Jueves 28 de enero de 2010. 3ª semana del tiempo ordinario. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. (Ciclo C). 3ª semana del Salterio. SANTO TOMÁS DE AQUINO, presbítero y doctor, Memoria obligatoria. SS. Julián de Cuenca ob, Agueda lin Zhao vg mr.
LITURGIA DE LA PALABRA.
2Sm 7,18-19.24-29: ¿Quién soy yo, mi Señor, y qué es mi familia?
Salmo 131: El Señor Dios le dará el trono de David, su padre.
Mc 4,21-25: El que tenga oídos para oír que escuche
El pueblo de Israel también tuvo esa vocación de iluminar al mundo entero, pero los intereses mezquinos y el fanatismo, logró extinguir la llama de la humanidad nueva, entorno al Dios liberador y humanizador. Por ello Jesús asume el compromiso de invitar a sus discípulos y discípulas, a tomar la llama que Israel no mantuvo encendida y reiniciar un proceso nuevo de iluminación a toda la humanidad. En esta línea evangélica, la tarea de todo cristiano, es hacer que la luz de Cristo, que hermana, que incluye, que redime, que humaniza, que valora y respeta la diferencia, que hace posible la justicia, los derechos de los pueblos y la salvaguarda de la creación, llegue a todos los rincones del mundo y se pueda lograr la gran civilización del amor. Esta es una gran responsabilidad que todo creyente en Jesús, tiene ante la historia. ¡Ser luz!
PRIMERA LECTURA.
2Samuel 7,18-19.24-29
¿Quién soy yo, mi Señor, y qué es mi familia?
Después que Natán habló a David, el rey fue a presentarse ante el Señor y dijo: "¿Quién soy yo, mi Señor, y qué es mi familia, para que me hayas hecho llegar hasta aquí? ¡Y, por si fuera poco para ti, mi Señor, has hecho a la casa de tu siervo una promesa para el futuro, mientras existan hombres, mi Señor! Has establecido a tu pueblo Israel como pueblo tuyo para siempre, y tú, Señor, eres su Dios. Ahora, pues, Señor Dios, mantén siempre la promesa que has hecho a tu siervo y su familia, cumple tu palabra. Que tu nombre sea siempre famoso. Que digan: "¡El Señor de los ejércitos es Dios de Israel!" Y que la casa de tu siervo David permanezca en tu presencia. Tú, Señor de los ejércitos, Dios de Israel, has hecho a tu siervo esta revelación: "Te edificaré una casa"; por eso tu siervo se ha atrevido a dirigirte esta plegaria. Ahora, mi Señor, tú eres el Dios verdadero, tus palabras son de fiar, y has hecho esta promesa a tu siervo. Dígnate, pues, bendecir a la casa de tu siervo, para que esté siempre en tu presencia; ya que tú, mi Señor, lo has dicho, sea siempre bendita la casa de tu siervo."
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 131
R/.El Señor Dios le dará el trono de David, su padre.
Señor, tenle en cuenta a David / todos sus afanes: / cómo juró al Señor / e hizo voto al Fuerte de Jacob. R.
"No entraré bajo el techo de mi casa, / no subiré al lecho de mi descanso, / no daré sueño a mis ojos, / ni reposo a mis párpados, / hasta que encuentre un lugar para el Señor, / una morada para el Fuerte de Jacob." R.
El Señor ha jurado a David / una promesa que no retractará: / "A uno de tu linaje / pondré sobre tu trono." R.
"Si tus hijos guardan mi alianza / y los mandatos que les enseño, / también sus hijos, por siempre, / se sentarán sobre tu trono." R.
Porque el Señor ha elegido a Sión, / ha deseado vivir en ella: / "Ésta es mi mansión por siempre, /aquí viviré, porque la deseo." R.
SANTO EVANGELIO.
Marcos 4,21-25
El candil se trae para ponerlo en el candelero. La medida que uséis la usarán con vosotros
En aquel tiempo, dijo Jesús a la muchedumbre: «¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín o debajo de la cama, o para ponerlo en el candelero? Si se esconde algo, es para que se descubra; si algo se hace a ocultas, es para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga.» Les dijo también: «Atención a lo que estáis oyendo: la medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene.»
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA.
2Sm 7,18-19.24-29: ¿Quién soy yo, mi Señor, y qué es mi familia?
Salmo 131: El Señor Dios le dará el trono de David, su padre.
Mc 4,21-25: El que tenga oídos para oír que escuche
El pueblo de Israel también tuvo esa vocación de iluminar al mundo entero, pero los intereses mezquinos y el fanatismo, logró extinguir la llama de la humanidad nueva, entorno al Dios liberador y humanizador. Por ello Jesús asume el compromiso de invitar a sus discípulos y discípulas, a tomar la llama que Israel no mantuvo encendida y reiniciar un proceso nuevo de iluminación a toda la humanidad. En esta línea evangélica, la tarea de todo cristiano, es hacer que la luz de Cristo, que hermana, que incluye, que redime, que humaniza, que valora y respeta la diferencia, que hace posible la justicia, los derechos de los pueblos y la salvaguarda de la creación, llegue a todos los rincones del mundo y se pueda lograr la gran civilización del amor. Esta es una gran responsabilidad que todo creyente en Jesús, tiene ante la historia. ¡Ser luz!
PRIMERA LECTURA.
2Samuel 7,18-19.24-29
¿Quién soy yo, mi Señor, y qué es mi familia?
Después que Natán habló a David, el rey fue a presentarse ante el Señor y dijo: "¿Quién soy yo, mi Señor, y qué es mi familia, para que me hayas hecho llegar hasta aquí? ¡Y, por si fuera poco para ti, mi Señor, has hecho a la casa de tu siervo una promesa para el futuro, mientras existan hombres, mi Señor! Has establecido a tu pueblo Israel como pueblo tuyo para siempre, y tú, Señor, eres su Dios. Ahora, pues, Señor Dios, mantén siempre la promesa que has hecho a tu siervo y su familia, cumple tu palabra. Que tu nombre sea siempre famoso. Que digan: "¡El Señor de los ejércitos es Dios de Israel!" Y que la casa de tu siervo David permanezca en tu presencia. Tú, Señor de los ejércitos, Dios de Israel, has hecho a tu siervo esta revelación: "Te edificaré una casa"; por eso tu siervo se ha atrevido a dirigirte esta plegaria. Ahora, mi Señor, tú eres el Dios verdadero, tus palabras son de fiar, y has hecho esta promesa a tu siervo. Dígnate, pues, bendecir a la casa de tu siervo, para que esté siempre en tu presencia; ya que tú, mi Señor, lo has dicho, sea siempre bendita la casa de tu siervo."
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 131
R/.El Señor Dios le dará el trono de David, su padre.
Señor, tenle en cuenta a David / todos sus afanes: / cómo juró al Señor / e hizo voto al Fuerte de Jacob. R.
"No entraré bajo el techo de mi casa, / no subiré al lecho de mi descanso, / no daré sueño a mis ojos, / ni reposo a mis párpados, / hasta que encuentre un lugar para el Señor, / una morada para el Fuerte de Jacob." R.
El Señor ha jurado a David / una promesa que no retractará: / "A uno de tu linaje / pondré sobre tu trono." R.
"Si tus hijos guardan mi alianza / y los mandatos que les enseño, / también sus hijos, por siempre, / se sentarán sobre tu trono." R.
Porque el Señor ha elegido a Sión, / ha deseado vivir en ella: / "Ésta es mi mansión por siempre, /aquí viviré, porque la deseo." R.
SANTO EVANGELIO.
Marcos 4,21-25
El candil se trae para ponerlo en el candelero. La medida que uséis la usarán con vosotros
En aquel tiempo, dijo Jesús a la muchedumbre: «¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín o debajo de la cama, o para ponerlo en el candelero? Si se esconde algo, es para que se descubra; si algo se hace a ocultas, es para que salga a la luz. El que tenga oídos para oír, que oiga.» Les dijo también: «Atención a lo que estáis oyendo: la medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces. Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene.»
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: 2 Samuel 7,18-19.24-29
Después de haber escuchado el oráculo, David pronuncia ante el arca una sencilla plegaria de alabanza. Los motivos por los que Dios rechaza, al menos de momento, la construcción del templo no están del todo claros; sin embargo, David los acepta de buen grado. Sus planes han sido anulados por la voluntad del Señor, pero eso no es negativo a los ojos de David; más aún, es una demostración de benevolencia: el Señor sabe lo que es bueno para el hombre (v. 19).
La confianza de David se apoya en la memoria de todo lo que ha hecho Dios en la historia en favor de su pueblo: el texto, siguiendo el estilo del Deuteronomio, recuerda que Dios había ido preparando desde siempre a su pueblo, rescatándolo de la esclavitud de Egipto (vv. 23ss). La plegaria de David está en sintonía con la Palabra del Señor, pidiéndole que actúe: mantén firme para siempre la promesa que has hecho (v. 25). La grandeza del Señor se revela plenamente en la demostración de su fidelidad: la estabilidad de la descendencia de Dios es importante no por razones de vanagloria humana, sino porque corresponde a la promesa de Dios (cf. v. 27).
De este modo, la fidelidad del Señor, la verdad de su Palabra, la estabilidad de su voluntad, corresponden a la bendición que desciende para siempre sobre la casa de David (vv. 28ss).
Comentario del Salmo 131
En el salmo 131 encontramos una mezcla de varios tipos. Se le considera un salmo real, pues, además de mencionar en cuatro ocasiones al rey David (una en cada una de sus partes), se habla del «mesías» (10.17) sucesor de David en el trono de Judá. Y puesto que el rey de Judá tiene su sede en Jerusalén (Sión), este salmo dedica una buena parte (13-18) a la capital, centro del poder político y religioso del pueblo de Dios. Por tanto, también es un cántico de Sión. Además de lo dicho, este salmo se compuso tomando como base una fiesta o procesión, por lo que también se le puede considerar como un salmo litúrgico (puede compararse con Sal 15; 24, 134). En e conjunto del Salterio, fue transformado en «cántico de las subidas» (Sal 120-134), sirviendo de oración para las peregrinaciones. Es el más largo de estos quince “salmos graduales”.
Existen diversas propuestas de organización de este salmo. Una de ellas consiste en dividirlo en cuatro partes: 1b-5; 6-10; 11- 12; 13-18. Este salmo parece ser un diálogo entre dos grupos (o coros), pero no siempre resulta posible determinar claramente dónde interviene cada grupo. En la primera parte (lb-5), un grupo se dirige al Señor; pidiéndole que se acuerde de David, de sus fatigas, de su juramento y de los votos que hizo a Dios, al que se llama «El Fuerte de Jacob» (1b-2). Todo este salmo está inspirado en el texto de 2Sam 7. Aquí se recuerdan los planes de David después de encontrar el área de la Alianza y de llevarla hasta la recién conquistada ciudad de Jerusalén (2Sam 6), localidad que se convertiría en sede del poder político y religioso Los esfuerzos de David por encontrar un lugar para el Señor y una morada para el Fuerte de Jacob (5) son intensos. El rey se niega a hacer cuatro cosas en tanto no haya alcanzado su objetivo: no entrará en su casa, no se acostará en su lecho, no dormirá, no cerrará los ojos (3-4). Se nos dice que, sin descanso, David se esforzó en la búsqueda de un lugar en que custodiar el arca, símbolo de la presencia del Dios de la Alianza en medio del pueblo. En realidad, quien construyó la «morado» (templo) para el arca y para el Señor fue su hijo Salomón.
En la segunda parte (6-10), intervienen otras personas, que hablan en plural (6-7) e, inmediatamente, exponen sus peticiones al Señor (8-10). Estas personas recuerdan, más o menos, lo que se narra en 2Sam 6, el hallazgo del área y su traslado a Jerusalén. La mención de Éfrata es importante, pues se trata de la región de Belén, ciudad natal del rey David. Las personas que hablan, evidentemente, están en Jerusalén tomando parte en una procesión (tal vez llevando el arca). Por eso se animan a sí mismas, diciendo: «Entremos en su morada y postrémonos ante el estrado de sus pies» (7). La morada es el templo, y el estrado, el arca. El pueblo va a entrar y a postrarse. Por eso le pide al Señor que se levante para entrar en su mansión con el arca (8). Tenemos noticia de cómo los sacerdotes transportaban el arca sirviéndose de unos varales. En este preciso instante empiezan a llevar el arca hacia el interior del templo. Los sacerdotes que cargan con ella van vestidos de gala, y el pueblo hace fiesta (9). La segunda parte concluye con una petición dirigida al Señor hecha en nombre de David: que Dios no rechace al rey de Judá —mesías— (10). Esto demuestra que el salmo surgió en un tiempo en que la monarquía estaba en crisis.
Si en la primera parte teníamos el juramento y el voto de David al Fuerte de Jacob, en la tercera (11-12) tenemos el juramento y la promesa del Señor a David. Se recuerda 2Sam 7, la promesa de una dinastía, a condición de que los descendientes de David guarden la alianza y cumplan los preceptos del Señor. Es muy probable que nos encontremos ante una situación de crisis: los reyes de Judá habían violado la alianza y no se habían mantenido fieles al Señor. Un aspecto importante en todo el salmo, pero sobre todo aquí, es el siguiente: el rey de Judá es el mediador de la alianza entre Dios y el pueblo.
La última parte (13-18) centra su atención en Sión (Jerusalén) como residencia, mansión y morada del Señor. Alguien habla en nombre de Dios (14-18) haciéndole afirmar que ha escogido Sión para habitar en ella, Como consecuencia de lo cual, tenemos las siguientes bendiciones: 1. no faltará la comida (2. los indigentes se hartarán de pan (15b); 3. Dios vestirá a los sacerdotes de gala (compárese con 9 a.); 4. Los fieles exultarán de alegría (16b; compárese con 9b); 5. El vigor de David germinará, es decir, su dinastía será renovada (17a); 6. se encenderá una lámpara para el mesías, el heredero del trono (l7b); 7. los enemigos del rey serán vestidos de ignominia (l8a compárese con 9a 16ª); la corona del Señor brillará sobre la cabeza del mesías (18b).
Son varios los motivos, algunos de los cuales ya han sido trata dos anteriormente. Estamos en Jerusalén, durante la celebración de una fiesta, en medio de la procesión. Está presente el arca, que va a ser entronizada en el templo. La monarquía está en crisis, el rey tiene enemigos (18a) y en la ciudad de Jerusalén hay pobres y falta la comida (15). Aun así, el pueblo celebra las promesas del Señor y sigue alimentando la esperanza en el rey mediador de la alianza, en la ciudad-sede del poder político y religioso y en el templo como casa, mansión y morada del Señor. Alguien, en nombre de Dios, asegura que el Señor seguirá bendiciendo todas estas cosas. Y por eso el pueblo exulta de alegría.
Dios aparece como «el Señor» seis veces y dos como «el Fuerte de Jacob». Esta última expresión recuerda la época de los patriarcas y el período anterior a la monarquía, y muestra que el Dios de los patriarcas y de las tribus (el Fuerte de Jacob), el Dios del Éxodo (Yavé, «el Señor») y el Dios aliado del rey David y sus descendientes es siempre el mismo Dios de La alianza que camina con su pueblo. Este salmo no tiene en cuenta los movimientos que se oponían a la monarquía y a la centralización del culto en Sión.
Para ver las repercusiones de este salmo en las palabras y acciones de Jesús, conviene retomar lo que se ha dicho hasta el momento a propósito de los salmos reales, de los cánticos de Sión y de los salmos litúrgicos. Evidentemente, para los primeros cristianos, el mesías de este salmo encontró su pleno cumplimiento en Jesús.
Este salmo se presta para las ocasiones que hemos mencionado a propósito de los salmos reales (poder político, fe-política), de los cánticos de Sión (ciudad, conciencia ciudadana) y de los salmos de tipo litúrgico (celebraciones). Además, se sugiere la posibilidad de rezarlo con provecho en las peregrinaciones...
Comentario del Santo Evangelio: Marcos 4,21-25
A la parábola del sembrador le siguen, casi como un comentario, dos pares de sentencias breves. Parecen afirmaciones contradictorias e incluso en contraste con lo dicho antes: hablan de manifestar y de esconder, de dar y de quitar; están conectadas en el centro por una doble invitación a estar atentos (vv. 23ss).
En la primera pareja, la imagen de la lámpara que debe estar puesta en el candelero está desarrollada por dos antítesis paralelas: lo que está oculto será descubierto, lo secreto será puesto en claro. Por consiguiente, si bien el Reino, de momento, es anunciado a través del velo de las parábolas, pronto saldrá a la luz en su gloria y habrá que anunciar el Evangelio a todo el mundo.
En la segunda pareja se traslada el contraste desde el tema del anuncio al exterior a la condición interna vivida en la comunidad. La imagen de la medida remite a la humildad y a la prohibición de juzgar a los demás; la segunda imagen, más paradójica, se refiere de un modo más abierto a la parábola del sembrador. «El que tenga» corresponde, en efecto, al terreno bueno, al que acoge con fe la Palabra y se compromete a ponerla en práctica.
La estabilidad en el tiempo es fruto de la bendición y objeto de la promesa hecha por el Señor a la casa de David. Mantenerse estable para siempre no significa la gloria terrena o el éxito político de la dinastía reinante; indica más bien la firmeza en la fe y la correspondencia al designio de Dios sobre el destino de su pueblo, y eso es fruto de la gracia.
El pueblo de Israel y el rey, que es a la vez su representante y su guía, no son más que un instrumento en las manos del Señor; sin embargo, el Señor hace de este humilde instrumento el canal de la salvación para todos los seres humanos. Esta será la misión confiada al Mesías, descendiente de David: cumplir la promesa hecha ya al patriarca Abrahán: «Por ti serán benditas todas las naciones de la tierra» (Gn 12,3).
«Haré que tu nombre sea como el de los grandes de la tierra» (2 Sm 7,9), dice el Señor a Israel, su siervo, que se vuelve así «luz para alumbrar a las naciones», lámpara que no es colocada debajo de una vasija de barro, sino en el candelero, para iluminar a todas las naciones de la tierra.
Comentario del Santo Evangelio: (Mc 4,21-25), para nuestros Mayores. ¡Aviso para navegantes!
En este extenso discurso parabólico encontramos dos minúsculas unidades: la primera (vv. 21-23) es una invitación a la comprensión y a la realización del mensaje de Jesús; la segunda (vv. 24s) es una llamada a su importancia capital. El conjunto se podría asemejar a un «aviso para navegantes», a una exhortación acongojada a los que surcan el mar de la historia.
Tras el comienzo «les decía también» —referido al grupo que ya ha gozado antes de una enseñanza suplementaria—, entra ahora en escena la lámpara: «Acaso se trae la lámpara...». El texto original dice de un modo más seco, pero también tal vez más fuertemente alusivo: « ¿Acaso viene una lámpara...?». Podría tratarse de una referencia encubierta al mismo Jesús, que viene como luz (cf. Jn 8,12). La lámpara se ha de colocar en una posición que permita la difusión de la luz. No tiene sentido colocar un lampadario bajo un cubo de madera, bajo un tonel (significado por el «moyo», nombre de una medida de unos 8,7 litros, derivado del recipiente para cereales que contenía la mencionada cantidad) o bajo una mesa. El sentido común requiere que la lámpara sea colocada en una posición elevada y esté puesta en condiciones de difundir su luz. Escribe san Gregorio de Nisa: «El que no pone el candil en el candelero, sino bajo la cama, hace, ciertamente, que la luz se vuelva tiniebla para él».
La imagen sirve para recordar que el anuncio del Reino, cuyo pregonero es Jesús, se ha de proclamar a todos, superando la tentación del club o del pequeño grupo. Podemos leer aquí el deseo de Jesús de llegar a todos: todos deben poder llegar a la fuente de la Buena Noticia. El dicho proverbial del v. 23: « ¡Quien tenga oídos para oír, que oiga!», pone, a continuación, a cada uno ante su propia responsabilidad. Es la invitación a llevar a cabo un esfuerzo de comprensión expresado ya en 4,9, a fin de transformar la Buena Noticia del Reino en vida. No puede haber excusas ni dispensas ventajosas, porque cada uno será juzgado sobre la base de su disponibilidad de acogida y de su buena voluntad, tal como se había dicho un poco más arriba al indicar las diferentes calidades del terreno.
Jesús dirige a los mismos oyentes una segunda invitación. Si antes les había invitado a la comprensión y a la realización, ahora el acento recae en la importancia, en la gravedad. Jesús había declarado que iba a revelar a los suyos «el misterio del Reino de Dios» (4,11). Se trata de un capital inmenso, de una importancia excepcional. Y como tal hay que acogerlo. Esa es la razón por la que es preciso dilatar los espacios de nuestra propia generosidad en la escucha y de nuestro propio compromiso con la concretización. Con el dicho proverbial del v. 25: «Pues al que tenga se le dará, y al que no tenga se le quitará incluso lo que tiene», se nos recuerda que el tiempo de nuestro compromiso no es infinito. Mientras haya tiempo, urge atesorar y capitalizar el gran bien que se nos ha dado, a fin de crecer en la fe y en el amor, y encontrar, después, una recompensa en la eternidad. Con la muerte desaparece cualquier posibilidad de uso y de incremento, y lo que no hayamos sido y no hayamos hecho se nos imputará como culpa, perdiendo toda posibilidad de salvación. La amonestación, expresada a través del modo fuerte del contraste, es una invitación apremiante a que nos demos cuenta de la importancia que tiene la acogida del Reino de Dios: Cristo mismo, en definitiva. Se trata, dicho con otras palabras, de dejarnos provocar por la Palabra y de vivirla.
« ¡Temo al Señor que pasa!», escribió un día san Agustín. Cojamos el pensamiento para trasladar el centro de gravedad de la fe desde el pasado al presente y al futuro. Hemos sido invadidos por la gracia, tenemos el privilegio de haber escuchado la Palabra del Señor, somos testigos de dos mil años de vida cristiana. No podemos dejarnos ofuscar por la grisura de las acciones realizadas sin tensión y sin pálpito. Tenemos la obligación de gritar desde los techos que el Señor vive, de hacer participar a los otros, posiblemente a todos, en el «misterio del Reino de Dios».
Nuestra tarea consiste también en hacer brillar la lámpara en medio de los jóvenes. La esperanza y la reflexión nos enseñan que a los jóvenes no se les puede ofrecer ideales mediocres, propuestas de vida en aparcería, entre la opacidad del bienestar y el obtuso sueño revolucionario de la sobremesa. Más que una espumosa cascada de palabras, podemos ofrecerles el modelo de una vida realizada y fascinante, por estar centrada en Cristo y gastada en favor de los otros. Y puesto que el Evangelio no es un anuncio que se apague, una palabra estancada en quien la recibe, sino que invade la tierra y se hace historia, contagiando a los jóvenes, iniciamos una reacción en cadena. Ellos se convertirán en el testimonio más convincente entre los jóvenes.
La cascada de beneficios realizados se verá también en el hecho de que, ante el crecimiento insolente de la individualidad y a contrapelo de una sociedad con una elevada tasa de subjetividad, podremos intentar construir una comunidad de personas que ponga a Cristo en el centro. Contribuiremos a manifestarlo y, si fuera necesario, lo gritaremos también desde los techos, convencidos de que las ideas tendrán siempre la mejor parte sobre la fuerza de los cánones, dado que éstos, al contrario que aquéllas, tienen un alcance conocido por todos.
De este modo, no deberemos temer al Señor que pasa, porque habremos colaborado en la difusión de su misterio, esparciendo a manos llenas la semilla de nuestro compromiso. Será la medida abundante pedida por Cristo, compensada por la sobreabundancia de la vida eterna.
Comentario del Santo Evangelio:(Mc 4,21-25), de Joven para Joven. ¡Aviso para navegantes!
En este extenso discurso parabólico encontramos dos minúsculas unidades: la primera (vv. 2 1-23) es una invitación a la comprensión y a la realización del mensaje de Jesús; la segunda (w 24s) es una llamada a su importancia capital. El conjunto se podría asemejar a un «aviso para navegantes», a una exhortación acongojada a los que surcan el mar de la historia.
Tras el comienzo «les decía también» —referido al grupo que ya ha gozado antes de una enseñanza suplementaria—, entra ahora en escena la lámpara: «Acaso se trae la lámpara. ... ». El texto original dice de un modo más seco, pero también tal vez más fuertemente alusivo: « ¿Acaso viene una lámpara...?». Podría tratarse de una referencia encubierta al mismo Jesús, que viene como luz (cf. Jn 8,12). La lámpara se ha de colocar en una posición que permita la difusión de la luz. No tiene sentido colocar un lampadario bajo un cubo de madera, bajo un tonel (significado por el «moyo», nombre de una medida de unos 8,7 litros, derivado del recipiente para cereales que contenía la mencionada cantidad) o bajo una mesa. El sentido común requiere que la lámpara sea colocada en una posición elevada y esté puesta en condiciones de difundir su luz. Escribe san Gregorio de Nisa: “El que no pone el candil en el candelero, sino bajo la cama, hace, ciertamente, que la luz se vuelva tiniebla para él”.
La imagen sirve para recordar que el anuncio del Reino, cuyo pregonero es Jesús, se ha de proclamar a todos, superando la tentación del club o del pequeño grupo. Podemos leer aquí el deseo de Jesús de llegar a todos: todos deben poder llegar a la fuente de la Buena Noticia. El dicho proverbial del v. 23: « ¡Quien tenga oídos para oír, que oiga!», pone, a continuación, a cada uno ante su propia responsabilidad. Es la invitación a llevar a cabo un esfuerzo de comprensión expresado ya en 4,9, a fin de transformar la Buena Noticia del Reino en vida. No puede haber excusas ni dispensas ventajosas, porque cada uno será juzgado sobre la base de su disponibilidad de acogida y de su buena voluntad, tal como se había dicho un poco más arriba al indicar las diferentes calidades del terreno.
Jesús dirige a los mismos oyentes una segunda invitación. Si antes les había invitado a la comprensión y a la realización, ahora el acento recae en la importancia, en la gravedad. Jesús había declarado que iba a revelar a los suyos «el misterio del Reino de Dios» (4,11). Se trata de un capital inmenso, de una importancia excepcional. Y como tal hay que acogerlo. Esa es la razón por la que es preciso dilatar los espacios de nuestra propia generosidad en la escucha y de nuestro propio compromiso con la concretización. Con el dicho proverbial del v. 25: «Pues al que tenga se le dará, y al que no tenga se le quitará incluso lo que tiene», se nos recuerda que el tiempo de nuestro compromiso no es infinito. Mientras haya tiempo, urge atesorar y capitalizar el gran bien que se nos ha dado, a fin de crecer en la fe y en el amor, y encontrar, después, una recompensa en la eternidad. Con la muerte desaparece cualquier posibilidad de uso y de incremento, y lo que no hayamos sido y no hayamos hecho se nos imputará como culpa, perdiendo toda posibilidad de salvación. La amonestación, expresada a través del modo fuerte del contraste, es una invitación apremiante a que nos demos cuenta de la importancia que tiene la acogida del Reino de Dios: Cristo mismo, en definitiva. Se trata, dicho con otras palabras, de dejarnos provocar por la Palabra y de vivirla.
« ¡Temo al Señor que pasa!», escribió un día san Agustín. Cojamos el pensamiento para trasladar el centro de gravedad de la fe desde el pasado al presente y al futuro. Hemos sido invadidos por la gracia, tenemos el privilegio de haber escuchado la Palabra del Señor, somos testigos de dos mil años de vida cristiana. No podemos dejarnos ofuscar por la grisura de las acciones realizadas sin tensión y sin pálpito. Tenemos la obligación de gritar desde los techos que el Señor vive, de hacer participar a los otros, posiblemente a todos, en el «misterio del Reino de Dios».
Nuestra tarea consiste también en hacer brillar la lámpara en medio de los jóvenes. La esperanza y la reflexión nos enseñan que a los jóvenes no se les puede ofrecer ideales mediocres, propuestas de vida en aparcería, entre la opacidad del bienestar y el obtuso sueño revolucionario de la sobremesa. Más que una espumosa cascada de palabras, podemos ofrecerles el modelo de una vida realizada y fascinante, por estar centrada en Cristo y gastada en favor de los otros. Y puesto que el Evangelio no es un anuncio que se apague, una palabra estancada en quien la recibe, sino que invade la tierra y se hace historia, contagiando a los jóvenes, iniciamos una reacción en cadena. Ellos se convertirán en el testimonio más convincente entre los jóvenes.
La cascada de beneficios realizados se verá también en el hecho de que, ante el crecimiento insolente de la individualidad y a contrapelo de una sociedad con una elevada tasa de subjetividad, podremos intentar construir una comunidad de personas que ponga a Cristo en el centro. Contribuiremos a manifestarlo y, si fuera necesario, lo gritaremos también desde los techos, convencidos de que las ideas tendrán siempre la mejor parte sobre la fuerza de los cánones, dado que éstos, al contrario que aquéllas, tienen un alcance conocido por todos.
De este modo, no deberemos temer al Señor que pasa, porque habremos colaborado en la difusión de su misterio, esparciendo a manos llenas la semilla de nuestro compromiso. Será la medida abundante pedida por Cristo, compensada por la sobreabundancia de la vida eterna.
Elevación Espiritual para este día.
Dios es autor de todos los bienes, por eso debemos decirle: «Tú das éxito, oh Señor, a todas nuestras empresas» (Is 26,12). Y así es en verdad. Por eso debes atribuirle a El todo bien y nada a ti, considerando que no es «tu fortaleza o el vigor de tus manos» (Dt 8,17) lo que ha obrado lo que tienes, porque es el Señor quien nos ha hecho y no hemos sido nosotros quienes nos hemos hecho (cf. Sal 99,3). Una consideración como ésta destruye la soberbia de todos los que dicen: «Somos nosotros los que hemos vencido, no es el Señor el que ha hecho todo esto» (Dt 32,17). Dice el bienaventurado Bernardo: «Me atrevo a decir que, sin humildad, ni siquiera la virginidad de María hubiera complacido a Dios; por eso es una virtud grande, sin cuya adquisición no hay virtud; más aún, se acaba en la soberbia»
Reflexión Espiritual para el día.
Conocerás, atento lector, que el corazón de nuestro padre, el stárets Isidoro, albergaba un sentido de gran modestia y de profunda sumisión. Hablaba rara vez de sus actos consagrados a la causa divina, y si lo hacía era sólo para la edificación; en general, tendía a mantenerlos escondidos. No se ponía nunca como ejemplo, no hablaba nunca de sí mismo de modo que se pusiera por encima de su interlocutor. Ocultaba su bondad no sólo a los otros, sino también a sí mismo: hacía el bien y era como si no se acordara de ello. En verdad, según las palabras del Señor Jesucristo nuestro Salvador, su mano derecha no sabía lo que hacía la izquierda. Por eso no se tenía nunca en ninguna consideración; más aún, se consideraba una nulidad y estaba convencido, con toda sinceridad, de que no había un hombre peor que él. A veces, el interlocutor de Isidoro, al estar con él, sentía que se le dilataba el corazón de alegría al contemplar esta belleza celestial bajo unos despojos corpóreos; ocurría alguna vez que se escapaba de los labios del interlocutor esta exclamación: «Batiuska, ¡qué bello eres!». Pero el stárets con aire embarazado negaba: « ¿Cómo bello? Soy feo, el último de los hombres».
Isidoro no alimentaba ningún sentido de orgullo. Podía suplicar ante cualquiera, podía incluso estar de rodillas ante cualquiera, a todo el mundo podía besarle la mano, si esto servía para medicar el espíritu. Se sometía sin esfuerzo ni resquebradura. Para Isidoro, no había hombre alguno ante el que pudiera enorgullecerse, por muy insignificante, vil y pecador que fuera. Del mismo modo, por el contrario, no había para él hombre alguno que pudiera inducirle a cambiar, por muy influyente o de rango que éste fuera. Decía todo lo que pensaba ante todos los padres y, sobre todo, ante los hombres importantes. Conocerás, además, lector, que Isidoro no temía a nadie, no buscaba hacerse con los favores de nadie ni nunca olvidaba con nadie su dignidad de hombre; se sentía siempre dueño de sí, libre, sometiéndose únicamente a la voluntad divina
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 7, 18-19. 24-29. Respuesta de David.
La primera parte de 2Sam 7 está jalonada por promesas que afectan a David, a su dinastía y al pueblo entero. En la segunda parte (vv. 18-19) toma la palabra el rey y pronuncia una oración, mitad alabanza y mitad acción de gracias.
La oración de David carece de originalidad. Es reiterativa y está llena de redundancias. La palabra «casa», por ejemplo, se lee siete veces; otras siete veces encontramos la expresión “Adonai Yavé”; diez veces se presenta David como «tu servidor»; seis veces se repite el verbo «hablar» y tres el sustantivo «palabra»; finalmente la expresión «para siempre» aparece cinco veces.
Esta estadística puede parecer un poco fría, pero por una parte es bien significativa respecto de la monotonía de la oración, y por otra señala sus ideas principales. Posiblemente el más acentuado sea el concepto de «palabra», una palabra que es la promesa hecha por Dios a David a través de Natán; palabra eficaz y fuente de esperanza en los momentos críticos de la historia. El tono de la oración lo determinan los apelativos del “Señor” y «siervo», que reciben Dios y David respectivamente.
¿Quién soy yo, mi Señor, y qué es mi familia, para que e hayas hecho llegar hasta aquí? Estos sentimientos de humildad y gratitud los encontramos en casi todos los relatos vocacionales: «Dijo Moisés a Dios: ¿Quién soy yo para ir al faraón y sacar de Egipto a los hijos de Israel? »
(Ex 3, 11). «Perdón, Señor mío, ¿cómo voy a salvar yo a Israel? Mi clan es el más pobre de Manasés y yo el último en la casa de mi padre» (Jue 6, 15). «Yo dije: ¡Ah, Señor Yavé! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho» (Jer 1, 6).
Después de haber escuchado el oráculo, David pronuncia ante el arca una sencilla plegaria de alabanza. Los motivos por los que Dios rechaza, al menos de momento, la construcción del templo no están del todo claros; sin embargo, David los acepta de buen grado. Sus planes han sido anulados por la voluntad del Señor, pero eso no es negativo a los ojos de David; más aún, es una demostración de benevolencia: el Señor sabe lo que es bueno para el hombre (v. 19).
La confianza de David se apoya en la memoria de todo lo que ha hecho Dios en la historia en favor de su pueblo: el texto, siguiendo el estilo del Deuteronomio, recuerda que Dios había ido preparando desde siempre a su pueblo, rescatándolo de la esclavitud de Egipto (vv. 23ss). La plegaria de David está en sintonía con la Palabra del Señor, pidiéndole que actúe: mantén firme para siempre la promesa que has hecho (v. 25). La grandeza del Señor se revela plenamente en la demostración de su fidelidad: la estabilidad de la descendencia de Dios es importante no por razones de vanagloria humana, sino porque corresponde a la promesa de Dios (cf. v. 27).
De este modo, la fidelidad del Señor, la verdad de su Palabra, la estabilidad de su voluntad, corresponden a la bendición que desciende para siempre sobre la casa de David (vv. 28ss).
Comentario del Salmo 131
En el salmo 131 encontramos una mezcla de varios tipos. Se le considera un salmo real, pues, además de mencionar en cuatro ocasiones al rey David (una en cada una de sus partes), se habla del «mesías» (10.17) sucesor de David en el trono de Judá. Y puesto que el rey de Judá tiene su sede en Jerusalén (Sión), este salmo dedica una buena parte (13-18) a la capital, centro del poder político y religioso del pueblo de Dios. Por tanto, también es un cántico de Sión. Además de lo dicho, este salmo se compuso tomando como base una fiesta o procesión, por lo que también se le puede considerar como un salmo litúrgico (puede compararse con Sal 15; 24, 134). En e conjunto del Salterio, fue transformado en «cántico de las subidas» (Sal 120-134), sirviendo de oración para las peregrinaciones. Es el más largo de estos quince “salmos graduales”.
Existen diversas propuestas de organización de este salmo. Una de ellas consiste en dividirlo en cuatro partes: 1b-5; 6-10; 11- 12; 13-18. Este salmo parece ser un diálogo entre dos grupos (o coros), pero no siempre resulta posible determinar claramente dónde interviene cada grupo. En la primera parte (lb-5), un grupo se dirige al Señor; pidiéndole que se acuerde de David, de sus fatigas, de su juramento y de los votos que hizo a Dios, al que se llama «El Fuerte de Jacob» (1b-2). Todo este salmo está inspirado en el texto de 2Sam 7. Aquí se recuerdan los planes de David después de encontrar el área de la Alianza y de llevarla hasta la recién conquistada ciudad de Jerusalén (2Sam 6), localidad que se convertiría en sede del poder político y religioso Los esfuerzos de David por encontrar un lugar para el Señor y una morada para el Fuerte de Jacob (5) son intensos. El rey se niega a hacer cuatro cosas en tanto no haya alcanzado su objetivo: no entrará en su casa, no se acostará en su lecho, no dormirá, no cerrará los ojos (3-4). Se nos dice que, sin descanso, David se esforzó en la búsqueda de un lugar en que custodiar el arca, símbolo de la presencia del Dios de la Alianza en medio del pueblo. En realidad, quien construyó la «morado» (templo) para el arca y para el Señor fue su hijo Salomón.
En la segunda parte (6-10), intervienen otras personas, que hablan en plural (6-7) e, inmediatamente, exponen sus peticiones al Señor (8-10). Estas personas recuerdan, más o menos, lo que se narra en 2Sam 6, el hallazgo del área y su traslado a Jerusalén. La mención de Éfrata es importante, pues se trata de la región de Belén, ciudad natal del rey David. Las personas que hablan, evidentemente, están en Jerusalén tomando parte en una procesión (tal vez llevando el arca). Por eso se animan a sí mismas, diciendo: «Entremos en su morada y postrémonos ante el estrado de sus pies» (7). La morada es el templo, y el estrado, el arca. El pueblo va a entrar y a postrarse. Por eso le pide al Señor que se levante para entrar en su mansión con el arca (8). Tenemos noticia de cómo los sacerdotes transportaban el arca sirviéndose de unos varales. En este preciso instante empiezan a llevar el arca hacia el interior del templo. Los sacerdotes que cargan con ella van vestidos de gala, y el pueblo hace fiesta (9). La segunda parte concluye con una petición dirigida al Señor hecha en nombre de David: que Dios no rechace al rey de Judá —mesías— (10). Esto demuestra que el salmo surgió en un tiempo en que la monarquía estaba en crisis.
Si en la primera parte teníamos el juramento y el voto de David al Fuerte de Jacob, en la tercera (11-12) tenemos el juramento y la promesa del Señor a David. Se recuerda 2Sam 7, la promesa de una dinastía, a condición de que los descendientes de David guarden la alianza y cumplan los preceptos del Señor. Es muy probable que nos encontremos ante una situación de crisis: los reyes de Judá habían violado la alianza y no se habían mantenido fieles al Señor. Un aspecto importante en todo el salmo, pero sobre todo aquí, es el siguiente: el rey de Judá es el mediador de la alianza entre Dios y el pueblo.
La última parte (13-18) centra su atención en Sión (Jerusalén) como residencia, mansión y morada del Señor. Alguien habla en nombre de Dios (14-18) haciéndole afirmar que ha escogido Sión para habitar en ella, Como consecuencia de lo cual, tenemos las siguientes bendiciones: 1. no faltará la comida (2. los indigentes se hartarán de pan (15b); 3. Dios vestirá a los sacerdotes de gala (compárese con 9 a.); 4. Los fieles exultarán de alegría (16b; compárese con 9b); 5. El vigor de David germinará, es decir, su dinastía será renovada (17a); 6. se encenderá una lámpara para el mesías, el heredero del trono (l7b); 7. los enemigos del rey serán vestidos de ignominia (l8a compárese con 9a 16ª); la corona del Señor brillará sobre la cabeza del mesías (18b).
Son varios los motivos, algunos de los cuales ya han sido trata dos anteriormente. Estamos en Jerusalén, durante la celebración de una fiesta, en medio de la procesión. Está presente el arca, que va a ser entronizada en el templo. La monarquía está en crisis, el rey tiene enemigos (18a) y en la ciudad de Jerusalén hay pobres y falta la comida (15). Aun así, el pueblo celebra las promesas del Señor y sigue alimentando la esperanza en el rey mediador de la alianza, en la ciudad-sede del poder político y religioso y en el templo como casa, mansión y morada del Señor. Alguien, en nombre de Dios, asegura que el Señor seguirá bendiciendo todas estas cosas. Y por eso el pueblo exulta de alegría.
Dios aparece como «el Señor» seis veces y dos como «el Fuerte de Jacob». Esta última expresión recuerda la época de los patriarcas y el período anterior a la monarquía, y muestra que el Dios de los patriarcas y de las tribus (el Fuerte de Jacob), el Dios del Éxodo (Yavé, «el Señor») y el Dios aliado del rey David y sus descendientes es siempre el mismo Dios de La alianza que camina con su pueblo. Este salmo no tiene en cuenta los movimientos que se oponían a la monarquía y a la centralización del culto en Sión.
Para ver las repercusiones de este salmo en las palabras y acciones de Jesús, conviene retomar lo que se ha dicho hasta el momento a propósito de los salmos reales, de los cánticos de Sión y de los salmos litúrgicos. Evidentemente, para los primeros cristianos, el mesías de este salmo encontró su pleno cumplimiento en Jesús.
Este salmo se presta para las ocasiones que hemos mencionado a propósito de los salmos reales (poder político, fe-política), de los cánticos de Sión (ciudad, conciencia ciudadana) y de los salmos de tipo litúrgico (celebraciones). Además, se sugiere la posibilidad de rezarlo con provecho en las peregrinaciones...
Comentario del Santo Evangelio: Marcos 4,21-25
A la parábola del sembrador le siguen, casi como un comentario, dos pares de sentencias breves. Parecen afirmaciones contradictorias e incluso en contraste con lo dicho antes: hablan de manifestar y de esconder, de dar y de quitar; están conectadas en el centro por una doble invitación a estar atentos (vv. 23ss).
En la primera pareja, la imagen de la lámpara que debe estar puesta en el candelero está desarrollada por dos antítesis paralelas: lo que está oculto será descubierto, lo secreto será puesto en claro. Por consiguiente, si bien el Reino, de momento, es anunciado a través del velo de las parábolas, pronto saldrá a la luz en su gloria y habrá que anunciar el Evangelio a todo el mundo.
En la segunda pareja se traslada el contraste desde el tema del anuncio al exterior a la condición interna vivida en la comunidad. La imagen de la medida remite a la humildad y a la prohibición de juzgar a los demás; la segunda imagen, más paradójica, se refiere de un modo más abierto a la parábola del sembrador. «El que tenga» corresponde, en efecto, al terreno bueno, al que acoge con fe la Palabra y se compromete a ponerla en práctica.
La estabilidad en el tiempo es fruto de la bendición y objeto de la promesa hecha por el Señor a la casa de David. Mantenerse estable para siempre no significa la gloria terrena o el éxito político de la dinastía reinante; indica más bien la firmeza en la fe y la correspondencia al designio de Dios sobre el destino de su pueblo, y eso es fruto de la gracia.
El pueblo de Israel y el rey, que es a la vez su representante y su guía, no son más que un instrumento en las manos del Señor; sin embargo, el Señor hace de este humilde instrumento el canal de la salvación para todos los seres humanos. Esta será la misión confiada al Mesías, descendiente de David: cumplir la promesa hecha ya al patriarca Abrahán: «Por ti serán benditas todas las naciones de la tierra» (Gn 12,3).
«Haré que tu nombre sea como el de los grandes de la tierra» (2 Sm 7,9), dice el Señor a Israel, su siervo, que se vuelve así «luz para alumbrar a las naciones», lámpara que no es colocada debajo de una vasija de barro, sino en el candelero, para iluminar a todas las naciones de la tierra.
Comentario del Santo Evangelio: (Mc 4,21-25), para nuestros Mayores. ¡Aviso para navegantes!
En este extenso discurso parabólico encontramos dos minúsculas unidades: la primera (vv. 21-23) es una invitación a la comprensión y a la realización del mensaje de Jesús; la segunda (vv. 24s) es una llamada a su importancia capital. El conjunto se podría asemejar a un «aviso para navegantes», a una exhortación acongojada a los que surcan el mar de la historia.
Tras el comienzo «les decía también» —referido al grupo que ya ha gozado antes de una enseñanza suplementaria—, entra ahora en escena la lámpara: «Acaso se trae la lámpara...». El texto original dice de un modo más seco, pero también tal vez más fuertemente alusivo: « ¿Acaso viene una lámpara...?». Podría tratarse de una referencia encubierta al mismo Jesús, que viene como luz (cf. Jn 8,12). La lámpara se ha de colocar en una posición que permita la difusión de la luz. No tiene sentido colocar un lampadario bajo un cubo de madera, bajo un tonel (significado por el «moyo», nombre de una medida de unos 8,7 litros, derivado del recipiente para cereales que contenía la mencionada cantidad) o bajo una mesa. El sentido común requiere que la lámpara sea colocada en una posición elevada y esté puesta en condiciones de difundir su luz. Escribe san Gregorio de Nisa: «El que no pone el candil en el candelero, sino bajo la cama, hace, ciertamente, que la luz se vuelva tiniebla para él».
La imagen sirve para recordar que el anuncio del Reino, cuyo pregonero es Jesús, se ha de proclamar a todos, superando la tentación del club o del pequeño grupo. Podemos leer aquí el deseo de Jesús de llegar a todos: todos deben poder llegar a la fuente de la Buena Noticia. El dicho proverbial del v. 23: « ¡Quien tenga oídos para oír, que oiga!», pone, a continuación, a cada uno ante su propia responsabilidad. Es la invitación a llevar a cabo un esfuerzo de comprensión expresado ya en 4,9, a fin de transformar la Buena Noticia del Reino en vida. No puede haber excusas ni dispensas ventajosas, porque cada uno será juzgado sobre la base de su disponibilidad de acogida y de su buena voluntad, tal como se había dicho un poco más arriba al indicar las diferentes calidades del terreno.
Jesús dirige a los mismos oyentes una segunda invitación. Si antes les había invitado a la comprensión y a la realización, ahora el acento recae en la importancia, en la gravedad. Jesús había declarado que iba a revelar a los suyos «el misterio del Reino de Dios» (4,11). Se trata de un capital inmenso, de una importancia excepcional. Y como tal hay que acogerlo. Esa es la razón por la que es preciso dilatar los espacios de nuestra propia generosidad en la escucha y de nuestro propio compromiso con la concretización. Con el dicho proverbial del v. 25: «Pues al que tenga se le dará, y al que no tenga se le quitará incluso lo que tiene», se nos recuerda que el tiempo de nuestro compromiso no es infinito. Mientras haya tiempo, urge atesorar y capitalizar el gran bien que se nos ha dado, a fin de crecer en la fe y en el amor, y encontrar, después, una recompensa en la eternidad. Con la muerte desaparece cualquier posibilidad de uso y de incremento, y lo que no hayamos sido y no hayamos hecho se nos imputará como culpa, perdiendo toda posibilidad de salvación. La amonestación, expresada a través del modo fuerte del contraste, es una invitación apremiante a que nos demos cuenta de la importancia que tiene la acogida del Reino de Dios: Cristo mismo, en definitiva. Se trata, dicho con otras palabras, de dejarnos provocar por la Palabra y de vivirla.
« ¡Temo al Señor que pasa!», escribió un día san Agustín. Cojamos el pensamiento para trasladar el centro de gravedad de la fe desde el pasado al presente y al futuro. Hemos sido invadidos por la gracia, tenemos el privilegio de haber escuchado la Palabra del Señor, somos testigos de dos mil años de vida cristiana. No podemos dejarnos ofuscar por la grisura de las acciones realizadas sin tensión y sin pálpito. Tenemos la obligación de gritar desde los techos que el Señor vive, de hacer participar a los otros, posiblemente a todos, en el «misterio del Reino de Dios».
Nuestra tarea consiste también en hacer brillar la lámpara en medio de los jóvenes. La esperanza y la reflexión nos enseñan que a los jóvenes no se les puede ofrecer ideales mediocres, propuestas de vida en aparcería, entre la opacidad del bienestar y el obtuso sueño revolucionario de la sobremesa. Más que una espumosa cascada de palabras, podemos ofrecerles el modelo de una vida realizada y fascinante, por estar centrada en Cristo y gastada en favor de los otros. Y puesto que el Evangelio no es un anuncio que se apague, una palabra estancada en quien la recibe, sino que invade la tierra y se hace historia, contagiando a los jóvenes, iniciamos una reacción en cadena. Ellos se convertirán en el testimonio más convincente entre los jóvenes.
La cascada de beneficios realizados se verá también en el hecho de que, ante el crecimiento insolente de la individualidad y a contrapelo de una sociedad con una elevada tasa de subjetividad, podremos intentar construir una comunidad de personas que ponga a Cristo en el centro. Contribuiremos a manifestarlo y, si fuera necesario, lo gritaremos también desde los techos, convencidos de que las ideas tendrán siempre la mejor parte sobre la fuerza de los cánones, dado que éstos, al contrario que aquéllas, tienen un alcance conocido por todos.
De este modo, no deberemos temer al Señor que pasa, porque habremos colaborado en la difusión de su misterio, esparciendo a manos llenas la semilla de nuestro compromiso. Será la medida abundante pedida por Cristo, compensada por la sobreabundancia de la vida eterna.
Comentario del Santo Evangelio:(Mc 4,21-25), de Joven para Joven. ¡Aviso para navegantes!
En este extenso discurso parabólico encontramos dos minúsculas unidades: la primera (vv. 2 1-23) es una invitación a la comprensión y a la realización del mensaje de Jesús; la segunda (w 24s) es una llamada a su importancia capital. El conjunto se podría asemejar a un «aviso para navegantes», a una exhortación acongojada a los que surcan el mar de la historia.
Tras el comienzo «les decía también» —referido al grupo que ya ha gozado antes de una enseñanza suplementaria—, entra ahora en escena la lámpara: «Acaso se trae la lámpara. ... ». El texto original dice de un modo más seco, pero también tal vez más fuertemente alusivo: « ¿Acaso viene una lámpara...?». Podría tratarse de una referencia encubierta al mismo Jesús, que viene como luz (cf. Jn 8,12). La lámpara se ha de colocar en una posición que permita la difusión de la luz. No tiene sentido colocar un lampadario bajo un cubo de madera, bajo un tonel (significado por el «moyo», nombre de una medida de unos 8,7 litros, derivado del recipiente para cereales que contenía la mencionada cantidad) o bajo una mesa. El sentido común requiere que la lámpara sea colocada en una posición elevada y esté puesta en condiciones de difundir su luz. Escribe san Gregorio de Nisa: “El que no pone el candil en el candelero, sino bajo la cama, hace, ciertamente, que la luz se vuelva tiniebla para él”.
La imagen sirve para recordar que el anuncio del Reino, cuyo pregonero es Jesús, se ha de proclamar a todos, superando la tentación del club o del pequeño grupo. Podemos leer aquí el deseo de Jesús de llegar a todos: todos deben poder llegar a la fuente de la Buena Noticia. El dicho proverbial del v. 23: « ¡Quien tenga oídos para oír, que oiga!», pone, a continuación, a cada uno ante su propia responsabilidad. Es la invitación a llevar a cabo un esfuerzo de comprensión expresado ya en 4,9, a fin de transformar la Buena Noticia del Reino en vida. No puede haber excusas ni dispensas ventajosas, porque cada uno será juzgado sobre la base de su disponibilidad de acogida y de su buena voluntad, tal como se había dicho un poco más arriba al indicar las diferentes calidades del terreno.
Jesús dirige a los mismos oyentes una segunda invitación. Si antes les había invitado a la comprensión y a la realización, ahora el acento recae en la importancia, en la gravedad. Jesús había declarado que iba a revelar a los suyos «el misterio del Reino de Dios» (4,11). Se trata de un capital inmenso, de una importancia excepcional. Y como tal hay que acogerlo. Esa es la razón por la que es preciso dilatar los espacios de nuestra propia generosidad en la escucha y de nuestro propio compromiso con la concretización. Con el dicho proverbial del v. 25: «Pues al que tenga se le dará, y al que no tenga se le quitará incluso lo que tiene», se nos recuerda que el tiempo de nuestro compromiso no es infinito. Mientras haya tiempo, urge atesorar y capitalizar el gran bien que se nos ha dado, a fin de crecer en la fe y en el amor, y encontrar, después, una recompensa en la eternidad. Con la muerte desaparece cualquier posibilidad de uso y de incremento, y lo que no hayamos sido y no hayamos hecho se nos imputará como culpa, perdiendo toda posibilidad de salvación. La amonestación, expresada a través del modo fuerte del contraste, es una invitación apremiante a que nos demos cuenta de la importancia que tiene la acogida del Reino de Dios: Cristo mismo, en definitiva. Se trata, dicho con otras palabras, de dejarnos provocar por la Palabra y de vivirla.
« ¡Temo al Señor que pasa!», escribió un día san Agustín. Cojamos el pensamiento para trasladar el centro de gravedad de la fe desde el pasado al presente y al futuro. Hemos sido invadidos por la gracia, tenemos el privilegio de haber escuchado la Palabra del Señor, somos testigos de dos mil años de vida cristiana. No podemos dejarnos ofuscar por la grisura de las acciones realizadas sin tensión y sin pálpito. Tenemos la obligación de gritar desde los techos que el Señor vive, de hacer participar a los otros, posiblemente a todos, en el «misterio del Reino de Dios».
Nuestra tarea consiste también en hacer brillar la lámpara en medio de los jóvenes. La esperanza y la reflexión nos enseñan que a los jóvenes no se les puede ofrecer ideales mediocres, propuestas de vida en aparcería, entre la opacidad del bienestar y el obtuso sueño revolucionario de la sobremesa. Más que una espumosa cascada de palabras, podemos ofrecerles el modelo de una vida realizada y fascinante, por estar centrada en Cristo y gastada en favor de los otros. Y puesto que el Evangelio no es un anuncio que se apague, una palabra estancada en quien la recibe, sino que invade la tierra y se hace historia, contagiando a los jóvenes, iniciamos una reacción en cadena. Ellos se convertirán en el testimonio más convincente entre los jóvenes.
La cascada de beneficios realizados se verá también en el hecho de que, ante el crecimiento insolente de la individualidad y a contrapelo de una sociedad con una elevada tasa de subjetividad, podremos intentar construir una comunidad de personas que ponga a Cristo en el centro. Contribuiremos a manifestarlo y, si fuera necesario, lo gritaremos también desde los techos, convencidos de que las ideas tendrán siempre la mejor parte sobre la fuerza de los cánones, dado que éstos, al contrario que aquéllas, tienen un alcance conocido por todos.
De este modo, no deberemos temer al Señor que pasa, porque habremos colaborado en la difusión de su misterio, esparciendo a manos llenas la semilla de nuestro compromiso. Será la medida abundante pedida por Cristo, compensada por la sobreabundancia de la vida eterna.
Elevación Espiritual para este día.
Dios es autor de todos los bienes, por eso debemos decirle: «Tú das éxito, oh Señor, a todas nuestras empresas» (Is 26,12). Y así es en verdad. Por eso debes atribuirle a El todo bien y nada a ti, considerando que no es «tu fortaleza o el vigor de tus manos» (Dt 8,17) lo que ha obrado lo que tienes, porque es el Señor quien nos ha hecho y no hemos sido nosotros quienes nos hemos hecho (cf. Sal 99,3). Una consideración como ésta destruye la soberbia de todos los que dicen: «Somos nosotros los que hemos vencido, no es el Señor el que ha hecho todo esto» (Dt 32,17). Dice el bienaventurado Bernardo: «Me atrevo a decir que, sin humildad, ni siquiera la virginidad de María hubiera complacido a Dios; por eso es una virtud grande, sin cuya adquisición no hay virtud; más aún, se acaba en la soberbia»
Reflexión Espiritual para el día.
Conocerás, atento lector, que el corazón de nuestro padre, el stárets Isidoro, albergaba un sentido de gran modestia y de profunda sumisión. Hablaba rara vez de sus actos consagrados a la causa divina, y si lo hacía era sólo para la edificación; en general, tendía a mantenerlos escondidos. No se ponía nunca como ejemplo, no hablaba nunca de sí mismo de modo que se pusiera por encima de su interlocutor. Ocultaba su bondad no sólo a los otros, sino también a sí mismo: hacía el bien y era como si no se acordara de ello. En verdad, según las palabras del Señor Jesucristo nuestro Salvador, su mano derecha no sabía lo que hacía la izquierda. Por eso no se tenía nunca en ninguna consideración; más aún, se consideraba una nulidad y estaba convencido, con toda sinceridad, de que no había un hombre peor que él. A veces, el interlocutor de Isidoro, al estar con él, sentía que se le dilataba el corazón de alegría al contemplar esta belleza celestial bajo unos despojos corpóreos; ocurría alguna vez que se escapaba de los labios del interlocutor esta exclamación: «Batiuska, ¡qué bello eres!». Pero el stárets con aire embarazado negaba: « ¿Cómo bello? Soy feo, el último de los hombres».
Isidoro no alimentaba ningún sentido de orgullo. Podía suplicar ante cualquiera, podía incluso estar de rodillas ante cualquiera, a todo el mundo podía besarle la mano, si esto servía para medicar el espíritu. Se sometía sin esfuerzo ni resquebradura. Para Isidoro, no había hombre alguno ante el que pudiera enorgullecerse, por muy insignificante, vil y pecador que fuera. Del mismo modo, por el contrario, no había para él hombre alguno que pudiera inducirle a cambiar, por muy influyente o de rango que éste fuera. Decía todo lo que pensaba ante todos los padres y, sobre todo, ante los hombres importantes. Conocerás, además, lector, que Isidoro no temía a nadie, no buscaba hacerse con los favores de nadie ni nunca olvidaba con nadie su dignidad de hombre; se sentía siempre dueño de sí, libre, sometiéndose únicamente a la voluntad divina
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 7, 18-19. 24-29. Respuesta de David.
La primera parte de 2Sam 7 está jalonada por promesas que afectan a David, a su dinastía y al pueblo entero. En la segunda parte (vv. 18-19) toma la palabra el rey y pronuncia una oración, mitad alabanza y mitad acción de gracias.
La oración de David carece de originalidad. Es reiterativa y está llena de redundancias. La palabra «casa», por ejemplo, se lee siete veces; otras siete veces encontramos la expresión “Adonai Yavé”; diez veces se presenta David como «tu servidor»; seis veces se repite el verbo «hablar» y tres el sustantivo «palabra»; finalmente la expresión «para siempre» aparece cinco veces.
Esta estadística puede parecer un poco fría, pero por una parte es bien significativa respecto de la monotonía de la oración, y por otra señala sus ideas principales. Posiblemente el más acentuado sea el concepto de «palabra», una palabra que es la promesa hecha por Dios a David a través de Natán; palabra eficaz y fuente de esperanza en los momentos críticos de la historia. El tono de la oración lo determinan los apelativos del “Señor” y «siervo», que reciben Dios y David respectivamente.
¿Quién soy yo, mi Señor, y qué es mi familia, para que e hayas hecho llegar hasta aquí? Estos sentimientos de humildad y gratitud los encontramos en casi todos los relatos vocacionales: «Dijo Moisés a Dios: ¿Quién soy yo para ir al faraón y sacar de Egipto a los hijos de Israel? »
(Ex 3, 11). «Perdón, Señor mío, ¿cómo voy a salvar yo a Israel? Mi clan es el más pobre de Manasés y yo el último en la casa de mi padre» (Jue 6, 15). «Yo dije: ¡Ah, Señor Yavé! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho» (Jer 1, 6).
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