24 de enero de 2010.TERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL.(Ciclo C). 3ª semana del Salterio. JORNADA DE LA INFENCIA MISIONERA. SS. Francisco de Sales ob dc, Bábila ob y com mrs, Feliciano ob.
Neh 8, 2-4a. 5-6. 8-10: Leían el libro de la Ley, explicando el sentido
Salmo 18: Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
1Cor 12, 12-30: Ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro
Lc 1, 1-4; 4, 14-21: Hoy se cumple esta Escritura
En el libro de Nehemías se nos cuenta de una lectura pública y solemne del libro de la ley de Dios, el que nosotros los cristianos llamamos Pentateuco y en cambio los judíos designan como "Torah", Ley. Estamos a finales del siglo V AC, los judíos hace pocos años que han regresado del destierro en Babilonia y a duras penas han logrado reconstruir el templo, las murallas de la ciudad, sus propias casas. Enfrentan la hostilidad de muchos vecinos envidiosos que los emperadores persas les hayan permitido regresar. Les hace falta urgentemente una norma de vida, una especie de "constitución" por medio de la cual puedan regirse en todos las aspectos de la vida personal, social y religiosa. Esdras, un líder carismático, respetado por todos y considerado levita y escriba, es decir, sacerdote y maestro, les da esa ley, esa constitución que necesitan, proclamando solemnemente, ante todo el pueblo reunido, la santa Ley de Dios. Ya vimos como respondió la gente: comprometiéndose a cumplirla y guardarla, llorando sus infidelidades y, a instancias de sus líderes, celebrando una fiesta nacional: la fiesta de la promulgación de la Ley divina. Desde ese remoto día, quinientos años antes de Jesucristo, hasta hoy, los judíos ordenan sus vidas según los mandatos de la Torah o Pentateuco.
El texto de Lc 4, 14ss era un texto sin relevancia en la vida práctica de la comunidad cristiana hasta hace sólo 50 años, un texto olvidado, como tantos otros que hoy nos parecen fundamentales. Fue la teología latinoamericana la que puso de relieve este texto como capital. Lucas lo pone al inicio de la vida pública de Jesús. Puede que no corresponda a algo que aconteciera realmente al principio (Juan, de hecho, pone otros pasajes como comienzo de su evangelio), pero lo fue en su significación. O sea, tal vez no ocurrieron las cosas así (y no es posible saberlo históricamente), pero Lucas tiene razón cuando sitúa esta escena en su evangelio como un inicio programático que contiene ya, en germen, simbólicamente, toda su misión.
Jesús, sin duda, tuvo que interpretar muchas veces su propia vida con estos textos proféticos de Isaías. Parece obvio que Jesús vio su vida como el cumplimiento, como la prolongación de aquel anuncio profético de la “Buena Noticia para los pobres”. La misión de Jesús es el anuncio de la Buena Noticia de la Liberación. La "ev-angelización" ("eu angelo" = buena noticia) no es más que una forma de la liberación, la "liberación por la palabra".
Las aplicaciones son muchas, y bastante directas:
-La misión cristiana hoy, continuando la misión de Jesús, tiene que ser... eso mismo, o sea: "continuación de la misión de Jesús", en sentido literal y directo. Ser cristiano, en efecto, será «vivir y luchar por la Causa de Jesús», sentirse llamado a proclamar la Buena Noticia de la Liberación, entendiéndolo en su literalidad más material también: la "Buena Noticia" tiene que ser «buena» y tiene que ser «noticia». No se puede sustituir semánticamente por el «catecismo» o la «doctrina». Jesús no vino a enseñar "la doctrina"; la "evangelización" de Jesús no fue una «catequesis eclesiástico-pastoral»...
-La misión de Jesús no puede pretender ser neutral, "de centro", "para todos sin distinción", no inclinada ni para los ricos ni para los pobres... como pretenden tantas veces quienes confunden la Iglesia con una especie de anticipo piadoso de la Cruz Roja. Lo peor que podría decirse del evangelio es que fuese neutral, que no se pronuncia, que no opta por los pobres. La peor ideología sería la que ideologiza el evangelio de Jesús diciendo que es neutro e indiferente a los problemas humanos, sociales, económicos y políticos, porque se referiría sólo a "lo espiritual"...
-Puede ser bueno recordar una vez más: Jesús está lejos de la beneficencia y del asistencialismo... No se trata de "hacer caridad" a los pobres, sino de inaugurar el orden nuevo integral, el único que permite hablar de una liberación real... Es importante caer en la cuenta de que muchas veces que se habla de opción “preferencial” por los pobres se está claramente en una mentalidad asistencial, muy alejada del espíritu de Lc 4, 14ss.
-La palabra evangelizadora, o es activa y práctica en la praxis de liberación, o es anti-evangelizadora. La palabra evangelizadora no es palabra de teoría abstracta. Es una palabra que hace referencia a la realidad y la confronta con el proyecto de Dios. "Evangelizar es liberar por la palabra" (Nolan). Una palabra que no entra en la historia, que no se pronuncia, que se mantiene por encima de ella o en las nubes, que no moviliza, no sacude, no provoca solidaridad (ni suscita enemigos)... no es heredera de la pasión del Hijo de Dios.
PRIMERA LECTURA
Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10
Leían el libro de la Ley, explicando el sentido
En aquellos días, el sacerdote Esdras trajo el libro de la Ley ante la asamblea, compuesta de hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón. Era mediados del mes séptimo. En la plaza de la Puerta del Agua, desde el amanecer hasta el mediodía, estuvo leyendo el libro a los hombres, a las mujeres y a los que tenían uso de razón. Toda la gente seguía con atención la lectura de la Ley.
Esdras, el escriba, estaba de pie en el púlpito de madera que había hecho para esta ocasión. Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo -pues se hallaba en un puesto elevado- y, cuando lo abrió, toda la gente se puso en pie. Esdras bendijo al Señor, Dios grande, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: "Amén, amén."
Después se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra.
Los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieron la lectura. Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote y escriba, y los levitas que enseñaban al pueblo decían al pueblo entero: "Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagáis duelo ni lloréis."
Porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la Ley. Y añadieron: "Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza."
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 18
R/.Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. R.
Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. R.
La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos. R.
Que te agraden las palabras de mi boca, y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón, Señor, roca mía, redentor mío. R.
SEGUNDA LECTURA.
1Corintios 12, 12-30
Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro
Hermanos: Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
El cuerpo tiene muchos miembros, no uno sólo.
Si el pie dijera: "No soy mano, luego no formo parte del cuerpo", ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el oído dijera: "No soy ojo, luego no formo parte del cuerpo", ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿cómo oiría? Si el cuerpo entero fuera oído, ¿cómo olería? Pues bien, Dios distribuyó el cuerpo y cada uno de los miembros como él quiso.
Si todos fueran un mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?
Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo.
El ojo no puede decir a la mano: "No te necesito"; y la cabeza no puede decir a los pies: "No os necesito." Más aún, los miembros que parecen mas débiles son más necesarios. Los que nos parecen despreciables, los apreciamos más. Los menos decentes, los tratamos con más decoro. Porque los miembros más decentes no lo necesitan.
Ahora bien, Dios organizó los miembros del cuerpo dando mayor honor a los que menos valían.
Así, no hay divisiones en el cuerpo, porque todos los miembros por igual se preocupan unos de otros.
Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos se felicitan.
Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro.
Y Dios os ha distribuido en la Iglesia: en el primer puesto los apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los maestros, después vienen los milagros, luego el don de curar, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas.
¿Acaso son todos apóstoles? ¿O todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos don para curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan?
Palabra de Dios.
SANTO EVANGELIO.
Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
Hoy se cumple esta Escritura
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendio por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.
Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.
Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista.
Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.”
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oir.”
Palabra del Señor.
Neh 8, 2-4a. 5-6. 8-10: Leían el libro de la Ley, explicando el sentido
Salmo 18: Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
1Cor 12, 12-30: Ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro
Lc 1, 1-4; 4, 14-21: Hoy se cumple esta Escritura
En el libro de Nehemías se nos cuenta de una lectura pública y solemne del libro de la ley de Dios, el que nosotros los cristianos llamamos Pentateuco y en cambio los judíos designan como "Torah", Ley. Estamos a finales del siglo V AC, los judíos hace pocos años que han regresado del destierro en Babilonia y a duras penas han logrado reconstruir el templo, las murallas de la ciudad, sus propias casas. Enfrentan la hostilidad de muchos vecinos envidiosos que los emperadores persas les hayan permitido regresar. Les hace falta urgentemente una norma de vida, una especie de "constitución" por medio de la cual puedan regirse en todos las aspectos de la vida personal, social y religiosa. Esdras, un líder carismático, respetado por todos y considerado levita y escriba, es decir, sacerdote y maestro, les da esa ley, esa constitución que necesitan, proclamando solemnemente, ante todo el pueblo reunido, la santa Ley de Dios. Ya vimos como respondió la gente: comprometiéndose a cumplirla y guardarla, llorando sus infidelidades y, a instancias de sus líderes, celebrando una fiesta nacional: la fiesta de la promulgación de la Ley divina. Desde ese remoto día, quinientos años antes de Jesucristo, hasta hoy, los judíos ordenan sus vidas según los mandatos de la Torah o Pentateuco.
El texto de Lc 4, 14ss era un texto sin relevancia en la vida práctica de la comunidad cristiana hasta hace sólo 50 años, un texto olvidado, como tantos otros que hoy nos parecen fundamentales. Fue la teología latinoamericana la que puso de relieve este texto como capital. Lucas lo pone al inicio de la vida pública de Jesús. Puede que no corresponda a algo que aconteciera realmente al principio (Juan, de hecho, pone otros pasajes como comienzo de su evangelio), pero lo fue en su significación. O sea, tal vez no ocurrieron las cosas así (y no es posible saberlo históricamente), pero Lucas tiene razón cuando sitúa esta escena en su evangelio como un inicio programático que contiene ya, en germen, simbólicamente, toda su misión.
Jesús, sin duda, tuvo que interpretar muchas veces su propia vida con estos textos proféticos de Isaías. Parece obvio que Jesús vio su vida como el cumplimiento, como la prolongación de aquel anuncio profético de la “Buena Noticia para los pobres”. La misión de Jesús es el anuncio de la Buena Noticia de la Liberación. La "ev-angelización" ("eu angelo" = buena noticia) no es más que una forma de la liberación, la "liberación por la palabra".
Las aplicaciones son muchas, y bastante directas:
-La misión cristiana hoy, continuando la misión de Jesús, tiene que ser... eso mismo, o sea: "continuación de la misión de Jesús", en sentido literal y directo. Ser cristiano, en efecto, será «vivir y luchar por la Causa de Jesús», sentirse llamado a proclamar la Buena Noticia de la Liberación, entendiéndolo en su literalidad más material también: la "Buena Noticia" tiene que ser «buena» y tiene que ser «noticia». No se puede sustituir semánticamente por el «catecismo» o la «doctrina». Jesús no vino a enseñar "la doctrina"; la "evangelización" de Jesús no fue una «catequesis eclesiástico-pastoral»...
-La misión de Jesús no puede pretender ser neutral, "de centro", "para todos sin distinción", no inclinada ni para los ricos ni para los pobres... como pretenden tantas veces quienes confunden la Iglesia con una especie de anticipo piadoso de la Cruz Roja. Lo peor que podría decirse del evangelio es que fuese neutral, que no se pronuncia, que no opta por los pobres. La peor ideología sería la que ideologiza el evangelio de Jesús diciendo que es neutro e indiferente a los problemas humanos, sociales, económicos y políticos, porque se referiría sólo a "lo espiritual"...
-Puede ser bueno recordar una vez más: Jesús está lejos de la beneficencia y del asistencialismo... No se trata de "hacer caridad" a los pobres, sino de inaugurar el orden nuevo integral, el único que permite hablar de una liberación real... Es importante caer en la cuenta de que muchas veces que se habla de opción “preferencial” por los pobres se está claramente en una mentalidad asistencial, muy alejada del espíritu de Lc 4, 14ss.
-La palabra evangelizadora, o es activa y práctica en la praxis de liberación, o es anti-evangelizadora. La palabra evangelizadora no es palabra de teoría abstracta. Es una palabra que hace referencia a la realidad y la confronta con el proyecto de Dios. "Evangelizar es liberar por la palabra" (Nolan). Una palabra que no entra en la historia, que no se pronuncia, que se mantiene por encima de ella o en las nubes, que no moviliza, no sacude, no provoca solidaridad (ni suscita enemigos)... no es heredera de la pasión del Hijo de Dios.
PRIMERA LECTURA
Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10
Leían el libro de la Ley, explicando el sentido
En aquellos días, el sacerdote Esdras trajo el libro de la Ley ante la asamblea, compuesta de hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón. Era mediados del mes séptimo. En la plaza de la Puerta del Agua, desde el amanecer hasta el mediodía, estuvo leyendo el libro a los hombres, a las mujeres y a los que tenían uso de razón. Toda la gente seguía con atención la lectura de la Ley.
Esdras, el escriba, estaba de pie en el púlpito de madera que había hecho para esta ocasión. Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo -pues se hallaba en un puesto elevado- y, cuando lo abrió, toda la gente se puso en pie. Esdras bendijo al Señor, Dios grande, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: "Amén, amén."
Después se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra.
Los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicando el sentido, de forma que comprendieron la lectura. Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote y escriba, y los levitas que enseñaban al pueblo decían al pueblo entero: "Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagáis duelo ni lloréis."
Porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la Ley. Y añadieron: "Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza."
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 18
R/.Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. R.
Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. R.
La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos. R.
Que te agraden las palabras de mi boca, y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón, Señor, roca mía, redentor mío. R.
SEGUNDA LECTURA.
1Corintios 12, 12-30
Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro
Hermanos: Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
El cuerpo tiene muchos miembros, no uno sólo.
Si el pie dijera: "No soy mano, luego no formo parte del cuerpo", ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el oído dijera: "No soy ojo, luego no formo parte del cuerpo", ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿cómo oiría? Si el cuerpo entero fuera oído, ¿cómo olería? Pues bien, Dios distribuyó el cuerpo y cada uno de los miembros como él quiso.
Si todos fueran un mismo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?
Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno solo.
El ojo no puede decir a la mano: "No te necesito"; y la cabeza no puede decir a los pies: "No os necesito." Más aún, los miembros que parecen mas débiles son más necesarios. Los que nos parecen despreciables, los apreciamos más. Los menos decentes, los tratamos con más decoro. Porque los miembros más decentes no lo necesitan.
Ahora bien, Dios organizó los miembros del cuerpo dando mayor honor a los que menos valían.
Así, no hay divisiones en el cuerpo, porque todos los miembros por igual se preocupan unos de otros.
Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos se felicitan.
Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro.
Y Dios os ha distribuido en la Iglesia: en el primer puesto los apóstoles, en el segundo los profetas, en el tercero los maestros, después vienen los milagros, luego el don de curar, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas.
¿Acaso son todos apóstoles? ¿O todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos don para curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan?
Palabra de Dios.
SANTO EVANGELIO.
Lucas 1, 1-4; 4, 14-21
Hoy se cumple esta Escritura
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendio por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.
Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.
Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista.
Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.”
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oir.”
Palabra del Señor.
Comentario de La Primera Lectura: Nehemías 8,2-4ª.5-6.8-10
Corre el año 444 a. de C. y en Jerusalén, por vez primera después del exilio, se ha reunido el pueblo en asamblea festiva para celebrar la liturgia de la Palabra, a la que sigue una comida en común. En el texto, que habla de la promulgación de la ley realizada por el sacerdote y escriba Esdras, tenemos la estructura tradicional de la asamblea litúrgica. La alianza se celebra con alegría, pero con la mirada dirigida hacia el futuro: el pueblo eleva su alabanza a Dios (v. 6); a continuación, el escriba, desde arriba del estrado de madera, abre el libro de la ley, y algunos lectores elegidos proclaman fragmentos del Deuteronomio frente a toda la asamblea, en escucha silenciosa. Sigue la explicación del texto con unas palabras de actualización sobre la observancia religiosa del pacto (vv. 4ss). El pueblo —a la escucha de la Palabra de Dios, una palabra que compromete— entra en un proceso de conversión, llora su propio pecado y la traición infligida a la alianza (v. 9). Esdras interviene entonces y, reconociendo el sincero arrepentimiento del pueblo, invita a todos a la alegría, a la fiesta y al banquete en honor del Señor: “Este día está consagrado al Señor, nuestro Dios” (v. 10). Hay que desterrar todo duelo o lamento entre el pueblo, porque Dios ha condonado todas las deudas y se ha mostrado misericordioso con su pueblo.
Comentario del Salmo 18.
El salmo 18 mezcla dos tipos de salmo, lo que ha llevado a mucha gente a dividirlo en dos. De hecho, del versículo 2 al 7 tenemos un himno de alabanza, sin ningún tipo de introducción. Aquí, el cielo y el firmamento, el día y la noche cantan —en silencio— las alabanzas de quien los creó. Se trata, por tanto, de un himno de alabanza al Dios creador. Pero la segunda parte (8-15) es de estilo sapiencial y presenta una reflexión sobre la ley del Señor.
Lo que hemos dicho hasta ahora puede ayudarnos a ver cómo está organizado el salmo 19. Tiene dos partes, con estilos diferentes: 2-7 y 8-15. En la primera (2-7) tenemos una solemne alabanza al Creador del universo: el cielo, el firmamento, el día, la noche y, sobre todo, el sol, proclaman, sin palabras, la gloria de quien los creó. La alabanza silenciosa es lo más importante, pues viene a demostrar que las palabras no son capaces de expresar todo lo que se siente. El sol es comparado con el esposo que sale de la alcoba y con un atleta que recorre el camino que se le ha señalado.
En la segunda parte (8-15) encontramos un poema sapiencial cuyo tema central es la ley del Señor, a la que se designa también como «testimonio» (8b), «preceptos» 9a), «mandamiento» (9b), «temor» (10a) y «decretos» (10b) son seis términos que se emplean para indicar básicamente la misma realidad. Al lado de cada una de estas palabras se repite el nombre propio de Dios: «el Señor» —Yavé en el original hebreo— (en esta segunda parte, este nombre aparece siete veces) y también un adj etivo: «perfecta», «veraz», «rectos», «transparente», «puro», «verdaderos». Después de cada una de estas afirmaciones se presenta a la persona o realidad que se beneficia de los efectos de la ley: el alma descansa (8a), el ignorante es instruido (8b), el corazón se alegra (9a), los ojos reciben luz (9b). Todo esto se resume en dos comparaciones: la ley es más preciosa que el oro más puro (es decir, más que lo más valioso que existe) y más dulce que la miel (la miel es lo más dulce que hay). Con otras palabras, este poema afirma que la ley es lo más valioso y lo más dulce que existe (11).
Esta segunda parte puede, a su vez, dividirse en otras dos. Después de presentar el elogio de la ley perfecta, lo más precioso y lo más dulce que hay, el salmista se contempla a sí mismo viéndose imperfecto, impuro, arrogante y pecador (12-14), y concluye expresando un deseo: que las palabras de este salmo, en forma de meditación, le agraden al Señor, su roca, su redentor (15).
La primera parte de este salmo (2-7) presenta una tensión. De hecho, casi todos los pueblos vecinos de Israel consideraban al sol y a los astros como dioses. Para el salmista, el cielo y el firmamento son como una especie de gran tejido en el que Dios ha dejado impresos algunos signos de su amor creador. En silencio, las criaturas hablan de la grandeza de su Creador. Cada día le entrega al siguiente una consigna; lo mismo que cada noche a la posterior: han de ser anunciadores silenciosos del amor del Creador. Aun sin usar palabras, su mensaje silencioso llegará hasta los límites del orbe. Todos los días y todas las noches proclaman siempre la misma noticia.
El sol no es Dios, sino una criatura de Dios. En aquel tiempo, se creía que el astro rey giraba alrededor de la tierra. Por eso se suponía que, por la mañana, salía de la tienda invisible que Dios había levantado para él en Oriente como el esposo de la alcoba, para recorrer su órbita como un héroe o un atleta, hasta entrar de nuevo en su tienda en Occidente. Como el esposo, porque es sinónimo de fecundidad; como un héroe, porque nada ni nadie escapa a su calor; como un atleta, porque nadie lo puede detener.
La segunda parte (8-15) también esconde una tensión con las «naciones». De hecho, para Israel, el gran don insuperable que Dios le ha comunicado a Israel se llama «ley». Por medio de ella dejó perfectamente claro en qué consistía su proyecto y cuáles eran las condiciones para que Israel fuera su socio y aliado. ¿Qué es lo que tiene Israel que ofrecerles a las naciones? Una ley perfecta y justa, fruto de la alianza con un Dios cercano: «En efecto, ¿qué nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos a ella como lo está de nosotros el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos? ¿Qué nación hay tan grande que tenga leyes y mandamientos tan justos corno esta ley que yo os propongo hoy?» (Dt 4,7-8).
Después de hablar de la perfección de la ley, el salmista piensa en la propia fragilidad (12-15). La ley es útil para la instrucción y el provecho del fiel. Pero él se siente pequeño. La ley es perfecta, él es imperfecto. La ley es pura como el oro fino, pero él tiene que ser purificado de las faltas que haya podido cometer sin darse cuenta. El problema principal consiste en la posibilidad del orgullo o la arrogancia que, dominando a la persona, vuelven responsable al individuo de las transgresiones más serias, del «gran pecado».
En este salmo hay dos imágenes muy intensas: la del Dios de la Alianza (8-15), que hace entrega de la ley a su pueblo, y la del Dios Creador, reconocido como tal por sus criaturas en todo el orbe (2-7).
El Nuevo Testamento vio en Jesús el cumplimiento perfecto de la nueva Alianza; Jesús es aquel que permite ver de manera perfecta al Padre (Jn 1,18; 14,9). Jesús alaba al Padre por haber revelado sus designios a los sencillos (Mt 11,25) e invitó a aprender, de los lirios del campo y de las aves del cielo, la lección del amor que el Padre nos tiene (6,25-30).
La primera parte de este salmo nos ayuda a rezar a partir de la creación, a contemplar en silencio el mensaje que nos viene de las criaturas. Es un salmo ecológico o cósmico. La segunda parte nos hace entrar en comunión con el proyecto de Dios presente en la Biblia, con el mandamiento del amor. Nos hace también pensar en nuestra propia fragilidad. Es un salmo que puede y debe ser rezado cuando queremos librarnos de la arrogancia y del orgullo...
Comentario de La Segunda lectura: 1 Corintios 12,12-31a
Este texto de Pablo presenta a la comunidad cristiana como el «cuerpo» de Cristo. Su densidad eclesiológica es sorprendente. Veamos algunos de sus rasgos característicos.
El cuerpo es «uno», pero hay en él una rica pluralidad y diversidad de miembros. El fundamento del cuerpo se encuentra únicamente en Cristo: «Así también Cristo» (v. 12). De este modo, el apóstol nos conduce de golpe a la raíz: la comunidad no es simplemente como un cuerpo; es el cuerpo de Cristo. Antes de desarrollar la comparación, Pablo indica también la razón que nos convierte en cuerpo de Cristo: el bautismo y el don del Espíritu (v. 13). Por consiguiente, en primer lugar está la comunión con el Señor: ésta es la raíz que da razón tanto de la diversidad como de la variedad.
En tercer lugar, Pablo nos dice que las diferencias sociológicas (ser esclavo o libre) e incluso las religiosas (ser judío o pagano) pierden importancia y quedan abolidas. A continuación, afirma que surgen otras diferencias sobre distintas bases: las nuevas diferencias presentes en la comunidad son funciones y servicios, no dignidades y división.
De esta suerte, la originalidad de cada uno de los creyentes no actúa en ventaja propia, sino de toda la comunidad. Las diferencias son necesarias. El cuerpo ya no sería tal sí no fuera resultado de miembros diferentes. Así ocurre también con la comunidad: cada uno ejerce en la Iglesia una función insustituible, como cada célula en el organismo humano. En consecuencia, la verdadera amenaza contra la unidad de la Iglesia no procede de la variedad de los dones del Espíritu, sino que, en caso de que la hubiera, provendría del intento de engirse por encima de los otros por parte de alguno de los dones, o de la negativa a servir, o de la pretensión de prescindir de los demás: «Y el ojo no puede decir a la mano: “No te necesito”, ni la cabeza puede decir a los pies: “No os necesito”» (v. 21).
Comentario del Santo Evangelio: Lucas 1,1-4; 4,14-21
Tras haber expuesto el objetivo de su evangelio, Lucas, como escritor serio y digno de fe, cuenta el episodio de Nazaret. El evangelista sitúa el discurso en la sinagoga al comienzo de la actividad pública de Jesús y lo convierte en el discurso inaugural y programático del Mesías. Cristo lee el pasaje de Is 61,1ss, pero modifica su significado. Hace una lectura actualizadora del texto profético, una lectura que acentúa la obra de liberación y la universalidad de la salvación: «Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar» (v. 21). Jesús, sin realizar aplicaciones morales, atrae la atención sobre el acontecimiento que se está desarrollando: su venida da cumplimiento a la expectativa del profeta. De este modo se proclama Mesías, se identifica con su expectativa, que se cumple «hoy» en su persona.
El «hoy» es, precisamente la novedad de Jesús. Con él han empezado los últimos tiempos, que se prolongan en el tiempo de la Iglesia y en nuestro tiempo. Por otra parte, la misión que Jesús ha inaugurado está dirigida de un modo particular a los pobres y a los últimos. Como dice Isaías, Jesús dirige la «alegre noticia» a los pecadores, a los oprimidos y a los marginados de toda condición, porque Dios ama a cada hombre, sin diferencias. Para Cristo, cada hombre vale y es precioso a sus ojos. Frente a Dios no hay marginados; más aún, para él, los últimos serán los primeros que poseerán el Reino y la vida verdadera. Sólo la «noticia» de Jesús es capaz de sacudir e infundir dignidad y esperanza a todo hombre marginado.
El evangelio de hoy nos pone ante los ojos una puesta en práctica del modelo de celebración litúrgica trazado por la primera lectura. En ella es el mismo Jesús el protagonista principal. Es él quien da su sentido acabado a las palabras proféticas que le entregan como texto para proclamar. Lucas pone así de relieve una de las dimensiones más características de la actividad de Jesús en el cumplimiento de su misión mesiánica: la opción en favor de los más menesterosos. Basta con echar una mirada, incluso superficial, a los evangelios para darse cuenta de que esta opción preside enteramente su acción. Allí donde Jesús encuentra a un pobre, a un excluido, a un marginado, a un oprimído —tanto por las enfermedades o los malos espíritus como por los otros hombres—, toma posición en favor de él. Así lo hizo con los pecadores, los enfermos, las mujeres, los extranjeros, los niños... Y se explica fácilmente que obrara así, si tenemos presente que su corazón, como el de su Padre del cielo, está lleno de pasión por la vida de todos y, antes que nada, por los que viven peor.
Como el Padre y con él, también Jesús se enternece ante aquellos que han sido dejados «medio muertos» por los caminos de la vida, como le ocurrió al hombre de la parábola del «buen samaritano» (cf. Lc 10,30-35), o ante el hijo que, tras haberse alejado con insolencia de su casa, vuelve a ella cansado y extenuado (Lc 15,11-24). Y de la conmoción pasa a la acción de una tierna y solícita acogida.
Este modo de comportarse por parte de Jesús nos interpela seriamente. Nos invita a revisar el modo como nosotros mismos nos comportamos en cuanto personas y en cuanto comunidades que declaran ser sus seguidores. Desde hace algunos años, una ola de pauperismo evangélico está sacudiendo a la Iglesia. Se ha desarrollado en muchos —individuos y grupos, comunidades pequeñas o Iglesias continentales enteras— la conciencia de la llamada al servicio de los más pobres, de los últimos. Estamos llamados a nivel universal, como Iglesia, a hacer nuestra la opción de Jesús por los más menesterosos. ¿Se ha vuelto esto una realidad en nuestra vida personal y comunitaria? ¿Desemboca todo esto, verdaderamente, en un compromiso serio y concreto, como el de Jesús? Sus palabras deben sacudirnos siempre: «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos» (Mt 7,21).
Comentario del Santo Evangelio: (Lc 1,1-4; 4,14-21), para nuestros Mayores. La horade la gracia.
En este año litúrgico del Ciclo C, el pasaje evangélico que escucharemos los domingos del Tiempo Ordinario está tomado del evangelio de Lucas. Comenzamos a hacerlo en este domingo. Primero escuchamos el Prólogo con el que Lucas abre su obra y después el relato sobre los inicios de la actividad pública de Jesús.
Lucas es el único de los cuatro evangelistas que da un Prólogo a su obra (en la Biblia lo encontramos también en el libro del Sirácida y en 2Mac 2,19-32). Habla en él de sus predecesores y recuerda el contenido y las fuentes de sus escritos (1,1-2); describe además su modo de trabajar y la finalidad que se propone, y dedica su obra a Teófilo, una persona ilustre, de la que no tenemos otras noticias (1,3-4).
Antes que Lucas, otros han escrito ya relatos similares. Aunque para nosotros son desconocidos, él conoce bien esos relatos y los utiliza (entre ellos se encuentran probablemente el evangelio de Marcos y una colección de palabras de Jesús), El contenido de lo que él se propone relatar son «los acontecimientos que se han cumplido entre nosotros». No se trata, pues, de invenciones o teorías, sino de acontecimientos históricos, que son sin embargo de un género muy particular: en ellos se realizan las promesas de Dios. La fuente de estos relatos es la tradición de los que, desde el inicio, han sido testigos oculares y que después se han convertido en ser servidores de la Palabra. Las mismas cualidades son exigidas por Pedro cuando se ha de completar el número de los apóstoles (He 1,2 1-22). El acceso a un acontecimiento histórico que no se ha presenciado es posible únicamente por medio de testigos oculares. Pero en los acontecimientos que aquí están en juego no basta que se haya visto sólo el desarrollo exterior. Testigos de esta índole han sido muchos contemporáneos de Jesús. Se necesitan testigos que hayan comprendido y creído y que anuncien que, a través de estos acontecimientos, Dios lleva a cumplimiento sus promesas. Deben ser, pues, al mismo tiempo, servidores de la Palabra. Hombres así son sobre todo los doce apóstoles, que Jesús escogió (6,12-16) y envió (9,1-6; 24,47-48) y que constituyen el núcleo de la joven Iglesia (He 1,13). Lo que los apóstoles transmiten y anuncian es la única fuente fidedigna para el conocimiento de estos acontecimientos. De ellos dependen todas las Escrituras y toda la sucesiva predicación. Por eso profesamos en el Credo la Iglesia apostólica.
El trabajo de Lucas consiste en haber indagado críticamente todo lo que estaba a su acceso y haber escrito un relato ordenado. Teófilo no llega al conocimiento de estos hechos por Lucas; está ya al corriente de los mismos y ha conocido la tradición apostólica, obviamente por medio del anuncio eclesial. Lo que a Lucas le interesa es la fiabilidad. Se pone al servicio del anuncio eclesial y quiere mostrar que cuenta con un sólido fundamento y es digno de todo crédito. Con esta sola frase, Lucas recuerda las características esenciales de su obra y revela a sus lectores lo que pueden esperar de ella.
Por lo que atañe a la actividad pública de Jesús, Lucas comienza señalando de manera genérica el modo en que comenzó (4,14-15) y describe después cómo se presentó él en su ciudad de Nazaret. Hoy escuchamos la primera parte de su actuación en Nazaret (4,16-2 1); la segunda (4,21-30) queda reservada para el próximo domingo.
Jesús ha transcurrido la mayor parte de los años de su vida en Nazaret. Después de su nacimiento en Belén, María y José vuelven con él a Nazaret (2,39). Sabemos cómo fue su comportamiento cuando tenía doce años, con ocasión de la Pascua en Jerusalén (2,41-5 1). De los demás años Lucas dice que «Jesús crecía en sabiduría, edad y gracia delante de Dios y de los hombres» (2,52). Esto es todo lo que se nos hace saber sobre la mayor parte de los años de la vida de Jesús. Los ha transcurrido en Nazaret, en una aldea, en medio de sencillos campesinos y artesanos, en un lugar de la Galilea meridional, cuyo nombre es referido aquí por primera vez en el Nuevo Testamento. Nada digno de mención había sucedido antes en Nazaret. Tan vulgar e insignificante era la vida que allí se desarrollaba.
Cuando Jesús cuenta con unos treinta años (3,23), tienen lugar su bautismo en el Jordán, la gran revelación vinculada a él (3,21-22) y las tentaciones en el desierto (4,1-13). Después de esto Jesús deja el sur del país, retorna a Galilea y comienza su actividad pública. Está lleno del Espíritu de Dios, que ha descendido sobre él tras su bautismo (3,22). En él reside el poder y la vida de Dios, y el Espíritu le guía (cf. 4,1.14.18). Todo lo que Jesús hace deriva de su singular vinculación a Dios y todo queda impregnado de autoridad divina. Juan se había presentado en el desierto y allá, en la región deshabitada, era donde los hombres se acercaban a él (3,7). Jesús, por el contrario, sale de entre los hombres y se presenta en las sinagogas (cf. 4,31; 6,6; 13,10), donde los israelitas se reúnen para rezar y escuchar la palabra de Dios. Jesús enseña con autoridad divina (4,32) y hace que los hombres conozcan a Dios: quién es, qué es lo que quiere darles y qué es lo que espera de ellos, La enseñanza será su actividad principal, hasta su actuación en Jerusalén (19,47; 21,37); en el centro está su palabra, que se ve ratificada con sus acciones. Jesús encuentra una gran aprobación por parte de sus oyentes, aprobación que lo hace famoso en un amplio contorno.
Sobre el trasfondo de esta descripción general de la actividad de Jesús, Lucas refiere con detalle la aparición de Jesús en la sinagoga de Nazaret. Los paisanos de Jesús, que le conocen desde niño, sienten muy fuerte el contraste entre lo que ahora hace y lo que había sido su vida precedente. Lucas anota que Jesús leyó un pasaje del profeta Isaías (4,17-20) y comentó la lectura con una sola pero impresionante frase (4,21). Dijo: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír». Jesús hace saber a sus paisanos que han participado en un acontecimiento de extraordinaria importancia. Mientras Jesús leía la palabra y ellos la escuchaban con atención, Dios ha llevado a cumplimiento esta palabra, pronunciada desde antiguo por el profeta Isaías. Se les ha dado la gracia de tener frente a ellos al que Dios ha ungido con su Espíritu Santo y lo ha enviado para anunciar el reino de Dios y un año de gracia del Señor. Dios mismo se dirige hoy a ellos a través de Jesús. En sus manos está creer en la palabra de Jesús y aprovechar ese tiempo de gracia. Lo que Jesús dice a los habitantes de Nazaret vale para todos sus oyentes. El don particular que Jesús hace a sus paisanos consiste en comunicarles de modo ejemplar que ha sonado la hora de la salvación, haciéndoles saber lo que no deben omitir. Han de escuchar acoger con fe la palabra y no descuidar el tiempo de gracia.
En las palabras de Isaías, Jesús ve expresado de manera programática lo que vale para su identidad y su misión. Fundamental es su relación con Dios. Dios ha ungido a Jesús con el Espíritu Santo; en Jesús está la vida y la fuerza de Dios (3,22); todo lo que hace y dice proviene de esta viva y fuerte vinculación a Dios. Dios lo ha enviado y ha establecido lo que ha de hacer. Con su venida y su presencia se cumple la promesa de Dios. En la persona y la obra de Jesús todo queda determinado por Dios. Dios mismo se dirige a su pueblo por medio de Jesús. Por tanto, la presencia de Jesús, hoy, es un momento de gracia particular.
En el vértice de la actividad de Jesús está el anuncio de la Buena Noticia a los pobres. A este anuncio corresponde la primera bienaventuranza: «Bienaventurados vosotros, que sois pobres, porque vuestro es el reino de Dios» (6,20; cf. sexto domingo del Tiempo Ordinario). Las otras actividades son: anunciar la liberación a los prisioneros y la vista a los ciegos; liberar a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Como misión fundamental de Jesús aparece el anuncio. El hace saber que Dios quiere la plena salvación de los hombres. Las obras poderosas de Jesús son sólo signos de salvación y no agotan este contenido de su anuncio. A continuación escucharemos cómo acogen el mensaje de Jesús sus paisanos.
Comentario del Santo Evangelio: Lucas 1,1-4; 4,14-2, de Joven para Joven. Comienza el ministerio de Jesús.
Las lecturas de este domingo nos muestran la importancia de la palabra de Dios. El fragmento de Nehemías nos refiere la lectura Solemne de la ley de Moisés, en Jerusalén, tras el retorno del pueblo del exilio. El evangelio nos cuenta el episodio que tuvo lugar en la sinagoga de Nazaret, donde Jesús lee un pasaje del profeta Isaías y lo comenta con estas palabras: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír».
El contacto con la palabra de Dios, que está presente en la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento), es necesario. Debemos ser conscientes de la importancia de esta Palabra. Ella puede guiarnos, confortarnos, ayudarnos en muchas circunstancias y, sobre todo, puede iluminarnos con la fe y poner en nosotros el impulso de la esperanza y de la caridad.
La primera lectura nos refiere que Esdras, el sacerdote y letrado, vuelto del exilio junto con otros muchos judíos, organizó una lectura solemne de la ley de Moisés.
Se construyó para la ocasión un estrado de madera, desde el que se proclamó la lectura. Esdras abrió el libro en presencia de todo el pueblo, y todos se pusieron en pie.
Esdras bendice al Señor, y todos responden: «Amén, amén», levantando las manos; se inclinan y se postran rostro en tierra ante el Señor.
Los levitas leen después el libro de la ley de Dios por partes y explican su sentido, para que comprendan la lectura. La ley de Moisés está escrita en hebreo, pero los judíos que han vuelto a la patria tras cincuenta años de exilio no conocen ya esta lengua. Durante su estancia en Babilonia se han acostumbrado a hablar en arameo; de ahí que necesiten una traducción, que se realiza de modo oral. Des
pués de cada pasaje leído en hebreo, el lector se detiene y el traductor explica su significado. De este modo todos pueden comprender la lectura.
Comprender la lectura es un hecho muy importante también hoy. Antes del Concilio Vaticano II, tanto el propio de la Misa como las lecturas bíblicas se proclamaban en latín, pero el pueblo no comprendía esta lengua. El Concilio Vaticano II introdujo el uso de las lenguas vernáculas en la liturgia; de este modo, el contacto con la Escritura se ha vuelto más fácil para los fieles.
La primera reacción de la gente a la lectura de la ley de Moisés fue una gran conmoción. El pueblo llora de alegría, pero también de dolor, porque la ley le hace consciente de sus pecados, y, por consiguiente, también de la necesidad de arrepentimiento.
Escuchar la palabra de Dios es algo magnífico. En ella es Dios mismo quien nos habla, toma la iniciativa de dirigirse a nosotros, de establecer un contacto con nosotros. Cuando leemos la Biblia, debemos pensar que se trata de la palabra de Dios, que establece un contacto personal, profundo, iluminador y reconfortante entre el hombre y Dios.
Ahora bien, Esdras dice a la gente que llora: «Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: no hagáis duelo ni lloréis». Y, a continuación: «Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene preparado, pues es un día consagrado a nuestro Dios».
Esta invitación de Esdras es muy significativa: la fiesta no puede ser completa si no se llevan porciones a los que no tienen nada preparado, a los pobres que no tienen nada para hacer fiesta.
Así, este fragmento de Nehemías nos presenta una escena importante: tras la dura prueba del exilio, merecida por sus muchos pecados y sus muchas infidelidades, el pueblo se siente de nuevo como un pueblo bendecido por Dios.
El evangelio nos lleva a la sinagoga de Nazaret, para realizar una lectura ordinaria de la Biblia, que, no obstante, se vuelve extraordinaria.
El pasaje que leemos en la liturgia de este domingo nos presenta, en primer lugar, el prólogo del evangelio de Lucas (Lucas 1,1-4), donde el autor explica que son muchos los que han escrito un relato de los acontecimientos relacionados con Jesús, pero él ha decidido realizar una investigación meticulosa de todo lo sucedido desde los comienzos y escribir un resumen para los fieles, a fin de que se percaten de la solidez de las enseñanzas que han recibido.
Observamos aquí la preocupación de Lucas por ofrecer a los cristianos un texto fundamentado en investigaciones precisas, en informaciones precisas, de modo que su fe se base firmemente en la re velación auténtica de Dios.
Tras este prólogo, el evangelio de hoy cuenta el comienzo del ministerio de Jesús. Este, una vez bautizado y superadas las tentaciones vuelve a Galilea con el poder del Espíritu Santo y empieza a enseñar en las sinagogas. Aquí nos presenta Lucas la enseñanza de Jesús en Nazaret, la ciudad donde creció.
Jesús entra un sábado en la sinagoga —el sábado es el día sagrado para los judíos; en él se reúnen en la sinagoga para la oración, escucha la palabra de Dios y el comentario de la misma— y se levanta
para leer. Le dan el rollo del profeta Isaías y, abriéndolo, encuentra el pasaje donde está escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado...».
Se trata de un pasaje importante del profeta Isaías, que habla de un personaje misterioso, sobre el que se ha posado el Espíritu del Señor, le ha consagrado con la unción y le ha enviado.
La misión de este personaje es una misión de alegría, de liberación. Ha sido enviado a anunciar a los pobres un Evangelio, un mensaje alegre (el término griego «Evangelio» significa «mensaje alegre»). Se trata de un mensaje de liberación para los prisioneros, de curación para los ciegos, de libertad para los oprimidos; del mensaje de un año de gracia del Señor, es decir, de un año santo, de un jubileo.
A continuación, Jesús enrolló el volumen, se lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Todos fijaron su mirada en él y esperaban su comentario. Este fue muy sencillo: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír».
Jesús anuncia que la profecía de Isaías se ha cumplido en su persona. En efecto, el Espíritu del Señor se posó sobre él en el momento de su bautismo en el Jordán. De este modo fue consagrado Jesús con una unción espiritual y empezó su misión, una misión de liberación y de alegría («el año de gracia del Señor»). Todo esto es maravilloso.
Podemos pensar en la reacción de la gente, que se queda llena de admiración (como nos refiere la continuación del evangelio de Lucas, que leeremos el próximo domingo). La profecía de Isaías se cumple en Jesús. Lo que había sido prometido se vuelve ahora realidad. Jesús es quien da cumplimiento a la Escritura.
Por otra parte, podemos pensar en la importancia de la Escritura para nuestro conocimiento de Jesús. La Iglesia, para hacernos comprender mejor a Jesús, ha leído siempre el Antiguo Testamento, sobre todo las profecías que se refieren a él. Jesús mismo, después de su resurrección, dio a sus apóstoles la clave de interpretación de la Escritura, como nos dice Lucas en el capítulo final de su evangelio (cf. Lucas 24,27).
La palabra de Dios se caracteriza por el hecho de que las profecías y las predicciones se cumplen en la vida y en la persona de Jesús. Quien quiera conocer a Jesús debe leer la Escritura. San Jerónimo dice que la ignorancia de la Escritura es ignorancia de Cristo. Por eso es importante para todos nosotros leer la Escritura.
La Iglesia se preocupa de ponernos en contacto con ella cada domingo en la liturgia. Nosotros debemos escuchar con atención, con disponibilidad, las lecturas que se nos proponen. Estas son el alimento del espíritu, la fuerza para seguir adelante, la luz que nos guía en nuestro camino. Gracias a la Escritura, tenemos un contacto más profundo con Jesús; gracias a ella podemos comprenderle mejor y puede atraernos más.
La segunda lectura no tiene una relación directa con el tema de la Escritura, sino una relación con el Espíritu.
«El Espíritu del Señor está sobre mí», había dicho el profeta, y lo repitió Jesús. Pablo, en la Primera Carta a los Corintios, dice que «todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu».
El Espíritu que se posó sobre Jesús bajó también sobre la Iglesia, para formar el Cuerpo místico de Cristo.
El apóstol nos explica que el Espíritu es fuente de unidad en la multiplicidad, no de uniformidad. La diversidad de los miembros es, efectivamente, necesaria para formar un solo cuerpo: «Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo». Tenemos aquí la unidad en la diversidad y la diversidad en la unidad. Son dos cosas que deben ir siempre juntas.
Especialmente en este domingo, próximo a la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, debemos acoger con una gran atención este mensaje.
La unidad de la Iglesia no consiste en la uniformidad: no es preciso obligar a todos los bautizados a vivir su fe de una manera uniforme. En la Iglesia hay, en efecto, tradiciones diferentes. Sin embargo, el Espíritu Santo conduce a todos a una unidad profunda, a una unidad espiritual, que asume las diferencias sin abolirlas y hace de ellas un conjunto armonioso.
Las diferencias se pueden convertir en ocasión de contraste y de oposición, y entonces perjudican a la unidad; pero también pueden ser recibidas como complementarias, y entonces se convierten en motivo de consolidación de la unidad.
Pidamos hoy al Señor estar verdaderamente disponibles para escuchar su palabra, presente en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, en unión con todos los cristianos.
Hay cristianos que prestan una mayor atención a la Biblia, mientras que falta en ellos algún otro aspecto de la vida cristiana. Se nos critica a veces a los católicos por no prestar bastante atención a la Biblia y porque padecemos demasiado el influjo de nuestras tradiciones, que tienen una importancia menor que la de la Palabra escrita. Pidamos la disponibilidad a la escucha de la Palabra de Dios y, por otra parte, la apertura de corazón que acepta la diversidad, pero no la división.
Elevación Espiritual para este día.
En verdad, hermanos míos, cuando la turbación interior o las angustias nos abatan, encontraremos en las Sagradas Escrituras el consuelo que necesitamos. «Y sabemos que cuanto fue escrito en el pasado lo fue para enseñanza nuestra, a fin de que, a través de la perseverancia y el consuelo que proporcionan las Escrituras, tengamos esperanza» (Rom 15,4). Os lo aseguro: no nos puede sobrevenir ninguna contrariedad, ninguna tristeza, ninguna amargura que, desde el mismo momento en que se abre el texto sagrado, no desaparezca enseguida o no se vuelva soportable. Se trata del campo al que se acerca Isaac al ponerse el sol para meditar; y Rebeca, que ha venido a su encuentro, calma con su dulzura el dolor que había hecho presa en él (Gn 24,64). ¡Cuántas veces, oh Jesús, declina el día y llega la noche! ¡Cuántas veces todo me resulta amargo y todo lo que veo se me convierte en un peso! Si alguien me habla, le escucho con pena. Mi corazón se ha endurecido como una piedra. ¿Qué hacer en momentos semejantes? Salgo para meditar en el campo, abro el libro sagrado, leo e imprimo en esta cera mis pensamientos Y he aquí que Rebeca —es decir, tu gracia, Señor— viene de inmediato hacia mí y con su luz disipa mis tinieblas, expulsa el dolor, rompe mi dureza. ¡Cuán dignos de compasión son aquellos que, afligidos por la tristeza, no entran en este campo donde se encuentra la alegría!
Reflexión Espiritual para este día.
El anuncio del Mesías va dirigido antes que nada a los afligidos. En primer lugar, dispone a los humildes por estar humillados; después, a los abatidos, a los que tienen roto el corazón por las penas; a continuación, se dirige a las cárceles para gritar a los prisioneros la libertad, para abrir los cepos de los atados. El Mesías no distingue entre culpables e inocentes, sino que proclama en su tiempo una amnistía general, que afecta, naturalmente, a los siervos, a los esclavos vendidos.
A Jesús le correspondió leer un sábado estos versículos de Isaías en la sinagoga. Fue en Nazaret, como nos cuenta el evangelio de Lucas. Leyó ante su gente estos versículos plenos de poder y anunciadores de la llegada de grandes cambios. Cuando acabó la lectura declaró que aquellas palabras de Isaías se habían vuelto urgentes, actuales, a través de él, Jesús. El era ungido de Dios, el Mesías venido a cumplir en el presente las profecías pendientes los presentes se quedaron estupefactos y, después, reaccionaron con hostilidad, expulsándole. Para ellos, era una blasfemia que un hombre se pudiera declarar mesías. Ahora bien, por encima de esto, estaban espantados por el anuncio de que los versículos de Isaías pudieran cumplirse verdaderamente en su tiempo. Aunque una persona de fe pueda pedir a Dios que venga su Reino y se haga su voluntad, no por ello estará dispuesta a acoger el primero y la segunda. Aquí está el Mesías que consuela a los humildes y a los abatidos y libera a los prisioneros y a los siervos de sus cepos.
Estos versículos de Isaías, como muchos otros, ponen a prueba a las personas de fe: ¿están dispuestas o resistir la venida, el cumplimiento de los tiempos anunciados? Al final, pocos están dispuestos a creer que los versículos de Isaías son actuales. Pocos se comportarían de una manera diferente a los habitantes de Nazaret. Sin embargo, cada generación pasa rozando al Mesías, y corresponde sólo a los creyentes alkinar su llegada.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Neh 8,2-6.8-10. Esdras.
«El día primero del séptimo mes, el sacerdote Esdras presentó la ley ante la comunidad, integrada por hombres y mujeres y cuantos tenían uso de razón». Así se dice en la apertura de la primera lectura de este domingo, sacada del capítulo 8 del libro de Nehemías. Estamos en un día de otoño, en Jerusalén, en una plaza delante de la Puerta del Agua: el sacerdote y escriba Esdras (en hebreo Ezra, «ayuda»), que es en la práctica también el jefe del Estado que los hebreos han constituido después del regreso a la patria del exilio en Babilonia, hace proclamar la Ley delante de todo el pueblo. Tal vez se trata de una primera redacción de la Torah o Ley que dará origen a los primeros cinco libros de la Biblia, los que todavía son en la actualidad el corazón de las sinagogas.
¿Quién era este estudioso («escriba») y sacerdote elevado al punto más alto de la comunidad hebrea que ha regresado a la tierra de los antepasados, con la misión de lograr el resurgimiento de una especie de Estado independiente y rigurosamente ligado a las antiguas tradiciones? Yo creo que serán pocos los que sepan responder a esta pregunta, incluso porque los libros que hablan de este personaje son los menos leídos del Antiguo Testamento, en parte por una cierta aridez y en parte por las complejas cuestiones históricas que levantan o traen a la memoria. Además, ni siquiera se tiene seguridad del período exacto en el que Esdras cumplió su misión.
Se dice que fue de Babilonia hacia Jerusalén en el año séptimo del rey persa Artajerjes (Esd 7,7): pero, ¿de qué Artajerjes se trata, del I o del II? Habrá entonces dos fechas diferentes, o el 458 a.C. o el 398. Pero dejemos a los estudiosos esta disputa que implica problemas muy arduos, entre los cuales no carece de importancia el de la relación con el otro personaje notable del post-exilio, Nehemías, llegando hasta el punto de poner en duda la propia existencia histórica de Esdras, considerado por algunos como un personaje posterior elevado a símbolo de la antigua comunidad de repatriados.
Su obra incluye también un acto durísimo. Para reconstruir la pureza religiosa y social del Israel que ha vuelto a la Tierra Santa, no duda en obligar a divorciarse a todos los hebreos que habían contraído matrimonio con mujeres extranjeras, abandonando a sus hijos y expulsándolos de la comunidad. Pero vamos a volver por un momento a aquella plaza. Allí se había dado testimonio de un hermoso ejemplo de proclamación de la palabra de Dios, con los levitas, «y Esdras leyó el libro de la ley de Dios, traduciendo y explicando el sentido. Así se pudo entender lo que se leía» (Neh8,8).
Es, por consiguiente, un conocimiento serio y profundo de la Biblia que produce un estremecimiento de conversión en toda la asamblea: «Porque todo el pueblo lloraba al escuchar las palabras de la ley» (8,9). Del arrepentimiento nace la generosidad de la caridad fraterna que se manifiesta durante la fiesta que sigue a la lectura de la Ley: «Y el pueblo entero se fue a comer y beber, a invitar a los demás y a celebrar la fiesta, porque habían comprendido lo que les habían enseñado» (8,12).
Lectura, explicación, comprensión, escucha obediente, conversión, fiesta y caridad son las siete luces que deben acompañar la proclamación de la palabra de Dios.
Corre el año 444 a. de C. y en Jerusalén, por vez primera después del exilio, se ha reunido el pueblo en asamblea festiva para celebrar la liturgia de la Palabra, a la que sigue una comida en común. En el texto, que habla de la promulgación de la ley realizada por el sacerdote y escriba Esdras, tenemos la estructura tradicional de la asamblea litúrgica. La alianza se celebra con alegría, pero con la mirada dirigida hacia el futuro: el pueblo eleva su alabanza a Dios (v. 6); a continuación, el escriba, desde arriba del estrado de madera, abre el libro de la ley, y algunos lectores elegidos proclaman fragmentos del Deuteronomio frente a toda la asamblea, en escucha silenciosa. Sigue la explicación del texto con unas palabras de actualización sobre la observancia religiosa del pacto (vv. 4ss). El pueblo —a la escucha de la Palabra de Dios, una palabra que compromete— entra en un proceso de conversión, llora su propio pecado y la traición infligida a la alianza (v. 9). Esdras interviene entonces y, reconociendo el sincero arrepentimiento del pueblo, invita a todos a la alegría, a la fiesta y al banquete en honor del Señor: “Este día está consagrado al Señor, nuestro Dios” (v. 10). Hay que desterrar todo duelo o lamento entre el pueblo, porque Dios ha condonado todas las deudas y se ha mostrado misericordioso con su pueblo.
Comentario del Salmo 18.
El salmo 18 mezcla dos tipos de salmo, lo que ha llevado a mucha gente a dividirlo en dos. De hecho, del versículo 2 al 7 tenemos un himno de alabanza, sin ningún tipo de introducción. Aquí, el cielo y el firmamento, el día y la noche cantan —en silencio— las alabanzas de quien los creó. Se trata, por tanto, de un himno de alabanza al Dios creador. Pero la segunda parte (8-15) es de estilo sapiencial y presenta una reflexión sobre la ley del Señor.
Lo que hemos dicho hasta ahora puede ayudarnos a ver cómo está organizado el salmo 19. Tiene dos partes, con estilos diferentes: 2-7 y 8-15. En la primera (2-7) tenemos una solemne alabanza al Creador del universo: el cielo, el firmamento, el día, la noche y, sobre todo, el sol, proclaman, sin palabras, la gloria de quien los creó. La alabanza silenciosa es lo más importante, pues viene a demostrar que las palabras no son capaces de expresar todo lo que se siente. El sol es comparado con el esposo que sale de la alcoba y con un atleta que recorre el camino que se le ha señalado.
En la segunda parte (8-15) encontramos un poema sapiencial cuyo tema central es la ley del Señor, a la que se designa también como «testimonio» (8b), «preceptos» 9a), «mandamiento» (9b), «temor» (10a) y «decretos» (10b) son seis términos que se emplean para indicar básicamente la misma realidad. Al lado de cada una de estas palabras se repite el nombre propio de Dios: «el Señor» —Yavé en el original hebreo— (en esta segunda parte, este nombre aparece siete veces) y también un adj etivo: «perfecta», «veraz», «rectos», «transparente», «puro», «verdaderos». Después de cada una de estas afirmaciones se presenta a la persona o realidad que se beneficia de los efectos de la ley: el alma descansa (8a), el ignorante es instruido (8b), el corazón se alegra (9a), los ojos reciben luz (9b). Todo esto se resume en dos comparaciones: la ley es más preciosa que el oro más puro (es decir, más que lo más valioso que existe) y más dulce que la miel (la miel es lo más dulce que hay). Con otras palabras, este poema afirma que la ley es lo más valioso y lo más dulce que existe (11).
Esta segunda parte puede, a su vez, dividirse en otras dos. Después de presentar el elogio de la ley perfecta, lo más precioso y lo más dulce que hay, el salmista se contempla a sí mismo viéndose imperfecto, impuro, arrogante y pecador (12-14), y concluye expresando un deseo: que las palabras de este salmo, en forma de meditación, le agraden al Señor, su roca, su redentor (15).
La primera parte de este salmo (2-7) presenta una tensión. De hecho, casi todos los pueblos vecinos de Israel consideraban al sol y a los astros como dioses. Para el salmista, el cielo y el firmamento son como una especie de gran tejido en el que Dios ha dejado impresos algunos signos de su amor creador. En silencio, las criaturas hablan de la grandeza de su Creador. Cada día le entrega al siguiente una consigna; lo mismo que cada noche a la posterior: han de ser anunciadores silenciosos del amor del Creador. Aun sin usar palabras, su mensaje silencioso llegará hasta los límites del orbe. Todos los días y todas las noches proclaman siempre la misma noticia.
El sol no es Dios, sino una criatura de Dios. En aquel tiempo, se creía que el astro rey giraba alrededor de la tierra. Por eso se suponía que, por la mañana, salía de la tienda invisible que Dios había levantado para él en Oriente como el esposo de la alcoba, para recorrer su órbita como un héroe o un atleta, hasta entrar de nuevo en su tienda en Occidente. Como el esposo, porque es sinónimo de fecundidad; como un héroe, porque nada ni nadie escapa a su calor; como un atleta, porque nadie lo puede detener.
La segunda parte (8-15) también esconde una tensión con las «naciones». De hecho, para Israel, el gran don insuperable que Dios le ha comunicado a Israel se llama «ley». Por medio de ella dejó perfectamente claro en qué consistía su proyecto y cuáles eran las condiciones para que Israel fuera su socio y aliado. ¿Qué es lo que tiene Israel que ofrecerles a las naciones? Una ley perfecta y justa, fruto de la alianza con un Dios cercano: «En efecto, ¿qué nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos a ella como lo está de nosotros el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos? ¿Qué nación hay tan grande que tenga leyes y mandamientos tan justos corno esta ley que yo os propongo hoy?» (Dt 4,7-8).
Después de hablar de la perfección de la ley, el salmista piensa en la propia fragilidad (12-15). La ley es útil para la instrucción y el provecho del fiel. Pero él se siente pequeño. La ley es perfecta, él es imperfecto. La ley es pura como el oro fino, pero él tiene que ser purificado de las faltas que haya podido cometer sin darse cuenta. El problema principal consiste en la posibilidad del orgullo o la arrogancia que, dominando a la persona, vuelven responsable al individuo de las transgresiones más serias, del «gran pecado».
En este salmo hay dos imágenes muy intensas: la del Dios de la Alianza (8-15), que hace entrega de la ley a su pueblo, y la del Dios Creador, reconocido como tal por sus criaturas en todo el orbe (2-7).
El Nuevo Testamento vio en Jesús el cumplimiento perfecto de la nueva Alianza; Jesús es aquel que permite ver de manera perfecta al Padre (Jn 1,18; 14,9). Jesús alaba al Padre por haber revelado sus designios a los sencillos (Mt 11,25) e invitó a aprender, de los lirios del campo y de las aves del cielo, la lección del amor que el Padre nos tiene (6,25-30).
La primera parte de este salmo nos ayuda a rezar a partir de la creación, a contemplar en silencio el mensaje que nos viene de las criaturas. Es un salmo ecológico o cósmico. La segunda parte nos hace entrar en comunión con el proyecto de Dios presente en la Biblia, con el mandamiento del amor. Nos hace también pensar en nuestra propia fragilidad. Es un salmo que puede y debe ser rezado cuando queremos librarnos de la arrogancia y del orgullo...
Comentario de La Segunda lectura: 1 Corintios 12,12-31a
Este texto de Pablo presenta a la comunidad cristiana como el «cuerpo» de Cristo. Su densidad eclesiológica es sorprendente. Veamos algunos de sus rasgos característicos.
El cuerpo es «uno», pero hay en él una rica pluralidad y diversidad de miembros. El fundamento del cuerpo se encuentra únicamente en Cristo: «Así también Cristo» (v. 12). De este modo, el apóstol nos conduce de golpe a la raíz: la comunidad no es simplemente como un cuerpo; es el cuerpo de Cristo. Antes de desarrollar la comparación, Pablo indica también la razón que nos convierte en cuerpo de Cristo: el bautismo y el don del Espíritu (v. 13). Por consiguiente, en primer lugar está la comunión con el Señor: ésta es la raíz que da razón tanto de la diversidad como de la variedad.
En tercer lugar, Pablo nos dice que las diferencias sociológicas (ser esclavo o libre) e incluso las religiosas (ser judío o pagano) pierden importancia y quedan abolidas. A continuación, afirma que surgen otras diferencias sobre distintas bases: las nuevas diferencias presentes en la comunidad son funciones y servicios, no dignidades y división.
De esta suerte, la originalidad de cada uno de los creyentes no actúa en ventaja propia, sino de toda la comunidad. Las diferencias son necesarias. El cuerpo ya no sería tal sí no fuera resultado de miembros diferentes. Así ocurre también con la comunidad: cada uno ejerce en la Iglesia una función insustituible, como cada célula en el organismo humano. En consecuencia, la verdadera amenaza contra la unidad de la Iglesia no procede de la variedad de los dones del Espíritu, sino que, en caso de que la hubiera, provendría del intento de engirse por encima de los otros por parte de alguno de los dones, o de la negativa a servir, o de la pretensión de prescindir de los demás: «Y el ojo no puede decir a la mano: “No te necesito”, ni la cabeza puede decir a los pies: “No os necesito”» (v. 21).
Comentario del Santo Evangelio: Lucas 1,1-4; 4,14-21
Tras haber expuesto el objetivo de su evangelio, Lucas, como escritor serio y digno de fe, cuenta el episodio de Nazaret. El evangelista sitúa el discurso en la sinagoga al comienzo de la actividad pública de Jesús y lo convierte en el discurso inaugural y programático del Mesías. Cristo lee el pasaje de Is 61,1ss, pero modifica su significado. Hace una lectura actualizadora del texto profético, una lectura que acentúa la obra de liberación y la universalidad de la salvación: «Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar» (v. 21). Jesús, sin realizar aplicaciones morales, atrae la atención sobre el acontecimiento que se está desarrollando: su venida da cumplimiento a la expectativa del profeta. De este modo se proclama Mesías, se identifica con su expectativa, que se cumple «hoy» en su persona.
El «hoy» es, precisamente la novedad de Jesús. Con él han empezado los últimos tiempos, que se prolongan en el tiempo de la Iglesia y en nuestro tiempo. Por otra parte, la misión que Jesús ha inaugurado está dirigida de un modo particular a los pobres y a los últimos. Como dice Isaías, Jesús dirige la «alegre noticia» a los pecadores, a los oprimidos y a los marginados de toda condición, porque Dios ama a cada hombre, sin diferencias. Para Cristo, cada hombre vale y es precioso a sus ojos. Frente a Dios no hay marginados; más aún, para él, los últimos serán los primeros que poseerán el Reino y la vida verdadera. Sólo la «noticia» de Jesús es capaz de sacudir e infundir dignidad y esperanza a todo hombre marginado.
El evangelio de hoy nos pone ante los ojos una puesta en práctica del modelo de celebración litúrgica trazado por la primera lectura. En ella es el mismo Jesús el protagonista principal. Es él quien da su sentido acabado a las palabras proféticas que le entregan como texto para proclamar. Lucas pone así de relieve una de las dimensiones más características de la actividad de Jesús en el cumplimiento de su misión mesiánica: la opción en favor de los más menesterosos. Basta con echar una mirada, incluso superficial, a los evangelios para darse cuenta de que esta opción preside enteramente su acción. Allí donde Jesús encuentra a un pobre, a un excluido, a un marginado, a un oprimído —tanto por las enfermedades o los malos espíritus como por los otros hombres—, toma posición en favor de él. Así lo hizo con los pecadores, los enfermos, las mujeres, los extranjeros, los niños... Y se explica fácilmente que obrara así, si tenemos presente que su corazón, como el de su Padre del cielo, está lleno de pasión por la vida de todos y, antes que nada, por los que viven peor.
Como el Padre y con él, también Jesús se enternece ante aquellos que han sido dejados «medio muertos» por los caminos de la vida, como le ocurrió al hombre de la parábola del «buen samaritano» (cf. Lc 10,30-35), o ante el hijo que, tras haberse alejado con insolencia de su casa, vuelve a ella cansado y extenuado (Lc 15,11-24). Y de la conmoción pasa a la acción de una tierna y solícita acogida.
Este modo de comportarse por parte de Jesús nos interpela seriamente. Nos invita a revisar el modo como nosotros mismos nos comportamos en cuanto personas y en cuanto comunidades que declaran ser sus seguidores. Desde hace algunos años, una ola de pauperismo evangélico está sacudiendo a la Iglesia. Se ha desarrollado en muchos —individuos y grupos, comunidades pequeñas o Iglesias continentales enteras— la conciencia de la llamada al servicio de los más pobres, de los últimos. Estamos llamados a nivel universal, como Iglesia, a hacer nuestra la opción de Jesús por los más menesterosos. ¿Se ha vuelto esto una realidad en nuestra vida personal y comunitaria? ¿Desemboca todo esto, verdaderamente, en un compromiso serio y concreto, como el de Jesús? Sus palabras deben sacudirnos siempre: «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos» (Mt 7,21).
Comentario del Santo Evangelio: (Lc 1,1-4; 4,14-21), para nuestros Mayores. La horade la gracia.
En este año litúrgico del Ciclo C, el pasaje evangélico que escucharemos los domingos del Tiempo Ordinario está tomado del evangelio de Lucas. Comenzamos a hacerlo en este domingo. Primero escuchamos el Prólogo con el que Lucas abre su obra y después el relato sobre los inicios de la actividad pública de Jesús.
Lucas es el único de los cuatro evangelistas que da un Prólogo a su obra (en la Biblia lo encontramos también en el libro del Sirácida y en 2Mac 2,19-32). Habla en él de sus predecesores y recuerda el contenido y las fuentes de sus escritos (1,1-2); describe además su modo de trabajar y la finalidad que se propone, y dedica su obra a Teófilo, una persona ilustre, de la que no tenemos otras noticias (1,3-4).
Antes que Lucas, otros han escrito ya relatos similares. Aunque para nosotros son desconocidos, él conoce bien esos relatos y los utiliza (entre ellos se encuentran probablemente el evangelio de Marcos y una colección de palabras de Jesús), El contenido de lo que él se propone relatar son «los acontecimientos que se han cumplido entre nosotros». No se trata, pues, de invenciones o teorías, sino de acontecimientos históricos, que son sin embargo de un género muy particular: en ellos se realizan las promesas de Dios. La fuente de estos relatos es la tradición de los que, desde el inicio, han sido testigos oculares y que después se han convertido en ser servidores de la Palabra. Las mismas cualidades son exigidas por Pedro cuando se ha de completar el número de los apóstoles (He 1,2 1-22). El acceso a un acontecimiento histórico que no se ha presenciado es posible únicamente por medio de testigos oculares. Pero en los acontecimientos que aquí están en juego no basta que se haya visto sólo el desarrollo exterior. Testigos de esta índole han sido muchos contemporáneos de Jesús. Se necesitan testigos que hayan comprendido y creído y que anuncien que, a través de estos acontecimientos, Dios lleva a cumplimiento sus promesas. Deben ser, pues, al mismo tiempo, servidores de la Palabra. Hombres así son sobre todo los doce apóstoles, que Jesús escogió (6,12-16) y envió (9,1-6; 24,47-48) y que constituyen el núcleo de la joven Iglesia (He 1,13). Lo que los apóstoles transmiten y anuncian es la única fuente fidedigna para el conocimiento de estos acontecimientos. De ellos dependen todas las Escrituras y toda la sucesiva predicación. Por eso profesamos en el Credo la Iglesia apostólica.
El trabajo de Lucas consiste en haber indagado críticamente todo lo que estaba a su acceso y haber escrito un relato ordenado. Teófilo no llega al conocimiento de estos hechos por Lucas; está ya al corriente de los mismos y ha conocido la tradición apostólica, obviamente por medio del anuncio eclesial. Lo que a Lucas le interesa es la fiabilidad. Se pone al servicio del anuncio eclesial y quiere mostrar que cuenta con un sólido fundamento y es digno de todo crédito. Con esta sola frase, Lucas recuerda las características esenciales de su obra y revela a sus lectores lo que pueden esperar de ella.
Por lo que atañe a la actividad pública de Jesús, Lucas comienza señalando de manera genérica el modo en que comenzó (4,14-15) y describe después cómo se presentó él en su ciudad de Nazaret. Hoy escuchamos la primera parte de su actuación en Nazaret (4,16-2 1); la segunda (4,21-30) queda reservada para el próximo domingo.
Jesús ha transcurrido la mayor parte de los años de su vida en Nazaret. Después de su nacimiento en Belén, María y José vuelven con él a Nazaret (2,39). Sabemos cómo fue su comportamiento cuando tenía doce años, con ocasión de la Pascua en Jerusalén (2,41-5 1). De los demás años Lucas dice que «Jesús crecía en sabiduría, edad y gracia delante de Dios y de los hombres» (2,52). Esto es todo lo que se nos hace saber sobre la mayor parte de los años de la vida de Jesús. Los ha transcurrido en Nazaret, en una aldea, en medio de sencillos campesinos y artesanos, en un lugar de la Galilea meridional, cuyo nombre es referido aquí por primera vez en el Nuevo Testamento. Nada digno de mención había sucedido antes en Nazaret. Tan vulgar e insignificante era la vida que allí se desarrollaba.
Cuando Jesús cuenta con unos treinta años (3,23), tienen lugar su bautismo en el Jordán, la gran revelación vinculada a él (3,21-22) y las tentaciones en el desierto (4,1-13). Después de esto Jesús deja el sur del país, retorna a Galilea y comienza su actividad pública. Está lleno del Espíritu de Dios, que ha descendido sobre él tras su bautismo (3,22). En él reside el poder y la vida de Dios, y el Espíritu le guía (cf. 4,1.14.18). Todo lo que Jesús hace deriva de su singular vinculación a Dios y todo queda impregnado de autoridad divina. Juan se había presentado en el desierto y allá, en la región deshabitada, era donde los hombres se acercaban a él (3,7). Jesús, por el contrario, sale de entre los hombres y se presenta en las sinagogas (cf. 4,31; 6,6; 13,10), donde los israelitas se reúnen para rezar y escuchar la palabra de Dios. Jesús enseña con autoridad divina (4,32) y hace que los hombres conozcan a Dios: quién es, qué es lo que quiere darles y qué es lo que espera de ellos, La enseñanza será su actividad principal, hasta su actuación en Jerusalén (19,47; 21,37); en el centro está su palabra, que se ve ratificada con sus acciones. Jesús encuentra una gran aprobación por parte de sus oyentes, aprobación que lo hace famoso en un amplio contorno.
Sobre el trasfondo de esta descripción general de la actividad de Jesús, Lucas refiere con detalle la aparición de Jesús en la sinagoga de Nazaret. Los paisanos de Jesús, que le conocen desde niño, sienten muy fuerte el contraste entre lo que ahora hace y lo que había sido su vida precedente. Lucas anota que Jesús leyó un pasaje del profeta Isaías (4,17-20) y comentó la lectura con una sola pero impresionante frase (4,21). Dijo: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír». Jesús hace saber a sus paisanos que han participado en un acontecimiento de extraordinaria importancia. Mientras Jesús leía la palabra y ellos la escuchaban con atención, Dios ha llevado a cumplimiento esta palabra, pronunciada desde antiguo por el profeta Isaías. Se les ha dado la gracia de tener frente a ellos al que Dios ha ungido con su Espíritu Santo y lo ha enviado para anunciar el reino de Dios y un año de gracia del Señor. Dios mismo se dirige hoy a ellos a través de Jesús. En sus manos está creer en la palabra de Jesús y aprovechar ese tiempo de gracia. Lo que Jesús dice a los habitantes de Nazaret vale para todos sus oyentes. El don particular que Jesús hace a sus paisanos consiste en comunicarles de modo ejemplar que ha sonado la hora de la salvación, haciéndoles saber lo que no deben omitir. Han de escuchar acoger con fe la palabra y no descuidar el tiempo de gracia.
En las palabras de Isaías, Jesús ve expresado de manera programática lo que vale para su identidad y su misión. Fundamental es su relación con Dios. Dios ha ungido a Jesús con el Espíritu Santo; en Jesús está la vida y la fuerza de Dios (3,22); todo lo que hace y dice proviene de esta viva y fuerte vinculación a Dios. Dios lo ha enviado y ha establecido lo que ha de hacer. Con su venida y su presencia se cumple la promesa de Dios. En la persona y la obra de Jesús todo queda determinado por Dios. Dios mismo se dirige a su pueblo por medio de Jesús. Por tanto, la presencia de Jesús, hoy, es un momento de gracia particular.
En el vértice de la actividad de Jesús está el anuncio de la Buena Noticia a los pobres. A este anuncio corresponde la primera bienaventuranza: «Bienaventurados vosotros, que sois pobres, porque vuestro es el reino de Dios» (6,20; cf. sexto domingo del Tiempo Ordinario). Las otras actividades son: anunciar la liberación a los prisioneros y la vista a los ciegos; liberar a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Como misión fundamental de Jesús aparece el anuncio. El hace saber que Dios quiere la plena salvación de los hombres. Las obras poderosas de Jesús son sólo signos de salvación y no agotan este contenido de su anuncio. A continuación escucharemos cómo acogen el mensaje de Jesús sus paisanos.
Comentario del Santo Evangelio: Lucas 1,1-4; 4,14-2, de Joven para Joven. Comienza el ministerio de Jesús.
Las lecturas de este domingo nos muestran la importancia de la palabra de Dios. El fragmento de Nehemías nos refiere la lectura Solemne de la ley de Moisés, en Jerusalén, tras el retorno del pueblo del exilio. El evangelio nos cuenta el episodio que tuvo lugar en la sinagoga de Nazaret, donde Jesús lee un pasaje del profeta Isaías y lo comenta con estas palabras: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír».
El contacto con la palabra de Dios, que está presente en la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento), es necesario. Debemos ser conscientes de la importancia de esta Palabra. Ella puede guiarnos, confortarnos, ayudarnos en muchas circunstancias y, sobre todo, puede iluminarnos con la fe y poner en nosotros el impulso de la esperanza y de la caridad.
La primera lectura nos refiere que Esdras, el sacerdote y letrado, vuelto del exilio junto con otros muchos judíos, organizó una lectura solemne de la ley de Moisés.
Se construyó para la ocasión un estrado de madera, desde el que se proclamó la lectura. Esdras abrió el libro en presencia de todo el pueblo, y todos se pusieron en pie.
Esdras bendice al Señor, y todos responden: «Amén, amén», levantando las manos; se inclinan y se postran rostro en tierra ante el Señor.
Los levitas leen después el libro de la ley de Dios por partes y explican su sentido, para que comprendan la lectura. La ley de Moisés está escrita en hebreo, pero los judíos que han vuelto a la patria tras cincuenta años de exilio no conocen ya esta lengua. Durante su estancia en Babilonia se han acostumbrado a hablar en arameo; de ahí que necesiten una traducción, que se realiza de modo oral. Des
pués de cada pasaje leído en hebreo, el lector se detiene y el traductor explica su significado. De este modo todos pueden comprender la lectura.
Comprender la lectura es un hecho muy importante también hoy. Antes del Concilio Vaticano II, tanto el propio de la Misa como las lecturas bíblicas se proclamaban en latín, pero el pueblo no comprendía esta lengua. El Concilio Vaticano II introdujo el uso de las lenguas vernáculas en la liturgia; de este modo, el contacto con la Escritura se ha vuelto más fácil para los fieles.
La primera reacción de la gente a la lectura de la ley de Moisés fue una gran conmoción. El pueblo llora de alegría, pero también de dolor, porque la ley le hace consciente de sus pecados, y, por consiguiente, también de la necesidad de arrepentimiento.
Escuchar la palabra de Dios es algo magnífico. En ella es Dios mismo quien nos habla, toma la iniciativa de dirigirse a nosotros, de establecer un contacto con nosotros. Cuando leemos la Biblia, debemos pensar que se trata de la palabra de Dios, que establece un contacto personal, profundo, iluminador y reconfortante entre el hombre y Dios.
Ahora bien, Esdras dice a la gente que llora: «Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: no hagáis duelo ni lloréis». Y, a continuación: «Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene preparado, pues es un día consagrado a nuestro Dios».
Esta invitación de Esdras es muy significativa: la fiesta no puede ser completa si no se llevan porciones a los que no tienen nada preparado, a los pobres que no tienen nada para hacer fiesta.
Así, este fragmento de Nehemías nos presenta una escena importante: tras la dura prueba del exilio, merecida por sus muchos pecados y sus muchas infidelidades, el pueblo se siente de nuevo como un pueblo bendecido por Dios.
El evangelio nos lleva a la sinagoga de Nazaret, para realizar una lectura ordinaria de la Biblia, que, no obstante, se vuelve extraordinaria.
El pasaje que leemos en la liturgia de este domingo nos presenta, en primer lugar, el prólogo del evangelio de Lucas (Lucas 1,1-4), donde el autor explica que son muchos los que han escrito un relato de los acontecimientos relacionados con Jesús, pero él ha decidido realizar una investigación meticulosa de todo lo sucedido desde los comienzos y escribir un resumen para los fieles, a fin de que se percaten de la solidez de las enseñanzas que han recibido.
Observamos aquí la preocupación de Lucas por ofrecer a los cristianos un texto fundamentado en investigaciones precisas, en informaciones precisas, de modo que su fe se base firmemente en la re velación auténtica de Dios.
Tras este prólogo, el evangelio de hoy cuenta el comienzo del ministerio de Jesús. Este, una vez bautizado y superadas las tentaciones vuelve a Galilea con el poder del Espíritu Santo y empieza a enseñar en las sinagogas. Aquí nos presenta Lucas la enseñanza de Jesús en Nazaret, la ciudad donde creció.
Jesús entra un sábado en la sinagoga —el sábado es el día sagrado para los judíos; en él se reúnen en la sinagoga para la oración, escucha la palabra de Dios y el comentario de la misma— y se levanta
para leer. Le dan el rollo del profeta Isaías y, abriéndolo, encuentra el pasaje donde está escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado...».
Se trata de un pasaje importante del profeta Isaías, que habla de un personaje misterioso, sobre el que se ha posado el Espíritu del Señor, le ha consagrado con la unción y le ha enviado.
La misión de este personaje es una misión de alegría, de liberación. Ha sido enviado a anunciar a los pobres un Evangelio, un mensaje alegre (el término griego «Evangelio» significa «mensaje alegre»). Se trata de un mensaje de liberación para los prisioneros, de curación para los ciegos, de libertad para los oprimidos; del mensaje de un año de gracia del Señor, es decir, de un año santo, de un jubileo.
A continuación, Jesús enrolló el volumen, se lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Todos fijaron su mirada en él y esperaban su comentario. Este fue muy sencillo: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír».
Jesús anuncia que la profecía de Isaías se ha cumplido en su persona. En efecto, el Espíritu del Señor se posó sobre él en el momento de su bautismo en el Jordán. De este modo fue consagrado Jesús con una unción espiritual y empezó su misión, una misión de liberación y de alegría («el año de gracia del Señor»). Todo esto es maravilloso.
Podemos pensar en la reacción de la gente, que se queda llena de admiración (como nos refiere la continuación del evangelio de Lucas, que leeremos el próximo domingo). La profecía de Isaías se cumple en Jesús. Lo que había sido prometido se vuelve ahora realidad. Jesús es quien da cumplimiento a la Escritura.
Por otra parte, podemos pensar en la importancia de la Escritura para nuestro conocimiento de Jesús. La Iglesia, para hacernos comprender mejor a Jesús, ha leído siempre el Antiguo Testamento, sobre todo las profecías que se refieren a él. Jesús mismo, después de su resurrección, dio a sus apóstoles la clave de interpretación de la Escritura, como nos dice Lucas en el capítulo final de su evangelio (cf. Lucas 24,27).
La palabra de Dios se caracteriza por el hecho de que las profecías y las predicciones se cumplen en la vida y en la persona de Jesús. Quien quiera conocer a Jesús debe leer la Escritura. San Jerónimo dice que la ignorancia de la Escritura es ignorancia de Cristo. Por eso es importante para todos nosotros leer la Escritura.
La Iglesia se preocupa de ponernos en contacto con ella cada domingo en la liturgia. Nosotros debemos escuchar con atención, con disponibilidad, las lecturas que se nos proponen. Estas son el alimento del espíritu, la fuerza para seguir adelante, la luz que nos guía en nuestro camino. Gracias a la Escritura, tenemos un contacto más profundo con Jesús; gracias a ella podemos comprenderle mejor y puede atraernos más.
La segunda lectura no tiene una relación directa con el tema de la Escritura, sino una relación con el Espíritu.
«El Espíritu del Señor está sobre mí», había dicho el profeta, y lo repitió Jesús. Pablo, en la Primera Carta a los Corintios, dice que «todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu».
El Espíritu que se posó sobre Jesús bajó también sobre la Iglesia, para formar el Cuerpo místico de Cristo.
El apóstol nos explica que el Espíritu es fuente de unidad en la multiplicidad, no de uniformidad. La diversidad de los miembros es, efectivamente, necesaria para formar un solo cuerpo: «Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo». Tenemos aquí la unidad en la diversidad y la diversidad en la unidad. Son dos cosas que deben ir siempre juntas.
Especialmente en este domingo, próximo a la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, debemos acoger con una gran atención este mensaje.
La unidad de la Iglesia no consiste en la uniformidad: no es preciso obligar a todos los bautizados a vivir su fe de una manera uniforme. En la Iglesia hay, en efecto, tradiciones diferentes. Sin embargo, el Espíritu Santo conduce a todos a una unidad profunda, a una unidad espiritual, que asume las diferencias sin abolirlas y hace de ellas un conjunto armonioso.
Las diferencias se pueden convertir en ocasión de contraste y de oposición, y entonces perjudican a la unidad; pero también pueden ser recibidas como complementarias, y entonces se convierten en motivo de consolidación de la unidad.
Pidamos hoy al Señor estar verdaderamente disponibles para escuchar su palabra, presente en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, en unión con todos los cristianos.
Hay cristianos que prestan una mayor atención a la Biblia, mientras que falta en ellos algún otro aspecto de la vida cristiana. Se nos critica a veces a los católicos por no prestar bastante atención a la Biblia y porque padecemos demasiado el influjo de nuestras tradiciones, que tienen una importancia menor que la de la Palabra escrita. Pidamos la disponibilidad a la escucha de la Palabra de Dios y, por otra parte, la apertura de corazón que acepta la diversidad, pero no la división.
Elevación Espiritual para este día.
En verdad, hermanos míos, cuando la turbación interior o las angustias nos abatan, encontraremos en las Sagradas Escrituras el consuelo que necesitamos. «Y sabemos que cuanto fue escrito en el pasado lo fue para enseñanza nuestra, a fin de que, a través de la perseverancia y el consuelo que proporcionan las Escrituras, tengamos esperanza» (Rom 15,4). Os lo aseguro: no nos puede sobrevenir ninguna contrariedad, ninguna tristeza, ninguna amargura que, desde el mismo momento en que se abre el texto sagrado, no desaparezca enseguida o no se vuelva soportable. Se trata del campo al que se acerca Isaac al ponerse el sol para meditar; y Rebeca, que ha venido a su encuentro, calma con su dulzura el dolor que había hecho presa en él (Gn 24,64). ¡Cuántas veces, oh Jesús, declina el día y llega la noche! ¡Cuántas veces todo me resulta amargo y todo lo que veo se me convierte en un peso! Si alguien me habla, le escucho con pena. Mi corazón se ha endurecido como una piedra. ¿Qué hacer en momentos semejantes? Salgo para meditar en el campo, abro el libro sagrado, leo e imprimo en esta cera mis pensamientos Y he aquí que Rebeca —es decir, tu gracia, Señor— viene de inmediato hacia mí y con su luz disipa mis tinieblas, expulsa el dolor, rompe mi dureza. ¡Cuán dignos de compasión son aquellos que, afligidos por la tristeza, no entran en este campo donde se encuentra la alegría!
Reflexión Espiritual para este día.
El anuncio del Mesías va dirigido antes que nada a los afligidos. En primer lugar, dispone a los humildes por estar humillados; después, a los abatidos, a los que tienen roto el corazón por las penas; a continuación, se dirige a las cárceles para gritar a los prisioneros la libertad, para abrir los cepos de los atados. El Mesías no distingue entre culpables e inocentes, sino que proclama en su tiempo una amnistía general, que afecta, naturalmente, a los siervos, a los esclavos vendidos.
A Jesús le correspondió leer un sábado estos versículos de Isaías en la sinagoga. Fue en Nazaret, como nos cuenta el evangelio de Lucas. Leyó ante su gente estos versículos plenos de poder y anunciadores de la llegada de grandes cambios. Cuando acabó la lectura declaró que aquellas palabras de Isaías se habían vuelto urgentes, actuales, a través de él, Jesús. El era ungido de Dios, el Mesías venido a cumplir en el presente las profecías pendientes los presentes se quedaron estupefactos y, después, reaccionaron con hostilidad, expulsándole. Para ellos, era una blasfemia que un hombre se pudiera declarar mesías. Ahora bien, por encima de esto, estaban espantados por el anuncio de que los versículos de Isaías pudieran cumplirse verdaderamente en su tiempo. Aunque una persona de fe pueda pedir a Dios que venga su Reino y se haga su voluntad, no por ello estará dispuesta a acoger el primero y la segunda. Aquí está el Mesías que consuela a los humildes y a los abatidos y libera a los prisioneros y a los siervos de sus cepos.
Estos versículos de Isaías, como muchos otros, ponen a prueba a las personas de fe: ¿están dispuestas o resistir la venida, el cumplimiento de los tiempos anunciados? Al final, pocos están dispuestos a creer que los versículos de Isaías son actuales. Pocos se comportarían de una manera diferente a los habitantes de Nazaret. Sin embargo, cada generación pasa rozando al Mesías, y corresponde sólo a los creyentes alkinar su llegada.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Neh 8,2-6.8-10. Esdras.
«El día primero del séptimo mes, el sacerdote Esdras presentó la ley ante la comunidad, integrada por hombres y mujeres y cuantos tenían uso de razón». Así se dice en la apertura de la primera lectura de este domingo, sacada del capítulo 8 del libro de Nehemías. Estamos en un día de otoño, en Jerusalén, en una plaza delante de la Puerta del Agua: el sacerdote y escriba Esdras (en hebreo Ezra, «ayuda»), que es en la práctica también el jefe del Estado que los hebreos han constituido después del regreso a la patria del exilio en Babilonia, hace proclamar la Ley delante de todo el pueblo. Tal vez se trata de una primera redacción de la Torah o Ley que dará origen a los primeros cinco libros de la Biblia, los que todavía son en la actualidad el corazón de las sinagogas.
¿Quién era este estudioso («escriba») y sacerdote elevado al punto más alto de la comunidad hebrea que ha regresado a la tierra de los antepasados, con la misión de lograr el resurgimiento de una especie de Estado independiente y rigurosamente ligado a las antiguas tradiciones? Yo creo que serán pocos los que sepan responder a esta pregunta, incluso porque los libros que hablan de este personaje son los menos leídos del Antiguo Testamento, en parte por una cierta aridez y en parte por las complejas cuestiones históricas que levantan o traen a la memoria. Además, ni siquiera se tiene seguridad del período exacto en el que Esdras cumplió su misión.
Se dice que fue de Babilonia hacia Jerusalén en el año séptimo del rey persa Artajerjes (Esd 7,7): pero, ¿de qué Artajerjes se trata, del I o del II? Habrá entonces dos fechas diferentes, o el 458 a.C. o el 398. Pero dejemos a los estudiosos esta disputa que implica problemas muy arduos, entre los cuales no carece de importancia el de la relación con el otro personaje notable del post-exilio, Nehemías, llegando hasta el punto de poner en duda la propia existencia histórica de Esdras, considerado por algunos como un personaje posterior elevado a símbolo de la antigua comunidad de repatriados.
Su obra incluye también un acto durísimo. Para reconstruir la pureza religiosa y social del Israel que ha vuelto a la Tierra Santa, no duda en obligar a divorciarse a todos los hebreos que habían contraído matrimonio con mujeres extranjeras, abandonando a sus hijos y expulsándolos de la comunidad. Pero vamos a volver por un momento a aquella plaza. Allí se había dado testimonio de un hermoso ejemplo de proclamación de la palabra de Dios, con los levitas, «y Esdras leyó el libro de la ley de Dios, traduciendo y explicando el sentido. Así se pudo entender lo que se leía» (Neh8,8).
Es, por consiguiente, un conocimiento serio y profundo de la Biblia que produce un estremecimiento de conversión en toda la asamblea: «Porque todo el pueblo lloraba al escuchar las palabras de la ley» (8,9). Del arrepentimiento nace la generosidad de la caridad fraterna que se manifiesta durante la fiesta que sigue a la lectura de la Ley: «Y el pueblo entero se fue a comer y beber, a invitar a los demás y a celebrar la fiesta, porque habían comprendido lo que les habían enseñado» (8,12).
Lectura, explicación, comprensión, escucha obediente, conversión, fiesta y caridad son las siete luces que deben acompañar la proclamación de la palabra de Dios.

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