Viernes 5 de febrero de 2010. 4ª semana del tiempo ordinario. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. (Ciclo C). SANTA ÁGUEDA, virgen y mártir, Memoria obligatoria; SS. Pedro Bautista pb mr, Jesús Mendez pb mr, Adelaida ab. Beata Isabel Canori mf.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Eclo 47,2-13: “Invocó al Dios Altísimo, quien hizo fuerte su diestra”
Salmo17: “Bendito sea mi Dios y Salvador”
Mc 6,14-29: “Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado” Este año recordaremos tres veces a Juan el Bautista, hoy será la primera vez que nos enfrentemos a esta figura profética rechazada por el poder. Todos los evangelios relacionan mucho a Juan el Bautista con Jesús, casi con un paralelismo. Los dos son considerados profetas, justos y santos, a los dos los escucha con veneración la gente y los discípulos y los dos son temidos, tanto por los dirigentes religiosos como por las autoridades civiles. Jesús inicia su predicación después de ser bautizado por Juan, cuando Juan es encarcelado, Jesús lo reemplaza en el anuncio del Reino; y ahora que es ajusticiado, Jesús abandona Galilea para subir a Jerusalén, donde terminará su misión. Ambos morirán víctimas del odio y dando testimonio de la verdad y del reino de salvación que anuncian de parte de Dios. No deja de llamar la atención el paralelismo entre Juan el Bautista y Jesús, la muerte de Juan anunciaba la de Jesús. No es un atrevimiento que nosotros comparemos nuestro compromiso y vivencia como cristianos con el de estos dos heraldos del Reino.
PRIMERA LECTURA.
Eclesiástico 47,2-13
De todo corazón amó David a su Creador, entonando salmos cada día Como la grasa es lo mejor del sacrificio, así David es el mejor de Israel. Jugaba con leones como con cabritos, y con osos como con corderillos; siendo un muchacho, mató a un gigante, removiendo la afrenta del pueblo, cuando su mano hizo girar la honda, y derribó el orgullo de Goliat. Invocó al Dios Altísimo, quien hizo fuerte su diestra para eliminar al hombre aguerrido y restaurar el honor de su pueblo. Por eso le cantaban las mozas, alabándolo por sus diez mil. Ya coronado, peleó y derrotó a sus enemigos vecinos, derrotó a los filisteos hostiles, quebrantando su poder hasta hoy.
De todas sus empresas daba gracias, alabando la gloria del Dios Altísimo; de todo corazón amó a su Creador, entonando salmos cada día; trajo instrumentos para servicio del altar y compuso música de acompañamiento; celebró solemnemente fiestas y ordenó el ciclo de las solemnidades; cuando alababa el nombre santo, de madrugada, resonaba el rito. El Señor perdonó su delito y exaltó su poder para siempre; le confirió el poder real y le dio un trono en Jerusalén.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 17
R/.Bendito sea mi Dios y Salvador Perfecto es el camino de Dios, / acendrada es la promesa del Señor; / él es escudo para los que a él se acogen. R.
Viva el Señor, bendita sea mi Roca, / sea ensalzado mi Dios y Salvador. / Por eso te daré gracias entre las naciones, Señor, / y tañeré en honor de tu nombre. R.
Tú diste gran victoria a tu rey, / tuviste misericordia de tu Ungido, / de David y su linaje por siempre. R.
SANTO EVANGELIO.
Marcos 6,14-29
Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado En aquel tiempo, como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían: "Juan Bautista ha resucitado, y por eso los poderes actúan en él." Otros decían: "Es Elías." Otros: "Es un profeta como los antiguos." Herodes, al oírlo, decía: "Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado." Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel, encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano.
Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio; no acababa de conseguirlo, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendía. Cuando lo escuchaba, quedaba desconcertado, y lo escuchaba con gusto. La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven: "Pídeme lo que quieras, que te lo doy." Y le juró: "Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino." Ella salió a preguntarle a su madre: "¿Qué le pido?" La madre le contestó: "La cabeza de Juan, el Bautista." Entró ella en seguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: "Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista." El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y los convidados, no quiso desairarla. En seguida le mandó a un verdugo que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo enterraron.
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA.
Eclo 47,2-13: “Invocó al Dios Altísimo, quien hizo fuerte su diestra”
Salmo17: “Bendito sea mi Dios y Salvador”
Mc 6,14-29: “Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado” Este año recordaremos tres veces a Juan el Bautista, hoy será la primera vez que nos enfrentemos a esta figura profética rechazada por el poder. Todos los evangelios relacionan mucho a Juan el Bautista con Jesús, casi con un paralelismo. Los dos son considerados profetas, justos y santos, a los dos los escucha con veneración la gente y los discípulos y los dos son temidos, tanto por los dirigentes religiosos como por las autoridades civiles. Jesús inicia su predicación después de ser bautizado por Juan, cuando Juan es encarcelado, Jesús lo reemplaza en el anuncio del Reino; y ahora que es ajusticiado, Jesús abandona Galilea para subir a Jerusalén, donde terminará su misión. Ambos morirán víctimas del odio y dando testimonio de la verdad y del reino de salvación que anuncian de parte de Dios. No deja de llamar la atención el paralelismo entre Juan el Bautista y Jesús, la muerte de Juan anunciaba la de Jesús. No es un atrevimiento que nosotros comparemos nuestro compromiso y vivencia como cristianos con el de estos dos heraldos del Reino.
PRIMERA LECTURA.
Eclesiástico 47,2-13
De todo corazón amó David a su Creador, entonando salmos cada día Como la grasa es lo mejor del sacrificio, así David es el mejor de Israel. Jugaba con leones como con cabritos, y con osos como con corderillos; siendo un muchacho, mató a un gigante, removiendo la afrenta del pueblo, cuando su mano hizo girar la honda, y derribó el orgullo de Goliat. Invocó al Dios Altísimo, quien hizo fuerte su diestra para eliminar al hombre aguerrido y restaurar el honor de su pueblo. Por eso le cantaban las mozas, alabándolo por sus diez mil. Ya coronado, peleó y derrotó a sus enemigos vecinos, derrotó a los filisteos hostiles, quebrantando su poder hasta hoy.
De todas sus empresas daba gracias, alabando la gloria del Dios Altísimo; de todo corazón amó a su Creador, entonando salmos cada día; trajo instrumentos para servicio del altar y compuso música de acompañamiento; celebró solemnemente fiestas y ordenó el ciclo de las solemnidades; cuando alababa el nombre santo, de madrugada, resonaba el rito. El Señor perdonó su delito y exaltó su poder para siempre; le confirió el poder real y le dio un trono en Jerusalén.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 17
R/.Bendito sea mi Dios y Salvador Perfecto es el camino de Dios, / acendrada es la promesa del Señor; / él es escudo para los que a él se acogen. R.
Viva el Señor, bendita sea mi Roca, / sea ensalzado mi Dios y Salvador. / Por eso te daré gracias entre las naciones, Señor, / y tañeré en honor de tu nombre. R.
Tú diste gran victoria a tu rey, / tuviste misericordia de tu Ungido, / de David y su linaje por siempre. R.
SANTO EVANGELIO.
Marcos 6,14-29
Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado En aquel tiempo, como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían: "Juan Bautista ha resucitado, y por eso los poderes actúan en él." Otros decían: "Es Elías." Otros: "Es un profeta como los antiguos." Herodes, al oírlo, decía: "Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado." Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel, encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano.
Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio; no acababa de conseguirlo, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendía. Cuando lo escuchaba, quedaba desconcertado, y lo escuchaba con gusto. La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven: "Pídeme lo que quieras, que te lo doy." Y le juró: "Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino." Ella salió a preguntarle a su madre: "¿Qué le pido?" La madre le contestó: "La cabeza de Juan, el Bautista." Entró ella en seguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: "Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista." El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y los convidados, no quiso desairarla. En seguida le mandó a un verdugo que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo enterraron.
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera Lectura: Eclesiástico 47, 2-11. El libro del Eclesiástico o del Sirácida, compuesto probablemente a comienzos del siglo II antes de Cristo, era conocido hasta el siglo pasado sólo en su versión griega, realizada antes del año 132 antes de Cristo por un nieto del autor. Se trata de un libro sapiencial, y en su última parte muestra que la Sabiduría de Dios se ha manifestado en la historia de Israel. Entre otros, se habla también de David, presentado como el hombre elegido previamente por Dios para constituir el reino de Israel (v. 2).
Las empresas de David están narradas de una forma poética y épica, como empresas de un héroe casi sobrehumano, un héroe que es tal sólo porque ha sido guiado por la mano de Dios. La grandeza de David consiste precisamente en someterse al Señor y en invocar su protección: «Porque él invocó al Señor Altísimo» (v. 5), «Por todas sus empresas daba gracias al Altísimo» (v. 8), «Puso arpas para el servicio del altar» (v. 9).
Por esta fidelidad que mantuvo, y no por su fuerza de bandolero, le perdonó el Señor sus pecados y le concedió el reino, la victoria y, sobre todo, la descendencia mesiánica (v. 11).
Comentario del Salmo 17 Es un salmo real o regio, pues su tema central es la persona del rey, máxima autoridad en Israel en tiempos de la monarquía (que tiene su comienzo en torno al 1030 a.C., con Saúl). Aunque no se hable del rey hasta el final (51), hay que leer todo el salmo desde esta perspectiva: sólo cobra sentido con esta clave de lectura. Los salmos reales, como ya hemos visto, están cargados de ideología monárquica, esto es, tratan de defender la persona del rey. Pero sabemos que, en el Antiguo Testamento, mucha gente —sobre todo, y en general, los profetas— estaba en contra de la monarquía, pues representaba la concentración de todo (decisiones, leyes, bienes) en las manos de muy pocas personas o incluso en las de una sola, el rey.
Por tratarse de un salmo excepcionalmente largo, resulta difícil ofrecer una visión detallada de cómo está organizado. A grandes rasgos, podemos distinguir en él cuatro partes: 2-4; 5-28; 29- 46; 47-51. La primera es la introducción, El salmista confiesa amar al Señor, pues le escuchó cuando le invocaba. Dios recibe los nombres de «roca», «alcázar», «libertador», «peña», «refugio», «escudo», «fuerza salvadora» y «baluarte». Son términos que sugieren protección, defensa, liberación. La mayoría de ellos están tomados de la vida militar. La segunda parte (5-28) consiste en una larga acción de gracias que muestra cómo el Señor se ha convertido en «roca», «fortaleza», etc., para la persona del rey. El salmo describe una situación de peligro (5-6): «olas mortales», «torrentes destructores», «lazos de muerte», «trampas mortales», la circunstancia a que ha tenido que hacer frente el rey. Todo ello suscitó el clamor dirigido al Señor (7), que responde derrotando a los enemigos del rey (8-28). La tercera parte (29-46) es un himno de alabanza motivado por la intervención del Señor en favor del rey. Es un canto de victoria, pues Dios se ha convertido en lámpara que ilumina la vida y el camino del rey (29), concediéndole la victoria. Con su ayuda, el rey reduce a los enemigos del pueblo de Dios a polvo que se lleva el viento, aplastándolos corno se aplasta el barro del camino (43). Es la derrota total de los enemigos. La última parte (47-51) es la conclusión del salmo. Aquí se hace mención de la persona del rey, al que también se llama «ungido» (51), poniendo de relieve que Dios es fiel a David y a sus descendientes que ocupan el trono de Judá.
A pesar de que se diga que es de David y que incluso se mencione una circunstancia que habría propiciado la composición de esta oración, este salmo no es de David. De hecho, su autor afirma que, desde el templo, Dios respondió a las peticiones del rey (7b). Ahora bien, en tiempos de David, todavía no existía el templo. Además, al final se dice que «el Señor tiene misericordia de su ungido, de David y de su descendencia por siempre» (51). La mención de los descendientes del rey David conduce a la misma conclusión: este salmo surgió algún tiempo después del reinado de David, cuando uno de sus descendientes, que ocupaba el trono de Judá, se sintió gravemente amenazado por las naciones enemigas. Así pues, el rey de Judá se encontraba ante un conflicto entre naciones, amenazado por «olas mortales» (5). Pidió auxilio al Señor y este no tardó en responder, derrotando, por medio del rey, a los pueblos enemigos. Para referirse a estos, el salmo emplea las siguientes expresiones: «enemigo poderoso», «adversarios más fuertes» (18), «perverso» (27), «ojos altaneros» (28), «enemigos» (38.41), «agresores» (40), «adversarios» (41), «naciones» (44), «extranjeros» (45.46), «pueblos» (48), «enemigos furiosos», «agresores», «hombre cruel» (49).
Entonces, ¿fue algún rey de Judá quien compuso este salmo? Probablemente no. Los salmos reales fueron escritos por personas de la corte, relacionadas con la monarquía y sus defensores.
Los salmos reales tratan de presentar al Señor como aliado del rey, como si la monarquía fuera un elemento esencial de los proyectos de Dios. Al leer este salmo desde esta perspectiva, descubrimos que Dios es el aliado y defensor de su pueblo al conducir al rey a la victoria contra las agresiones de otros pueblos. De hecho, esta era una de las tareas más importantes en la vida de los reyes en tiempos de la monarquía: ir a la guerra para defender al pueblo contra las naciones que amenazaran la soberanía de Israel. Raramente consiguieron alcanzar este objetivo los reyes de Israel y de Judá, convirtiéndose así en los principales responsables de la pérdida de libertad en tiempos del exilio en Babilonia. En contra de esta visión crítica, característica de muchos de los profetas, surgieron los salmos reales, fuertemente teñidos por la ideología defensora de la monarquía. Para estos salmos —pero no sólo para ellos—, el lugar propio de Dios es el templo. Ahí es donde debe quedarse, sin salir para nada. Pero también hay una tradición en el Antiguo Testamento que considera el templo como una especie de lugar de confinamiento divino y como un intento de controlarlo.
Después del exilio en Babilonia, se siguieron rezando estos salmos, alimentando una nueva esperanza en el pueblo: ¿Cuándo surgirá ese Mesías victorioso, aliado del Señor?
El Nuevo Testamento afirma que Jesús es el Mesías y que en él quedó sellada para siempre la Alianza entre Dios y la humanidad. Pero Jesús no se presentó como un guerrero victorioso que despedaza a los pueblos y las naciones, reduciéndolos a polvo y aplastándolos como el barro del camino. Todo lo contrario. Al anunciar la proximidad del Reino (véase Mc 1,15), afirmó que su Reino no es de este mundo (Jn 18,36). Esto no quiere decir que el Reino sea algo previsto para los siglos futuros ni que, para entrar en él, tengamos que salir de este mundo y emigrar a otro planeta. Jesús quiere decir simplemente que su Reino no se construye desde los criterios y las relaciones desiguales de este mundo cruel en que vivimos. El Reino es para este inundo, pero sus propuestas son totalmente diferentes de las de los poderosos que dominan y someten a esclavitud.
Dicho de otro modo, Jesús no entiende ni ejerce el poder al estilo de los poderosos de este mundo. Los poderosos, para mantenerse en el poder, matan (esto es lo que Pilato y los líderes político-religiosos de aquella época hicieron con Jesús). Para él, sin embargo, el poder se expresa en el servicio que da la vida.
Este es un salmo que despierta en nosotros la conciencia política y ciudadana. Se presta para aquellas ocasiones en las que necesitamos revisar nuestra postura en relación con el poder, con las autoridades, etc. Leído a la luz de la actividad de Jesús, ayuda a esclarecer la cuestión de los derechos de los pueblos. Nos ayuda contra la tentación de defender el dominio de un pueblo frente a otro.
Comentario del Santo Evangelio: Marcos 6,14-29 La redacción que nos presenta Marcos del martirio de Juan el Bautista es la más extensa, comparada con las de Mateo y Lucas. Nos refiere primero las opiniones de la gente sobre la identidad de Jesús, en respuesta a las preguntas de Herodes (el tema se repite en Mc 8,27ss, donde es el mismo Jesús quien interroga a sus discípulos). Herodes, atormentado por los remordimientos, cree reconocer en el Nazareno al profeta que él había hecho matar (v. 16): así es como queda introducida la narración.
Se habla, en primer lugar, del arresto de Juan a causa de Herodías: el relato entra de inmediato en el meollo, señalando la valiente acusación al rey como causa del martirio del profeta (vv. 18-20). Sigue la narración dramática de las intrigas de Herodías, con la figura de Salomé reducida a instrumento por su pérfida madre (vv. 2 1-25). Herodes aparece aquí más como un hombre débil que como un malvado, súcubo de su mujer, incapaz de resistir a su instinto. Víctima de su mismo imprudente juramento, debe ordenar contra su propia voluntad la decapitación del profeta (vv. 26-28). Sin embargo, el remordimiento le perseguirá.
El relato se cierra con un toque de piedad: se entrega el cuerpo del profeta a sus discípulos, que le dan sepultura (v. 29).
La grandeza de un hombre, según los criterios de la Biblia, se mide por su fidelidad a la Ley del Señor. En esto, las figuras, por otra parte tan diferentes, de David y Juan el Bautista pueden ser asociadas.
Fidelidad al Señor significa asimismo claridad de juicio y valor en el testimonio. David muestra su fuerza de ánimo cuando hace frente al gigante y cuando combate a los enemigos de Israel, pero sobre todo cuando reconoce, con humildad, su pecado. Se le recuerda no tanto por haber unificado las tribus de Israel bajo su trono, sino por haberse sometido a la palabra del profeta que le fue dirigida en nombre de Dios. Juan no tuvo miedo ante el poderoso Herodes y no vaciló en pronunciar el juicio que le sugería la inspiración del Señor.
La fe es un don frágil y pesado al mismo tiempo. Frágil, porque basta con poco para ahogarla dentro de nosotros; pesado, porque implica un cambio radical en nuestros criterios y en toda nuestra vida. Ahora bien, la palabra pesado tiene en hebreo la misma raíz que la palabra gloria: la gloria del Señor, que acoge junto a sí a David y al Bautista, es la contrapartida de un «peso» llevado con alegría, porque es «un yugo suave y ligero» (cf. Mt 11,30).
Comentario del Santo Evangelio: Mc 6,14-29, para nuestros Mayores. Martirio de Juan Bautista. Acta de defunción del Bautista. Hay que partir del supuesto de que Marcos no ofrece el relato del martirio del Bautista con una finalidad informativa para satisfacer la curiosidad histórica, sino con una finalidad catequética, iluminando con él varios puntos de interés. En primer término, ofrece un acta de defunción martirial del Bautista. Es de vital importancia. Son varias las interpretaciones que los judíos dan a la persona de Jesús: para unos es Elías reencarnado; para otros, uno de los grandes profetas del pasado; para muchos, entre ellos el rey Herodes, Juan el Bautista, que ha resucitado para vengar su muerte.
Hay que dejar claro que Juan está muerto; de lo contrario, se confundiría a Jesús con el precursor, con lo que el pueblo tendría que esperar a otro. Marcos testifica después de relatar el martirio: “Sus discípulos recogieron el cadáver y lo enterraron”. Y para dejar patente que el Bautista había sido el profeta que había de venir como precursor, animado por el espíritu de Elías, resalta el paralelismo entre los dos grandes profetas. Uno y otro tuvieron que enfrentarse a un mal rey (Acab o Herodes) y a una reina todavía peor (Jezabel o Herodías). Para reforzar el paralelismo, Marcos introduce en su relato algunos rasgos tomados del libro de Ester. Era costumbre en los banquetes reales presentar a la reina en toda su hermosura natural: Vastí pagó con su corona la negativa a presentarse desnuda ante la corte (Est 1,9-12); la joven Ester no tuvo tantos escrúpulos cuando el festín organizado en honor suyo (Est 2,18), por lo que el rey le ofrecía repetidamente “la mitad de su reino”. Probablemente, Marcos piensa en estas escenas de las cortes orientales cuando describe el banquete de Herodes, que es presentado, además, como rey, siendo un simple tetrarca, para que se asemeje más a Asuero. Manda bailar a su hijastra para ofrecer su hermosura a los invitados, como se hizo con Vastí y Ester, y le hizo la misma promesa que Asuero a su esposa.
Juan fue, pues, el profeta animado del espíritu de Elías, que había de venir para preparar la llegada del Mesías (Mt 11,14). Por otra parte, y en este mismo sentido, Marcos quiere dejar claro que la comunidad creada por Jesús es totalmente nueva, no la de Juan superviviente, aun cuando sus antiguos discípulos conserven viva en la memoria la figura del gran profeta martirizado.
Juan, la valentía profética. Marcos pone de relieve el contraste entre el lujo y la lujuria de Herodes, y su corte de palaciegos, con la austeridad y la pureza del Bautista. En este sentido está en línea con el mensaje evangélico y el comportamiento humilde y sencillo de Jesús: ¿Qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido lujosamente?” (Mt 11,8). Viste piel de camello y se alimenta de saltamontes y miel silvestre (Mt 3,4).
Encarnaba la pobreza que pide a sus enviados. El relato del martirio del Bautista viene a continuación del envío de los Doce a misionar. Es probable que Marcos evoque la figura del Bautista como un precursor modélico para los discípulos de Jesús, enviados también por él como precursores para preparar su llegada misional. Juan es el presentador que desaparece ante el presentado: “Él tiene que crecer y yo menguar” (Jn 3,30); no busca protagonismo, no se considera digno de desatar la correa de sus sandalias (Mt 3,11), invita a sus propios discípulos a seguir al rabí de Nazaret; de hecho, se pasan a su grupo algunos de ellos (Jn 1,35-42).
Esta misma es la misión del apóstol: presentar a Cristo y desaparecer; dejarle a él todo el protagonismo que le corresponde como el único Maestro y Señor (Mt 23,8); la labor del misionero (enviado) se reduce a ser su portavoz (1 Co 4,1). Nuestra misión es hacer silencio en medio de tanto griterío y de tanto charlatán de feria para que escuchen a Cristo, cuyo mensaje proclamamos en voz alta.
Martirio que es profecía. El historiador Flavio Josefo narra en “Antigüedades judaicas” que Herodes Antipas, por miedo a una revuelta política incontrolable que podía provocar el movimiento del Bautista, le metió en la cárcel en la fortaleza de Maqueronte, en el sur de Perea, donde lo mandó ejecutar. El relato de Marcos da cuenta del aspecto más subjetivo del acontecimiento que Flavio Josefo narra objetivamente. La versión popular aseguraba que el profeta había sido víctima de la venganza de una mujer despechada. Con su muerte había pagado la valentía de haber hablado claro a los grandes de esta tierra.
La misma valentía que el Bautista mostrará también Jesús que reta a Herodes y le califica de “zorro” que, sin escrúpulos, sólo juega a la ventaja política, a cubrir sus espaldas de cualquier conflicto con Roma que le pueda costar el cargo (Lc 13,32). Evidentemente, el evangelista nos presenta el martirio de Juan como profecía del destino de Jesús y de sus discípulos. También en este sentido el Bautista es precursor de Jesús, puesto que comparte con él la tarea y la misión del “Siervo paciente”.
La denuncia intrépida, cuando afecta a los que gozan del poder, suele tener fatales consecuencias. El “profeta” elegido para legitimar a los “amos” de la sociedad, que les dicen lo que les halaga, tiene asegurada su carrera. Un verdadero profeta, antes de Jesús, en tiempos de Jesús como el Bautista, y después de Jesús, como los apóstoles y los cristianos de todos los tiempos, la que tienen asegurada, más bien, es la persecución, y a veces la muerte, tanto si su palabra profética apunta a la justicia social como a la ética de las costumbres. La letanía de profetas mártires, con distintos martirios, sigue creciendo al paso de la historia.
También nosotros, consagrados profetas (1 P 2,9), somos enviados como los apóstoles a anunciar el Evangelio con la palabra, los gestos y las opciones. Muy probablemente no nos amenazarán de muerte, pero cuando nos corresponda comunicar un mensaje incómodo, pagaremos las consecuencias. No se puede realizar la justicia ni proclamar la verdad que escuece, impunemente. Según Jesús, es la hora de estar contentos, de sentirnos “dichosos por ser perseguidos y sufrir insultos y calumnias por su causa, porque será grande la recompensa” (Mt 5,11-12).
Comentario del Santo Evangelio: (Mc 6,14-29), de Joven para Joven. Invitación a la danza. Después de que los Doce hubieran partido para la misión, el evangelista —abandonando casi su estilo habitual, colorido pero esencial, vivaz pero casi apresurado— propone una pausa de reflexión. Se detiene en el trágico final del Bautista y sugiere que anunciar la Buena Noticia es algo exaltante, pero también comprometedor y, sobre todo, que puede ser arriesgado. En la misión hay que poner en juego toda la persona, como hizo Juan.
El fragmento comienza con la opinión que tiene la gente sobre Jesús (vv. 14-16). Se le valora de una manera muy positiva. Hay quien dice incluso que es Juan el Bautista, que ha resucitado. La noticia llega al «rey Herodes» (en realidad, era el tetrarca de Galilea), que, desconcertado por la noticia, confiesa que es el responsable de su muerte. En este punto empieza lo que —con un lenguaje cinematográfico— podríamos llamar flash back, una mirada hacia atrás para contar cómo se desarrollaron los hechos relacionados con la muerte de Juan. El Precursor sella con la fidelidad suprema —el martirio— una vida dispensada completamente por Jesús. La muerte del Bautista tiene un valor paradigmático para todos los que a lo largo de los siglos necesitarán un punto de referencia para encontrar fuerza y coraje a la hora de arriesgarlo todo, incluso la vida, para ser fieles a sus ideales y a la Persona a la que han dedicado su vida.
El fragmento (vv 17-19) presenta a los tres actores principales. El Bautista domina la escena con la austeridad de su persona y, con la palabra y con el silencio, se convierte en continuo reproche para las malas conciencias. Herodes es un soberano indigno y lleva una vida libertina llena de sensualidad y de monstruosidades. Herodías, mujer vanidosa, busca el poder y el éxito a cualquier precio, pero ve esfumarse sus planes por la presencia insolente de Juan. Quien une en un trágico destino la vida de estos tres en una trama dramática es un personaje menor del drama, un personaje al que el evangelio se limita a llamar «una joven», «hija de Herodías», y que, según el historiador judío Flavio Josefo, llevaba el nombre de Salomé.
En el curso de un banquete, en presencia de gente notable, Salomé ofreció una muestra de sus cualidades como bailarina y le gustó tanto a Herodes que éste le ofreció hasta la mitad de su reino. Se trata de una fanfarronada debida, tal vez, a los efluvios del alcohol, a la excitación de la danza o a la atmósfera, que se había vuelto ardiente por la presencia de personas importantes. El hecho es que el soberano se encuentra ahora a merced de la bailarina, que puede pedir mucho. Es la gran hora de Salomé, personaje de segundo plano que, de una manera imprevista, se ve revestida del papel de prima donna. Con una palabra suya puede dar la vuelta a una situación: puede liberar a Juan, puede demostrar la fuerza de los jóvenes, que frenan con su sed de justicia la extensión de la deshonestidad. Salomé, sin embargo, es bella, pero no tiene cabeza; es joven, pero carece de iniciativa; es hábil en el arte de hacer girar el cuerpo en el aire, pero menos hábil para hacer circular una idea original que se aparte de los esquemas habituales. Carece de intuición y de espíritu de iniciativa, porque no sabe aprovechar su ocasión, su kairós, y se dirige a su madre. Acepta sin pestañear su respuesta macabra —“la cabeza de Juan el Bautista” (v. 24) — y está completamente de acuerdo con ella. Su madre piensa y decide por ella. La joven acepta y se somete. De este modo se prolonga la cadena de la maldad y se perpetúa la injusticia. Sólo le queda haber sido una que hechizó al rey bailando ante él y permutó su baile por la cabeza del precursor de Cristo.
Juan es, en cambio, un personaje importante que «danzó» para el verdadero protagonista: Cristo. Se movió al ritmo de la fidelidad y de la obediencia a su Señor. Consiguió fama y honor, notoriedad y estima, transformando el hecho en noticia, en «Buena Noticia», que permanece todavía hoy.
La persona de Juan fascina porque está fuera de lo común. El suyo fue un papel difícil, sin modelos precedentes y sin modelos posteriores: “Un hombre con un destino espinoso, un profeta que vino con retraso, un personaje que parece equivocado... Ya es tarde para hacer de profeta, y demasiado pronto para hacer de apóstol» (L. Santucci). Sin embargo, se agiganta en nuestra consideración por su coherencia granítica, que tanto fascina; por su palabra veraz dirigida a los poderosos, aun a riesgo de su vida, con un mensaje cortante como una cuchilla, aunque afilado para procurar la conversión de una vida malvada. Nos sorprende favorablemente su capacidad para estar siempre del lado de Jesús, cueste lo que cueste. Sí, necesitamos «hombres verdaderos» que nos atraigan con la fascinación de su persona, dejando una enseñanza que supere el paso de los siglos para llegar a nosotros con su fuerza y su belleza. Figuras como la de Juan nos sirven para desintoxicamos del veneno cotidiano que nos inyectan los medios de comunicación al proponernos héroes para un día o incluso sólo para una hora. Son como tantas Salomés para las que casi al mismo tiempo se encienden y se apagan las luces de las candilejas. Sin embargo, el escenario en el que bailó está siempre atestado de personas que buscan notoriedad, la falsa, basada en lo efímero y en lo que pasa.
Los cristianos tenemos la tarea de conocer y vivir los valores perennes del Evangelio, de mirar a Cristo y a personas que, como Juan, fueron capaces de imitarle hasta la entrega de su vida. No buscaron la fama. La verdadera fama les llegó por una fidelidad genuina e imperecedera, que les convirtió en modelos perennes. Desbordan admiración y su autoridad ha alcanzado un precio altísimo. Son los santos de ayer y de hoy. Son eso que también nosotros podemos y debemos llegar a ser, porque la santidad es la vocación común de todo cristiano. Acojamos con entusiasmo la invitación a la danza: la de la obediencia a Cristo y la amorosa fidelidad a él.
Elevación Espiritual para este día. El que se mira sólo a sí mismo vive con poco temor de Dios, no observa la justicia; más aún, la traspasa y comete muchas injusticias; se deja contaminar por las lisonjas de los hombres unas veces por dinero, otras por complacer a quienes le piden un favor que será una injusticia obtenerlo; otras veces, para huir del castigo por la falta que había cometido, será liberado, allá donde la vara de la justicia debía caerle encima. Ese ha obrado como hombre inicuo. ¿Cuál es el motivo? Tener amor propio, que es de donde brotan las injusticias. Y, sin embargo, os digo que quisiera que fuerais justos, que reluciera en vuestro pecho la perla de la justicia.
Reflexión Espiritual para el día. Los periódicos están repletos de noticias alarmantes: corrupción, administradores que no respetan las leyes, juntas que caen, funcionarios envueltos en tormentas de escándalo, instituciones inoxidables corrompidas por la herrumbre de la sospecha. Dichosos vosotros si, en el asedio de los problemas comunitarios que os acosan, en el tráfico de las preocupaciones políticas que os angustian, en la encrucijada de los delicadísimos equilibrios que os mantienen como funámbulos suspendidos en el vacío, sois lo suficientemente testarudos para encontrar el espacio necesario para descongestionaros del afán de las cosas y para reconstruiros, en el interior de la familia, gruesas capas de humanidad. Lo sabéis: el pueblo os propone muchos problemas (la casa, el trabajo, la enseñanza, la salud) para que se los resolváis, y debéis hacerlo dando siempre prioridad a la parte más indefensa de vuestra gente. Con todo, existe la impresión de que, en ocasiones, el timonel de la barca sigue rumbos impuestos por los jeques locales, no por la gente pobre, y que las velas recogen sólo los vientos de quienes tienen más resuello en el cuerpo, y no los suspiros de quienes jadean porque carecen de todo.
Tened el coraje de oponeros, pagando incluso con vuestra propia persona, cuando en la distribución de los cargos, en la asignación de las contratas de trabajo, en la elaboración de planes de fabricación, en la destinación de las áreas urbanas, se tienen presentes los intereses de los que están bien y se pisotean los derechos primarios de los que están sumidos en la desesperación o, en todo caso, se suplantan las exigencias de la comunidad. Frente a la tragedia que se consuma ante la indiferencia general, ¿cuáles deben ser las actitudes de las personas civiles que apenas quieren comenzar a deletrear el alfabeto de la solidaridad? En primer lugar, es menester denunciar los daños ya ocasionados.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Eclesiástico 44, 1. 10-15 (44, 1. 9-12). Los hombres de bien. De acuerdo con el gusto clásico del momento, el Eclesiástico enuncia de manera clara y precisa el tema que quiere desarrollar: evocar las figuras ilustres que jalonan el pasado de la historia de Israel, en orden a inyectar, con su ejemplo, nueva vida en el presente, y proyectar la esperanza del pueblo hacia el futuro.
Al leer este pasaje, el cristiano consciente de su fe no puede menos de sentirse impresionado por la fragilidad de los motivos en que basaban su esperanza estos hombres de bien. Consolarse con la esperanza de que su nombre no caerá en el olvido después de la muerte; poner la ilusión en el recuerdo que le pueden tributar las generaciones futuras: realmente son esperanzas bien pobres y consolaciones bien efímeras ¿Valía la pena luchar tan esforzadamente contra el paganismo reinante para al final no tener sobre los paganos más que el menguado privilegio de una gloria humana póstuma?
No es menos impresionante y admirable que unas esperanzas tan endebles, anteriores a la clarificación de los dogmas de ultratumba, hayan podido producir y sostener figuras de tanta categoría moral.
Llama la atención la despreocupación, casi diríamos la apatía, del Eclesiástico hacia los temas escatológicos, que desde hacía tiempo se venían debatiendo en Israel. Los libros de Job y del Eclesiastés, que planteaban al vivo esta temática escatológica, son anteriores al Eclesiástico, escrito a comienzos del s. II a de J. C. Con anterioridad al Eclesiástico y en sus mismos días, los salmistas comenzaban a intuir una vida gloriosa de los justos junto a Dios después de la muerte (16, 11; 49, 16; 73, 24). El Eclesiástico, sin embargo, en este punto, se muestra sumamente tradicionalista. No hace más que repetir una doctrina, puesta ya en tela de juicio en muchos ambientes.
En realidad, habría que distinguir entre el autor original y el traductor griego, un nieto de Ben Sirá. En nuestra lectura, por ejemplo, en el original hebreo el v. 10 habla de «los hombres de bien, cuya esperanza no se verá frustrada». O sea, Ben Sirá parece profesar aquí la esperanza de la inmortalidad. La traducción griega desvirtúa la fuerza del original: «Los hombres de bien, cuyas virtudes no han caído en el olvido».
En todo caso, si se exceptúa esta posible alusión al dogma de la inmortalidad, Ben Sirá se contenta con repetir la doctrina tradicional, que no conocía para los justos más que una supervivencia moral: la buena fama; el —buen ejemplo dejado en herencia a sus descendientes; el consuelo de que sus máximas sapienciales se repetirán de generación en generación; ser sepultado en paz, o sea, en plena prosperidad material, en buena ancianidad, en alivio y consolación.
Las empresas de David están narradas de una forma poética y épica, como empresas de un héroe casi sobrehumano, un héroe que es tal sólo porque ha sido guiado por la mano de Dios. La grandeza de David consiste precisamente en someterse al Señor y en invocar su protección: «Porque él invocó al Señor Altísimo» (v. 5), «Por todas sus empresas daba gracias al Altísimo» (v. 8), «Puso arpas para el servicio del altar» (v. 9).
Por esta fidelidad que mantuvo, y no por su fuerza de bandolero, le perdonó el Señor sus pecados y le concedió el reino, la victoria y, sobre todo, la descendencia mesiánica (v. 11).
Comentario del Salmo 17 Es un salmo real o regio, pues su tema central es la persona del rey, máxima autoridad en Israel en tiempos de la monarquía (que tiene su comienzo en torno al 1030 a.C., con Saúl). Aunque no se hable del rey hasta el final (51), hay que leer todo el salmo desde esta perspectiva: sólo cobra sentido con esta clave de lectura. Los salmos reales, como ya hemos visto, están cargados de ideología monárquica, esto es, tratan de defender la persona del rey. Pero sabemos que, en el Antiguo Testamento, mucha gente —sobre todo, y en general, los profetas— estaba en contra de la monarquía, pues representaba la concentración de todo (decisiones, leyes, bienes) en las manos de muy pocas personas o incluso en las de una sola, el rey.
Por tratarse de un salmo excepcionalmente largo, resulta difícil ofrecer una visión detallada de cómo está organizado. A grandes rasgos, podemos distinguir en él cuatro partes: 2-4; 5-28; 29- 46; 47-51. La primera es la introducción, El salmista confiesa amar al Señor, pues le escuchó cuando le invocaba. Dios recibe los nombres de «roca», «alcázar», «libertador», «peña», «refugio», «escudo», «fuerza salvadora» y «baluarte». Son términos que sugieren protección, defensa, liberación. La mayoría de ellos están tomados de la vida militar. La segunda parte (5-28) consiste en una larga acción de gracias que muestra cómo el Señor se ha convertido en «roca», «fortaleza», etc., para la persona del rey. El salmo describe una situación de peligro (5-6): «olas mortales», «torrentes destructores», «lazos de muerte», «trampas mortales», la circunstancia a que ha tenido que hacer frente el rey. Todo ello suscitó el clamor dirigido al Señor (7), que responde derrotando a los enemigos del rey (8-28). La tercera parte (29-46) es un himno de alabanza motivado por la intervención del Señor en favor del rey. Es un canto de victoria, pues Dios se ha convertido en lámpara que ilumina la vida y el camino del rey (29), concediéndole la victoria. Con su ayuda, el rey reduce a los enemigos del pueblo de Dios a polvo que se lleva el viento, aplastándolos corno se aplasta el barro del camino (43). Es la derrota total de los enemigos. La última parte (47-51) es la conclusión del salmo. Aquí se hace mención de la persona del rey, al que también se llama «ungido» (51), poniendo de relieve que Dios es fiel a David y a sus descendientes que ocupan el trono de Judá.
A pesar de que se diga que es de David y que incluso se mencione una circunstancia que habría propiciado la composición de esta oración, este salmo no es de David. De hecho, su autor afirma que, desde el templo, Dios respondió a las peticiones del rey (7b). Ahora bien, en tiempos de David, todavía no existía el templo. Además, al final se dice que «el Señor tiene misericordia de su ungido, de David y de su descendencia por siempre» (51). La mención de los descendientes del rey David conduce a la misma conclusión: este salmo surgió algún tiempo después del reinado de David, cuando uno de sus descendientes, que ocupaba el trono de Judá, se sintió gravemente amenazado por las naciones enemigas. Así pues, el rey de Judá se encontraba ante un conflicto entre naciones, amenazado por «olas mortales» (5). Pidió auxilio al Señor y este no tardó en responder, derrotando, por medio del rey, a los pueblos enemigos. Para referirse a estos, el salmo emplea las siguientes expresiones: «enemigo poderoso», «adversarios más fuertes» (18), «perverso» (27), «ojos altaneros» (28), «enemigos» (38.41), «agresores» (40), «adversarios» (41), «naciones» (44), «extranjeros» (45.46), «pueblos» (48), «enemigos furiosos», «agresores», «hombre cruel» (49).
Entonces, ¿fue algún rey de Judá quien compuso este salmo? Probablemente no. Los salmos reales fueron escritos por personas de la corte, relacionadas con la monarquía y sus defensores.
Los salmos reales tratan de presentar al Señor como aliado del rey, como si la monarquía fuera un elemento esencial de los proyectos de Dios. Al leer este salmo desde esta perspectiva, descubrimos que Dios es el aliado y defensor de su pueblo al conducir al rey a la victoria contra las agresiones de otros pueblos. De hecho, esta era una de las tareas más importantes en la vida de los reyes en tiempos de la monarquía: ir a la guerra para defender al pueblo contra las naciones que amenazaran la soberanía de Israel. Raramente consiguieron alcanzar este objetivo los reyes de Israel y de Judá, convirtiéndose así en los principales responsables de la pérdida de libertad en tiempos del exilio en Babilonia. En contra de esta visión crítica, característica de muchos de los profetas, surgieron los salmos reales, fuertemente teñidos por la ideología defensora de la monarquía. Para estos salmos —pero no sólo para ellos—, el lugar propio de Dios es el templo. Ahí es donde debe quedarse, sin salir para nada. Pero también hay una tradición en el Antiguo Testamento que considera el templo como una especie de lugar de confinamiento divino y como un intento de controlarlo.
Después del exilio en Babilonia, se siguieron rezando estos salmos, alimentando una nueva esperanza en el pueblo: ¿Cuándo surgirá ese Mesías victorioso, aliado del Señor?
El Nuevo Testamento afirma que Jesús es el Mesías y que en él quedó sellada para siempre la Alianza entre Dios y la humanidad. Pero Jesús no se presentó como un guerrero victorioso que despedaza a los pueblos y las naciones, reduciéndolos a polvo y aplastándolos como el barro del camino. Todo lo contrario. Al anunciar la proximidad del Reino (véase Mc 1,15), afirmó que su Reino no es de este mundo (Jn 18,36). Esto no quiere decir que el Reino sea algo previsto para los siglos futuros ni que, para entrar en él, tengamos que salir de este mundo y emigrar a otro planeta. Jesús quiere decir simplemente que su Reino no se construye desde los criterios y las relaciones desiguales de este mundo cruel en que vivimos. El Reino es para este inundo, pero sus propuestas son totalmente diferentes de las de los poderosos que dominan y someten a esclavitud.
Dicho de otro modo, Jesús no entiende ni ejerce el poder al estilo de los poderosos de este mundo. Los poderosos, para mantenerse en el poder, matan (esto es lo que Pilato y los líderes político-religiosos de aquella época hicieron con Jesús). Para él, sin embargo, el poder se expresa en el servicio que da la vida.
Este es un salmo que despierta en nosotros la conciencia política y ciudadana. Se presta para aquellas ocasiones en las que necesitamos revisar nuestra postura en relación con el poder, con las autoridades, etc. Leído a la luz de la actividad de Jesús, ayuda a esclarecer la cuestión de los derechos de los pueblos. Nos ayuda contra la tentación de defender el dominio de un pueblo frente a otro.
Comentario del Santo Evangelio: Marcos 6,14-29 La redacción que nos presenta Marcos del martirio de Juan el Bautista es la más extensa, comparada con las de Mateo y Lucas. Nos refiere primero las opiniones de la gente sobre la identidad de Jesús, en respuesta a las preguntas de Herodes (el tema se repite en Mc 8,27ss, donde es el mismo Jesús quien interroga a sus discípulos). Herodes, atormentado por los remordimientos, cree reconocer en el Nazareno al profeta que él había hecho matar (v. 16): así es como queda introducida la narración.
Se habla, en primer lugar, del arresto de Juan a causa de Herodías: el relato entra de inmediato en el meollo, señalando la valiente acusación al rey como causa del martirio del profeta (vv. 18-20). Sigue la narración dramática de las intrigas de Herodías, con la figura de Salomé reducida a instrumento por su pérfida madre (vv. 2 1-25). Herodes aparece aquí más como un hombre débil que como un malvado, súcubo de su mujer, incapaz de resistir a su instinto. Víctima de su mismo imprudente juramento, debe ordenar contra su propia voluntad la decapitación del profeta (vv. 26-28). Sin embargo, el remordimiento le perseguirá.
El relato se cierra con un toque de piedad: se entrega el cuerpo del profeta a sus discípulos, que le dan sepultura (v. 29).
La grandeza de un hombre, según los criterios de la Biblia, se mide por su fidelidad a la Ley del Señor. En esto, las figuras, por otra parte tan diferentes, de David y Juan el Bautista pueden ser asociadas.
Fidelidad al Señor significa asimismo claridad de juicio y valor en el testimonio. David muestra su fuerza de ánimo cuando hace frente al gigante y cuando combate a los enemigos de Israel, pero sobre todo cuando reconoce, con humildad, su pecado. Se le recuerda no tanto por haber unificado las tribus de Israel bajo su trono, sino por haberse sometido a la palabra del profeta que le fue dirigida en nombre de Dios. Juan no tuvo miedo ante el poderoso Herodes y no vaciló en pronunciar el juicio que le sugería la inspiración del Señor.
La fe es un don frágil y pesado al mismo tiempo. Frágil, porque basta con poco para ahogarla dentro de nosotros; pesado, porque implica un cambio radical en nuestros criterios y en toda nuestra vida. Ahora bien, la palabra pesado tiene en hebreo la misma raíz que la palabra gloria: la gloria del Señor, que acoge junto a sí a David y al Bautista, es la contrapartida de un «peso» llevado con alegría, porque es «un yugo suave y ligero» (cf. Mt 11,30).
Comentario del Santo Evangelio: Mc 6,14-29, para nuestros Mayores. Martirio de Juan Bautista. Acta de defunción del Bautista. Hay que partir del supuesto de que Marcos no ofrece el relato del martirio del Bautista con una finalidad informativa para satisfacer la curiosidad histórica, sino con una finalidad catequética, iluminando con él varios puntos de interés. En primer término, ofrece un acta de defunción martirial del Bautista. Es de vital importancia. Son varias las interpretaciones que los judíos dan a la persona de Jesús: para unos es Elías reencarnado; para otros, uno de los grandes profetas del pasado; para muchos, entre ellos el rey Herodes, Juan el Bautista, que ha resucitado para vengar su muerte.
Hay que dejar claro que Juan está muerto; de lo contrario, se confundiría a Jesús con el precursor, con lo que el pueblo tendría que esperar a otro. Marcos testifica después de relatar el martirio: “Sus discípulos recogieron el cadáver y lo enterraron”. Y para dejar patente que el Bautista había sido el profeta que había de venir como precursor, animado por el espíritu de Elías, resalta el paralelismo entre los dos grandes profetas. Uno y otro tuvieron que enfrentarse a un mal rey (Acab o Herodes) y a una reina todavía peor (Jezabel o Herodías). Para reforzar el paralelismo, Marcos introduce en su relato algunos rasgos tomados del libro de Ester. Era costumbre en los banquetes reales presentar a la reina en toda su hermosura natural: Vastí pagó con su corona la negativa a presentarse desnuda ante la corte (Est 1,9-12); la joven Ester no tuvo tantos escrúpulos cuando el festín organizado en honor suyo (Est 2,18), por lo que el rey le ofrecía repetidamente “la mitad de su reino”. Probablemente, Marcos piensa en estas escenas de las cortes orientales cuando describe el banquete de Herodes, que es presentado, además, como rey, siendo un simple tetrarca, para que se asemeje más a Asuero. Manda bailar a su hijastra para ofrecer su hermosura a los invitados, como se hizo con Vastí y Ester, y le hizo la misma promesa que Asuero a su esposa.
Juan fue, pues, el profeta animado del espíritu de Elías, que había de venir para preparar la llegada del Mesías (Mt 11,14). Por otra parte, y en este mismo sentido, Marcos quiere dejar claro que la comunidad creada por Jesús es totalmente nueva, no la de Juan superviviente, aun cuando sus antiguos discípulos conserven viva en la memoria la figura del gran profeta martirizado.
Juan, la valentía profética. Marcos pone de relieve el contraste entre el lujo y la lujuria de Herodes, y su corte de palaciegos, con la austeridad y la pureza del Bautista. En este sentido está en línea con el mensaje evangélico y el comportamiento humilde y sencillo de Jesús: ¿Qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido lujosamente?” (Mt 11,8). Viste piel de camello y se alimenta de saltamontes y miel silvestre (Mt 3,4).
Encarnaba la pobreza que pide a sus enviados. El relato del martirio del Bautista viene a continuación del envío de los Doce a misionar. Es probable que Marcos evoque la figura del Bautista como un precursor modélico para los discípulos de Jesús, enviados también por él como precursores para preparar su llegada misional. Juan es el presentador que desaparece ante el presentado: “Él tiene que crecer y yo menguar” (Jn 3,30); no busca protagonismo, no se considera digno de desatar la correa de sus sandalias (Mt 3,11), invita a sus propios discípulos a seguir al rabí de Nazaret; de hecho, se pasan a su grupo algunos de ellos (Jn 1,35-42).
Esta misma es la misión del apóstol: presentar a Cristo y desaparecer; dejarle a él todo el protagonismo que le corresponde como el único Maestro y Señor (Mt 23,8); la labor del misionero (enviado) se reduce a ser su portavoz (1 Co 4,1). Nuestra misión es hacer silencio en medio de tanto griterío y de tanto charlatán de feria para que escuchen a Cristo, cuyo mensaje proclamamos en voz alta.
Martirio que es profecía. El historiador Flavio Josefo narra en “Antigüedades judaicas” que Herodes Antipas, por miedo a una revuelta política incontrolable que podía provocar el movimiento del Bautista, le metió en la cárcel en la fortaleza de Maqueronte, en el sur de Perea, donde lo mandó ejecutar. El relato de Marcos da cuenta del aspecto más subjetivo del acontecimiento que Flavio Josefo narra objetivamente. La versión popular aseguraba que el profeta había sido víctima de la venganza de una mujer despechada. Con su muerte había pagado la valentía de haber hablado claro a los grandes de esta tierra.
La misma valentía que el Bautista mostrará también Jesús que reta a Herodes y le califica de “zorro” que, sin escrúpulos, sólo juega a la ventaja política, a cubrir sus espaldas de cualquier conflicto con Roma que le pueda costar el cargo (Lc 13,32). Evidentemente, el evangelista nos presenta el martirio de Juan como profecía del destino de Jesús y de sus discípulos. También en este sentido el Bautista es precursor de Jesús, puesto que comparte con él la tarea y la misión del “Siervo paciente”.
La denuncia intrépida, cuando afecta a los que gozan del poder, suele tener fatales consecuencias. El “profeta” elegido para legitimar a los “amos” de la sociedad, que les dicen lo que les halaga, tiene asegurada su carrera. Un verdadero profeta, antes de Jesús, en tiempos de Jesús como el Bautista, y después de Jesús, como los apóstoles y los cristianos de todos los tiempos, la que tienen asegurada, más bien, es la persecución, y a veces la muerte, tanto si su palabra profética apunta a la justicia social como a la ética de las costumbres. La letanía de profetas mártires, con distintos martirios, sigue creciendo al paso de la historia.
También nosotros, consagrados profetas (1 P 2,9), somos enviados como los apóstoles a anunciar el Evangelio con la palabra, los gestos y las opciones. Muy probablemente no nos amenazarán de muerte, pero cuando nos corresponda comunicar un mensaje incómodo, pagaremos las consecuencias. No se puede realizar la justicia ni proclamar la verdad que escuece, impunemente. Según Jesús, es la hora de estar contentos, de sentirnos “dichosos por ser perseguidos y sufrir insultos y calumnias por su causa, porque será grande la recompensa” (Mt 5,11-12).
Comentario del Santo Evangelio: (Mc 6,14-29), de Joven para Joven. Invitación a la danza. Después de que los Doce hubieran partido para la misión, el evangelista —abandonando casi su estilo habitual, colorido pero esencial, vivaz pero casi apresurado— propone una pausa de reflexión. Se detiene en el trágico final del Bautista y sugiere que anunciar la Buena Noticia es algo exaltante, pero también comprometedor y, sobre todo, que puede ser arriesgado. En la misión hay que poner en juego toda la persona, como hizo Juan.
El fragmento comienza con la opinión que tiene la gente sobre Jesús (vv. 14-16). Se le valora de una manera muy positiva. Hay quien dice incluso que es Juan el Bautista, que ha resucitado. La noticia llega al «rey Herodes» (en realidad, era el tetrarca de Galilea), que, desconcertado por la noticia, confiesa que es el responsable de su muerte. En este punto empieza lo que —con un lenguaje cinematográfico— podríamos llamar flash back, una mirada hacia atrás para contar cómo se desarrollaron los hechos relacionados con la muerte de Juan. El Precursor sella con la fidelidad suprema —el martirio— una vida dispensada completamente por Jesús. La muerte del Bautista tiene un valor paradigmático para todos los que a lo largo de los siglos necesitarán un punto de referencia para encontrar fuerza y coraje a la hora de arriesgarlo todo, incluso la vida, para ser fieles a sus ideales y a la Persona a la que han dedicado su vida.
El fragmento (vv 17-19) presenta a los tres actores principales. El Bautista domina la escena con la austeridad de su persona y, con la palabra y con el silencio, se convierte en continuo reproche para las malas conciencias. Herodes es un soberano indigno y lleva una vida libertina llena de sensualidad y de monstruosidades. Herodías, mujer vanidosa, busca el poder y el éxito a cualquier precio, pero ve esfumarse sus planes por la presencia insolente de Juan. Quien une en un trágico destino la vida de estos tres en una trama dramática es un personaje menor del drama, un personaje al que el evangelio se limita a llamar «una joven», «hija de Herodías», y que, según el historiador judío Flavio Josefo, llevaba el nombre de Salomé.
En el curso de un banquete, en presencia de gente notable, Salomé ofreció una muestra de sus cualidades como bailarina y le gustó tanto a Herodes que éste le ofreció hasta la mitad de su reino. Se trata de una fanfarronada debida, tal vez, a los efluvios del alcohol, a la excitación de la danza o a la atmósfera, que se había vuelto ardiente por la presencia de personas importantes. El hecho es que el soberano se encuentra ahora a merced de la bailarina, que puede pedir mucho. Es la gran hora de Salomé, personaje de segundo plano que, de una manera imprevista, se ve revestida del papel de prima donna. Con una palabra suya puede dar la vuelta a una situación: puede liberar a Juan, puede demostrar la fuerza de los jóvenes, que frenan con su sed de justicia la extensión de la deshonestidad. Salomé, sin embargo, es bella, pero no tiene cabeza; es joven, pero carece de iniciativa; es hábil en el arte de hacer girar el cuerpo en el aire, pero menos hábil para hacer circular una idea original que se aparte de los esquemas habituales. Carece de intuición y de espíritu de iniciativa, porque no sabe aprovechar su ocasión, su kairós, y se dirige a su madre. Acepta sin pestañear su respuesta macabra —“la cabeza de Juan el Bautista” (v. 24) — y está completamente de acuerdo con ella. Su madre piensa y decide por ella. La joven acepta y se somete. De este modo se prolonga la cadena de la maldad y se perpetúa la injusticia. Sólo le queda haber sido una que hechizó al rey bailando ante él y permutó su baile por la cabeza del precursor de Cristo.
Juan es, en cambio, un personaje importante que «danzó» para el verdadero protagonista: Cristo. Se movió al ritmo de la fidelidad y de la obediencia a su Señor. Consiguió fama y honor, notoriedad y estima, transformando el hecho en noticia, en «Buena Noticia», que permanece todavía hoy.
La persona de Juan fascina porque está fuera de lo común. El suyo fue un papel difícil, sin modelos precedentes y sin modelos posteriores: “Un hombre con un destino espinoso, un profeta que vino con retraso, un personaje que parece equivocado... Ya es tarde para hacer de profeta, y demasiado pronto para hacer de apóstol» (L. Santucci). Sin embargo, se agiganta en nuestra consideración por su coherencia granítica, que tanto fascina; por su palabra veraz dirigida a los poderosos, aun a riesgo de su vida, con un mensaje cortante como una cuchilla, aunque afilado para procurar la conversión de una vida malvada. Nos sorprende favorablemente su capacidad para estar siempre del lado de Jesús, cueste lo que cueste. Sí, necesitamos «hombres verdaderos» que nos atraigan con la fascinación de su persona, dejando una enseñanza que supere el paso de los siglos para llegar a nosotros con su fuerza y su belleza. Figuras como la de Juan nos sirven para desintoxicamos del veneno cotidiano que nos inyectan los medios de comunicación al proponernos héroes para un día o incluso sólo para una hora. Son como tantas Salomés para las que casi al mismo tiempo se encienden y se apagan las luces de las candilejas. Sin embargo, el escenario en el que bailó está siempre atestado de personas que buscan notoriedad, la falsa, basada en lo efímero y en lo que pasa.
Los cristianos tenemos la tarea de conocer y vivir los valores perennes del Evangelio, de mirar a Cristo y a personas que, como Juan, fueron capaces de imitarle hasta la entrega de su vida. No buscaron la fama. La verdadera fama les llegó por una fidelidad genuina e imperecedera, que les convirtió en modelos perennes. Desbordan admiración y su autoridad ha alcanzado un precio altísimo. Son los santos de ayer y de hoy. Son eso que también nosotros podemos y debemos llegar a ser, porque la santidad es la vocación común de todo cristiano. Acojamos con entusiasmo la invitación a la danza: la de la obediencia a Cristo y la amorosa fidelidad a él.
Elevación Espiritual para este día. El que se mira sólo a sí mismo vive con poco temor de Dios, no observa la justicia; más aún, la traspasa y comete muchas injusticias; se deja contaminar por las lisonjas de los hombres unas veces por dinero, otras por complacer a quienes le piden un favor que será una injusticia obtenerlo; otras veces, para huir del castigo por la falta que había cometido, será liberado, allá donde la vara de la justicia debía caerle encima. Ese ha obrado como hombre inicuo. ¿Cuál es el motivo? Tener amor propio, que es de donde brotan las injusticias. Y, sin embargo, os digo que quisiera que fuerais justos, que reluciera en vuestro pecho la perla de la justicia.
Reflexión Espiritual para el día. Los periódicos están repletos de noticias alarmantes: corrupción, administradores que no respetan las leyes, juntas que caen, funcionarios envueltos en tormentas de escándalo, instituciones inoxidables corrompidas por la herrumbre de la sospecha. Dichosos vosotros si, en el asedio de los problemas comunitarios que os acosan, en el tráfico de las preocupaciones políticas que os angustian, en la encrucijada de los delicadísimos equilibrios que os mantienen como funámbulos suspendidos en el vacío, sois lo suficientemente testarudos para encontrar el espacio necesario para descongestionaros del afán de las cosas y para reconstruiros, en el interior de la familia, gruesas capas de humanidad. Lo sabéis: el pueblo os propone muchos problemas (la casa, el trabajo, la enseñanza, la salud) para que se los resolváis, y debéis hacerlo dando siempre prioridad a la parte más indefensa de vuestra gente. Con todo, existe la impresión de que, en ocasiones, el timonel de la barca sigue rumbos impuestos por los jeques locales, no por la gente pobre, y que las velas recogen sólo los vientos de quienes tienen más resuello en el cuerpo, y no los suspiros de quienes jadean porque carecen de todo.
Tened el coraje de oponeros, pagando incluso con vuestra propia persona, cuando en la distribución de los cargos, en la asignación de las contratas de trabajo, en la elaboración de planes de fabricación, en la destinación de las áreas urbanas, se tienen presentes los intereses de los que están bien y se pisotean los derechos primarios de los que están sumidos en la desesperación o, en todo caso, se suplantan las exigencias de la comunidad. Frente a la tragedia que se consuma ante la indiferencia general, ¿cuáles deben ser las actitudes de las personas civiles que apenas quieren comenzar a deletrear el alfabeto de la solidaridad? En primer lugar, es menester denunciar los daños ya ocasionados.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Eclesiástico 44, 1. 10-15 (44, 1. 9-12). Los hombres de bien. De acuerdo con el gusto clásico del momento, el Eclesiástico enuncia de manera clara y precisa el tema que quiere desarrollar: evocar las figuras ilustres que jalonan el pasado de la historia de Israel, en orden a inyectar, con su ejemplo, nueva vida en el presente, y proyectar la esperanza del pueblo hacia el futuro.
Al leer este pasaje, el cristiano consciente de su fe no puede menos de sentirse impresionado por la fragilidad de los motivos en que basaban su esperanza estos hombres de bien. Consolarse con la esperanza de que su nombre no caerá en el olvido después de la muerte; poner la ilusión en el recuerdo que le pueden tributar las generaciones futuras: realmente son esperanzas bien pobres y consolaciones bien efímeras ¿Valía la pena luchar tan esforzadamente contra el paganismo reinante para al final no tener sobre los paganos más que el menguado privilegio de una gloria humana póstuma?
No es menos impresionante y admirable que unas esperanzas tan endebles, anteriores a la clarificación de los dogmas de ultratumba, hayan podido producir y sostener figuras de tanta categoría moral.
Llama la atención la despreocupación, casi diríamos la apatía, del Eclesiástico hacia los temas escatológicos, que desde hacía tiempo se venían debatiendo en Israel. Los libros de Job y del Eclesiastés, que planteaban al vivo esta temática escatológica, son anteriores al Eclesiástico, escrito a comienzos del s. II a de J. C. Con anterioridad al Eclesiástico y en sus mismos días, los salmistas comenzaban a intuir una vida gloriosa de los justos junto a Dios después de la muerte (16, 11; 49, 16; 73, 24). El Eclesiástico, sin embargo, en este punto, se muestra sumamente tradicionalista. No hace más que repetir una doctrina, puesta ya en tela de juicio en muchos ambientes.
En realidad, habría que distinguir entre el autor original y el traductor griego, un nieto de Ben Sirá. En nuestra lectura, por ejemplo, en el original hebreo el v. 10 habla de «los hombres de bien, cuya esperanza no se verá frustrada». O sea, Ben Sirá parece profesar aquí la esperanza de la inmortalidad. La traducción griega desvirtúa la fuerza del original: «Los hombres de bien, cuyas virtudes no han caído en el olvido».
En todo caso, si se exceptúa esta posible alusión al dogma de la inmortalidad, Ben Sirá se contenta con repetir la doctrina tradicional, que no conocía para los justos más que una supervivencia moral: la buena fama; el —buen ejemplo dejado en herencia a sus descendientes; el consuelo de que sus máximas sapienciales se repetirán de generación en generación; ser sepultado en paz, o sea, en plena prosperidad material, en buena ancianidad, en alivio y consolación.
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