31 de enero de 2010. DOMINGO. CUARTA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. (Ciclo C ). 4ª semana del Salterio. SS. Juan Bosco Pb, Ciro y Juan mrs, Marcela vd, Waldo ob.
LITURGIA DE LA PALABRA
Jr 1,4-5.17-19: Te nombré profeta de los gentiles
Salmo 70: Mi boca contará tu salvación, Señor.
1Cor 12,31 - 13,13: Quedan la fe, la esperanza, el amor; la más grande es el amor
Lc 4, 21-30: Médico, sánate a ti mismo
El texto de Jeremías tiene dos partes, la primera (vv. 4-5) se refiere a su vocación, y la segunda (vv. 17-19) a su envío profético. El llamado de Jeremías está marcado desde el inicio por la palabra: “me llegó una palabra de Yahvé”. El profeta es llamado por la palabra para ser palabra de Dios en medio de su pueblo. La palabra lo conoce desde antes de su nacimiento, lo que significa una intimidad profunda de Dios con el profeta. La palabra lo consagra, es decir, Dios se lo reserva para sí, desde antes de nacer. Conocer y consagrar son el marco para la misión de Jeremías: ser profeta de las naciones.
A partir del v. 17 Jeremías se convierte en palabra de Dios ambulante. Debe decir en público lo que Dios le mande. Pero decir la verdad siempre ha sido problemático y peligroso porque se tocan los intereses de muchas personas y de las estructuras sociales. Por esto Dios se anticipa a decirle que no tenga miedo de enfrentarlos. El temor no es ajeno a la vocación profética; lo importante es no abandonar la vocación porque entonces sería Dios el que podría asustarnos, es decir, dejar de llamarnos, de elegirnos y de consagrarnos, dejar de confiar en nosotros, y ¿qué susto peor puede recibir un profeta?
La promesa de Dios no plantea su intervención para salvar al profeta en tiempos difíciles, sino que a él, personalmente, lo fortalecerá internamente como un “pilar de hierro”, y externamente lo consolidará como una “muralla de bronce”. La palabra será su fuerza en su lucha contra las autoridades (reyes, ministros, sacerdotes y propietarios), que han olvidado la alianza de Yahvé, oprimiendo y marginando a su propio pueblo. La fortaleza también la encuentra el profeta en la obediencia a la palabra que recibe y anuncia. Esto le asegura la compañía permanente de Yahvé.
Este bello canto al amor, tiene como contexto global la discusión de los corintios en torno a los carismas. Con el texto de hoy, Pablo afirma categóricamente que el único “carisma” absoluto es el del amor. El amor al que se refiere el autor no es el amor helenista (eros), sino el amor cristiano (ágape), que es un amor que se recibe, se entrega, se sirve y hasta da la vida por los hermanos. Sin amor, no tiene sentido ni el mejor de los carismas, sin amor, la palabra profética queda en el vacío, sin amor el amor de Dios pasa de largo en nuestras vidas.
Podemos dividir el canto en tres partes. En la primera parte (vv. 1-3) se enumeran una serie de carismas que no son nada si falta el amor. En la segunda parte (vv. 4-7) se enumeran quince características del amor cristiano. Siete se plantean de forma positiva y ocho de forma negativa. En la tercera parte (vv. 8-13) Pablo termina su canto reafirmando la eternidad del amor. El amor, que puede cambiarlo todo, es el único que no cambiará, que será el mismo eternamente. Entre la fe, la esperanza y el amor, este último es el mayor, quedando clara, para los corintios y para los cristianos de todos los tiempos, la superioridad del amor sobre cualquier otro carisma.
El domingo pasado, después de la lectura que hizo Jesús del profeta Isaías, el evangelio terminaba diciendo que “todos los presentes tenían fijos los ojos en él”. El evangelio de hoy continúa la escena, que recordemos se desarrolla en la sinagoga de Nazaret. Jesús dice que en él se cumplen las palabras de Isaías, es decir, que es el ungido (Mesías) para anunciar la Buena Noticia a los pobres y oprimidos... y el año de gracia del Señor.
Los vv. 22-30 los podemos dividir así: v.22: la reacción de la gente; vv. 23-27: la respuesta de Jesús; vv. 28-29: indignación e intentos de matar a Jesús por parte de los nazarenos; vv. 30: Jesús continúa su camino.
Es interesante constatar el contraste entre la reacción de la gente en el v. 22 y la de los versículos 28-29. Inicialmente los de su pueblo aprobaban, y se admiraban de su paisano, pero no alcanzaban a ver en Jesús la gracia de Dios que salía de sus labios, ni al profeta anunciado por Isaías, sino simplemente al Jesús hijo de José. Jesús percibe que sus paisanos no están interesados en sus palabras sino en sus hechos, les interesa ante todo un espectáculo milagrero, que cure los enfermos del pueblo y basta. Jesús les responde con otro refrán: “ningún profeta es bien recibido en su patria”, dejando claro que en Nazaret no hará ningún milagro.
Entre los vv. 25-27 Jesús acude al AT para explicar su situación. El verdadero profeta no se deja acaparar ni mucho menos presionar para satisfacer a un auditorio interesado sólo en el espectáculo o en intereses individuales, aunque sean los de la familia o su propio pueblo. El profeta es libre y se debe a la palabra de Dios. La historia de Elías y Eliseo recuerda a los nazaretanos cómo éstos tuvieron que irse a tierra de paganos porque su propio pueblo no quería escucharlos. La característica de la mujer de Sarepta es su confianza en Dios, confiando su vida y la de su propio hijo en un extraño como Elías; y característico del sirio Naamán es que depone su orgullo y soberbia nacionalistas ante las palabras de Eliseo. La misma Iglesia reconocerá en este texto su misión de anunciar la Buena Noticia a los más alejados, es decir, que la Palabra echa sus primeras raíces en las personas y en las familias, pero ése no es su destino final; tiene que ser una palabra que busque siempre el camino de los más alejados y necesitados.
Las palabras finales de Jesús enfurecen a los presentes e intentan arrojar a Jesús por un barranco en las afueras del pueblo. Es curioso cómo los pobres de Nazaret, sujetos preferenciales del Anuncio de la Buena Nueva, se convierten en sujetos de odio y de muerte, despreciando la palabra presente en su tierra. Pero la palabra no puede morir, y Jesús continúa su camino misionero al servicio de los pobres, marginados y excluidos, con una palabra de vida, aunque amenazada siempre de muerte por quienes hacen de su vida una mala noticia de egoísmo y muerte.
PRIMERA LECTURA.
Jeremías 1, 4-5. 17-19
Te nombré profeta de los gentiles En los días de Josías, recibí esta palabra del Señor: "Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré:
te nombré profeta de los gentiles.
Tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando.
LITURGIA DE LA PALABRA
Jr 1,4-5.17-19: Te nombré profeta de los gentiles
Salmo 70: Mi boca contará tu salvación, Señor.
1Cor 12,31 - 13,13: Quedan la fe, la esperanza, el amor; la más grande es el amor
Lc 4, 21-30: Médico, sánate a ti mismo
El texto de Jeremías tiene dos partes, la primera (vv. 4-5) se refiere a su vocación, y la segunda (vv. 17-19) a su envío profético. El llamado de Jeremías está marcado desde el inicio por la palabra: “me llegó una palabra de Yahvé”. El profeta es llamado por la palabra para ser palabra de Dios en medio de su pueblo. La palabra lo conoce desde antes de su nacimiento, lo que significa una intimidad profunda de Dios con el profeta. La palabra lo consagra, es decir, Dios se lo reserva para sí, desde antes de nacer. Conocer y consagrar son el marco para la misión de Jeremías: ser profeta de las naciones.
A partir del v. 17 Jeremías se convierte en palabra de Dios ambulante. Debe decir en público lo que Dios le mande. Pero decir la verdad siempre ha sido problemático y peligroso porque se tocan los intereses de muchas personas y de las estructuras sociales. Por esto Dios se anticipa a decirle que no tenga miedo de enfrentarlos. El temor no es ajeno a la vocación profética; lo importante es no abandonar la vocación porque entonces sería Dios el que podría asustarnos, es decir, dejar de llamarnos, de elegirnos y de consagrarnos, dejar de confiar en nosotros, y ¿qué susto peor puede recibir un profeta?
La promesa de Dios no plantea su intervención para salvar al profeta en tiempos difíciles, sino que a él, personalmente, lo fortalecerá internamente como un “pilar de hierro”, y externamente lo consolidará como una “muralla de bronce”. La palabra será su fuerza en su lucha contra las autoridades (reyes, ministros, sacerdotes y propietarios), que han olvidado la alianza de Yahvé, oprimiendo y marginando a su propio pueblo. La fortaleza también la encuentra el profeta en la obediencia a la palabra que recibe y anuncia. Esto le asegura la compañía permanente de Yahvé.
Este bello canto al amor, tiene como contexto global la discusión de los corintios en torno a los carismas. Con el texto de hoy, Pablo afirma categóricamente que el único “carisma” absoluto es el del amor. El amor al que se refiere el autor no es el amor helenista (eros), sino el amor cristiano (ágape), que es un amor que se recibe, se entrega, se sirve y hasta da la vida por los hermanos. Sin amor, no tiene sentido ni el mejor de los carismas, sin amor, la palabra profética queda en el vacío, sin amor el amor de Dios pasa de largo en nuestras vidas.
Podemos dividir el canto en tres partes. En la primera parte (vv. 1-3) se enumeran una serie de carismas que no son nada si falta el amor. En la segunda parte (vv. 4-7) se enumeran quince características del amor cristiano. Siete se plantean de forma positiva y ocho de forma negativa. En la tercera parte (vv. 8-13) Pablo termina su canto reafirmando la eternidad del amor. El amor, que puede cambiarlo todo, es el único que no cambiará, que será el mismo eternamente. Entre la fe, la esperanza y el amor, este último es el mayor, quedando clara, para los corintios y para los cristianos de todos los tiempos, la superioridad del amor sobre cualquier otro carisma.
El domingo pasado, después de la lectura que hizo Jesús del profeta Isaías, el evangelio terminaba diciendo que “todos los presentes tenían fijos los ojos en él”. El evangelio de hoy continúa la escena, que recordemos se desarrolla en la sinagoga de Nazaret. Jesús dice que en él se cumplen las palabras de Isaías, es decir, que es el ungido (Mesías) para anunciar la Buena Noticia a los pobres y oprimidos... y el año de gracia del Señor.
Los vv. 22-30 los podemos dividir así: v.22: la reacción de la gente; vv. 23-27: la respuesta de Jesús; vv. 28-29: indignación e intentos de matar a Jesús por parte de los nazarenos; vv. 30: Jesús continúa su camino.
Es interesante constatar el contraste entre la reacción de la gente en el v. 22 y la de los versículos 28-29. Inicialmente los de su pueblo aprobaban, y se admiraban de su paisano, pero no alcanzaban a ver en Jesús la gracia de Dios que salía de sus labios, ni al profeta anunciado por Isaías, sino simplemente al Jesús hijo de José. Jesús percibe que sus paisanos no están interesados en sus palabras sino en sus hechos, les interesa ante todo un espectáculo milagrero, que cure los enfermos del pueblo y basta. Jesús les responde con otro refrán: “ningún profeta es bien recibido en su patria”, dejando claro que en Nazaret no hará ningún milagro.
Entre los vv. 25-27 Jesús acude al AT para explicar su situación. El verdadero profeta no se deja acaparar ni mucho menos presionar para satisfacer a un auditorio interesado sólo en el espectáculo o en intereses individuales, aunque sean los de la familia o su propio pueblo. El profeta es libre y se debe a la palabra de Dios. La historia de Elías y Eliseo recuerda a los nazaretanos cómo éstos tuvieron que irse a tierra de paganos porque su propio pueblo no quería escucharlos. La característica de la mujer de Sarepta es su confianza en Dios, confiando su vida y la de su propio hijo en un extraño como Elías; y característico del sirio Naamán es que depone su orgullo y soberbia nacionalistas ante las palabras de Eliseo. La misma Iglesia reconocerá en este texto su misión de anunciar la Buena Noticia a los más alejados, es decir, que la Palabra echa sus primeras raíces en las personas y en las familias, pero ése no es su destino final; tiene que ser una palabra que busque siempre el camino de los más alejados y necesitados.
Las palabras finales de Jesús enfurecen a los presentes e intentan arrojar a Jesús por un barranco en las afueras del pueblo. Es curioso cómo los pobres de Nazaret, sujetos preferenciales del Anuncio de la Buena Nueva, se convierten en sujetos de odio y de muerte, despreciando la palabra presente en su tierra. Pero la palabra no puede morir, y Jesús continúa su camino misionero al servicio de los pobres, marginados y excluidos, con una palabra de vida, aunque amenazada siempre de muerte por quienes hacen de su vida una mala noticia de egoísmo y muerte.
PRIMERA LECTURA.
Jeremías 1, 4-5. 17-19
Te nombré profeta de los gentiles En los días de Josías, recibí esta palabra del Señor: "Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré:
te nombré profeta de los gentiles.
Tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te mando.
No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos.
Mira; yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país:
frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo.
Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte." Oráculo del Señor.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 70
R/.Mi boca contará tu salvación, Señor. A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre; tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, inclina a mí tu oído, y sálvame. R.
Sé tú mi roca de refugio, el alcázar donde me salve, porque mi peña y mi alcázar eres tú, Dios mío, líbrame de la mano perversa. R.
Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba en ti, en el seno tú me sostenías. R.,
Mi boca contará tu auxilio, y todo el día tu salvación. Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas. R.
SEGUNDA LECTURA.
1Corintios 12, 31-13, 13
Quedan la fe, la esperanza, el amor; la más grande es el amor Hermanos: Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional.
Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden.
Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y todo el saber, podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada.
Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve.
El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites.
El amor no pasa nunca.
¿El don de profecía?, se acabará. ¿El don de lenguas?, enmudecerá. ¿El saber?, se acabará.
Porque limitado es nuestro saber y limitada es nuestra profecía; pero, cuando venga lo perfecto, lo limitado se acabará.
Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre acabé con las cosas de niño.
Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es por ahora limitado; entonces podré conocer como Dios me conoce.
En una palabra: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es el amor.
Palabra de Dios.
SANTO EVANGELIO.
Lucas 4, 21-30
Jesús, como Elías y Eliseo, no es enviado sólo a los judíos En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír."
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios.
Y decían: "¿No es éste el hijo de José?"
Y Jesús les dijo: "Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún."
Y añadió: "Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, mas que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, mas que Naamán, el sirio."
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
Palabra del Señor.
Mira; yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el país:
frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo.
Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte." Oráculo del Señor.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 70
R/.Mi boca contará tu salvación, Señor. A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre; tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, inclina a mí tu oído, y sálvame. R.
Sé tú mi roca de refugio, el alcázar donde me salve, porque mi peña y mi alcázar eres tú, Dios mío, líbrame de la mano perversa. R.
Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba en ti, en el seno tú me sostenías. R.,
Mi boca contará tu auxilio, y todo el día tu salvación. Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas. R.
SEGUNDA LECTURA.
1Corintios 12, 31-13, 13
Quedan la fe, la esperanza, el amor; la más grande es el amor Hermanos: Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional.
Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden.
Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y todo el saber, podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada.
Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve.
El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites.
El amor no pasa nunca.
¿El don de profecía?, se acabará. ¿El don de lenguas?, enmudecerá. ¿El saber?, se acabará.
Porque limitado es nuestro saber y limitada es nuestra profecía; pero, cuando venga lo perfecto, lo limitado se acabará.
Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre acabé con las cosas de niño.
Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es por ahora limitado; entonces podré conocer como Dios me conoce.
En una palabra: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es el amor.
Palabra de Dios.
SANTO EVANGELIO.
Lucas 4, 21-30
Jesús, como Elías y Eliseo, no es enviado sólo a los judíos En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír."
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios.
Y decían: "¿No es éste el hijo de José?"
Y Jesús les dijo: "Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún."
Y añadió: "Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, mas que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, mas que Naamán, el sirio."
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera Lectura: Jeremías 1,4-5.17-19 La vocación de Jeremías para ser profeta de Israel tuvo lugar en el momento trágico en que comenzaba la caída del reino de Judá. Tuvo la ingrata tarea de acusar al pueblo, que vivía sumido en la decadencia moral y religiosa, y de ahí que la vida del profeta fuera una continua lucha contra los poderosos de Israel. Los vv. 4ss nos presentan al hombre Jeremías, elegido y destinado para una tarea bien precisa: ser «profeta de las naciones». Ahora bien, si para esta misión Dios le pide al profeta valor (v. 17), también le garantiza a su elegido el apoyo y la certeza necesarios para resistir las mentiras y las pruebas dolorosas con la fuerza de su proximidad (v. 19). El Señor le exige a Jeremías que tenga una obediencia plena, así como disponibilidad y confianza en él; de lo contrario, el profeta se expondrá a la humillación y al miedo delante de sus enemigos.
La vocación del profeta Jeremías, a diferencia de la de Isaías y Ezequiel, tiene un elemento inconfundible y típico. Este elemento es el destino de la persona a una tarea grande desde el mismo momento de su concepción, aunque después no aflore en todas las circunstancias de su vida. Este destino comporta para el elegido una constante y progresiva intimidad con Dios, que implica en sí misma momentos trágicos de abandono y persecución por parte de los hombres. La fuerza de la vocación del profeta, a pesar del ambiente de hostilidad religiosa y de abandono social, residirá sólo en la promesa de Dios: «Yo estoy contigo para librarte» (v. 19).
Comentario del Salmo 70 Es un salmo de súplica individual. Alguien, que tiene que enfrentarse con un conflicto mortal, se encuentra sin fuerzas y, por eso, recurre a Dios, con la esperanza de no quedar defraudado. Son muchas las peticiones que encontramos: “sálvame”, “libérame”, «inclina tu oído» (2), etc. En medio de esta situación, esta persona se acoge al Señor (1), espera en Dios (14) y promete ensalzarlo (22-24a).
Resulta difícil proponer una estructura plenamente satisfactoria, pues esta oración mezcla la súplica con los recuerdos y las promesas. Podemos dividirla en dos partes: 1-13a; 13b-24. Las dos empiezan y terminan con la cuestión de la vergüenza. Hay investigadores que ven una especie de estribillo en 1.13.24b, lo que obligaría a dividir el salmo de una forma distinta. En la primera parte (1-13a) el salmista hace varias cosas: comienza afirmando que se acoge al Señor (1) y por eso expone una serie de peticiones (2-3); habla de sus enemigos (4.10-11) y recuerda algunas de las etapas de su vida (antes de nacer, juventud y ancianidad, 5-6.9). La dimensión temporal está presente: siempre ha confiado en Dios (6), todo el día lo alaba (8) y espera no quedar avergonzado jamás (1). Se concede mucha importancia a las partes del cuerpo como instrumentos de opresión (mano, puño, 4), de escucha (oído, 2), de alabanza (boca, 8). Llama la atención lo que se dice en el versículo 6: entre esta persona y Dios había una «alianza» anterior al nacimiento de la primera pues, ya en el seno materno, el nascituro se apoyaba en Dios, y el Señor lo sostenía. Podríamos resumir esta primera parte titulándola «los conflictos en la tercera edad». Es intensa la presencia de los enemigos; también son fuertes sus proyectos contra el justo.
«La esperanza de la tercera edad», este podría ser el título de la segunda parte (13b-24). El autor vuelve a hablar de la época de su juventud y del momento en que vive (17-18); promete muchas cosas, entre otras, que volverá a tocar para Dios (22); retorna el tema de los conflictos (20); nos dice algo de su anterior posición social (21), Mientras que en la primera parte (6) recordaba el seno materno como su morada antes de nacer, en la segunda menciona el seno de la tierra, una intensa imagen empleada para hablar de su situación al borde de la muerte (20b). También en esta parte se valora el cuerpo corno instrumento de liberación (18b) y de alabanza (19.23.24a).
Este salmo surgió a partir de los conflictos con los que tuvo que enfrentarse una persona anciana. Parece ser que el sufrimiento constituía su pan cotidiano. Se puede decir que lo suyo era un «milagro» (7). En la segunda parte, todo esto se le atribuye a Dios. Probablemente se trataba de una persona con una posición social elevada. Esto es lo que podemos imaginar a partir de la expresión: «Aumentarás mi grandeza, y de nuevo me consolarás» (21). La grandeza nos sugiere una situación pasada que se ha perdido y que el salmista pretende recuperar con creces.
¿Qué es lo que habría pasado? El salmista siempre confió en Dios, incluso en momentos inimaginables, como cuando estaba en el seno materno (6). Pero ahora esta esperanza está a punto de desvanecerse, pues ya se siente en el seno de la tierra. Podría decirse que ya «tiene un pie en la tumba». ¿Por qué? El salmo habla de la «mano del malvado» y del «puño del criminal y del violento». También menciona a los enemigos, que hablan mal del fiel, de los que vigilan su vida y hacen planes (10); hay quienes persiguen la vida de este anciano y tratan de hacerle daño (13.24b).
El salmista se siente viejo, está sin fuerzas (9), su pelo está canoso (18) y tiene miedo de que Dios lo abandone y acabe sumido en la vergüenza (1) y la confusión. Si Dios no interviene inmediatamente, la confianza de este anciano va a caer en picado. Su vida no será más que confusión y vergüenza.
Los malvados lo persiguen, afirmando que Dios no se preocupa por los viejos que le permanecen fieles. Debe resultar muy duro para una persona mayor, que ha confiado en Dios toda su vida, escuchar estas cosas de quienes quieren verlo muerto: «Dios lo ha abandonado. “¡Podéis perseguirlo y agarrarlo, que nadie lo salvará!” (11).
Así pues, este es el salmo de una persona anciana víctima de los malvados, criminales y violentos que atentan contra su vida. Una persona vieja y sin fuerzas (9) contra un grupo de poderosos bien organizados que traman planes y vigilan la vida del justo para acabar con ella (10).
Este anciano no tiene a quién recurrir fuera de Dios. Suplica, confía, promete. Promete diversas cosas, entre otras, vivir todo el día (8.15.24a) alabando la justicia de Dios, ensalzarlo con el arpa y con la cítara (22), lo que indica que sabía manejar estos instrumentos. La promesa más importante consiste en contar las proezas del Señor, describir su brazo y anunciar sus maravillas a muchachos y jóvenes, a la siguiente generación (16-18). Como anciano que es, juega un importante papel pedagógico y catequético: educar en la confianza en el Dios que escucha, libera y hace justicia. Pero, para ello, el Señor tiene que responder e intervenir sin tardanza. En caso contrario, la vida de este hombre será pura confusión, vergüenza, muerte...
Son muchos los detalles que, en este salmo, componen un rostro extraordinario de Dios. A lo largo de su vida, este anciano ha confiado siempre en el Señor y, si ahora suplica, es porque sigue confiando en el aliado que nunca falla. También resulta interesante constatar la existencia de esta alianza desde el seno materno (6). Los versículos iniciales (2-3) presentan a Dios con las imágenes tradicionales de roca de refugio y alcázar o ciudad fortificada. Son signos de la confianza inquebrantable en el compañero de alianza y en el amigo fiel.
Una pregunta, planteada por el salmista, nos muestra quién es Dios: « ¿Quién como tú?» (19b). El es el único que salva y que libera, como hiciera antaño en Egipto. La experiencia del éxodo es el motor que impulsa a este anciano a confiar, pedir, esperar y celebrar. El salmo fuerza la intervención de Dios. Si no escucha el clamor de este anciano, los malvados, criminales y violentos tendrán razón cuando dicen: «Dios lo ha abandonado. Podéis perseguirlo y agarrarlo, que nadie lo salvará» (11). En este salmo, Dios recibe diferentes nombres que dan a entender que se mantiene fiel a lo largo de todo el camino del pueblo de Dios.
Como ya hemos visto a propósito de otros salmos de súplica, Jesús escuchó todos los clamores y no defraudó a quienes habían depositado en él su confianza. Salvó todas las vidas que corrían peligro, venciendo incluso al mayor de los enemigos, la muerte.
Las situaciones que se han presentado al comentar otros salmos de súplica individual, también sirven aquí. Pero el salmo 71 brilla con luz propia, pues es la oración de la ancianidad con sus dificultades, conflictos, necesidades y, sobre todo, sus deseos de colaborar en la construcción de una sociedad más humana. El anciano de este salmo tiene una experiencia de la vida por transmitir. Por desgracia, nuestra sociedad valora poco el papel de la tercera edad, sin permitirle comunicar toda su sabiduría a propósito de la vida.
Comentario de la Segunda lectura: 1 Corintios 12,31—13,13. La Iglesia de Corinto supuso para Pablo motivo de muchas preocupaciones. Sin embargo, el pensamiento con el que el apóstol educó a los miembros de la comunidad cristiana ante los muchos problemas de la vida a los que tuvo que hacer frente se puede resumir en pocas palabras: fue testigo del amor de Cristo por todos. Y a los corintios, que aspiran a los carismas más llamativos y visibles, Pablo les responde enseñándoles el camino mejor, el del gran carisma del agapé.
El elemento más vigoroso de este himno paulino al amor consiste, efectivamente, en el hecho de relativizar todo tipo estructural de ascetismo o de método espiritual, aunque sean válidos. Así, con este texto, nos conduce al corazón del mensaje cristiano, que es el mandamiento del amor a Dios y a los hermanos. Este camino es el único que puede conducir a la humanidad a la civilización del amor sin fronteras. El cristiano, que se siente llamado a esta misión y vive este amor, posee el carisma más elevado, el que conduce a la vida verdadera y a la experiencia del Dios-amor. Este amor es un don que supera a todos los otros dones o carismas. Y Pablo califica bien en el fragmento que hemos leído lo que entiende por amor: no es el eros, es decir, el amor posesivo, sino la caridad, esto es, el amor que se entrega y no se pertenece.
Comentario del Santo Evangelio: Lucas 4,21-30 Nos encontramos frente al discurso programático que pronuncia Jesús sobre la salvación siguiendo la estela de los grandes profetas de Israel: “Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar” (v. 21). Sin embargo, cuando Jesús proclama que hoy se cumple la Escritura, lo que anuncia en realidad es que ha llegado el espíritu de la liberación definitiva, en el que él se revela como aquel en quien se cumplen todas las profecías siguiendo el plan de Dios. La Palabra de liberación revelada por Jesús no suscita entusiasmo, sino escepticismo y oposición por parte de sus conciudadanos. Estos hubieran preferido no el anuncio de una liberación y la invitación a la conversión para una vida nueva, sino ver pruebas concretas de su poder a través de milagros y signos estrepitosos.
Jesús responde a los suyos, que lo reconocen como «el hijo de José», con el ejemplo de los antiguos profetas: del mismo modo que a Elías y Eliseo no se les concedió que sus paisanos vieran por medio de ellos grandes gestas, tampoco Jesús concede a los suyos ver grandes milagros y signos. La verdad que anuncia Jesús es otra: llevar la liberación a los prisioneros, a los pobres y a los oprimidos de este mundo, y llevar la «alegre noticia» que culmina con el don de su vida, entregada por amor a toda la humanidad. Jesús no busca su propio interés humano, como hacen a menudo los hombres, sino que lleva a cada hombre, con su misión, la verdadera libertad y el Espíritu de vida que tiene su fuente en Dios.
La primera lectura y el evangelio de hoy nos llevan a meditar sobre la función profética de Jesucristo y sobre la nuestra. Jesús, como atestiguan más de una vez los evangelios, fue considerado como un profeta por la muchedumbre (Mt 21,11-45; Lc 7,16; 24,19; Jn 4,19; 6,14; 7,40; 9,17). Y lo fue verdaderamente en el sentido más cabal del término. Como los profetas del Antiguo Testamento, pero mucho más que ellos, llevó al mundo la Palabra de Dios. Más aún, él mismo era la Palabra de Dios en persona presente en el mundo (Jn 1,1-14). Por medio de él, a través de sus palabras y sus acciones, el Dios vivo y santo se dio a conocer a sí mismo y dio a conocer su magno designio de salvación en favor de la humanidad. Sobre todo, se dio a conocer como Amor (1 Jn 4,8.16), un amor sin límites, que poseía de una manera inimaginable todas las características descritas por Pablo en su himno de la primera Carta a los Corintios, que hemos leído.
El Concilio Vaticano II, que ha renovado de manera profunda la conciencia eclesial, ha querido poner de relieve insistentemente la participación de todos los miembros de la Iglesia, sin excepción, en la función profética de Jesús (Lumen gentium, 12 y 33). Por consiguiente, todos estamos llamados a comunicar la Palabra de Dios al mundo. Una Palabra que haga presente su Amor en medio de los hombres y de las mujeres de nuestro mundo, ya sea animándoles en su compromiso en favor del bien de los otros, ya sea haciéndoles tomar conciencia de sus desviaciones y de sus repliegues egoístas.
Sin embargo, no resulta fácil ser profeta. La experiencia de Jesús, transmitida también por el evangelio de hoy, nos lo hace tocar con la mano. La palabra de Dios es «más cortante que una espada de doble filo» (Heb 4,12). En consecuencia, puede molestar a quien no esté dispuesto a acogerla. Las reacciones contrarias pueden hacerse notar e incluso hacerlo de modo violento. El profeta Jesús terminó, efectivamente, en la cruz. Sólo el amor, que debe llenar el corazón de todo verdadero profeta, puede superarlas, como Jesús las superó.
Comentario del Santo Evangelio: (Lc 4,21-30), para nuestros Mayores. Jesús prosigue su camino. En el evangelio de hoy se nos da a conocer el modo en que concluye la aparición de Jesús en su ciudad. Había leído a sus paisanos el pasaje de Is 6 1,1-2 y les había explicado que, en aquel preciso momento, ellos estaban experimentando el cumplimiento de aquella palabra de Dios. El que había sido colmado por Dios con su Espíritu y el que Dios había decidido enviarles está ante ellos, anunciándoles el reino de Dios y un año de gracia del Señor. Los paisanos de Jesús pueden saber que Dios se dirige a su pueblo de un modo particular y que ellos están invitados a creer y a escuchar en adelante a aquel por quien Dios los interpela. Lo que Jesús les dice tiene un carácter programático y ejemplar; vale para todos aquellos a quienes Dios lo ha enviado y para todos a quienes él se dirige.
La reacción de los habitantes de Nazaret tiene dos aspectos. Por una parte, quedan impresionados ante la aparición de Jesús; aprueban a Jesús y se maravillan de las palabras de gracia que escuchan de él. Por otra parte, con su pregunta retórica —« ¿No es este el hijo de José?»— piensan en su conocimiento previo de Jesús, que ha vivido tan modestamente entre ellos. Aunque no lo dicen de manera explícita, detrás de esta doble reacción se esconde la pregunta: ¿Cómo puede ser ese singular mensajero de Dios el que ha vivido tantos años entre nosotros de un modo tan sencillo? ¿Cómo podemos creer esto? Planteada de diversas formas y por personas diversas, esta pregunta acompaña todo el camino de Jesús. Por ejemplo: ¿Cómo puede ser el Mesías de Dios el que ha sido rechazado y crucificado? La mayor inclinación de Dios hacia el hombre, la Encarnación de su Hijo, se convierte en el mayor desafío. No se acomoda a la imagen que los hombres tienen de Dios y de su manera de obrar. Estos se encuentran ante una alternativa: o acogen al mensajero de Dios tal como es, cambiando su imagen de Dios, o permanecen con su imagen de Dios, rechazando a su mensajero. De los paisanos de Jesús no se dice que, ante su anuncio, hayan alabado a Dios (cf. 2,20; 5,26; 7,16) o le hayan dado gracias. Con sus posteriores palabras, Jesús pone claramente de manifiesto su rechazo. A la larga exposición de Jesús (4,23-27) sigue la reacción rabiosa de sus oyentes (4,28- 29) y el alejamiento de Jesús (4,30).
La primera afirmación de Jesús (4,23) anticipa los pensamientos de sus paisanos y desvela sus deseos. En Nazaret, Jesús ha hecho una solemne y singular declaración (4,16-21). Todo era palabra; faltaba todo género de confirmación por medio de las obras. En Cafarnaún, sin embargo, como se hace saber (cf. 4,14-15.31-41), él ha realizado ya obras de poder. Esto parece justificar para ellos su pretensión, expresada primero con un proverbio y, después, con palabras explícitas. Ellos quieren que Jesús haga las mismas obras en su ciudad. No quieren escuchar sin más el anuncio del Enviado de Dios, sino que ponen condiciones y le prescriben lo que ha de hacer. Más adelante también se le pedirán a Jesús signos de confirmación 11,16.29).
A su pretensión responde Jesús primero con el proverbio: «Ningún profeta es bien mirado en su tierra» (4,24). Así pues, si sus paisanos le rechazan, este rechazo no pone en entredicho su misión, sino que la confirma. El hecho de que Jesús sea un verdadero profeta no depende de su aprobación. El no necesita someterse a sus exigencias ni buscar su reconocimiento.
Jesús habla entonces expresamente de Elías y de Eliseo. Ambos han sido para el pueblo de Israel grandes y auténticos profetas. Sin embargo, Dios envió a Elías no a una viuda israelita, sino a una pagana, para preservarla con un milagro de la muerte a causa del hambre (1Re 17,8-16). Y Eliseo no curó a un leproso israelita, sino a Naamán, el sirio (2Re 5,1-19). Con estos ejemplos Jesús no pretende decir en absoluto que Dios no le ha enviado a su ciudad y al pueblo de Israel. El está profundamente arraigado en Nazaret, donde ha vivido hasta ahora y ha participado cada sábado en las funciones de la sinagoga (4,16). Además, se ha dirigido precisamente a sus paisanos para anunciarles el momento de gracia y hacerles saber que Dios lleva a cumplimiento su promesa (4,17-21). Pero con los dos ejemplos Jesús expresa dos cosas: 1) No acepta exigencias de parte de nadie, ni siquiera de sus paisanos; se somete sólo a Dios y cumple su obra tal como Dios le ordena. Así se comporta en todo su camino, a lo largo del cual le acompañan también conflictos que esconden pretensiones e ideas fijas de sus oyentes y que le conducen finalmente a la muerte violenta. 2) Aunque Dios le haya enviado al pueblo de Israel, el horizonte de su misión está abierto y no excluye a los paganos. El mismo tiene ya mucho que ver con paganos. Admira al centurión pagano de Cafarnaún por su fe (7,1-10; cf. noveno domingo del Tiempo Ordinario). El endemoniado de Gerasa es un pagano que se ve liberado del demonio por obra de Jesús (8,26-39). Lo que Jesús anuncia para cuando el reino de Dios llegue a plenitud no tiene ningún límite: «Vendrán de oriente y de occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios» (13,29). El Resucitado dirá expresamente a sus discípulos que su anuncio debe dirigirse a todos los pueblos (24,47).
Los oyentes muestran de múltiples modos su radical rechazo de Jesús. Se ponen furiosos, empujan a Jesús fuera de la ciudad y quieren matarlo. No están dispuestos a seguir a un profeta que pide ser acogido tal como él mismo se presenta y hacen oídos sordos a sus exigencias. Su furor revela su profundo y encarnizado rechazo, expresado después en su comportamiento. No hay ya lugar para Jesús en medio de ellos.
Consiguientemente, lo empujan fuera de la ciudad (cf. 20,15), conduciéndole como a un prisionero hacia la cima del monte (cf. 22,54; 23,1). Todo hace pensar que le tienen en sus manos. Quieren despeñarlo y matarlo. Consideran que la aparición y las palabras de Jesús son tan falsas que sólo cabe una reacción justa: la de eliminarlo. Lo que aquí, en los inicios de la actividad pública de Jesús, no pasa de ser un proyecto, se hará realidad al final de la misma.
Pero es sorprendente el comportamiento de Jesús: «Se abrió paso entre ellos y se alejaba» (4,30). Lucas no explica el modo en que Jesús consiguió liberarse de las manos de sus adversarios. Afirma sólo que, estando rodeado por ellos, dejó aquella cerca hostil y prosiguió su camino. Jesús habla continuamente de su camino (13,33; 22,22). Nadie le puede impedir que recorra el camino que Dios ha establecido para él y que alcance la meta del mismo con su ascensión al cielo (He 1,10.11).
En la aparición de Jesús en Nazaret se delinea de manera programática toda la obra y todo el destino de Jesús. En el centro de su obra está el anuncio, la palabra. Se trata de reconocer a Jesús como aquel a quien Dios ha colmado de su Espíritu y por medio del cual anuncia su reino a los pobres. Sin posibilidad de poner ninguna condición a Jesús, se ha de reconocer el momento de gracia y creer en su palabra. Los habitantes de Nazaret no quieren saber nada de un mensajero de Dios como este. Rechazando a Jesús en su propia ciudad, comienza el proceso de un rechazo que le llevará a la muerte de cruz. El rechazo va orientando hacia un Mesías que no emplea su poder para provocar una salvación terrena, sino que trae el mensaje sobre un Dios a quien podemos dirigirnos con plena confianza en cualquier situación de necesidad terrena y que nos ofrece la salvación completa. A pesar de todos los rechazos, Jesús alcanza su meta, que es también la nuestra. Por medio de ella podremos participar con Jesús de la vida de Dios.
Comentario del Santo Evangelio: Lucas 4,21-30, de Joven para Joven. Jesús en la sinagoga de Nazaret. El evangelio de este domingo es la continuación del que leímos la semana pasada: el episodio de Jesús en la sinagoga de Nazaret, que concluye de una manera dramática. La primera lectura, tomada del libro del profeta Jeremías, refiere las palabras con que Dios le asegura al profeta su ayuda. La segunda lectura es un fragmento bellísimo de Pablo: el elogio de la caridad.
Como vimos el domingo pasado, Jesús leyó un pasaje de Isaías en la sinagoga de Nazaret y después lo comentó con estas palabras: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír» (Lucas 4,21).
Sus paisanos admiran, porque pronuncia palabras de gracia. Pero después se preguntan: « ¿No es éste el hijo de José?». «Sí, es uno de los nuestros. Es uno de nuestra tierra.»
Jesús, con su mirada penetrante, comprende lo que piensan sus paisanos: «Si eres el hijo de José, si eres uno de los nuestros, deberías ponerte al servicio de tu tierra. Perteneces a los nuestros. Por consiguiente, todo lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún, donde has hecho milagros, hazlo también aquí, en tu patria. Es un deber que te pongas al servicio de tu patria».
Jesús denuncia esta actitud de sus paisanos: una actitud posesiva, que no corresponde al plan de Dios. Les explica que Dios no envía a los profetas a hacer milagros en beneficio de sus parientes y paisanos, sino para una misión más grande. Y pone el ejemplo de dos profetas antiguos: Elías y Eliseo.
Elías, que vivió en un tiempo en el que el cielo estuvo cerrado durante tres años y seis meses, y en el que se produjo una tremenda carestía, cuando tuvo necesidad de sustento no fue enviado a una mujer israelita, sino a una viuda de un país pagano, Sarepta de Sidón.
Y obtuvo de Dios un gran milagro para esta viuda: disponía sólo de un poco de aceite y de un poco de harina con los que preparar una última comida para ella y para su hijo, y morir después; sin embargo, gracias al profeta, no llegó a faltar ni la harina del jarro ni el aceite de la aceitera; de este modo, tanto la viuda como su hijo y el profeta pudieron comer hasta el final de la carestía. Fue un gran milagro el realizado por Elías para una mujer pagana.
Jesús cita también otro episodio relacionado con el profeta Eliseo. Naamán, jefe del ejército del rey de Aram, había contraído la lepra y fue enviado por el rey de Siria al rey de Israel. Cuando el asunto llegó a conocimiento de Eliseo, le envió unos mensajeros para ordenarle que se bañara siete veces en el río Jordán. De este modo, quedó curado Naamán de la lepra.
Jesús pretende hacer comprender a sus paisanos con estos dos ejemplos que deben renunciar a una actitud posesiva y aceptar abrir sus corazones a la dimensión universal del plan de Dios. No deben quererlo todo para ellos; no deben buscar recibir, sino dar. Y deben sentirse honrados por tener entre ellos a un paisano que pone toda su generosidad al servicio de otras tierras.
Desgraciadamente, los ciudadanos de Nazaret no aceptan estas enseñanzas de Jesús. Es más: al ver desenmascaradas sus intenciones secretas, se indignan contra él.
Cuando se ve contrariada, la tendencia posesiva se transforma en una actitud de odio y cae en una agresividad tremenda, como podemos observar en tantos casos de la vida. Por ejemplo, cuando un amor posesivo se ve contrariado, puede volverse agresivo, o hasta criminal.
Así pasó en Nazaret. Lucas refiere que los paisanos de Jesús «se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Sus paisanos no quieren saber más de este profeta que, para ellos, ha perdido todo interés.
Sin embargo, todavía no había llegado la hora de Jesús; por eso, «Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba».
Este evangelio nos ofrece una enseñanza importante. Todos estamos inclinados a tener un amor posesivo, un amor que no es auténtico. El amor auténtico, como explica Pablo en la segunda lectura, no es posesivo, no es celoso, no tiene envidia, sino que es generoso, se alegra con el bien hecho a los otros.
Hasta un amor materno puede llegar a ser posesivo, y entonces creará obstáculos para la educación de sus hijos y para la vida de éstos, una vez se hayan hecho adultos.
Todo tipo de amor puede convertirse en posesivo; pero entonces deja de ser amor y se convierte en egoísmo enmascarado.
Debemos abrir nuestro corazón y aprender a no ser envidiosos, celosos, a tener una actitud que corresponda al plan de Dios. Dios es amor generosísimo, amor que da sin hacer cálculos, sin cansarse, y quiere que nosotros le imitemos.
La primera lectura prepara la conclusión del episodio evangélico de hoy. El hecho de que no den muerte a Jesús, sino que, pasando por en medio de ellos, prosiga su camino, corresponde a lo que Dios predecía a Jeremías.
Este profeta fue enviado por Dios a proclamar mensajes inoportunos, llamadas a la conversión, contrarios a las ambiciones y los planes del rey y de los notables del reino.
Con todo, Dios exhorta a Jeremías a no tener miedo, sino hablar abiertamente, siguiendo su inspiración, y le promete su protección: «Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte».
Pablo nos habla del amor auténtico en la segunda lectura. Habla en unas circunstancias muy diferentes de las del episodio evangélico. Los corintios estaban más interesados en tener carismas, es decir, dones excepcionales, que en vivir en la caridad. Habían recibido el Espíritu Santo, que los colmó de todo tipo de dones, pero deseaban tener los carismas más extraordinarios, en particular el don de lenguas y el de profecía.
Ambicionaban el don de lenguas, es decir, la inspiración que hace hablar de un modo extraordinario en lenguas desconocidas.
Este carisma ha sido redescubierto en nuestros días. Hay cristianos que, al orar, se sienten inspirados para hablar de modo original, al margen del lenguaje común o de las reglas gramaticales, en una especie de canto que alaba al Señor con sílabas encontradas en ese mismo momento. Esto produce una enorme alegría espiritual, porque el sujeto tiene la impresión de ser movido por el Espíritu Santo a alabar a Dios de un modo extraordinario.
El otro carisma al que aspiraban los corintios era el de profecía, es decir, el de ser capaces de pronunciar palabras inspiradas, conocer misterios, predecir el futuro, etc.
Sin embargo, Pablo les pone en guardia contra su ambición de tener carismas sensacionales, y les propone el mejor camino que puede haber. Es el camino de la caridad. En efecto, sin la caridad ni siquiera los carismas más grandes valen nada. El apóstol se explica: «Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles (glosolalia); si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de predicción y conocer todos los secretos y todo el saber; podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada» (1 Corintios 13,1-2).
Estas palabras de Pablo son como un jarro de agua fría para los entusiastas de la glosolalia y de la profecía. Lo que cuenta para Pablo no son los carismas sensacionales, sino el amor generoso.
El tercer ejemplo puesto por el apóstol es todavía más significativo, porque tiene que ver con una generosidad extraordinaria, que llega hasta la entrega de la propia vida, hasta el martirio: «Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve» (1 Corintios 13,3).
El término griego empleado aquí por Pablo es agape, que podemos traducir por «caridad» o por «amor». Ahora bien, parece menos oportuno traducirlo por «caridad», porque esta palabra adquiere en ocasiones un significado más restringido. Se habla de caridad como de un amor un tanto limitado, de una generosidad que no procede verdaderamente del corazón, sino que se hace de manera superficial. El «agape», sin embargo, es un amor generoso, que viene de Dios.
El apóstol realiza, a continuación, el elogio del amor auténtico, que procede del corazón de Dios, pasa por el de Cristo y llega a nuestros corazones. Es un elogio maravilloso, sobre el que deberíamos meditar largo y tendido. Pablo muestra que el amor es paciente, benigno, no envidioso, no orgulloso, desinteresado; el amor no se irrita, no lleva cuentas del mal recibido, sino que se complace con la verdad, y lo cubre todo, lo cree todo, lo espera todo, lo soporta todo.
El amor no acabará nunca. Los dones sensacionales duran un período determinado, pero el amor debe animar continuamente nuestra vida. Todo lo que hagamos debemos hacerlo siempre por amor.
Tres son las cosas que quedan para Pablo: la fe (en Dios y en Cristo), la esperanza (en la gracia de Dios) y el amor. Al decir «quedan» y no «quedarán» (en la otra vida), el apóstol nos hace comprender que estas realidades son estables y deben estar presentes continuamente en nuestra vida.
Y, a continuación, especifica: «La más grande es el amor» (1 Corintios 13,13). El amor es más grande incluso que la fe, porque ésta constituye sólo el fundamento, la base para vivir en el amor. El fin del hombre es vivir en el amor; en unión con Dios, que es amor.
Las lecturas de hoy nos presentan unas perspectivas maravillosas, que conciertan plenamente entre sí. El evangelio nos pone en guardia contra el amor posesivo, que es contrario al amor generoso, y nos invita a abrir nuestros corazones. Pablo nos exhorta, de modo semejante, a vivir en el amor, evitando tener otras ambiciones o poner otras cosas en lugar de esta vocación fundamental.
Los dones de la gracia son diferentes, todos importantes, pero no deben convertirse para nosotros en motivo de búsqueda ansiosa. Lo que cuenta es recibir el amor de Dios y vivir generosamente en él. Esta es la vocación cristiana fundamental. Todas las otras vocaciones son especificaciones de ésta.
Elevación Espiritual para este día. Había un pan que alimentaba a los ángeles, pero que no nos alimentaba a nosotros, haciéndonos, por tanto, miserables, porque toda criatura dotada de razón se siente hundida en la miseria si no es alimentada por este pan. Nosotros, por nuestra parte, estábamos tan débiles que no podíamos gustar en modo alguno este pan en toda su pureza. Había en nosotros una doble levadura: la mortalidad y la iniquidad. El Verbo, bueno y misericordioso, vio que nosotros no podíamos subir a él y, entonces, vino él a nosotros. Tomó una parte de nuestra levadura, se adaptó a nuestra debilidad.
Quiso darnos ejemplo. Pensad en él, antes de su pasión. Entonces era como un pan fermentado: tuvo hambre y sed, lloró, durmió, estuvo cansado; a través de todo esto mostró la compasión y la caridad que tuvo con nosotros. Todas estas cosas son como medicinas que eran necesarias para nuestra debilidad. Y tal como nos convenía a nosotros, él, que no las tenía en sí, las tomó de nosotros. Observad, ahora, cómo nuestro Señor asumió una realidad que le era extraña para poder realizar su obra; a saber, la obra de su misericordia: el Pan tiene hambre, la Fuente tiene sed, la Fuerza se cansa, la vida muere. Su hambre nos sacia, su sed nos embriaga, su cansancio nos reanima, su muerte nos da la vida. Esta saciedad espiritual nos pertenece, esta embriaguez espiritual nos pertenece, esta renovación espiritual nos pertenece, esta vivificación espiritual nos pertenece. Todo ello es obra de su misericordia.
Reflexión Espiritual para el día. Me parece urgente volver a tomar conciencia de la naturaleza profética de la Iglesia. Fue en Pentecostés cuando nació como pueblo profético. Pero esta vocación significa prestar una atención constante a la venida del Reino de Dios en la historia. Testimonio, palabra y sabiduría son las tres manifestaciones de la cualidad profética de la Iglesia. Ahora bien, en la raíz del testimonio de vida y de la palabra explícita está el «sentido de la fe». Hablar de «sentido de la fe» significa reconocer que cada cristiano, al esforzarse por ser fiel a Cristo y a la inspiración de su Espíritu, recibe una iluminación que le permite discernir lo que debe o no debe hacer. Puede encontrar, en una situación concreta, lo que requiere la fe. Con todo, debe verificar, evidentemente, con los otros eso que intuye.
El profetismo no es una predicción del futuro, sino una lectura honda del presente. A partir de esta lectura, podemos detectar qué palabra y qué acción son urgentes. En una Iglesia que ya no se encuentra en una posición de fuerza en la sociedad, el cristiano vuelve a disponer de la posibilidad de lanzar una propuesta más libre y un testimonio más convincente: dice lo que tiene que decir, expresa lo que considera que está obligado a expresar. Ser profeta hoy podría significar disponer de la libertad de ser una instancia crítica, considerando con desprendimiento las seducciones actuales: individualismo, comodidad, seguridad... La conciencia escatológica que habita en la vocación cristiana debe infundir el valor necesario para ir contracorriente en algunas cuestiones, como la familia y la esfera conyugal.
La respuesta cristiana echa sus raíces en una elevada concepción del ser humano y en la convicción de que no estamos atados a la repetición de lo que siempre es igual: de que es posible la novedad. El cristianismo debe manifestar hoy su capacidad de humanización del hombre, que es la vía de la verdadera divinización.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia. Jer 1,4-5.17-19. Naamán. «Y había muchos leprosos en Israel cuando Eliseo profeta, pero ninguno de ellos fue limpiado de su lepra sino Naamán el sirio» (Lc 4,27).
De este modo Jesús, ante sus conciudadanos reunidos en la sinagoga de Nazaret para escucharlo, recuerda un suceso de siglos antes, La frase, que sonará como una provocación, se lee en la liturgia de este domingo. La presentamos ahora para traer la figura de Naamán, alto oficial del rey de Siria, afectado por una grave enfermedad de la piel, probablemente lepra. Una criada hebrea que él tenía le había recomendado ir al profeta Eliseo, esperando un milagro, vista ya la impotencia de la medicina.
Pues aquí tenemos al general delante de Eliseo, que, sin recurrir a llamativos tratamientos mágicos o a terapias sensacionales, y sin exigir compensación económica, lo invita a un sencillo ritual de purificación en el Jordán. Superada la primera turbación y la sospecha de ineficacia, el resultado es asombroso: «Naamán se bañó siete veces en el Jordán, como había dicho el hombre de Dios, y su cuerpo quedó limpio como el de un niño» (2Re 5,14). Entonces él, no sólo siente la necesidad de demostrar al profeta su reconocimiento, sino que, además, su corazón empieza a sentir la emoción de la conversión.
Por lo que respecta a la recompensa, Eliseo no deja lugar a dudas: « ¡Vive el Señor, a cuyo servicio estoy, que no tomaré nada!» (5,16). Este ejemplo de desprendimiento no es imitado por el ávido criado del profeta, cuyo nombre es Ghecazi (o Guejazí), pero más adelante trataremos de este personaje.
Sin embargo es significativa la fe que se demuestra en una especie de pequeño Credo pronunciado por el general, recién salido de las aguas del Jordán con la piel sana. «Reconozco que no hay otro Dios en toda la tierra fuera del Dios de Israel» (5,15). Se trata, prácticamente, del primer mandamiento del Decálogo: «No tendrás otro Dios fuera de mí» (Ex 20,3).
Pero se presenta un problema concreto: Naamán es un personaje público y está obligado por razones de su cargo a estar presente en las ceremonias solemnes que prevén la participación del rey y de la corte y que se desarrollan en el templo oficial de Damasco, dedicado al dios Rimmón («granado»), una divinidad de la fecundidad. Entonces se introduce una sutil y precisa distinción entre la adhesión íntima y la mera participación formal. Pero hay más, Naamán ha optado desde ahora por adherirse al Dios de Israel y por esto lleva consigo una gran cantidad de tierra santa para depositar en el terreno de su palacio de manera que pueda tener una especie de terreno sagrado, semejante al templo, en el que orar al Señor. En la práctica se trata del reconocimiento de un lugar de culto fuera también de la Tierra de Israel, y sin embargo, ideal y concretamente vinculado a ella.
La vocación del profeta Jeremías, a diferencia de la de Isaías y Ezequiel, tiene un elemento inconfundible y típico. Este elemento es el destino de la persona a una tarea grande desde el mismo momento de su concepción, aunque después no aflore en todas las circunstancias de su vida. Este destino comporta para el elegido una constante y progresiva intimidad con Dios, que implica en sí misma momentos trágicos de abandono y persecución por parte de los hombres. La fuerza de la vocación del profeta, a pesar del ambiente de hostilidad religiosa y de abandono social, residirá sólo en la promesa de Dios: «Yo estoy contigo para librarte» (v. 19).
Comentario del Salmo 70 Es un salmo de súplica individual. Alguien, que tiene que enfrentarse con un conflicto mortal, se encuentra sin fuerzas y, por eso, recurre a Dios, con la esperanza de no quedar defraudado. Son muchas las peticiones que encontramos: “sálvame”, “libérame”, «inclina tu oído» (2), etc. En medio de esta situación, esta persona se acoge al Señor (1), espera en Dios (14) y promete ensalzarlo (22-24a).
Resulta difícil proponer una estructura plenamente satisfactoria, pues esta oración mezcla la súplica con los recuerdos y las promesas. Podemos dividirla en dos partes: 1-13a; 13b-24. Las dos empiezan y terminan con la cuestión de la vergüenza. Hay investigadores que ven una especie de estribillo en 1.13.24b, lo que obligaría a dividir el salmo de una forma distinta. En la primera parte (1-13a) el salmista hace varias cosas: comienza afirmando que se acoge al Señor (1) y por eso expone una serie de peticiones (2-3); habla de sus enemigos (4.10-11) y recuerda algunas de las etapas de su vida (antes de nacer, juventud y ancianidad, 5-6.9). La dimensión temporal está presente: siempre ha confiado en Dios (6), todo el día lo alaba (8) y espera no quedar avergonzado jamás (1). Se concede mucha importancia a las partes del cuerpo como instrumentos de opresión (mano, puño, 4), de escucha (oído, 2), de alabanza (boca, 8). Llama la atención lo que se dice en el versículo 6: entre esta persona y Dios había una «alianza» anterior al nacimiento de la primera pues, ya en el seno materno, el nascituro se apoyaba en Dios, y el Señor lo sostenía. Podríamos resumir esta primera parte titulándola «los conflictos en la tercera edad». Es intensa la presencia de los enemigos; también son fuertes sus proyectos contra el justo.
«La esperanza de la tercera edad», este podría ser el título de la segunda parte (13b-24). El autor vuelve a hablar de la época de su juventud y del momento en que vive (17-18); promete muchas cosas, entre otras, que volverá a tocar para Dios (22); retorna el tema de los conflictos (20); nos dice algo de su anterior posición social (21), Mientras que en la primera parte (6) recordaba el seno materno como su morada antes de nacer, en la segunda menciona el seno de la tierra, una intensa imagen empleada para hablar de su situación al borde de la muerte (20b). También en esta parte se valora el cuerpo corno instrumento de liberación (18b) y de alabanza (19.23.24a).
Este salmo surgió a partir de los conflictos con los que tuvo que enfrentarse una persona anciana. Parece ser que el sufrimiento constituía su pan cotidiano. Se puede decir que lo suyo era un «milagro» (7). En la segunda parte, todo esto se le atribuye a Dios. Probablemente se trataba de una persona con una posición social elevada. Esto es lo que podemos imaginar a partir de la expresión: «Aumentarás mi grandeza, y de nuevo me consolarás» (21). La grandeza nos sugiere una situación pasada que se ha perdido y que el salmista pretende recuperar con creces.
¿Qué es lo que habría pasado? El salmista siempre confió en Dios, incluso en momentos inimaginables, como cuando estaba en el seno materno (6). Pero ahora esta esperanza está a punto de desvanecerse, pues ya se siente en el seno de la tierra. Podría decirse que ya «tiene un pie en la tumba». ¿Por qué? El salmo habla de la «mano del malvado» y del «puño del criminal y del violento». También menciona a los enemigos, que hablan mal del fiel, de los que vigilan su vida y hacen planes (10); hay quienes persiguen la vida de este anciano y tratan de hacerle daño (13.24b).
El salmista se siente viejo, está sin fuerzas (9), su pelo está canoso (18) y tiene miedo de que Dios lo abandone y acabe sumido en la vergüenza (1) y la confusión. Si Dios no interviene inmediatamente, la confianza de este anciano va a caer en picado. Su vida no será más que confusión y vergüenza.
Los malvados lo persiguen, afirmando que Dios no se preocupa por los viejos que le permanecen fieles. Debe resultar muy duro para una persona mayor, que ha confiado en Dios toda su vida, escuchar estas cosas de quienes quieren verlo muerto: «Dios lo ha abandonado. “¡Podéis perseguirlo y agarrarlo, que nadie lo salvará!” (11).
Así pues, este es el salmo de una persona anciana víctima de los malvados, criminales y violentos que atentan contra su vida. Una persona vieja y sin fuerzas (9) contra un grupo de poderosos bien organizados que traman planes y vigilan la vida del justo para acabar con ella (10).
Este anciano no tiene a quién recurrir fuera de Dios. Suplica, confía, promete. Promete diversas cosas, entre otras, vivir todo el día (8.15.24a) alabando la justicia de Dios, ensalzarlo con el arpa y con la cítara (22), lo que indica que sabía manejar estos instrumentos. La promesa más importante consiste en contar las proezas del Señor, describir su brazo y anunciar sus maravillas a muchachos y jóvenes, a la siguiente generación (16-18). Como anciano que es, juega un importante papel pedagógico y catequético: educar en la confianza en el Dios que escucha, libera y hace justicia. Pero, para ello, el Señor tiene que responder e intervenir sin tardanza. En caso contrario, la vida de este hombre será pura confusión, vergüenza, muerte...
Son muchos los detalles que, en este salmo, componen un rostro extraordinario de Dios. A lo largo de su vida, este anciano ha confiado siempre en el Señor y, si ahora suplica, es porque sigue confiando en el aliado que nunca falla. También resulta interesante constatar la existencia de esta alianza desde el seno materno (6). Los versículos iniciales (2-3) presentan a Dios con las imágenes tradicionales de roca de refugio y alcázar o ciudad fortificada. Son signos de la confianza inquebrantable en el compañero de alianza y en el amigo fiel.
Una pregunta, planteada por el salmista, nos muestra quién es Dios: « ¿Quién como tú?» (19b). El es el único que salva y que libera, como hiciera antaño en Egipto. La experiencia del éxodo es el motor que impulsa a este anciano a confiar, pedir, esperar y celebrar. El salmo fuerza la intervención de Dios. Si no escucha el clamor de este anciano, los malvados, criminales y violentos tendrán razón cuando dicen: «Dios lo ha abandonado. Podéis perseguirlo y agarrarlo, que nadie lo salvará» (11). En este salmo, Dios recibe diferentes nombres que dan a entender que se mantiene fiel a lo largo de todo el camino del pueblo de Dios.
Como ya hemos visto a propósito de otros salmos de súplica, Jesús escuchó todos los clamores y no defraudó a quienes habían depositado en él su confianza. Salvó todas las vidas que corrían peligro, venciendo incluso al mayor de los enemigos, la muerte.
Las situaciones que se han presentado al comentar otros salmos de súplica individual, también sirven aquí. Pero el salmo 71 brilla con luz propia, pues es la oración de la ancianidad con sus dificultades, conflictos, necesidades y, sobre todo, sus deseos de colaborar en la construcción de una sociedad más humana. El anciano de este salmo tiene una experiencia de la vida por transmitir. Por desgracia, nuestra sociedad valora poco el papel de la tercera edad, sin permitirle comunicar toda su sabiduría a propósito de la vida.
Comentario de la Segunda lectura: 1 Corintios 12,31—13,13. La Iglesia de Corinto supuso para Pablo motivo de muchas preocupaciones. Sin embargo, el pensamiento con el que el apóstol educó a los miembros de la comunidad cristiana ante los muchos problemas de la vida a los que tuvo que hacer frente se puede resumir en pocas palabras: fue testigo del amor de Cristo por todos. Y a los corintios, que aspiran a los carismas más llamativos y visibles, Pablo les responde enseñándoles el camino mejor, el del gran carisma del agapé.
El elemento más vigoroso de este himno paulino al amor consiste, efectivamente, en el hecho de relativizar todo tipo estructural de ascetismo o de método espiritual, aunque sean válidos. Así, con este texto, nos conduce al corazón del mensaje cristiano, que es el mandamiento del amor a Dios y a los hermanos. Este camino es el único que puede conducir a la humanidad a la civilización del amor sin fronteras. El cristiano, que se siente llamado a esta misión y vive este amor, posee el carisma más elevado, el que conduce a la vida verdadera y a la experiencia del Dios-amor. Este amor es un don que supera a todos los otros dones o carismas. Y Pablo califica bien en el fragmento que hemos leído lo que entiende por amor: no es el eros, es decir, el amor posesivo, sino la caridad, esto es, el amor que se entrega y no se pertenece.
Comentario del Santo Evangelio: Lucas 4,21-30 Nos encontramos frente al discurso programático que pronuncia Jesús sobre la salvación siguiendo la estela de los grandes profetas de Israel: “Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acabáis de escuchar” (v. 21). Sin embargo, cuando Jesús proclama que hoy se cumple la Escritura, lo que anuncia en realidad es que ha llegado el espíritu de la liberación definitiva, en el que él se revela como aquel en quien se cumplen todas las profecías siguiendo el plan de Dios. La Palabra de liberación revelada por Jesús no suscita entusiasmo, sino escepticismo y oposición por parte de sus conciudadanos. Estos hubieran preferido no el anuncio de una liberación y la invitación a la conversión para una vida nueva, sino ver pruebas concretas de su poder a través de milagros y signos estrepitosos.
Jesús responde a los suyos, que lo reconocen como «el hijo de José», con el ejemplo de los antiguos profetas: del mismo modo que a Elías y Eliseo no se les concedió que sus paisanos vieran por medio de ellos grandes gestas, tampoco Jesús concede a los suyos ver grandes milagros y signos. La verdad que anuncia Jesús es otra: llevar la liberación a los prisioneros, a los pobres y a los oprimidos de este mundo, y llevar la «alegre noticia» que culmina con el don de su vida, entregada por amor a toda la humanidad. Jesús no busca su propio interés humano, como hacen a menudo los hombres, sino que lleva a cada hombre, con su misión, la verdadera libertad y el Espíritu de vida que tiene su fuente en Dios.
La primera lectura y el evangelio de hoy nos llevan a meditar sobre la función profética de Jesucristo y sobre la nuestra. Jesús, como atestiguan más de una vez los evangelios, fue considerado como un profeta por la muchedumbre (Mt 21,11-45; Lc 7,16; 24,19; Jn 4,19; 6,14; 7,40; 9,17). Y lo fue verdaderamente en el sentido más cabal del término. Como los profetas del Antiguo Testamento, pero mucho más que ellos, llevó al mundo la Palabra de Dios. Más aún, él mismo era la Palabra de Dios en persona presente en el mundo (Jn 1,1-14). Por medio de él, a través de sus palabras y sus acciones, el Dios vivo y santo se dio a conocer a sí mismo y dio a conocer su magno designio de salvación en favor de la humanidad. Sobre todo, se dio a conocer como Amor (1 Jn 4,8.16), un amor sin límites, que poseía de una manera inimaginable todas las características descritas por Pablo en su himno de la primera Carta a los Corintios, que hemos leído.
El Concilio Vaticano II, que ha renovado de manera profunda la conciencia eclesial, ha querido poner de relieve insistentemente la participación de todos los miembros de la Iglesia, sin excepción, en la función profética de Jesús (Lumen gentium, 12 y 33). Por consiguiente, todos estamos llamados a comunicar la Palabra de Dios al mundo. Una Palabra que haga presente su Amor en medio de los hombres y de las mujeres de nuestro mundo, ya sea animándoles en su compromiso en favor del bien de los otros, ya sea haciéndoles tomar conciencia de sus desviaciones y de sus repliegues egoístas.
Sin embargo, no resulta fácil ser profeta. La experiencia de Jesús, transmitida también por el evangelio de hoy, nos lo hace tocar con la mano. La palabra de Dios es «más cortante que una espada de doble filo» (Heb 4,12). En consecuencia, puede molestar a quien no esté dispuesto a acogerla. Las reacciones contrarias pueden hacerse notar e incluso hacerlo de modo violento. El profeta Jesús terminó, efectivamente, en la cruz. Sólo el amor, que debe llenar el corazón de todo verdadero profeta, puede superarlas, como Jesús las superó.
Comentario del Santo Evangelio: (Lc 4,21-30), para nuestros Mayores. Jesús prosigue su camino. En el evangelio de hoy se nos da a conocer el modo en que concluye la aparición de Jesús en su ciudad. Había leído a sus paisanos el pasaje de Is 6 1,1-2 y les había explicado que, en aquel preciso momento, ellos estaban experimentando el cumplimiento de aquella palabra de Dios. El que había sido colmado por Dios con su Espíritu y el que Dios había decidido enviarles está ante ellos, anunciándoles el reino de Dios y un año de gracia del Señor. Los paisanos de Jesús pueden saber que Dios se dirige a su pueblo de un modo particular y que ellos están invitados a creer y a escuchar en adelante a aquel por quien Dios los interpela. Lo que Jesús les dice tiene un carácter programático y ejemplar; vale para todos aquellos a quienes Dios lo ha enviado y para todos a quienes él se dirige.
La reacción de los habitantes de Nazaret tiene dos aspectos. Por una parte, quedan impresionados ante la aparición de Jesús; aprueban a Jesús y se maravillan de las palabras de gracia que escuchan de él. Por otra parte, con su pregunta retórica —« ¿No es este el hijo de José?»— piensan en su conocimiento previo de Jesús, que ha vivido tan modestamente entre ellos. Aunque no lo dicen de manera explícita, detrás de esta doble reacción se esconde la pregunta: ¿Cómo puede ser ese singular mensajero de Dios el que ha vivido tantos años entre nosotros de un modo tan sencillo? ¿Cómo podemos creer esto? Planteada de diversas formas y por personas diversas, esta pregunta acompaña todo el camino de Jesús. Por ejemplo: ¿Cómo puede ser el Mesías de Dios el que ha sido rechazado y crucificado? La mayor inclinación de Dios hacia el hombre, la Encarnación de su Hijo, se convierte en el mayor desafío. No se acomoda a la imagen que los hombres tienen de Dios y de su manera de obrar. Estos se encuentran ante una alternativa: o acogen al mensajero de Dios tal como es, cambiando su imagen de Dios, o permanecen con su imagen de Dios, rechazando a su mensajero. De los paisanos de Jesús no se dice que, ante su anuncio, hayan alabado a Dios (cf. 2,20; 5,26; 7,16) o le hayan dado gracias. Con sus posteriores palabras, Jesús pone claramente de manifiesto su rechazo. A la larga exposición de Jesús (4,23-27) sigue la reacción rabiosa de sus oyentes (4,28- 29) y el alejamiento de Jesús (4,30).
La primera afirmación de Jesús (4,23) anticipa los pensamientos de sus paisanos y desvela sus deseos. En Nazaret, Jesús ha hecho una solemne y singular declaración (4,16-21). Todo era palabra; faltaba todo género de confirmación por medio de las obras. En Cafarnaún, sin embargo, como se hace saber (cf. 4,14-15.31-41), él ha realizado ya obras de poder. Esto parece justificar para ellos su pretensión, expresada primero con un proverbio y, después, con palabras explícitas. Ellos quieren que Jesús haga las mismas obras en su ciudad. No quieren escuchar sin más el anuncio del Enviado de Dios, sino que ponen condiciones y le prescriben lo que ha de hacer. Más adelante también se le pedirán a Jesús signos de confirmación 11,16.29).
A su pretensión responde Jesús primero con el proverbio: «Ningún profeta es bien mirado en su tierra» (4,24). Así pues, si sus paisanos le rechazan, este rechazo no pone en entredicho su misión, sino que la confirma. El hecho de que Jesús sea un verdadero profeta no depende de su aprobación. El no necesita someterse a sus exigencias ni buscar su reconocimiento.
Jesús habla entonces expresamente de Elías y de Eliseo. Ambos han sido para el pueblo de Israel grandes y auténticos profetas. Sin embargo, Dios envió a Elías no a una viuda israelita, sino a una pagana, para preservarla con un milagro de la muerte a causa del hambre (1Re 17,8-16). Y Eliseo no curó a un leproso israelita, sino a Naamán, el sirio (2Re 5,1-19). Con estos ejemplos Jesús no pretende decir en absoluto que Dios no le ha enviado a su ciudad y al pueblo de Israel. El está profundamente arraigado en Nazaret, donde ha vivido hasta ahora y ha participado cada sábado en las funciones de la sinagoga (4,16). Además, se ha dirigido precisamente a sus paisanos para anunciarles el momento de gracia y hacerles saber que Dios lleva a cumplimiento su promesa (4,17-21). Pero con los dos ejemplos Jesús expresa dos cosas: 1) No acepta exigencias de parte de nadie, ni siquiera de sus paisanos; se somete sólo a Dios y cumple su obra tal como Dios le ordena. Así se comporta en todo su camino, a lo largo del cual le acompañan también conflictos que esconden pretensiones e ideas fijas de sus oyentes y que le conducen finalmente a la muerte violenta. 2) Aunque Dios le haya enviado al pueblo de Israel, el horizonte de su misión está abierto y no excluye a los paganos. El mismo tiene ya mucho que ver con paganos. Admira al centurión pagano de Cafarnaún por su fe (7,1-10; cf. noveno domingo del Tiempo Ordinario). El endemoniado de Gerasa es un pagano que se ve liberado del demonio por obra de Jesús (8,26-39). Lo que Jesús anuncia para cuando el reino de Dios llegue a plenitud no tiene ningún límite: «Vendrán de oriente y de occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios» (13,29). El Resucitado dirá expresamente a sus discípulos que su anuncio debe dirigirse a todos los pueblos (24,47).
Los oyentes muestran de múltiples modos su radical rechazo de Jesús. Se ponen furiosos, empujan a Jesús fuera de la ciudad y quieren matarlo. No están dispuestos a seguir a un profeta que pide ser acogido tal como él mismo se presenta y hacen oídos sordos a sus exigencias. Su furor revela su profundo y encarnizado rechazo, expresado después en su comportamiento. No hay ya lugar para Jesús en medio de ellos.
Consiguientemente, lo empujan fuera de la ciudad (cf. 20,15), conduciéndole como a un prisionero hacia la cima del monte (cf. 22,54; 23,1). Todo hace pensar que le tienen en sus manos. Quieren despeñarlo y matarlo. Consideran que la aparición y las palabras de Jesús son tan falsas que sólo cabe una reacción justa: la de eliminarlo. Lo que aquí, en los inicios de la actividad pública de Jesús, no pasa de ser un proyecto, se hará realidad al final de la misma.
Pero es sorprendente el comportamiento de Jesús: «Se abrió paso entre ellos y se alejaba» (4,30). Lucas no explica el modo en que Jesús consiguió liberarse de las manos de sus adversarios. Afirma sólo que, estando rodeado por ellos, dejó aquella cerca hostil y prosiguió su camino. Jesús habla continuamente de su camino (13,33; 22,22). Nadie le puede impedir que recorra el camino que Dios ha establecido para él y que alcance la meta del mismo con su ascensión al cielo (He 1,10.11).
En la aparición de Jesús en Nazaret se delinea de manera programática toda la obra y todo el destino de Jesús. En el centro de su obra está el anuncio, la palabra. Se trata de reconocer a Jesús como aquel a quien Dios ha colmado de su Espíritu y por medio del cual anuncia su reino a los pobres. Sin posibilidad de poner ninguna condición a Jesús, se ha de reconocer el momento de gracia y creer en su palabra. Los habitantes de Nazaret no quieren saber nada de un mensajero de Dios como este. Rechazando a Jesús en su propia ciudad, comienza el proceso de un rechazo que le llevará a la muerte de cruz. El rechazo va orientando hacia un Mesías que no emplea su poder para provocar una salvación terrena, sino que trae el mensaje sobre un Dios a quien podemos dirigirnos con plena confianza en cualquier situación de necesidad terrena y que nos ofrece la salvación completa. A pesar de todos los rechazos, Jesús alcanza su meta, que es también la nuestra. Por medio de ella podremos participar con Jesús de la vida de Dios.
Comentario del Santo Evangelio: Lucas 4,21-30, de Joven para Joven. Jesús en la sinagoga de Nazaret. El evangelio de este domingo es la continuación del que leímos la semana pasada: el episodio de Jesús en la sinagoga de Nazaret, que concluye de una manera dramática. La primera lectura, tomada del libro del profeta Jeremías, refiere las palabras con que Dios le asegura al profeta su ayuda. La segunda lectura es un fragmento bellísimo de Pablo: el elogio de la caridad.
Como vimos el domingo pasado, Jesús leyó un pasaje de Isaías en la sinagoga de Nazaret y después lo comentó con estas palabras: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír» (Lucas 4,21).
Sus paisanos admiran, porque pronuncia palabras de gracia. Pero después se preguntan: « ¿No es éste el hijo de José?». «Sí, es uno de los nuestros. Es uno de nuestra tierra.»
Jesús, con su mirada penetrante, comprende lo que piensan sus paisanos: «Si eres el hijo de José, si eres uno de los nuestros, deberías ponerte al servicio de tu tierra. Perteneces a los nuestros. Por consiguiente, todo lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún, donde has hecho milagros, hazlo también aquí, en tu patria. Es un deber que te pongas al servicio de tu patria».
Jesús denuncia esta actitud de sus paisanos: una actitud posesiva, que no corresponde al plan de Dios. Les explica que Dios no envía a los profetas a hacer milagros en beneficio de sus parientes y paisanos, sino para una misión más grande. Y pone el ejemplo de dos profetas antiguos: Elías y Eliseo.
Elías, que vivió en un tiempo en el que el cielo estuvo cerrado durante tres años y seis meses, y en el que se produjo una tremenda carestía, cuando tuvo necesidad de sustento no fue enviado a una mujer israelita, sino a una viuda de un país pagano, Sarepta de Sidón.
Y obtuvo de Dios un gran milagro para esta viuda: disponía sólo de un poco de aceite y de un poco de harina con los que preparar una última comida para ella y para su hijo, y morir después; sin embargo, gracias al profeta, no llegó a faltar ni la harina del jarro ni el aceite de la aceitera; de este modo, tanto la viuda como su hijo y el profeta pudieron comer hasta el final de la carestía. Fue un gran milagro el realizado por Elías para una mujer pagana.
Jesús cita también otro episodio relacionado con el profeta Eliseo. Naamán, jefe del ejército del rey de Aram, había contraído la lepra y fue enviado por el rey de Siria al rey de Israel. Cuando el asunto llegó a conocimiento de Eliseo, le envió unos mensajeros para ordenarle que se bañara siete veces en el río Jordán. De este modo, quedó curado Naamán de la lepra.
Jesús pretende hacer comprender a sus paisanos con estos dos ejemplos que deben renunciar a una actitud posesiva y aceptar abrir sus corazones a la dimensión universal del plan de Dios. No deben quererlo todo para ellos; no deben buscar recibir, sino dar. Y deben sentirse honrados por tener entre ellos a un paisano que pone toda su generosidad al servicio de otras tierras.
Desgraciadamente, los ciudadanos de Nazaret no aceptan estas enseñanzas de Jesús. Es más: al ver desenmascaradas sus intenciones secretas, se indignan contra él.
Cuando se ve contrariada, la tendencia posesiva se transforma en una actitud de odio y cae en una agresividad tremenda, como podemos observar en tantos casos de la vida. Por ejemplo, cuando un amor posesivo se ve contrariado, puede volverse agresivo, o hasta criminal.
Así pasó en Nazaret. Lucas refiere que los paisanos de Jesús «se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Sus paisanos no quieren saber más de este profeta que, para ellos, ha perdido todo interés.
Sin embargo, todavía no había llegado la hora de Jesús; por eso, «Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba».
Este evangelio nos ofrece una enseñanza importante. Todos estamos inclinados a tener un amor posesivo, un amor que no es auténtico. El amor auténtico, como explica Pablo en la segunda lectura, no es posesivo, no es celoso, no tiene envidia, sino que es generoso, se alegra con el bien hecho a los otros.
Hasta un amor materno puede llegar a ser posesivo, y entonces creará obstáculos para la educación de sus hijos y para la vida de éstos, una vez se hayan hecho adultos.
Todo tipo de amor puede convertirse en posesivo; pero entonces deja de ser amor y se convierte en egoísmo enmascarado.
Debemos abrir nuestro corazón y aprender a no ser envidiosos, celosos, a tener una actitud que corresponda al plan de Dios. Dios es amor generosísimo, amor que da sin hacer cálculos, sin cansarse, y quiere que nosotros le imitemos.
La primera lectura prepara la conclusión del episodio evangélico de hoy. El hecho de que no den muerte a Jesús, sino que, pasando por en medio de ellos, prosiga su camino, corresponde a lo que Dios predecía a Jeremías.
Este profeta fue enviado por Dios a proclamar mensajes inoportunos, llamadas a la conversión, contrarios a las ambiciones y los planes del rey y de los notables del reino.
Con todo, Dios exhorta a Jeremías a no tener miedo, sino hablar abiertamente, siguiendo su inspiración, y le promete su protección: «Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte».
Pablo nos habla del amor auténtico en la segunda lectura. Habla en unas circunstancias muy diferentes de las del episodio evangélico. Los corintios estaban más interesados en tener carismas, es decir, dones excepcionales, que en vivir en la caridad. Habían recibido el Espíritu Santo, que los colmó de todo tipo de dones, pero deseaban tener los carismas más extraordinarios, en particular el don de lenguas y el de profecía.
Ambicionaban el don de lenguas, es decir, la inspiración que hace hablar de un modo extraordinario en lenguas desconocidas.
Este carisma ha sido redescubierto en nuestros días. Hay cristianos que, al orar, se sienten inspirados para hablar de modo original, al margen del lenguaje común o de las reglas gramaticales, en una especie de canto que alaba al Señor con sílabas encontradas en ese mismo momento. Esto produce una enorme alegría espiritual, porque el sujeto tiene la impresión de ser movido por el Espíritu Santo a alabar a Dios de un modo extraordinario.
El otro carisma al que aspiraban los corintios era el de profecía, es decir, el de ser capaces de pronunciar palabras inspiradas, conocer misterios, predecir el futuro, etc.
Sin embargo, Pablo les pone en guardia contra su ambición de tener carismas sensacionales, y les propone el mejor camino que puede haber. Es el camino de la caridad. En efecto, sin la caridad ni siquiera los carismas más grandes valen nada. El apóstol se explica: «Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles (glosolalia); si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de predicción y conocer todos los secretos y todo el saber; podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada» (1 Corintios 13,1-2).
Estas palabras de Pablo son como un jarro de agua fría para los entusiastas de la glosolalia y de la profecía. Lo que cuenta para Pablo no son los carismas sensacionales, sino el amor generoso.
El tercer ejemplo puesto por el apóstol es todavía más significativo, porque tiene que ver con una generosidad extraordinaria, que llega hasta la entrega de la propia vida, hasta el martirio: «Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve» (1 Corintios 13,3).
El término griego empleado aquí por Pablo es agape, que podemos traducir por «caridad» o por «amor». Ahora bien, parece menos oportuno traducirlo por «caridad», porque esta palabra adquiere en ocasiones un significado más restringido. Se habla de caridad como de un amor un tanto limitado, de una generosidad que no procede verdaderamente del corazón, sino que se hace de manera superficial. El «agape», sin embargo, es un amor generoso, que viene de Dios.
El apóstol realiza, a continuación, el elogio del amor auténtico, que procede del corazón de Dios, pasa por el de Cristo y llega a nuestros corazones. Es un elogio maravilloso, sobre el que deberíamos meditar largo y tendido. Pablo muestra que el amor es paciente, benigno, no envidioso, no orgulloso, desinteresado; el amor no se irrita, no lleva cuentas del mal recibido, sino que se complace con la verdad, y lo cubre todo, lo cree todo, lo espera todo, lo soporta todo.
El amor no acabará nunca. Los dones sensacionales duran un período determinado, pero el amor debe animar continuamente nuestra vida. Todo lo que hagamos debemos hacerlo siempre por amor.
Tres son las cosas que quedan para Pablo: la fe (en Dios y en Cristo), la esperanza (en la gracia de Dios) y el amor. Al decir «quedan» y no «quedarán» (en la otra vida), el apóstol nos hace comprender que estas realidades son estables y deben estar presentes continuamente en nuestra vida.
Y, a continuación, especifica: «La más grande es el amor» (1 Corintios 13,13). El amor es más grande incluso que la fe, porque ésta constituye sólo el fundamento, la base para vivir en el amor. El fin del hombre es vivir en el amor; en unión con Dios, que es amor.
Las lecturas de hoy nos presentan unas perspectivas maravillosas, que conciertan plenamente entre sí. El evangelio nos pone en guardia contra el amor posesivo, que es contrario al amor generoso, y nos invita a abrir nuestros corazones. Pablo nos exhorta, de modo semejante, a vivir en el amor, evitando tener otras ambiciones o poner otras cosas en lugar de esta vocación fundamental.
Los dones de la gracia son diferentes, todos importantes, pero no deben convertirse para nosotros en motivo de búsqueda ansiosa. Lo que cuenta es recibir el amor de Dios y vivir generosamente en él. Esta es la vocación cristiana fundamental. Todas las otras vocaciones son especificaciones de ésta.
Elevación Espiritual para este día. Había un pan que alimentaba a los ángeles, pero que no nos alimentaba a nosotros, haciéndonos, por tanto, miserables, porque toda criatura dotada de razón se siente hundida en la miseria si no es alimentada por este pan. Nosotros, por nuestra parte, estábamos tan débiles que no podíamos gustar en modo alguno este pan en toda su pureza. Había en nosotros una doble levadura: la mortalidad y la iniquidad. El Verbo, bueno y misericordioso, vio que nosotros no podíamos subir a él y, entonces, vino él a nosotros. Tomó una parte de nuestra levadura, se adaptó a nuestra debilidad.
Quiso darnos ejemplo. Pensad en él, antes de su pasión. Entonces era como un pan fermentado: tuvo hambre y sed, lloró, durmió, estuvo cansado; a través de todo esto mostró la compasión y la caridad que tuvo con nosotros. Todas estas cosas son como medicinas que eran necesarias para nuestra debilidad. Y tal como nos convenía a nosotros, él, que no las tenía en sí, las tomó de nosotros. Observad, ahora, cómo nuestro Señor asumió una realidad que le era extraña para poder realizar su obra; a saber, la obra de su misericordia: el Pan tiene hambre, la Fuente tiene sed, la Fuerza se cansa, la vida muere. Su hambre nos sacia, su sed nos embriaga, su cansancio nos reanima, su muerte nos da la vida. Esta saciedad espiritual nos pertenece, esta embriaguez espiritual nos pertenece, esta renovación espiritual nos pertenece, esta vivificación espiritual nos pertenece. Todo ello es obra de su misericordia.
Reflexión Espiritual para el día. Me parece urgente volver a tomar conciencia de la naturaleza profética de la Iglesia. Fue en Pentecostés cuando nació como pueblo profético. Pero esta vocación significa prestar una atención constante a la venida del Reino de Dios en la historia. Testimonio, palabra y sabiduría son las tres manifestaciones de la cualidad profética de la Iglesia. Ahora bien, en la raíz del testimonio de vida y de la palabra explícita está el «sentido de la fe». Hablar de «sentido de la fe» significa reconocer que cada cristiano, al esforzarse por ser fiel a Cristo y a la inspiración de su Espíritu, recibe una iluminación que le permite discernir lo que debe o no debe hacer. Puede encontrar, en una situación concreta, lo que requiere la fe. Con todo, debe verificar, evidentemente, con los otros eso que intuye.
El profetismo no es una predicción del futuro, sino una lectura honda del presente. A partir de esta lectura, podemos detectar qué palabra y qué acción son urgentes. En una Iglesia que ya no se encuentra en una posición de fuerza en la sociedad, el cristiano vuelve a disponer de la posibilidad de lanzar una propuesta más libre y un testimonio más convincente: dice lo que tiene que decir, expresa lo que considera que está obligado a expresar. Ser profeta hoy podría significar disponer de la libertad de ser una instancia crítica, considerando con desprendimiento las seducciones actuales: individualismo, comodidad, seguridad... La conciencia escatológica que habita en la vocación cristiana debe infundir el valor necesario para ir contracorriente en algunas cuestiones, como la familia y la esfera conyugal.
La respuesta cristiana echa sus raíces en una elevada concepción del ser humano y en la convicción de que no estamos atados a la repetición de lo que siempre es igual: de que es posible la novedad. El cristianismo debe manifestar hoy su capacidad de humanización del hombre, que es la vía de la verdadera divinización.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia. Jer 1,4-5.17-19. Naamán. «Y había muchos leprosos en Israel cuando Eliseo profeta, pero ninguno de ellos fue limpiado de su lepra sino Naamán el sirio» (Lc 4,27).
De este modo Jesús, ante sus conciudadanos reunidos en la sinagoga de Nazaret para escucharlo, recuerda un suceso de siglos antes, La frase, que sonará como una provocación, se lee en la liturgia de este domingo. La presentamos ahora para traer la figura de Naamán, alto oficial del rey de Siria, afectado por una grave enfermedad de la piel, probablemente lepra. Una criada hebrea que él tenía le había recomendado ir al profeta Eliseo, esperando un milagro, vista ya la impotencia de la medicina.
Pues aquí tenemos al general delante de Eliseo, que, sin recurrir a llamativos tratamientos mágicos o a terapias sensacionales, y sin exigir compensación económica, lo invita a un sencillo ritual de purificación en el Jordán. Superada la primera turbación y la sospecha de ineficacia, el resultado es asombroso: «Naamán se bañó siete veces en el Jordán, como había dicho el hombre de Dios, y su cuerpo quedó limpio como el de un niño» (2Re 5,14). Entonces él, no sólo siente la necesidad de demostrar al profeta su reconocimiento, sino que, además, su corazón empieza a sentir la emoción de la conversión.
Por lo que respecta a la recompensa, Eliseo no deja lugar a dudas: « ¡Vive el Señor, a cuyo servicio estoy, que no tomaré nada!» (5,16). Este ejemplo de desprendimiento no es imitado por el ávido criado del profeta, cuyo nombre es Ghecazi (o Guejazí), pero más adelante trataremos de este personaje.
Sin embargo es significativa la fe que se demuestra en una especie de pequeño Credo pronunciado por el general, recién salido de las aguas del Jordán con la piel sana. «Reconozco que no hay otro Dios en toda la tierra fuera del Dios de Israel» (5,15). Se trata, prácticamente, del primer mandamiento del Decálogo: «No tendrás otro Dios fuera de mí» (Ex 20,3).
Pero se presenta un problema concreto: Naamán es un personaje público y está obligado por razones de su cargo a estar presente en las ceremonias solemnes que prevén la participación del rey y de la corte y que se desarrollan en el templo oficial de Damasco, dedicado al dios Rimmón («granado»), una divinidad de la fecundidad. Entonces se introduce una sutil y precisa distinción entre la adhesión íntima y la mera participación formal. Pero hay más, Naamán ha optado desde ahora por adherirse al Dios de Israel y por esto lleva consigo una gran cantidad de tierra santa para depositar en el terreno de su palacio de manera que pueda tener una especie de terreno sagrado, semejante al templo, en el que orar al Señor. En la práctica se trata del reconocimiento de un lugar de culto fuera también de la Tierra de Israel, y sin embargo, ideal y concretamente vinculado a ella.
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