COMENTARIO ANTIGUO TEXTAMENTO
¿POR QUÉ A LOS IMPIOS SIEMPRE LES VA BIEN?
2. Los impíos y la vida presente (1,16-2,24)
En esta breve sección, una de las más bellas de todo el libro por su vigor conceptual y su estilo literario, el autor de Sabiduría presenta los razonamientos de los impíos respecto de la vida presente y su actitud ante los placeres de la vida (Sab 1,16-2,9).la reacción de los impíos frente al justo (Sab 2,10-20), y el juicio que le merecen al autor del libro esos razonamientos de los impíos (Sab 2,2 1-24). Los impíos profesan una visión materialista que excluye toda supervivencia en un más allá. Seguramente están incluidos en eso “impíos” los judíos apóstatas que, influenciados por el materialismo epicureo, habían abandonado la fe y tradiciones patrias.
1,16-2,9 La vida según los impíos. El autor sagrado describe con expresiones gráficas el afán con que los malvados se entregan a sus iniquidades, haciéndose, por lo mismo, acreedores al castigo divino; describe también la gradación en esa entrega: amistad, deseo, alianza.
Como el amante piensa en su amada y se desvive por su compañía hasta entregarse a ella, así llegan a entregarse a sus placeres e iniquidades los malvados, Constatan la brevedad y condición triste de la vida sobre la tierra. Lo primero se constata con frecuencia en la Escritura. Lo segundo viene avalado por los frecuentes dolores y sufrimientos que la vida sobre la tierra lleva consigo.
Ambas cosas proclamó también Job: El hombre, nacido de mujer corto de días y lleno de zozobras, como la flor brota y se marchita (Job 14. ls). El razonamiento de los impíos se basa en la filosofía materialista muy afín a la de los epicúreos: el hombre ha venido al mundo por mero azar. Es una reunión fortuita de los elementos que constituyen nuestro ser. Y a la muerte sigue la nada absoluta. Para Lucrecio materialista epicúreo, el alma es un compuesto de aire, vapor y calor. Y “toda la sustancia del alma, añade, se disipa como el humo en las altas regiones del aire”. “Los materialistas de nuestros días —escribe atinadamente Lesétre— esforzándose por dar a la negación de la espiritualidad e inmortalidad del alma una fórmula de apariencia más científica, no se apartan del pensamiento de sus predecesores; que el alma sea una centella producida por la palpitación del corazón o, como se la define con frecuencia en la actualidad, el conjunto de las funciones del cerebro, es lo mismo. Pero si con el cambio de fórmula la filosofía no ha ganado nada, se convendrá en que la poesía ha perdido mucho”.
Habida cuenta de la brevedad de la vida y negada toda perspectiva ultraterrena. Los impíos no ven solución más lógica que el “comamos y bebamos que mañana moriremos”. Pablo considera lógica tal actitud negada la resurrección (1 Cor 15,32). La descripción de los banquetes responde a las costumbres griegas y romanas. La utilización, en Sab 2,9, de términos consagrados por la Escritura (méris, kleros) puede reflejar terminología de judíos apóstatas con la que se pretende ridiculizar las creencias judías. También la ascética cristiana invita a considerar la brevedad de la vida y la caducidad de los bienes terrenos. Pero con una perspectiva muy distinta: recordar nuestra condición de peregrinos que ha de inducirnos a poner la mente y el corazón en un más allá feliz junto a Dios, al que tiene que ordenarse la utilización de los bienes terrenos, que no son fin, sino medios.
2,10-20 Actitud de los impíos frente al justo. El autor de Proverbios afirma que Las entrañas de los malvados son crueles (Prov 12,10). En efecto, no contentos con seguir sus liviandades, se vuelven crueles con los justos y débiles. Los grandes libertinos son con frecuencia duros perseguidores. Su norma de conducta es la ley del más fuerte, ley que en el mundo grecorromano defendían algunas concepciones filosóficas. La razón de tal actitud contra el justo es que la conducta de éste, ajustada a la norma de la ley, resulta para ellos un continuo reproche que quieren quitarse de encima.
Sorprende la semejanza de esta perícopa con los poemas del Siervo de Yahvé del Deuteroisaías y con los salmos 22 y 69. Como también la semejanza de la actitud de estos impíos con la de judíos y paganos en la pasión de Cristo (véase Sab 2,18 y Mt 27,43). Esto llevó a muchos Padres a interpretar la perícopa directamente del Mesías. En su sentido literal el texto se refiere a los justos que tenían que soportar la persecución y vejámenes por parte de judíos apóstatas y paganos hostiles. Pero aquéllos vienen a ser tipo de todo justo que sufre y por supuesto del Justo por excelencia que no es otro sino Jesucristo. El título Hijo de Dios se aplica en el Antiguo Testamento a Israel (Ex 4,22s), a los israelitas (Dt 14,1; Is 1,2; Os 11,1) y al rey de Israel (2 Sm 7,12; 1 Cr 22,10).
En Sabiduría se tiende a reservarlo para los justos (Sab 9,7; 10,15; 12,19; etc.) y se entiende en un sentido más profundo que culminará en la revelación neotestamentaria sobre la filiación divina de los hijos de Dios.
2,21-24 Juicio sobre los razonamientos de los impíos. Frente a la concepción materialista de los impíos, el sabio manifiesta la suya propia. Los impíos se equivocan en sus razonamientos. Su error proviene de su maldad. No llegaron a la luz porque sus obras eran malas (1 Jn 3,19), porque, como decía san Pablo de los romanos, tenían aprisionada la verdad con sus maldades (Rom 1,18). La entrega desmesurada a las cosas de la tierra cierra el espíritu a la trascendencia. Profundizando un poco más, afirma el fundamento de la esperanza de los justos: la bienaventuranza inmortal para la que Dios creó al hombre, a quien hizo imagen de su propio ser (Sab 2,23).
El autor de Gn 1,27 colocaba la semejanza del hombre con Dios en su naturaleza racional, como ser dotado de entendimiento y voluntad. El autor de Sabiduría sobrepasa ese sentido colocándose en una perspectiva ultraterrena. San Pedro llevará la revelación a su ultimo grado cuando afirma que hemos sido hechos partícipes de la naturaleza misma de Dios (2 Pe 1,4).
Concluye recordando que el pecado, que priva de esa inmortalidad feliz, entró en el mundo por envidia del diablo ante el destino feliz del ser humano. Los impíos, al imitar las obras del diablo, se convierten en hijos suyos (véase Jn 8,44). Seguramente san Pablo en Rom 5,12 se ha inspirado en Sab 2,24a.
3. Contrastes entre justos e impíos (3,1-4,19)
El capítulo precedente ha presentado la diversa suerte de los justos y los impíos en esta vida. Aquéllos son sometidos a toda suerte de vejaciones; éstos disfrutan de toda clase de placeres y participan en todo tipo de orgías. ¿Dónde está la justicia de Dios? El autor de Sabiduría tiene a mano la respuesta: a la vida terrena sigue otra en el más allá donde los justos reciben el premio de sus trabajos y sufrimientos, y los impíos el castigo de sus malas obras. Lo va a poner de relieve mediante un triple contraste entre la suerte de uno y otros: el premio de los justos y el castigo de los impíos (Sab 3,1-12); la esterilidad con virtud y la fecundidad con pecado (Sab 3, 13-4,6); la muerte prematura del justo y el final trágico de los malvados (Sab 4,7-19).
3,1-12 Primer contraste: Premio de los justos y castigo de los impíos. Los impíos tuvieron por infelices a los justos, que no disfrutaron como ellos de los placeres de esta vida. Pero después de ella los justos viven una vida feliz junto a Dios, en cuyos manos están esta expresión indica el dominio que Dios tiene sobre las criaturas (véase Sab 7,16; 11,17; 16,15). La muerte ha sido para ellos el tránsito a una vida llena de paz, término que significa para los hebreos la ausencia de todo mal y el disfrute de todo bien. La aportará el Príncipe de la paz (Is 9,2; véase Le 2,14). La fe cristiana lo ha expresado, desde los primeros tiempos de la Iglesia, con el “duerme”, “descansa en paz”, que colocó como epitafio sobre los sepulcros. Expresa muy bien la felicidad que sigue a la lucha y persecuciones sufridas en esta vida.
A continuación (Sab 3,4-6) se descifra el eterno enigma del sufrimiento del justo. Esta es una prueba que Dios permite para probar y fortalecer la virtud. Dios lo acepta como holocausto (Sab 3,6). El sacrificio de holocausto en el que se consumía toda la víctima, sin reservar nada para los oferentes, era considerado como el sacrificio más agradable a Dios. Conscientes de ello y del premio que les espera, los justos sentían una gran fortaleza, como la habían sentido los Macabeos, para superar con resignación, y hasta con alegría, los sufrimientos a que eran sometidos. Sab 3,7-9, con su estilo y lenguaje profético y apocalíptico nos lleva al final de los tiempos.
La visita de Sab 3,7a expresa la intervención favorable de Dios sobre los justos en el juicio escatológico. Y la imagen de Sab 3,7b alude al triunfo de los justos simbolizado con las imágenes de la luz y el resplandor (véase Dn 12,3; Mt 13,47). El juicio que ejercerán sobre las naciones no será una dominación temporal sino la que proviene de su conducta ejemplar que discrimina y condena la actitud de los malvados. Así el autor de Sabiduría ha resuelto con claridad hasta ahora desconocida el problema del sufrimiento que tanto había preocupado a los hagiógrafos precedentes y que nuestra naturaleza rehúye tan obstinadamente. El cristianismo sólo tuvo que completar estas ideas añadiendo el valor redentor del sufrimiento (Col 1,24) para tener una respuesta válida, al menos en parte, al gran misterio del dolor humano permitido por Dios. Con razón la Iglesia ha escogido esta pericopa para la misa de los mártires.
Al precedente cuadro luminoso sigue el cuadro sombrío sobre el futuro de los impíos. Estos sufrirán el castigo por un doble pecado: apartarse de Dios y perseguir a los justos. Se cerraron con sus malas obras al sentido trascendente de la vida y, en consecuencia, no practicaron la norma que conduce a ella. Su posteridad no podrá gloriarse con su memoria. Más aún, su impiedad repercutirá en sus mujeres e hijos. La impiedad de los hijos no es consecuencia fatal de la Iniquidad de su padre. Es más bien el resultado habitual de la educación que de ellos reciben y del ejemplo que tuvieron ante sus ojos.
3, 13-4,6 Segundo contraste: Mejor esterilidad con virtud, que fecundidad con pecado. El tema de los hijos y la posteridad mencionado en el versículo anterior (Sab 3,12) lleva al autor a presentar un contraste entre quien, habiendo practicado la virtud no tuvo hijos y quien, habiéndose dado a la impiedad, se vio rodeado de ellos. La esterilidad de los justos planteaba un problema, dado que los hijos eran considerados como una bendición de Dios. Los estériles quedaban excluidos de la ascendencia del Mesías (Gn 16,1-4; Ex 23,26; Lv 20,21s; Dt 7.4; Sal 77,3). Del eunuco dice Dt 23,2 que se le excluía de la asamblea del Señor. Pero Isaías anuncia que Dios dará un nombre eterno a los eunucos que hicieron lo que es grato al Señor. El sabio tiene algo muy importante que decir sobre quienes no tuvieron hijos: éstos, si practica ron la virtud, obtendrán también en el más allá el premio reservado a los justos. El Templo del Señor (Sab 3,14) no es el de Jerusalén.
Sino el cielo, como indica el paralelismo con Sab 3,13 donde el justo obtiene la herencia gloriosa. La fecundidad de los impíos fue estéril en virtud. La esterilidad de los justos fue fecunda en virtud. La afirmación del autor de Sabiduría supone un paso hacia la doctrina del Nuevo Testamento sobre la virginidad libremente aceptada por el Reino de los cielos (Mt 19,12; 1 Cor 7,1.6-8.25-38). La prudencia de Sab 3,15 es el ordenamiento práctico de la vida conforme a la voluntad de Dios.
A la esterilidad fecunda de los justos, que lleva a la inmortalidad feliz, sigue un juicio peyorativo sobre la descendencia de los adúlteros. Se trata de los hijos de adúlteros reales y jurídicos, pero también muy probablemente de matrimonios mixtos prohibidos por la ley o la costumbre. Como no toda carencia de posteridad es deplorable, así no toda posteridad es signo de bendición. Si sufren una muerte prematura, consumidos por sus vicios, morirán sin descendencia. Esta sería para ellos la única posibilidad de sobrevivir. Si llegan a la vejez, carecerán de la estima y reverencia de la ancianidad que sigue a una vida virtuosa.
El final de la perícopa (Sab 4,1-6) continúa el contraste, con nuevos matices, entre la esterilidad con virtud y la fecundidad con pecado. La imagen de Sab 4,2 está tomada de los juegos atléticos griegos, en los que el vencedor recibía una corona. La imagen es expresiva y san Pablo la utiliza en sus cartas (1 Cor 9,5; 1 Tim 6,2; Heb 12,4). Los hijos que llevan en sí la impronta de los vicios de sus padres tendrán el destino de los troncos bastardos, que no podrán arraigar y constituir árboles frondosos cubiertos de frutos. Durante la vida serán oprobio para sus progenitores. Y a la hora de rendir cuentas ante el tribunal de Dios serán acusadores de sus padres.
4,7-19 Tercer contraste: Muerte prematura del justo y longevidad del impío. Un misterioso enigma. Sucede a veces que una persona justa muere joven, sin haber disfrutado de la felicidad merecida. Esto tenía que desconcertar a los judíos, acostumbrados a leer en la Escritura las promesas de longevidad para los observadores de la ley (véase Ex 20,12; Dt 5,16; 30,20; Sal 21,5; 23,6; etc.). El sabio indica que la muerte prematura puede llevar consigo un triple beneficio. En primer lugar la liberación de los trabajos, sufrimientos y persecuciones a que se ven sometidos los justos en esta vida y un más pronto disfrute de la vida feliz junto a Dios.
Un segundo beneficio puede llevar consigo la muerte prematura: la liberación del ambiente corruptor que rodea con frecuencia a la juventud y de la que no es fácil liberar se habida cuenta de las pasiones juveniles. El sabio ve en ello un acto amoroso de la providencia de Dios. Un tercer motivo puede haber inducido a Dios a llevarse a un justo en edad joven (Sab 4,13-16): ha llegado en poco a la perfección. “Nadie ha vivido poco, decía Cicerón. Si ha realizado plenamente en sí la perfección de la virtud”. “No es mejor la vida más larga, afirmaba Plutarco, sino la más virtuosa”. “La edad es perfecta, añadía san Ambrosio, cuando ha sido perfecta la vida”, La Iglesia ha canonizado, proponiéndolos como modelo de virtud, a personas adolescentes y jóvenes. Una vez realizado el fin de su vida sobre la tierra, Dios, que se complace en el justo, se apresura a sacarlo de ella y hacerlo feliz junto a sí. Evidentemente, esto sólo es comprensible a los ojos de la fe. Para quienes carecen de fe resultará un contrasentido. Es posible que con la expresión Dios se lo llevó (Sab 4.10) el autor haya pensado en Enoc (véase Gn 5,22.24; Edo 44,16; Heb 11,5). Los mismos paganos decían que a quien los dioses aman muere joven (Plutarco-Menandro).
El autor acumula expresiones en Sab 4,17- 19 para indicar la desgracia de los impíos, que se juzgaban sabios a sí mismos y consideraban necios a los justos. La frase el Señor se reirá de ellos (Sab 4,18) no indica que Dios se complazca en la ruina de los injustos (véase Ez 18,23; 33.11), sino que Dios es el Señor poderoso que triunfa al final de sus enemigos (véase Sal 2,4; 37,13; 59,9). Lo del cadáver sin honra (Sab 4,19) hay que entenderlo a la luz de la concepción de los Judios para quienes verse privados de honrosa sepultura constituía el mayor oprobio y el más terrible castigo (véase 2 Re 9,10; Is 14,9; Jr 22,19; 36,30; Ex 29,5).
4. Suerte final de justos e injustos (4,20-5,23)
Concluye la primera parte del libro con unas reflexiones de los impíos ante la suerte de los justos, reflexiones que vienen a ser la contrapartida a las de Sab 2, lss. Revelan el cambio de situaciones que formulará Cristo en las bienaventuranzas de Lc 6,20-26 (Sab 4,20-5,14). Sigue una viva y conclusiva contraposición entre la suerte final de los justos y la de los impíos. El autor hace una pintoresca presentación de Dios como guerrero invencible a cuyo lado lucha la creación entera contra sus enemigos (Sab 5,15-23). Este tema reaparecerá ampliamente en la tercera parte del libro.
4,20-5, 14 Reflexiones de los impíos ante la suerte del justo. En este final de la primera parte el autor de Sabiduría nos sitúa -imaginariamente como Cristo en Mt 25- ante el juicio final. Sitúa ante el tribunal de Dios a justos y pecadores no arrepentidos para desvelar la suerte que espera a unos y otros. Y lo hace con cierto dramatismo. Tuvieron razón quienes practicaron la justicia, reconocen ahora los impíos. En cambio, se equivocaron quienes se entregaron a los placeres terrenos, pensando que todo acababa aquí abajo. Ahora se sienten sobrecogidos de espanto. Se han vuelto las tornas y se cumplen las bienaventuranzas e imprecaciones de Cristo (Lc 6.20- 26). Los justos, humillados y perseguidos por practicar la justicia, son ahora felices y dichosos. Los que se creyeron tales, inmersos en las satisfacciones terrenas, se sienten ahora desdichados y llenos de oprobio. El arrepentimiento que ahora sienten los impíos no es el que supone la conversión del pecador, confiado en la misericordia de Dios, ya imposible para ellos, sino el pesar íntimo que les hace cambiar de parecer. La expresión hijos de Dios (Sab 5,5) puede referirse a los justos (véase Sab 2,18); pero dada la distinción que se hace en ese mismo verso entre justos y ángeles, más probablemente se refiere a éstos últimos (véase Job 1,6; 15,15; Sal 29,1).
Sab 5,9-23 presenta expresivas imágenes en boca de los impíos, a las que el autor añade otras por su cuenta, para poner de relieve el carácter efímero de la vida del hombre sobre la tierra. Tanto la literatura bíblica como la clásica profana comparan con frecuencia la vida humana con la travesía marítima. La expresiva comparación de la flecha es del autor del libro. Indiquemos otra vez que la ascética cristiana ha invitado siempre a la consideración de la caducidad de las cosas terrenales, pero como estímulo a no poner en ellas el corazón, sino en las cosas trascendentales.
5,15-23 Porvenir glorioso del justo.
Concluye la primera parte del libro con este bello y dramático cuadro en el que se alternan luces y sombras.
Por lo que a los justos se refiere, señala dos características: la eternidad de la vida feliz en el más allá y el hecho de que esta felicidad tiene lugar junto a Dios. Una felicidad sólo temporal no sería plena y perfecta. Y una dicha plena y perfecta tiene que ser una participación de la felicidad infinita de Dios. El autor utiliza para expresarla imágenes que se aproximan, pero que no pueden abarcar la profunda realidad que conlleva la felicidad eterna (véase 1 Cor 2,9). Nadie puede arrebatar esa dicha a los justos ni impedir a Dios que castigue a los impíos. El autor presenta a Dios, con imágenes de la tradición escatológica, como un guerrero invencible a cuyo servicio está toda la naturaleza. Las armas que empuñará: la coraza, el casco, el escudo y la espada, simbolizan la justicia, que no puede menos de premiar el bien y castigar el mal; el juicio sincero que, al conocer las intenciones de cada uno, no puede equivocarse; la santidad invencible, incompatible con todo mal; la ira inexorable, que no puede menos de ejercerse contra la iniquidad. El universo entero luchará con él contra los impíos. Su maldad afectó también a las obras de la creación, por lo que ésta deberá también tomar parte en la lucha contra la maldad. En Sab 5,21 23 aparecen los elementos tradicionales de las teofanías. Al final el poder de Dios acabará con toda iniquidad. Esta se volverá también contra quienes la cometieron. También contra los poderosos, cuyos tronos serán derribados. La mención de los reyes alude a Sab.
1,1, formando con él una inclusión semita que encierra el contenido de la primera parte. Ignoramos la correspondencia del género apocalíptico con la realidad.
No podemos, por lo mismo, determinar de qué manera actuarán los elementos de la naturaleza, O si se trata de meras imágenes para poner de relieve lo terrible del castigo de los impíos.
* **
En esta primera parte del libro de la Sabiduría se constata un maravilloso avance, respecto al destino final del hombre, en relación con los libros sapienciales precedentes. Nuestro sabio afirma con claridad meridiana que existe un más allá, donde los justos gozan de una inmortalidad feliz y los impíos sufren un castigo eterno por sus pecados. Queda con ello descifrado el enigma de los justos que sufren en esta vida y de los malvados que triunfan. Problema que había desconcertado a los autores de Job y Eclesiastés.
¿POR QUÉ A LOS IMPIOS SIEMPRE LES VA BIEN?
2. Los impíos y la vida presente (1,16-2,24)
En esta breve sección, una de las más bellas de todo el libro por su vigor conceptual y su estilo literario, el autor de Sabiduría presenta los razonamientos de los impíos respecto de la vida presente y su actitud ante los placeres de la vida (Sab 1,16-2,9).la reacción de los impíos frente al justo (Sab 2,10-20), y el juicio que le merecen al autor del libro esos razonamientos de los impíos (Sab 2,2 1-24). Los impíos profesan una visión materialista que excluye toda supervivencia en un más allá. Seguramente están incluidos en eso “impíos” los judíos apóstatas que, influenciados por el materialismo epicureo, habían abandonado la fe y tradiciones patrias.
1,16-2,9 La vida según los impíos. El autor sagrado describe con expresiones gráficas el afán con que los malvados se entregan a sus iniquidades, haciéndose, por lo mismo, acreedores al castigo divino; describe también la gradación en esa entrega: amistad, deseo, alianza.
Como el amante piensa en su amada y se desvive por su compañía hasta entregarse a ella, así llegan a entregarse a sus placeres e iniquidades los malvados, Constatan la brevedad y condición triste de la vida sobre la tierra. Lo primero se constata con frecuencia en la Escritura. Lo segundo viene avalado por los frecuentes dolores y sufrimientos que la vida sobre la tierra lleva consigo.
Ambas cosas proclamó también Job: El hombre, nacido de mujer corto de días y lleno de zozobras, como la flor brota y se marchita (Job 14. ls). El razonamiento de los impíos se basa en la filosofía materialista muy afín a la de los epicúreos: el hombre ha venido al mundo por mero azar. Es una reunión fortuita de los elementos que constituyen nuestro ser. Y a la muerte sigue la nada absoluta. Para Lucrecio materialista epicúreo, el alma es un compuesto de aire, vapor y calor. Y “toda la sustancia del alma, añade, se disipa como el humo en las altas regiones del aire”. “Los materialistas de nuestros días —escribe atinadamente Lesétre— esforzándose por dar a la negación de la espiritualidad e inmortalidad del alma una fórmula de apariencia más científica, no se apartan del pensamiento de sus predecesores; que el alma sea una centella producida por la palpitación del corazón o, como se la define con frecuencia en la actualidad, el conjunto de las funciones del cerebro, es lo mismo. Pero si con el cambio de fórmula la filosofía no ha ganado nada, se convendrá en que la poesía ha perdido mucho”.
Habida cuenta de la brevedad de la vida y negada toda perspectiva ultraterrena. Los impíos no ven solución más lógica que el “comamos y bebamos que mañana moriremos”. Pablo considera lógica tal actitud negada la resurrección (1 Cor 15,32). La descripción de los banquetes responde a las costumbres griegas y romanas. La utilización, en Sab 2,9, de términos consagrados por la Escritura (méris, kleros) puede reflejar terminología de judíos apóstatas con la que se pretende ridiculizar las creencias judías. También la ascética cristiana invita a considerar la brevedad de la vida y la caducidad de los bienes terrenos. Pero con una perspectiva muy distinta: recordar nuestra condición de peregrinos que ha de inducirnos a poner la mente y el corazón en un más allá feliz junto a Dios, al que tiene que ordenarse la utilización de los bienes terrenos, que no son fin, sino medios.
2,10-20 Actitud de los impíos frente al justo. El autor de Proverbios afirma que Las entrañas de los malvados son crueles (Prov 12,10). En efecto, no contentos con seguir sus liviandades, se vuelven crueles con los justos y débiles. Los grandes libertinos son con frecuencia duros perseguidores. Su norma de conducta es la ley del más fuerte, ley que en el mundo grecorromano defendían algunas concepciones filosóficas. La razón de tal actitud contra el justo es que la conducta de éste, ajustada a la norma de la ley, resulta para ellos un continuo reproche que quieren quitarse de encima.
Sorprende la semejanza de esta perícopa con los poemas del Siervo de Yahvé del Deuteroisaías y con los salmos 22 y 69. Como también la semejanza de la actitud de estos impíos con la de judíos y paganos en la pasión de Cristo (véase Sab 2,18 y Mt 27,43). Esto llevó a muchos Padres a interpretar la perícopa directamente del Mesías. En su sentido literal el texto se refiere a los justos que tenían que soportar la persecución y vejámenes por parte de judíos apóstatas y paganos hostiles. Pero aquéllos vienen a ser tipo de todo justo que sufre y por supuesto del Justo por excelencia que no es otro sino Jesucristo. El título Hijo de Dios se aplica en el Antiguo Testamento a Israel (Ex 4,22s), a los israelitas (Dt 14,1; Is 1,2; Os 11,1) y al rey de Israel (2 Sm 7,12; 1 Cr 22,10).
En Sabiduría se tiende a reservarlo para los justos (Sab 9,7; 10,15; 12,19; etc.) y se entiende en un sentido más profundo que culminará en la revelación neotestamentaria sobre la filiación divina de los hijos de Dios.
2,21-24 Juicio sobre los razonamientos de los impíos. Frente a la concepción materialista de los impíos, el sabio manifiesta la suya propia. Los impíos se equivocan en sus razonamientos. Su error proviene de su maldad. No llegaron a la luz porque sus obras eran malas (1 Jn 3,19), porque, como decía san Pablo de los romanos, tenían aprisionada la verdad con sus maldades (Rom 1,18). La entrega desmesurada a las cosas de la tierra cierra el espíritu a la trascendencia. Profundizando un poco más, afirma el fundamento de la esperanza de los justos: la bienaventuranza inmortal para la que Dios creó al hombre, a quien hizo imagen de su propio ser (Sab 2,23).
El autor de Gn 1,27 colocaba la semejanza del hombre con Dios en su naturaleza racional, como ser dotado de entendimiento y voluntad. El autor de Sabiduría sobrepasa ese sentido colocándose en una perspectiva ultraterrena. San Pedro llevará la revelación a su ultimo grado cuando afirma que hemos sido hechos partícipes de la naturaleza misma de Dios (2 Pe 1,4).
Concluye recordando que el pecado, que priva de esa inmortalidad feliz, entró en el mundo por envidia del diablo ante el destino feliz del ser humano. Los impíos, al imitar las obras del diablo, se convierten en hijos suyos (véase Jn 8,44). Seguramente san Pablo en Rom 5,12 se ha inspirado en Sab 2,24a.
3. Contrastes entre justos e impíos (3,1-4,19)
El capítulo precedente ha presentado la diversa suerte de los justos y los impíos en esta vida. Aquéllos son sometidos a toda suerte de vejaciones; éstos disfrutan de toda clase de placeres y participan en todo tipo de orgías. ¿Dónde está la justicia de Dios? El autor de Sabiduría tiene a mano la respuesta: a la vida terrena sigue otra en el más allá donde los justos reciben el premio de sus trabajos y sufrimientos, y los impíos el castigo de sus malas obras. Lo va a poner de relieve mediante un triple contraste entre la suerte de uno y otros: el premio de los justos y el castigo de los impíos (Sab 3,1-12); la esterilidad con virtud y la fecundidad con pecado (Sab 3, 13-4,6); la muerte prematura del justo y el final trágico de los malvados (Sab 4,7-19).
3,1-12 Primer contraste: Premio de los justos y castigo de los impíos. Los impíos tuvieron por infelices a los justos, que no disfrutaron como ellos de los placeres de esta vida. Pero después de ella los justos viven una vida feliz junto a Dios, en cuyos manos están esta expresión indica el dominio que Dios tiene sobre las criaturas (véase Sab 7,16; 11,17; 16,15). La muerte ha sido para ellos el tránsito a una vida llena de paz, término que significa para los hebreos la ausencia de todo mal y el disfrute de todo bien. La aportará el Príncipe de la paz (Is 9,2; véase Le 2,14). La fe cristiana lo ha expresado, desde los primeros tiempos de la Iglesia, con el “duerme”, “descansa en paz”, que colocó como epitafio sobre los sepulcros. Expresa muy bien la felicidad que sigue a la lucha y persecuciones sufridas en esta vida.
A continuación (Sab 3,4-6) se descifra el eterno enigma del sufrimiento del justo. Esta es una prueba que Dios permite para probar y fortalecer la virtud. Dios lo acepta como holocausto (Sab 3,6). El sacrificio de holocausto en el que se consumía toda la víctima, sin reservar nada para los oferentes, era considerado como el sacrificio más agradable a Dios. Conscientes de ello y del premio que les espera, los justos sentían una gran fortaleza, como la habían sentido los Macabeos, para superar con resignación, y hasta con alegría, los sufrimientos a que eran sometidos. Sab 3,7-9, con su estilo y lenguaje profético y apocalíptico nos lleva al final de los tiempos.
La visita de Sab 3,7a expresa la intervención favorable de Dios sobre los justos en el juicio escatológico. Y la imagen de Sab 3,7b alude al triunfo de los justos simbolizado con las imágenes de la luz y el resplandor (véase Dn 12,3; Mt 13,47). El juicio que ejercerán sobre las naciones no será una dominación temporal sino la que proviene de su conducta ejemplar que discrimina y condena la actitud de los malvados. Así el autor de Sabiduría ha resuelto con claridad hasta ahora desconocida el problema del sufrimiento que tanto había preocupado a los hagiógrafos precedentes y que nuestra naturaleza rehúye tan obstinadamente. El cristianismo sólo tuvo que completar estas ideas añadiendo el valor redentor del sufrimiento (Col 1,24) para tener una respuesta válida, al menos en parte, al gran misterio del dolor humano permitido por Dios. Con razón la Iglesia ha escogido esta pericopa para la misa de los mártires.
Al precedente cuadro luminoso sigue el cuadro sombrío sobre el futuro de los impíos. Estos sufrirán el castigo por un doble pecado: apartarse de Dios y perseguir a los justos. Se cerraron con sus malas obras al sentido trascendente de la vida y, en consecuencia, no practicaron la norma que conduce a ella. Su posteridad no podrá gloriarse con su memoria. Más aún, su impiedad repercutirá en sus mujeres e hijos. La impiedad de los hijos no es consecuencia fatal de la Iniquidad de su padre. Es más bien el resultado habitual de la educación que de ellos reciben y del ejemplo que tuvieron ante sus ojos.
3, 13-4,6 Segundo contraste: Mejor esterilidad con virtud, que fecundidad con pecado. El tema de los hijos y la posteridad mencionado en el versículo anterior (Sab 3,12) lleva al autor a presentar un contraste entre quien, habiendo practicado la virtud no tuvo hijos y quien, habiéndose dado a la impiedad, se vio rodeado de ellos. La esterilidad de los justos planteaba un problema, dado que los hijos eran considerados como una bendición de Dios. Los estériles quedaban excluidos de la ascendencia del Mesías (Gn 16,1-4; Ex 23,26; Lv 20,21s; Dt 7.4; Sal 77,3). Del eunuco dice Dt 23,2 que se le excluía de la asamblea del Señor. Pero Isaías anuncia que Dios dará un nombre eterno a los eunucos que hicieron lo que es grato al Señor. El sabio tiene algo muy importante que decir sobre quienes no tuvieron hijos: éstos, si practica ron la virtud, obtendrán también en el más allá el premio reservado a los justos. El Templo del Señor (Sab 3,14) no es el de Jerusalén.
Sino el cielo, como indica el paralelismo con Sab 3,13 donde el justo obtiene la herencia gloriosa. La fecundidad de los impíos fue estéril en virtud. La esterilidad de los justos fue fecunda en virtud. La afirmación del autor de Sabiduría supone un paso hacia la doctrina del Nuevo Testamento sobre la virginidad libremente aceptada por el Reino de los cielos (Mt 19,12; 1 Cor 7,1.6-8.25-38). La prudencia de Sab 3,15 es el ordenamiento práctico de la vida conforme a la voluntad de Dios.
A la esterilidad fecunda de los justos, que lleva a la inmortalidad feliz, sigue un juicio peyorativo sobre la descendencia de los adúlteros. Se trata de los hijos de adúlteros reales y jurídicos, pero también muy probablemente de matrimonios mixtos prohibidos por la ley o la costumbre. Como no toda carencia de posteridad es deplorable, así no toda posteridad es signo de bendición. Si sufren una muerte prematura, consumidos por sus vicios, morirán sin descendencia. Esta sería para ellos la única posibilidad de sobrevivir. Si llegan a la vejez, carecerán de la estima y reverencia de la ancianidad que sigue a una vida virtuosa.
El final de la perícopa (Sab 4,1-6) continúa el contraste, con nuevos matices, entre la esterilidad con virtud y la fecundidad con pecado. La imagen de Sab 4,2 está tomada de los juegos atléticos griegos, en los que el vencedor recibía una corona. La imagen es expresiva y san Pablo la utiliza en sus cartas (1 Cor 9,5; 1 Tim 6,2; Heb 12,4). Los hijos que llevan en sí la impronta de los vicios de sus padres tendrán el destino de los troncos bastardos, que no podrán arraigar y constituir árboles frondosos cubiertos de frutos. Durante la vida serán oprobio para sus progenitores. Y a la hora de rendir cuentas ante el tribunal de Dios serán acusadores de sus padres.
4,7-19 Tercer contraste: Muerte prematura del justo y longevidad del impío. Un misterioso enigma. Sucede a veces que una persona justa muere joven, sin haber disfrutado de la felicidad merecida. Esto tenía que desconcertar a los judíos, acostumbrados a leer en la Escritura las promesas de longevidad para los observadores de la ley (véase Ex 20,12; Dt 5,16; 30,20; Sal 21,5; 23,6; etc.). El sabio indica que la muerte prematura puede llevar consigo un triple beneficio. En primer lugar la liberación de los trabajos, sufrimientos y persecuciones a que se ven sometidos los justos en esta vida y un más pronto disfrute de la vida feliz junto a Dios.
Un segundo beneficio puede llevar consigo la muerte prematura: la liberación del ambiente corruptor que rodea con frecuencia a la juventud y de la que no es fácil liberar se habida cuenta de las pasiones juveniles. El sabio ve en ello un acto amoroso de la providencia de Dios. Un tercer motivo puede haber inducido a Dios a llevarse a un justo en edad joven (Sab 4,13-16): ha llegado en poco a la perfección. “Nadie ha vivido poco, decía Cicerón. Si ha realizado plenamente en sí la perfección de la virtud”. “No es mejor la vida más larga, afirmaba Plutarco, sino la más virtuosa”. “La edad es perfecta, añadía san Ambrosio, cuando ha sido perfecta la vida”, La Iglesia ha canonizado, proponiéndolos como modelo de virtud, a personas adolescentes y jóvenes. Una vez realizado el fin de su vida sobre la tierra, Dios, que se complace en el justo, se apresura a sacarlo de ella y hacerlo feliz junto a sí. Evidentemente, esto sólo es comprensible a los ojos de la fe. Para quienes carecen de fe resultará un contrasentido. Es posible que con la expresión Dios se lo llevó (Sab 4.10) el autor haya pensado en Enoc (véase Gn 5,22.24; Edo 44,16; Heb 11,5). Los mismos paganos decían que a quien los dioses aman muere joven (Plutarco-Menandro).
El autor acumula expresiones en Sab 4,17- 19 para indicar la desgracia de los impíos, que se juzgaban sabios a sí mismos y consideraban necios a los justos. La frase el Señor se reirá de ellos (Sab 4,18) no indica que Dios se complazca en la ruina de los injustos (véase Ez 18,23; 33.11), sino que Dios es el Señor poderoso que triunfa al final de sus enemigos (véase Sal 2,4; 37,13; 59,9). Lo del cadáver sin honra (Sab 4,19) hay que entenderlo a la luz de la concepción de los Judios para quienes verse privados de honrosa sepultura constituía el mayor oprobio y el más terrible castigo (véase 2 Re 9,10; Is 14,9; Jr 22,19; 36,30; Ex 29,5).
4. Suerte final de justos e injustos (4,20-5,23)
Concluye la primera parte del libro con unas reflexiones de los impíos ante la suerte de los justos, reflexiones que vienen a ser la contrapartida a las de Sab 2, lss. Revelan el cambio de situaciones que formulará Cristo en las bienaventuranzas de Lc 6,20-26 (Sab 4,20-5,14). Sigue una viva y conclusiva contraposición entre la suerte final de los justos y la de los impíos. El autor hace una pintoresca presentación de Dios como guerrero invencible a cuyo lado lucha la creación entera contra sus enemigos (Sab 5,15-23). Este tema reaparecerá ampliamente en la tercera parte del libro.
4,20-5, 14 Reflexiones de los impíos ante la suerte del justo. En este final de la primera parte el autor de Sabiduría nos sitúa -imaginariamente como Cristo en Mt 25- ante el juicio final. Sitúa ante el tribunal de Dios a justos y pecadores no arrepentidos para desvelar la suerte que espera a unos y otros. Y lo hace con cierto dramatismo. Tuvieron razón quienes practicaron la justicia, reconocen ahora los impíos. En cambio, se equivocaron quienes se entregaron a los placeres terrenos, pensando que todo acababa aquí abajo. Ahora se sienten sobrecogidos de espanto. Se han vuelto las tornas y se cumplen las bienaventuranzas e imprecaciones de Cristo (Lc 6.20- 26). Los justos, humillados y perseguidos por practicar la justicia, son ahora felices y dichosos. Los que se creyeron tales, inmersos en las satisfacciones terrenas, se sienten ahora desdichados y llenos de oprobio. El arrepentimiento que ahora sienten los impíos no es el que supone la conversión del pecador, confiado en la misericordia de Dios, ya imposible para ellos, sino el pesar íntimo que les hace cambiar de parecer. La expresión hijos de Dios (Sab 5,5) puede referirse a los justos (véase Sab 2,18); pero dada la distinción que se hace en ese mismo verso entre justos y ángeles, más probablemente se refiere a éstos últimos (véase Job 1,6; 15,15; Sal 29,1).
Sab 5,9-23 presenta expresivas imágenes en boca de los impíos, a las que el autor añade otras por su cuenta, para poner de relieve el carácter efímero de la vida del hombre sobre la tierra. Tanto la literatura bíblica como la clásica profana comparan con frecuencia la vida humana con la travesía marítima. La expresiva comparación de la flecha es del autor del libro. Indiquemos otra vez que la ascética cristiana ha invitado siempre a la consideración de la caducidad de las cosas terrenales, pero como estímulo a no poner en ellas el corazón, sino en las cosas trascendentales.
5,15-23 Porvenir glorioso del justo.
Concluye la primera parte del libro con este bello y dramático cuadro en el que se alternan luces y sombras.
Por lo que a los justos se refiere, señala dos características: la eternidad de la vida feliz en el más allá y el hecho de que esta felicidad tiene lugar junto a Dios. Una felicidad sólo temporal no sería plena y perfecta. Y una dicha plena y perfecta tiene que ser una participación de la felicidad infinita de Dios. El autor utiliza para expresarla imágenes que se aproximan, pero que no pueden abarcar la profunda realidad que conlleva la felicidad eterna (véase 1 Cor 2,9). Nadie puede arrebatar esa dicha a los justos ni impedir a Dios que castigue a los impíos. El autor presenta a Dios, con imágenes de la tradición escatológica, como un guerrero invencible a cuyo servicio está toda la naturaleza. Las armas que empuñará: la coraza, el casco, el escudo y la espada, simbolizan la justicia, que no puede menos de premiar el bien y castigar el mal; el juicio sincero que, al conocer las intenciones de cada uno, no puede equivocarse; la santidad invencible, incompatible con todo mal; la ira inexorable, que no puede menos de ejercerse contra la iniquidad. El universo entero luchará con él contra los impíos. Su maldad afectó también a las obras de la creación, por lo que ésta deberá también tomar parte en la lucha contra la maldad. En Sab 5,21 23 aparecen los elementos tradicionales de las teofanías. Al final el poder de Dios acabará con toda iniquidad. Esta se volverá también contra quienes la cometieron. También contra los poderosos, cuyos tronos serán derribados. La mención de los reyes alude a Sab.
1,1, formando con él una inclusión semita que encierra el contenido de la primera parte. Ignoramos la correspondencia del género apocalíptico con la realidad.
No podemos, por lo mismo, determinar de qué manera actuarán los elementos de la naturaleza, O si se trata de meras imágenes para poner de relieve lo terrible del castigo de los impíos.
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En esta primera parte del libro de la Sabiduría se constata un maravilloso avance, respecto al destino final del hombre, en relación con los libros sapienciales precedentes. Nuestro sabio afirma con claridad meridiana que existe un más allá, donde los justos gozan de una inmortalidad feliz y los impíos sufren un castigo eterno por sus pecados. Queda con ello descifrado el enigma de los justos que sufren en esta vida y de los malvados que triunfan. Problema que había desconcertado a los autores de Job y Eclesiastés.

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