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lunes, 11 de enero de 2010

Día 11-01-2010


Lunes 11 de Enero de 2010. 1ª semana del tiempo Ordinario. (Ciclo C). 1ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS. Higinio pp, Honorata vg, Tomás de Cori pb, Teodosio er. 
LITURGIA DE LA PALABRA.

1Sm 1, 1-8: Su rival insultaba a Ana, porque el Señor la había hecho estéril
Salmo 115: Te ofreceré, Señor, un sacrificio de alabanza
Mc 1, 14-20: Los haré pescadores de hombres

Jesús parte a Galilea después de haber sido apresado Juan el Bautista. Allí, proclama la Buena Noticia del Reino de Dios, pero no como una realidad lejana, sino como una dimensión cercana, frente a la que hombres y mujeres tienen que tomar una decisión. Jesús pretende golpear la conciencia de la gente de entonces y espera una respuesta de aquellos que lo escuchan. Él sabe que la tarea del anuncio de Reino, no lo puede hacer sólo. Por eso comparte con otros la difícil misión de extender el Reino de Dios. Por ello, Marcos, al inicio de su relato evangélico, presenta a los primeros hombres, que dejándose tocar la conciencia por el anuncio de Jesús, se matricularon a la tarea evangelizadora.

Seguir a Jesús es contradecir el orden social y religioso establecido. Los primeros discípulos, son testimonio de los profundos cambios que hay que hacer en la vida, para que Dios establezca en la conciencia una presencia dinámica. No es posible seguir a Jesús y continuar en los esquemas del orden social establecido. Unos dejaron sus redes y otros abandonaron a su padre. ¿Estamos

PRIMERA LECTURA.
1Samuel 1, 1-8
Su rival insultaba a Ana, porque el Señor la había hecho estéril

Había un hombre sufita oriundo de Ramá, en la serranía de Efraím, llamado Elcaná, hijo de Yeroján, hijo de Elihú, hijo de Toju, hijo de Suf, efraimita. Tenía dos mujeres: una se llamaba Ana y la otra Fenina; Fenina tenía hijos, y Ana no los tenía. Aquel hombre solía subir todos los años desde su pueblo para adorar y ofrecer sacrificios al Señor de los ejércitos en Siló, donde estaban de sacerdotes del Señor los dos hijos de Elí, Jofní y Finés.

Llegado el día de ofrecer el sacrificio, repartía raciones a su mujer Fenina para sus hijos e hijas, mientras que a Ana le daba sólo una ración; y eso que la quería, pero el Señor la había hecho estéril. Su rival la insultaba, ensañándose con ella para mortificarla, porque el Señor la había hecho estéril. Así hacía año tras año; siempre que subían al templo del Señor, solía insultarla así.

Una vez Ana lloraba y no comía. Y Elcaná, su marido, le dijo: "Ana, ¿por qué lloras y no comes?, ¿por qué te afliges? ¿No te valgo yo más que diez hijos?"

Salmo responsorial: 115
R/.Te ofreceré, Señor, / un sacrificio de alabanza.

¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. R.

Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor. R.

Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo; en el atrio de la casa del Señor, en medio de ti, Jerusalén. R.

SEGUNDA LECTURA.

SANTO EVANGELIO.
Marcos 1, 14-20
Convertíos y creed en la Buena Noticia

Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: "Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios; convertíos y creed la Buena Noticia".

Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago. Jesús les dijo: "Venid conmigo y os haré pescadores de hombres".

Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo del Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.


Palabra del Señor.



Comentario de la Primera lectura: 1 Samuel 1,1-8

Según algunos investigadores, los libros de Samuel son los más modernos de toda la Biblia. Dios se hace presente en el hombre, y el hombre es un hombre «verdadero», un hombre que es pecador, aunque también generoso y con todas las contradicciones propias del ser humano. Dios ya no se manifiesta. Está presente en la piedad de David, en su generosidad, en el arrepentimiento por su pecado. El hombre es el sacramento de Dios. El carácter propio de los libros de Samuel es este humanismo, cuya figura más prestigiosa es David. Sin embargo, hay una multitud de personajes vivos que forman su corona: Samuel, Saúl, Jonatán... Lo primero que debemos destacar es esto: da la impresión de que Dios interviene cuando parece que todo ha llegado al final. Y así sucede en todo el desarrollo del libro: Israel está derrotado; parece excluida cualquier posibilidad de salvación; todo parece acabado. Pero en lo oculto, en medio del silencio, prepara Dios la resurrección de la nación. A un niño, llevado por su madre a servir en el templo, se le va a confiar el mensaje de la derrota, pero con este mismo mensaje se le concederá también el comienzo de una nueva era para el pueblo de Dios. Va a ser Samuel quien consagre al primer rey de Israel. Ana concibe y da a luz un hijo. Tras el llanto, la oración. Hay un cierto vínculo entre la oración y la concesión de lo que se pide. Samuel será una de las más grandes «figuras» veterotestamentarias de Jesús, en quien se cumplirán las promesas de Dios.

Comentario del Salmo 115

Es un salmo de acción de gracias individual. Una persona se encontraba en peligro de muerte, clamó al Señor, fue escuchada y ahora da gracias delante de todo el pueblo.

Existen diferentes propuestas. Presentamos una de ellas, según la cual este salmo constaría de introducción (1-2), cuerpo (3- 11) y conclusión (12-19).

En la introducción (1-2), el salmista declara su amor por el Señor, exponiendo a continuación el motivo: Dios escucha su voz suplicante e inclina su oído hacia él el día en que lo invoca. Aparece aquí por vez primera el verbo invocar. En la introducción, todos los verbos están en presente.

En el cuerpo (3-11) encontramos referencia al pasado, al presente y al futuro. El pasado caracteriza la situación que dio origen a la invocación: «Lazos de muerte me rodeaban...» (3), «invoqué el nombre del Señor...» (4; Esta es la segunda vez en que aparece el verbo invocar), «yo desfallecía» (6b), «yo tenía fe» (10a), «yo decía...’ (Ha). También caracteriza la intervención del Señor: «ha sido bueno» (7b), «libró» (8a). Las afirmaciones en presente expresan el convencimiento que esta persona tiene, ahora, acerca del Señor: «El Señor es justo y clemente y compasivo (5), «protege a los sencillos» (6). También pone de manifiesto el estado de ánimo del salmista, muy distinto del de antes: «Recobra la calma, alma mía» (7a). Las afirmaciones referidas al futuro hablan de la disposición de este individuo después de haber sido liberado: «Caminaré en la presencia del Señor en la tierra de los vivos» (9).

En la conclusión (12-19), se habla una vez del pasado («rompiste mis cadenas», 16b), dos del presente (15-16), pero se pone toda la atención en el futuro: «pagaré» (12), «levantaré» (13), «cumpliré» (14.18), «te ofreceré» (17). La conclusión se caracteriza principalmente por la promesa de un sacrificio de alabanza, típica de muchos salmos de acción de gracias individual. En esta parte, encontramos el verbo invocar dos veces más (13b.17b).

Este salmo nos habla de la superación de un peligro mortal. Encontramos varias afirmaciones que aluden a él: «Lazos de muerte me rodeaban, eran redes mortales, caí en la angustia y la aflicción» (3) «Libró mi vida de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies le la caída» (8), «Caminaré en la presencia del Señor en la tierra de los vivos» (9). Todo parece indicar que se trata de una enfermedad mortal. La imagen empleada es enérgica: el salmista se vio afectado por sorpresa, como un animal o un pájaro que cae en las redes del cazador. Pero tenemos también otra referencia que nos lleva a pensar en la esclavitud: «Rompiste mis cadenas» (16b). Este individuo tenía fe (10a), a pesar de que su situación fuera dramática también desde el punto de vista psicológico: vivía en medio de la angustia y de la aflicción (3), en medio de lágrimas (8), estaba totalmente devastado (10b) y pasando apuros (11ª). Desde el punto de vista económico, el salmista se sitúa entre la gente sencilla (6a) y, desde el punto de vista religioso, se considera un fiel y siervo del Señor, cuya madre exhibe las mismas características (15-16), como se suele decir, «ha salido a su madre».

El conflicto no parece ser sólo personal, pues, en el momento de la angustia, esta persona se desahoga así: « ¡Todos los hombres son unos mentirosos!». Tenía la sensación de estar viviendo en una sociedad en la que nadie puede confiar en nadie. Tal vez haya sido víctima de una calumnia. Además, el salmista afirma haber sido librado de la caída (8b). ¿Se referirá aquí al posible abandono de la fe en el Señor que escucha su clamor? Asociando la idea de los «mentirosos» a la de una posible «caída», detectamos indicios de un conflicto social.

La persona curada se encuentra en Jerusalén, en los atrios del templo («la casa del Señor», 19), rodeada de gente (14.18) que aprende de su testimonio; va a ofrecer un sacrificio de acción de gracias (17), en cumplimiento de las promesas que había hecho en el momento del peligro (14), El gesto de «levantar la copa de la salvación» (13a) no resulta claro del todo. Puede referirse a una porción de vino, agua o aceite que se derramara sobre la víctima ofrecida en sacrificio al Señor; o bien puede referirse a un cáliz de vino que pasaría de mano en mano (y de boca en boca) entre los compañeros que celebraban con el salmista su liberación.

« ¡Todos los hombres son unos mentirosos!», pero, en el Señor, se puede confiar, pues escucha a la gente cuando lo invoca (nótese la insistencia con que se habla del Señor en este salmo). ¿Por qué se puede confiar en él? Porque escucha la voz suplicante (2), inclina el oído (2), salva (6) y libra (8). Tenemos aquí el mismo esquema del éxodo. Y el Dios de este salmo es el mismo Dios que el del éxodo y el de la alianza. El salmista afirma que «El Señor es justo y clemente, nuestro Dios es compasivo. El Señor protege a los sencillos» (5-6a).

Hay un detalle que explica todo esto a la perfección. Lo tenemos en esta afirmación: «Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles» (15). A la luz de todo lo que hemos dicho, podemos entender el significado de esta expresión. Con otras palabras, es tanto como decir que el Señor no aprueba este tipo de muerte de sus fieles, pues con ella estaría perdiendo a uno de sus aliados y a un testigo en medio de esta tierra de «mentirosos». Dios no se resigna a aceptar que la vida de sus fieles desaparezca de forma prematura. El Señor sufre cuando uno de sus siervos muere de una enfermedad fatal. El Dios de este salmo siente que le roban y se debilita cuando la enfermedad acaba con la vida de uno de sus siervos. Porque él es el Dios de la vida.

Por eso Jesús curó a todos los enfermos que se cruzaron en su camino, derrotando incluso a la misma muerte, Muchos llegaron, por ello, a amar al Señor y a Jesús.

Es un salmo que podernos rezar cuando nos sentimos liberados de peligros mortales; después de superar conflictos personales (físicos o psíquicos) o sociales; cuando tenemos la experiencia de que Dios ha escuchado nuestro clamor, ha roto nuestras cadenas y nos ha salvado...

Comentario del Santo Evangelio: Marcos 1,14-20.

Estos versículos muestran de manera concreta lo que significa la llamada de Jesús: «Creed en el Evangelio» (v. 15). Muestran la actitud nueva y radical del cristiano. Las dos escenas de vocación están estructuradas del mismo modo. Señalemos el dinamismo de la llamada: el Jesús que llama está siempre en movimiento. Se trata, en efecto, de la llamada a un nuevo éxodo, hacia el camino inaudito y nuevo del Evangelio: «Venid detrás de mí» (v. 17). «Ellos dejaron inmediatamente las redes y le siguieron.» Todo este dinamismo se desprende de la mirada y de la llamada de Jesús. No se trata de una iniciativa que parte del hombre, no se trata de un camino del hombre, sino del camino de Dios entre los hombres. La confianza y la entrega a la persona de Jesús hacen posible el seguimiento. Está claro que ir con Jesús es una perspectiva que reclama las opciones indicadas aquí de modo vago con el verbo «dejar»: se trata de un dejar con la mirada puesta en una realización; de un dejar que no empobrece. ¿Es posible dejar? Sí, porque él nos precede con una mirada penetrante que realiza y devana una identidad: es la mirada con la que Jesús nos invita, creando una relación personal con cada uno. El Jesús que pasa y ve, dice una palabra en este momento presente, pero es una palabra cargada con una promesa futura, que se convierte en la estructura de todo abandono y de todo seguimiento. Jesús va al encuentro del hombre en su vida cotidiana para cambiar su destino. Jesús proyecta, mediante su ver y su fijarse, una especie de energía. Se trata de una mirada que elige, que transmite una fuerza, que revela una identidad y la hace posible. Jesús no ve a pescadores, sino a personas que tienen en nombre y desarrollan una profesión; una mirada que los hace despegar de las arenas movedizas en las que habían caído.

Ana conoce por propia experiencia la dureza de las relaciones humanas. Es una persona que, como otras muchas, junto al dolor agudo de la propia pobreza personal, debe experimentar la aflicción de la humillación que le infligen los otros. Y a esto le añade aún una nota ulterior de tristeza el hecho de que todo esto lo produzca una persona implicada en la práctica religiosa.

Esto mismo puede pasar también en nuestros días. A las normas cultuales, observadas de modo sereno, no les acompaña una obligada atención para instaurar relaciones marcadas por la fraternidad. El culto a Dios no prosigue, tras la obligada preocupación por nosotros mismos, en la escrupulosa atención a las pasiones que se agitan en nosotros y pueden causar heridas a nuestro hermano, sino que se eclipsa con la explosión de sentimientos espontáneos que son vívidos hasta alcanzar una brutalidad lacerante.

Particularmente preciosa se presenta la actitud benévola de Elcaná, que pone todo su empeño en consolar y pacificar a la mujer amada. Se muestra como un hombre que, al encontrar en el templo la misericordia y la ternura de Dios, es capaz de reproducirla en el ámbito familiar. El tiempo nuevo que se está gestando, inaugurado por el Señor, tiene como característica dominante la creación de nuevas relaciones marcadas por la misericordia. Por otra parte, por haberla manifestado de una manera radical en su existencia terrena, el Verbo que nos habló ha sido definido como «irradiación de la gloria de Dios e impronta de su sustancia».

Comentario del Santo Evangelio: Mc 1,14-20, para nuestros Mayores. “Convertíos y creed la Buena Noticia”.

La Buena Noticia. Empezamos hoy la primera semana del Tiempo Ordinario o común, que comprende treinta y cuatro semanas. Desde hoy hasta la novena, inclusive, se proclamará el evangelio de Marcos; después, hasta la vigésima primera, el de Mateo; y luego el de Lucas.

Marcos ofrece en el pasaje de hoy un sumario con dos partes: Un resumen de la predicación inaugural de Jesús y la narración de las cuatro primeras vocaciones de discípulos.

“Se ha cumplido el plazo. Convertíos y creed la buena noticia”, es el pregón con el que Jesús anuncia los tiempos nuevos. “Se ha cumplido el tiempo”, ha llegado la hora. El vocablo griego que emplea el evangelista es kairós, que significa “tiempo de gracia”, ocasión sagrada que Dios brinda. Las promesas del Antiguo Testamento. empieza a cumplirse; está cerca el Reino de Dios; “creed la Buena Noticia”. Se trata de creer que la Noticia que va a dar, que nos ha dado, es “buena” de verdad, es una gran noticia. Viene a decir lo que tantas veces repetía Juan Pablo II: “No temáis a Cristo”. Hay muchos, incluso “cristianos”, que tienen miedo a tomar en serio a Cristo, porque temen que no les va a dejar disfrutar tranquilamente de la vida. Sin embargo, él proclama: “He venido para que tengan vida abundante” (Jn 10,10). En verdad, viene a cursarnos la invitación para el mejor de los convites (cf. Mt 22,1-14).

Jesús habla de “Noticia”. Ciertamente que lo era para el pueblo que llevaba siglos y siglos esperándola. Pero, ¿puede ser también “Noticia” para nosotros, “cristianos practicantes”? Con frecuencia escucho a cristianos de siempre, incorporados a nuestra comunidad, confesar después de algunos encuentros: “¡Qué equivocado estaba! Este es “otro cristianismo”: más alegre, más fraternal, menos temeroso”.

La Buena Noticia es, ante todo, experiencia. Si alguien asegura que conoce lo que es la amistad porque ha oído hablar de ella, porque conoce a gente que son amigos, porque ha aprendido de memoria su definición, la ignora enteramente, porque no es un concepto, sino una experiencia. La fe, más que un conocimiento científico, se asemeja a una relación de amistad.

“Convertíos” La consecuencia lógica de haberse enterado bien de la Buena Noticia es el cambio, la conversión. Si frente a la creencia que tenían de ser “siervos” de Dios, Jesús revela que somos “hijos”, es lógico el cambio de sentimientos y actitudes. Si Jesús proclama que estamos celebrando en su persona las bodas de Dios con la humanidad, se impone la alegría en lugar del ayuno y la tristeza de los que preparaban impacientes su venida (cf. Mt 9,14-1 5). Si a través de un acercamiento más profundo a la palabra de Dios y de una catequesis sistemática se descubre un “cristianismo más evangélico”, se impone un cambio de sentimientos, actitudes y opciones, un nuevo espíritu acorde con la nueva comprensión de la fe. Jesús invita a la conversión. Y convertirse supone un cambio profundo en la vida, estrenar una forma nueva de vivir. Por tanto, no es sólo cuestión de pequeños retoques o añadidos: una ración más de tiempo para la oración, aumentar la cuota de Cáritas, prestar alguna ayuda más, alguna visita más a enfermos... Esto puede ser una consecuencia de la conversión, pero no es en sí la conversión. Jesús nos invita nada más y nada menos que a realizar en nosotros un trasplante de corazón. Por lo demás, siempre hemos de convertirnos a una etapa nueva y mejor de la vida.

“Venid conmigo” Jesús aparece desde el primer momento como un rabí diferente. Se hace itinerante, no aguarda a que la gente venga a él, sino que va a buscarla en su propio ambiente. No convoca a su alrededor, como hacían los rabinos de su tiempo. No es un Maestro que haga pensar, sentado en su cátedra y reuniendo discípulos a sus pies, sino que es un rabí caminante que va en busca del más pobre y del más alejado.

Con respecto a los discípulos, mientras los otros rabinos eran “escogidos” por los discípulos, Jesús, por el contrario, los elige: “No me elegisteis vosotros a mí, sino yo a vosotros” (Jn 15,16). Y llama con la autoridad con que Dios llamaba en el Antiguo Testamento a los profetas; y el llamado tiene que obedecer sin más. Por eso Marcos señala: “Lo dejaron todo y lo siguieron”: a “él” personalmente, no a un proyecto.

Los “llamados” no están de ninguna manera preparados. Además, Jesús no los busca en una esfera particularmente religiosa, sino allá donde viven a diario.

Todos los grandes documentos, empezando por los conciliares, afirman que todos somos “llamados”. Y al igual que los apóstoles, no una, sino varias veces. En la juventud, cuando nos comprometimos, sea en la vida conyugal, el sacerdocio o la vida consagrada, lo hicimos con gran entusiasmo. Luego, los roces de la vida y la propia mediocridad nos van desgastando y se apodera de nosotros el desencanto; seguimos “tirando”, pero agarrados a nuestro pequeño bienestar. Es la hora de escuchar una “segunda llamada”, que puede devolver el sentido y el gozo a nuestra vida. Dios nos da otra oportunidad. Es el momento de “creer la Buena Noticia y convertirnos”.

La escucha de la segunda llamada es más realista (conocemos nuestras limitaciones). No podemos engañarnos. La llamada nos obliga a desasirnos de nosotros mismos para confiar más en Dios. Es el momento de empeñarse en aprovechar mejor la vida, porque el tiempo se abrevia, y de enraizarse más en Dios. Es el momento de acertar en lo esencial y responder a lo que pueda dar verdadero sentido a nuestro vivir diario. Dios sigue en silencio nuestro caminar, pero nos está llamando. Podemos escuchar su voz en cualquier fase de nuestra vida, como los primeros discípulos, que, siendo ya adultos, siguieron la llamada de Jesús.

Comentario del Santo Evangelio: (Mc 1,14-20), de Joven para Joven. El contagio de una pasión.

Cuando Jesús empieza a hablar, hace referencia a algo que ha concluido y, más aún, a una novedad que irrumpe en la historia y para la que es preciso prepararse. Todo esto está expresado con la categoría, conocida, aunque no siempre familiar, de «Reino de Dios». Se trata de un tema central que el nuevo predicador propone de inmediato a su auditorio.

La de Reino de Dios es asimismo una clave interpretativa destinada a abrir, en parte, el misterio de su persona. Jesús, ciertamente «rabí» y también «profeta», como le llama la gente, se define más bien como el anunciador del Reino, como el que dice con la palabra que el Reino está presente y lo hace visible con su acción; el v. 15 se vuelve, bajo este aspecto, particularmente iluminador.

El anuncio de Jesús, en virtud de las coordenadas espacio-temporales, está situado en un marco geográfico bien preciso, la región de Galilea, e insertado en un marco histórico de referencia, la detención del Bautista, última voz autorizada capaz de invitar a los hombres a una renovación.

Son muchos los comentadores que están de acuerdo en leer en las palabras del Nazareno la visión que resume su pensamiento. Esas palabras marcan el paso de una época a otra, de una actitud de espera confiada a otra de inminente realización. En efecto, al oír anunciar que “se ha cumplido el plazo”, se comprende que ha llegado a su fin un proceso. La expresión, en el lenguaje de Marcos, hace referencia al tiempo de preparación del Antiguo Testamento y presupone el conocimiento de las distintas etapas del plan divino, unidas entre ellas por la continuidad que en Dios es simple unidad, y, sin embargo, en el hombre es revelación progresiva. Sólo Jesús, plenitud de la revelación, puede decir que el tiempo de preparación ha llegado a su fin y sólo después de la Pascua, plenitud de la manifestación de Jesús, podrá adherirse la comunidad de los creyentes a la verdad de que él, hijo del hombre e hijo de Dios, da comienzo a una época nueva.

El plazo “se ha consumado” indica una fase de realización y de acabamiento que Pablo llama «plenitud de los tiempos» (Gál 4,4) y que Marcos reconoce en la presencia del Reino de Dios. En efecto, el verbo griego énghiken se puede traducir tanto por “está cerca” como por «ha llegado», «está presente».

La venida del Reino de Dios debe ser verdaderamente algo extraordinario, porque exige un cambio radical, expresado por la orden «convertíos», que, unida al «creed en el Evangelio» que le sigue, indica que el pasado y el presente no se pueden mezclar. Lo confirma, desde el punto de vista lingüístico, el término griego metánoia, que alude a un cambio de mentalidad, correspondiente al término hebreo shûbh, que expresa la vuelta de un camino equivocado para tomar el justo. Es preciso cambiar o retornar para adherirse con un corazón nuevo al «Evangelio».

Las primeras palabras de Cristo van seguidas de su primera acción. También ella merece atención, precisamente para comprender las intenciones de Jesús. La conversión, apenas anunciada, tiene necesidad de mediadores, de personas que hayan experimentado por vez primera lo que significa. Dos parejas de hermanos, Simón y Andrés, y Santiago y Juan, sorprendidos en su trabajo diario, reciben la llamada para un nuevo servicio. Ya no deberán interesarse por los peces, sino por los hombres, y no deberán sacarlos del agua, sino de una vida sosa e insulsa. Deben hablarles del «Reino», que es la presencia amorosa de Dios en la historia, tal como se nos da percibirlo con la venida de Jesús.

Debemos estar agradecidos a Jesús, que ha transformado el tiempo, convirtiendo el simple chrónos en un feliz kairós: el primer término expresa una sucesión de instantes que huyen, semejantes desde el punto de vista cualitativo y, por consiguiente, repetitivos; el segundo designa una ocasión única para vivir ahora en su totalidad y exclusividad. La llegada de Jesús a la escena de la historia ha transformado el tiempo en un acontecimiento. Además, llama a los hombres a ser actores de este momento excepcional. Se requieren cambios tanto internos como externos. La novedad de Jesús es perceptible y se vive cuando toda nuestra vida sufre una transformación en la línea indicada por el mismo Jesús: la conversión entendida como adecuación progresiva a la voluntad divina. Frente a una ostentosa convicción de que la transformación se lleva a cabo cambiando las estructuras, Jesús pide la conversión del corazón, la asimilación de la Palabra de Dios, la realización del fiat yoluntas tua para llegar a una nueva estructuración de la vida y del mundo.

La transformación de nosotros mismos se lleva a cabo también gracias a la ayuda de otros que ya han aportado antes sustanciosas modificaciones a su vida. Los “llamados” por Jesús aprendieron un estilo de vida que están invitados a exponer mediante su predicación. Anuncian y dan a conocer su experiencia con Jesús, que ha transformado su vida, y favorecen el encuentro con el mismo Jesús a fin de que otros puedan repetir el milagro de la novedad de vida. El hecho personal de la conversión asume las connotaciones de un compromiso social, eclesial. No es posible «ser buenos sólo para nosotros», sino que es preciso hacer propaganda del bien, dar a conocer al Dios que es el único bueno y que Jesús nos ha hecho encontrar. Nace así la comunidad eclesial, animada por la pasión de transformarse y de transformar el mundo en la línea indicada por el programa de Jesús.

La vida nueva con Jesús adquiere el color del compromiso por la renovación de la vida de los otros. Con la llamada de los primeros discípulos al seguimiento de Jesús, se ponen las bases de la comunidad eclesial. Hay algunos puntos que merecen una gran atención:
— Los llamados responden con una adhesión personal, dispuesta y total. Se adhieren con toda su vida y para siempre. No se admiten trabajadores part time.

— Se trata de personas llamadas a una vida de comunión, en primer lugar con Jesús y, a continuación, entre ellos. No se adhieren a un programa, a un «manifiesto», sino a una persona.

— Se trata de personas implicadas en el Reino. Si el anuncio del Reino fue la “pasión” de Jesús, también ellos deberán tomarse a pecho la difusión del Reino: serán “pescadores de hombres”.

— El grupo no tiene nada de secta. Es cierto que al principio son sólo cuatro, pero después se convierten en doce y todos tendrán como tarea principal el anuncio del Reino, su difusión en medio de los hombres (cf. 6,6ss). Eso significa que su experiencia de encuentro y de vida con el Señor se convierte en el objeto de su anuncio. Irán a presentar a una persona, una persona hacia la que vale la pena orientar toda nuestra propia vida. Son «convertidos» que tendrán la pasión de convertir a otras personas. Para la misma causa. Para el Reino. Para que Dios sea todo en todos.

Jesús continúa pasando y llamándonos en nuestra vida diaria. Nos llama a ser discípulos del Reino, es decir, personas capaces de dejar las redes de nuestros intereses para seguirle con corazón indiviso. Convertirnos a él significa, entre otras cosas, reconocerle como el Esperado, como el que nos libera del mal, que nos confía un fragmento de la historia para que la escribamos como páginas de amor.

Elevación Espiritual para este día.

No quieras buscar ninguna cosa fuera del Señor; busca al Señor y él te escuchará; y mientras todavía estés hablando, te dirá: «Estoy aquí». ¿Qué significa “Estoy aquí”? Estoy presente. ¿Qué quieres, qué esperas de mí? Todo lo que puedo darte es nada en comparación conmigo. Tómame a mí mismo, goza de mí, acércate a mí. Aún no puedes hacerlo del todo, pero tócame con la fe y quedarás inseparablemente unido a mí, y yo te libraré de todos tus fardos, para que puedas adherirte a mí por completo.

Reflexión Espiritual para el día.

Tú caminas a mi lado
Tú caminas a mi lado,
Señor. No deja huellas en la tierra
tu paso. No te veo: siento y respiro
tu presencia en cada tallo de hierba,
en cada átomo de aire que me nutre.
Por el sendero oscuro que discurre entre los prados
me llevas a la iglesia de la aldea,
mientras arde la puesta del sol
detrás del campanario. Todo
en mi vida ardió y se consumió
como la hoguera que ahora prende a occidente y dentro de poco será cenizas y sombra:
sólo me queda salva esta pureza
de infancia que remonta, intacta, el curso de los años por la alegría de volver a encontrarte.
No me abandones más.
Hasta que no caiga mi última noche
—aunque sea esta misma—, coima
sólo de ti desde los rocíos a los astros,
y transfórmame en gota de rocío
para tu sed y en luz
de astro para tu gloria

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 1 Samuel 1, 1-8. Ana era estéril.

Como Sara, como Rebeca, como Raquel, como la madre de Sansón, como la madre del Bautista, Ana era estéril. Esta circunstancia, de la esterilidad de muchas de las madres de los grandes caudillos del pueblo elegido, repetido una y otra vez a lo largo de la Biblia, tiene, sin duda, un fondo teológico de profunda significación.

Ante todo, subraya la omnipotencia divina, que es capaz de sacar vida de la muerte y ser de donde no hay ser (Rom 4, 17). Como en el caso de Sara y Abraham, por ejemplo, el autor sagrado acentúa unas situaciones límites, para que se vea que Dios puede sacar adelante su plan, aun cuando parezca que las cosas son humanamente irrealizables. Se les promete un hijo y una descendencia numerosa, sabiendo que Sara era estéril y Abraham avanzado en años. Después de pasar por la prueba de la espera ante una promesa que no acaba de cumplirse y de otras pruebas más, por fin llega el hijo de la promesa. Pero todavía tiene lugar un último suspense: Dios le manda sacrificar a Isaac, el hijo, a través del cual Abraham se iba a convertir en padre de un pueblo numeroso. En otras palabras, los autores sagrados son maestros en crear situaciones límites para subrayar casi dramáticamente los atributos de la providencia y de la omnipotencia de Dios.

Un segundo aspecto que ponen de relieve las madres estériles es la gratuidad con que Dios lleva adelante su plan de salvación. Los dirigentes del pueblo elegido no son fruto de la carne ni del deseo del hombre (Jn 1, 13), sino nacidos de la gracia y la gratuidad divinas. La misma gratuidad se pone de relieve en la elección de los segundones y no de los primogénitos. En el fondo lo que se quiere decir es siempre lo mismo: la historia de la salvación no se rige por unas leyes automáticas ni mecánicas, sino por la gratuidad del amor y de la libertad de Dios.
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