17de Mayo de 2010. MES DEDICADO A LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA. LUNES DE LA VII SEMANA DE PASCUA, Feria o SAN PASCUAL BAILÓN, religiosos, Memoria libre( Ciclo c). 3ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS.Víctor mr, Heraclio y Pablo mrs.
LITURGIA DE LA PALABRA
Hch 19, 1-8. ¿Recibíteis el Espiritu Santo al aceptar la fe?
Salmo 67 R/. Reyes de la tierra, cantad a Dios.
Jn 16, 29-33. Rened valor: yo he vencido al mundo.
Los discípulos perciben que se ha hecho más clara la manera de expresarse de Jesús, la hora se acerca, y ya no se refiere sólo en lenguaje figurado. Lo cierto es que no se encuentran más cerca del verdadero conocimiento que cuando hacían preguntas ingenuas. “¿Ahora creen?” expresa ciertas dudas sobre la fe de los discípulos, su fe aún no es completa, sino que vacilará. Jesús se mantiene sereno porque está seguro de que el Padre no lo abandonará aunque lo hagan sus discípulos.
En el versículo 32 “se dispersarán cada uno por su lado” se puede percibir la predicción del dolor que aguarda a los cristianos dispersos en un mundo hostil. El hecho de que la paz pueda darse junto con el dolor demuestra que no se trata de una paz en el sentido ordinario del mundo; la paz brota de la fe en Jesús y la adhesión a su proyecto; ésta no se gana sin esfuerzo, pues se alcanza a través de la victoria sobre el mundo. Si Jesús venció al mundo, cada discípulo y discípula tendrá que vencerlo también; por consiguiente el mandato a tener ánimo es muy necesario: recuerda a la comunidad que su deber de elegir entre Jesús y el mundo nunca tendrá fin.
PRIMNERA LECTURA
Hechos 19,1-8
¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe?
Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo atravesó la meseta y llegó a Éfeso. Allí encontró unos discípulos y les preguntó: "¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe?" Contestaron: "Ni siquiera hemos oído hablar de un Espíritu Santo." Pablo les volvió a preguntar: "Entonces, ¿qué bautismo habéis recibido?" Respondieron: "El bautismo de Juan." Pablo les dijo: "El bautismo de Juan era signo de conversión, y él decía al pueblo que creyesen en el que iba a venir después, es decir, en Jesús."
Al oír esto, se bautizaron en el nombre del Señor Jesús; cuando Pablo les impuso las manos, bajó sobre ellos el Espíritu Santo, y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar. Eran en total unos doce hombres.
Pablo fue a la sinagoga y durante tres meses habló en público del reino de Dios, tratando de persuadirlos.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 67
R/.Reyes de la tierra, cantad a Dios.
Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos, / huyen de su presencia los que lo odian; / como el humo se disipa, se disipan ellos; / como se derrite la cera ante el fuego, / así perecen los impíos ante Dios. R.
En cambio, los justos se alegran, / gozan en la presencia de Dios, / rebosando de alegría. / Cantad a Dios, tocad en su honor, / su nombre es el Señor. R.
Padre de huérfanos, protector de viudas, / Dios vive en su santa morada. / Dios prepara casa a los desvalidos, / libera a los cautivos y los enriquece. R.
SANTO EVANGELIO.
Juan 16,29-33
Tened valor: yo he vencido al mundo
En aquel tiempo, dijeron los discípulos a Jesús: "Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que saliste de Dios." Les contestó Jesús: "¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo."
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA
Hch 19, 1-8. ¿Recibíteis el Espiritu Santo al aceptar la fe?
Salmo 67 R/. Reyes de la tierra, cantad a Dios.
Jn 16, 29-33. Rened valor: yo he vencido al mundo.
Los discípulos perciben que se ha hecho más clara la manera de expresarse de Jesús, la hora se acerca, y ya no se refiere sólo en lenguaje figurado. Lo cierto es que no se encuentran más cerca del verdadero conocimiento que cuando hacían preguntas ingenuas. “¿Ahora creen?” expresa ciertas dudas sobre la fe de los discípulos, su fe aún no es completa, sino que vacilará. Jesús se mantiene sereno porque está seguro de que el Padre no lo abandonará aunque lo hagan sus discípulos.
En el versículo 32 “se dispersarán cada uno por su lado” se puede percibir la predicción del dolor que aguarda a los cristianos dispersos en un mundo hostil. El hecho de que la paz pueda darse junto con el dolor demuestra que no se trata de una paz en el sentido ordinario del mundo; la paz brota de la fe en Jesús y la adhesión a su proyecto; ésta no se gana sin esfuerzo, pues se alcanza a través de la victoria sobre el mundo. Si Jesús venció al mundo, cada discípulo y discípula tendrá que vencerlo también; por consiguiente el mandato a tener ánimo es muy necesario: recuerda a la comunidad que su deber de elegir entre Jesús y el mundo nunca tendrá fin.
PRIMNERA LECTURA
Hechos 19,1-8
¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe?
Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo atravesó la meseta y llegó a Éfeso. Allí encontró unos discípulos y les preguntó: "¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe?" Contestaron: "Ni siquiera hemos oído hablar de un Espíritu Santo." Pablo les volvió a preguntar: "Entonces, ¿qué bautismo habéis recibido?" Respondieron: "El bautismo de Juan." Pablo les dijo: "El bautismo de Juan era signo de conversión, y él decía al pueblo que creyesen en el que iba a venir después, es decir, en Jesús."
Al oír esto, se bautizaron en el nombre del Señor Jesús; cuando Pablo les impuso las manos, bajó sobre ellos el Espíritu Santo, y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar. Eran en total unos doce hombres.
Pablo fue a la sinagoga y durante tres meses habló en público del reino de Dios, tratando de persuadirlos.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 67
R/.Reyes de la tierra, cantad a Dios.
Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos, / huyen de su presencia los que lo odian; / como el humo se disipa, se disipan ellos; / como se derrite la cera ante el fuego, / así perecen los impíos ante Dios. R.
En cambio, los justos se alegran, / gozan en la presencia de Dios, / rebosando de alegría. / Cantad a Dios, tocad en su honor, / su nombre es el Señor. R.
Padre de huérfanos, protector de viudas, / Dios vive en su santa morada. / Dios prepara casa a los desvalidos, / libera a los cautivos y los enriquece. R.
SANTO EVANGELIO.
Juan 16,29-33
Tened valor: yo he vencido al mundo
En aquel tiempo, dijeron los discípulos a Jesús: "Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que saliste de Dios." Les contestó Jesús: "¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo."
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 19,1-8
La espléndida ciudad de Éfeso se convierte, pues, en el punto de encuentro de diferentes corrientes del cristianismo primitivo, con las que hoy también se mide Pablo. También se las tiene que ver con discípulos, más o menos remotos, de Juan el Bautista, que forman parte de un movimiento más bien amplio y, para nosotros, todavía misterioso. La docena de «discípulos» tienen, probablemente, un pie en el grupo del Bautista y otro en el grupo de Jesús. Pablo los catequiza mostrando que precisamente Juan había indicado la superioridad de Jesús. Se nota aquí el intento de clarificar la relación entre el bautismo de Juan y el de Jesús: el primero está ligado a la penitencia; el segundo, a la acción del Espíritu. El enlace, el encuentro y, a veces, el desencuentro entre las diferentes corrientes y movimientos debieron de ser vivaces, aunque Lucas no nos proporciona —quizás porque carece de ellas— informaciones más precisas.
No sabemos si fue Pablo quien los bautizó, pero sí fue él quien les impuso las manos, renovando otro Pentecostés, como ya había sucedido en otras ocasiones, especialmente con Pedro y Juan en Samaría. El Espíritu, ligado al bautismo en el nombre del Señor Jesús, los colma de sus dones y hablan en lenguas y profetizan. Apremia a Lucas mostrar, entre otras cosas, que Pablo, aunque no es uno de los Doce, tiene los mismos poderes que ellos. También desea mostrar que los «Hechos de Pablo» se asemejan a los «Hechos de Pedro». Además de con los discípulos del Bautista, Pablo se las tiene que ver también, en Éfeso, con la magia y con el paganismo, en el famoso episodio de la revuelta de los orfebres.
Comentario del Salmo 67.
Este es un canto épico que narra las maravillosas y deslumbrantes hazañas de Dios para con su pueblo. Se cantan no solamente los hechos extraordinarios que Yavé ha realizado con Israel a nivel de lo que pudiéramos llamar una protección divina. Es mucho más que eso. Se hace hincapié en la constatación que supera toda protección que cualquier pueblo pueda atribuir a sus dioses. Se entona, con gozo exultante, el hecho sin par de que Dios protege al pueblo no desde arriba, sino actuando en medio de ellos. Dios mismo, al sacar a su pueblo de Egipto, está presente en Israel; más aun, va delante de él conduciéndole a la libertad y posesión de la tierra prometida: «Oh Dios, cuando salías al frente de tu pueblo y avanzabas por el desierto, la tierra tembló... Derramaste sobre tu heredad, oh Dios, una lluvia copiosa, y aliviaste la tierra agotada, y tu rebaño habitó en la tierra».
Ya Moisés, cuando entonó el canto triunfal de alabanza a Yavé al dividir las aguas del mar Rojo para que su pueblo pudiera abrirse a la libertad, hace presente con énfasis que es Yavé el que lleva y planta a su pueblo en la heredad que sus propias manos prepararon. Escuchemos esta elegía lírica de Moisés: «Tú le llevas y le plantas en el monte de tu herencia, hasta el lugar que tú le has preparado para tu sede, ¡oh Yavé! Al santuario, Señor, que tus manos prepararon» (Ex 15,17).
Dios, lleno de bondad y de misericordia, ha puesto sus ojos en este pueblo porque amó su pequeñez y debilidad: «No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yavé de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene...» (Dt 7,7-8).
Además, como vemos en el salmo, Dios volvió su mirada hacia su pueblo no sólo por ser el más pequeño de todos, sino también porque es un rebaño humano totalmente desvalido. Es tal su impotencia que no tiene dónde apoyarse, nadie a quien pedir ayuda. Pues bien, Dios mismo será su apoyo y su ayuda y les proporcionará el cobijo de una casa, una morada protectora donde reposará su gloria. Dios establecerá su propia morada en medio de ellos: «Padre de los huérfanos y tutor de las viudas es Dios en su santa morada; Dios da a los desvalidos el cobijo de una casa, abre a los cautivos la puerta de la dicha».
La majestad de esta epopeya tiene su momento culminante cuando Dios mismo escoge su lugar para habitar. En todos los pueblos primitivos, las montañas aparecían como signos de la presencia de las divinidades. Esta presencia era tanto más convincente cuanto más altas e imponentes eran, cuando sus cumbres casi tocaban el cielo. Es normal que, ante la majestuosidad de estas montañas, los diversos pueblos hayan visto en ellas representadas a sus dioses. El Dios de Israel cambia estos conceptos de los hombres. Habiendo en Samaría los montes altos y escarpados de Basán, Dios los excluye para fijarse en lo que no era ni siquiera monte, apenas una colina, la de Sión en Jerusalén. Allí será edificado el templo de su gloria. En él reposará la gloria de Yavé. Veamos cómo el salmista transcribe poéticamente esta decisión de Dios: «Las montañas de Basán son altísimas, las montañas de Basán son escarpadas. Oh montañas escarpadas, ¿por qué envidiáis al monte que Dios escogió para habitar, la morada perpetua del Señor?».
Dios escoge siempre lo más débil e insignificante para manifestarse y salvar, Si escogiera lo fuerte y lo grandioso, lo perfecto y deslumbrador, serían las fuerzas y poderes del hombre lo que se manifestaría, y no Dios; si lo que se manifiesta es la fuerza y grandiosidad de los hombres, la salvación no acontece. Sólo Dios salva, y El sabe muy bien a quién escoge para que el hombre no quede deslumbrado por fuerzas y poderes que no son Él. Ningún ser humano, por extraordinario que sea, puede salvar a otro; o, como dice Jesús, un ciego no puede guiar a otro ciego (cf. Lc 6,39).
De la misma forma que Dios escogió a Israel débil e impotente, para manifestar su gloria, también hoy día escoge a hombres y mujeres débiles y sin pretensiones; hombres y mujeres «de barro» para que la luz y la fuerza de Dios sean visibles a todos.
El apóstol Pablo es perfectamente consciente de esta forma de actuar de Dios. Hablando de sí mismo y de los demás apóstoles, define a todos los evangelizadores con este título: «recipientes de barro». Y tiene que ser así para que aparezca que la fuerza del Evangelio viene de Dios y no de ellos: «Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros» (2Cor 4,7).
Jesús mismo compara el reino de Dios a una semilla de mostaza, que es la menor de todas las semillas. Sin embargo, al desarrollarse, echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan en ellas: «El reino de los cielos es semejante a un grano de mostaza... Es la más pequeña de todas las semillas, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol hasta el punto que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas» (Mt 13,3 1-32).
Comentario del Santo Evangelio: Juan 16,29-33
El fragmento comienza con algunas palabras entusiastas de los discípulos de Jesús: «Ahora has hablado claramente y no en lenguaje figurado” (v. 29). Piensan los discípulos que las palabras del Señor sobre su misión son ahora comprensibles, pero olvidan que les había dicho que la nueva era comenzaría después de la resurrección y que la comprensión de sus palabras tendría como maestro interior al Espíritu Santo. Creen tener ahora en sus manos el secreto de la persona de Jesús y poseer una fe adulta en Dios. Jesús tendrá que hacerles constatar, por el contrario, que su fe tiene que ser reforzada aún, porque es demasiado incompleta para hacer frente a las pruebas que les esperan (vv. 31s). Son palabras que esconden una gran amargura: el Nazareno predice el abandono por parte de sus amigos. Estos se escandalizarán por la suerte humillante que sufrirá su Maestro.
Con todo, Jesús nunca está solo. Vive siempre en unidad con el Padre. Por eso termina el coloquio con los suyos pronunciando palabras llenas de esperanza y de confianza: «Os he dicho todo esto para que podáis encontrar la paz en vuestra unión conmigo. En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir, pero tened ánimo; yo he vencido al mundo» (v. 33). Jesús ha vencido al mundo desarmándolo con el amor. Ha elegido lo que cuenta a los ojos de Dios y perdura en la vida, no lo efímero. Y este mensaje es el que deja a sus discípulos como «testamento espiritual».
La solidez de la relación con Dios emerge en la hora de la prueba, cuando nos encontramos solos ante Dios y, de improviso, se diluyen los apoyos humanos y las grandes ilusiones. Entonces es cuando se manifiesta dónde está apoyado de verdad tu corazón: en tus propias seguridades o en la Palabra del Señor, en el abandono total en él. La fe se purifica en las pruebas y en la soledad, y nos introduce en el camino de Jesús, que afirma: «Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo», y nos hace considerar seriamente las palabras de Jesús: «Tened ánimo, yo he vencido al mundo».
La prueba y las tribulaciones pertenecen también a un proceso de maduración, porque nos hacen entrar en nosotros mismos, desear el silencio; nos sumergen en la soledad, allí donde siempre podemos descubrir nuestra vocación de estar «solos con el Solo», de anclarnos en aquel que nunca nos abandonará, con aquel a quien, juntos, aclamamos en los Salmos a menudo como nuestra roca, nuestro refugio, nuestra defensa, nuestro baluarte, nuestro consuelo. En esos momentos estas palabras asumen una verdad, una evidencia y una fuerza particular, y nos sentimos crecer en la comprensión del misterio de la vida y de nuestra íntima relación con Dios.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 16, 29-33, para nuestros Mayores. Dialéctica de la fe.
Las afirmaciones de Jesús a lo largo del cuarto evangelio han encontrado casi siempre un eco de incomprensión. Ahora, al final de sus discursos, nos encontramos en situación diferente: los discípulos llegan a entender. Así debe ser, porque, por un lado, Jesús ha hablado con más claridad en estos discursos de despedida (cap. 14-16); por otro lado, estos discursos de despedida se hallan mucho más influenciados e iluminados por la luz de la resurrección, y la vida de la Iglesia a la luz del Espíritu.
La sección podría titularse muy bien «dialéctica de la fe». En realidad son las características de la fe las que se hallan expuestas aquí; aunque la exposición se haga poniéndola en labios de los discípulos de Jesús durante su ministerio terreno. Nos encontrarnos, más bien, ante una profundización Posterior hecha a la luz de las palabras de Jesús.
La mayor claridad de las palabras de Jesús es sinónimo de mayor aceptación del Revelador del enviado del Padre. Aceptación con todo el riesgo que la fe implica, pero, al mismo tiempo, con la certeza que únicamente la palabra de Dios puede dar. A la luz de la fe, el futuro puede entenderse como ya presente; la vida eterna, anticipada al momento presente. Y no es casual que —lo mismo que ocurre en 6, 69, con motivo de la confesión de Pedro— la fe de los discípulos es presentada como un saber y creer al mismo tiempo.
Esta certeza de la fe tiene su apoyo sólido en la omnisciencia de quien solícita nuestra adhesión: «Sabemos que conoces todas las cosas y que no necesitas que nadie te pregunte». La segunda parte de la frase es incorrecta; lo lógico sería: «no necesitas preguntar a nadie», es decir, puesto que lo sabe todo, no necesita que nadie le informe de nada, no necesita preguntar a nadie. ¿Por qué razón, entonces, se dice «no necesitas que nadie te pregunte»?
La omnisciencia de Cristo —lo sabes todo— no es presentada como un atributo absoluto, abstracto, y que en poco o en nada afecta al hombre. .Se trata de un saber que él comunica a los suyos. Es el Revelador y en él encuentran respuesta todas las preguntas humanas. Más aún, desde el momento en que se haya aceptado por la fe, estas preguntas se hallan ya contestadas anticipadamente.
¿Ahora creéis? El interrogante de Jesús tiene sabor de sorpresa y de desconfianza. Desconfianza lógica si el argumento para la fe se apoya en la evidencia externa a la que tan acostumbrados estamos. Es una fe muy parcial, ya que la fe completa se halla inseparablemente unida a la hora, a la muerte y resurrección. La fe es inseparable del escándalo de la cruz. Por eso cuando se predijo tal escándalo tuvo lugar la dispersión y el abandono de los discípulos.
La situación histórica de los discípulos, dispersados por la muerte de Jesús, es la situación repetida constantemente en los creyentes. Se tiene la impresión, una vez más, que el vencedor es el diablo, el príncipe de este mundo; el creyente siente la tentación de abandonar a Jesús y buscar refugio en el mundo.
Pero el abandonar a Jesús no significa dejarlo solo: el Padre está con él; es uno con el Padre y, por tanto, tiene que ser en realidad el vencedor. El Padre no puede ser vencido.
La referencia a la situación venidera de abandono de Jesús, les es anunciada a los discípulos para que tengan paz en él. ¿Qué significa esto seguimos en la dialéctica de la fe? El creyente sabe muy bien que, junto a su acto de fe, «Creo, Señor», es necesaria la ayuda del Señor, «aumenta mi fe» (Mc 9, 24). Él sabe muy bien que la paz que brota de la fe tiene su fundamento último en él; la seguridad y certeza de la fe se apoya no en el creyente, sino en Aquél en quien cree.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 16,29-33, de Joven para Joven. Yo he vencido al mundo.
De traidores a testigos. En esta semana anterior a Pentecostés se nos invita a hacer un retiro en el Cenáculo, con María y los apóstoles, para abrirnos a la acción del Espíritu. Como entonces, ciertamente el Espíritu actuará y hará milagros en y por nosotros si somos dóciles a sus impulsos.
Para conocer el sentido del pasaje evangélico es iluminador conocer el contexto en el que Juan lo escribe. Las comunidades a las que dirige su evangelio viven en un clima agresivo de herejía que niega la identidad de Jesús; unos niegan su divinidad, otros su humanidad. Los fieles se sienten empujados por la corriente y sienten miedo a confesar ante los disidentes lo que confiesan en la comunidad. Con este motivo, Juan evoca la situación paralela que vivieron los primeros discípulos, quienes, al final de la conversación del Maestro en la última cena, ya creen ver claro: “Ahora sí vemos que lo sabes todo. Por ello creemos que saliste de Dios”. Pero esta confesión es sólo delante del Maestro; él les reprocha: “¿Qué ahora creéis...? Os dispersaréis cada uno por su lado y a mí me dejaréis solo”.
Pedro, en nombre de sus compañeros, le había confesado en Cesarea: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Pero, a continuación, cuando les anuncia la pasión, pretende darle lecciones y forcejea para apartarle de su propósito, por miedo a perder el puesto que espera en el supuesto reino político. A los apóstoles les faltaba fe en el Espíritu.
¡Cómo cambió su actitud cuando creyeron de verdad en Él y se abrieron a su acción! Las ovejas asustadizas que huyeron al ver al pastor apresado, al ser denunciadas por una simple criada, se vuelven profetas intrépidos que increpan al mismo sanedrín, salen gozosos de haber “sufrido el ultraje de los azotes por causa de Jesús” (Hch 5,41) y dan testimonio de él con su propia sangre martirial. Por obra y gracia del Espíritu Santo pasaron de traidores a testigos.
Confesión pública. También nosotros confesamos: “Creo en Jesucristo, Hijo, un solo Señor.” Pero es una confesión en el templo ante el Señor, ante otros creyentes, una confesión sin riesgo como la de Pedro en Cesarea o en el cenáculo. Sólo es señal de fe viva confesar al Señor en las opciones de la vida, ante quienes siguen caminos opuestos al Evangelio, cuando la confesión puede traer consecuencias económicas, incomodidades y desventajas.
Como Pedro, muchos practicantes han pasado a ser “cristianos vergonzosos” que, como Nicodemo, se entrevistan con Jesús y se confiesan sus amigos a escondidas, en el templo, pero no en la calle, desafiando a la moda (la fe pública no se lleva). Jesús señala que para que la confesión sea verdadero signo de fe y expresión de amor no basta con que sea ante él y ante “los nuestros”; es preciso que sea “ante los hombres” (Mt 10,32-33).
En nuestros días, confesar la fe en Dios es, sobre todo, confesar la fe en el hombre que sufre la injusticia y la marginación. Es confesar al hombre ante los hombres. Hoy no sientan a nadie ante el tribunal para reclamarle que apostate de su fe religiosa. A la mayoría de los amos de este mundo les importa un bledo la fe religiosa que cada uno profese, con tal de que no ponga en peligro sus privilegios y finanzas. Lo que no consienten es que la defensa de los derechos de la persona suponga menoscabo de su poder, ganancias o manejos. Y esto ocurre en el ámbito laboral (¡cuántos les ríen las gracias al jefe, en vez de denunciar sus injusticias!), en el ámbito familiar, en el que se apoya al fuerte, en el ámbito vecinal e, incluso, en el ámbito eclesial (por eso hay quienes lisonjean a la autoridad en lugar de denunciar sus abusos de poder para, de este modo, compartirlo con ella). En tales casos, lo más cómodo es callar; lo más ventajoso, dar la razón al jefe para evitarse represalias. Pero no es lo cristiano. En tales casos, la fe en Jesús exige dar la cara por el desvalido. Con frecuencia se dice: “No estoy muy enterado; no conozco bien el caso”. Es la respuesta cobarde de Pedro. La tentación es aliarse con los fuertes. Por eso, muchos son fuertes con el débil y débiles con el fuerte. Exactamente lo contrario de Jesús y sus testigos (Mt 5,11). El Sínodo de los Laicos afirma: “El Espíritu nos lleva a descubrir más claramente que hoy la santidad no es posible sin un compromiso con la justicia, sin una solidaridad con los pobres y oprimidos”.
Necesitamos una fe profunda en la acción del Espíritu, liberar sus energías dormidas en nuestro interior. Él está ahí, en el hondón de nuestro ser, en nuestra comunidad, en la “iglesia doméstica” (1 Co 6,19). A la gran mayoría de los cristianos nos sucede como a los apóstoles: nos asusta un viento un poco fuerte, una pequeña tempestad, las pequeñas dificultades y oposiciones, lo nuevo, porque “somos hombres (y mujeres) de poca fe” en la acción del Espíritu (Mc 4,40). Estamos muy aquejados de fariseísmo, según el cual cada uno sólo confía en sus propias fuerzas. Cuando los apóstoles creyeron de verdad que estaban revestidos “de la fuerza de lo alto” (Hch 1,8), se lanzaron a la calle a dar testimonio del Señor resucitado (Hch 4,33). No es que haya cristianos que les ocurra como a los discípulos del Bautista que no habían oído hablar del Espíritu Santo (Hch 19,3), pero sí son muchos los que viven como si no existiera. Por eso reducen el cristianismo a un código moral con el que hay que “cargar” o a una buena conducta que hay que observar.
Creer en el Espíritu Santo no es sólo aceptar las maravillas realizadas hace veinte siglos, sino creer las que quiere repetir hoy y aquí, entre nosotros. No seremos nosotros los que demos testimonio, sino el Espíritu (Mt 10,20).
Elevación Espiritual para este día.
En una noche oscura
con ansias, en amores inflamada
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada;
a escuras y segura
por la secreta escala, disfrazada,
¡oh dichosa ventura!,
a escuras y encelada,
estando ya mi casa sosegada;
en la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
Aquésta me guiaba
más cierto que la luz de mediodía
a donde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.
¡Oh noche que guiaste!;
¡oh noche amable más que el alborada!
¡Oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!
(Juan de la Cruz, Obras completas, 199414).
Reflexión Espiritual para el día.
Cuando te sientas solo, debes intentar descubrir la fuente de este sentimiento. Eres propenso a escapar de tu soledad o bien a permanecer en ella. Cuando huyes de ella, tu soledad no disminuye realmente: lo único que haces es obligarla a salir de tu mente de manera provisional. Cuando empiezas a permanecer en ella, tus sentimientos no hacen más que volverse más fuertes y te vas deslizando hacia la depresión. La tarea espiritual no consiste ni en huir de la soledad ni en dejarse anegar por ella, sino en descubrir su fuente. No resulta fácil de hacer, pero cuando se logra identificar de algún modo el lugar de donde brotan estos sentimientos, pierden algo de su poder sobre ti.
Esta identificación no es una tarea intelectual; es una tarea del corazón. Con él debes buscar ese lugar sin miedo. Se trata de una búsqueda importante, porque conduce a discernir algo de bueno sobre ti mismo. El dolor de tu soledad puede tener sus raíces en tu vocación más profunda. Podrías descubrir que tu soledad está ligada a tu llamada a vivir por completo para Dios. La soledad se puede revelar entonces como el otro lado de tu don único. En cuanto experimentes en tu «yo» más íntimo la verdad, podrás descubrir que la soledad no sólo es tolerable, sino también fecunda. Lo que de primeras parecía doloroso, puede convertirse después en un sentimiento que —aun siendo penoso— te abre el camino hacia un conocimiento todavía más profundo del amor de Dios.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Hechos 19, 1-8.
Después de atravesar las altas regiones, Pablo llegó a Éfeso.
Pablo es un gran viajero. Un misionero itinerante. Vuelve a Éfeso por segunda o tercera vez. Ahora se quedará allá por lo menos dos años y medio, el tiempo de estabilizar esa importante comunidad. Estamos entre los años 53 y 56. Desde Éfeso Pablo enviará dos cartas: la epístola a los Gálatas, y la primera epístola a los Corintios. Después de la época heroica de las fundaciones y la simplicidad de la primera evangelización, comienza la época de las cuestiones doctrinales. Hay que aportar algunas precisiones de orden intelectual..., es preciso también defenderse de las sectas marginales con riesgo de desviarse a la larga...
Allí encontró algunos discípulos « ¿Recibisteis el Espíritu Santo, cuando abrazasteis la fe?» —Pero nosotros no hemos oído decir siquiera que exista el Espíritu Santo— « ¿Qué bautismo habéis pues recibido?» “El bautismo de Juan”.
En Éfeso, ciudad cosmopolita, las más variables sectas religiosas se disputaban los clientes. Los juanistas ¿eran simplemente esenios? Entre esta secta y los cristianos discutían sobre la eficacia de sus bautismos respectivos.
Muchos textos del Nuevo Testamento atestiguan esa polémica.
Te ruego, Señor, por todos los variados grupos de cristianos, por las diversas «iglesias» a fin de que no se retrase el movimiento hacia la unidad.
Te ruego también por los que, dentro mismo de la Iglesia católica, se oponen los unos a los otros. Danos la unidad de la fe.
Pablo les dijo entonces: «Juan bautizó con un bautismo de conversión diciendo que creyesen en el que había de venir después de él, o sea, en Jesús...»
Efectivamente, el bautismo de Juan era simplemente un signo de conversión: se está aún en lo humano. Se trata de «esforzarse para cambiar de vida.
Por lo contrario la novedad del bautismo cristiano es la «fe»: se accede a un orden nuevo, se necesitan unos ojos nuevos que sólo el Espíritu puede dar.
Ellos quisieron ser bautizados en nombre del Señor Jesús. Y cuando Pablo les impuso las manos, el Espíritu Santo vino sobre ellos, y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar.
¿Estamos dispuestos a avanzar por una nueva etapa de vida?
Dios actúa en nosotros por etapas. Sus llamadas a una mayor perfección son sucesivas. Si quisiéramos quedarnos en la etapa a la que hemos llegado, podríamos rehusar esas nuevas llamadas de Dios.
En este momento, ¿hacia qué progreso me empuja el Espíritu?
Para llegar a él, he de renunciar a mis certezas y seguridades anteriores, como los discípulos de «Juan Bautista» debieron aceptar dar un nuevo paso. El milagro de las «lenguas» —glosolalia: los nuevos cristianos investidos del Espíritu se ponían a hablar lenguas incomprensibles —es un fenómeno significativo. Seguir al Espíritu es dejarse introducir por El en las zonas imprevistas de la aventura espiritual.
Eran en total unos doce hombres.
Nos representamos mal la situación de esos primeros cristianos, aislados, muy minoritarios, inmersos en el inmenso paganismo oficial de esas grandes ciudades del Imperio. Son necesarias esas cifras para que nos demos cuenta de ello. ¡Eran «una docena»!
Señor, danos una fe valiente.
Palabra del Señor.
La espléndida ciudad de Éfeso se convierte, pues, en el punto de encuentro de diferentes corrientes del cristianismo primitivo, con las que hoy también se mide Pablo. También se las tiene que ver con discípulos, más o menos remotos, de Juan el Bautista, que forman parte de un movimiento más bien amplio y, para nosotros, todavía misterioso. La docena de «discípulos» tienen, probablemente, un pie en el grupo del Bautista y otro en el grupo de Jesús. Pablo los catequiza mostrando que precisamente Juan había indicado la superioridad de Jesús. Se nota aquí el intento de clarificar la relación entre el bautismo de Juan y el de Jesús: el primero está ligado a la penitencia; el segundo, a la acción del Espíritu. El enlace, el encuentro y, a veces, el desencuentro entre las diferentes corrientes y movimientos debieron de ser vivaces, aunque Lucas no nos proporciona —quizás porque carece de ellas— informaciones más precisas.
No sabemos si fue Pablo quien los bautizó, pero sí fue él quien les impuso las manos, renovando otro Pentecostés, como ya había sucedido en otras ocasiones, especialmente con Pedro y Juan en Samaría. El Espíritu, ligado al bautismo en el nombre del Señor Jesús, los colma de sus dones y hablan en lenguas y profetizan. Apremia a Lucas mostrar, entre otras cosas, que Pablo, aunque no es uno de los Doce, tiene los mismos poderes que ellos. También desea mostrar que los «Hechos de Pablo» se asemejan a los «Hechos de Pedro». Además de con los discípulos del Bautista, Pablo se las tiene que ver también, en Éfeso, con la magia y con el paganismo, en el famoso episodio de la revuelta de los orfebres.
Comentario del Salmo 67.
Este es un canto épico que narra las maravillosas y deslumbrantes hazañas de Dios para con su pueblo. Se cantan no solamente los hechos extraordinarios que Yavé ha realizado con Israel a nivel de lo que pudiéramos llamar una protección divina. Es mucho más que eso. Se hace hincapié en la constatación que supera toda protección que cualquier pueblo pueda atribuir a sus dioses. Se entona, con gozo exultante, el hecho sin par de que Dios protege al pueblo no desde arriba, sino actuando en medio de ellos. Dios mismo, al sacar a su pueblo de Egipto, está presente en Israel; más aun, va delante de él conduciéndole a la libertad y posesión de la tierra prometida: «Oh Dios, cuando salías al frente de tu pueblo y avanzabas por el desierto, la tierra tembló... Derramaste sobre tu heredad, oh Dios, una lluvia copiosa, y aliviaste la tierra agotada, y tu rebaño habitó en la tierra».
Ya Moisés, cuando entonó el canto triunfal de alabanza a Yavé al dividir las aguas del mar Rojo para que su pueblo pudiera abrirse a la libertad, hace presente con énfasis que es Yavé el que lleva y planta a su pueblo en la heredad que sus propias manos prepararon. Escuchemos esta elegía lírica de Moisés: «Tú le llevas y le plantas en el monte de tu herencia, hasta el lugar que tú le has preparado para tu sede, ¡oh Yavé! Al santuario, Señor, que tus manos prepararon» (Ex 15,17).
Dios, lleno de bondad y de misericordia, ha puesto sus ojos en este pueblo porque amó su pequeñez y debilidad: «No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yavé de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene...» (Dt 7,7-8).
Además, como vemos en el salmo, Dios volvió su mirada hacia su pueblo no sólo por ser el más pequeño de todos, sino también porque es un rebaño humano totalmente desvalido. Es tal su impotencia que no tiene dónde apoyarse, nadie a quien pedir ayuda. Pues bien, Dios mismo será su apoyo y su ayuda y les proporcionará el cobijo de una casa, una morada protectora donde reposará su gloria. Dios establecerá su propia morada en medio de ellos: «Padre de los huérfanos y tutor de las viudas es Dios en su santa morada; Dios da a los desvalidos el cobijo de una casa, abre a los cautivos la puerta de la dicha».
La majestad de esta epopeya tiene su momento culminante cuando Dios mismo escoge su lugar para habitar. En todos los pueblos primitivos, las montañas aparecían como signos de la presencia de las divinidades. Esta presencia era tanto más convincente cuanto más altas e imponentes eran, cuando sus cumbres casi tocaban el cielo. Es normal que, ante la majestuosidad de estas montañas, los diversos pueblos hayan visto en ellas representadas a sus dioses. El Dios de Israel cambia estos conceptos de los hombres. Habiendo en Samaría los montes altos y escarpados de Basán, Dios los excluye para fijarse en lo que no era ni siquiera monte, apenas una colina, la de Sión en Jerusalén. Allí será edificado el templo de su gloria. En él reposará la gloria de Yavé. Veamos cómo el salmista transcribe poéticamente esta decisión de Dios: «Las montañas de Basán son altísimas, las montañas de Basán son escarpadas. Oh montañas escarpadas, ¿por qué envidiáis al monte que Dios escogió para habitar, la morada perpetua del Señor?».
Dios escoge siempre lo más débil e insignificante para manifestarse y salvar, Si escogiera lo fuerte y lo grandioso, lo perfecto y deslumbrador, serían las fuerzas y poderes del hombre lo que se manifestaría, y no Dios; si lo que se manifiesta es la fuerza y grandiosidad de los hombres, la salvación no acontece. Sólo Dios salva, y El sabe muy bien a quién escoge para que el hombre no quede deslumbrado por fuerzas y poderes que no son Él. Ningún ser humano, por extraordinario que sea, puede salvar a otro; o, como dice Jesús, un ciego no puede guiar a otro ciego (cf. Lc 6,39).
De la misma forma que Dios escogió a Israel débil e impotente, para manifestar su gloria, también hoy día escoge a hombres y mujeres débiles y sin pretensiones; hombres y mujeres «de barro» para que la luz y la fuerza de Dios sean visibles a todos.
El apóstol Pablo es perfectamente consciente de esta forma de actuar de Dios. Hablando de sí mismo y de los demás apóstoles, define a todos los evangelizadores con este título: «recipientes de barro». Y tiene que ser así para que aparezca que la fuerza del Evangelio viene de Dios y no de ellos: «Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros» (2Cor 4,7).
Jesús mismo compara el reino de Dios a una semilla de mostaza, que es la menor de todas las semillas. Sin embargo, al desarrollarse, echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan en ellas: «El reino de los cielos es semejante a un grano de mostaza... Es la más pequeña de todas las semillas, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol hasta el punto que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas» (Mt 13,3 1-32).
Comentario del Santo Evangelio: Juan 16,29-33
El fragmento comienza con algunas palabras entusiastas de los discípulos de Jesús: «Ahora has hablado claramente y no en lenguaje figurado” (v. 29). Piensan los discípulos que las palabras del Señor sobre su misión son ahora comprensibles, pero olvidan que les había dicho que la nueva era comenzaría después de la resurrección y que la comprensión de sus palabras tendría como maestro interior al Espíritu Santo. Creen tener ahora en sus manos el secreto de la persona de Jesús y poseer una fe adulta en Dios. Jesús tendrá que hacerles constatar, por el contrario, que su fe tiene que ser reforzada aún, porque es demasiado incompleta para hacer frente a las pruebas que les esperan (vv. 31s). Son palabras que esconden una gran amargura: el Nazareno predice el abandono por parte de sus amigos. Estos se escandalizarán por la suerte humillante que sufrirá su Maestro.
Con todo, Jesús nunca está solo. Vive siempre en unidad con el Padre. Por eso termina el coloquio con los suyos pronunciando palabras llenas de esperanza y de confianza: «Os he dicho todo esto para que podáis encontrar la paz en vuestra unión conmigo. En el mundo encontraréis dificultades y tendréis que sufrir, pero tened ánimo; yo he vencido al mundo» (v. 33). Jesús ha vencido al mundo desarmándolo con el amor. Ha elegido lo que cuenta a los ojos de Dios y perdura en la vida, no lo efímero. Y este mensaje es el que deja a sus discípulos como «testamento espiritual».
La solidez de la relación con Dios emerge en la hora de la prueba, cuando nos encontramos solos ante Dios y, de improviso, se diluyen los apoyos humanos y las grandes ilusiones. Entonces es cuando se manifiesta dónde está apoyado de verdad tu corazón: en tus propias seguridades o en la Palabra del Señor, en el abandono total en él. La fe se purifica en las pruebas y en la soledad, y nos introduce en el camino de Jesús, que afirma: «Yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo», y nos hace considerar seriamente las palabras de Jesús: «Tened ánimo, yo he vencido al mundo».
La prueba y las tribulaciones pertenecen también a un proceso de maduración, porque nos hacen entrar en nosotros mismos, desear el silencio; nos sumergen en la soledad, allí donde siempre podemos descubrir nuestra vocación de estar «solos con el Solo», de anclarnos en aquel que nunca nos abandonará, con aquel a quien, juntos, aclamamos en los Salmos a menudo como nuestra roca, nuestro refugio, nuestra defensa, nuestro baluarte, nuestro consuelo. En esos momentos estas palabras asumen una verdad, una evidencia y una fuerza particular, y nos sentimos crecer en la comprensión del misterio de la vida y de nuestra íntima relación con Dios.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 16, 29-33, para nuestros Mayores. Dialéctica de la fe.
Las afirmaciones de Jesús a lo largo del cuarto evangelio han encontrado casi siempre un eco de incomprensión. Ahora, al final de sus discursos, nos encontramos en situación diferente: los discípulos llegan a entender. Así debe ser, porque, por un lado, Jesús ha hablado con más claridad en estos discursos de despedida (cap. 14-16); por otro lado, estos discursos de despedida se hallan mucho más influenciados e iluminados por la luz de la resurrección, y la vida de la Iglesia a la luz del Espíritu.
La sección podría titularse muy bien «dialéctica de la fe». En realidad son las características de la fe las que se hallan expuestas aquí; aunque la exposición se haga poniéndola en labios de los discípulos de Jesús durante su ministerio terreno. Nos encontrarnos, más bien, ante una profundización Posterior hecha a la luz de las palabras de Jesús.
La mayor claridad de las palabras de Jesús es sinónimo de mayor aceptación del Revelador del enviado del Padre. Aceptación con todo el riesgo que la fe implica, pero, al mismo tiempo, con la certeza que únicamente la palabra de Dios puede dar. A la luz de la fe, el futuro puede entenderse como ya presente; la vida eterna, anticipada al momento presente. Y no es casual que —lo mismo que ocurre en 6, 69, con motivo de la confesión de Pedro— la fe de los discípulos es presentada como un saber y creer al mismo tiempo.
Esta certeza de la fe tiene su apoyo sólido en la omnisciencia de quien solícita nuestra adhesión: «Sabemos que conoces todas las cosas y que no necesitas que nadie te pregunte». La segunda parte de la frase es incorrecta; lo lógico sería: «no necesitas preguntar a nadie», es decir, puesto que lo sabe todo, no necesita que nadie le informe de nada, no necesita preguntar a nadie. ¿Por qué razón, entonces, se dice «no necesitas que nadie te pregunte»?
La omnisciencia de Cristo —lo sabes todo— no es presentada como un atributo absoluto, abstracto, y que en poco o en nada afecta al hombre. .Se trata de un saber que él comunica a los suyos. Es el Revelador y en él encuentran respuesta todas las preguntas humanas. Más aún, desde el momento en que se haya aceptado por la fe, estas preguntas se hallan ya contestadas anticipadamente.
¿Ahora creéis? El interrogante de Jesús tiene sabor de sorpresa y de desconfianza. Desconfianza lógica si el argumento para la fe se apoya en la evidencia externa a la que tan acostumbrados estamos. Es una fe muy parcial, ya que la fe completa se halla inseparablemente unida a la hora, a la muerte y resurrección. La fe es inseparable del escándalo de la cruz. Por eso cuando se predijo tal escándalo tuvo lugar la dispersión y el abandono de los discípulos.
La situación histórica de los discípulos, dispersados por la muerte de Jesús, es la situación repetida constantemente en los creyentes. Se tiene la impresión, una vez más, que el vencedor es el diablo, el príncipe de este mundo; el creyente siente la tentación de abandonar a Jesús y buscar refugio en el mundo.
Pero el abandonar a Jesús no significa dejarlo solo: el Padre está con él; es uno con el Padre y, por tanto, tiene que ser en realidad el vencedor. El Padre no puede ser vencido.
La referencia a la situación venidera de abandono de Jesús, les es anunciada a los discípulos para que tengan paz en él. ¿Qué significa esto seguimos en la dialéctica de la fe? El creyente sabe muy bien que, junto a su acto de fe, «Creo, Señor», es necesaria la ayuda del Señor, «aumenta mi fe» (Mc 9, 24). Él sabe muy bien que la paz que brota de la fe tiene su fundamento último en él; la seguridad y certeza de la fe se apoya no en el creyente, sino en Aquél en quien cree.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 16,29-33, de Joven para Joven. Yo he vencido al mundo.
De traidores a testigos. En esta semana anterior a Pentecostés se nos invita a hacer un retiro en el Cenáculo, con María y los apóstoles, para abrirnos a la acción del Espíritu. Como entonces, ciertamente el Espíritu actuará y hará milagros en y por nosotros si somos dóciles a sus impulsos.
Para conocer el sentido del pasaje evangélico es iluminador conocer el contexto en el que Juan lo escribe. Las comunidades a las que dirige su evangelio viven en un clima agresivo de herejía que niega la identidad de Jesús; unos niegan su divinidad, otros su humanidad. Los fieles se sienten empujados por la corriente y sienten miedo a confesar ante los disidentes lo que confiesan en la comunidad. Con este motivo, Juan evoca la situación paralela que vivieron los primeros discípulos, quienes, al final de la conversación del Maestro en la última cena, ya creen ver claro: “Ahora sí vemos que lo sabes todo. Por ello creemos que saliste de Dios”. Pero esta confesión es sólo delante del Maestro; él les reprocha: “¿Qué ahora creéis...? Os dispersaréis cada uno por su lado y a mí me dejaréis solo”.
Pedro, en nombre de sus compañeros, le había confesado en Cesarea: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Pero, a continuación, cuando les anuncia la pasión, pretende darle lecciones y forcejea para apartarle de su propósito, por miedo a perder el puesto que espera en el supuesto reino político. A los apóstoles les faltaba fe en el Espíritu.
¡Cómo cambió su actitud cuando creyeron de verdad en Él y se abrieron a su acción! Las ovejas asustadizas que huyeron al ver al pastor apresado, al ser denunciadas por una simple criada, se vuelven profetas intrépidos que increpan al mismo sanedrín, salen gozosos de haber “sufrido el ultraje de los azotes por causa de Jesús” (Hch 5,41) y dan testimonio de él con su propia sangre martirial. Por obra y gracia del Espíritu Santo pasaron de traidores a testigos.
Confesión pública. También nosotros confesamos: “Creo en Jesucristo, Hijo, un solo Señor.” Pero es una confesión en el templo ante el Señor, ante otros creyentes, una confesión sin riesgo como la de Pedro en Cesarea o en el cenáculo. Sólo es señal de fe viva confesar al Señor en las opciones de la vida, ante quienes siguen caminos opuestos al Evangelio, cuando la confesión puede traer consecuencias económicas, incomodidades y desventajas.
Como Pedro, muchos practicantes han pasado a ser “cristianos vergonzosos” que, como Nicodemo, se entrevistan con Jesús y se confiesan sus amigos a escondidas, en el templo, pero no en la calle, desafiando a la moda (la fe pública no se lleva). Jesús señala que para que la confesión sea verdadero signo de fe y expresión de amor no basta con que sea ante él y ante “los nuestros”; es preciso que sea “ante los hombres” (Mt 10,32-33).
En nuestros días, confesar la fe en Dios es, sobre todo, confesar la fe en el hombre que sufre la injusticia y la marginación. Es confesar al hombre ante los hombres. Hoy no sientan a nadie ante el tribunal para reclamarle que apostate de su fe religiosa. A la mayoría de los amos de este mundo les importa un bledo la fe religiosa que cada uno profese, con tal de que no ponga en peligro sus privilegios y finanzas. Lo que no consienten es que la defensa de los derechos de la persona suponga menoscabo de su poder, ganancias o manejos. Y esto ocurre en el ámbito laboral (¡cuántos les ríen las gracias al jefe, en vez de denunciar sus injusticias!), en el ámbito familiar, en el que se apoya al fuerte, en el ámbito vecinal e, incluso, en el ámbito eclesial (por eso hay quienes lisonjean a la autoridad en lugar de denunciar sus abusos de poder para, de este modo, compartirlo con ella). En tales casos, lo más cómodo es callar; lo más ventajoso, dar la razón al jefe para evitarse represalias. Pero no es lo cristiano. En tales casos, la fe en Jesús exige dar la cara por el desvalido. Con frecuencia se dice: “No estoy muy enterado; no conozco bien el caso”. Es la respuesta cobarde de Pedro. La tentación es aliarse con los fuertes. Por eso, muchos son fuertes con el débil y débiles con el fuerte. Exactamente lo contrario de Jesús y sus testigos (Mt 5,11). El Sínodo de los Laicos afirma: “El Espíritu nos lleva a descubrir más claramente que hoy la santidad no es posible sin un compromiso con la justicia, sin una solidaridad con los pobres y oprimidos”.
Necesitamos una fe profunda en la acción del Espíritu, liberar sus energías dormidas en nuestro interior. Él está ahí, en el hondón de nuestro ser, en nuestra comunidad, en la “iglesia doméstica” (1 Co 6,19). A la gran mayoría de los cristianos nos sucede como a los apóstoles: nos asusta un viento un poco fuerte, una pequeña tempestad, las pequeñas dificultades y oposiciones, lo nuevo, porque “somos hombres (y mujeres) de poca fe” en la acción del Espíritu (Mc 4,40). Estamos muy aquejados de fariseísmo, según el cual cada uno sólo confía en sus propias fuerzas. Cuando los apóstoles creyeron de verdad que estaban revestidos “de la fuerza de lo alto” (Hch 1,8), se lanzaron a la calle a dar testimonio del Señor resucitado (Hch 4,33). No es que haya cristianos que les ocurra como a los discípulos del Bautista que no habían oído hablar del Espíritu Santo (Hch 19,3), pero sí son muchos los que viven como si no existiera. Por eso reducen el cristianismo a un código moral con el que hay que “cargar” o a una buena conducta que hay que observar.
Creer en el Espíritu Santo no es sólo aceptar las maravillas realizadas hace veinte siglos, sino creer las que quiere repetir hoy y aquí, entre nosotros. No seremos nosotros los que demos testimonio, sino el Espíritu (Mt 10,20).
Elevación Espiritual para este día.
En una noche oscura
con ansias, en amores inflamada
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada;
a escuras y segura
por la secreta escala, disfrazada,
¡oh dichosa ventura!,
a escuras y encelada,
estando ya mi casa sosegada;
en la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
Aquésta me guiaba
más cierto que la luz de mediodía
a donde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.
¡Oh noche que guiaste!;
¡oh noche amable más que el alborada!
¡Oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!
(Juan de la Cruz, Obras completas, 199414).
Reflexión Espiritual para el día.
Cuando te sientas solo, debes intentar descubrir la fuente de este sentimiento. Eres propenso a escapar de tu soledad o bien a permanecer en ella. Cuando huyes de ella, tu soledad no disminuye realmente: lo único que haces es obligarla a salir de tu mente de manera provisional. Cuando empiezas a permanecer en ella, tus sentimientos no hacen más que volverse más fuertes y te vas deslizando hacia la depresión. La tarea espiritual no consiste ni en huir de la soledad ni en dejarse anegar por ella, sino en descubrir su fuente. No resulta fácil de hacer, pero cuando se logra identificar de algún modo el lugar de donde brotan estos sentimientos, pierden algo de su poder sobre ti.
Esta identificación no es una tarea intelectual; es una tarea del corazón. Con él debes buscar ese lugar sin miedo. Se trata de una búsqueda importante, porque conduce a discernir algo de bueno sobre ti mismo. El dolor de tu soledad puede tener sus raíces en tu vocación más profunda. Podrías descubrir que tu soledad está ligada a tu llamada a vivir por completo para Dios. La soledad se puede revelar entonces como el otro lado de tu don único. En cuanto experimentes en tu «yo» más íntimo la verdad, podrás descubrir que la soledad no sólo es tolerable, sino también fecunda. Lo que de primeras parecía doloroso, puede convertirse después en un sentimiento que —aun siendo penoso— te abre el camino hacia un conocimiento todavía más profundo del amor de Dios.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Hechos 19, 1-8.
Después de atravesar las altas regiones, Pablo llegó a Éfeso.
Pablo es un gran viajero. Un misionero itinerante. Vuelve a Éfeso por segunda o tercera vez. Ahora se quedará allá por lo menos dos años y medio, el tiempo de estabilizar esa importante comunidad. Estamos entre los años 53 y 56. Desde Éfeso Pablo enviará dos cartas: la epístola a los Gálatas, y la primera epístola a los Corintios. Después de la época heroica de las fundaciones y la simplicidad de la primera evangelización, comienza la época de las cuestiones doctrinales. Hay que aportar algunas precisiones de orden intelectual..., es preciso también defenderse de las sectas marginales con riesgo de desviarse a la larga...
Allí encontró algunos discípulos « ¿Recibisteis el Espíritu Santo, cuando abrazasteis la fe?» —Pero nosotros no hemos oído decir siquiera que exista el Espíritu Santo— « ¿Qué bautismo habéis pues recibido?» “El bautismo de Juan”.
En Éfeso, ciudad cosmopolita, las más variables sectas religiosas se disputaban los clientes. Los juanistas ¿eran simplemente esenios? Entre esta secta y los cristianos discutían sobre la eficacia de sus bautismos respectivos.
Muchos textos del Nuevo Testamento atestiguan esa polémica.
Te ruego, Señor, por todos los variados grupos de cristianos, por las diversas «iglesias» a fin de que no se retrase el movimiento hacia la unidad.
Te ruego también por los que, dentro mismo de la Iglesia católica, se oponen los unos a los otros. Danos la unidad de la fe.
Pablo les dijo entonces: «Juan bautizó con un bautismo de conversión diciendo que creyesen en el que había de venir después de él, o sea, en Jesús...»
Efectivamente, el bautismo de Juan era simplemente un signo de conversión: se está aún en lo humano. Se trata de «esforzarse para cambiar de vida.
Por lo contrario la novedad del bautismo cristiano es la «fe»: se accede a un orden nuevo, se necesitan unos ojos nuevos que sólo el Espíritu puede dar.
Ellos quisieron ser bautizados en nombre del Señor Jesús. Y cuando Pablo les impuso las manos, el Espíritu Santo vino sobre ellos, y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar.
¿Estamos dispuestos a avanzar por una nueva etapa de vida?
Dios actúa en nosotros por etapas. Sus llamadas a una mayor perfección son sucesivas. Si quisiéramos quedarnos en la etapa a la que hemos llegado, podríamos rehusar esas nuevas llamadas de Dios.
En este momento, ¿hacia qué progreso me empuja el Espíritu?
Para llegar a él, he de renunciar a mis certezas y seguridades anteriores, como los discípulos de «Juan Bautista» debieron aceptar dar un nuevo paso. El milagro de las «lenguas» —glosolalia: los nuevos cristianos investidos del Espíritu se ponían a hablar lenguas incomprensibles —es un fenómeno significativo. Seguir al Espíritu es dejarse introducir por El en las zonas imprevistas de la aventura espiritual.
Eran en total unos doce hombres.
Nos representamos mal la situación de esos primeros cristianos, aislados, muy minoritarios, inmersos en el inmenso paganismo oficial de esas grandes ciudades del Imperio. Son necesarias esas cifras para que nos demos cuenta de ello. ¡Eran «una docena»!
Señor, danos una fe valiente.
Palabra del Señor.
Copyright © Reflexiones Católicas.

No hay comentarios:
Publicar un comentario