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viernes, 15 de enero de 2010

Reflexiones del Nuevo Testamento


Comentarios al Nuevo Testamento . PENTECOSTÉS

2,1-13 El día de Pentecostés.
Pocas dudas existen actualmente de que este relato e una construcción artificial, creada por Luca con una clara intención teológica.

Las menciones previas del Espíritu (en particular Hch 1,5), tan presente en la obra Lucas, llegan a su culminación en esta página. La comunidad se apresta así para lleva cabo su misión de anunciar el evangelio aunque Lucas no suele utilizar este término. Comunidad y Espíritu son los dos polos capítulo y, como consecuencia, palabra y vida. Es como un resumen de la teología lucana que ha de dar sentido, coherencia y unidad al resto del libro.

La escenografía (viento, lenguas de fuego, ruido...) recuerdan el “día del Señor” de los profetas, es decir, una manifestación especial de Dios, teofanía o visión. Con ello muestra que empieza una nueva etapa de acción de Dios, la definitiva, en la historia de la salvación. Esto lo subraya la cita de Joel (JI 3,1-5), muy pertinente, ya que en su sentido original se habla de una efusión del espíritu (todavía con minúsculas en el Antiguo Testamento) de Dios con efectos maravillosos. Se trata, pues, de la última edad del mundo, del tiempo escatológico de la salvación.

El protagonista es naturalmente el Espíritu de Dios que ha de entenderse como la fuerza y presencia activa del Señor que obra la salvación de los hombres, si bien es cierto que el carácter personal de este Espíritu aparece cada vez más en los textos lucanos. De este modo se inaugura la comunidad de los salvados que hacen presente y visible la presencia divina en el mundo.

El Espíritu está en relación con el Jesús glorificado (véase Hch 1,5.8) aun cuando este punto está en Hechos menos explicitado que en el evangelio de Juan. Pero esa conexión queda suficientemente clara en el discurso que sigue inmediatamente (Hch 2,33).

El Espíritu constituye al grupo de discípulos en testigos ante todos los pueblos, representados por los oyentes (Hch 2,9.11). No hay fronteras para la salvación. Todos están destinados a ella. La dimensión universal es bien clara. Y no sólo en cuanto destino, deseo o posibilidad, sino como realidad presente. La misma salvación es entendida por todos, cada uno en su lengua.

La dimensión comunitaria es también muy importante en todo el pasaje. Un grupo recibe el Espíritu; un grupo lo anuncia y crea, a su vez, una comunidad de convertidos. El nuevo Israel se hace misionero al recibir el don del Espíritu. Se podría decir que con esta realidad nace la Iglesia o, al menos, nace pública y oficialmente, comenzando a anunciar a Jesús y su significado para todos los hombres.

Es de notar que todo el pasaje tiene una clara intención teológica, como acaba de exponerse. Por tanto son de mucha menor importancia los temas de la historicidad, es decir, lo que ocurrió exactamente aquel día.


2,14-41 Discurso de Pedro. Lucas pone aquí un ejemplo de la predicación de la primera comunidad y de sus efectos. Lo coloca en boca de Pedro, portavoz y jefe de los Doce. Es un discurso construido por el autor de Hechos y no una transcripción de las palabras de Simón, aunque uno puede suponer razonablemente que en algún momento inicial se dijo algo parecido a esto.

Este discurso se parece a los otros discursos del libro (Hch 3,12-26; 4,8-12; 10,34- 43; 13,16-41). Todos ellos tienen un núcleo central que procede del kerigma primitivo y lo resume: presentación breve de Jesús, anuncio de su muerte y resurrección, salvación que brota de ellas. Estos puntos parecen ser el contenido fundamental de la predicación cristiana primitiva. Lucas los transmite en sus discursos, que están enriquecidos, por otra parte, con muchas citas de la Escritura, aquí del salmo 16 aplicado a Jesús (Hch 2,25- 28.31) y del 110 (Hch 2,34). En este anuncio tiene un puesto primordial la resurrección y exaltación de Jesús (Hch 2,32-33), atribuida al Padre con formulación muy antigua. También la dimensión soteriológica es muy importante. El anuncio de Cristo no se queda en algo meramente teórico o distante, sino que tiene repercusiones en quienes lo aceptan. Este aspecto salvífico se expresa en la fórmula para que queden perdonados vuestros pecados y entonces recibiréis el don del Espíritu Santo (Hch 2,38).

El capítulo es una poderosa síntesis de toda la concepción teológica de Lucas. Puesto en cabeza del libro de los Hechos, ilumina el desarrollo del mismo y traza sus grandes directrices. El día de pentecostés se cumple la promesa escatológica del Espíritu, que inspira la proclamación apostólica universal y la aceptación gradual del mensaje, creando así una comunidad salvífica y un tiempo intermedio de salvación que tiende a su plenitud definitiva en el día del Señor.

Pentecostés resulta hoy también de enorme actualidad, porque la Iglesia continúa viviendo de aquella efusión repetida siempre en ella. Los temas de la salvación presente, el Espíritu como fuerza de vida del creyente y fuente de evangelización, el testimonio ante todos, la comunidad... todos los temas que Lucas presenta en su narración no son sólo sucesos de aquel momento, sino del presente. Lo importante es que los cristianos actuales crean y se abran a su acción. Como aquellos primeros.

2,42-47 Vida en la comunidad. El acontecimiento de pentecostés adquiere proyección eclesial en este “sumario”, y cobra un carácter normativo al describir los rasgos característicos y esenciales de la vida de la Iglesia naciente. No es un enunciado de principios teológicos abstractos, sino la descripción de una “vida”. La primera comunidad, nacida del agua del bautismo y del Espíritu, vive perseverante en apretada unidad, en “comunión”, en torno a los apóstoles y en la celebración litúrgica: fracción del pan (con toda probabilidad, la celebración litúrgica de la cena del Señor) y oraciones. La “vida” eclesial es efecto de la presencia y aliento del Espíritu Santo que, con su venida, manifiesta un “culto” en el Espíritu, una “unidad” en el Espíritu, un “crecimiento” en y por el Espíritu.

Naturalmente este sumario no es ni quiere ser una historia de la comunidad jerosolimitana, aunque puede tener ciertas bases históricas. Se trata, sobre todo, de una descripción que pretende servir de modelo a la Iglesia e iglesias de todos los tiempos.

El rasgo predominante es la unión-comunión de los cristianos en torno a los apóstoles (Hch 2,42-43) que enseñan y manifiestan la salvación. Es importante también en esta vida de la comunidad la oración y la fracción del pan. Por último la comunidad de bienes. Es aquí donde más se nota la visión idealizada de esa comunidad. Si la organización económica hubiera sido como aquí se describe (Hch 2,44), apenas se explicarían textos donde se supone que el vender las propiedades es algo digno de mención, como el caso de Bernabé en Hch 4,36, o se dice que Ananías y Safira podían libremente disponer de lo suyo (Hch 5,4); ni tampoco otros que afirman cómo había murmuraciones por las desigualdades materiales (Hch 6,1). Esto significa que en la comunidad primitiva hubo también problemas con la comunión de bienes. Esta descripción es más bien algo a lo que toda comunidad cristiana debe aspirar confiando en la fuerza del Espíritu.

2. Pedro y Juan (3,1-5,11)

En esta sección encontramos la actividad de la comunidad tomando como centro de ella y de la exposición correspondiente a Pedro y Juan. Ellos son los primeros que ponen en marcha el programa de pentecostés. Siguiendo un tanto el esquema de los evangelios sinópticos estos actores combinan acciones y palabras. En contraste con esa actividad aparece la persecución que se desata contra ellos. Este esquema se repetirá mucho a lo largo del libro. Lucas está convencido de que la evangelización se realiza a través de la acción y la predicación, pero que ello provoca persecuciones, lo mismo que sucedió con el Maestro. Completa la sección otro sumario en que se insiste en la comunión de bienes.

3,1-11 Curación de un paralítico. La fuerza del Espíritu que los apóstoles han recibido en pentecostés se manifiesta en la curación del lisiado. Con motivo de ella, Pedro proclama la exaltación de Cristo resucitado, enmarcada en la teología del siervo del Señor como autor de una restauración y de una bendición universal.

El relato de esta curación milagrosa está en la línea de la sencillez que caracteriza este tipo de narraciones en los evangelios sinópticos. Se da, sin embargo, el significativo cambio de que la curación se obra explícitamente en virtud de Jesucristo y no por la propia fuerza.

En la misma línea de los evangelios, la curación es también una señal de que la realidad material concreta cambia cuando la salvación llega. No cambian sólo las mentes o las palabras sino los propios hechos. Hay algo realmente nuevo entre nosotros.

3,12-26 Discurso de Pedro. La curación del paralítico da pie a una segunda proclamación o presentación del anuncio, muy semejante a la anterior (Hch 2,22ss). Los elementos también son parecidos: cumplimiento de la promesa llevado a cabo por Dios en Jesús; rechazo humano de este Jesús y su glorificación por parte del Padre. En este punto contrasta fuertemente la actividad humana: entregasteis, negasteis al Santo, matasteis al autor de la vida (Hch 3,13.14.15); y la divina: pero Dios le ha resucitado (Hch 3,15). Los apóstoles son testigos de esta acción de Dios.

También se encuentra un cierta excusa para esas acciones humanas: lo hicisteis por ignorancia, igual que vuestros jefes (Hch 3,17) equivalente al Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen (Lc 23,34) muy en una Iínea típicamente lucana.

En todo caso se destaca la necesidad y urgencia de conversión para acoger la oferta de salvación, cumpliendo así el plan de Dios (Hch 3,18.20-26). Este punto ha de destacarse porque hacia él se dirige el resto del discurso. No se trata básicamente de un relato de curiosidades, sino de una exhortación a recibir el designio salvífico de Dios llevado a cabo en Jesús y manifestado por el testimonio de la comunidad y de los apóstoles.

4,1-22 Perseguidos por el sanedrín. Como último episodio de este ciclo, dedicado a Pedro y Juan hay un relato de persecución igual que en los ciclos siguientes (Hch 4.32- 5,42 y Hch 6,1-8,1). De este modo Lucas introduce un elemento que va a acompañar frecuentemente el anuncio del evangelio: la oposición, e incluso la persecución de los predicadores, normalmente por parte de los judíos.

No es inverosímil que el núcleo de esta narración —y aun algo más que el núcleo— sea histórico. Uno puede imaginar fácilmente que la predicación sobre Jesús, crucificado poco antes en Jerusalén por las autoridades judías y resucitado después por la acción de Dios, suscitase reacciones por parte de las mismas autoridades tal como aquí se describe.

Los detalles, sin embargo, son obra de Lucas, quien aprovecha esta ocasión para mostrar que la oposición a la predicación de Jesús no ha de ser causa de miedo o de retroceso, sino motivo de proclamar aún más audaz y fuertemente al mismo Señor Jesús y su poder salvador.
Tal anuncio recoge temas anteriores como el de que este poder ha pasado en cierto modo de Cristo a los apóstoles, si bien él es la fuente del mismo. También resurge la contraposición hombres-Dios (Hch 4,10; véase Hch 4,14-15) apropósito de Jesús.

La fuerza y el poder de Cristo no se limitan a la curación física sino que lo abarca todo. Hch 4,11-12 es una confesión absoluta de Cristo como único Salvador. La forma de decirlo es ilimitada y total; se afirma su exclusiva mediación respecto a los hombres en sus relaciones con Dios. Esta afirmación de la fe ha de ser reconocida y mantenida por todo cristiano a pesar de las dificultades.

Así proceden Pedro y Juan. Confiando plenamente en su Maestro y Señor, sin dejarse impresionar por su aparente inferioridad de condiciones, llegan a asombrar a sus adversarios. No se dejan intimidar por ningún tipo de respeto humano o amenazas. Sin polémicas, pero con total firmeza insisten en su actitud con la frase emblemática de que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch 4,19) lo cual es, además, una proclamación indirecta de Cristo como Dios.

El contraste y la adversidad quedan bien señalados, así como su superación.

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