31 de Diciembre 2009. JUEVES VII DÍA INFRAOCTAVA DE NAVIDAD. SS. Silvestre I pp, Columba vg mr, Melania es, Juan F. Regis pb, Mario ob.
LITURGIA DE LA PALABRA.
1Jn 2, 18-21. Estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo conocéis.
Sal 95. Alégrese el cielo, goce la tierra.
Jn 1,1-18. La palabra se hizo carne.
PRIMERA LECTURA.
1Juan 2,18-21
Estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo conocéis
Hijos míos, es el momento final. Habéis oído que iba a venir un Anticristo; pues bien, muchos anticristos han aparecido, por lo cual nos damos cuenta que es el momento final. Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros. En cuanto a vosotros, estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo conocéis. Os he escrito, no porque desconozcáis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira viene de la verdad.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 95
R/.Alégrese el cielo, goce la tierra.
Cantad al Señor un cántico nuevo, / cantad al Señor, toda la tierra; / cantad al Señor, bendecid su nombre, / proclamad día tras día su victoria. R.
Alégrese el cielo, goce la tierra, / retumbe el mar y cuanto lo llena; / vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, / aclamen los árboles del bosque. R.
Delante del Señor, que ya llega, / ya llega a regir la tierra: / regirá el orbe con justicia / y los pueblos con fidelidad. R.
SEGUNDA LECTURA.
SANTO EVANGELIO.
Juan 1,1-18
La Palabra se hizo carne
En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: "Éste es de quien dije: "El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo." Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA.
1Jn 2, 18-21. Estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo conocéis.
Sal 95. Alégrese el cielo, goce la tierra.
Jn 1,1-18. La palabra se hizo carne.
PRIMERA LECTURA.
1Juan 2,18-21
Estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo conocéis
Hijos míos, es el momento final. Habéis oído que iba a venir un Anticristo; pues bien, muchos anticristos han aparecido, por lo cual nos damos cuenta que es el momento final. Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros. En cuanto a vosotros, estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo conocéis. Os he escrito, no porque desconozcáis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira viene de la verdad.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 95
R/.Alégrese el cielo, goce la tierra.
Cantad al Señor un cántico nuevo, / cantad al Señor, toda la tierra; / cantad al Señor, bendecid su nombre, / proclamad día tras día su victoria. R.
Alégrese el cielo, goce la tierra, / retumbe el mar y cuanto lo llena; / vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, / aclamen los árboles del bosque. R.
Delante del Señor, que ya llega, / ya llega a regir la tierra: / regirá el orbe con justicia / y los pueblos con fidelidad. R.
SEGUNDA LECTURA.
SANTO EVANGELIO.
Juan 1,1-18
La Palabra se hizo carne
En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: "Éste es de quien dije: "El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo." Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: 1 Juan 2,18-21
Este breve fragmento de Juan debe ser comprendido a la luz de la mentalidad del tiempo en que el Apóstol escribe. Juan exhorta a la comunidad cristiana a la vigilancia por la inminente «última hora» de la historia, (v. 8), marcad por un violento ataque del enemigo del pueblo de Dios llamado «anticristo», símbolo de todas las fuerzas hostiles a Dios y personificado en la figura de los herejes. El tiempo final de la historia, cierto, no debe ser entendido en sentido cronológico sino teológico, es decir, como tiempo decisivo y último de la venida de Cristo, tiempo especialmente de lucha, de persecuciones y de prueba para la fe de la comunidad. Cuando las dificultades se hacen más opresoras, advierte el Apóstol, el fin está cerca, el mundo nuevo se perfila en el horizonte y la señal es dada justamente por los herejes que difunden el error (cf. Mt 24,23-24). Estos, si bien pertenecieron un tiempo a la comunidad, se han mostrado sus enemigos al abandonar la Iglesia y obstaculizando su camino.
Es una experiencia dolorosa conocer que la voluntad de Dios permite que Satán encuentre a menudo sus instrumentos precisamente dentro de la comunidad eclesial. A éstos, sin embargo, se contraponen los auténticos discípulos de Jesús, aquellos que han recibido la «unción del Espíritu Santo» (v. 20), es decir, la Palabra de Cristo y su Espíritu que, a través del bautismo, les enseña la verdad completa (cf. Jn 14,26). Tal verdad se refiere a la persona de Jesús, el Verbo de Dios hecho carne, como aclara el Apóstol y no a un Jesús aparentemente humano, figura de una realidad sólo espiritual, como dicen los herejes.
Comentario del Salmo 95
Este salmo pertenece a la familia de los himnos: tiene muchas semejanzas con los himnos de alabanza, pero se considera un salmo de la realeza del Señor por incluir la expresión « ¡El Señor es Rey!». Esta constituye el eje de todo el salmo. Por eso tiene tantas invitaciones a la alabanza.
Este salmo está organizado en tres partes: 1-6; 7-10; 11-13. La primera (1-6) presenta una serie de invitaciones a cantar, bendecir, proclamar y anunciar. Se dirigen a la «tierra entera», pero esta expresión se refiere, sin duda, a la tierra de Israel. El destinatario de todas estas invitaciones es, pues, el pueblo de Dios. Este salmo invita a cantar al Señor un cántico nuevo. En qué ha de consistir esta «novedad» se nos indica en la segunda parte: se trata de la realeza universal de Dios. Después de las invitaciones a cantar, bendecir, proclamar y anunciar a todos los pueblos, se presenta el primero de los motivos, introducido por un «porque...». El Señor está por encima de todos los dioses. Se hace una crítica devastadora de las divinidades de las naciones: son pura apariencia, mientras que el Señor ha creado el cielo, y podrá celebrarlo. Aparece una especie de procesión simbólica en honor del Señor: precediéndolo, marchan Majestad y Esplendor y, en el templo de Jerusalén, Fuerza y Belleza están ya montando guardia. En la tercera parte se dice que el Señor viene para gobernar la tierra. El salino se limita a mostrar el inicio de esta solemne procesión de venida...
La segunda parte también presenta diversas invitaciones: a aclamar, a entrar en los atrios del templo llevando ofrendas para adorar. La tierra, a la que en la primera parte se invita a cantar, debe ahora temblar en la presencia del Señor. Estos imperativos se dirigen a las familias de los pueblos, esto es, se trata de una invitación internacional que tiene por objeto que las naciones proclamen en todas partes la gran novedad del salmo (el «porque...» de la segunda parte): «i El Señor es Rey!». Se indican las consecuencias del gobierno del Señor: el mundo no vacilará nunca; el salmo señala también la principal característica del gobierno de Dios: la rectitud con que rige a todos los pueblos.
En la tercera parte (11-13) aparecen nuevamente las invitaciones o deseos de que suceda algo. Ahora se invita a hacer fiesta, con alegría, al cielo, a la tierra, al mar (dimensión vertical), a los campos y los árboles del bosque (dimensión horizontal) con todo lo que contienen toda la creación está llamada a aclamar y celebrar: el cielo tiene que alegrarse; la tierra, que ya ha sido invitada a cantar y a temblar, ahora tiene que exultar; el mar tiene que retumbar, pero no con amenazas ni infundiendo terror, sino corno expresión de la fiesta, junto con todas sus criaturas; los campos, con todo lo que en ellos existe, están llamados a aclamar, y los bosques frondosos gritarán de alegría ante el Señor. A continuación viene el «porque...» de la tercera parte: el Señor viene para gobernar la tierra y el mundo. Se indican dos nuevas características del gobierno del Señor: la justicia y la fidelidad.
Este salmo expresa la superación de un conflicto religioso entre las naciones. El Señor se ha convertido en el Dios de los pueblos, en rey universal, creador de todas las cosas, es aquel que gobierna a los pueblos con rectitud, con justicia y fidelidad. La superación del conflicto se describe de este modo: «Porque el Señor es grande y digno de alabanza, más terrible que todos los dioses! Pues los dioses de los pueblos son apariencia, mientras que el Señor ha hecho el cielo».
El salmo no oculta la alegría que causa la realeza universal de Dios. Basta fijarse en el ambiente de fiesta y en los destinatarios de cada una de sus planes: Israel, las familias de los pueblos, toda la creación. Todo está orientado hacia el centro: la declaración de que el Señor es Rey de todo y de todos. Israel proclama, las naciones traen ofrendas, la naturaleza exulta. En el texto hebreo, la palabra «todos» aparece siete veces. Es un detalle más que viene a confirmar lo que estamos diciendo. El ambiente de este salmo es de pura alegría, fiesta, danza, canto. La razón es la siguiente: el Señor Rey viene para gobernar la tierra con rectitud, con justicia y con fidelidad. El mundo entero está invitado a celebrar este acontecimiento maravilloso.
El tema de la realeza universal del Señor es propio del período posexílico (a partir del 538 a.C.), cuando ya no había reyes que gobernaran al pueblo de Dios, Podemos, pues, percibir aquí una ligera crítica al sistema de los reyes, causante de la desgracia del pueblo (exilio en Babilonia).
El salmo insiste en el nombre del Señor, que merece un cántico nuevo, ¿Por qué? Porque es el creador, el liberador (las «maravillas» del v. 3b recuerdan la salida de Egipto) y, sobre todo, porque es el Rey universal. En tres ocasiones se habla de su gobierno, y tres son las características de su administración universal: la rectitud, la justicia y la fidelidad. Podemos afirmar que se trata del Dios aliado de la humanidad, soberano del universo y de la historia. Esto es lo que debe proclamar Israel, poniendo al descubierto a cuantos pretendan ocupar el lugar de Dios; se invita a las naciones a adorarlo y dar testimonio de él; la creación entera está invitada a celebrar una gran fiesta (11-12).
Como ya hemos visto a propósito de otros salmos de este mismo tipo, el tema de la realeza de Jesús está presente en todos los evangelios. Mateo nos muestra cómo Jesús practica una nueva justicia para todos; esta nueva justicia inaugura el reinado de Dios en la historia, Los contactos de Jesús con los no judíos ponen de manifiesto que su Reino no tiene fronteras y que su proyecto consiste en un mundo lleno de justicia y de vida para todos (Jn 10,10).
Comentario del Santo Evangelio: Juan 1,1-18
El prólogo de Juan, a diferencia de los relatos de los evangelios de la infancia, no narra las vivencias históricas del nacimiento y primera infancia de Jesús, sino que describe, en forma poética, el origen de la Palabra en la eternidad de Dios y su persona divina en el amplio horizonte bíblico del plan de salvación que Dios ha trazado para el hombre. Esta presentación de Jesús. Palabra se hace en tres momentos.
Primeramente la «preexistencia» de la Palabra (vv. 1- 5), real y en comunión de vida con Dios; él nos puede hablar del Padre porque posee la eternidad, la personalidad y la divinidad (v. 1). Después, la venida histórica de la Palabra entre los hombres (vv. 6-13) de cuya luz fue filial en una actitud de escucha y de obediencia a ti, Padre, en una relación de amor y como expresión del amor. Esta es la razón por la que Jesús no se ha buscado nunca a sí mismo ni su propia gloria, sino sólo escucharte a ti para revelarnos tu rostro. Por esto la vida de Jesús es para nosotros la revelación completa, la plenitud de la verdad.
También nosotros, como el apóstol Juan, queremos experimentar que la auténtica identidad de tu Hijo se comprende sólo cuando en la contemplación nos situamos fuera del tiempo y de la historia y encontramos la raíz de la existencia de Jesús en tu intimidad. Sobre esta plenitud queremos fundamentar nuestra fe.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 1, 1-18 (1, 1-5. 9-14. 16-18/1, 6-8. [19-28]), para nuestros Mayores. La eternidad, personalidad y divinidad del Logos.
El prólogo del evangelio de Juan es una pieza de valor único. Como los demás evangelistas lo antepone a su obra para presentarnos al protagonista de su narración. A diferencia de ellos no se queda en el Bautista y el bautismo de Jesús (como Marcos), ni en el nacimiento virginal (como hacen Mateo y Lucas). Él llega hasta los orígenes. Y estos orígenes se remontan a la eternidad misma de Dios. Sólo así la presentación es completa.
En la presentación de la Palabra se distinguen tres fases: su preexistencia (vv. 1-5). Preexistencia real y personal. Existencia en plena comunión con el Padre («estaba en, junto a Dios»). La eternidad, personalidad y divinidad del Logos son las tres afirmaciones esenciales del v. 1. Pero no pensemos que el evangelista hace especulación filosófica. Ha querido sencillamente poner la base sólida, dar la razón última de por qué esta Palabra puede hablarnos de Dios. El poder revelador y salvador de esta palabra tiene su fundamento en el origen y naturaleza de la misma.
El evangelista utiliza categorías «esencialistas» sólo en apariencia. En realidad son categorías existenciales. Porque la Palabra tiene como función esencial hablar, dirigirse a alguien esperando ser acogida y respondida. La Palabra supone unos destinatarios a quienes va dirigida. Y para ellos, para los hombres es vida y luz. Todo aquello que puede dar a la vida humana su plenitud y sentido. Incluso superando sus propias posibilidades y sueños.
En la segunda fase se destaca su entrada en el mundo de los hombres. La mención del Bautista, provocada por la palabra «luz», nos sitúa en el terreno histórico. La luz para el hombre no es una idea, algo abstracto, sino Alguien, y tan concreto como el Logos o la Palabra encarnada. Testigo de ello fue el Bautista, cuya figura, en este evangelio, no se centra en ser Precursor de Cristo —como hacen los evangelios sinópticos— sino en ser testigo de la luz verdadera, que puede aclarar el misterio humano.
Toda la razón de ser del Bautista está en función de su testimonio. La función iluminadora le compete al Logos por razón de su divinidad. Ahora se nos dice (v. 9) que esto ha ocurrido en el cuadro histórico de la presencia de Cristo. Y al entrar en la realidad humana, el Logos, la Palabra esencial de Dios, coloca al hombre ante una necesaria decisión. Esta Palabra es esencialmente interpelante. Decisión inevitable de aceptación o de repulsa. El evangelista habla primero de la repulsa, equivalente en su terminología a «no conocer», «no recibirlo». Son expresiones sinónimas de no creer en este evangelio de Juan. Con estas expresiones se acentúa la incredulidad judía y de todos aquéllos que se niegan a aceptar esta Palabra.
A continuación se nos habla de la aceptación. Recibirlo significa en este caso la acogida favorable del Revelador divino y de sus palabras. Es sinónimo de la fe. Y la consecuencia de esta aceptación favorable es la afiliación divina, que es presentada como partiendo de la iniciativa de Dios, no como posibilidad o decisión puramente humanas. El texto, originariamente, al excluir esta posibilidad humana lo había hecho al estilo semítico con la expresión «carne y sangre». Este nacimiento no procede ni de la carne ni de la sangre, es decir, de la posibilidad humana. Y una explicación añadida al texto, y que luego resultó no ser explicación sino complicación, introdujo «la sangre» en plural, y «la voluntad carnal», que sería sencillamente la carne, y «la voluntad de varón».
La tercera fase es la encarnación: El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria... Es el punto culminante del prólogo. En sí se nos habla:
— De la paradoja increíble que el Logos eterno de Dios —recuérdense las afirmaciones del v. 1— haya entrado en la historia humana. Entrada en la historia humana como sujeto de esta historia; como mentor de la misma había entrado en su primera venida, en la creación, cuando Dios creó por la palabra. Acontecimiento único y casi increíble. Dios mismo entra en la historia como uno más de los que hacemos esta historia. Y al mismo tiempo es el rector o mentor de la historia.
— La afirmación de la encarnación obedece también —dentro de la intención del evangelista— a ofrecer la razón última de esa posibilidad que se le ofrece al hombre de llegar a ser hijo de Dios.
— Esta culminación del prólogo habla elocuentemente del amor infinito de Dios. Esta es la razón por la cual el evangelista afirma que el Verbo se hizo carne, no hombre, aunque en realidad lo que se quiere afirmar es que se hizo hombre. La «carne» indica lo débil, caduco, impotente. Y es que la distancia infinita entre el Logos y la carne, unidos en Cristo, pone de manifiesto el amor infinito de Dios. Distancia infinita salvada por el amor infinito de Dios.
— El evangelista prepara así el terreno para las afirmaciones eucarísticas, que hará posteriormente (cap. 6). El Logos se hizo «carne», es necesario comer «la carne» del Hijo del hombre.
— La afirmación pone de relieve la habitación de Dios entre los hombres, «plantó su tienda», que es la traducción del verbo griego correspondiente y que acostumbramos a traducir por «habitó» Estamos ante la culminación de todos los ensayos de esta habitación de Dios en medio de los hombres. Ensayos que recoge el Antiguo Testamento cuando habla de la tienda, el templo, el tabernáculo...
— Como consecuencia, en Cristo puede verse la gloria de Dios. Una visión muy próxima a la fe. De hecho esta visión de la gloria sólo es asequible a los creyentes… Hemos visto su gloria.
— Para poner más de relieve todo el acontecimiento se contrapone a Jesús, el Verbo hecho carne, con Moisés. Por Moisés vino la Ley, que era considerada como la garantía de la gracia y fidelidad de Dios para con su pueblo. Por Jesús vino la gracia, pero una gracia incalculable, «gracia sobre gracia».
— En oposición a las religiones paganas, que hablaban de «ver» a Dios, afirma Juan que esto es imposible, pero, a través de Jesús, tenemos su revelación. Jesús nos manifiesta a Dios, nos lo da a conocer.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 1,1-18, de Joven para Joven. La Palabra de Dios se hizo carne. “Tanto amó Dios al mundo”
En la víspera de la octava de Navidad, la palabra de Dios nos invita a contemplar de nuevo el misterio de la humanización de Dios: “El Hijo de Dios se hizo hombre”. Ante Él, más que intentar explicarlo y comprenderlo, lo que hay que hacer es contemplarlo con asombro y adorarlo. “Tanto amó Dios al mundo que envió a su propio Hijo” (Jn 3,16).
Juan, en el prólogo de su evangelio, nos ha ofrecido una síntesis de la Buena Noticia: Toda la historia de la humanidad, reflejada y concienciada en la historia de Israel, es una historia de salvación, una revelación creciente, una sucesión ininterrumpida de mensajes y gestos liberadores de Dios. Con el envío de su Hijo, Dios hace el regalo supremo de su Palabra definitiva. Él es su “última Palabra”. Con ella, la historia de la salvación llega a su culmen. “En múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por su Hijo” (Hb 1,1-2). Por eso afirmaba san Juan de la Cruz: “Después de hablarnos por su Hijo, a Dios no le queda más que decir”.
“La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (Jn 1,14). Puso su tienda entre nosotros, como un hermano-vecino más, como el hijo del rey que se hace un beduino más. No es una “tienda regia”, aparte. Se ha hecho enteramente solidario, en todo igual a nosotros, “menos en el pecado” (Hb 4,15). No viene de visita, sino para quedarse con nosotros y pronunciar su Palabra de vida.
Con frecuencia me viene al recuerdo la opción heroica de una familia adinerada. Los padres sugieren a su hija que se va a casar que se establezcan en un barrio de chabolas de Madrid en el que realizan tareas de promoción. Para cuando los padres se lo proponen, ya lo habían decidido la hija y el novio. Allí se establecen en la más dura pobreza hasta carecer de agua corriente y de calles asfaltadas, pero padres e hijos se sienten felices de palpar el cambio que rápidamente se va produciendo gracias a su acción.
“Por nosotros bajó del cielo” Ya hemos dicho que el Hijo de Dios no se ha “disfrazado” de hombre; se ha hecho hombre de verdad y para siempre. No resulta difícil creer que sea Dios o que sea hombre; lo que nos resulta difícil es creer que sea al mismo tiempo Dios-hombre... Recitamos en el credo: “Por nosotros los hombres..., se hizo hombre”. Cuando pronunciamos “por nosotros”, no hemos de entenderlo como referido a una humanidad abstracta, que no existe, sino a cada uno, como Pablo dice de su entrega a la muerte (Gá 2,20). Se hizo hombre por “mí”, para hacerse solidario “conmigo”, para hacerse “mi” hermano, “mi” amigo, “mi” compañero de viaje. “Plantó” su tienda entre nosotros, junto a la mía. Más todavía, me ha convertido a mí y a nosotros (Mt 18,20) en tiendas en las que habita: “Si alguno me ama, mi Padre lo amará; vendremos a él y pondremos nuestra morada en él” (Jn 14,23).
Frente a la incomprensible generosidad de Dios Padre-Madre, Hijo y Espíritu, el apóstol nos presenta el reverso del misterio: el rechazo por parte de los “suyos, que no lo recibieron”. Juan escribe su evangelio después de la pasión y muerte de Jesús, cuando la traición de su pueblo se ha consumado. “Vino a su casa, pero los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11). Sólo un puñado de “pobres de Yahvé”, el pequeño resto, le escucha (Mt 11,25). También hoy muchos, incluso “cristianos”, ignoran su Palabra. Se “aceptan” dogmas como verdades indispensables, se “cumplen” normas y se “reciben” ritos, pero no se vive pendiente de su Palabra ni en realidad se la vive. De todo ello somos mucho más responsables que los judíos, porque tenemos mayor facilidad de acceso y comprensión.
Escuchar a Jesús, que recorre los caminos de Palestina, no era tan fácil. Hay que aceptar como algo normal que sus contemporáneos se preguntaran: ¿Quién es en realidad este rabí revolucionario de Nazaret? ¿Por qué se empeña en poner todo patas arriba? Las autoridades religiosas lo condenan. ¿No será verdad que actúa movido por Belcebú? Por otra parte, en aquel tiempo no tenían medios para recoger sus palabras; nosotros tenemos todas las facilidades. Sabemos que quien nos habla es el mismísimo Hijo de Dios. ¡Y es tan fácil escucharle! En un librito pequeño podemos llevar al Maestro con nosotros y escucharle en cualquiera de sus discursos cuando queramos. Nos duele que los hijos, nietos o sobrinos no nos escuchen ni aprovechen nuestra ciencia y nuestra experiencia. ¿No es mayor nuestra insensatez si no nos acercamos al mismísimo Hijo de Dios? Juan afirma: “A los que lo recibieron los hizo capaces de ser hijos de Dios” (Jn 1,12); son “su madre y sus hermanos” (Lc 8,21).
“Os ha nacido un Salvador” Dice Juan: “La ley fue dada por Moisés, pero la gracia vino por Jesús” (Jn 1,17).
Elevación Espiritual para este día.
Señor Dios mío, hazme digna de conocer el altísimo misterio de tu ardiente caridad, el misterio profundísimo de tu encarnación. Tú te has hecho carne por nosotros. Por esta carne comienza la vida de nuestra eternidad (...). ¡Oh amor que se da entero! Te has alienado a ti mismo, te has anulado a ti mismo para hacerme, has tomado los despojos de siervo vilísimo para darme a mí un manto real y un vestido divino (...).
¡Por esto que entiendo, que comprendo con todo mi ser —que tú has nacido en mí—, seas bendito, Señor! ¡Oh abismo de luz! Toda la luz está en mí, si veo esto, si comprendo esto, si sé esto: que tú has nacido en mí. En verdad entender esto es una cumbre: la cumbre de la alegría ¡(...). ¡Oh Dios increado, hazme digna de profundizar en este abismo de amor, de mantener en mí el ardor de tu caridad ¡Hazme digna de comprender la inefable caridad que tú nos comunicaste cuando, por medio de la encarnación, nos manifestaste a Jesucristo como Hijo tuyo, cuando Jesús te nos reveló a ti como Padre.
¡Oh abismo de amor! El alma que te contempla se eleva admirablemente más allá de la tierra, se eleva más allá de sí misma y navega, pacificada, en el mar de la serenidad.
Reflexión Espiritual para el día.
Al ver más claro que fu vocación es la de ser testigo del amor de Dios al mundo, y al crecer tu determinación de vivir esta vocación, aumentarán los asaltos del enemigo. Oirás voces que te dirán: «No eres digno, no tienes nada que ofrecer, no tienes atractivo, no suscitas ni deseo ni amor». Cuanto más sientas lo llamada de Dios, más descubrirás en tu propia alma lo batalla cósmica entre Dios y Satán. No tengas miedo. Continúa profundizando en la convicción de que el amor de Dios te basta, que estés en manos seguras, y que eres guiado en cada paso de tu camino. No te dejes sorprender por los asaltos del demonio. Aumentarán pero, si los enfrentas sin miedo, descubrirás que son impotentes.
Lo que importa es aferrarse al verdadero, constante e inequívoco amor de Jesús. Cada vez que dudes de este amor, vuelve a tu morada interior y escucha allí la voz del amor. Solamente cuando sabes en tu ser más profundo que eres íntimamente amado, puedes afrontar las oscuras voces del enemigo sin ser seducido por ellas.
El amor de Jesús te dará una visión cada vez más clara de tu vocación, así como de las muchas tentativas de arrancarte de aquella llamada. Cuanto más sientas la llamada a hablar del amor de Dios, más necesidad tendrás de profundizar en el conocimiento de este amor en tu mismo corazón. Cuanto más lejos te lleve el camino exterior, más profundo debe ser tu camino interior. Sólo cuando tus raíces sean profundas, tus frutos podrán ser abundantes, pero tú puedes afrontar sin miedo al enemigo cuando te sabes seguro del amor de Jesús.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 1Jn 2, 18-25 (2, 18-21). El mundo nuevo.
La presente sección se halla fuertemente condicionada por la mentalidad de la época en que escribe nuestro autor. Teniendo en cuenta la creencia —generalizada entre los primeros cristianos— que el mundo presente llegaba a su fin, que Dios inauguraría una era nueva, se habían vinculado a esta concepción las especulaciones judías sobre los signos anunciadores y las características que acompañarían la inauguración de esta nueva era. Tendría lugar el ataque violentísimo del enemigo del pueblo de Dios. Serían tiempos sumamente difíciles, de persecuciones y tribulaciones, que servirían de criterio de discernimiento sobre quiénes eran fieles, al Señor. A este contexto cultural pertenece también la personificación de esas fuerzas del mal (en monstruos terribles), desatadas para perseguir al pueblo de Dios.
La Iglesia primitiva, a ejemplo de Jesús, utilizó estas categorías judías (provenientes en su mayoría de la apocalíptica) y las utilizó como vehículo de expresión de la fe cristiana. Puesto que Cristo había inaugurado el reino de Dios, no podía estar lejos la plena realización del mismo, la era nueva, objeto de la esperanza judía. De ahí que fuesen aplicadas, para describirla, las categorías judías a las que hemos aludido. Todos los que se oponían a la Iglesia caerían, por tanto, dentro de esa categoría de las fuerzas hostiles desatadas contra el bien. Sería sencillamente el Anticristo. Hay, no obstante, una diferencia esencial. El Anticristo es aquí personificación de los errores, de los herejes.
La palabra «anticristo» era nueva; pero el concepto se halla en la línea ya apuntada de la mentalidad judía: personificación de las fuerzas del mal levantadas contra Cristo. Esta figura del Anticristo debe ser entendida, por tanto, no como descripción de una persona concreta, un emperador romano… sino tipo o símbolo de las fuerzas contrarias a Cristo. Nuestro autor lo aplica a los herejes: ahora han surgido ya anticristos.
Estos anticristos demuestran que ha llegado la última hora (hemos mencionado la mentalidad judía, según la cual la última hora se caracterizaría por especiales dificultades, luchas, persecuciones…).
Demuestran, además, que no todos los que estaban entre nosotros, los que parecían pertenecer a la Iglesia, eran de los nuestros. Nuestro autor contrapone a éstos, que no eran de los nuestros; aquéllos que tienen la unción que viene de lo alto. ¿A qué se refiere? Probablemente se refiere al bautismo —expresado metafóricamente como una unción o «crisma»— gracias al cual entraron en solidaridad con Cristo, el Ungido (2Cor 1, 2);’más aún, a través del bautismo, recibieron el Espíritu que enseña la verdad completa (Jn 14, 26).
¿Cuál puede ser la verdad completa que ellos, los cristianos verdaderos, conocen y aceptan, y que es negada por «los que salieron de nosotros» porque no eran de los nuestros? El criterio que debe aplicarse es cristológico: la recta o errónea interpretación de Jesús es el criterio recto para el discernimiento de los espíritus. Los herejes negaban que Jesús fuese el Cristo, el Hijo del Padre y enviado por él. Lo sorprendente es cómo teniendo estos principios o criterios pudiesen llamarse Cristianos. Del contexto general de la carta parece que la cuestión deba enfocarse así: Aquellos hombres —anticristos— creían que Cristo había venido. Pero creían igualmente qué Cristo era una figura mitológica, simplemente indicadora de una realidad espiritual. La verdadera humanidad de Jesús no constituía una parte esencial de su fe. Negaban que las realidades elevadas del mundo de lo divino pudiesen afirmarse como presentes en Jesús. Sin duda alguna que dicha mentalidad herética está delante de Juan, cuando, en su evangelio, afirma categóricamente: El Verbo se hizo carne.
Para una mentalidad griega, influida por la corriente gnóstica (ver el comentario a 2, 3-11), resultaba imposible admitir que el mundo de arriba, de lo transcendente y divino, el mundo de Dios, llegase a tocar el mundo de abajo, el de lo inmanente y humano (sencillamente porque este mundo era malo; precisamente por eso entendía la salvación como una pura y simple liberación de la materia). Esta mentalidad es la que justificaba su herejía. Pero ella se oponía directamente al evangelio. Al ir contra el evangelio van contra la Iglesia y quedan excluidos de la verdad. Por el contrario los que permanecen en el evangelio permanecen en la Iglesia, o los que permanecen en la Iglesia permanecen en el evangelio. Vosotros, los que habéis oído y conserváis este principio de discernimiento de los espíritus.
Este breve fragmento de Juan debe ser comprendido a la luz de la mentalidad del tiempo en que el Apóstol escribe. Juan exhorta a la comunidad cristiana a la vigilancia por la inminente «última hora» de la historia, (v. 8), marcad por un violento ataque del enemigo del pueblo de Dios llamado «anticristo», símbolo de todas las fuerzas hostiles a Dios y personificado en la figura de los herejes. El tiempo final de la historia, cierto, no debe ser entendido en sentido cronológico sino teológico, es decir, como tiempo decisivo y último de la venida de Cristo, tiempo especialmente de lucha, de persecuciones y de prueba para la fe de la comunidad. Cuando las dificultades se hacen más opresoras, advierte el Apóstol, el fin está cerca, el mundo nuevo se perfila en el horizonte y la señal es dada justamente por los herejes que difunden el error (cf. Mt 24,23-24). Estos, si bien pertenecieron un tiempo a la comunidad, se han mostrado sus enemigos al abandonar la Iglesia y obstaculizando su camino.
Es una experiencia dolorosa conocer que la voluntad de Dios permite que Satán encuentre a menudo sus instrumentos precisamente dentro de la comunidad eclesial. A éstos, sin embargo, se contraponen los auténticos discípulos de Jesús, aquellos que han recibido la «unción del Espíritu Santo» (v. 20), es decir, la Palabra de Cristo y su Espíritu que, a través del bautismo, les enseña la verdad completa (cf. Jn 14,26). Tal verdad se refiere a la persona de Jesús, el Verbo de Dios hecho carne, como aclara el Apóstol y no a un Jesús aparentemente humano, figura de una realidad sólo espiritual, como dicen los herejes.
Comentario del Salmo 95
Este salmo pertenece a la familia de los himnos: tiene muchas semejanzas con los himnos de alabanza, pero se considera un salmo de la realeza del Señor por incluir la expresión « ¡El Señor es Rey!». Esta constituye el eje de todo el salmo. Por eso tiene tantas invitaciones a la alabanza.
Este salmo está organizado en tres partes: 1-6; 7-10; 11-13. La primera (1-6) presenta una serie de invitaciones a cantar, bendecir, proclamar y anunciar. Se dirigen a la «tierra entera», pero esta expresión se refiere, sin duda, a la tierra de Israel. El destinatario de todas estas invitaciones es, pues, el pueblo de Dios. Este salmo invita a cantar al Señor un cántico nuevo. En qué ha de consistir esta «novedad» se nos indica en la segunda parte: se trata de la realeza universal de Dios. Después de las invitaciones a cantar, bendecir, proclamar y anunciar a todos los pueblos, se presenta el primero de los motivos, introducido por un «porque...». El Señor está por encima de todos los dioses. Se hace una crítica devastadora de las divinidades de las naciones: son pura apariencia, mientras que el Señor ha creado el cielo, y podrá celebrarlo. Aparece una especie de procesión simbólica en honor del Señor: precediéndolo, marchan Majestad y Esplendor y, en el templo de Jerusalén, Fuerza y Belleza están ya montando guardia. En la tercera parte se dice que el Señor viene para gobernar la tierra. El salino se limita a mostrar el inicio de esta solemne procesión de venida...
La segunda parte también presenta diversas invitaciones: a aclamar, a entrar en los atrios del templo llevando ofrendas para adorar. La tierra, a la que en la primera parte se invita a cantar, debe ahora temblar en la presencia del Señor. Estos imperativos se dirigen a las familias de los pueblos, esto es, se trata de una invitación internacional que tiene por objeto que las naciones proclamen en todas partes la gran novedad del salmo (el «porque...» de la segunda parte): «i El Señor es Rey!». Se indican las consecuencias del gobierno del Señor: el mundo no vacilará nunca; el salmo señala también la principal característica del gobierno de Dios: la rectitud con que rige a todos los pueblos.
En la tercera parte (11-13) aparecen nuevamente las invitaciones o deseos de que suceda algo. Ahora se invita a hacer fiesta, con alegría, al cielo, a la tierra, al mar (dimensión vertical), a los campos y los árboles del bosque (dimensión horizontal) con todo lo que contienen toda la creación está llamada a aclamar y celebrar: el cielo tiene que alegrarse; la tierra, que ya ha sido invitada a cantar y a temblar, ahora tiene que exultar; el mar tiene que retumbar, pero no con amenazas ni infundiendo terror, sino corno expresión de la fiesta, junto con todas sus criaturas; los campos, con todo lo que en ellos existe, están llamados a aclamar, y los bosques frondosos gritarán de alegría ante el Señor. A continuación viene el «porque...» de la tercera parte: el Señor viene para gobernar la tierra y el mundo. Se indican dos nuevas características del gobierno del Señor: la justicia y la fidelidad.
Este salmo expresa la superación de un conflicto religioso entre las naciones. El Señor se ha convertido en el Dios de los pueblos, en rey universal, creador de todas las cosas, es aquel que gobierna a los pueblos con rectitud, con justicia y fidelidad. La superación del conflicto se describe de este modo: «Porque el Señor es grande y digno de alabanza, más terrible que todos los dioses! Pues los dioses de los pueblos son apariencia, mientras que el Señor ha hecho el cielo».
El salmo no oculta la alegría que causa la realeza universal de Dios. Basta fijarse en el ambiente de fiesta y en los destinatarios de cada una de sus planes: Israel, las familias de los pueblos, toda la creación. Todo está orientado hacia el centro: la declaración de que el Señor es Rey de todo y de todos. Israel proclama, las naciones traen ofrendas, la naturaleza exulta. En el texto hebreo, la palabra «todos» aparece siete veces. Es un detalle más que viene a confirmar lo que estamos diciendo. El ambiente de este salmo es de pura alegría, fiesta, danza, canto. La razón es la siguiente: el Señor Rey viene para gobernar la tierra con rectitud, con justicia y con fidelidad. El mundo entero está invitado a celebrar este acontecimiento maravilloso.
El tema de la realeza universal del Señor es propio del período posexílico (a partir del 538 a.C.), cuando ya no había reyes que gobernaran al pueblo de Dios, Podemos, pues, percibir aquí una ligera crítica al sistema de los reyes, causante de la desgracia del pueblo (exilio en Babilonia).
El salmo insiste en el nombre del Señor, que merece un cántico nuevo, ¿Por qué? Porque es el creador, el liberador (las «maravillas» del v. 3b recuerdan la salida de Egipto) y, sobre todo, porque es el Rey universal. En tres ocasiones se habla de su gobierno, y tres son las características de su administración universal: la rectitud, la justicia y la fidelidad. Podemos afirmar que se trata del Dios aliado de la humanidad, soberano del universo y de la historia. Esto es lo que debe proclamar Israel, poniendo al descubierto a cuantos pretendan ocupar el lugar de Dios; se invita a las naciones a adorarlo y dar testimonio de él; la creación entera está invitada a celebrar una gran fiesta (11-12).
Como ya hemos visto a propósito de otros salmos de este mismo tipo, el tema de la realeza de Jesús está presente en todos los evangelios. Mateo nos muestra cómo Jesús practica una nueva justicia para todos; esta nueva justicia inaugura el reinado de Dios en la historia, Los contactos de Jesús con los no judíos ponen de manifiesto que su Reino no tiene fronteras y que su proyecto consiste en un mundo lleno de justicia y de vida para todos (Jn 10,10).
Comentario del Santo Evangelio: Juan 1,1-18
El prólogo de Juan, a diferencia de los relatos de los evangelios de la infancia, no narra las vivencias históricas del nacimiento y primera infancia de Jesús, sino que describe, en forma poética, el origen de la Palabra en la eternidad de Dios y su persona divina en el amplio horizonte bíblico del plan de salvación que Dios ha trazado para el hombre. Esta presentación de Jesús. Palabra se hace en tres momentos.
Primeramente la «preexistencia» de la Palabra (vv. 1- 5), real y en comunión de vida con Dios; él nos puede hablar del Padre porque posee la eternidad, la personalidad y la divinidad (v. 1). Después, la venida histórica de la Palabra entre los hombres (vv. 6-13) de cuya luz fue filial en una actitud de escucha y de obediencia a ti, Padre, en una relación de amor y como expresión del amor. Esta es la razón por la que Jesús no se ha buscado nunca a sí mismo ni su propia gloria, sino sólo escucharte a ti para revelarnos tu rostro. Por esto la vida de Jesús es para nosotros la revelación completa, la plenitud de la verdad.
También nosotros, como el apóstol Juan, queremos experimentar que la auténtica identidad de tu Hijo se comprende sólo cuando en la contemplación nos situamos fuera del tiempo y de la historia y encontramos la raíz de la existencia de Jesús en tu intimidad. Sobre esta plenitud queremos fundamentar nuestra fe.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 1, 1-18 (1, 1-5. 9-14. 16-18/1, 6-8. [19-28]), para nuestros Mayores. La eternidad, personalidad y divinidad del Logos.
El prólogo del evangelio de Juan es una pieza de valor único. Como los demás evangelistas lo antepone a su obra para presentarnos al protagonista de su narración. A diferencia de ellos no se queda en el Bautista y el bautismo de Jesús (como Marcos), ni en el nacimiento virginal (como hacen Mateo y Lucas). Él llega hasta los orígenes. Y estos orígenes se remontan a la eternidad misma de Dios. Sólo así la presentación es completa.
En la presentación de la Palabra se distinguen tres fases: su preexistencia (vv. 1-5). Preexistencia real y personal. Existencia en plena comunión con el Padre («estaba en, junto a Dios»). La eternidad, personalidad y divinidad del Logos son las tres afirmaciones esenciales del v. 1. Pero no pensemos que el evangelista hace especulación filosófica. Ha querido sencillamente poner la base sólida, dar la razón última de por qué esta Palabra puede hablarnos de Dios. El poder revelador y salvador de esta palabra tiene su fundamento en el origen y naturaleza de la misma.
El evangelista utiliza categorías «esencialistas» sólo en apariencia. En realidad son categorías existenciales. Porque la Palabra tiene como función esencial hablar, dirigirse a alguien esperando ser acogida y respondida. La Palabra supone unos destinatarios a quienes va dirigida. Y para ellos, para los hombres es vida y luz. Todo aquello que puede dar a la vida humana su plenitud y sentido. Incluso superando sus propias posibilidades y sueños.
En la segunda fase se destaca su entrada en el mundo de los hombres. La mención del Bautista, provocada por la palabra «luz», nos sitúa en el terreno histórico. La luz para el hombre no es una idea, algo abstracto, sino Alguien, y tan concreto como el Logos o la Palabra encarnada. Testigo de ello fue el Bautista, cuya figura, en este evangelio, no se centra en ser Precursor de Cristo —como hacen los evangelios sinópticos— sino en ser testigo de la luz verdadera, que puede aclarar el misterio humano.
Toda la razón de ser del Bautista está en función de su testimonio. La función iluminadora le compete al Logos por razón de su divinidad. Ahora se nos dice (v. 9) que esto ha ocurrido en el cuadro histórico de la presencia de Cristo. Y al entrar en la realidad humana, el Logos, la Palabra esencial de Dios, coloca al hombre ante una necesaria decisión. Esta Palabra es esencialmente interpelante. Decisión inevitable de aceptación o de repulsa. El evangelista habla primero de la repulsa, equivalente en su terminología a «no conocer», «no recibirlo». Son expresiones sinónimas de no creer en este evangelio de Juan. Con estas expresiones se acentúa la incredulidad judía y de todos aquéllos que se niegan a aceptar esta Palabra.
A continuación se nos habla de la aceptación. Recibirlo significa en este caso la acogida favorable del Revelador divino y de sus palabras. Es sinónimo de la fe. Y la consecuencia de esta aceptación favorable es la afiliación divina, que es presentada como partiendo de la iniciativa de Dios, no como posibilidad o decisión puramente humanas. El texto, originariamente, al excluir esta posibilidad humana lo había hecho al estilo semítico con la expresión «carne y sangre». Este nacimiento no procede ni de la carne ni de la sangre, es decir, de la posibilidad humana. Y una explicación añadida al texto, y que luego resultó no ser explicación sino complicación, introdujo «la sangre» en plural, y «la voluntad carnal», que sería sencillamente la carne, y «la voluntad de varón».
La tercera fase es la encarnación: El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria... Es el punto culminante del prólogo. En sí se nos habla:
— De la paradoja increíble que el Logos eterno de Dios —recuérdense las afirmaciones del v. 1— haya entrado en la historia humana. Entrada en la historia humana como sujeto de esta historia; como mentor de la misma había entrado en su primera venida, en la creación, cuando Dios creó por la palabra. Acontecimiento único y casi increíble. Dios mismo entra en la historia como uno más de los que hacemos esta historia. Y al mismo tiempo es el rector o mentor de la historia.
— La afirmación de la encarnación obedece también —dentro de la intención del evangelista— a ofrecer la razón última de esa posibilidad que se le ofrece al hombre de llegar a ser hijo de Dios.
— Esta culminación del prólogo habla elocuentemente del amor infinito de Dios. Esta es la razón por la cual el evangelista afirma que el Verbo se hizo carne, no hombre, aunque en realidad lo que se quiere afirmar es que se hizo hombre. La «carne» indica lo débil, caduco, impotente. Y es que la distancia infinita entre el Logos y la carne, unidos en Cristo, pone de manifiesto el amor infinito de Dios. Distancia infinita salvada por el amor infinito de Dios.
— El evangelista prepara así el terreno para las afirmaciones eucarísticas, que hará posteriormente (cap. 6). El Logos se hizo «carne», es necesario comer «la carne» del Hijo del hombre.
— La afirmación pone de relieve la habitación de Dios entre los hombres, «plantó su tienda», que es la traducción del verbo griego correspondiente y que acostumbramos a traducir por «habitó» Estamos ante la culminación de todos los ensayos de esta habitación de Dios en medio de los hombres. Ensayos que recoge el Antiguo Testamento cuando habla de la tienda, el templo, el tabernáculo...
— Como consecuencia, en Cristo puede verse la gloria de Dios. Una visión muy próxima a la fe. De hecho esta visión de la gloria sólo es asequible a los creyentes… Hemos visto su gloria.
— Para poner más de relieve todo el acontecimiento se contrapone a Jesús, el Verbo hecho carne, con Moisés. Por Moisés vino la Ley, que era considerada como la garantía de la gracia y fidelidad de Dios para con su pueblo. Por Jesús vino la gracia, pero una gracia incalculable, «gracia sobre gracia».
— En oposición a las religiones paganas, que hablaban de «ver» a Dios, afirma Juan que esto es imposible, pero, a través de Jesús, tenemos su revelación. Jesús nos manifiesta a Dios, nos lo da a conocer.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 1,1-18, de Joven para Joven. La Palabra de Dios se hizo carne. “Tanto amó Dios al mundo”
En la víspera de la octava de Navidad, la palabra de Dios nos invita a contemplar de nuevo el misterio de la humanización de Dios: “El Hijo de Dios se hizo hombre”. Ante Él, más que intentar explicarlo y comprenderlo, lo que hay que hacer es contemplarlo con asombro y adorarlo. “Tanto amó Dios al mundo que envió a su propio Hijo” (Jn 3,16).
Juan, en el prólogo de su evangelio, nos ha ofrecido una síntesis de la Buena Noticia: Toda la historia de la humanidad, reflejada y concienciada en la historia de Israel, es una historia de salvación, una revelación creciente, una sucesión ininterrumpida de mensajes y gestos liberadores de Dios. Con el envío de su Hijo, Dios hace el regalo supremo de su Palabra definitiva. Él es su “última Palabra”. Con ella, la historia de la salvación llega a su culmen. “En múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por su Hijo” (Hb 1,1-2). Por eso afirmaba san Juan de la Cruz: “Después de hablarnos por su Hijo, a Dios no le queda más que decir”.
“La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (Jn 1,14). Puso su tienda entre nosotros, como un hermano-vecino más, como el hijo del rey que se hace un beduino más. No es una “tienda regia”, aparte. Se ha hecho enteramente solidario, en todo igual a nosotros, “menos en el pecado” (Hb 4,15). No viene de visita, sino para quedarse con nosotros y pronunciar su Palabra de vida.
Con frecuencia me viene al recuerdo la opción heroica de una familia adinerada. Los padres sugieren a su hija que se va a casar que se establezcan en un barrio de chabolas de Madrid en el que realizan tareas de promoción. Para cuando los padres se lo proponen, ya lo habían decidido la hija y el novio. Allí se establecen en la más dura pobreza hasta carecer de agua corriente y de calles asfaltadas, pero padres e hijos se sienten felices de palpar el cambio que rápidamente se va produciendo gracias a su acción.
“Por nosotros bajó del cielo” Ya hemos dicho que el Hijo de Dios no se ha “disfrazado” de hombre; se ha hecho hombre de verdad y para siempre. No resulta difícil creer que sea Dios o que sea hombre; lo que nos resulta difícil es creer que sea al mismo tiempo Dios-hombre... Recitamos en el credo: “Por nosotros los hombres..., se hizo hombre”. Cuando pronunciamos “por nosotros”, no hemos de entenderlo como referido a una humanidad abstracta, que no existe, sino a cada uno, como Pablo dice de su entrega a la muerte (Gá 2,20). Se hizo hombre por “mí”, para hacerse solidario “conmigo”, para hacerse “mi” hermano, “mi” amigo, “mi” compañero de viaje. “Plantó” su tienda entre nosotros, junto a la mía. Más todavía, me ha convertido a mí y a nosotros (Mt 18,20) en tiendas en las que habita: “Si alguno me ama, mi Padre lo amará; vendremos a él y pondremos nuestra morada en él” (Jn 14,23).
Frente a la incomprensible generosidad de Dios Padre-Madre, Hijo y Espíritu, el apóstol nos presenta el reverso del misterio: el rechazo por parte de los “suyos, que no lo recibieron”. Juan escribe su evangelio después de la pasión y muerte de Jesús, cuando la traición de su pueblo se ha consumado. “Vino a su casa, pero los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11). Sólo un puñado de “pobres de Yahvé”, el pequeño resto, le escucha (Mt 11,25). También hoy muchos, incluso “cristianos”, ignoran su Palabra. Se “aceptan” dogmas como verdades indispensables, se “cumplen” normas y se “reciben” ritos, pero no se vive pendiente de su Palabra ni en realidad se la vive. De todo ello somos mucho más responsables que los judíos, porque tenemos mayor facilidad de acceso y comprensión.
Escuchar a Jesús, que recorre los caminos de Palestina, no era tan fácil. Hay que aceptar como algo normal que sus contemporáneos se preguntaran: ¿Quién es en realidad este rabí revolucionario de Nazaret? ¿Por qué se empeña en poner todo patas arriba? Las autoridades religiosas lo condenan. ¿No será verdad que actúa movido por Belcebú? Por otra parte, en aquel tiempo no tenían medios para recoger sus palabras; nosotros tenemos todas las facilidades. Sabemos que quien nos habla es el mismísimo Hijo de Dios. ¡Y es tan fácil escucharle! En un librito pequeño podemos llevar al Maestro con nosotros y escucharle en cualquiera de sus discursos cuando queramos. Nos duele que los hijos, nietos o sobrinos no nos escuchen ni aprovechen nuestra ciencia y nuestra experiencia. ¿No es mayor nuestra insensatez si no nos acercamos al mismísimo Hijo de Dios? Juan afirma: “A los que lo recibieron los hizo capaces de ser hijos de Dios” (Jn 1,12); son “su madre y sus hermanos” (Lc 8,21).
“Os ha nacido un Salvador” Dice Juan: “La ley fue dada por Moisés, pero la gracia vino por Jesús” (Jn 1,17).
Elevación Espiritual para este día.
Señor Dios mío, hazme digna de conocer el altísimo misterio de tu ardiente caridad, el misterio profundísimo de tu encarnación. Tú te has hecho carne por nosotros. Por esta carne comienza la vida de nuestra eternidad (...). ¡Oh amor que se da entero! Te has alienado a ti mismo, te has anulado a ti mismo para hacerme, has tomado los despojos de siervo vilísimo para darme a mí un manto real y un vestido divino (...).
¡Por esto que entiendo, que comprendo con todo mi ser —que tú has nacido en mí—, seas bendito, Señor! ¡Oh abismo de luz! Toda la luz está en mí, si veo esto, si comprendo esto, si sé esto: que tú has nacido en mí. En verdad entender esto es una cumbre: la cumbre de la alegría ¡(...). ¡Oh Dios increado, hazme digna de profundizar en este abismo de amor, de mantener en mí el ardor de tu caridad ¡Hazme digna de comprender la inefable caridad que tú nos comunicaste cuando, por medio de la encarnación, nos manifestaste a Jesucristo como Hijo tuyo, cuando Jesús te nos reveló a ti como Padre.
¡Oh abismo de amor! El alma que te contempla se eleva admirablemente más allá de la tierra, se eleva más allá de sí misma y navega, pacificada, en el mar de la serenidad.
Reflexión Espiritual para el día.
Al ver más claro que fu vocación es la de ser testigo del amor de Dios al mundo, y al crecer tu determinación de vivir esta vocación, aumentarán los asaltos del enemigo. Oirás voces que te dirán: «No eres digno, no tienes nada que ofrecer, no tienes atractivo, no suscitas ni deseo ni amor». Cuanto más sientas lo llamada de Dios, más descubrirás en tu propia alma lo batalla cósmica entre Dios y Satán. No tengas miedo. Continúa profundizando en la convicción de que el amor de Dios te basta, que estés en manos seguras, y que eres guiado en cada paso de tu camino. No te dejes sorprender por los asaltos del demonio. Aumentarán pero, si los enfrentas sin miedo, descubrirás que son impotentes.
Lo que importa es aferrarse al verdadero, constante e inequívoco amor de Jesús. Cada vez que dudes de este amor, vuelve a tu morada interior y escucha allí la voz del amor. Solamente cuando sabes en tu ser más profundo que eres íntimamente amado, puedes afrontar las oscuras voces del enemigo sin ser seducido por ellas.
El amor de Jesús te dará una visión cada vez más clara de tu vocación, así como de las muchas tentativas de arrancarte de aquella llamada. Cuanto más sientas la llamada a hablar del amor de Dios, más necesidad tendrás de profundizar en el conocimiento de este amor en tu mismo corazón. Cuanto más lejos te lleve el camino exterior, más profundo debe ser tu camino interior. Sólo cuando tus raíces sean profundas, tus frutos podrán ser abundantes, pero tú puedes afrontar sin miedo al enemigo cuando te sabes seguro del amor de Jesús.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 1Jn 2, 18-25 (2, 18-21). El mundo nuevo.
La presente sección se halla fuertemente condicionada por la mentalidad de la época en que escribe nuestro autor. Teniendo en cuenta la creencia —generalizada entre los primeros cristianos— que el mundo presente llegaba a su fin, que Dios inauguraría una era nueva, se habían vinculado a esta concepción las especulaciones judías sobre los signos anunciadores y las características que acompañarían la inauguración de esta nueva era. Tendría lugar el ataque violentísimo del enemigo del pueblo de Dios. Serían tiempos sumamente difíciles, de persecuciones y tribulaciones, que servirían de criterio de discernimiento sobre quiénes eran fieles, al Señor. A este contexto cultural pertenece también la personificación de esas fuerzas del mal (en monstruos terribles), desatadas para perseguir al pueblo de Dios.
La Iglesia primitiva, a ejemplo de Jesús, utilizó estas categorías judías (provenientes en su mayoría de la apocalíptica) y las utilizó como vehículo de expresión de la fe cristiana. Puesto que Cristo había inaugurado el reino de Dios, no podía estar lejos la plena realización del mismo, la era nueva, objeto de la esperanza judía. De ahí que fuesen aplicadas, para describirla, las categorías judías a las que hemos aludido. Todos los que se oponían a la Iglesia caerían, por tanto, dentro de esa categoría de las fuerzas hostiles desatadas contra el bien. Sería sencillamente el Anticristo. Hay, no obstante, una diferencia esencial. El Anticristo es aquí personificación de los errores, de los herejes.
La palabra «anticristo» era nueva; pero el concepto se halla en la línea ya apuntada de la mentalidad judía: personificación de las fuerzas del mal levantadas contra Cristo. Esta figura del Anticristo debe ser entendida, por tanto, no como descripción de una persona concreta, un emperador romano… sino tipo o símbolo de las fuerzas contrarias a Cristo. Nuestro autor lo aplica a los herejes: ahora han surgido ya anticristos.
Estos anticristos demuestran que ha llegado la última hora (hemos mencionado la mentalidad judía, según la cual la última hora se caracterizaría por especiales dificultades, luchas, persecuciones…).
Demuestran, además, que no todos los que estaban entre nosotros, los que parecían pertenecer a la Iglesia, eran de los nuestros. Nuestro autor contrapone a éstos, que no eran de los nuestros; aquéllos que tienen la unción que viene de lo alto. ¿A qué se refiere? Probablemente se refiere al bautismo —expresado metafóricamente como una unción o «crisma»— gracias al cual entraron en solidaridad con Cristo, el Ungido (2Cor 1, 2);’más aún, a través del bautismo, recibieron el Espíritu que enseña la verdad completa (Jn 14, 26).
¿Cuál puede ser la verdad completa que ellos, los cristianos verdaderos, conocen y aceptan, y que es negada por «los que salieron de nosotros» porque no eran de los nuestros? El criterio que debe aplicarse es cristológico: la recta o errónea interpretación de Jesús es el criterio recto para el discernimiento de los espíritus. Los herejes negaban que Jesús fuese el Cristo, el Hijo del Padre y enviado por él. Lo sorprendente es cómo teniendo estos principios o criterios pudiesen llamarse Cristianos. Del contexto general de la carta parece que la cuestión deba enfocarse así: Aquellos hombres —anticristos— creían que Cristo había venido. Pero creían igualmente qué Cristo era una figura mitológica, simplemente indicadora de una realidad espiritual. La verdadera humanidad de Jesús no constituía una parte esencial de su fe. Negaban que las realidades elevadas del mundo de lo divino pudiesen afirmarse como presentes en Jesús. Sin duda alguna que dicha mentalidad herética está delante de Juan, cuando, en su evangelio, afirma categóricamente: El Verbo se hizo carne.
Para una mentalidad griega, influida por la corriente gnóstica (ver el comentario a 2, 3-11), resultaba imposible admitir que el mundo de arriba, de lo transcendente y divino, el mundo de Dios, llegase a tocar el mundo de abajo, el de lo inmanente y humano (sencillamente porque este mundo era malo; precisamente por eso entendía la salvación como una pura y simple liberación de la materia). Esta mentalidad es la que justificaba su herejía. Pero ella se oponía directamente al evangelio. Al ir contra el evangelio van contra la Iglesia y quedan excluidos de la verdad. Por el contrario los que permanecen en el evangelio permanecen en la Iglesia, o los que permanecen en la Iglesia permanecen en el evangelio. Vosotros, los que habéis oído y conserváis este principio de discernimiento de los espíritus.
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