Los discípulos de Emaús se encontraron con Jesús por el camino. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Este caso es un ejemplo elocuente de lo que significa “ver” a Jesús resucitado con los ojos de la fe. Podemos suponer que, yendo de camino, incapaces de percibir la presencia del Resucitado, comentaban los acontecimientos de esos días, que los habían llenado de tristeza, frustración y desesperanza. Les parecía sencillamente increíble que un profeta poderoso en obras y palabras hubiera podido terminar así, acabando con sus esperanzas de liberación de Israel. En sus comentarios no podían no tener en cuenta las antiguas profecías, las promesas que constituían la médula de la fe y la existencia de Israel. Y, de ese modo, recordando a Moisés y los profetas, mientras iban de camino, empezaron a comprender el sentido de lo que habían vivido en esos días, que “era necesario que el Mesías padeciera para entrar en la gloria”. La Palabra de Dios los iluminaba y sentían que el corazón les ardía. Embargados por este extraño sentimiento, al atardecer, repiten el gesto de la partición del pan que Jesús les había mandado hacer en su memoria. Y, justo en ese momento, comprenden y “ven”, lo reconocen: ¡es el mismo Jesús el que está allí presente, explicando las Escrituras y partiendo el pan! Pero, también, precisamente en ese mismo momento, “desapareció”, esto es, no lo vieron con los ojos corporales, sino con la fe. Este texto tiene una perfecta estructura eucarística, confirma la Eucaristía como lugar de aparición del Resucitado, pero con el interesante matiz de ser un sacramento dinámico, y en camino. El “ite missa est” de los discípulos del Emaús es también un envío: vuelven sobre sus pasos a Jerusalén, se reintregran en la comunidad y dan testimonio de su propia experiencia del Resucitado, al tiempo que reciben el testimonio de los Once. Toda esta semana de Pascua insiste una y otra vez en la importancia capital para la constitución de la comunidad de discípulos del Resucitado del testimonio mutuo e interno, que nunca debe darse por descontado.
Ese testimonio interno es la base que da fuerza al testimonio externo, a veces con palabras, siempre con buenas obras: ayudando a los prostrados a ponerse en pie, para que también ellos puedan hacerse al camino y alabar a Dios.
Saludos pascuales
José M. Vegas cmf
http://josemvegas.wordpress.
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