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miércoles, 30 de diciembre de 2009

Día 30-12-2009



30 de Diciembre DE 2009. MIERCOLES. VI DÍA INFRAOCTAVA DE NAVIDAD. SS. Felix I pp, Hermes mr, Rainiero ob, Rogelio ob.
LITURGIA DE LA PALABRA.

1 Jn 2,12-17. El que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.
Sal 95. R/. Alégrese el cielo, goce la tierra.
Lc 2, 36-40. Hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén

PRIMERA LECTURA.
1Juan 2,12-17
El que hace la voluntad de Dios permanece para siempre

Os escribo, hijos míos, que se os han perdonado vuestros pecados por su nombre. Os escribo, padres, que ya conocéis al que existía desde el principio. Os escribo, jóvenes, que ya habéis vencido al Maligno. Os repito, hijos, que ya conocéis al Padre. Os repito, padres, que ya conocéis al que existía desde el principio. Os repito, jóvenes, que sois fuertes y que la palabra de Dios permanece en vosotros, y que ya habéis vencido al Maligno. No améis al mundo ni lo que hay en el mundo.



Si alguno ama al mundo, no está en él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo -las pasiones de la carne, y la codicia de los ojos, y la arrogancia del dinero-, eso no procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, con sus pasiones. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.


Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 95
R/.Alégrese el cielo, goce la tierra.

Familias de los pueblos, aclamad al Señor, / aclamad la gloria y el poder del Señor, / aclamad la gloria del nombre del Señor. R.


Entrad en sus atrios trayéndole ofrendas, / postraos ante el Señor en el atrio sagrado, / tiemble en su presencia la tierra toda. R.


Decid a los pueblos: "El Señor es rey, / él afianzó el orbe, y no se moverá; / él gobierna a los pueblos rectamente." R.

SANTO EVANGELIO.
Lucas 2,36-40
Hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén

En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.


Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.


Palabra del Señor.



Comentario de la Primera lectura: 1 Juan 2,12-17.

¿Cómo vivir el amor hacia el Padre? El texto es una exhortación afectuosa a la comunidad cristiana para que sea coherente con el plan de salvación y con las opciones hechas respecto a Dios y al mundo.



El Apóstol, dirigiéndose a los hijos en general, los invita a reflexionar sobre su situación actual de salvación cristiana en la que viven, porque han obtenido el perdón de sus pecados (v. 12) y han conocido al Padre (v. 14a). Escribiendo a los padres les recuerda que han conocido a Jesús, «el que es desde el principio» (vv. 13a.14b; cf. 1,1; Jn 1,1) a través de su Palabra, por lo que se les exige una fe madura para no dejarse seducir por el mundo. A los jóvenes les recuerda que se han adherido a Jesús y han vencido al mal (v. 13b) y que su fuerza espiritual, reforzada por la Palabra de Dios los excluye de los compromisos con los fáciles atractivos del mundo (v. 14c). Este proyecto de vida espiritual se resume en la práctica en una vida apartada de la lógica del mundo, entendido este como reino del mal que se opone a Dios. Dios y el mundo son dos realidades opuestas. Del mundo, enemigo de Dios, Juan menciona algunos aspectos que pertenecen a la transitoriedad: “Los apetitos desordenados”, es decir, las malas tendencias que viven en el hombre viejo e inclinado al pecado; «la codicia de los ojos», esto es, los deseos que pueden venir a través de los ojos, como el ansia de los bienes terrenos; «el afán de grandeza humana», es decir, el orgullo basado en la concepción materialista de la vida (vv. 15-16).


Esta separación del mundo tiene su razón de ser: el cristiano vive en el mundo, pero sabe que Dios permanece mientras el mundo pasa (v. 17; cf. 1 Cor 7,31).


Comentario del Salmo 95

Este salmo pertenece a la familia de los himnos: tiene muchas semejanzas con los himnos de alabanza, pero se considera un salmo de la realeza del Señor por incluir la expresión « ¡El Señor es Rey!». Esta constituye el eje de todo el salmo. Por eso tiene tantas invitaciones a la alabanza.



Este salmo está organizado en tres partes: 1-6; 7-10; 11-13. La primera (1-6) presenta una serie de invitaciones a cantar, bendecir, proclamar y anunciar. Se dirigen a la «tierra entera», pero esta expresión se refiere, sin duda, a la tierra de Israel. El destinatario de todas estas invitaciones es, pues, el pueblo de Dios. Este salmo invita a cantar al Señor un cántico nuevo. En qué ha de consistir esta «novedad» se nos indica en la segunda parte: se trata de la realeza universal de Dios. Después de las invitaciones a cantar, bendecir, proclamar y anunciar a todos los pueblos, se presenta el primero de los motivos, introducido por un «porque...». El Señor está por encima de todos los dioses. Se hace una crítica devastadora de las divinidades de las naciones: son pura apariencia, mientras que el Señor ha creado el cielo, y podrá celebrarlo. Aparece una especie de procesión simbólica en honor del Señor: precediéndolo, marchan Majestad y Esplendor y, en el templo de Jerusalén, Fuerza y Belleza están ya montando guardia. En la tercera parte se dice que el Señor viene para gobernar la tierra. El salino se limita a mostrar el inicio de esta solemne procesión de venida...


La segunda parte también presenta diversas invitaciones: a aclamar, a entrar en los atrios del templo llevando ofrendas para adorar. La tierra, a la que en la primera parte se invita a cantar, debe ahora temblar en la presencia del Señor. Estos imperativos se dirigen a las familias de los pueblos, esto es, se trata de una invitación internacional que tiene por objeto que las naciones proclamen en todas partes la gran novedad del salmo (el «porque...» de la segunda parte): « ¡El Señor es Rey!». Se indican las consecuencias del gobierno del Señor: el mundo no vacilará nunca; el salmo señala también la principal característica del gobierno de Dios: la rectitud con que rige a todos los pueblos.


En la tercera parte (11-13) aparecen nuevamente las invitaciones o deseos de que suceda algo. Ahora se invita a hacer fiesta, con alegría, al cielo, a la tierra, al mar (dimensión vertical), a los campos y los árboles del bosque (dimensión horizontal) con todo lo que contienen toda la creación está llamada a aclamar y celebrar: el cielo tiene que alegrarse; la tierra, que ya ha sido invitada a cantar y a temblar, ahora tiene que exultar; el mar tiene que retumbar, pero no con amenazas ni infundiendo terror, sino como expresión de la fiesta, junto con todas sus criaturas; los campos, con todo lo que en ellos existe, están llamados a aclamar, y los bosques frondosos gritarán de alegría ante el Señor. A continuación viene el «porque...» de la tercera parte: el Señor viene para gobernar la tierra y el mundo. Se indican dos nuevas características del gobierno del Señor: la justicia y la fidelidad.


Este salmo expresa la superación de un conflicto religioso entre las naciones. El Señor se ha convertido en el Dios de los pueblos, en rey universal, creador de todas las cosas, es aquel que gobierna a los pueblos con rectitud, con justicia y fidelidad. La superación del conflicto se describe de este modo: “¡Porque el Señor es grande y digno de alabanza, más terrible que todos los dioses!” Pues los dioses de los pueblos son apariencia, mientras que el Señor ha hecho el cielo.


El salmo no oculta la alegría que causa la realeza universal de Dios. Basta fijarse en el ambiente de fiesta y en los destinatarios de cada uno de sus planes: Israel, las familias de los pueblos, toda la creación. Todo está orientado hacia el centro: la declaración de que el Señor es Rey de todo y de todos. Israel proclama, las naciones traen ofrendas, la naturaleza exulta. En el texto hebreo, la palabra «todos» aparece siete veces. Es un detalle más que viene a confirmar lo que estamos diciendo. El ambiente de este salmo es de pura alegría, fiesta, danza, canto. La razón es la siguiente: el Señor Rey viene para gobernar la tierra con rectitud, con justicia y con fidelidad. El mundo entero está invitado a celebrar este acontecimiento maravilloso.


El tema de la realeza universal del Señor es propio del período posexílico (a partir del 538 a.C.), cuando ya no había reyes que gobernaran al pueblo de Dios. Podemos, pues, percibir aquí una ligera crítica al sistema de los reyes, causante de la desgracia del pueblo (exilio en Babilonia).


El salmo insiste en el nombre del Señor, que merece un cántico nuevo, ¿Por qué? Porque es el creador, el liberador (las «maravillas» del v. 3b recuerdan la salida de Egipto) y, sobre todo, porque es el Rey universal. En tres ocasiones se habla de su gobierno, y tres son las características de su administración universal: la rectitud, la justicia y la fidelidad. Podemos afirmar que se trata del Dios aliado de la humanidad, soberano del universo y de la historia. Esto es lo que debe proclamar Israel, poniendo al descubierto a cuantos pretendan ocupar el lugar de Dios; se invita a las naciones a adorarlo y dar testimonio de él; la creación entera está invitada a celebrar una gran fiesta (11-12).


Como ya hemos visto a propósito de otros salmos de este mismo tipo, el tema de la realeza de Jesús está presente en todos los evangelios. Mateo nos muestra cómo Jesús practica una nueva justicia para todos; esta nueva justicia inaugura el reinado de Dios en la historia, Los contactos de Jesús con los no judíos ponen de manifiesto que su Reino no tiene fronteras y que su proyecto consiste en un mundo lleno de justicia y de vida para todos (Jn 10,10).


Comentario del Santo Evangelio: Lucas 2,36-40

El texto es la conclusión de la escena de la presentación de Jesús en el templo y consta de dos partes. El testimonio de la profetisa Ana (vv. 36-38) y el retorno de la familia de Jesús a Nazaret (vv. 39-40).



Según la ley hebraica para garantizar la veracidad de un hecho se requería la declaración de dos testigos. Tras el anciano Simeón he aquí a la profetisa Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, viuda, rica en años, mujer de oración y de penitencia (vv 36-37). Es otra persona pobre según Dios, genuina representante de aquellos que esperaban la salvación de Israel. Ana alaba al Señor por haber reconocido en Jesús-Niño, presentado en el templo, al esperado Mesías, y difunde la noticia sobre él a cuantos vivían abiertos al evento de la salvación (v. 38).


Después el evangelista concluye la escena bíblica con la observación sobre el crecimiento de Jesús en Nazaret: «iba creciendo en saber, en estatura y el favor de Dios lo acompañaba» (v. 40). De la vida oculta de Jesús se dice bien poco, pero este poco es suficiente para captar el espíritu y apreciar el ambiente en que vivía el Salvador: sus padres eran obedientes y fieles a la ley y Jesús crecía en sabiduría, lleno como estaba de los dones de gracia con que el Padre lo colmaba (cf. v. 52; 1 Sm 2,26). Una comunidad que se abre al reino de Dios en el respeto a la voluntad del Padre.


La vocación cristiana es compromiso de vivir en el mundo al servicio del hombre, para dar testimonio de Cristo y llevar a los hermanos su mensaje de salvación, pero sin confundirse con el mundo, sin aceptar sus compromisos y sus modelos de comportamiento, negación del espíritu de humildad, de pobreza, de caridad que debe animar la vida del creyente. Sólo el corazón que se vacía del mundo, de sus propuestas de vida transitoria y del afán de poseer sus bienes efímeros, puede ser colmado por el amor del Padre (1 Jn 2,15).


El discípulo de Jesús, confirma el Apóstol, no será nunca aceptado por el mundo, y el rechazo que las fuerzas del mal alimentan contra los creyentes es consecuencia lógica de una opción de vida: ellos no pertenecen al mundo y el mundo no puede aceptar a quien se opone a sus criterios. Los creyentes, con motivo de su opción de vida hecha a favor de Cristo, son considerados extraños o enemigos. Su existencia es una continua acusación de las obras perversas del mundo y un reproche elocuente al malvado. Por esto el hombre de fe es odiado y rechazado. El mundo rechaza a los discípulos porque no son de los suyos, y él no ama sino lo que es suyo, lo que no turba su paz, no desenmascara su altanería y no lo somete a acusación por su conformismo. Pero, si para quien sigue la lógica del amor, Cristo es signo de contradicción, es verdad, sin embargo, que tanta oposición llega a ser criterio de autenticidad y de firmeza para los discípulos de Cristo.


Comentario del santo Evangelio Lc: 2, 22-40 (2, 22-35/2, 27-35/2, 33-35/2, 36-40), para nuestros Mayores. Presentación de Jesús en el templo.


El evangelio de la infancia de san Lucas (cap 1—2) comenzaba con la escena del anciano Zacarías en el templo 1, 5-22). Desde el templo, lugar de la presencia de Dios: en medio de los suyos, se ha escuchado la palabra que dirige la historia hacia su meta (anunciación de Juan). El templo, lugar de plenitud del pueblo de Israel, se ha dirigido la historia de la infancia. De la infancia de Jesús en ese templo trata nuestro texto (2, 22-38). Sus elementos fundamentales son los siguientes: a) Presentación (2, 22-24); b) revelación de Simeón (2, 25-35); c) testimonio de Ana (2, 36-38) y d) vuelta a Nazaret (2, 39-40).



En el fondo de la escena de la presentación (2, 22-24) está la antigua ley judía según la cual todo primogénito es sagrado y, por lo tanto, ha de entregarse a Dios o ser sacrificado. Como el sacrificio humano estaba prohibido, ley obligaba a realizar un cambio, de manera que, en lugar del niño se ofreciera un animal puro (cordero, palomas) (cfr. Éx 13 y Lev 12). Parece probable que al redactar la escena Lucas esté pensando que Jesús, primogénito de María, es primogénito de Dios. Por eso, junto a la sustitución del sacrificio (se ofrecen dos palomas) se resalta el hecho de que Jesús ha sido «presentado al Señor», es decir, ofrecido solemnemente al Padre. El sentido de esta ofrenda se comprenderá solamente a la luz de escena del calvario, donde Jesús ya no podrá ser sustituido y morirá como el auténtico primogénito que se entrega al Padre para salvación de los hombres. Unido a todo esto Lucas ha citado sin entenderlo un dato de la antigua ley judía: la purificación de la mujer que ha dado a luz cfr. Lev 12). Para Israel, la mujer que daba a luz quedaba manchada y por eso tenía que realizar un rito de puririficación antes de incorporarse a la vida externa de su pueblo. De esta concepción, de la que extrañamente han quedado vestigios en nuestro pueblo hasta tiempos recientes, parece que Lucas no ha tenido ya una idea clara; por eso en el texto original ha escrito”cuando llegó el tiempo de la purificación de ellos”, refiriéndose también a José y a Jesús. La tradición litúrgica ha corregido el texto original de Lucas, refiriéndose sólo a la purificación de María, ajustándose de esa manera a la vieja ley judía.


El centro de nuestro pasaje lo constituye la revelación de Simeón (2, 25-35). Jesús ha sido ofrecido al Padre; el Padre responde enviando la fuerza de su Espíritu al anciano Simeón, que profetiza (2, 29-32. 34-35). En sus palabras se descubre que el antiguo Israel de la esperanza puede descansar tranquilo; su historia (representada en Simeón) no acaba en vano: ha visto al salvador y sabe que su meta es ahora el triunfo de la vida. En esa vida encuentran su sentido todos los que esperan porque Jesús no es sólo gloria del pueblo israelita, es el principio de luz y salvación para las gentes.


Tomadas en sí mismas, las palabras del himno del anciano (2, 29-32) son hermosas, sentimentalmente emotivas. Sin embargo, miradas en su hondura, son reflejo de un dolor y de una lucha. Por eso culminan en el destino de sufrimiento de María (2, 34-35). Desde el principio de su actividad, María aparece como signo de la Iglesia, que llevando en sí toda la gracia salvadora de Jesús se ha convertido en señal de división y enfrentamiento. La subida de Jesús al templo ha comenzado con un signo de sacrificio (2, 22-24); con signo de sacrificio continúan las palabras reveladoras de Simeón. Desde este comienzo de Jesús como signo de contradicción para Israel (u origen de dolor para María) se abre un arco de vida y experiencia que culminará sobre el Calvario y se extenderá después hacia la Iglesia. Todo el que escucha las palabras de consuelo en que Jesús se muestra como luz y como gloria (2, 29-32) tiene que seguir hacia adelante y aceptarle en el camino de dureza; decisión y muerte; en ese caminar no irá jamás en solitario; le acompaña la fe y el sufrimiento de María.


Con las palabras de alabanza de Ana, que presenta a Jesús como redentor de Jerusalén (2, 36-38) y con la anotación de que crecía en Nazaret lleno de gracia (2, 39-40) se ha cerrado nuestro texto.


Comentario del Santo Evangelio: Lc 2,36-40, de Joven para Joven. Testimonio de la profetisa Ana sobre Jesús. Lo revelaste a los sencillos.

Anteriormente escuchábamos el testimonio del anciano Simeón en el que confesaba a Jesús como el verdadero enviado de Dios, “la luz de las naciones”. Según la ley hebraica, para garantizar la veracidad de un hecho se requería la declaración de dos testigos. Por eso Lucas ofrece también el testimonio de la profetisa Ana, una mujer sencilla, pero de gran experiencia de Dios. Ana y Simeón forman parte del resto, del puñado de miembros del pueblo judío que se mantienen de verdad fieles a la Alianza; son los pobres de Yavé, el rescoldo de una hoguera, genuinos representantes de los que esperaban al Liberador.



Los personajes que se encuentran con Jesús niño y lo reconocen como el Prometido son también niños en el sentido evangélico. Es lo que ocurrirá a lo largo de toda su vida. Los primeros personajes simbólicos son los pastores, hombres rústicos, sin cultura y excluidos por la sociedad como pecadores. Son los primeros en recibir, acoger y anunciar la Buena Noticia a cuantos encontraban en el camino. Por otra parte están los Magos, símbolo de los paganos de buena voluntad que acogen a Cristo.


Lucas nos presentaba al anciano Simeón y hoy a Ana, la profetisa. Cuando José y María entran en el templo con el Niño hay numerosos escribas, sacerdotes, muy entendidos en la Escritura, el culto y la Ley de Moisés, pero están llenos de prejuicios y de sí mismos; por eso no lo reconocen. Sólo los de ojos limpios y los sencillos de corazón ven a Dios (Mt 5,8; 11,25). Simeón y Ana no tenían prejuicios, estaban enteramente abiertos a Dios y a su actuación sorprendente; no esperaban a un Mesías que complaciera su orgullo nacional o su espíritu de revancha; por eso lo reconocieron cuando llegó, aun cuando no era más que un frágil niño, hijo de familia pobre.


La constante se repite. Entonces fue en un niño; ahora es en otras formas de presencia: en su Palabra, en los sacramentos, en el prójimo, sobre todo en el doliente, en los acontecimientos de la vida, en los signos de los tiempos... No es que Dios guarde silencio; es que los hombres están sordos. ¿Quién no conoce a personas humildes de pueblo con una profunda experiencia de Dios? Las grandes verdades vivenciales no salen del Templo, ni de los doctores de la Ley. Se viven en el ámbito profano de la gente sencilla, sean científicos o labriegos. Ellos son los verdaderos “sabios”, que “saborean” las revelaciones divinas, los dones (Hb 6,5), y se convierten en entusiastas proclamadores de la experiencia que viven, como Simeón y Ana.


El niño crecía. La segunda parte del relato es un sumario breve sobre la vida oculta de Jesús. El mensaje es caudaloso, algo que a muchos cristianos, que en el fondo consideran a Jesús como Dios “disfrazado de hombre”, les cuesta entender. El Verbo en la encarnación no juega a ser hombre, sino que lo es con todas las consecuencias. Lucas (el Espíritu por su medio) afirma: “Jesús iba creciendo en saber, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres”. ¡Crecía! De verdad, no en mera apariencia Lucas lo dice con toda claridad: crecía no sólo ante los hombres, lo cual podría parecer un simulacro, sino también ante Dios, ante el Cual no valen simulacros. Crecía no sólo en estatura, sino también en “saber” y en “gracia”. Sigue las leyes naturales del crecimiento humano, tanto en el plano físico como en el plano de la sabiduría.


Con la aceptación de comenzar su vida de hombre por el nacimiento, la infancia, la pubertad, la adolescencia... Jesús ha aceptado su misión divina e una kénosis extraordinaria. Aceptado ese género de crecimiento, ha aceptado no conocer, sino progresivamente, la orientación de la Vida, las circunstancias de que estará tejida. Ha aceptado no conocer la voluntad de su Padre, sino a través del medio familiar y los mil y un acontecimientos (Mt 26,42). Y sobre las cosas y los hombres no ha aplicado más que los juicios habituales de una inteligencia en desarrollo. Se ha negado a conocer lo que un hombre medio no puede conocer (Mt 24,36). No quiso ser ni “niño prodigio”.


En todo igual. Aprendía y crecía como los demás niños. Hablaba y emitía Juicios con valoraciones de niño por más que fuera Dios. Al humanarse, se somete a las leyes cie la naturaleza humana, que implican un desarrollo progresivo del cuerpo y de las facultades mentales. De no haber sido así, todo hubiera sido un truco. No hubiera podido decirse que era “en todo semejante a nosotros” (Hb 4,15), ni hubiera podido tener nuestras mismas experiencias. “Sería absurdo que nos invitara a imitarle como Maestro” (San Hipólito).


Ha aceptado no realizar su fidelidad al Padre, sino a través de una fidelidad absoluta a la fragilidad y a las limitaciones de la condición humana. Los milagros fantasiosos de los apócrifos no responden al misterio de la encarnación “Sufriendo aprendió a obedecer (Hb 5,9). Ninguno de Sus convecinos de Nazaret descubrió en él nada extraordinario, a no ser su absoluta bondad, hasta el punto de que al comienzo de su ministerio comentan: “¿No es éste el hijo del carpintero?”(Mt 13,55).


Un autor moderno explica gráficamente: “No es que en una carrera de bicicleta Jesús haya corrido en ciclomotor y pedalee para simular que tiene que esforzarse como nosotros; Jesús corrió en bicicleta y tuvo que esforzarse como nosotros”.


El crecimiento real de Jesús nos recuerda la necesidad de ser fieles al impulso vital del crecimiento. El tiempo es la oportunidad que se nos da para crecer. El estancamiento es un pecado radical, grave, contra la vida. En lo biológico hay una edad límite para el crecimiento; en el ámbito psicológico y espiritual siempre estamos en edad de crecimiento. Pablo dice de sí mismo: “Aunque nuestro exterior vaya decayendo, el interior se renueva de día en día (2 Co 4,16). Es posible y necesario crecer incluso en la ancianidad. Él invita a los miembros de su comunidad a crecer (1 Co 3,1-2). Es verdad: “Lo importante no es llenar la vida de años, sino los años de vida”. Por tanto, “renovarse o morir”, porque sólo la vida que se rejuvenece y crece es vida.


Elevación Espiritual para este día.

El amor es un bien grande, el más importante de los bienes. El noble amor que se tiene a Jesús impulsa a realizar grandes cosas y lleva a desear una perfección cada vez mayor.


El que ama, vuela, corre, exulta, es libre y nada puede detenerlo: da siempre todo y en toda cosa reencuentra al Todo, porque reposa en el único Bien Supremo del que emana y nace todo bien. A menudo el amor no conoce medida, pero se inflama sobre toda medida; a menudo no siente el peso, no se preocupa de fatigas, querría hacer más de lo que puede, porque piensa que todo le es fácil. Por eso está dispuesto a todo (...).
El amor vela; si está cansado, no pierde su afán. Como llama viva, como antorcha ardiente se lanza a lo alto y actúa seguro. Quien ama profundamente comprende bien este lenguaje. Señor, abre mi corazón al amor: que yo sea presa del Amor, alzado sobre mí mismo por exceso de fervor y de estupor. Que yo cante el himno del amor; que yo te siga, mi Amado, cada vez más alto, y mi alma se consuma en alabarte, exultando de santo amor (Imitación de Cristo, III, y, 3-6).

Reflexión Espiritual para el día.

Ser hijo de Dios no te hace libre de las tentaciones. Podrás tener momentos en que te sientas tan bendecido por Dios, tan en Dios, tan amado, como para olvidar que vives aún en un mundo de potencias y de principados. Pero tu inocencia de hijo de Dios tiene necesidad de ser protegida. De otro modo serás fácilmente catapultado fuera de tu verdadero yo y experimentarás la fuerza devastadora de las tinieblas que te rodean.


Este salir de ti mismo puede sobrevenirte como una gran sorpresa. Antes que seas plenamente consciente podrás encontrarte derrotado por la concupiscencia, por la ira, por el resentimiento o por la avidez. Un cuadro, una persona, un gesto, pueden desencadenar estas emociones fuertes y destructivas y seducir tu yo inocente. Como hijo de Dios, debes ser prudente. No puedes andar sencillamente por el mundo como si nada o nadie pudiesen hacerte daño. Continúas siendo extremadamente vulnerable: La mismas pasiones que te hacen amar a Dios pueden ser utilizadas por las potencia del mal.


Los hijos de Dios necesitan apoyo, protección, ayudarse unos a otros cercanos al corazón de Dios. Tú perteneces a una minoría en un mundo grande y hostil. Haciéndote más consciente de tu verdadera identidad de hijo de Dios, distinguirás también más claramente las muchas fuerzas que tratan de convencerte de que todas las realidades espirituales son un falso sustituto de las cosas reales de la vida.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 1Jn2 12-17.Padres e hijos.

El autor de nuestra carta se dirige a sus lectores llamándoles «hijos». Es el denominador común aplicable a todos sus destinatarios. Después establece una distinción entre ellos: se dirige a los padres y a los jóvenes. Es el mismo esquema que repite dos veces. Con la única diferencia que la primera vez utiliza el verbo en presente, “os escribo”, mientras que la segunda lo hace en pasado, “os he escrito” (estas diferencias no siempre son perceptibles en las versiones que utilizamos habitualmente).



No sabemos por qué utiliza este esquema. Lo que recuerda a cada grupo no es tan específico que no pudiera afectar o aplicarse al otro, Lo que se dice de los padres puede aplicarse a los jóvenes y viceversa, Tampoco existe razón alguna para el cambio de tiempo en el verbo «escribir». Su utilización en el tiempo pasado no hace referencia a una carta anterior (como se ha dicho muchas veces y que supondría que nuestra actual Segunda Carta de Juan les habría sido dirigida con anterioridad a esta). Se trata de un cambio de tiempo simplemente en orden a romper la monotonía. Por otra parte, esto se explicaría si el autor se sitúa en el tiempo en que sus lectores ya hubiesen recibido la carta.


¿Qué es lo que nuestro autor menciona? Recuerda, de modo general a sus «hijos» (no se entienda de «niños», como que éstos constituyesen un tercer grupo en la exhortación de Juan), que les han sido perdonados sus pecados. El primer recuerdo se refiere, por tanto, al estado actual de la salud cristiana en la que ellos viven actualmente: el perdón de los pecados. En la segunda parte del esquema (cuando se dirija también de modo general a ellos) añadirá que han conocido al Padre.


Recuerda, en particular, a los padres que han conocido al que es desde el principio (repite lo mismo en las dos partes del esquema, al dirigirse a los padres), es decir, a Jesús (ver 1, 1; Jn 1, 1). Le han conocido, al menos, en su palabra (tal vez algunos lo hubiesen conocido mientras vivió su existencia terrena, y esto justificaría más este recuerdo). En todo caso, se trata de un conocimiento muy profundo, que es mencionado como argumento de fidelidad. No deben dejarse seducir por los engaños o apariencias del mundo.


Recuerda, en particular, a los jóvenes que han vencido el Mal. La decisión de su fe, al haber dicho «sí» a Jesús, significa su renuncia, el haber dicho «no» al Maligno, a Satanás. En la segunda parte del esquema este recuerdo se halla ampliado: es mencionada su fortaleza espiritual y la permanencia de la palabra de Dios en ellos, palabra santificadora, que excluye la posibilidad de pactar con el enemigo (aquí, al mencionar su fortaleza, podríamos tener una razón un tanto convincente de los dos grupos en que nuestro autor divide a sus lectores: los jóvenes, al tener pasiones más fuertes, han obtenido una victoria más resonante sobre el enemigo).




No te fíes de tus pensamientos ni de tus sentimientos cuando te encuentras fuera de ti mismo. Vuelve rápidamente a tu centro verdadero y no prestes atención a lo que te ha llevado a engaño. Gradualmente llegarás a estar mejor preparado para estas tentaciones y ellas tendrán cada vez menos poder sobre ti. Protege tu inocencia ateniéndote a la verdad: eres hijo de Dios y eres profundamente amado hasta aquí el recuerdo fundamental, basado en la salud que Dios ofrece al hombre y de la que ellos participan ya. Pero este recuerdo, en la mente de nuestro autor, es como el punto de partida en el que se apoyará nuestro autor para trazar el programa de su vida espiritual. A continuación les recordará este programa con la exigencia fundamental que implica: su separación del mundo. Dios y el mundo son dos realidades que mutuamente se excluyen. Permanecer en Dios significa alejarse del mundo. La frase y la mentalidad del autor deben captarse en toda su profundidad y desde lo característico de su pensamiento y de su teología.


El pensamiento del autor se ha empequeñecido y empobrecido, incluso tergiversado, al entender la palabra mundo desde nuestras categorías. No se trata en la mente de Juan (y esto se hace particularmente visible en el cuarto evangelio) del mundo en cuanto que significa la creación, la obra de Dios de la que se dice que es muy buena (Gén 1) y que ha sido encomendada al dominio del hombre. No es este mundo del que debe separarse el cristiano. El mundo del que se exige una lejanía al cristiano es el símbolo de todo aquello que excluye a Dios (Jn 17, 25). Este mundo designa la realidad humana en su absoluta autoafirmación excluyendo a Dios y sus exigencias. La palabra «mundo» en Juan designa exactamente lo contrario al «reino de Dios». Este es el aspecto fundamental que justifica el que Dios y el mundo sean presentados como dos realidades que se excluyen mutuamente.


De este mundo recuerda Juan los tres aspectos fundamentales de los que debe alejarse el cristiano. La concupiscencia de la carne, es decir, los apetitos sensuales entre los que destaca en primer lugar la apetencia y el desorden sexual. Frente a ellos la existencia cristiana debe caracterizarse por el predominio de una lucha en la que el impulsor decisivo sea el Espíritu de Dios. El Espíritu luchando contra la carne. La concupiscencia de los ojos, apetencia excesiva de los bienes terrenos sobre los cuales piensa el hombre asentar y edificar su vida dándole seguridad. Dios invita al hombre a algo más alto, a poner en él sus ojos, a establecer la comunión con él. Finalmente, el orgullo de la vida, es decir, la pretensión materialista con el desprecio petulante de Dios.


La lejanía frente al mundo está exigida por la oposición a Dios, que se halla en la misma entraña del mundo. Hay, además, otra razón. Esta lejanía se halla también motivada por la transitoriedad del mundo (1 Cor 7, 31). El argumento tenía más fuerza entre aquellos lectores que entre nosotros, ya que ellos pensaban en un fin próximo.

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