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sábado, 23 de enero de 2010

Año Santo Compostelano




I. Mensaje del papa para el Año Santo Compostelano.

Con la apertura de la Puerta Santa de la catedral de Santiago de Compostela, comenzó este 31 de diciembre el Año Santo Compostelano 2010. Millones de peregrinos de todo el mundo acudirán con este motivo adonde, según la tradición, se encuentra la tumba del apóstol Santiago.

Se trata del Año Santo Compostelano número 119, desde que el Papa Calixto II, en 1120, concediera a la Archidiócesis española el privilegio de convocar un año santo cada vez que la fiesta de Santiago, el 25 de julio, caiga en domingo.

Con motivo de la "gran perdonanza", Benedicto XVI ha enviado este mensaje:

A Mons. Julián Barrio Barrio

Arzobispo de Santiago de Compostela

1. Con ocasión de la apertura de la Puerta Santa, que da comienzo al Jubileo Compostelano de 2010, hago llegar un cordial saludo a Vuestra Excelencia y a los participantes en esa significativa ceremonia, así como a los pastores y fieles de esa Iglesia particular, que por su vinculación inmemorial con el Apóstol Santiago hunde sus raíces en el Evangelio de Cristo, ofreciendo este tesoro espiritual a sus hijos y a los peregrinos de Galicia, de otras partes de España, de Europa y de los más lejanos rincones del mundo.

Con este acto solemne, se abre un tiempo especial de gracia y de perdón, de la "gran perdonanza", como dice la tradición. Una oportunidad particular para que los creyentes recapaciten sobre su genuina vocación a la santidad de vida, se impregnen de la Palabra de Dios, que ilumina e interpela, y reconozcan a Cristo, que sale a su encuentro, les acompaña en las vicisitudes de su caminar por el mundo y se entrega a ellos personalmente, sobre todo en la Eucaristía. Pero también los que no tienen fe, o tal vez la han dejado marchitar, tendrán una ocasión singular para recibir el don de "Aquel que ilumina a todos los hombres para que puedan tener finalmente vida" (Lumen gentium, 16).

2. Santiago de Compostela se distingue desde tiempos remotos por ser meta eminente de peregrinos, cuyos pasos han marcado un Camino que lleva el nombre del Apóstol, hasta cuyo sepulcro acuden gentes especialmente de las más diversas regiones de Europa para renovar y fortalecer su fe. Un Camino sembrado de tantas muestras de fervor, penitencia, hospitalidad, arte y cultura, que nos habla elocuentemente de las raíces espirituales del Viejo Continente.

El lema de este nuevo Año Jubilar Compostelano, "Peregrinando hacia la luz", así como la carta pastoral para esta ocasión, "Peregrinos de la fe y testigos de Cristo resucitado", siguen fielmente esta tradición y la reproponen como una llamada evangelizadora a los hombres y mujeres de hoy, recordando el carácter esencialmente peregrino de la Iglesia y del ser cristiano en este mundo (cf. Lumen gentium, 6.48-50). En el Camino se contemplan nuevos horizontes que hacen recapacitar sobre las angosturas de la propia existencia y la inmensidad que el ser humano tiene dentro y fuera de sí, preparándole para ir en busca de lo que realmente su corazón anhela. Abierto a la sorpresa y la trascendencia, el peregrino se deja instruir por la Palabra de Dios, y de este modo va decantando su fe de adherencias y miedos infundados. Así hizo el Señor resucitado con los discípulos que, aturdidos y desalentados, iban de camino hacia Emaús. Cuando a la palabra se añadió el gesto de partir el pan, a los discípulos "se les abrieron los ojos" (cf. Lc 24, 31) y reconocieron al que creían sumido en la muerte. Entonces se encuentran personalmente con Cristo, que vive para siempre y forma parte de sus vidas. En ese momento, su primer y más ardiente deseo es anunciar y atestiguar lo ocurrido ante los demás (cf. Lc 24, 35).

Pido fervientemente al Señor que acompañe a los peregrinos, que se dé a conocer y entre en sus corazones, "para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10). Ésta es la verdadera meta, la gracia, que el mero recorrido material del Camino no puede alcanzar por sí solo, y que lleva al peregrino a convertirse en testigo ante los demás de que Cristo vive y es nuestra esperanza imperecedera de salvación. En esa Archidiócesis, junto a otras muchas organizaciones eclesiales, se han puesto en marcha múltiples iniciativas pastorales para ayudar a lograr este fin esencial de la peregrinación a Santiago de Compostela, de carácter espiritual, aunque en ciertos casos se tienda a ignorarlo o desvirtuarlo.

3. En este Año Santo, en sintonía con el Año Sacerdotal, un papel decisivo corresponde a los presbíteros, cuyo espíritu de acogida y entrega a los fieles y peregrinos ha de ser particularmente generoso. Peregrinos también ellos, están llamados a servir a sus hermanos ofreciéndoles la vida de Dios, como hombres de la Palabra divina y de lo sagrado (cf. Al retiro sacerdotal internacional en Ars, 28 septiembre 2009). Aliento, pues, a los sacerdotes de esa Archidiócesis, así como a los que se sumen a ellos durante este Jubileo y a los de las diócesis por donde pasa el Camino, a prodigarse en la administración de los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, pues lo más buscado, lo más preciado y característico del Año Santo es el Perdón y el encuentro con Cristo vivo.

4. En esta circunstancia, expreso mi especial cercanía a los peregrinos que llegan y seguirán llegando a Santiago. Les invito a que hagan acopio de las sugestivas experiencias de fe, caridad y fraternidad que encuentren en su andadura, a que vivan el Camino sobre todo interiormente, dejándose interpelar por la llamada que el Señor hace a cada uno de ellos. Así podrán decir con gozo y firmeza en el Pórtico de la Gloria: "Creo". Les ruego también que en su oración cadenciosa no olviden a los que no pudieron acompañarles, a sus familias y amigos, a los enfermos y necesitados, a los emigrantes, a los frágiles en la fe y al Pueblo de Dios con sus Pastores.

5. Agradezco cordialmente a la Archidiócesis de Santiago, así como a las Autoridades y otros colaboradores, sus esfuerzos en la preparación de este Jubileo Compostelano, como también a los voluntarios y a cuantos están dispuestos a contribuir a su buen desarrollo. Confío los frutos espirituales y pastorales de este Año Santo a nuestra Madre del cielo, la Virgen Peregrina, y al Apóstol Santiago, el "amigo del Señor", a la vez que imparto a todos con afecto la Bendición Apostólica.

Vaticano, 19 de diciembre de 2009

II. Significado del Año Santo Compostelano.

La importancia cualitativa y cuantitativa de la peregrinación a Santiago, comparada por algunos cronistas árabes de la Baja Edad Media con la musulmana a la Meca, determinó al Papa Calixto II, en 1122, a distinguir al santuario compostelano con el "Privilegio jubilar" o de los "Años Santos", dispensador de gracias muy singulares que intensifican, durante ellos, su muy alta capacidad intrínseca de convocatoria.

Ratificada esta concesión por S. S. Alejandro III por la Bula "Regis Æterni", promulgada en 1179, que más tarde confirman los Pontífices Eugenio II y Anastasio IV, se establece en ella que serán "Años Santos Compostelanos" aquellos en los que el día 25 de julio, festividad del martirio de Santiago, coincida en domingo, circunstancia que se sucede con un ritmo calendárico de 6-11-6-5 años, cíclicamente (además hay que tener en cuenta las variaciones de este ciclo que se produce por los años que deberían ser bisiestos y no lo son).

Precisa, además, la citada Bula de Alejandro III que la duración de cada uno de ellos será "desde la la vigilia de la Circuncisión del Señor por todo el año íntegro hasta el mismo día de la Circuncisión siguiente".

Hubo, hasta ahora, ciento dieciséis celebraciones jubilares, que alcanzan la cifra de ciento diecisiete con el presente Año Jubilar.

De ellos dos fueron "extraordinarios", los de 1885, proclamado mediante la Bula "Deus Omnipotens", de León XIII con motivo de la "autentificación apostólica" de los restos corpóreos de Santiago que se hizo por entonces y el de 1938, prorrogando al normal de 1937 para que los españoles beligerantes en la guerra civil que asoló el país entre 1936 y 1939 impedidos por las circunstancias bélicas de lucrarlo, tuvieran la posibilidad de hacerlo entonces.

Es curioso constatar que pasado de 1993 coincidió con la plena entrada del "Acta Única" que configura una nueva Europa sin fronteras, situación preludiada, como todo el mundo reconoce, por el fenómeno europeísta de la peregrinación a Compostela operativa desde los primeros siglos de la Baja Edad Media.


III. Sentido Cristiano de la Peregrinación.
El Cristiano se ha considerado a sí mismo como un "peregrino" es decir un extranjero en este mundo que camina, mediante el devenir vital, hacia la patria definitiva que sólo se alcanza, en el Padre, después de la muerte. Es el concepto del "homo viator" que subyace, también, en otras religiones lo que confirma su realidad antropológica.

Desde muy antiguo ese sentimiento se ha traducido en fórmulas concretas de espacio y tiempo marcadas por determinadas y especiales convocatorias tales atracción generada por los "Santos lugares" o el "culto a las tumbas de mártires y santos".

Definidos los primeros como aquellos en los que discurrió la vida de Cristo y puntualizados a través de las referencias contenidas, fundamentalmente, en los "Evangelios" concitaron la presencia de viajeros muy pronto conservándose testimonios escritos de ello tanto en los Santos Padres como en el relato de alguno de sus protagonistas. Para la "Gallaecia" importa recordar a la monja Egeria, que visitó Tierra Santa en el siglo IV o a Hidacio, obispo de Aqua Flavia (el actual Chaves, al Norte de Portugal), que lo hizo en el siglo V.

Por lo que concierne a la "veneración de los cuerpos de mártires y santos", también precoz y muy celebrada, al extremo que determinó traslados y movilizaciones de muchas de sus reliquias, diremos que es el tipo de fenómeno que determina y al que pertenece la peregrinación a Santiago lugar en el que, según la tradición, fue inhumado el cuerpo del Apóstol homónimo.

Discípulo y quizás pariente de Cristo; uno de los doce testigos directos de su vida pública; privilegiado en la intimidad del "Maestro" con su hermano Juan y con Pedro; predicador de la "Buena Nueva" en la "Hispania"; primer mártir del Colegio Apostólico, etc., no puede extrañarnos que su tumba atrajera desde el mismo instante en que se difunde al "Viejo Mundo" la noticia de su existencia (albores del siglo IX), a multitudes de devotos peregrinos cuyo flujo, cuantitativamente variable pero ininterrumpido, se mantuvo durante mil cien años, hasta nuestros días.

El sepulcro de Santiago y los diversos templos que, para cobijarlo, fueron sustituyéndose sobre él a lo largo del tiempo, nuclearon la génesis de la ciudad de Compostela que llegó a ser por ello, con Jerusalén (sepulcro de Cristo) y Roma (tumbas de San Pedro y San Pablo) uno de los tres lugares más santos del orbe cristiano y por ello "centro" de las llamadas "peregrinaciones mayores".



IV. Apertura de la Puerta Santa.
Se inicia el "Año Jubilar" con la solemne ceremonia de "apertura de la Puerta Santa", que se realiza en la tarde del 31 de Diciembre del año precedente.

Entonces, el Arzobispo de Santiago derriba desde el exterior, tras golpearlo por tres veces, el murete pétreo, de mampostería, que tapia la llamada "Puerta Santa", sita en la girola catedralicia.

Tal "Puerta", practicada a finales del siglo XV a imitación de la análoga poco tiempo antes abierta en San Pedro en Roma servirá, desde entonces, para la entrada ritual de los peregrinos en el Santuario que inaugura, como primero de ellos llevando la cruz archiepiscopal alzada, el propio prelado oficiante.

Desde ese momento permanecerá abierta todo el "Año", hasta elMedalla conmemorativa del Año Santo de 1999 siguiente 31 de Diciembre en que será de nuevo tapiada. Durante ese período millones de peregrinos, en interminable continuidad histórica desde hace once siglos, con inequívoca proyección de futuro, harán ciertas la palabras que pueden leerse en sendas "carteleras" que exhiben dos figuras románicas que flanquean la referida "Puerta" por su interior:

"VENIENT OMNES GENTES ET DICEN GLORIA TIBI DOMINE"

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