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sábado, 10 de abril de 2010

Lecturas del día 10-04-2010. Ciclo C.


10 de abril de 2010. SÁBADO  DE LA OCTAVA DE PASCUA. (Ciclo C). AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. 1ª semana de Salterio. SS. Miguel de los santos pb, Terencio y comp mrs, Magdalena de Canosa vg, Beda mj.

LITURGIA DE LA PALABRA.

Hch 4,13-21: No podemos menos de contar lo que hemos visto y oído
Salmo 117: Te oy gracias, Señor, porque me escuchaste. .
Mc 16,9-15: Vayan por el todo el mundo proclamando la Buena Noticia a toda la humanidad
Resulta chocante la resistencia de los discípulos a creer en Jesús resucitado y a creerle a una mujer. María Magdalena había sido absolutamente liberada por Jesús. Los 7 demonios representan la totalidad del mal que puede aquejar a una persona. No había en ella ansias de riqueza, ni de poder, ni de ocupar los primeros puestos. Seguía a Jesús, servía a la comunidad y compartía sus bienes (Lc 8,1-3). Con sus ojos limpios de orgullo o codicia fue la primera en ver a Jesús resucitado. Y corre a compartir esa buena noticia. Pero no le creen. Les resulta imposible creer que Jesús pueda aparecerse primero a una mujer y no a la jerarquía masculina de la comunidad. Tampoco les creen a los otros dos discípulos.

¿Quiénes eran esos obstinados hombres que no aceptaban el testimonio ni de las mujeres ni de los otros discípulos? Nada más ni nada menos que los Once.

Pero no hay obstinación que detenga el amor de Jesús. Se les aparece cuando estaban compartiendo la comida, les reprocha su obstinación y los envía a proclamar que la muerte ha sido vencida y que toda la humanidad está invitada a celebrar el triunfo de la vida.

PRIMERA LECTURA.
Hechos 4,13-21
No podemos menos de contar lo que hemos visto y oído 

En aquellos días, los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas, viendo la seguridad de Pedro y Juan, y notando que eran hombres sin letras ni instrucción, se sorprendieron y descubrieron que habían sido compañeros de Jesús. Pero, viendo junto a ellos al hombre que habían curado, no encontraban respuesta. Les mandaron salir fuera del Sanedrín, y se pusieron a deliberar: "¿Qué vamos a hacer con esta gente? Es evidente que han hecho un milagro: lo sabe todo Jerusalén, y no podemos negarlo; pero, para evitar que se siga divulgando, les prohibiremos que vuelvan a mencionar a nadie ese nombre." Los llamaron y les prohibieron en absoluto predicar y enseñar en nombre de Jesús. Pedro y Juan replicaron: "¿Puede aprobar Dios que os obedezcamos a vosotros en vez de a él? Juzgadlo vosotros. Nosotros no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído." Repitiendo la prohibición, los soltaron. No encontraron la manera de castigarlos, porque el pueblo entero daba gloria a Dios por lo sucedido.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 117
R/.Te doy gracias, Señor, porque me escuchaste. 

Dad gracias al Señor porque es bueno, / porque es eterna su misericordia. / El Señor es mi fuerza y mi energía, / él es mi salvación. / Escuchad: hay cantos de victoria / en las tiendas de los justos. R.

La diestra del Señor es excelsa, / la diestra del Señor es poderosa. / No he de morir, viviré / para contar las hazañas del Señor. / Me castigó, me castigó el Señor, / pero no me entregó a la muerte. R.

Abridme las puertas del triunfo, / y entraré para dar gracias al Señor. / Ésta es la puerta del Señor: / los vencedores entraran por ella. / Te doy gracias porque me escuchaste / y fuiste mi salvación. R.

SANTO EVANGELIO.
Marcos 16,9-15
Id al mundo entero y proclamad el Evangelio
Jesús, resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a anunciárselo a sus compañeros, que estaban de duelo y llorando. Ellos, al oírle decir que estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron. Después se apareció en figura de otro a dos de ellos que iban caminando a una finca. También ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero no los creyeron. Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado. Y les dijo: "Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación."


Palabra del Señor.


Comentario de la Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 4,13-21.
Pedro y Juan han recibido en verdad, según la promesa de Jesús, “una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios”: estos últimos se encuentran, evidentemente, con dificultades. El fragmento está dominado, por una parte, por la fuerza de los hechos que se imponen y, por otra, por la voluntad de ocultarlos. Los hechos son la curación constatada y clamorosa; son todo lo que Pedro y Juan han visto y oído. Por otra parte, está el poder que quiere defenderse de la irrupción de los hechos, con su poder de desestabilización. Los hechos están acreditados por «hombres de/pueblo y sin cultura», que pasan de acusados a acusadores.

Frente a la idea de prohibir «enseñar en el nombre de Jesús» —y en esto se muestra perspicaz el sanedrín, porque el peligro procede de ese «nombre», la verdadera novedad—, la respuesta de Pedro y Juan es la apelación a la evidencia: no pueden callar lo que han visto y oído. Se trata de la conciencia de que hablar de estas cosas era voluntad de Dios, un mandato divino frente al cual los preceptos humanos pierden su consistencia. No hay amenaza humana que pueda oponerse a la fuerza del testimonio de los apóstoles, porque está con ellos la fuerza irresistible de Dios.

Comentario del Salmo 117
En el conjunto del salterio, este salmo concluye la «alabanza» o «Hallel» (Sal 113-118) que cantan los judíos en las principales solemnidades y que cantaron también Jesús y sus discípulos después de la Ultima Cena, No cabe deuda de que se trata de una acción de gracias. La única dificultad que plantea estriba en de terminar si quien da gracias es un individuo o se trata, más bien, de todo el pueblo. A simple vista, parece que se trata de una sola persona. Sin embargo, la expresión «todas las naciones me rodearon» (10a) lleva a pensar más en todo el pueblo que en un solo individuo, En este caso, el salmista estaría dando gracias, en nombre de todo Israel, por la liberación obtenida. Por eso lo consideramos un salmo de acción de gracias colectiva.

Existen diversas maneras de entender la estructura de este salmo. La que aquí proponemos supone la presencia del pueblo congregado (tal vez en el templo de Jerusalén) para dar gracias. Podemos imaginar a una persona que habla en nombre de todos, y al pueblo, dividido en grupos que aclaman por medio de estribillos. De este modo, en el salmo podemos distinguir una introducción (1-4), un cuerpo (5-28, que puede dividirse, a su vez, en dos partes 5-18 y 19-28) y una conclusión (29), que es idéntica al primer versículo.

La introducción (1-4) comienza exhortando al pueblo a que dé gracias por la bondad y el amor eternos del Señor (1; compárese con la conclusión en el v. 29). A continuación, la persona que representa al pueblo se dirige a tres grupos distintos (los mismos que aparecen en Sal 115,9-11), para que, de uno en uno, respondan con la aclamación: « ¡Su amor es para siempre!». Es tos tres grupos representan a la totalidad del pueblo: la casa de Israel, la casa de Aarón (los sacerdotes, funcionarios del templo) y los que temen a Dios (2-4). El pueblo se reúne con una única convicción: el amor del Señor no se agota nunca.

La primera parte del cuerpo (5-18) presenta también algunas intervenciones del salmista en las que se intercalan aclamaciones de todo el pueblo. Habla del conflicto a que han tenido que hacer frente (6-7); la intervención del Señor colmé al pueblo de una confianza inconmovible. A continuación viene la respuesta del pueblo (8-9), que confirma que el Señor no traiciona la confianza de cuantos se refugian en él. El salmista vuelve a describir el conflicto (10-14) La situación ha ido volviéndose cada vez más dramática. Se compara a los enemigos con un enjambre de avispas que atacan y con el fuego que arde en un zarzal seco (12). Pero el Señor ha sido auxilio y salvación. El pueblo interviene (15-16) manifestando su alegría y hace tres elogios de la diestra del Señor, su mano fuerte y liberadora. En el pasado, esa mano liberó a los israelitas de Egipto. Tras la nueva liberación, pueden oírse los gritos de alegría y de victoria en las tiendas de los justos. Vuelve a tomar la palabra el salmista, pero no habla ahora de la situación de peligro, sino del convencimiento que invade al pueblo tras la superación del peligro (17-13); habla de una vida consagrada a narrar las hazañas del Señor. La opresión es vista como castigo de Dios, un castigo que no condujo a la muerte.

En la segunda parte del cuerpo (19-28) tenemos restos de un rito de entrada en el templo. Se supone que el salmista y los diferentes grupos se encontraban presentes desde el comienzo del salmo. El primero pide que se abran las puertas del triunfo (del templo) para entrar a dar gracias (19). Alguien de la casa de Aarón (por tanto, un sacerdote) responde, indicando la puerta (que probablemente se abriría en ese momento). Es la puerta por la que entran los vencedores (20). El salmista comienza su acción de gracias (21-24): en no del pueblo da gracias por la salvación y por el cambio de suerte. La imagen de la piedra angular (22-23) está tomada de la construcción de arcos. La piedra que se coloca en el vértice de un arco es la que sostiene toda la construcción. El día de la victoria es llamado «el día en que actuó el Señor» (24a). El pueblo responde, pidiendo la salvación, que se traduce en prosperidad (25). Los sacerdotes (los descendientes de Aarón) bendicen al pueblo (26), invitándole a formar filas para la procesión hasta el altar (27). Interviene por última vez el salmista, dando gracias y ensalzando a Dios (28). Se su pone que, a continuación, se ofrecerían sacrificios en el templo, culminando la alegría de la fiesta con un banquete para todos.

Este salmo respira fiesta, alegría, es una acción de gracias que concluye con una procesión por la superación de un conflicto. La situación en que se encontraba el pueblo antes de la súplica era muy grave. El salmo nos habla del clamor en el momento de la angustia (de los enemigos (7b) y de los jefes (Más aún, las naciones habían plantado un cerco contra el pueblo, aumentando cada vez más la opresión. El pueblo estaba siendo empujado, en una situación que hace pensar en la muerte (17a). Con el auxilio del nombre del Señor, el pueblo rechazó a sus enemigos, provocando gritos de júbilo y de victoria en las tiendas de los justos (15). El pueblo volvió a la vida (17) y ahora tiene la misión de contar las maravillas del Señor, que se sintetizan en la salvación (14b). El Señor cambió radicalmente la suerte de su pueblo; convirtió la piedra rechazada en piedra clave que sostiene el edificio (22). Esto se considera una «maravilla» (23), término que nos lleva a pensar en las grandes intervenciones liberadoras del Señor en el Antiguo Testamento. El día en que se produjo este cambio, es llamado aquí «el día del Señor», rescatándose así toda la esperanza que esta expresión le transmitía al pueblo, sobre todo en tiempos de dificultad. Resulta difícil determinar a qué momento de la historia se refiere este salmo. Pero esto, no obstante, no es de terminante. La petición de «prosperidad» (25b) nos lleva a pensar en la posterior inmediatamente posterior al exilio en Babilonia.

Lo primero que nos llama la atención es la frecuencia con que aparecen el nombre «el Señor» y la expresión «en nombre del Señor». Sabemos que el nombre propio de Dios en el Antiguo Testamento es «el Señor» —Yavé, en hebreo— y que este nombre está unido a la liberación de Egipto. Su nombre recuerda la liberación, la alianza y la conquista de la tierra. Se entiende, pues, que este salmo insista en que su amor es para siempre. Amor y fidelidad son las dos características fundamentales del Señor en su alianza con Israel. El salmo dice que Dios escucha y alivia (5), que carnina junto a su pueblo y le ayuda (7a), haciendo que venia a sus enemigos (7b). El recuerdo de la «diestra» de Dios hace pensar en la primera «maravilla» del Señor: la liberación de Egipto. El pueblo ha experimentado una nueva liberación, semejan te a la que se narra en el libro del Éxodo. El «día del Señor», expresión que subyace al v. 24, muestra otra importante característica de Dios. Durante el caminar del pueblo, esta expresión hacía soñar con las grandes intervenciones del Dios que libera a su aliado de todas las opresiones. La expresión «mi Dios» (28) también surgió en un contexto de alianza entre el Señor y su pueblo.

Jesús es la máxima expresión del amor de Dios. En Jesús aprendemos que Dios es amor (1Jn 4,8). Jesús fue también capaz de manifestar a todos ese amor, entregando su vida a causa de él Qn 13,1). La liturgia cristiana ha leído este salmo a la luz de la muerte y resurrección de Jesús. La carta a los Efesios (1,3- 14) nos ayuda a bendecid a Dios, por Jesús, con una alabanza universal.

La liturgia nos invita a rezarlo en el Tiempo de Pascua, a la luz de la muerte y la resurrección de Jesús. Conviene rezarlo en comunión con otros creyentes, dando gracias por las «maravillas» que Dios ha realizado y sigue realizando en medio de nosotros; también podemos rezarlo cuando celebramos las duras conquistas del pueblo y de Los grupos populares en la lucha por la vida...

Otros salmos de acción de gracias colectiva: 65; 66; 67; 68; 124. 581

Comentario del Santo Evangelio: Marco 16,9-15
El texto es un añadido que sirve de conclusión al evangelio de Marcos. Está redactado por otra mano, aunque pertenece a la época apostólica. Incluye la aparición de Jesús resucitado a María Magdalena, que fue a anunciar a los discípulos incrédulos el acontecimiento de la resurrección (vv. 9-1 1); la aparición del Señor con aspecto de peregrino a los dos discípulos de Emaús, que se volvían a su pueblo (vv. 12s) y, por último, la aparición del Resucitado a los Once, reunidos en torno a la mesa, esto es, recogidos en la celebración eucarística, a quienes reprocha su incredulidad y su actitud refractaria ante el testimonio de algunos discípulos (vv. 14s).

Sólo la presencia directa de Jesús liberará a los apóstoles de su dureza de corazón y los transformará en verdaderos creyentes. Al subrayar la incredulidad de los discípulos, típica de todo el evangelio de Marcos, el evangelista pretende poner de relieve que la resurrección no es fruto de una imaginación ingenua o de alguna sugestión colectiva de los seguidores del Nazareno, sino don del Padre en favor de aquel que se había hecho obediente hasta la muerte para la salvación de toda la humanidad.

Como conclusión, el Resucitado envía a los discípulos al mundo para que prolonguen su misión y desarrollen la actividad evangelizadora junto con el Señor: «Id por todo el mundo y proclamad la buena noticia a toda criatura» (v. 15).

Es mejor obedecer a Dios que a los hombres: se trata de un criterio que hemos de desenterrar frente a la prepotencia del mundo. Este, a través de los medios de comunicación y de otros medios todopoderosos, pretende nivelar el modo de pensar y de valorar típico del cristianismo, tomando como rasero el nivel del consumo y de los horizontes exclusivamente intramundanos. La identidad cristiana está padeciendo una agresión cada vez más abierta, aunque la mayoría de las veces soft y solapada, que hace pasar por normal y obvio lo que con frecuencia no es más que un comportamiento detestable.

En nombre de la voluntad superior de Dios es preciso entablar un verdadero “combate cultural” destinado a desenmascarar el peligro de la homologación pagana. Pero éste presupone un “combate espiritual” en nombre de una experiencia fuerte de Cristo. No se puede acallar la experiencia de la salvación, la experiencia de ser amados y acompañados en la vida por el amor de Dios. No se puede vivir como si este amor no existiera ni actuara en la historia. Hay aquí una invitación ulterior al testimonio abierto y valiente, que no quiere imponer nada, pero que tampoco quiere recibir imposiciones para ocultar lo más querido, lo más dulce, lo más importante que mueve nuestra vida y juzgando según los criterios del mundo y no según los tuyos. Descubro que me inclino a los ídolos fáciles, ligeros, envolventes, omnipresentes.

Ilumina las profundidades de mi ser, los estratos más escondidos de mi personalidad, los puntos menos conscientes de mi sensibilidad, para que tenga el valor de proceder a una revisión, de revisar mi modo de situarme frente a la mentalidad corriente. Haz, Señor, que tu Palabra descienda a los subterráneos de mi psique, a las sinuosidades de mi corazón, para que piense siguiendo tus criterios, para que te obedezca, para que nunca —por inconsciencia o por temor, por homologación o debilidad— tenga yo que obedecer a los hombres más que a ti o en contra de ti.

Comentario del Santo Evangelio: Mc 16, 9-15, para nuestros mayores. La luz de la misión resplandece sobre las sombras de la duda.
El final del evangelio según Marcos (vv. 9-20) es obra de un autor desconocido para nosotros, que añadió estos versículos, ciertamente muy pronto, al texto de Marcos. De todos modos, se trata de un texto inspirado y, en consecuencia, debe ser considerado como “Palabra de Dios”. El fragmento que estamos analizando, precisamente por estar «separado» del resto del evangelio, no tiene en cuenta el mandato del v. 7, donde se había encargado a las mujeres referir a los discípulos y a Pedro que el Resucitado les esperaba en Galilea.

El escenario está ambientado en Jerusalén y sus alrededores. La idea de la resurrección de Jesús tiene dificultades para imponerse incluso entre los mismos apóstoles. Sin embargo, precisamente ellos habían sido los destinatarios privilegiados de las muchas confidencias del Maestro, que les había preparado para el escándalo de su Pasión y muerte, y «evangelizado» sobre la resurrección. Su primera reacción fue un claro rechazo, como declara nuestro texto, sin vacilación.

Los dos primeros relatos siguen un esquema común: Jesús se aparece a algunas personas y éstas van a contarlo a los discípulos, que se niegan a creer. En el primer caso la protagonista es María Magdalena, «fotografiada» con el detalle de la mujer liberada de «siete demonios», número perfecto que indica la gravedad de la situación. Su identificación remite al pasaje de Lc 8,2, y la tarea que le había sido confiada remite a Jn 20,17s. Su testimonio fue rechazado por los discípulos con un gélido “no lo creyeron”.

En el segundo caso se habla de dos hombres que iban al campo y encuentran a Jesús «con aspecto diferente». Probablemente significa que encuentran al Resucitado. No es difícil entrever el episodio de los dos discípulos de Emaús referido por Lc 24,13-35. Los que ahora dan testimonio son dos hombres, y su credibilidad, según la mentalidad de la época, debería ser total con respecto a la mujer de antes; además, son dos, por lo que para la legislación antigua sus palabras son dignas de un crédito absoluto. El resultado —a diferencia del texto de Lucas— no cambia y sigue siendo profundamente negativo, porque los discípulos «tampoco les creyeron».

Tras el fracaso de los testigos, Jesús en persona se presenta a los Once y «les echó en cara su incredulidad y su terquedad, por no haber creído a quienes lo habían visto resucitado» (v. 14). No se puede decir, ciertamente, que la idea de la resurrección fuera acogida de inmediato y de una manera triunfal. Es verdad, más bien, lo contrario: hizo falta la presencia del Resucitado para hacer cambiar de idea al grupo apostólico, transformado ahora y dispuesto para la misión.

El fragmento tiene un final positivo, rico de luz. El Resucitado confía a los suyos el mandato misionero de llevar la Buena Noticia al mundo entero. La comunidad toma conciencia de tener la exaltante tarea de anunciar que Cristo está vivo y realiza su acción benéfica para bien de todos. De ahora en adelante, la apostolicidad y la catolicidad serán dos características esenciales de la Iglesia.

La clausura del evangelio según Marcos es «una auténtica reliquia de la primera generación cristiana» (Swete), más allá de quién sea el autor de estos versículos. Es un fragmento de una enorme utilidad para realizar una profunda meditación sobre la realidad cristológica de Jesús resucitado.

Todos los verbos de estos versículos son verbos de movimiento. Se trata de vivir el mensaje de Jesús resucitado, la «Buena Nueva del Reino», en una dimensión de vida madura y entusiasta, incluso en los momentos de duda, de miedo, de debilidad. Nos quedamos fascinados frente a este Dios que revela su misterio de amor a través de la humanidad de Jesús. El aparece continuamente, pero nuestra respuesta no es siempre positiva y pronta.

María Magdalena corre, cree, anuncia. Los apóstoles «no lo creyeron» porque sólo quieren la evidencia, como Tomás. Y Jesús, que conoce la dureza del corazón humano, les sale al encuentro para acabar con su incredulidad. No se escandaliza de la pobreza del hombre, del trabajo que les cuesta creer a sus discípulos, a pesar de los signos y los milagros realizados. Ya había experimentado muchas veces este sufrimiento durante su vida terrena: « ¿También vosotros queréis marcharos?»; “Pedro, antes de que el gallo cante tres veces..., me negarás...”. Ahora, resucitado, se acerca a ellos con un corazón paterno, con la fuerza del Espíritu, con el ardor del Salvador.

¡Ha resucitado! Ha realizado la voluntad del Padre, ha salvado al hombre de todo mal con su carne inmolada, con su sangre derramada. Jesús no se detiene en considerar su falta de fe, no les castiga. Se lo echa en cara para que puedan creer, ver, tocar, en una experiencia nueva, pascual. Los envía como embajadores y testigos de su amor a todos los seres humanos.

Jesús hace lo mismo con nosotros: no nos echa en cara nuestra indolencia, la pobreza de nuestra fe, la languidez de nuestro ánimo, sino que nos envía continuamente a nuestros hermanos, enriquecidos con su riqueza, con la fuerza del Espíritu. Esta es nuestra misión a partir del momento del bautismo. Nosotros, como Iglesia, continuamos con la vida para ver, para gritar, para anunciar que «Jesús es el Señor», en dimensión misionera, para que todo el mundo crea. Ahora, en la fe de que Jesús es el Resucitado, vuelven todavía más vivas las palabras de Pedro: «Señor, ¿a quién iríamos? Tus palabras dan vida eterna».

Comentario del Santo Evangelio: Mc 16, 9-15, de Joven para Joven. La jerarquía también puede fallar en la fe.
Los versículos del 9 al 20 son ciertamente una adición hecha por otra mano. Efectivamente, manuscritos muy importantes como el Vaticano, el Sinaítico (siglo IV), copias de las traducciones sirias y armenias, y de las georgianas y etíopes no poseen estos versículos. Eusebio en su Historia Eclesiástica (III 39, 9) y Jerónimo (Ep 120, 3) dicen que el epílogo de Marcos se encuentra en pocos manuscritos y falta en casi todos los manuscritos griegos. Muchos otros escritores eclesiásticos no lo conocen: Clemente de Alejandría, Orígenes, Tertuliano, Cipriano, Cirilo de Jerusalén.

Otros manuscritos sustituyeron 16, 9-20 con un epílogo más corto compuesto de dos frases: «Ellas contaron brevemente al grupo de Pedro todo lo que había sido anunciado. Y después de esto el mismo Jesús envió, por medio de ellos, de oriente a occidente, el sagrado e incorruptible «kerygma» de la eterna salvación. Amén».

Sin embargo, el epílogo largo del segundo evangelio pertenece a una antiquísima tradición aceptada por la Iglesia. Los versículos 1-8 se referían a un encuentro en Galilea, que no se describe. La hipótesis más aceptable es que el primitivo epílogo se hubiera perdido y que hubiera sido posteriormente sustituido con el que ahora tenemos. De Mt 28, 16-20 y Jn 21, 1-14 sabemos que Jesús se apareció a los discípulos en Galilea, donde confirmó al grupo de los discípulos, confiriéndoles la misión universal. Este podría ser el contenido de la hoja que se perdió.

La aparición a los discípulos menciona solamente a «los once». Como en Lucas (24, 36-43) y en los Hechos (10, 41), la aparición siempre se realiza durante las comidas comunitarias. Una vez más se subraya la incredulidad, incluso la actitud refractaria de los discípulos a darse cuenta de lo que sucede.

Todo esto está muy en consonancia con la cristología-eclesiología del segundo evangelio. Tiene que haber una comunidad, incluso jerarquizada. La suprema expresión de la condición comunitaria es la comida, o sea, la Eucaristía. Pero la Eucaristía no es un rito mágico, simbólico o puramente recordatorio de un pasado: es la presencia de Jesús en medio de la comunidad. Jesús es el único que puede permitirse el lujo de condenar y tachar de incrédulos a los miembros de la comunidad.

Aún más, a pesar de la expresa referencia a la comunidad jerarquizada, se sigue la línea del segundo evangelio al presentar a Jesús reprendiendo a los responsables de la Iglesia y tachándolos nada menos que de incrédulos.

Los miembros de la comunidad han de oír a sus pastores, les han de obedecer; pero el pastor supremo siempre será Jesús. Y por eso siempre será posible que los pastores no cumplan con su deber primordial.

Por consiguiente, el que los miembros de la comunidad expresen públicamente su desacuerdo con la conducta concreta del pastor no significa una negación de la jerarquía, sino todo lo contrario: una afirmación de la función pastoral, que los fieles desean sea desempeñada por personas que no sean «incrédulas y refractarias a las enseñanzas de Jesús».

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Hch 4, 13-21. Libertad de la fe. 
El título de esta perícopa tiene su punto de apoyo en la valentía con que los apóstoles se defendieron ante el tribunal que les había encerrado. Una valentía que nace de la libertad de la fe. Exactamente lo opuesto a la esclavitud en que necesariamente cae quien defiende unos intereses creados, una doctrina, una institución o estructura de forma absoluta cerrándose a cualquier otra posibilidad. Los condicionamientos que esto crea incapacita al hombre para admitir una verdad por evidente que sea, como no esté en su línea. Tal fue el caso de aquel Consejo que actuaba aferrado a sus creencias, estructuras e intereses creados. Tal es el caso de todo aquél que no se mueve desde la libertad de la fe.

Tanto esta pequeña sección, como la anterior, la expone Lucas acentuando la paradoja continua de la sinrazón, que, por todos los medios, quiere imponerse a la razón. Los acusadores se convierten en acusados. Dios mismo los condena, pues ha resucitado a Jesús, a quien ellos crucificaron. El motivo de la acusación, la curación del paralítico, se convierte en la auténtica defensa; el curado es el sí de Dios a la persona de Jesús y el sí de Dios a los que anuncian su mensaje. Los indoctos, literatos o ignorantes, se convierten en maestros de los sabios; así lo demuestra la defensa que hacen de su causa apoyándose en la interpretación de la Escritura.

Aquel Consejo se encontró ante un callejón sin salida al constatar que los acusados eran discípulos de Jesús, gente sencilla y sin cultura, hombres seguros de sí mismos y valientes, que, de acusados, se convirtieron en acusadores, intérpretes de la Escritura y predicadores. Por si esto fuese poco, tenían a su lado como testigo de excepción a aquel hombre que había sido curado mediante la invocación del nombre de Jesús. Todas estas circunstancias obligan a los acusadores a reflexionar sobre la forma de tratar a aquellos hombres.

Lo único que se les ocurre es imponerles silencio. Entonces los apóstoles apelan a la conciencia de las más altas autoridades de su pueblo. Cuando existe un conflicto entre la palabra de Dios y la del hombre, ¿por cuál decidirse?, ¿cuál debe ser la norma de actuación del hombre? La cuestión planteada por los apóstoles da por supuesto que la orden del silencio, que les ha sido impuesta, iba en contra de la voluntad de Dios. No se dice expresamente, pero se deduce de su respuesta: nosotros no podemos menos de hablar de lo que hemos oído y visto. En su actuación con Jesús, en su compañía con él y, sobre todo, en la resurrección, habían visto con claridad la voluntad de Dios. La prohibición de que eran objeto por parte de los dirigentes de su pueblo iba directamente en contra de lo que habían visto y oído. ¿Cómo obedecerlos?

Los acusadores, que habían puesto silencio a los acusados, quedan reducidos ellos mismos al silencio por la cuestión que les habían planteado. Ya sólo quedaba el argumento de las amenazas. Pero, esta vez, les dejan irse sin castigarlos. No habían encontrado pruebas en qué apoyarse, a pesar de que los apóstoles se habían pronunciado claramente a favor de Jesús, un hombre al que ellos habían dado muerte. La actitud de los apóstoles era una clara toma de postura frente a la autoridad constituida. Por otra parte, los apóstoles tenían a su favor el pueblo. Ante este hecho, los componentes del Consejo piensan que no deben hacerse más impopulares de lo que eran. Finalmente, la edad del hombre curado es constatada con la finalidad de destacar la magnitud del milagro realizado, ya que equivale a decir que su enfermedad era sencillamente incurable.

Elevación Espiritual para este día.
Podemos preguntarnos: ¿pienso acaso, en conciencia, como cristiano? ¿Se inspira mi estado de ánimo en la verdad que Cristo nos ha enseñado? ¿No estamos inclinados más bien a tomar como guía de nuestros pensamientos, de nuestros juicios, de nuestras acciones, nuestro estado de ánimo personal, con una autonomía que con mucha frecuencia no admite consejos ni comparaciones? ¿Podemos afirmar de verdad, siendo celosos como somos de nuestra independencia, de nuestra libertad, que tenemos el ánimo libre? ¿No deberíamos admitir más bien que hay una gran cantidad de otros elementos que se sobreponen a nuestro juicio consciente para forjar nuestra mentalidad? Ciertamente, no podemos escapar de su influencia, pero debemos permanecer con una actitud crítica frente a todo esto y preguntarnos con una vigorosa libertad interior: ¿es cristiano todo esto? ¿Pienso verdaderamente como cristiano? El cristiano es un ser nuevo, original, feliz, como afirma también Pascal: «Nadie es feliz como un verdadero cristiano, nadie es tan razonable, virtuoso, amable».

Reflexión Espiritual para el día. 
Nosotros, hombres de hoy, aunque nos consideremos en comunión con la religión cristiana —una comunión que muy a menudo se calla, se minimiza o se seculariza—, poseemos rara vez o de forma incompleta el sentido de la novedad de nuestro estilo de vida. A menudo nos mostramos conformistas.

El miedo al «qué dirán» nos impide presentarnos por lo que somos, esto es, como cristianos, como personas que libremente han optado por un determinado estilo de vida, austero ciertamente, aunque superior y lógico. La Iglesia nos dice entonces: «Cristiano, sé consciente, coherente, fiel, fuerte. En una palabra: sé cristiano». «Renovad el espíritu de vuestra mente» (Ef. 4,23). La palabra espiritual se refiere a la gracia, esto es, al Espíritu Santo. Por eso diremos con san Ignacio de Antioquía: «Aprendamos a vivir según el cristianismo» (Ad Magnesios, 10). En esto consiste la renovación del Concilio. «Quien tenga oídos para oír, que oiga» 
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