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jueves, 4 de febrero de 2010

Día 04-02-2010. Ciclo C.


Jueves 4 de febrero de 2010. 4ª semana del tiempo ordinario. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. (Ciclo C). Feria. 4ª semana del Salterio. SS. Catalina de Ricci vg, Juan de Britto pb mr, Gilberto pb, Rabano Mauro ob,

LITURGIA DE LA PALABRA
1Re 2,1-4.10-12: “¡Ánimo, sé un hombre! Guarda las consignas del Señor”
Interleccional: 1Cr 29,10-12: Tú eres Señor del universo
Mc 6,7-13: Envío de los Doce 

Hoy tenemos un tema muy importante para la vivencia cristiana: el envío de los discípulos que se convierten así en misioneros. Se les capacita y se les autoriza para que usen el mismo poder de Jesús. Miremos algunas características de esa misión: debe ser itinerante, es decir, deberá invitar a caminar de nuevo. Seguro que esta misión era breve por eso deberían ir ligeros de equipaje, libres, sin muchas cosas, insistiendo más en el anuncio inmediato, que en los resultados. Cuando este texto se escribió, la situación de la comunidad era ya más desarrollada y consolidada. Por eso el recordar estas recomendaciones, no solo servía para recordar la primera experiencia alegre y aventurera, sino que también servía para confrontar el estilo original y la práctica de aquel momento, tan lejano ahora, del tiempo de Jesús. Es, por lo tanto, una llamada a un impulso misionero más arriesgado, menos miedoso. Las características del anuncio resaltan dos aspectos, aparentemente contrarios. Uno, la disponibilidad para encontrar a la gente, al enfermo – por razones personales o sociales, por la opresión de la ley o por la maldad humana - y liberarlo, ungirlo con aceite, sanar las heridas y el corazón. Dos, deben evitar cualquier tipo de hipocresía. Caridad y premura con los que sufren, pero también valor para desenmascarar la hipocresía y la cerrazón, deben irse, sin lamentarse del lugar donde no hay acogida del Reino, donde el rechazo o la hipocresía hacen estéril el anuncio y el testimonio.


PRIMERA LECTURA.
1Reyes 2,1-4.10-12
Yo emprendo el viaje de todos. ¡Ánimo, Salomón, sé un hombre! 
Estando ya próximo a morir, David hizo estas recomendaciones a su hijo Salomón: "Yo emprendo el viaje de todos. ¡Ánimo, sé un hombre! Guarda las consignas del Señor, tu Dios, caminando por sus sendas, guardando sus preceptos, mandatos, decretos y normas, como están escritos en la ley de Moisés, para que tengas éxito en todas tus empresas, dondequiera que vayas; para que el Señor cumpla la promesa que me hizo: "Si tus hijos saben comportase, caminando sinceramente en mi presencia, con todo el corazón y con toda el alma, no te faltará un descendiente en el trono de Israel.""

David fue a reunirse con sus antepasados y lo enterraron en la Ciudad de David. Reinó en Israel cuarenta años: siete en Hebrón y treinta y tres en Jerusalén. Salomón le sucedió en el trono, y su reino se consolidó.
Palabra de Dios

Interleccional: 1Crónicas 29,10-12
R/.Tú eres Señor del universo. 
Bendito eres, Señor, / Dios de nuestro padre Israel, / por los siglos de los siglos. R.

Tuyos son, Señor, la grandeza y el poder, / la gloria, el esplendor, la majestad, / porque tuyo es cuanto hay en cielo y tierra. R.
Tú eres rey y soberano de todo. / De ti viene la riqueza y la gloria. R.
Tú eres Señor del universo, / en tu mano está el poder y la fuerza, / tú engrandeces y confortas a todos. R.

SANTO EVANGELIO.
Marcos 6,7-13
Los fue enviando 
En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió: "Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa." Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.

Palabra del Señor.



Comentario de La Primera lectura: 1 Reyes 2,1-4.10-12. El primer libro de los Reyes narra la muerte de David como la muerte de los antiguos patriarcas de Israel: «David se adormeció con sus padres» (v. 10). Es el signo de que David, a pesar de sus errores y de sus pecados, «caminó por los senderos del Señor», según la expresión característica del Deuteronomio y de los libros históricos. Del estilo de la obra histórica deuteronómica son asimismo las últimas recomendaciones del rey a su hijo Salomón, que le sucedió en el trono y que llevó el reino de Israel a su máximo esplendor. El compromiso principal que debe asumir Salomón es seguir la Ley del Señor, entregada a Moisés en el Sinaí (v. 3), y para la que se usan los términos del Deuteronomio: estatutos, mandamientos, preceptos, dictámenes y normas. No se trata sólo de los «Diez mandamientos», sino también de las disposiciones contenidas en los códigos del Pentateuco y de los preceptos rituales que, poco a poco, fueron enriqueciendo la legislación de Israel. La Ley vincula al rey del mismo modo que a todos los demás, con esta diferencia respecto a las otras teocracias de la antigüedad: en Israel, el rey es un hombre y no una divinidad.
Consecuencia de esta fidelidad a la Ley será el éxito de todos los proyectos del rey (vv. 3ss) y, en particular, la permanencia de la casa de David sobre el trono de Israel, según la promesa del profeta Natán: de la estirpe de David, en efecto, nacerá el Mesías.


Comentario del Santo Evangelio: Marcos 6,7-13 Tras la visita a Nazaret, y antes de seguir su camino hacia otros territorios, envía Jesús en misión a los Doce (cf. 3,14ss), dándoles el poder de expulsar a los espíritus inmundos (v. 7).
Podemos distinguir tres pasajes. En el primero, Jesús da disposiciones sobre el estilo de vida (vv. 8ss): los enviados no deben llevar provisiones consigo, porque sólo podrán contar con la generosidad de aquellos a quienes se dirijan. En el segundo pasaje, el mandato precisa el método de la predicación: quedarse en la casa que los reciba, pero abandonarla sin añoranza si no les escuchan (vv. 10ss). Por último, al mandato de Jesús le sigue la ejecución: los discípulos parten, predican la conversión y su obra de exorcismo y de curación resulta eficaz (vv. 12ss).
Esta narración, en su sencillez, sigue un desarrollo lógico. La reducción de la vida a lo esencial, apoyada en una absoluta confianza en el Señor, es condición para poder estar por completo al servicio de la Palabra. La predicación de la Palabra de la verdad y la conformidad con sus dictámenes son, a su vez, dos condiciones para la eficacia de la actividad apostólica.
Es posible que no nos preguntemos con una frecuencia suficiente cuáles son las cosas verdaderamente importantes en nuestra vida. Resulta fácil caer en tópicos, adecuarse a los sondeos televisivos, quedarse en la superficie: es importante tener un trabajo, una familia unida, la salud... Cambian las gradaciones, pero éstos son, más o menos, los términos que aparecen en nuestra escala de valores.
Las lecturas de hoy nos proponen unos parámetros muy diferentes. Los discípulos de Jesús han abandonado ya el trabajo y la familia para seguirle; pues bien, ahora les envía también lejos de él, solos por el mundo, a anunciar el Evangelio. Les impone prescindir de todo lo que a nosotros nos parece indispensable: ni provisiones, ni alforjas, ni dinero, ni túnica de recambio, sino sólo sandalias y bastón. Antes de darle disposiciones más precisas a su hijo Salomón sobre el trato que debe reservar a los enemigos del reino, David le recomienda la obediencia fiel a los preceptos de la Ley, única condición para el buen éxito de cualquier proyecto.
A buen seguro, la salud, la familia y el trabajo son cosas importantes. Pero no son las primeras que debemos buscar: no son la condición para poder seguir los caminos del Señor; al contrario, son su consecuencia. No digamos: tengo demasiado trabajo para poder comprometerme en el voluntariado; la familia me absorbe y no tengo tiempo de orar; mi salud es frágil y no puedo hacer nada por la Iglesia. Busquemos primero la Palabra del Señor y su alimento, y el resto vendrá por añadidura.


Comentario Santo Evangelio: (Mc 6,7-13), para nuestros Mayores. En misión. Jesús envía a los Doce en misión, confiriéndoles sus poderes y dándoles unas reglas precisas de comportamiento. Entre lo necesario, hay que llevar lo indispensable. El estilo del anuncio consiste en reproducir las características de Jesús, que predicaba (palabras) y realizaba milagros (acciones). Así pues, la de los Doce es una experiencia de aprendizaje, una especie de noviciado en el que ejercitar el arte de enseñar y el arte de hacer el bien. Algo que prolonga y actualiza la misión de Jesús.
¿Por qué los envía «de dos en dos» (v. 7)? Vemos dos motivos. El primero es de naturaleza jurídica: según el mandamiento antiguo, un testimonio sólo tenía valor cuando lo referían al menos dos personas. Un segundo motivo se puede reconducir al hecho de que el apostolado es una realidad comunitaria, aunque lo lleven a cabo pocas personas: se es enviado por una comunidad y se actúa en nombre de ella. Las apropiaciones personalistas están deslegitimadas: no cabe pensar en «navegadores solitarios». El número dos remite a una pluralidad, a un «nosotros».
Jesús los envía pertrechándolos con la riqueza de su poder, pues les confiere la autoridad para vencer sobre el mal. Parten enriquecidos con esta certeza vital, moviéndose entre los meandros de lo negativo con la convicción de ser portadores de novedad. Esta es su única provisión. Todo lo demás se convierte en un accesorio embarazoso. Es preciso ser ágiles de cuerpo y libres de corazón: es la libertad respecto a las cosas para ser enteramente del Señor.
El hecho de no llevar pan, zurrón o dinero (v. 8) es un canto a la Providencia, que presupone una confianza granítica en Jesús. Para las necesidades humanas y cotidianas, a buen seguro irrenunciables, se confía en la contribución de los hermanos de las comunidades evangelizadas. De este modo, los apóstoles se ejercitan para tener una doble confianza: en Jesús, que les envía, y en las comunidades, que les acogen.
La norma de permanecer en la misma casa (v. 10) educa a los discípulos para emplear bien el tiempo, evitando la búsqueda de comodidades o de ventajas personales. En la medida en que eviten ser vagabundos y mequetrefes, podrán invertir todas sus energías y toda su atención en la tarea que se les ha asignado. Se trata del dinamismo del verdadero discípulo, de la entrega completa de todo el ser para realizar hasta el fondo la voluntad de Dios. Sin embargo, el «programa apostólico» redactado por Jesús prevé también, por supuesto, la humillación y el fracaso. Se toma en consideración, con sano realismo, la hipótesis —en modo alguno irrealista— de que alguien no esté interesado en el anuncio y la acción de los discípulos. Habrá personas que se autoexcluyan del reparto de la riqueza que aportan los enviados de Jesús, ejerciendo una voluntad consciente de no participar y un rechazo concreto. Este rechazo afecta, en último extremo, a la misma persona de Jesús.
Ante una respuesta negativa, los discípulos deben sacudirse el polvo de la planta de los pies «como testimonio contra ellos» (v. 11). Al mundo oriental le gusta confiar a la visibilidad de los gestos la expresión de los sentimientos. El significado del gesto reside en la voluntad de desprenderse de todo lo que pertenece al que rechaza a Dios, hasta del polvo que se pega a los pies. La acción, insignificante en sí misma, pretende mostrar toda la responsabilidad del rechazo. Tal vez sea también un último intento de disuadir a la persona obstinada de su posición negativa.
La conclusión del fragmento describe por último, de una forma positiva, la actividad misionera de los discípulos (v. 13).
Los Doce están con Jesús desde hace algún tiempo. Con él han aprendido a plantear la vida de una manera nueva, a orientarse hacia las perspectivas del Reino. Es tiempo de dar un paso adelante en su madurez. Esta se manifiesta, entre otras cosas, en la capacidad de comunicar a los otros la riqueza de su propia experiencia. Jesús favorece ese paso enviando a los suyos en misión.
La misión supone crear un puente entre Jesús y las personas. Todo cristiano es misionero y transmite a los otros su experiencia de Jesús, a fin de favorecer un encuentro directo entre la persona y el mismo Jesús. La misión me concierne, por tanto, también a mí. El Señor me llama y me envía. Aun sabiendo que estamos todavía en un estadio de aprendizaje —acaso llegaremos a ser alguna vez ¿«profesionales del anuncio»?—, es preciso que comencemos a ejercitamos. Se trata de hacer pasar a los otros la riqueza que hemos acumulado. Este es el verdadero don de la fraternidad cristiana. Los apóstoles no se llevan a sí mismos, como tampoco el cristiano anuncia una filosofía suya. Son testigos de Cristo, enviados con la riqueza de su poder.
Como los apóstoles, también nosotros debemos proponer el contenido y el estilo de la misión de Jesús: predicar la conversión y practicar la victoria sobre el mal, ya se trate del personal y moral (el demonio), ya se trate del físico de la enfermedad. Tanto en uno como en otro caso, se trata de un déficit, de restablecer el equilibrio en la situación o, mejor aún, de hacer que prevalezca el bien. La misión es, por consiguiente, una promoción personal y social, que hace mover las condiciones de vida hacia el bien y hacia lo mejor, superando lo negativo y lo deficitario.
La tarea no está exenta de riesgos ni de peligros. Es preciso partir con la convicción de no poner nuestra confianza en nuestros recursos personales. Puesto que somos enviados por Jesús y nos ha provisto de su poder, debemos convencernos de que los elementos humanos han de ser limitados al mínimo indispensable. Son demasiadas las veces que vivimos la vida cristiana apoyándonos en nuestra preparación, en los poderosos medios de comunicación, en las estructuras... El Evangelio nos llama a la pobreza de los medios, para alimentar constantemente la convicción de que Dios obra en nosotros y de que nosotros no somos más que instrumentos suyos.
La confianza serena en Dios y la conciencia de haber desarrollado con empeño nuestra propia misión nos acompañan y sostienen en caso de fracaso. Porque, por ser enviados por Dios y habernos enriquecido con su poder, debemos ser capaces de afrontar incluso a situaciones sin salida desde el punto de vista humano y, aparentemente, infructuosas.
También forma parte de nuestra misión la convicción serena de que Dios puede sacar bien de todo y sea como sea. Ni pan, ni zurrón, ni dinero, ni dos túnicas... La verdadera, la única riqueza, es la confianza en Dios: sólo El convierte los corazones. Esta actitud nuestra, lejos de quitarnos responsabilidad, pone bien a las claras que lo apostamos todo por Él: Él es quien nos envía y vamos con su poder. Dejémosle a él extraer las conclusiones más oportunas.


Comentario del Santo Evangelio: Mc 6,7-13: de Joven para Joven. Primer envío de los apóstoles. Los envió y nos envía. El pasaje evangélico tiene tres partes: el envío de los Doce y el estilo de vida del enviado, el método misionero y, por último, la realización del servicio misionero.
Los Doce son el símbolo de toda la Iglesia. Afirma Pablo VI: “La orden dada a los Doce: “Id y proclamad la Buena Noticia” vale también, aunque de manera diversa, para todos los cristianos”. Jesús les ha advertido que no les ha llamado para formar un grupo intimista, como eran los esenios, para su propia santificación exclusivamente, sino para enviarlos (enviarnos). Hay que pregonar desde la azotea lo oído en la intimidad religiosa (Mt 10,27).
“La fe es un compromiso misionero”. “La Iglesia existe para evangelizar”. Todos somos Iglesia, luego todos somos enviados a evangelizar. Tertuliano afirma: “El cristiano que no es apóstol es apóstata”. La hoguera que no ilumina ni da calor no es tal, está apagada. Los rehabilitados por Jesús no pueden contener su dicha y la pregonan a pesar de la prohibición de Jesús; sin embargo, la mayoría de los cristianos siguen roncos o mudos. Pablo, no obstante, testifica: “El amor de Cristo me quema dentro”.
Muchos convertidos lo padecen. Una amiga convertida me confiesa: “Mi gran cruz es ver que mi esposo y mis hijos no comparten mi fe. Hago lo que puedo por invitarles y haría lo que fuera para poder compartir la fe con ellos”.
Anunciar el Evangelio. Los evangelistas señalan el mensaje telegráfico que anunció e invitó a anunciar Jesús: “Convertíos y creed la Buena Noticia”, es decir, “la llegada del Reino” y “la conversión”. No es primariamente un mensaje negativo, amenazante, sino una oferta por parte de Dios: el anuncio de la Buena Noticia de que Dios nos ama entrañablemente y nos ha enviado al Liberador (Lc 2,11), que está ya entre nosotros. Él nos anuncia el amor y el perdón de Dios, que, además, nos llama a participar en el banquete suculento de su Reino.
Condición imprescindible para proclamar el Evangelio es tener la experiencia de liberación cristiana, ya que no anunciamos sólo un mensaje aprendido, sino una experiencia vivida. Si alguien no se esfuerza porque las personas que le rodean se sienten en el banquete suculento del Reino, una de dos: o no quiere a esas personas de su entorno o no cree que lo que les ofrece sea gran cosa (Mt 13,44). Si la fe me hace feliz, me libera, me llena, ¿cómo no voy a contárselo con toda el alma a las personas que quiero? ¿Cómo no voy a decir a mi hermano pródigo, que se alimenta de residuos y ansía las bellotas de los cerdos, que en la casa paterna está servido un gran banquete y bulle una gran fiesta? ¿No sería eso una imperdonable traición?
Exigencias de la misión. Jesús da a sus enviados unas consignas que superan la situación de los primeros misioneros y tienen validez para los cristianos de todos los tiempos. Contienen el espíritu y el estilo apostólico del mismo Jesús; naturalmente es preciso traducirlas a nuestra situación.
— De dos en dos: Los misioneros van en comunidad, porque ésta es también contenido del anuncio. La acción misionera no es una aventura exclusivamente personal.
— En pobreza, ligeros de equipaje. Quienes evangelizan no son los medios. No se trata de apabullar, de “cazar”, como hacen las sectas. Pobres han de ser el misionero, la comunidad que lo envía y los medios de evangelización.
— Humildad y confianza. La eficacia de la evangelización es fruto de la acción del Espíritu: “Quien hizo crecer fue Dios” (1 Co 3,6). “Es el Espíritu el que habla por vosotros” (Mt 10,20), el protagonista de la misión, el que ilumina e inspira al mensajero, y abre los corazones de los oyentes (Hch 16,14). La búsqueda del propio éxito misional es nefasta; “somos siervos inútiles” (Lc 17,10).
— Ofrecer signos del Reino, signos de credibilidad: actitud de servicio con los enfermos y los pobres (“los pobres son evangelizados”), con los “endemoniados” y con todos los sufrientes. Una comunidad es misionera cuando los más necesitados son los destinatarios preferenciales del servicio fraterno. La caridad es ya en sí misma misionera.
— La oportunidad. Elegir el momento oportuno; verificar la oferta evangélica al paso de la vida, de los acontecimientos. Hay acontecimientos y situaciones muy propicias para sembrar; hay “tempero”, dicen los labriegos; la tierra está a punto. El entusiasmo, el amor enardecido, es siempre ingenioso, creador. El anuncio misionero supone conocer con cierta hondura el Evangelio para no ofrecer uno “apócrifo”, deformado. Supone pedagogía para llegar certeramente a los destinatarios. Se requiere mucha bondad y comprensión, capacidad de diálogo, simpatía, buen humor, no discutir, apreciar lo que tienen de bueno los que nos escuchan.
El camino es: ser acogedores para que nos acojan y, acogiéndonos a nosotros, acojan después la Buena Noticia. Claro está que para que la invitación a la fe sea acogida, es preciso que esté respaldada por el testimonio de vida.


Elevación Espiritual para este día. El Señor afirma que sólo puede seguir su camino e imitar su gloriosa pasión aquel que, dispuesto y expedito, no está enredado por los lazos de su patrimonio, sino que, libre y sin nada que le embarace, sigue él mismo a sus riquezas, que ya ha enviado como ofrenda a Dios. A aquellos que buscan el reino y la justicia de Dios, les promete que les dará todo lo demás por añadidura. En efecto, puesto que todo pertenece a Dios, nada le faltará a quien posee a Dios, si él mismo no le falta a Dios.


Reflexión Espiritual para el día. Jesús propone a sus discípulos que van en misión un estilo de vida que les afecta en cuanto personas. En efecto, Jesús les pide que vivan el compromiso misionero con sobriedad de vida, con un estilo de pobreza en el alimento, en el vestido, en las exigencias cotidianas, en las relaciones interpersonales. El sentido profundo de esta reducción a lo esencial está en el hecho de que el Reino de Dios es tan importantes grande y suficiente que hace pasar a segundo plano «el resto».
La propuesta del Señor a sus discípulos, que van en misión, es vivir con un estilo de gratuidad, de disponibilidad, de prontitud a todo. El motivo radical de esta actitud reside, una vez más, en el hecho de que el Reino de Dios, anunciado por nosotros, consiste precisamente en el amor gratuito, sin reservas y sin condiciones con el que Dios se pone a disposición del hombre. Así pues, la propuesta que hace Jesús no ha de ser entendida, en primer lugar o únicamente, como propuesta ascética; se trata de una propuesta mística, en el sentido de que este estilo de vida se convierte en el lenguaje a través del cual se expresa propiamente la naturaleza de lo que comunicamos, el Reino, que vale más que cualquier cosa y es don de la misericordia.
Ahora bien, ¿qué significa para el apóstol ser pobre, convertirse en pobre? Como respuesta a esta pregunta intentamos tomar no sólo la relación pobreza-cosas sino también la relación entre la pobreza y la propia persona. Queremos decir: puesto que el Reino de Dios es Dios mismo que se pone a disposición del hombre y que se quiere comunicar a él, el anuncio del Reino pasa como es debido sólo cuando su anunciador se pone a total disposición del hombre. No hay escapatoria. La lógica evangélica es ésta. La disponibilidad real y generosa respecto a la gente se convierte para nosotros en el modo de anunciar el Reino mismo, porque es lo que está en la mente y en el corazón de Dios.
Como es natural, deberemos preguntarnos qué es lo que contrasta con esta orientación en (nuestra) vida. Creo, por ejemplo, que se ha de considerar como sustancialmente equivocado un estilo de vida o una mentalidad de «burgueses» —en términos de dinero, de calendario anual, de uso del tiempo de cada día, etc. — Creó aún que esta perspectiva evangélica contrasta con el hecho de tener en cuenta aquellas palabras que dicen: Quod superest, date pauperibus. Contrasta con aquel orden de ideas para el que ciertos derechos, incluso en términos de rentas, son considerados como indiscutibles y de tal entidad que nadie puede decirnos nada. Ahora bien, ¿es precisamente verdad que Dios no puede decirnos nada? ¿Que no puede reprocharnos nada a ti y a mí, que querernos ser apóstoles, misioneros, anunciadores del Reino? este subrayado relativo al camino de la pobreza corre el riesgo de parecer muy retórico. En efecto, si no estamos atentos, todo se queda como está. Sin embargo, es difícil negar el hecho de que, entre las virtudes descritas por el Evangelio, la pobreza es, probablemente, de la que más habla Jesús. Me parece que el Señor quiere hacernos comprender que, si queremos llegar a ser misioneros, debemos hacernos pobres.


El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 1 Reyes 1-4. 10-12.Testamento y muerte de David. Los grandes caudillos de Israel acostumbraban a reunir a sus hijos antes de morir para declararles su última voluntad y pronunciar sobre ellos la bendición final. Recuérdense las bendiciones de Jacob (Gén 49) y de Moisés (Dt 33). Recuérdese el testamento de Josué (Jos 23—34) y de Samuel (lSam 12).
El testamento de David no corresponde a la categoría del primer rey de Jerusalén. Los versículos que recoge nuestro texto carecen de toda originalidad. Han sido redactados, sin duda, por la escuela deuteronomista, que repite siempre las mismas ideas de manera reiterativa. Al deuteronomista se deben también las últimas recomendaciones de Moisés a Josué: «Sé valiente y firme, porque tú llevarás a los hijos de Israel a la tierra que yo les tengo prometida bajo juramento y yo estaré contigo» (Dt 31, 23). «Sé valiente y firme, porque tú vas a dar a este pueblo la posesión del país que juré dar a sus padres. Sé, pues, valiente y muy firme, teniendo cuidado de cumplir toda la ley, que te dio mi siervo Moisés. No te apartes de ella ni a la derecha ni a la izquierda, para que tengas éxito donde quiera que vayas. No se aparte el libro de esta Ley de tus labios... y tendrás suerte y éxito en tus empresas. ¿No te he mandado que seas valiente y firme?... Todo el que sea rebelde a tu voz y no obedezca tus órdenes, en cualquier cosa que le mandes, morirá. Tú, sé valiente y firme» (Jos 1, 6-18).
La escuela deuteronomista no sólo ha dado forma literaria al testamento de David, Sino que ha dejado impresa en él la huella de su teología. Condiciona la permanencia de un sucesor sobre el trono de Israel al cumplimiento de los mandamientos y preceptos de la Ley de Moisés, mientras que la formulación en la profecía de Natán era expresamente incondicional (2Sam 7, 14-16).
La conclusión que se deduce es que nuestro texto ha sido redactado durante el destierro y constituye un llamamiento implícito a la conversión. Quiere hacer saber a la generación del destierro que la continuidad dinástica estaba subordinada al cumplimiento de las cláusulas de la alianza. O sea, el único camino para la restauración de la monarquía pasa por la conversión y la fidelidad a la Ley de Moisés. 

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