20 de Mayo de 2010. MES DEDICADO A LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA. JUEVES DE LA VII SEMANA DE PASCUA, Feria, o SAN BERNARDINO DE SIENA, presbítero, Memoria libre. ( Ciclo C). 3ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS. Lidia NT, Áurea mr..
LITURGIA DE LA PALABRA
Hch 22,30;23,6-11: Tienes que dar testimonio en Roma
Salmo 15: Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti
Jn 17,20-26: Que todos sean uno
La unidad del Hijo y el Padre es modelo y fuente de la unidad entre los cristianos y entre todos aquellos y aquellas que asuman la causa del Reino. La unidad visible entre los seguidores de Jesús es un reto al mundo para que crea en su misión, de esta manera Jesús incluye, indirectamente, al mundo en su plegaria. Durante su ministerio el mundo no reconoció a Jesús, pero en el ministerio de los discípulos se dará al mundo una nueva oportunidad.
Hay dos rasgos característicos de los cristianos:
1. Creen en Jesús, fe que implica el compromiso personal, comunitario, y el amor.
2. Llegan a la fe a través de la palabra de los discípulos de Jesús. El Espíritu da testimonio a favor de Jesús y lo hace a través de los discípulos, no de un modo puramente espiritual. Para quienes escuchen esta palabra, ella se convertirá en espíritu y vida, para quienes se nieguen a recibirla se convertirá en juez.
Si la unidad de los creyentes tiene por modelo la unidad que hay entre el Padre y el Hijo, esa unidad deberá dejar espacio a la diversidad, pues el Padre y el Hijo son personas distintas sin que disminuya su unidad. La unidad implica una relación de amor de los creyentes con el Padre y con el Hijo y una relación de amor de los creyentes entre sí.
PRIMERA LECTURA.
Hechos 22,30;23,6-11
Tienes que dar testimonio en Roma
En aquellos días, queriendo el tribuno poner en claro de qué acusaban a Pablo los judíos, mandó desatarlo, ordenó que se reunieran los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno, bajó a Pablo y lo presentó ante ellos. Pablo sabía que una parte del Sanedrín eran fariseos y otra saduceos y gritó: "Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo, y me juzgan porque espero la resurrección de los muertos." Apenas dijo esto, se produjo un altercado entre fariseos y saduceos, y la asamblea quedó dividida. (Los saduceos sostienen que no hay resurrección, ni ángeles, ni espíritus, mientras que los fariseos admiten todo esto.) Se armó un griterío, y algunos escribas del partido fariseo se pusieron en pie, porfiando: "No encontramos ningún delito en este hombre; ¿y si le ha hablado un espíritu o un ángel?" El altercado arreciaba, y el tribuno, temiendo que hicieran pedazos a Pablo, mandó bajar a la guarnición para sacarlo de allí y llevárselo al cuartel.
La noche siguiente, el Señor se le presentó y le dijo: "¡Ánimo! Lo mismo que has dado testimonio a favor mío en Jerusalén tienes que darlo en Roma."
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 15
R/.Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; / yo digo al Señor: "Tú eres mi bien." / El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; / mi suerte está en tu mano. R.
Bendeciré al Señor, que me aconseja, / hasta de noche me instruye internamente. / Tengo siempre presente al Señor, / con él a mi derecha no vacilaré. R.
Por eso se me alegra el corazón, / se gozan mis entrañas, / y mi carne descansa serena. / Porque no me entregarás a la muerte, / ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. R.
Me enseñarás el sendero de la vida, / me saciarás de gozo en tu presencia, / de alegría perpetua a tu derecha. R.
SANTO EVANGELIO.
Juan 17,20-26
Que sean completamente uno
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: "Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. También les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y los has amado como me has amado a mí.
Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos."
Palabra del Señor
LITURGIA DE LA PALABRA
Hch 22,30;23,6-11: Tienes que dar testimonio en Roma
Salmo 15: Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti
Jn 17,20-26: Que todos sean uno
La unidad del Hijo y el Padre es modelo y fuente de la unidad entre los cristianos y entre todos aquellos y aquellas que asuman la causa del Reino. La unidad visible entre los seguidores de Jesús es un reto al mundo para que crea en su misión, de esta manera Jesús incluye, indirectamente, al mundo en su plegaria. Durante su ministerio el mundo no reconoció a Jesús, pero en el ministerio de los discípulos se dará al mundo una nueva oportunidad.
Hay dos rasgos característicos de los cristianos:
1. Creen en Jesús, fe que implica el compromiso personal, comunitario, y el amor.
2. Llegan a la fe a través de la palabra de los discípulos de Jesús. El Espíritu da testimonio a favor de Jesús y lo hace a través de los discípulos, no de un modo puramente espiritual. Para quienes escuchen esta palabra, ella se convertirá en espíritu y vida, para quienes se nieguen a recibirla se convertirá en juez.
Si la unidad de los creyentes tiene por modelo la unidad que hay entre el Padre y el Hijo, esa unidad deberá dejar espacio a la diversidad, pues el Padre y el Hijo son personas distintas sin que disminuya su unidad. La unidad implica una relación de amor de los creyentes con el Padre y con el Hijo y una relación de amor de los creyentes entre sí.
PRIMERA LECTURA.
Hechos 22,30;23,6-11
Tienes que dar testimonio en Roma
En aquellos días, queriendo el tribuno poner en claro de qué acusaban a Pablo los judíos, mandó desatarlo, ordenó que se reunieran los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno, bajó a Pablo y lo presentó ante ellos. Pablo sabía que una parte del Sanedrín eran fariseos y otra saduceos y gritó: "Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo, y me juzgan porque espero la resurrección de los muertos." Apenas dijo esto, se produjo un altercado entre fariseos y saduceos, y la asamblea quedó dividida. (Los saduceos sostienen que no hay resurrección, ni ángeles, ni espíritus, mientras que los fariseos admiten todo esto.) Se armó un griterío, y algunos escribas del partido fariseo se pusieron en pie, porfiando: "No encontramos ningún delito en este hombre; ¿y si le ha hablado un espíritu o un ángel?" El altercado arreciaba, y el tribuno, temiendo que hicieran pedazos a Pablo, mandó bajar a la guarnición para sacarlo de allí y llevárselo al cuartel.
La noche siguiente, el Señor se le presentó y le dijo: "¡Ánimo! Lo mismo que has dado testimonio a favor mío en Jerusalén tienes que darlo en Roma."
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 15
R/.Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; / yo digo al Señor: "Tú eres mi bien." / El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; / mi suerte está en tu mano. R.
Bendeciré al Señor, que me aconseja, / hasta de noche me instruye internamente. / Tengo siempre presente al Señor, / con él a mi derecha no vacilaré. R.
Por eso se me alegra el corazón, / se gozan mis entrañas, / y mi carne descansa serena. / Porque no me entregarás a la muerte, / ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. R.
Me enseñarás el sendero de la vida, / me saciarás de gozo en tu presencia, / de alegría perpetua a tu derecha. R.
SANTO EVANGELIO.
Juan 17,20-26
Que sean completamente uno
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: "Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. También les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y los has amado como me has amado a mí.
Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos."
Palabra del Señor
Comentario de la Primera Lectura: Hechos de los Apóstoles 22,30; 23,6-11.
Es el segundo discurso de Pablo en su nueva condición de prisionero. Había subido a Jerusalén para visitar a aquella comunidad y había seguido, con «incauta» condescendencia, el consejo de Santiago de subir al templo. Lo descubren en él y, si no hubiera sido salvado por el tribuno romano, que le permite hablar a la muchedumbre, casi le cuesta la vida. De este modo tiene ocasión de contar, una vez más, su conversión, relato al que siguió una nueva intervención del tribuno romano ordenando a los soldados que lo llevaran al cuartel. Una vez allí, Pablo declara su ciudadanía romana. Al día siguiente le llevan ante el Sanedrín, donde pronuncia este habilidoso discurso.
Pablo juega con las divisiones entre fariseos y saduceos a propósito de la resurrección de los muertos. Con ello despierta un furor teológico que les hace llegar a las manos. Los fariseos, superando la prudente posición del mismo Gamaliel, se alinean con Pablo y en contra del adversario común. Los romanos tienen que salvar otra vez al apóstol. La particular belicosidad de los judíos —belicosidad que se verifica en esta visita de Pablo— es un indicador de la tensión nacionalista que estaba subiendo en el ambiente: todo lo que tenía visos de amenazar la identidad nacional era rechazado, hasta el punto de llegar a la abierta rebelión contra Roma.
Son páginas que reproducen el clima de exasperación nacionalista que conducirá al drama de la destrucción de la ciudad. Pablo es consolado y tranquilizado de nuevo sobre su alta misión de «testigo», no sólo en Jerusalén, sino en el mismo corazón del mundo conocido. Fue una vida heroica la de Pablo, empleada exclusivamente al servicio del evangelio.
Comentario del Salmo 15
Este salmo es un himno de alabanza. Se alaba al Señor con todas las fuerzas y se le da gracias por todos los beneficios que ha concedido a una persona (1b-2) y a todo el pueblo (7-19). El salmista bendice a Dios e invita a todas las realidades creadas a que hagan lo mismo.
Es un salmo de confianza individual, en el que alguien expone su absoluta confianza en el Señor (2), al que considera su refugio (1), amigo íntimo (7) y alguien siempre cercano (8); en él pone una confianza total incluso ante la barrera fatal, la muerte (10), con el convencimiento de que Dios le mostrará el camino de la vida, proporcionándole una alegría perpetua (11).
Las traducciones de este salmo suelen diferir bastante unas de otras. La razón es que el texto original (hebreo) se encuentra en mal estado de conservación y tiene palabras incomprensibles. Tal vez sea posible identificar tres partes: 1; 2-6; 7-11. La primera funciona a modo de introducción, Incluye una petición (“Protégeme”) y presenta un gesto de confianza («pues me refugio en ti»).
La segunda (2-6) es una especie de profesión de fe. El salmista ha elegido al Señor como su bien (2), rechazando, por consiguiente, todos los ídolos y señores del inundo y todas las prácticas de idolatría a que dan lugar (3-4). Vuelve a hablar del Señor como su bien absoluto, diciendo que es la parte de la herencia —una herencia deliciosa, la más bella— que le ha tocado (en Israel, tradicionalmente, la herencia era la tierra) y su copa, en cuyas manos está el destino del salmista (5-6).
La tercera parte (7-11) viene marcada por la idea del camino, El Señor es el consejero permanente del fiel, incluso de noche (7); va caminando por delante, impidiendo que el salmista vacile (8), lo llena de alegría (9) y no permite que el fiel conozca la muerte (10), sino que le enseña el camino de la vida y le proporciona una alegría sin fin (11).
«Confianza» y «alegría» son dos términos característicos de este salmo. Ambas realidades provienen, de hecho, de la gran intimidad que hay entre el salmista y Dios. En efecto, el Señor va por delante, mostrándole el camino, pero también está a la derecha del fiel (el lugar más importante). La conclusión del salmo sitúa al fiel, lleno de gozo y felicidad, ante el Señor e, inmediatamente después, es el fiel el que está a la derecha de Dios. Este baile de posiciones (delante, a la derecha) pone de manifiesto la intimidad entre estos dos amigos y compañeros.
El cuerpo del salmista viene a ser como una especie de caja de resonancia en la que vibran la confianza y la alegría. Se habla de manos que evitan derramar libaciones a los ídolos y de labios que se niegan a pronunciar sus nombres (4); también se habla del corazón que se alegra, de las entrañas que exultan, de la carne (el cuerpo entero) que reposa serena (9), pues no conocerá el sepulcro, porque la muerte, la que destruye el cuerpo, va a ser destruida (10). Confianza, gozo, alegría e intimidad con Dios determinan la vida de esta persona noche y día (7)
Quien compuso este salmo vivía en una situación difícil caracterizada por un ambiente hostil, De hecho, se habla de los «dioses y señores de la tierra» (3) que multiplican las estatuas de dioses extraños e invitan a la gente a que invoquen el nombre de los ídolos y les presenten ofrendas (4). Estamos, por tanto, en un período de idolatría generalizada bajo el patrocinio de los «señores de la tierra», los poderosos. ¿Qué es lo que le sucede al que no acepta esta situación? El Antiguo Testamento registra algunos casos paradigmáticos: ¿Qué es lo que pretendía hacer Jezabel en contra del profeta Elías? ¿Qué hizo el rey Nabucodonosor con quien no adoró la estatua que había levantado? (cf Dan 3,1-23). ¿Y qué le sucedió a Eleazar cuando se negó a violar la ley de su pueblo que prohibía comer carne de cerdo? (cf. 2Mac 6,18-31).
Algo parecido sucede en este salmo. Resulta difícil identificar la época en que surgió, pero es evidente que estamos viviendo un tiempo de idolatría generalizada, con el consiguiente conflicto entre los seguidores de los ídolos y los fieles al Señor. La gente va aceptando pasivamente los ídolos y les presentan ofrendas (las libaciones de sangre llevan a pensar en sacrificios humanos), abandonando de este modo el culto al Señor. Los que no se conforman, ponen en peligro su vida. Por eso el salmista, expresando su confianza absoluta en el Dios de la vida, afirma: «No me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel que conozca el sepulcro» (10). Lleno de confianza, esta persona pide: “Protégeme, Dios mío, pues me refugio en ti” (1b), ya que es consciente de que su vida corre peligro.
Los versículos 5 y 6 hablan de la herencia, un lugar delicioso, la heredad más bella. Estas palabras nos recuerdan la tierra, el don sagrado que el Señor hace a su pueblo. Parece ser que este fiel ha perdido la tierra, la herencia del Señor, pero no la confianza.
Tratándose de un salmo de confianza, muestra a un Dios próximo, refugio, el bien supremo de la persona, herencia y copa del fiel, aquel que tiene en sus manos el destino de la criatura, consejero que instruye incluso de noche, que camina por delante, que se pone a la derecha de la persona, que no la deja morir sino que, más bien, le enseña el camino de la vida y pone al salmista a su derecha, el puesto de honor.
Este Dios sólo puede ser Yavé, «el Señor», el Dios compañero que, en el pasado, selló una Alianza con todo el pueblo. El salmista tiene esa confianza porque sabe que el Señor es el aliado fiel. Es algo que tiene en su mente, en su carne y en su sangre. Por eso manifiesta una confianza incondicional.
En el Nuevo Testamento, Jesús es motivo de confianza para el pueblo (Mc 5,36; 6,50; Jn 14,1; 16,33). El mismo manifiesta una absoluta confianza en el Padre (Jn 11,42).
Los primeros cristianos leyeron los versículos finales de este salmo a la luz de la muerte y la resurrección de Jesús.
Este salmo es adecuado para cuando deseamos manifestar una total y absoluta confianza en Dios; podemos rezarlo cuando vemos cómo se multiplican los ídolos y las prácticas idolátricas; cuando sentimos la tentación de abandonar la fe; cuando nuestra vida corre peligro; cuando queremos expresar con el cuerpo el gozo y la alegría que nos produce creer en Dios...
Comentario del Santo Evangelio: Juan 17,20-26.
En la tercera parte de su «Oración sacerdotal» dilata Jesús el horizonte. Antes había invocado al Padre por sí mismo y por la comunidad de los discípulos. Ahora su oración se extiende en favor de todos los futuros creyentes (v 20-26). Tras una invocación general (v. 20), siguen dos partes bien distintas: la oración por la unidad (vv. 2 1-23) y la oración por la salvación (vv. 24-26).
Jesús, después de haber presentado a las personas por las que pretende orar, le pide al Padre el don de la unidad en la fe y en el amor para todos los creyentes. Esta unidad tiene su origen y está calificada por «lo mismo que» (= kathós), es decir, por la copresencia del Padre y del Hijo, por la vida de unión profunda entre ellos, fundamento y modelo de la comunidad de los creyentes. En este ambiente vital, todos se hacen «uno» en la medida en que acogen a Jesús y creen en su Palabra. Este alto ideal, inspirado en la vida de unión entre las personas divinas, encierra para la comunidad cristiana una vigorosa llamada a la fe y es signo luminoso de la misma misión de Jesús. La unidad entre Jesús y la comunidad cristiana se representa así como una inhabitación: “Yo en ellos y tú en mí” (v. 23a). En Cristo se realiza, por tanto, el perfeccionamiento hacia la unidad.
A continuación, Jesús manifiesta los últimos deseos en los que asocia a los discípulos los creyentes de todas las épocas de la historia, y para los cuales pide el cumplimiento de la promesa ya hecha a los discípulos (v. 24). En la petición final, Jesús vuelve al tema de la gloria, recupera el de la misión, es decir, el tema de hacer conocer al Padre (v 25s), y concluye pidiendo que todos sean admitidos en la intimidad del misterio, donde existe desde siempre la comunión de vida en el amor entre el Padre y el Hijo. La unidad con el Padre, fuente del amor, tiene lugar, no obstante, en el creyente por medio de la presencia interior del Espíritu de Jesús.
«Que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado» (Jn 17,21): la «prueba» de que Jesús no es un charlatán, ni uno de tantos profetas, sino el enviado de Dios, está confiada a la fraternidad entre los discípulos. La fraternidad es el signo por excelencia del origen divino del cristianismo: eso es lo que dicen las palabras del Señor. Construir fraternidad es la apologética más segura y autorizada.
Las palabras del Señor son claras, y vinculan la credibilidad del cristianismo a su capacidad de promover la fraternidad. Esa capacidad se manifiesta allí donde los hombres y mujeres ponen su empeño en vivir como hermanos y hermanas, allí donde se tiene como sumo ideal aceptarse como cada uno es para tender a la unidad, allí donde no se busca sobresalir, imponer, rivalizar, emerger, sino ayudarse, comprenderse, apoyarse; allí donde la benevolencia constituye un programa prioritario; allí donde se ponen las bases para una recuperación de la credibilidad del cristianismo.
Estas palabras han sido y son olvidadas con mucha frecuencia. Eso ha tenido como consecuencia que en la vida espiritual, en la misión, en la pastoral, se han cultivado otros ideales. Otra consecuencia ha sido el escaso carácter incisivo de esos programas, a los que el Señor no ha garantizado el valor de «signo probatorio» de su origen divino ni del origen divino de su mensaje.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 17,20-26, para nuestros Mayores. “Padre, que sean uno”.
“A nuestra imagen y semejanza” Hoy se proclama la tercera y última parte de la “oración sacerdotal” de Jesús, que ruega al Padre por cuantos creerán en él gracias al testimonio de los apóstoles. Es uno de los pasajes más bellos y trascendentes; es parte del testamento de Jesús.
“Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gn 1,26). Esta afirmación es la clave para comprender al ser humano, formado a imagen y semejanza de Dios, que es esencialmente Trinidad, Comunión, Familia, Amor infinito. Por eso el ser humano es también esencialmente relacional. Sólo se realiza, alcanza su paz, su felicidad y plenitud, en el amor de comunión, en la amistad.
“Cuando el Señor ruega al Padre que sean uno como nosotros somos uno”, abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las Personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre no puede encontrar su propia identidad si no es en la entrega de sí mismo a los demás” (GS 24,3). Es deplorable que ni siquiera muchos “cristianos” saquen de estas afirmaciones tan grávidas todas las consecuencias sobre la concepción de la persona y el sentido de la vida. De ellas se deduce que ¡as personas somos como piezas de un mosaico y que sólo juntas, en comunión de encuentro y amistad, podemos ser iconos de Dios; se deduce la afirmación de Ortega y Gasset: “Una amistad bien cincelada es la cima del universo”; y se deduce también la afirmación de A. Camus: “Es imposible ser feliz a solas”.
El sueño de Dios es que sus hijos vivan unidos, se quieran, se ayuden, porque sabe que en esto les va la vida. Ésta es la misión que encomendó al Hijo mayor: “Congregar a sus hijos que estaban dispersos” (Jn 11,52), “para que seamos uno, como tú, Padre, estás conmigo y yo contigo; que ellos también estén con nosotros” (Jn 17,21).
Revelación del proyecto de Dios. Jesús viene a revelar el proyecto del Padre “cerrado a la razón humana”. Es “el secreto revelado por el Espíritu: que todos forman un mismo cuerpo” (Ef. 3,5-6). Tanto Jesús como Pablo expresan este proyecto sublime con imágenes muy expresivas: El banquete de bodas (Mt 22,14), la vid y los sarmientos (Jn 15, 5). Pablo lo expresa con una alegoría todavía más audaz, la del cuerpo humano, cuya cabeza es Cristo (1 Co 12,14-3D). De aquí se desprende la actitud de comunión, amistad, congratulación y solidaridad entre los miembros del mismo cuerpo: “Si un miembro sufre o goza, los demás se solidarizan con él” (1 Co 12,26); de ahí el “reír con los que ríen y llorar con los que lloran” (Rm 12,15). Por eso, Jesús sólo proclama una condición para la pertenencia a su comunidad, al nuevo pueblo de Dios: “que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13,34).
El Nuevo Testamento presenta dos grandes modelos de referencia para la realización del proyecto evangélico: Jesús presenta nada menos que la Familia Trinitaria, y Lucas, la comunidad de Jerusalén. “Que todos sean uno como tú, Padre, estás conmigo y yo contigo”. Es más, la comunión entre nosotros establece la comunión con la Trinidad y nos constituye en miembros de su Familia. Lucas presenta a la comunidad de Jerusalén como el proyecto realizado en lo posible. Es un milagro de unidad: Tienen “un solo corazón y una sola alma” (Hch 4,32). Unidad que no es sólo la ausencia de divisiones o conflictos. La unidad es comunión, corresponsabilizarse unos de otros, es realizar la fraternidad; no es uniformidad, sino unidad en la diversidad; como en la Trinidad en la que cada persona es cada persona y, sin embargo, son la unidad consumada.
Para que el mundo crea. Una comunidad aceptablemente realizada es un verdadero milagro que provoca el asombro y la sospecha de que ahí está la acción del Espíritu. Viene a afirmar el mismo Jesús que es el gran signo para que el mundo lo reconozca como el Salvador.
Es lo que ocurrió en la primera etapa de la Iglesia: Los paganos, al contemplar la fraternidad de los cristianos, comentaban: “Mirad cómo se aman”. Necesitamos con urgencia este milagro, si es que queremos detener el caudaloso río emigratorio de la Iglesia: 8.000 católicos latinoamericanos emigran cada día hacia las sectas e iglesias protestantes en busca de un hogar espiritual, “porque allí se quieren, se interesan los unos por los otros”, según la confesión del 92%. En la Iglesia católica sienten frío.
¿No es esto mismo lo que buscan incontables personas perdidas en nuestra sociedad masificada? ¡Qué oferta tan evangélica y tan a la medida de las ansias del hombre moderno son las comunidades vivas, pascuales, fraternas! Lo demás es una traición al proyecto de Jesús. Se trata, naturalmente, de comunidades abiertas, no de meras estufas, grupos narcisistas; y se trata de comunidades comprometidas, apasionadas por el crecimiento del Reino dentro de la sociedad.
La vida en una comunidad cristiana auténtica ya sabe a gloria; pero en ella sólo se prueban los aperitivos: “Los bienes de la dignidad humana, de la unión fraterna y de la libertad, y los demás bienes que son el fruto de nuestro esfuerzo, los volveremos a encontrar transfigurados” (GS 39). Escribe Casaldáliga: “Feliz el que sabe que seguir a Jesús es vivir en comunidad, siempre unido al Padre y a los hermanos. Que nadie se engañe: quien se niega a vivir en comunidad, renuncia a encontrarse con el Señor y con su libertad. Quien vive en comunidad encuentra a Jesús que está en ella”.
Comentario del Santo Evangelio: Jn 17, 20-26 ([17, 11b.] 17-23/17, 24-26), de Joven para Joven. La oración sacerdotal III
Es la última parte de la oración sacerdotal de Jesús. En ella la referencia son todos aquellos que, a lo largo de la historia, creerían en Jesús a través de la palabra de los discípulos. Petición por todos los creyentes. Para ellos se pide también la unidad. Unión y unidad semejantes a las
que existen entre el Padre y el Hijo; más aún, participante de la unidad divina.
Como el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre, también los creyentes deben estar en ellos, para que el mundo crea que Jesús es el enviado del Padre. Unidad, que es posible únicamente por el amor. Es la forma como una persona puede estar en otra. El amor y la obediencia, la realización de la voluntad del Padre.
Yo les he dado tu gloria… para que sean uno. El lenguaje es distinto al nuestro y nos resulta misterioso. La gloria es Dios mismo en cuanto se manifiesta. La gloria de Dios, Dios mismo, se ha manifestado plenamente en Cristo. Y Cristo comunica esta gloria a los creyentes. Los creyentes se hallan así asociados a la gran familia de Dios. El resultado se describe como el de una inhabitación mutua.
La encarnación de Dios en Cristo y en los creyentes —la manifestación de la gloria de Dios— debe ser un argumento de credibilidad para el mundo. El mundo únicamente creerá en Dios cuando lo vea próximo en aquéllos que lo testifican —en quienes ha sido manifestada su gloria, utilizando el lenguaje joánico—.
Partiendo de este concepto de la gloria es posible entender la petición siguiente: «Para que vean mi gloria»; la fe en Cristo es presentada como participación en su gloria, participación en la filiación divina a través de la fe.
Padre justo. La calificación del Padre como justo es necesario verla desde la distinción que ha sido hecha entre el mundo y los discípulos. El mundo no ha conocido a Dios; los discípulos lo han conocido.
Todo el discurso es un esfuerzo de penetración y explicación del modo como Jesús se hace presente en sus discípulos después de la muerte y la resurrección. Se ha dicho que algo del cielo es comunicado a los creyentes ya en su vida en la tierra, El mundo de arriba se acerca al de abajo, irrumpe en él, llega a penetrarlo. ¿Cómo es posible? La realidad resulta demasiado misteriosa e inabarcable para el hombre. Fue una realidad en Jesús y, con la debida distancia, quiere afirmarse lo mismo de los creyentes.
Las afirmaciones pretenden describir la transformación de la vida por la influencia de la Vida, del mundo de arriba o el de Dios El ser humano en su existencia terrena puede tener la experiencia de Dios. Particularmente a través de la participación en el misterio de Cristo. Experiencia de Dios como la culminación del discipulado cristiano. ¿O es el discipulado cristiano la culminación de la experiencia de Dios? Es como la petición última de Jesús por sus discípulos: “Que donde esté yo, estén también ellos conmigo, para que vean mi gloria”.
Elevación Espiritual para este día.
Revestidos del hábito religioso a los ojos de todos, hemos venido desde situaciones sociales diferentes para vivir juntos nuestra fe y escuchar la Palabra del Señor omnipotente, y, pecadores en diferentes grados, nos hemos reunido hasta formar un solo corazón en la santa Iglesia, de tal modo que se ve realizado con claridad lo que dice Isaías anunciando la Iglesia: «Serán vecinos el lobo y el cordero» (Is 11,6).
Sí, gracias a las entrañas de la santa caridad, el lobo vivirá junto al cordero, porque aquellos que en el mundo eran rapaces conviven en paz con los bondadosos y mansos. El leopardo se tumba junto al chivo porque un hombre, abigarrado por las manchas de sus pecados, acepta humillarse junto con quien se desprecia y se reconoce pecador.
Reflexión Espiritual para el día.
Jesús nos revela que hemos sido llamados por Dios para ser testigos vivos de su amor, y llegamos a serlo siguiendo a Jesús y amándonos los unos a los otros como él nos ama. ¿Qué supone todo esto para el matrimonio, para la amistad, para la comunidad? Supone que la fuente del amor que sostiene las relaciones no son los que las viven, sino Dios, que los llama al mismo tiempo. Amarse el uno al otro no significa aferrarse al otro para estar seguros en un mundo hostil, sino vivir juntos de tal modo que cada uno pueda reconocernos como personas que hacen visible el amor de Dios en el mundo.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Hechos 22, 30, 23, 8-11. “¡Animaos!”
En Pentecostés, del Año 57, Pablo ha llegado a Jerusalén. Los hermanos le anuncian que algunos judíos le acusan de «incitar» a la defección respecto las costumbres de Moisés abandonando la circuncisión y otros ritos ancestrales (Hechos 2-21). De hecho Pablo, estando en el Templo de Jerusalén donde había ido a orar, es perseguido a los gritos de: «Este es el hombre que enseña contra nuestro pueblo, contra la Ley y contra este Lugar» La policía romana interviene, como es costumbre en un motín, y conduce a Pablo a la fortaleza. Esta vez su cautiverio durará varios años, en Jerusalén, en Cesarea, capital romana de Palestina y después en Roma.
El oficial romano, queriendo saber con certeza de qué acusaban los Judíos a Pablo, mandó que le quitaran las cadenas, convocó el «Gran Consejo» e hizo que Pablo compareciera ante ellos.
Imagino la escena. La convocatoria de las más altas autoridades judías. El acusado sin esposas. El interrogatorio. Los testigos de cargo. Viendo a Pablo, vuelvo a ver a Jesús en la misma situación.
Pablo ataca: «Yo, soy Fariseo, hijo de Fariseo..., se me juzga por mi esperanza en la Resurrección».
Pablo sabe que es una cuestión de controversia entre las dos grandes corrientes religiosas de la época: el partido de los Saduceos no creen en la resurrección... el partido de los Fariseos cree en ella... Esto provoca un barullo en el “Gran Consejo”: “se disputaron Fariseos y Saduceos y la asamblea se dividió..., entre un gran clamor…”
Esta habilidad de Pablo fue una ocasión más de predicar su Fe: « ¡Cristo ha resucitado!»
Como el altercado iba creciendo, el oficial romano temiendo que Pablo fuese despedazado por ellos, mandó a la tropa que bajase, que lo arrancase de entre ellos y lo llevase de nuevo a la fortaleza.
La camorra comienza, como sucedió antaño con Jesús.
En una de sus epístolas, Pablo cuenta el número de golpes recibidos y los arrestos sufridos... (II Corintios, 11-23-24). Ayúdanos, Señor, para que sepamos interpretar cualquier situación humana, incluso la más desfavorable en apariencia.
A la noche siguiente, se apareció el Señor a Pablo y le dijo...
Muy necesaria fue para Pablo esta «visita».
« ¡Animo!»
Pablo debió de tener también sus horas de angustia, sus horas negras. Jesús siente la necesidad de ir a reconfortarle, de remontarle la moral: “¡ánimo!» le dijo.
El tema de la «aflicción» es uno de los temas dominantes de las epístolas de san Pablo. No era sólo un tema intelectual, teórico propio de un sermón. Era una experiencia vivida. Los Hechos de los Apóstoles que venimos leyendo durante siete semanas, nos dan el clima habitual de la vida de san Pablo, en el momento en que escribía sus grandes Epístolas. Su «valentía», su «fe», que nos parecen tan extraordinarias provenían de su contacto cotidiano con Jesús.
Como has dado testimonio de mí en Jerusalén, así debes darlo también en Roma».
Se le concede un respiro. Jesús está con él. No hay nada que temer. Hay que dejarse conducir.
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