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miércoles, 17 de febrero de 2010

Día 17-02-2010. Ciclo C. Miércoles de Ceniza

17 de Febrero de 2010. TIEMPO DE CUARESMA. MIÉRCOLES DE CENIZA. (AYUNO Y ABSTINENCIA. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. 4ª semana del Salterio. (LITURGIA DE LAS HORAS: TOMO II)

LITURGIA DE LA PALABRA.
Jl 2,12-18: “Conviértanse al Señor”
Salmo 50: “Misericordia, Señor: hemos pecado”
2Cor 5,20-6,2: “En nombre de Cristo les pedimos que se reconcilien con Dios”
Mt 6,1-6.16-18: “Tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará” 
Hoy comenzamos la Cuaresma. Podríamos preguntarnos y responder con sinceridad ¿Una más en la lista de tantas cuaresmas que he vivido? O ¿esta cuaresma será mejor que la del año pasado? O ¿me preparará para que la cuaresma del año entrante sea mejor? Bueno, la propuesta es que vivamos esta con intensidad, que caminemos hacia Jesús, plenitud de la vida y que logremos frutos abundantes.
Miremos hoy al Dios compasivo y misericordioso, rico en piedad y leal que proclamamos en el Salmo. Estemos seguros que El nos perdona porque es lento a la cólera y rico en misericordia, es un Dios preocupado por el sufrimiento de su pueblo, un Dios cercano a sus hijos e hijas. Bondadoso y compasivo que borra todas nuestras culpas. Descubramos en esta Cuaresma al Dios que nos reconcilia, siempre y cuando lo permitamos, cuando lo aceptamos y nos ponemos a su alcance. Acerquémonos al Dios de Jesucristo que nos llena, está sobre nosotros y camina a nuestro lado cuando aceptamos su gracia.
Hagamos el propósito en esta Cuaresma de practicar la justicia sin ser vistos, de rezar en lo escondido, donde sólo Dios nos oye, de ayunar de las cosas que nos hacen daño y no le gustan a Dios. Es un buen propósito de Cuaresma pero con cuidado, porque estas cosas, tan típicamente religiosas y apropiadas para este tiempo las debemos realizar según el estilo y las recomendaciones de Jesús.

PRIMERA LECTURA.
Joel 2,12-18
Rasgad los corazones y no las vestiduras 
"Ahora -oráculo del Señor- convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto. Rasgad los corazones y no las vestiduras; convertíos al Señor, Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad; y se arrepiente de las amenazas." Quizá se arrepienta y nos deje todavía su bendición, la ofrenda, la libación para el Señor, vuestro Dios.
Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión. Congregad al pueblo, santificad la asamblea, reunid a los ancianos. Congregad a muchachos y niños de pecho. Salga el esposo de la alcoba, la esposa del tálamo. Entre el atrio y el altar lloren los sacerdotes, ministros del Señor, y digan: "Perdona, Señor, a tu pueblo; no entregues tu heredad al oprobio, no la dominen los gentiles; no se diga entre las naciones: ¿Dónde está su Dios? El Señor tenga celos por su tierra, y perdone a su pueblo."
Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 50
R/.Misericordia, Señor: hemos pecado. 
Misericordia, Dios mío, por tu bondad, / por tu inmensa compasión borra mi culpa; / lava del todo mi delito, / limpia mi pecado. R.
Pues yo reconozco mi culpa, / tengo siempre presente mi pecado: / contra ti, contra ti sólo pequé, / cometí la maldad que aborreces. R.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro, / renuévame por dentro con espíritu firme; / no me arrojes lejos de tu rostro, / no me quites tu santo espíritu. R.
Devuélveme la alegría de tu salvación, / afiánzame con espíritu generoso. / Señor, me abrirás los labios, / y mi boca proclamará tu alabanza. R.

SEGUNDA LECTURA.
2Corintios 5,20-6,2
Reconciliaos con Dios: ahora es tiempo favorable 
Hermanos: Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios. Secundando su obra, os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios, porque él dice: "En tiempo favorable te escuché, en día de salvación vine en tu ayuda"; pues mirad, ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación.

SANTO EVANGELIO.
Mateo 6,1-6.16-18
Tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará 
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará.
Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, cuando vayas a rezar, entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará.

Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará."
Palabra del Señor.


Comentario de la Primera Lectura: Joel 2, 12-18.
El mensaje del profeta Joel se pronunció probablemente después del destierro, en el templo de Jerusalén: una plaga de langostas devastó los campos, ocasionando carestía y hambre (1,2-2,10); como consecuencia, cesó el culto sacrificial del templo (1,13-16). El profeta debe leer los signos de los tiempos; por eso anuncia la proximidad del “día del Señor” invitando a todo el pueblo al ayuno, a la oración, a la penitencia
(2,12.15-17a).
La palabra clave de este fragmento repetida tres veces en los primeros versículos, es volver (shûb en hebreo): verbo clásico de la conversión. En el v. 12 manifiesta la invitación al pueblo indicando las modalidades de esta conversión, es decir, con el corazón y con los ritos litúrgicos, que serán auténticos y agradables a Dios si manifiestan la renovación interior. En el v. 13 la invitación a volver aparece de nuevo y la motivación es: porque el Señor siempre es misericordioso. En el v. 14 el mismo verbo se refiere a Dios abriendo una puerta a la esperanza: “perdonará una vez más”. Un amor sincero a Dios, una fe más sólida, una esperanza que se hace oración coral y penitente a la que ninguno debe sustraerse con estas promesas el profeta y los sacerdotes podrán pedir al Señor que se muestre “celoso” con su tierra, compasivo con su heredad (vv. 17s).

Comentario del Salmo 50 Es un salmo de súplica individual. El salmista está viviendo un drama que consiste en la profunda toma de conciencia de la propia miseria y de los propios pecados; es plenamente consciente de la gravedad de su culpa, con la que ha roto la Alianza con Dios. Por eso suplica. Son muchas las peticiones que presenta, pero todas giran en torno a la primera de ellas: “¡Ten piedad de mí, OH Dios, por tu amor!” (3a).
Tal como se encuentra en la actualidad, este salmo está fuertemente unido al anterior (Sal 50). Funciona corno respuesta a la acusación que el Señor hace contra su pueblo. En el salmo 50, Dios acusaba pero, en lugar de dictar la sentencia, quedaba aguardando la conversión del pueblo. El salmo 51 es la respuesta que esperaba el Señor: «Un corazón contrito y humillado tú no lo desprecias» (19h). Pero con anterioridad, este salmo existió de forma independiente, como oración de una persona.
Tiene tres partes: 3-11; 12-19; 20-21. En la primera tenemos una riada de términos o expresiones relacionados con el pecado y la transgresión. Estos son algunos ejemplos: «culpa» (3), «injusticia» y «pecado» (4), «culpa» y «pecado» (5), «lo que es malo» (6), «culpa» y «pecador» (7), «pecados» y «culpa» (11). La persona que compuso esta oración compara su pecado con dos cosas: con una mancha que Dios tiene que lavar (9); y con una culpa (una deuda o una cuenta pendiente) que tiene que cancelar (11). En el caso de que Dios escuche estas súplicas, el resultado será el siguiente: la persona «lavada» quedará más blanca que la nieve (9) y libre de cualquier deuda u obligación de pago (parece que el autor no está pensando en sacrificios de acción de gracias). En esta primera parte, el pecado es una especie de obsesión: el pecador lo tiene siempre presente (5), impide que sus oídos escuchen el gozo y la alegría (10a); el pecador se siente aplastado, como si tuviera los huesos triturados a causa de su pecado (10b). En el salmista no se aprecia el menor atisbo de respuesta declarándose inocente, no intenta justificar nada de lo que ha hecho mal. Es plenamente consciente de su error, y por eso implora misericordia. El centro de la primera parte es la declaración de la justicia e inocencia de Dios:» Pero tú eres justo cuando hablas, y en el juicio, resultarás inocente» (6b). Para el pecador no hay nada más que la conciencia de su compromiso radical con el pecado: «Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre» (7).
Si en la primera parte nos encontrábamos en el reino del pecado, en la segunda (12-19) entramos en el del perdón y de la gracia. En la primera, el salmista exponía su miseria; en la segunda, cree en la riqueza de la misericordia divina. Pide una especie de «nueva creación» (12), a partir de la gracia. ¿En qué consiste esta renovación total? En un corazón puro y un espíritu firme (12). Para el pueblo de la Biblia, el «corazón» se identifica con la conciencia misma de la persona. Y el “espíritu firme” consiste en la predisposición para iniciar un nuevo camino.
Creada nuevamente por Dios, esta persona empieza a anunciar buenas noticias: «Enseñaré a los culpables tus caminos, y los pecadores volverán a ti» (15). ¿Por qué? Porque sólo puede hablar adecuadamente del perdón de Dios quien, de hecho, se siente perdonado por él. Hacia el final de esta parte, el salmista invoca la protección divina contra la violencia (16) y se abre a una alabanza incesante (17). En ocasiones, las personas que habían sido perdonadas se dirigían al templo para ofrecer sacrificios. Este salmista reconoce que el verdadero sacrificio agradable a Dios es un espíritu contrito (18-19).
La tercera parte (20-21) es, ciertamente, un añadido posterior. Después del exilio en Babilonia, hubo gente a quien resultó chocante la libertad con que se expresaba este salmista. Entonces se añadió este final, alterando la belleza del salmo. Aquí se pide que se reconstruyan las murallas de Sión (Jerusalén) y que el Señor vuelva nuevamente a aceptar los sacrificios rituales, ofrendas perfectas y holocaustos, y que sobre su altar se inmolen novillos. En esta época, debe de haber sido cuando el salmo 51 empezó a entenderse como repuesta a las acusaciones que Dios dirige a su pueblo en el salmo 50.
Este salmo es fruto de un conflicto o drama vivido por la persona que había pecado. Esta llega a lo más hondo de la miseria humana a causa de la culpa, toma conciencia de la gravedad de lo que ha hecho, rompiendo su compromiso con el Dios de la Alianza (6) y, por ello, pide perdón. En las dos primeras partes, esboza dos retratos: el del pecador (3-11) y el del Dios misericordioso, capaz de volver a crear al ser humano desde el perdón (12-19). También aparece, en segundo plano, un conflicto a propósito de las ceremonias del templo. Si se quiere ser riguroso, esta persona tenía que pedir perdón mediante el sacrificio de un animal. Sin embargo, descubre la profundidad de la gracia de Dios, que no quiere sacrificios, sino que acepta un corazón contrito y humillado (19).
Se trata, una vez más, del Dios de la Alianza, La expresión «contra ti, contra ti solo pequé» (6a) no quiere decir que esta persona no haya ofendido al prójimo. Su pecado consiste en haber cometido una injusticia (4a). Esta expresión quiere decir que la injusticia cometida contra un semejante es un pecado contra Dios y una violación de la Alianza. El salmista, pues, tiene una aguda conciencia (le la transgresión que ha cometido. Pero mayor que su pecado es la confianza en el Dios que perdona. Mayor que su injusticia es la gracia de su compañero fiel en la Alianza. Lo que el ser humano no es capaz de hacer (saldar la deuda que tiene con Dios), Dios lo concede gratuitamente cuando perdona.
El tema de la súplica está presente en la vida de Jesús (ya hemos tenido ocasión de comprobarlo a propósito de otros salmos de súplica individual). La cuestión del perdón ilimitado de Dios aparece con intensidad, por ejemplo, en el capítulo 18 de Mateo, en las parábolas de la misericordia (Lc 15) y en los episodios en los que Jesús perdona y «recrea» a las personas (por ejemplo, Jn 8,1-11; Lc 7,36-50, etc.).
El motivo «lavar» resuena en la curación del ciego de nacimiento (Jn 9,7); el «purifícame» indica hacia toda la actividad de Jesús, que cura leprosos, enfermos, etc.
La cuestión de la «conciencia de los pecados» aparece de diversas maneras. Aquí, tal vez, convenga recordar lo que Jesús les dijo a los fariseos que creían ver: «Si fueseis ciegos, no tendríais culpa; pero como decís que veis, seguís en pecado» (Jn 9,41). En este mismo sentido, se puede recordar lo que Jesús dijo a los líderes religiosos de su tiempo: «Si no creyereis que “yo soy el que soy”, moriréis en vuestros pecados» (Jn 8,24).
Este salmo es una súplica individual y se presta para ello. Conviene rezarlo cuando nos sentimos abrumados por nuestras culpas o «manchados» ante Dios y la gente o “en deuda” con ellos; cuando queremos que el perdón divino nos cree de nuevo, ilumine nuestra conciencia y nos dé nuevas fuerzas para el camino,..

Comentario de la Segunda lectura: 2 Corintios 5,20-6,2. Pablo, como un embajador en nombre de Cristo, es portador de un mensaje de exhortación de parte de Dios (v. 20). Lo esencial del anuncio se centra en una palabra: reconciliación. Dicha palabra manifiesta la voluntad salvífica del Padre, la obra redentora del Hijo y el poder del Espíritu que mantiene la diakonía (servicio) de los apóstoles (vv. 18-20). El culmen del fragmento es el v. 21, en el que se proclama el juicio de Dios sobre el pecado y su inconmensurable amor por los pecadores, por los que no perdonó a su propio Hijo (cf. Rom 5,8; 8,32). Cristo ha asumido como propio el pecado del mundo, expiándolo en su propia carne para que nosotros pudiésemos apropiarnos de su justicia-santidad. El apóstol utiliza un lenguaje radical. La asunción del pecado por parte de Jesús para darnos su justicia no es para que el hombre pueda tener algo de lo que carecía, sino para convertirse en algo que no podría ser por naturaleza: el Inocente se ha hecho pecado, maldición (cf. Gál 3,13), para que nosotros lleguemos a ser justicia de Dios. Esta extraordinaria gracia de Dios, concedida al mundo (v. 19) mediante la kénosis de Cristo, no debe acogerse en vano. El anuncio apasionado de sus ministros nos hace presente aquí, para nosotros, el tiempo favorable: dejémonos reconciliar (katallássein) con Dios.

Este verbo indica una transformación de la relación del hombre con Dios y, consiguientemte de los hombres entre sí. Por iniciativa de Dios se brinda a la libertad de cada uno la posibilidad de llegar a ser criaturas nuevas en Cristo (5,18), a condición de rendirse a su amor, que nos impulsa a vivir no ya para nosotros mismos, sino para aquel que ha muerto y resucitado por nosotros (vv. 14s).

Comentario del Santo Evangelio: Mateo 6,16.16.18. “Cuidad de no practicar vuestra justicia...” (así, literalmente, en el v. 1): Jesús pide a sus discípulos una justicia superior a la de los escribas y fariseos (cf. Mt 5,20) aun cuando las prácticas exteriores sean las mismas; reclama la vigilancia sobre las intenciones que nos mueven a actuar. Tras el enunciado introductorio siguen las tres típicas “obras buenas”, en las que se indica, en concreto, en qué consiste la justicia nueva: la limosna (6,2-4), la oración (6,5-15) y el ayuno (6,16-18).
Dos elementos se repiten como un estribillo a lo largo de toda la perícopa: “recompensa” (o más literalmente salario: vv. 2.5.16) y “tu Padre que ve en lo escondido” (vv. 16.18). Nos enseñan que la piedad es una gran ganancia (cf. 1 Tim 6,6) si no se fija en el aplauso de los hombres ni busca satisfacer la vanidad, sino que busca la complacencia del Padre en una relación íntima y personal y si el salario esperado no es de este mundo ni del tiempo presente, sino para la comunión eterna con Dios, que será nuestra recompensa. De lo contrario, al practicar la justicia nos haríamos hypokritoí, que significa “comediantes” y, también, en el uso judaico del término “impíos”
La liturgia de la Palabra de hoy nos lleva de la mano por el camino de la verdadera alegría, viniendo a buscarnos en los callejones sin salida donde nos metemos y donde no podemos avanzar. Penitencia y arrepentimiento no son sinónimos de abatimiento, tristeza o frustración; por el contrario, constituyen una modalidad de apertura a la luz que puede disipar las oscuridades interiores, hacernos conscientes de nosotros mismos en la verdad y hacernos gustar la experiencia de la misericordia de Dios. El siempre ve y conoce nuestras mezquindades y suciedades interiores y, sin embargo, ¡qué diferente es su juicio del nuestro!
“En tu luz veremos la luz” (Sal 35,10b): admirados notamos que desde el momento en que nos ponemos en camino, él nos envuelve con un amor más grande, nos despoja de nuestro mal y nos reviste de una inocencia nueva.
El Señor había asignado al profeta la misión de convocar al pueblo para suscitar nueva esperanza a través de un camino penitencial; a los apóstoles les confía el ministerio de la reconciliación; a la Iglesia hoy, le encarga proclamar que ¡ahora es tiempo favorable, ahora es el día de la salvación! Volvamos al camino del Señor con todo su pueblo, dejémonos reconciliar con Dios permitiendo a Cristo que asuma nuestro pecado: sólo él puede conocerlo y expiarlo plenamente. Renovados por el amor aprenderemos a vivir bajo la mirada del padre, contentos de poder cumplir humildemente lo que le agrada y ayuda a nuestros hermanos. Su presencia en el secreto de nuestro corazón será la verdadera alegría, la única recompensa esperada y ya desde ahora pregustada.

Comentario del Santo Evangelio: (Mt 6, 1-18), para nuestros Mayores. Actuar en lo secreto. Jesús considera los tres fundamentos de la religiosidad judía —la limosna, la oración y el ayuno— y los reconduce a una dimensión de mayor interioridad. A buen seguro, es necesario practicar la justicia (v. 1), esto es, corresponder a las exigencias divinas, pero lo que da significado y valor a todos los actos humanos es la intención del corazón. A partir de la afirmación inicial se desarrollan tres cuadros estructurados de una manera idéntica para favorecer la memorización. A la parodia de una actitud hipócrita le sigue una clara sentencia de reprobación y una indicación positiva. Jesús dirige la atención a la finalidad (recompensa) que nos prefijamos, porque, aun cuando la acción sea buena y piadosa, su finalidad puede ser perversa, estar dirigida al provecho de la propia vanidad. El bien, en cambio, debemos alcanzarlo siempre de aquel que es su fuente, el Padre, y estar orientado en última instancia a él. El secreto en su realización es garantía de autenticidad, mientras que su exhibición está considerada como hipocresía, que, en el griego bíblico, significa no sólo ficción, sino verdadera impiedad. El cuadro central se amplía con la enseñanza del padrenuestro. Las expresiones con las que Jesús introduce y concluye esta oración proporcionan su clave de lectura: es una oración de plena confianza en un Dios que es Padre omnipotente y bueno, pero que no puede ser plegado de una manera mágica a nuestros fines (vv. 7s); y es impetración de misericordia que nos remite a los otros, para emprender un camino de reconciliación y de fraternidad (vv 14s). Su originalidad no está en las peticiones particulares, que ya se encuentran de una manera semejante en la liturgia sinagogal, sino en la relación filial con Dios, que aparece en la oración de Jesús y en toda su vida, algo que él comunica a sus discípulos. Por otra parte, Jesús dispone las invocaciones en un orden que confiere un nuevo sello a la oración: las tres primeras están orientadas al cumplimiento escatológico del designio del Padre, y las otras cuatro tienen que ver con el hombre y con sus necesidades actuales. Eternidad y tiempo, gloria de Dios y vida del hombre constituyen el horizonte de la existencia cristiana y el objeto de la oración que florece en lo secreto de un corazón puro.
La Palabra me ilumina. Si hemos abierto el corazón a la escucha de la Palabra, hoy sentiremos resonar en nosotros, como un eco, esta pregunta: ¿Por qué? ¿Por quién? Estas pocas sílabas bastan para reconducir todo nuestro hacer, todos nuestros criterios, a su motivación profunda. Ahora bien, Jesús no quiere guiamos sólo a la introspección psicológica; quiere llevarnos a la verdadera interioridad, de donde brotan todo gesto y toda palabra con una luminosa pureza.
Lamentablemente, siempre estamos necesitados de aprobación y sentimos la tentación de transformar en vanidad las seguridades que nos vienen de los otros, hasta el punto de que tendemos a buscarnos un público, a pedir aplausos incluso para las acciones más nobles y santas, de las que hoy nos ha hablado el evangelio: la solidaridad diligente con los que se encuentran en necesidad, la oración, la mortificación.
Esta «comedia» —hipócrita significa también actor— es, sin embargo, impiedad, según la Biblia. ¿Por qué actúas? ¿Por quién lo haces? Jesús hoy nos enseña que hay alguien que siempre nos mira y ve en lo secreto de nuestras acciones, aunque no con la mirada sin piedad de un juez omnipresente, sino con una mirada infinitamente piadosa de Padre que nos quiere humildes y auténticos. Cuando rechacemos la tentación de buscar una «recompensa» para nuestra presunta bondad y persigamos de manera gratuita la gloria de Dios y el bien de los hermanos, entonces se nos dará la verdadera recompensa: la comunión con el Señor, una recompensa que nunca podremos exigir. Entonces florecerá en nuestro corazón el don de la oración filial: Padre nuestro... Entonces madurará en nosotros el fruto de una vida fraterna: el perdón.

Comentario del Santo Evangelio: Mt 6,1-6.16-18, de Joven para Joven. Limosna, oración y ayuno. “Convertíos” La imposición de la ceniza es el toque de campana que señala el comienzo del éxodo hacia la Pascua, hacia la vida renovada y crecida. El recuerdo de que nuestro cuerpo “material” se ha de convertir en ceniza (nunca más verdadero que ahora con la incineración) grita la brevedad de la vida y nos invita a desarrollarla con responsabilidad (que no con tristeza). Disraeli decía: “La vida es demasiado breve como para ser mezquina”. Todo ello nos ha de impulsar a vivir intensamente la consigna: “Convertíos y creed en el Evangelio”. Creed que el Evangelio tiene el secreto de la vida desbordante y, por eso, “convertíos”, seguid la tarea interminable de vuestra conversión, alimentad en vosotros los sentimientos y las actitudes de Cristo (Flp 2,5), id despojándoos del hombre viejo y crezca en vosotros el hombre nuevo, Cristo (Ef. 4,22-24).
Cuánto sufren las personas enfermas que esperan con ansiedad la llamada para una consulta, para una resonancia magnética, para una operación o para iniciar un proceso de rehabilitación. Cuando les llega el turno, se alegran, porque esperan de esta forma empezar una vida nueva. Esto representa para nosotros la Cuaresma: un tiempo de reconocimiento de los deterioros en nuestra salud interior, del diagnóstico y de la aplicación de remedios, dietas o rehabilitación. Todo lo que pueda significar de molestias postoperatorias, dietas u otras renuncias no supone nada en comparación con la vida nueva que el Señor nos ofrece. La Cuaresma se nos propone como un camino a la liberación integral: “He venido para que tengáis vida y la tengáis desbordante” (Jn 10,10).
Del vacío a la alegría. “Yo he pasado con mi conversión del vacío a la alegría”, confesaba L. Mondadori, un hombre que pasó de “afortunado” económicamente ha afortunado espiritualmente. Nuestras alegrías con frecuencia son pobres, epidérmicas. Tienen un cierto parecido con las alegrías de los “viajes” que se dan los drogadictos. No nacen de lo profundo del corazón. Preguntaba Javier a Ignacio de Loyola: “¿Qué es eso que hay en mí que nunca se ríe aun en los triunfos más resonantes?”. Ignacio le responde: “Es ese yo noble, sincero, que todos llevamos dentro y que hay que rescatar”.
“Convertirse” es hacer un cambio profundo de vida. ¿Nosotros, con la vida tan ordenada que llevamos? Sí, nosotros, Esto significa reconocer que todos tenemos un poco de hijos pródigos. Así se sentía H. Nouwen, un sacerdote norteamericano ejemplar que, sin embargo, asegura que se ha convertido y ha estrenado una nueva vida.
“Convertirnos”, escuchado en Cuaresma, significa una llamada a intensificar el proceso de cambio que ha de ser toda la vida del cristiano. Vivir la Cuaresma no se reduce a agregar a nuestro quehacer algunas prácticas propias de este tiempo. Éstas son sólo medios para la conversión. A veces hay en nosotros determinadas actitudes o posturas que son como un divieso que bloquea la salud; son fuente de molestias: una actitud cerrada, prejuicios, la no aceptación de sí mismo... Es preciso operar, centrar los esfuerzos en ello para iniciar una vida nueva.
Convertirse significa creer de verdad en la Buena Noticia de que Dios tiene preparado para nosotros, sus hijos pródigos, un gran banquete. Por participar en él merece la pena recorrer el largo camino que nos separa de la casa del Padre. Si lo hacemos, Pascua será para nosotros una gran fiesta del espíritu.
El tiempo propicio. La Cuaresma no es un tiempo especialmente “santo”. Todos lo son por igual. Pero es una especie de gran sacramento en el que Dios nos ofrece sobreabundancia de medios: mayor profusión de su Palabra, charlas especiales, celebraciones de la reconciliación, retiros... La Cuaresma es como unos largos ejercicios espirituales que culminan en la gran celebración de la Pascua, para que ratifiquemos con toda firmeza nuesfro compromiso bautismal de seguir al Maestro con mayor entereza. “Éste es tiempo de salvación” (2 Co 6,2).
¡Qué fecundo sería que programáramos la Cuaresma reservándonos tiempo y utilizando medios para intensificar la vivencia de la fe! No se trata de renunciar por renunciar, sino de ahorrar tiempo y recursos económicos para dedicarlos a tareas y fines más fecundos: leer, convivir, visitar enfermos, vivir la amistad... Tenemos a nuestro alcance numerosos medios para cambiar y crecer:
— Escucha de la Palabra. Es la gran recomendación de la Iglesia. ¿Por qué no dedicar un tiempo especial a la lectura, reflexión y oración de la palabra de Dios? ¿Por qué no leer algún libro de formación?
— Intensificarla oración, reservando tiempos especiales para una oración más intensa. En ella se verifican los cambios profundos.
— La Eucaristía. Un compromiso cuaresmal podría ser participar diariamente en ella.
— Vivencia de la caridad. Hay que ejercer la caridad en todas sus dimensiones: con delicadeza y espíritu de servicio con los que nos rodean, sobre todo con los más necesitados. Con austeridad de vida para “compartir”, liberados de la esclavitud de los ídolos del consumo y el confort. En un corazón ocupado por ídolos Dios no cabe.
— Centrar los esfuerzos en la llaga que más nos perturbe. Es el divieso al que aludí antes, que altera al cuerpo entero: un orgullo hiriente, la cerrazón para comunicarse, los celos, la indolencia, la falta de formación, la escasez de oración... pero siempre tratando de “vencer a ese mal con el bien” (Rm 12,21), con actitudes y gestos contrarios y contando siempre con la comunidad. De lo que se trata, en definitiva, es de que celebremos una Pascua viva, el nacimiento de algo nuevo en nosotros, no sólo la resurrección de Jesús, verificada hace más de veinte siglos, sino nuestra propia resurrección a una vida nueva.

Elevación Espiritual para este día. Conviértete y vuelve al temor de tu Dios: ayuna, ora, llora, invoca con insistencia. Vuelve, alma, al Señor con la penitencia que te acerca a él, que es bueno.
Busca el amor de los pobres, porque para Dios es mejor que ofrecerle un sacrificio; aleja la molicie de tu cuerpo y, por el contrario, da satisfacción al alma; purifica tus manchas para conocer la dulzura del Señor, y su luz descenderá sobre ti y te librarás de las tentaciones del enemigo, porque el Señor ha prometido acoger a los que recurren a él concediéndoles su misericordia.
Presta mucha atención: abandona las reuniones mundanas, el comer y beber en demasía, para no perder lo que el Señor ha prometido a los buenos y justos. Así, alma, construirás tu habitación con obras buenas, y tu lámpara lucirá en los cielos con el aceite de su misericordia. Acércate a su perdón y misericordia, y él hará resplandecer sobre ti su Espíritu. Lava con lágrimas tus pecados y descenderá sobre ti la bondad.

Reflexión Espiritual para el día. Arrepentimiento no equivale a autocompasión o remordimiento, sino a conversión, a volver a centrar nuestra vida en la Trinidad. No significa mirar atrás disgustado, sino hacia adelante esperanzado. Ni es mirar hacia abajo a nuestros fallos, sino a lo alto, al amor de Dios. Significa mirar no aquello que no hemos logrado ser, sino a lo que con la gracia divina podemos llegar a ser.
El arrepentimiento, o cambio de mentalidad, lleva a la vigilancia, que significa, entre otras cosas, estar presentes donde estamos, en este punto específico del espacio, en este particular momento de tiempo. Creciendo en vigilancia y en conocimiento de uno mismo, el hombre comienza a adquirir capacidad de juicio y discernimiento: aprende a ver la diferencia entre el bien y el mal, entre lo superfluo y lo esencial; aprende, por tanto, a guardar el propio corazón, cerrando la puerta a las tentaciones o provocaciones del enemigo. Un aspecto esencial de la guarda del corazón es la lucha contra las pasiones: deben purificarse, no matarse; educarse, no erradicarse. A nivel del alma, las pasiones se purifican con la oración, la práctica regular de los sacramentos, la lectura cotidiana de la Escritura; alimentando la mente pensando en lo que es bueno y con actos concretos de servicio amoroso a los demás. A nivel corporal, las pasiones se purifican sobre todo con el ayuno y la abstinencia.
La purificación de las pasiones lleva a su fin, por gracia de Dios, a la “ausencia de pasiones” un estado positivo de libertad espiritual en el que no cedemos a las tentaciones, en el que se pasa de una inmadurez de miedo y sospecha a una madurez de inocencia y confianza. Ausencia de pasiones significa que no somos dominados por el egoísmo o los deseos incontrolados y que así llegamos a ser capaces de un verdadero amor.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 2, 12-19 (2, 12-18). Solemne liturgia penitencial. Impresionado el auditorio por la descripción que hiciera el profeta de la plaga y su proyección escatológica, Joel cree llegado el momento de insistir en su llamamiento a la penitencia y a la conversión. A ninguna culpabilidad concreta alude. Pero ¿quién estará limpio a los ojos de Dios?
En auténtica línea tradicional y profética, el gran promulgador de la solemne liturgia penitencial descubre el verdadero sentido de la misma: la conversión del corazón a través «del ayuno, llanto y luto», Lo que hay que rasgar son «los corazones y las vestiduras», por este orden. Nada nuevo añadirá el Nuevo Testamento a esta concepción de la penitencia. Jesús se hará eco de Joel cuando diga a sus discípulos: «Cuando ayunéis...» (Mt 6, 1 6ss).
Dos palabras entran en juego en esta verdadera penitencia. El clásico imperativo «sub» = conversión, vuelta a Dios, ya que al pecado se le considera un alejamiento hasta el destierro y «de todo corazón» ya que esta vuelta no puede ser ocasional, interesada y menos aún ficticia. «De corazón» es lo que nosotros llamamos un firme y sincero propósito de la enmienda.
¿Qué motivos ofrece Joel para esta penitencia-conversión? Tres claramente especificados. El primero por parte de Dios, el segundo por parte de la plaga de Israel y el tercero con miras a todos los pueblos espectadores de Israel.
Por parte de Dios, se le describe en términos proverbiales en todo el Antiguo Testamento: «Es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad; se arrepiente a las amenazas». Es el fundamento de su esperanza y oración. Nada está definitivamente perdido mientras el hombre no se rinda. Jesús recordará: «Pedid y se os dará, llamad y se os abrirá» (Mt 7, 7ss).
Por su parte, la plaga aún no lo ha asolado todo. «Quizás nos deje -Yavé- todavía su bendición», la posibilidad de algo con que poder realizar la ofrenda y libación al Señor. Es el mismo pensamiento anterior visto ahora desde la creatura. Siempre hay algo bueno en el hombre y lo que importa es aprovecharlo, salvarlo.
Finalmente, el profeta pone en tela de juicio al mismo Dios con un recurso literario y teológico a la vez, clásico en la tradición bíblica. El desastre de su pueblo será un espectáculo ignominioso ante los pueblos de la incapacidad de su Dios para salvarlos. Y se dirán: “¿Dónde está su Dios?” En definitiva, lo importante no es tanto la desgracia y castigo del pueblo, siempre pecador, sino el honor del mismo Dios que entra en juego. «Señor, ten celos por tu tierra». La respuesta de Yavé fue positiva. Y en los versículos siguientes Yavé responde a su pueblo prometiéndole abundancia de todo aquello que había destruido la plaga.
Pero, no olvidemos, que para ello fue necesario un esfuerzo supremo de conversión desde los ancianos hasta los niños, desde los sacerdotes hasta los recién casados, legalmente dispensados de ciertas obligaciones (Dt 24, 5). La infalibilidad de la promesa divina está en proporción directa de la sinceridad y firmeza de la conversión y confianza humanas en Dios.
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