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miércoles, 19 de mayo de 2010

Lecturas del día 19-05-2010. Ciclo C.

19 de Mayo de 2010. MES DEDICADO A LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA. MIÉRCOLES DE LA VII SEMANA DE PASCUA, Feria. (Ciclo c). 3ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS. coll pb, Urbano I pp, Celestino V pp, Ivón pb. Jesús continúa su oración por los discípulos. Ahora pide al Padre que sean uno “como nosotros”; no utiliza la noción de unidad de modo abstracto, sino unidad que proviene de estar unidos por el amor mutuo que es el amor de Jesús y el Padre.

Si los discípulos son enviados por Jesús al mundo, ello se debe a que Jesús también fue enviado al mundo para desafiarlo. Esta comunidad de los cristianos sufrirá el odio del mundo, pero no es deseo de Jesús que se le ahorre esa hostilidad. Jesús pide a Dios que proteja a los discípulos, que sean consagrados y enviados al mundo, en orden a su misión. Consagrados en la Palabra de Dios que es la Verdad. Los discípulos han aceptado y guardado la palabra que Jesús les transmitió de parte de Dios; esta palabra los ha purificado; ahora los elige para una misión consistente en transmitir esa misma palabra a otros para que todos y todas tengan vida.

Jesús se consagra en relación con la consagración y la misión de los apóstoles, misión que tendrá lugar después de la muerte y resurrección de Jesús; hasta nuestros días, en los cuales se nos encomienda transmitir la Palabra a otros.

LITURGIA DE LA PALABRA

Jos 5, 9a. 10-12: Israel celebra la Pascua ya en la tierra prometida
Salmo 33, 2-3. 4-5. 6-7: Gusten y vean qué bueno es el Señor.
2Cor 5, 17-21: Dios, por medio de Cristo, nos reconcilió consigo
Lc 15, 1-3. 11-32: Parábola del hijo pródigo

PRIMERA LECTURA

Hechos 20,28-38
Os dejo en manos de Dios, que tiene poder para construiros y daros parte en la herencia


En aquellos días, decía Pablo a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso: "Tened cuidado de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con su propia sangre. Ya sé que, cuando os deje, se meterán entre vosotros lobos feroces, que no tendrán piedad del rebaño. Incluso algunos de vosotros deformarán la doctrina y arrastrarán a los discípulos. Por eso, estad alerta: acordaos que durante tres años, de día y de noche, no he cesado de aconsejar con lágrimas en los ojos a cada uno en particular. Ahora os dejo en manos de Dios y de su palabra de gracia, que tiene poder para construiros y daros parte en la herencia de los santos. A nadie le he pedido dinero, oro ni ropa. Bien sabéis que estas manos han ganado lo necesario para mí y mis compañeros. Siempre os he enseñado que es nuestro deber trabajar para socorrer a los necesitados, acordándonos de las palabras del Señor Jesús: "Hay más dicha en dar que en recibir.""

Cuando terminó de hablar, se pusieron todos de rodillas, y rezó. Se echaron a llorar y, abrazando a Pablo, lo besaban; lo que más pena les daba era lo que había dicho, que no volverían a verlo. Y lo acompañaron hasta el barco.

Palabra del Señor.

Salmo responsorial: 67
R/. Reyes de la tierra, cantad a Dios.

Oh Dios, despliega tu poder, / tu poder, oh Dios, que actúa en favor nuestro. / A tu templo de Jerusalén / traigan los reyes su tributo. R.

Reyes de la tierra, cantad a Dios, / tocad para el Señor, / que avanza por los cielos, / los cielos antiquísimos, / que lanza su voz, su voz poderosa: / "Reconoced el poder de Dios." R.

Sobre Israel resplandece su majestad, / y su poder, sobre las nubes. / ¡Dios sea bendito! R.

SANTO EVANGELIO.
Juan 17,11b-19
Que sean uno, como nosotros

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: "Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura.

Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad."

Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 20,28-38.
Pablo se dirige a los responsables —presbíteros y obispos— de la Iglesia, es decir, a los «pastores» encargados de «apacentar la Iglesia de Dios». En vez de especificar el contenido de estas funciones, insiste en el deber de la vigilancia.

Se perfilan muchos peligros en el horizonte, peligros desde el exterior y peligros desde el interior. Peligros, sobre todo, de difusión de falsas doctrinas, obra de «lobos crueles». La Iglesia de Dios es una realidad preciosa porque ha sido adquirida «con la sangre de su propio Hijo», de ahí la gran responsabilidad de los que la presiden. El pastor debe vigilar «noche y día», «con lágrimas», primero a sí mismo y después a los otros, para preservar su propio rebaño de los enemigos. Pablo esboza aquí, en pocas palabras, las grandes responsabilidades de la vida del pastor.

Consciente de que está pidiendo mucho, y casi para tranquilizarlos, los confía «a Dios y a su Palabra de gracia, que tiene fuerza para que crezcáis en la fe y para haceros partícipes de la herencia reservada a los consagrados». Parecería más lógico que confiara la Palabra a los responsables; sin embargo, confía los responsables a la Palabra, porque es ella la que tiene fuerza para que crezcan en la fe y para hacerles partícipes de la herencia reservada a los santos.

Y, para terminar, otro recuerdo de su desinterés personal destinado a los pastores, para que se esmeren también en el desinterés en su ministerio. Cita una máxima que no se encuentra en los evangelios, pero que Pablo pudo haber recogido de viva voz en boca de los testigos.

Concluye aquí el ciclo de la evangelización dirigida al mundo griego. Nuevas fatigas y pruebas esperan ahora a Pablo, quien siente que entra en una fase diferente de su apasionada vida de apóstol.

Comentario del Salmo 67.
Este es un canto épico que narra las maravillosas y deslumbrantes hazañas de Dios para con su pueblo. Se cantan no solamente los hechos extraordinarios que Yavé ha realizado con Israel a nivel de lo que pudiéramos llamar una protección divina. Es mucho más que eso. Se hace hincapié en la constatación que supera toda protección que cualquier pueblo pueda atribuir a sus dioses. Se entona, con gozo exultante, el hecho sin par de que Dios protege al pueblo no desde arriba, sino actuando en medio de ellos. Dios mismo, al sacar a su pueblo de Egipto, está presente en Israel; más aun, va delante de él conduciéndole a la libertad y posesión de la tierra prometida: «Oh Dios, cuando salías al frente de tu pueblo y avanzabas por el desierto, la tierra tembló... Derramaste sobre tu heredad, oh Dios, una lluvia copiosa, y aliviaste la tierra agotada, y tu rebaño habitó en la tierra».

Ya Moisés, cuando entonó el canto triunfal de alabanza a Yavé al dividir las aguas del mar Rojo para que su pueblo pudiera abrirse a la libertad, hace presente con énfasis que es Yavé el que lleva y planta a su pueblo en la heredad que sus propias manos prepararon. Escuchemos esta elegía lírica de Moisés: «Tú le llevas y le plantas en el monte de tu herencia, hasta el lugar que tú le has preparado para tu sede, ¡oh Yavé! Al santuario, Señor, que tus manos prepararon» (Ex 15,17).

Dios, lleno de bondad y de misericordia, ha puesto sus ojos en este pueblo porque amó su pequeñez y debilidad: «No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yavé de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene...» (Dt 7,7-8).

Además, como vemos en el salmo, Dios volvió su mirada hacia su pueblo no sólo por ser el más pequeño de todos, sino también porque es un rebaño humano totalmente desvalido. Es tal su impotencia que no tiene dónde apoyarse, nadie a quien pedir ayuda. Pues bien, Dios mismo será su apoyo y su ayuda y les proporcionará el cobijo de una casa, una morada protectora donde reposará su gloria. Dios establecerá su propia morada en medio de ellos: «Padre de los huérfanos y tutor de las viudas es Dios en su santa morada; Dios da a los desvalidos el cobijo de una casa, abre a los cautivos la puerta de la dicha».

La majestad de esta epopeya tiene su momento culminante cuando Dios mismo escoge su lugar para habitar. En todos los pueblos primitivos, las montañas aparecían como signos de la presencia de las divinidades. Esta presencia era tanto más convincente cuanto más altas e imponentes eran, cuando sus cumbres casi tocaban el cielo. Es normal que, ante la majestuosidad de estas montañas, los diversos pueblos hayan visto en ellas representadas a sus dioses. El Dios de Israel cambia estos conceptos de los hombres. Habiendo en Samaría los montes altos y escarpados de Basán, Dios los excluye para fijarse en lo que no era ni siquiera monte, apenas una colina, la de Sión en Jerusalén. Allí será edificado el templo de su gloria. En él reposará la gloria de Yavé. Veamos cómo el salmista transcribe poéticamente esta decisión de Dios: «Las montañas de Basán son altísimas, las montañas de Basán son escarpadas. Oh montañas escarpadas, ¿por qué envidiáis al monte que Dios escogió para habitar, la morada perpetua del Señor?».

Dios escoge siempre lo más débil e insignificante para manifestarse y salvar, Si escogiera lo fuerte y lo grandioso, lo perfecto y deslumbrador, serían las fuerzas y poderes del hombre lo que se manifestaría, y no Dios; si lo que se manifiesta es la fuerza y grandiosidad de los hombres, la salvación no acontece. Sólo Dios salva, y El sabe muy bien a quién escoge para que el hombre no quede deslumbrado por fuerzas y poderes que no son Él. Ningún ser humano, por extraordinario que sea, puede salvar a otro; o, como dice Jesús, un ciego no puede guiar a otro ciego (cf. Lc 6,39).

De la misma forma que Dios escogió a Israel débil e impotente, para manifestar su gloria, también hoy día escoge a hombres y mujeres débiles y sin pretensiones; hombres y mujeres «de barro» para que la luz y la fuerza de Dios sean visibles a todos.

El apóstol Pablo es perfectamente consciente de esta forma de actuar de Dios. Hablando de sí mismo y de los demás apóstoles, define a todos los evangelizadores con este título: «recipientes de barro». Y tiene que ser así para que aparezca que la fuerza del Evangelio viene de Dios y no de ellos: «Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros» (2Cor 4,7).

Jesús mismo compara el reino de Dios a una semilla de mostaza, que es la menor de todas las semillas. Sin embargo, al desarrollarse, echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan en ellas: «El reino de los cielos es semejante a un grano de mostaza... Es la más pequeña de todas las semillas, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol hasta el punto que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas» (Mt 13,3 1-32).

Comentario del Santo Evangelio: Juan 17,11b-19


El fragmento incluye la segunda parte de la «Oración sacerdotal» de intercesión que Jesús, como Hijo, dirige al Padre. Tiene como objeto la custodia de la comunidad de los discípulos, que permanecen en el mundo. El texto se divide en dos partes: al comienzo se desarrolla el tema del contraste entre los discípulos y el mundo (vv. 11b-16); a continuación se habla de la santificación de éstos en la verdad (v. 17-19). Si, por una parte, emerge la oposición entre los creyentes y el mundo, por otra se manifiesta con vigor el amor del Padre en Jesús, que ora para que los suyos sean custodiados en la fe.

En el primer fragmento pasa revista Jesús a varios temas de manera sucesiva: la unidad de los suyos (v. 11b), su custodia a excepción «del que tenía que perderse» (v. 12), la preservación del maligno y del odio del mundo (vv. 14s). En el segundo fragmento, Jesús, después de haber pedido al Padre que defienda a los suyos del maligno (v. 15) y después de haber subrayado en negativo su no pertenencia al mundo (w 14.16), pide en positivo la santificación de los discípulos: «Haz que ellos sean completamente tuyos por medio de la verdad; tu palabra es la verdad» (v. 17). Le ruega así al Padre, al que ha llamado “santo” (v. 11b), que haga también santos en la verdad a los que le pertenecen. Los discípulos tienen la tarea de prolongar en el mundo la misma misión de Jesús. Ahora bien, éstos, expuestos al poder del maligno, necesitan, para cumplir su misión, no sólo la protección del Padre, sino también la obra santificadora de Jesús.

Estamos frente a un fragmento en el que Jesús aparece particularmente preocupado por el poder del mundo y por su posible influencia en sus discípulos. En el mundo actúa el maligno con su espíritu de mentira, belicosamente contrario a la verdad, que es Cristo. La posición de los discípulos es delicada; deben permanecer en el mundo, sin quedar contaminados por el mismo. Estarán apoyados por su oración, por su palabra y por su Espíritu. En consecuencia, no deben temer. Y añade Agustín: « ¿Qué quiere decir: “Por ellos me santifico yo mismo”, sino que yo los santifico en mí mismo en cuanto ellos son yo? En efecto, habla de aquellos que constituyen los miembros de su cuerpo».

Todo esto nos induce a reflexionar, una vez más, sobre el poder del mundo, aunque también sobre su debilidad: poder para quien se deja seducir, debilidad para quien se deja guiar íntimamente por la Palabra de Jesús y conducir por su Espíritu. Es posible que en estos años hayamos infravalorado al «mundo», una palabra que se ha vuelto ambigua, que indica, unas veces, el lugar de la acción del Espíritu y de los signos de los tiempos y, otras, el lugar donde se desarrolla el eterno conflicto entre el maligno y Jesús. La Palabra de Jesús y su Espíritu nos ayudan a discernir los distintos rostros del mundo, a distinguir las llamadas del Espíritu de los sutiles engaños del maligno, los mensajes de Dios de la mentira del enemigo. Esto es tanto más seguro en la medida en que la Palabra y el Espíritu no son asumidos y casi gestados individualmente, sino acogidos dentro de la comunidad de los discípulos, que forman la santa comunión de la Iglesia.

Comentario del Santo Evangelio: Jn 17, 11b-19 ([17, 6.]) 14-19/17, 11b. 17-23), para nuestros Mayores. La oración Sacerdotal II.
Guarda en tu nombre a los que tú me diste. Jesús pide la protección del Padre para aquéllos que han creído o creerán en él. Pide para ellos no una seguridad física, no que sean librados del sufrimiento y la muerte, sino de todo aquello que pudiera obligarlos a renunciar a su fe y abandonar la nueva vida.

El nombre de Dios, expresión que se halla ya muy enraizada en el Antiguo Testamento, significa la manifestación de Dios o Dios mismo en cuanto se manifiesta: Dios hizo habitar su santo nombre en el templo de Jerusalén. La misma presencia de Jesús es sinónima del «poder del nombre de Dios»; Jesús mismo es el nombre de Dios en la tierra. Ahora pide para sus discípulos el poder de ese nombre, para que sean protegidos ante el peligro de defección en la fe.

El nombre de Dios indica su manifestación. Ahora bien, esta manifestación es la del amor. El nombre de Dios es amor. Y la protección se pide para que permanezcan unidos. Unidos en el amor muto. Porque el amor mutuo hace al hombre participar en el amor que el Padre tiene por el Hijo y el Hijo por el Padre. La unidad de la Iglesia, de los creyentes, se funda sobre la unidad de Dios. Más aún, debe ser manifestativa de dicha unidad.

Jesús afirma que, durante su ministerio terreno, él mismo protegió a los que el Padre le había dado y ninguno se había perdido, excepción hecha del hijo de la perdición. Se siente la necesidad de salir al paso de una dificultad que podría formularse así: la presencia de Jesús no pudo proteger a Judas. La respuesta consiste en afirmar que el caso de Judas era especial.

El hijo de la perdición era una frase tradicional para indicar a alguien que, según la mitología corriente sobre el futuro, era una especie de personificación del mal (2Tes 2, 3), y el caso y función especial de Judas habían sido predichos por la Escritura (13, 18). En el cuarto evangelio se acentúa que Judas había sido instrumento de Satanás. Judas es, en este caso, el anticristo,

Pero ahora yo vengo a ti. Se contraponen dos situaciones diversas. La del ministerio terreno de Jesús y la posterior a él. Esta segunda debe caracterizarse por el gozo para los discípulos, no por la tristeza. Pero esto sólo es posible en el caso de que los discípulos hayan entendido que Jesús es el agente de Dios en el mundo, el Revelador del Padre, quien ha comunicado su palabra de vida.

La exclusión del mundo en la petición de Jesús parecía demasiado fuerte. Se mitiga cuando se habla de la necesidad que los discípulos tienen de estar en el mundo. Los discípulos deben permanecer en el mundo para dar fruto a través de su testimonió a favor de Jesús. Pero vivir con el sentido de la trascendencia en un mundo cerrado en sí mismo, dominado por el mal, por el príncipe de este mundo, entraña un inevitable riesgo. Por eso Jesús insiste en su petición: que el Padre les libre del mal.

Santifícalos en la verdad. El verbo griego subyacente a nuestra traducción significa «consagrar». Santificar en la verdad es sinónimo, por tanto, de consagrarlos para que puedan cumplir su misión frente al mundo. Pero esto no pueden llevarlo a cabo a no ser teniendo como base la revelación que Jesús les ha comunicado. Por eso se pide la santificación en la verdad. La santificación de Jesús por los creyentes culmina en su muerte. Y el resultado de la santificación de Jesús, de su consagración por los hombres hasta la muerte, es la misión que los discípulos tienen que cumplir frente al mundo.

Comentario del Santo Evangelio: Jn 17,11b-19, de Joven para Joven. “Santifícalos en la verdad”.
Estar en el mundo. La oración de Jesús es una oración-mensaje: “No te pido que los saques del mundo, sino que los guardes del mal”. Juan da al vocablo mundo varias acepciones. Aquí lo emplea como sinónimo de realidad social. Jesús no sólo no pide que saque del mundo a sus discípulos, sino que le dice al Padre: “Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo” (Jn 17,21). Él no fue un exiliado de la sociedad. No se apuntó a los esenios. Estuvo en medio de la agitación del convivir humano, trabó amistad con los perdidos (Mt 9,12), “fue en todo semejante a nosotros (a los de su tiempo), menos en el pecado” (Hb 4,15).

Muchos grupos religiosos crean ghettos, también ciertos movimientos eclesiales. Preguntan los obispos vascos en una carta colectiva: “,Sabemos los creyentes vivir la fe encarnada en la vida diaria, en el trabajo y la fiesta, en el cuerpo y la sexualidad, en las relaciones y la convivencia, en la actividad intelectual o la creación artística, en el encuentro con la naturaleza? Una fe que no se encarne en la historia y que no estime los valores nuevos que hoy emergen en la humanidad, que no responda a las aspiraciones y necesidades más humanas, ¿podrá ser percibida como buena noticia? ¿Tendrá futuro? Os invitamos a que os preguntéis qué actitud se vive en nuestras comunidades cristianas de cara al mundo actual. ¿Resuenan en nuestras celebraciones las experiencias de los hombres de hoy? ¿Está nuestra fe impregnada de los sufrimientos y necesidades de la humanidad actual?”.

Jesús nos envía para ser sal, fermento y luz en medio del mundo. ¿Cómo vamos a serlo si nos situamos lejos de los que somos enviados? Hoy muchos cristianos prefieren trabajar a puerta cerrada en tareas intraeclesiales, porque en ellas el trabajo es más gratificante y hay menos confrontación. Pero el Reino necesita cristianos que luchen por mejorar la sociedad desde la fe. Por otra parte, hay que recordar que entre los cristianos hay pecado y entre los no-cristianos, gracia y testigos que nos interpelan.

Sin ser del mundo. Al afirmar Jesús que sus discípulos “no son del mundo” emplea el vocablo en sentido peyorativo. “Mundo” es sinónimo del mal con su presencia y eficacia, las estructuras de pecado, el orden injusto. Jesús no ora por el mundo así entendido por el que sólo puede pedirse que desaparezca. Lo que pide es que el Padre preserve a los “suyos” del mal del mundo.
Éste es el gran reto para el cristiano: “estar en el mundo”, encarnarse en él, sin dejarse contagiar por sus idolatrías. Es precisamente esta situación de contagiados de pecado lo que hace que muchos cristianos no sólo no sean luz, sal y fermento (Mt 5,13-16), sino que proyecten oscuridad y corrupción, hasta el punto de provocar el ateísmo, como señala el Concilio Vaticano II (GS 19).

Recientemente, en el Congreso Nacional de los Laicos, denunciaba enérgicamente monseñor E. Sebastián: “Los cristianos españoles no somos diferentes de los que no creen o no practican; la fe no determina de hecho nuestra vida”. El seguimiento cristiano consiste en hacer de Jesús el eje de nuestro vivir diario y en ponernos decididamente al servicio de lo que él llamaba Reino de Dios. Esto implica casi siempre caminar “contra corriente” en actitud de rebeldía y ruptura frente a costumbres, modas y usos que no concuerdan con el espíritu del Evangelio. Y exige no sólo no dejarse domesticar por una sociedad superficial y consumista, sino saber contradecir a los propios familiares y amigos cuando nos invitan a seguir caminos contrarios al Evangelio. Por eso, el seguir a Jesús implica también estar dispuesto a la conflictividad, a aceptar el riesgo de una vida crucificada como la suya, sabiendo que nos espera la resurrección.

Los cristianos, alma del mundo. La Didaché afirma: “Lo que es el alma en el cuerpo, esto es lo que han de ser los cristianos en el mundo”. Nos corresponde ser testigos con los hechos, el estilo de vida, la denuncia profética, la oferta de una nueva forma de vivir y de convivir. En una sociedad materialista nos corresponde proclamar bien alto que hay realidades más importantes que el dinero, el éxito y el placer. En una sociedad utilitarista hemos de proclamar que, por encima de lo rentable, están la filosofía, la poesía, el arte, la vivencia religiosa, la propia dignidad. En una sociedad en la que las personas viven estresadas para producir y consumir, los cristianos hemos de proclamar que es posible la paz y serenidad de espíritu, que es más importante “ser” que “tener”. En una sociedad en la que domina la superficialidad y la provisionalidad, los cristianos hemos de dar testimonio de seriedad, rigor, fidelidad y compromiso. En una sociedad en la que abundan los que sólo buscan salir del paso, los cristianos hemos de procurar el trabajo bien hecho, la alegría de ser útiles, el ser servidores más que el ser servidos. En una sociedad de gente triste, aburrida, de caras largas, los cristianos hemos de ser los testigos del entusiasmo y la alegría porque nos sentimos convidados al gran banquete del Reino.

Jesús testifica que su mensaje es de “alegría cumplida”, esa alegría que nace del fondo del alma. Para irradiarla, necesitamos la ayuda de un ambiente, de un grupo de apoyo, de un espacio verde en el que purificar nuestros pulmones, como se hace en el orden físico. He escuchado el testimonio de numerosos cristianos que confiesan que no podrían mantenerse en los criterios y comportamientos evangélicos si no fuera por su integración en un grupo cristiano. ¡Es tan diversa la forma de pensar y de actuar! Pero no nos dejemos asustar. Jesús sigue orando por nosotros como por sus primeros discípulos. Por nuestra parte, hemos de buscar apoyos: la formación, la oración y la ayuda de otros discípulos de Jesús. Hasta Pablo sentía esta necesidad: “Tengo deseos de veros y reconfortamos mutuamente en la fe” (Rm 1,12). No hay que olvidar que el cristiano es un creyente y seguidor de Jesús en la Iglesia (en comunidad) y para el mundo.

Elevación Espiritual para este día.

“No pertenecen al mundo, como tampoco pertenezco yo” (Jn 17,14). Esta separación de los discípulos respecto al mundo es llevada a cabo por la gracia que los ha regenerado, en cuanto que, por su generación natural, pertenecen al mundo, y por eso había dicho el Señor antes: «No pertenecéis al mundo, porque yo os elegí y os saqué de él» (Jn 15,19). La gracia les ha concedido no pertenecer más al mundo, del mismo modo que no forma parte de él el Señor, que los ha liberado. El Señor no perteneció nunca al mundo, porque, incluso en su forma de siervo, nació del Espíritu Santo, de ese Espíritu del que renacerán los discípulos. Estos, repito, no son ya del mundo, porque han renacido del Espíritu Santo.

Reflexión Espiritual para el día.
«Estar en el mundo sin ser del mundo.» Esta frase es una hermosa síntesis del modo en que habla Jesús de la vida espiritual. Es una vida en virtud de la cual el Espíritu de amor nos transforma por completo. Sin embargo, es una vida en la que todo parece cambiado. La vida espiritual puede ser vivida de tantos modos como personas hay. La novedad consiste en haberse desplazado desde la multitud de las cosas al Reino de Dios. Consiste en haber sido liberados de las constricciones del mundo y en haber encaminado nuestros corazones hacia lo único necesario.

La novedad consiste en el hecho de que no vivamos ya los muchos negocios, nuestra relación con la gente y los acontecimientos como causas de preocupaciones sin fin, sino que empecemos a considerarlos como la rica variedad de los modos a través de los cuales se hace presente Dios en medio de nosotros. Nuestros conflictos y dolores, los deberes y las promesas, nuestras familias y nuestros

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Hechos 20, 28-38. Para conducir la Iglesia de Dios.
Continuamos hoy con el discurso de despedida a los «Ancianos» de Éfeso.
Recordemos que el término «ancianos» traduce la palabra griega «presbytres» que en francés ha dado «prêtes» —y en castellano “presbíteros”— Más allá de las cuestiones teóricas sobre esta cuestión del origen del sacerdocio, constatábamos que Pablo da sus últimas consignas a los jefes de la comunidad.

Tened cuidado de vosotros... y de toda la grey.

Los sacerdotes están al servicio de la comunidad. Pero han de cuidar también su propio estilo de vida que implica una responsabilidad, un testimonio o un contra-testimonio.
Te ruego, Señor, por los que Tú has elegido para esta labor y este género de vida.

1. Grey, para la cual el Espíritu Santo os ha puesto como vigilantes y guardianes.

El ministerio pastoral no es algo que solamente proceda de la comunidad ni es una delegación de poder por parte del grupo. Es un papel, una tarea confiada por Dios, recibida de Dios. ¡No es un cargo que uno mismo toma, ni que recibe de los hombres., sino que se recibe del Espíritu!
Responsabilidad misteriosa. Plegaria por aquellos que la han recibido.

2. Para conducir la Iglesia de Dios...

Dios, aquí, es el Padre. Toda la Trinidad es evocada, para definir el ministerio. La «comunidad» cuyos presbíteros son responsables es, en la tierra, el reflejo de otra «comunidad». Las tres Divinas Personas, a la vez distintas e íntimamente unidas, son el modelo de la Iglesia.
Toda familia que se quiere cristiana, toda agrupación de hombres que se llaman cristianos, toda comunidad, todo equipo de sacerdotes, de laicos, de religiosas..., ha de contemplar a menudo su modelo: la Trinidad... tres que no son más que uno.

3. Que El se adquirió con la sangre de su Hijo.

Aquí está la evocación de la segunda persona de la Trinidad. Vemos que Pablo no las ha puesto según el orden clásico: primero el Padre, luego el Hijo, después el Espíritu. La prolongada reflexión de los teólogos, el peso de los libros que estudian racionalmente la Trinidad a través de la historia, no cuentan aún en el surgir de la Fe que encontramos aquí.
Sí, esta frase trinitaria, que define el «ministerio» de los Ancianos —Presbíteros— es también una definición de la Iglesia. El Concilio la recoge cuando afirma: «La Iglesia se manifiesta como un pueblo reunido por la Unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».
Me detengo a contemplar ese Misterio de amor que une a las tres personas divinas. Trato de aplicarlo a la Iglesia de hoy. Los sacerdotes tienen la responsabilidad de hacer esto y también yo, allá donde me encuentre tengo que realizar esto: una «comunión» un grupo humano unido ¡que sea, en la tierra, «reflejo de Dios»! ¡Qué lejos estamos de ello, Señor! Perdón por deformar tanto tu Imagen.

Vigilad, pues se introducirán entre vosotros lobos crueles...

Ser «pastor» de un rebaño es batirse contra «lobos»: un combate contra fuerzas enemigas. La Iglesia está compuesta de pecadores. Constantemente está corriendo el riesgo, desde el interior -entre vosotros»— de ser descompuesta, de no poder establecer con ella una comunión.

«Es más feliz el que da que el que recibe» ha dicho el Señor Jesús.

Esta es una frase de Jesús, citada por Pablo, que no se encuentra en los evangelios. Es la última palabra de Pablo a los Ancianos, al despedirse de ellos y decirles «adiós». 
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