todo tipo de persecución y ofreceremos nuestra contribución activa a la acogida de los emigrantes.


En presencia de cuantos, en medio de la incertidumbre del vivir, añoran el rostro del Señor o se encuentran angustiados por haberlo perdido, nuestras comunidades han de ser lugares que apoyen su trabajosa búsqueda. Han de convertirse en santuarios de consuelo para tantos padres y madres que, desolados, lloran la pérdida física o moral de sus hijos. Como copartícipes de un mismo itinerario de fe, acompañaremos a nuestros hermanos y hermanas por la vía de su calvario: con gestos de delicadeza, como Verónica, o llevando su peso, como el Cirineo.


El rostro de los personajes, pasajes y narraciones de la Sagrada Biblia: Géneros literarios proféticos.
Los libros proféticos contienen las palabras de los profetas y las palabras sobre los profetas. Esta doble clase de material da lugar a dos grandes géneros literarios: oráculos proféticos (las palabras de los profetas) y narraciones proféticas (las palabras sobre los profetas). Cada uno de estos dos grandes grupos se subdivide, a su vez, en múltiples formas, algunas de las cuales señalamos a continuación.



Oráculos proféticos. El oráculo es una “declaración solemne hecha en nombre de Dios”. Unas veces son sentencias breves; otras son exposiciones más amplias. En su estado puro, el oráculo presenta la siguiente estructura: Introducción: Suelen empezar con éstas o parecidas expresiones: “Así dice el Señor”. “Oíd lo que dice el Señor”. “Escuchad esta palabra”. “La palabra del Señor me fue dirigida en estos términos”.


Cuerpo: Contenido del oráculo, que puede ser de condena o de salvación, según se trate de “arrancar y destruir” o de “edificar y plantar”, como dice Jr 1,10.


Conclusión: Suelen terminar con una rúbrica final de este tenor: “Así dice el Señor”.”Oráculo del Señor!”.


la corte y la diplomacia (edictos, cartas, tratados, etc.), el ámbito judicial (discurso acusatorio, fórmulas casuísticas, etc.) o la vida diaria (cantos de amor y de trabajo, lamentaciones, etc.). Mención aparte merece el género apocalíptico que, sin ser específicamente profético, adquiere especial importancia en el período postexilico.


El mensaje de los profetas. El mensaje de los profetas viene determinado por los rasgos que configuran su personalidad, especialmente por su condición de hombres de Dios, por la dimensión pública de su ministerio y por las dos direcciones predominantes de su palabra: denuncia y utopía. Como “hombres de Dios”, han profundizado en el conocimiento de la divinidad, han interiorizado y personalizado la vida cultual y han contribuido al avance cualitativo de la religiosidad de Israel. Su “ministerio público” los ha puesto, además, en contacto con la historia de su pueblo y con los problemas de su tiempo, sobre todo en las esferas social, política, económica y jurídica, a través de vigorosas denuncias y lúcidas reflexiones. Como “mensajeros de salvación”, han abierto la historia hacia el futuro, contribuyendo decisivamente a la doctrina escatológica.


Desde el punto de vista religioso, el profetismo se sitúa en el corazón del Antiguo Testamento. Los profetas son los centinelas de la alianza (Ez 316-21), los paladines del yahvismo frente a los dioses extranjeros, a las creencias y a las prácticas politeístas cananeas. Son los creyentes y teólogos que han profundizado en el conocimiento del Dios único y han expresado con mayor claridad y perfección verdades tan importantes como el monoteísmo, la creación, la elección, la alianza, el mesianismo, el culto auténtico.


Pero esta profunda experiencia religiosa nunca alejó a los profetas de los problemas de su tiempo, ni los aisló al margen de la historia de Israel. El asentamiento en la tierra prometida y, sobre todo, la monarquía habían introducido en el antiguo Israel un progresivo desequilibrio económico y social. Con ello, la corona y las familias allegadas a la corte se enriquecieron a costa del pueblo (1 Sm 8,10- 18). Por su parte, las clases dirigentes encargadas de elaborar las leyes y presidir las instituciones no siempre se condujeron con la equidad y justicia que exigían sus responsabilidades. Por éstas y otras muchas razones la sociedad del tiempo de los profetas llegó a sufrir escandalosos desajustes sociales. De ahí que una buena parte de la predicación profética vaya encaminada a denunciar estas situaciones de injusticia y a defender los derechos de los pobres y desvalidos frente a los abusos de las clases dominantes.


La mayoría de los profetas desempeñaron, además, un papel relevante en el ámbito político de su tiempo. Se hicieron presentes en momentos críticos de la vida del pueblo y su actuación fue decisiva para los destinos de la nación. En general, el profetismo significaba el elemento carismático que recordaba a los reyes y dirigentes que toda la vida del pueblo elegido y todas sus instituciones, incluida la monarquía, debían estar atentos a los designios y a la voluntad de Dios, manifestada a través de la voz de los profetas.


Finalmente, los profetas fueron auténticos forjadores de esperanzas, que abrieron la historia y los horizontes de su pueblo hacia un futuro de salvación y plenitud. Basados en las grandes verdades y experiencias del éxodo, de la alianza, de la elección de Jerusalén como ciudad santa y de la elección de la casa de David como dinastía eterna, los profetas anuncian y esperan un nuevo éxodo, una nueva alianza, una nueva Jerusalén, y un nuevo David que instaure sobre la tierra el reino de Dios (mesianismo). Estas son las esperanzas que, junto con las promesas de un nuevo pueblo e incluso de una nueva creación, constituyen los grandes ejes de la utopía o escatología profética.


Aunque, como hemos visto, el profetismo en cuanto fenómeno histórico concreto se extingue tras el exilio, sin embargo en Israel nunca se extinguiría del todo la esperanza de nuevos profetas. El mismo Jesús de Nazaret será considerado como profeta por muchos de sus contemporáneos (véase Mt 21,11; Mc 8,28; Jn4, 19; 6,14; 9,17). Igualmente, entre las primeras comunidades cristianas se le consideró como profeta escatológico (Hch 3,22; 7,37), y en su vida y obra vieron el cumplimiento definitivo de las antiguas profecías (Lc 24,25). +



Copyright © Reflexiones Católicas.

No hay comentarios: