Liturgia diaria, reflexiones, cuentos, historias, y mucho más.......

Diferentes temas que nos ayudan a ser mejores cada día

Sintoniza en directo

Visita tambien...

martes, 25 de mayo de 2010

Lecturas del día 25-05-2010. Ciclo C.

25 de Mayo de 2010 MES DEDICADO A LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA. .MARTES DE LA VIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, Feria o SAN BEDA EL VENERABLE, presbítero y doctor, Memoria libre o SANTA MARÍA MAGDALENA DE PAZZI, virgen, Memoria libre.  ( Ciclo C). 4ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAl. SS. Magdalena Sofía vg, Vicenta María López Vicuña vg.
LITURGIA DE LA PALABRA.

1Pe 1,10-16: Predecían la gracia destinada a ustedes
Salmo 97: El Señor da a conocer su victoria.
Mc 10,28-31: Muchos últimos serán los primeros

Pedro en el Evangelio se sitúa entre los que han dejado todo para seguir a Jesús. No era rico sino un esforzado pescador pero su gesto fue muy valioso. Jesús dice entonces que quienes dejaron familia y bienes por El y por la Buena Noticia recibirán el ciento por uno. Quien deja todo para ser discípulo misionero de Jesús sufrirá también persecuciones en el seguimiento pero encontrará en la comunidad cristiana lo necesario para vivir en bienes materiales y afectivos. “En la generosidad de los misioneros se manifiesta la generosidad de Dios, en la gratuidad de los apóstoles aparece la gratuidad del Evangelio” (Documento de Aparecida 31).

Finalmente la Palabra nos enseña que aquellos que creen tener todo no alcanzan la vida y son los últimos, mientras que los que creen en Jesús y lo siguen compartiendo lo que son y lo que tienen encuentran todo en la comunidad cristiana y son los primeros.

PRIMERA LECTURA.
1Pedro 1,10-16
Predecían la gracia destinada a vosotros; por eso, controlaos bien, estando a la expectativa
Queridos hermanos: La salvación fue el tema que investigaron y escrutaron los profetas, los que predecían la gracia destinada a vosotros. El Espíritu de Cristo, que estaba en ellos, les declaraba por anticipado los sufrimientos de Cristo y la gloria que seguiría; ellos indagaron para cuándo y para qué circunstancia lo indicaba el Espíritu. Se les reveló que aquello de que trataban no era para su tiempo, sino para el vuestro. Y ahora se os anuncia por medio de predicadores que os han traído el Evangelio con la fuerza del Espíritu enviado del cielo. Son cosas que los ángeles ansían penetrar.

Por eso, estad interiormente preparados para la acción, controlándoos bien, a la expectativa del don que os va a traer la revelación de Jesucristo. Como hijos obedientes, no os amoldéis más a los deseos que teníais antes, en los días de vuestra ignorancia. El que os llamó es santo; como él, sed también vosotros santos en toda vuestra conducta, porque dice la Escritura: "Seréis santos, porque yo soy santo."

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 97
R/.El Señor da a conocer su victoria.
Cantad al Señor un cántico nuevo, / porque ha hecho maravillas: / su diestra le ha dado la victoria, / su santo brazo. R.

El Señor da a conocer su victoria, / revela a las naciones su justicia: / se acordó de su misericordia y su fidelidad / en favor de la casa de Israel. R.

Los confines de la tierra han contemplado / la victoria de nuestro Dios. / Aclamad al Señor, tierra entera; / gritad, vitoread, tocad. R.

SANTO EVANGELIO
Marcos 10,28-31
Recibiréis en este tiempo cien veces más, con persecuciones, y en la edad futura, vida eterna
En aquel tiempo, Pedro se puso a decir a Jesús: "Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido." Jesús dijo: "Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más -casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones-, y en la edad futura, vida eterna. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros."

Palabra del Señor.

Comentario de La Primera lectura: 1 Pedro 1,10-16
El Espíritu es el origen único del anuncio que proclama la salvación que nos ha sido entregada en la resurrección de Jesucristo. Actuaba ya en los profetas: les impulsaba a conocer y profetizar el misterio de Cristo, los sufrimientos que debía padecer y la gloria que de ellos se seguiría. Ahora, enviado desde el cielo después de la resurrección, obra en aquellos que predican el Evangelio, en todos los que anuncian que Cristo actúa en la historia para conducir a su pleno cumplimiento, entre la persecución y la confianza, la obra de regeneración de la humanidad llevada a cabo en la resurrección.

Este anuncio encierra tal belleza que constituye la alegría y la admiración de las criaturas angélicas y tiene el poder innato de hacer que los fieles vivan en un clima pascual, «ceñido el espinazo de nuestra propia mente», y vigilen de tal modo que centren toda su esperanza en la gracia que será entregada en la revelación de Jesús, cuando él se manifieste en la gloria. Como ya han pasado de la ignorancia al conocimiento de Dios (cf. Sal 78,6; Jr 10,25; 1 Tes 4,5), ya no pueden amoldarse a deseos vanos, sino que, como hijos obedientes al Padre, que los ha regenerado en Jesús, deben comportarse como él, santos en su conducta. La posibilidad de vivir como el Padre se basa en la participación en su misma vida a través de Cristo y brota de la participación en la vida divina.

Comentario del Salmo 97 

Las expresiones «el Señor rey» (6b) y «viene para gobernar la tierra. Gobernará el mundo...» (9) caracterizan este texto como un salmo de la realeza del Señor.

Tiene dos partes (1b-3 y 4-9), en cada una de las cuales podernos hacer dos divisiones: la primera presenta una invitación y la segunda, introducida por la conjunción «porque...», la exposición de los motivos de estas invitaciones. La primera invitación, ciertamente dirigida al pueblo de Dios, es: «Cantad al Señor un cántico nuevo» (1b). ¿Por qué hay que cantar y por qué ha de ser nuevo el cántico? Los motivos comienzan con el primero de los «porque...». Se enumeran cinco razones: porque el Señor ha hecho maravillas, porque ha obtenido la victoria con su diestra y con su santo brazo (1b), porque ha dado a conocer su victoria, ha revelado a las naciones su justicia (2) y se ha acordado de su amor fiel para con su pueblo (3). El término «victoria» aparece en tres ocasiones; se trata de la victoria del Señor sobre las naciones, en favor de Israel.

Si la primera invitación es muy breve, la segunda, en cambio, es más bien larga (4-9a) y se dirige a toda la creación: a la tierra (4), al pueblo congregado para celebrar (5-6), al mar, al mundo y sus habitantes (7), a los ríos y a los montes (8). Se invita al pueblo a celebrar acompañándose de instrumentos: el arpa, la trompeta y la corneta (5-6). A todo esto vienen a sumarse el estruendo del mar, el aplauso de los ríos y los gritos de alegría de los montes. Cada elemento de la creación da gracias y alaba a su manera. ¿Por qué? La razón es una sola: porque el Señor «viene para gobernar la tierra. Gobernará el mundo con justicia y los pueblos con rectitud» (9b). Si antes se decía que el Señor es rey (6b), ahora se celebra de manera festiva el comienzo de su gobierno sobre la tierra, el mundo y las naciones (tres elementos). Su gobierno está caracterizado por la justicia y la rectitud.

Se observa una evolución de la primera parte a la segunda o bien, si se quiere, podemos decir que la segunda es consecuencia de la primera. De hecho, la victoria del Señor sobre las naciones a causa de su amor y fidelidad para con Israel tiene como consecuencia su gobierno sobre todo el universo (la tierra, el mundo y las naciones). El reino de Dios va implantándose por medio de la justicia y la rectitud.

Este himno celebra la superación de un conflicto entre el Señor e Israel, por un lado, y las naciones, por el otro. El amor de Dios por su pueblo y la fidelidad que le profesa le han llevado a hacerle justicia, derrotando a las naciones (2-3a), de manera que se ha conocido esta victoria hasta los confines de la tierra (3b). El salmo clasifica este hecho entre las «maravillas» del Señor (1b). ¿De qué se trata? El término «maravilla» es muy importante en todo el Antiguo Testamento, hasta el punto de convertirse en algo característico y exclusivo de Dios, Sólo él hace maravillas, que consisten nada más y nada menos que en sus grandes gestos de liberación en favor de Israel. Por eso Israel (y, en este salmo, toda la creación) puede cantar un cántico nuevo, La novedad reside en el hecho extraordinario que ha llevado a cabo la diestra victoriosa de Dios, su santo brazo (1b). La liberación de Egipto fue una de esas maravillas. Pero nuestro salmo no se está refiriendo a esta gesta. Se trata, probablemente, de un himno que celebra la segunda gran liberación de Israel, a saber, el regreso de Babilonia tras el exilio. El Señor venció a las naciones, acordándose de su amor y su fidelidad en favor de la casa de Israel (3a).

La «maravilla», sin embargo, no se limita a la vuelta de los exiliados a Judá. También se trata de una victoria del Señor sobre las naciones y sus ídolos, convirtiéndose en el único Dios capaz de gobernar el mundo con justicia y los pueblos con rectitud. La salida de Babilonia tras el exilio llevó a los judíos a este convencimiento: sólo existe un Dios, y sólo él está comprometido con la justicia y la rectitud para todos. De este modo, se justifica su victoria sobre las naciones (2), hecho que le confiere un título único, el título de Rey universal: sólo él es capaz de gobernar con justicia y con rectitud. Por tanto, merece este título y también el reconocimiento de todas las cosas creadas y de todos los pueblos. El no los domina ni los oprime. Por el contrario, los gobierna con justicia y con rectitud.

El rostro con que aparece Dios en este salmo es muy parecido al rostro de Dios que nos presentan los salmos 96 y 97. Principalmente, destacan siete acciones del Señor: ha hecho maravillas, su diestra y su santo brazo le han dado la victoria, ha dado a conocer su victoria, ha revelado su justicia, se acordó de su amor y su fidelidad, viene para gobernar y gobernará. Las cinco primeras nos hablan de acciones del pasado, la sexta anuncia una acción presente y la última señala hacia el futuro. La primera de estas acciones («ha hecho maravillas») es la puerta de entrada: estamos ante el Señor, Dios liberador, el mismo que liberó en los tiempos pasados (cf. el éxodo). La expresión «amor y fidelidad» (3a) recuerda que este Dios es aquel con el que Israel ha sellado la Alianza. Pero también es el aliado de todos los pueblos y de todo el universo en lo que respecta a la justicia y la rectitud. Es un Dios ligado a la historia y comprometido con la justicia. Su gobierno hará que se instaure el Reino.

En el Nuevo Testamento, Jesús se presenta anunciando la proximidad del Reino (Mc 1,15; Mt 4,17). Para Mateo, el Reino se irá construyendo en la medida en que se implante una nueva justicia, superior a la de los fariseos y los doctores de la Ley (Mt 1,15; 5,20; 6,33).

A los cuatro evangelios les gusta presentar a Jesús como Mesías, el Ungido del Padre para la implantación del Reino, que dará lugar a una nueva sociedad y una nueva historia. No obstante, conviene recordar que Jesús decepcionó a todos en cuanto a las expectativas que se tenía acerca de este Reino. La justicia y la rectitud fueron sus principales características. Según los evangelistas, el trono del Rey Jesús es la cruz. Y en su resurrección, Dios manifestó su justicia a las naciones, haciendo maravillas, de modo que los confines de la tierra pudieran celebrar la victoria de nuestro Dios. (Véase, también, lo que se ha dicho a propósito de los salmos 96 y 97).

Conviene rezar este salmo cuando queremos celebrar la justicia del Señor y las victorias del pueblo de Dios en su lucha por la justicia; cuando queremos que toda la creación sea expresión de alabanza a Dios por sus maravillas; cuando queremos reflexionar sobre el reino de Dios, sobre la fraternidad universal y sobre la conciencia y condición de ciudadanos, cuya puerta de entrada se llama «justicia»; también cuando celebramos la resurrección de Jesús.

Comentario del Santo Evangelio: Marcos 10,28-31 
Pedro, que se hace eco del asombro de los discípulos ante las reflexiones del Maestro sobre la dificultad del camino hacia el Reino, quiere saber qué va a ser de los que ya están siguiendo al Nazareno. Jesús, respondiendo a la pregunta de Pedro, confirma que Dios no se deja vencer en generosidad. No sólo acoge en su bienaventuranza eterna a los que perseveran por el camino de Cristo, sino que ahora ya, en este tiempo, los admite a gozar de la riqueza de sus dones y de su protección, aunque sean perseguidos.

Marcos, que presenta con más detalle que los otros dos sinópticos los bienes de los que gozan los discípulos en este tiempo, concluye con la máxima sobre los primeros y los últimos en el Reino. Mateo la presenta dos veces (19,30; 20,26) y Lucas la sitúa en otra parte (13,30). En este contexto podemos entenderla como una invitación a la vigilancia contra las falsas seguridades que pueden insinuarse en una vida en la que, pese a las dificultades y los contrastes, nuestra condición existencial general puede distraernos de la conversión permanente.

Pedro atestigua que la vida de las comunidades que marchan por los caminos del Señor, aquella que preanunciaron los profetas y en la que los predicadores del Evangelio nos piden que perseveremos, está entremezclada de alegría y dolor, es camino de purificación y de confianza. Jesús mismo promete a quienes le sigan no sólo la vida eterna en el futuro, sino ya ahora cien veces más que todo lo que hayan dejado, junto con persecuciones. Algunas personas se alejan del camino del Señor para gozar de los bienes terrenos. Los que van por este camino experimentan que gozan de esos bienes en abundancia, y no porque los busquen, sino porque les son dados.

La vida en el Reino no está exenta de consuelos dignos de la condición humana.
Vivir con Jesús, que vive en su Iglesia, es compartir su condición de «piedra angular», preciosa para el Padre, aunque rechazada por la humanidad (cf. 1 Pe 2,6ss); es también beber su cáliz, recibir su bautismo.

Sólo tenemos dos manos. Alguien advertía que sobre una había un cero y sobre la otra un uno. Si ponemos el cero detrás del uno, tenemos diez; si lo hacemos al revés, empobrecemos la misma unidad.

Comentario del Santo Evangelio: Mc 10,17-31), para nuestros Mayores. La verdadera riqueza.
Este fragmento, compuesto a base de materiales heterogéneos (un relato de vocación, una advertencia y una respuesta a una pregunta implícita de Pedro), se pone en marcha con un comienzo electrizante: alguien viene corriendo al encuentro de Jesús. Se produce una gran expectativa; además de la carrera, el hecho de ponerse de rodillas manifiesta estima hacia el maestro de Nazaret.

Tras el gesto, llega la palabra solemne: «Maestro bueno...». La denominación, solemne e insólita, parece ser rechazada por Jesús (v. 18). Lo que Jesús hace, en realidad, es ayudar a comprender dónde está la verdadera y única fuente de la bondad, a la que todos deben llegar: el Padre. La liturgia lo recuerda siempre: «Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad» (plegaria eucarística II). Quien busque la vida eterna debe orientarse hacia el Dios, que ha expresado su voluntad de santidad en el Decálogo. Por otra parte, Jesús, al recordarlo, cita la quintaesencia de la alianza del Sinaí y se pone en la línea de la mejor tradición bíblica (v. 19).

La respuesta complace al que hizo la pregunta, pero no propone nada nuevo (v. 20); por otra parte, denota que éste siente la necesidad de algo que vaya más allá; le corresponde el mérito de haber intuido que Jesús puede indicarle ese algo. El salto cualitativo se produce en las actitudes y en los sentimientos antes que en las palabras. Y aquí es sólo Marcos quien nos regala el detalle estupendo de la mirada y de los sentimientos de Jesús: «Jesús lo miró fijamente con cariño» (v. 21). Es un detalle de conmovedora ternura. La fuerza de aquella mirada y la carga de aquel amor impulsan a acoger lo novum que el hombre había percibido vagamente en Jesús y que ahora le oye proponerle. Todo gira en torno a dos polos que sopesan la respuesta: «vete, vende todo lo que tienes» y «luego, ven y sígueme» (v. 21). Jesús retorna la palabra de su interlocutor, que quería algo más. La respuesta es el mismo Jesús: él es quien marca la diferencia respecto a la respuesta tradicional, válida pero insuficiente.

Aquel hombre tenía miedo de lo desconocido y prefiere el anclaje en el presente; pierde su entusiasmo inicial y se apaga en una tristeza que le apena y le aleja (v. 22). De la carrera inicial al alejamiento final: en esto consiste la miserable vivencia del que se enriquece ante los hombres y no ante Dios.

El peligro de la riqueza sigue existiendo, en efecto, para todos. Nos lo recuerda la segunda parte del fragmento (vv. 23-27). Todo lo que acaba de suceder se convierte en ocasión para una advertencia saludable a toda la comunidad eclesial. Y aunque las palabras de Jesús habían dejado helado al auditorio y postrado en la consternación a los discípulos, el Maestro, casi despreocupado del shock que había provocado, aumenta la dosis (v. 24). Siguiendo el estilo oriental, la idea se apoya con una comparación: «Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios» (v. 25). Se trata de una hipérbole, es decir, de una exageración querida, destinada a hacer comprender el mensaje. Ante una dificultad real y considerable, la solución la da el mismo Señor: «para Dios todo es posible». La frase, tomada de Gn 18,14 (Sara y Abrahán), recuerda el poder de Dios.

Si bien aquel hombre fracasó, los discípulos lo han dejado todo para seguir al Maestro. La pregunta implícita es qué les va a tocar a ellos. Nos encontramos en la tercera parte del fragmento (vv. 28-3 1). Como en otras ocasiones, es Pedro quien toma la palabra. No plantea una verdadera pregunta, pero su consideración equivale a una interrogación dirigida a Jesús. Este le anuncia una recompensa que se reparte entre el hoy del tiempo («en el tiempo presente») y el mañana de la eternidad («en el mundo futuro»).

A los que lo han dejado todo —un «todo» explicitado mediante siete realidades que abarcan el mundo del bienestar, de los afectos y de la profesión (casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos y tierras) — se les promete el céntuplo. La operación no es simplemente matemática, ni rigurosamente bancaria. Si bien el seguimiento ha requerido rupturas con el propio programa de vida (propiedad, familia, profesión), también es verdad que no ha creado inadaptados o personas sin puntos de referencia. Podemos leer aquí una alusión a la vida eclesial de la primera comunidad, donde existía un fuerte sentimiento de pertenencia y sus miembros se llamaban «hermanos» entre ellos. El mismo «aunque junto con persecuciones» (v. 30) recuerda que, en esta dimensión del presente, no se puede alejar la sombra de la cruz. Se goza, se obtiene, pero de una manera condicionada.

El v. 31 es una sentencia con carácter sapiencial que prevé el vuelco de la situación. Es una llamada a no considerarse nunca de los llegados y a vigilar para que el seguimiento sea siempre un compromiso de vida.

Para estar con Jesús es preciso desprenderse de todo lastre e impedimentos varios. Jesús se lo hace comprender al rico y nos lo repite a nosotros. El seguimiento exige una libertad interior que no existe mientras el dinero esté presente en nuestra vida como señor. El dinero es más que señor, es un tirano, porque nos abraza hasta tal punto que bloquea opciones decididas y decisivas para una nueva orientación de vida. Por eso, Jesús —que conoce la fuerza fascinante del dinero— dirige palabras tan duras contra la riqueza, convertida, como en el caso presente, en un impedimento para realizar la vida en plenitud. Si somos ricos, en el sentido de estar apegados al dinero y ser esclavos del mismo, encontraremos grandes dificultades para acceder a Dios por estar atados a las cosas, embrujados por ellas. El hecho de poder comprar todo lo que queremos nos da un sentimiento de casi omnipotencia. Con todo, hay riquezas y riquezas. Por un lado, está la que sobrecarga la vida y nos impide los impulsos de altruismo o la disponibilidad para el seguimiento. Por otro, está la riqueza que merece la concentración de nuestros esfuerzos, como la sabiduría, que es don de Dios, o la búsqueda de su Palabra, que nos ilumina y orienta.

El dinero no ha de ser ni divinizado ni exorcizado; no posee en sí mismo un valor ético que lo haga bueno o malo, pues todo esto en el uso que de él se haga. Puede convertirse en fuente de preciosa ayuda a los necesitados, como sugirió Jesús al rico, y también puede —y este caso ocurre tristemente a menudo— transformarse en un peligro real, cuando no incluso en un arma mortal (cf. Ecl 5,9-11; 1 Tim 6,9s). Aquí reside su ambigüedad. La Palabra de Dios pretende, si no precisamente inmunizamos, sí al menos vacunarnos contra el hechizo fascinante del dinero, reconduciéndolo a su rango de medio y no de fin. El episodio del rico y la correspondiente enseñanza de Jesús nos ofrecen unas reglas ciaras para jerarquizar los valores, hacer desaparecer insidias y orientar la vida cristiana según los dictámenes del Evangelio.

Debemos concentrar nuestros esfuerzos en alcanzar la auténtica riqueza, la que nos ayuda a crecer a nosotros y a los otros, la que no está sometida a la corrosión de la inflación, la que comienza en el tiempo y se consuma en la eternidad. La verdadera riqueza se concreta en la recompensa que es «la vida eterna», la visio Dei, comunión plena y definitiva con la Trinidad. Seguir a Cristo significa entrar, con él, en él y por él, en el misterio trinitario. Esto es el verdadero céntuplo. El interés bancario produce verdaderamente poco.

Afortunadamente, la historia de los discípulos nos enseña que también se puede elegir el camino adecuado...

Comentario del Santo Evangelio: Mc 10,28-31, de Joven para Joven. Premio al seguimiento de Cristo.
Contexto literario y eclesial. Pedro está al quite. Al escuchar a Jesús los avisos a los ricos y al ver la negativa del joven rico a seguirle, le recuerda a Jesús: Señor, “ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”. Jesús responde a esta renuncia con una grávida promesa válida para todo el que le siga: “Recibirá ahora cien veces más de lo que ha dejado y en el futuro, la vida eterna, pero también persecuciones”. En realidad Pedro y sus compañeros, a excepción quizás de Mateo, no había dejado mucho que digamos en cuanto a bienes: una barca, unos aparejos, su oficio... pero habían dejado “todo” lo que tenían y con amor.

Los evangelistas escriben sus evangelios como respuesta a la problemática viva de sus comunidades. Muchos de los miembros integrados y otros que están en proceso de integración se ven ante la disyuntiva de elegir entre la opción por Cristo y la ruptura con su familia, porque “los cristianos son una secta repudiable”. Muchos, al abrazar la fe en Jesús y ser excomulgados por la sinagoga o ser tachados de enemigos del Imperio por rechazar el culto a los dioses, habían tenido que verificar dolorosas rupturas familiares y abandonar sus bienes terrenos. Pero esto no les había dejado en el desamparo, sino que, al convertirse, habían encontrado un verdadero hogar, una nueva familia, en la que los ancianos eran como padres, las ancianas como madres y las personas más jóvenes como hermanos (1 Tm 5,1-2).

El repudio que experimenta el que se convierte al cristianismo es aún una realidad en nuestros días entre los judíos más conservadores. He sido testigo de situaciones dramáticas de hijos que han sido expulsados de sus hogares por haberse ennoviado con una cristiana o cristiano. Pero encontraron un nuevo hogar en la familia del novio/a y en los miembros de la comunidad cristiana a la que pertenecen, con lo que los “padres” y “hermanos” se les multiplicaron hasta el ciento por uno.

El “ciento por uno” de la fraternidad. En estas circunstancias los cristianos empezaron a llamarse “hermanos”, un vocablo evocador. Con este trasfondo el evangelista recuerda la promesa de Jesús, que es ya una realidad en las comunidades apostólicas. El discípulo que se ha empobrecido y se ha visto aislado por seguir a Jesús vuelve a encontrar comunidades de hermanos (cf. Mc 3,34-35) y casas acogedoras más numerosas que las de su propia familia, incluso en medio de la persecución. En otros términos, Jesús promete a sus discípulos una vida de fraternidad que valdrá cien veces más que la que han conocido hasta entonces. Y no sólo resultaba verdad lo de las cien madres, padres y hermanos, sino también lo de campos y casas. En la comunidad de Jerusalén las casas y lo que cada uno tenía estaba a disposición de todos. “Estás en tu casa”, decían, y no por mero formulismo como entre nosotros. Y abrían las puertas al hermano que había sido expulsado de su casa o se le había hecho la vida imposible por convertirse al “Crucificado”, “enemigo de Israel”.

También hoy se cumple esta promesa en muchos grupos y comunidades cristianas. He escuchado a muchas personas y matrimonios de nuestras comunidades, con familiares, que, sin embargo, dicen a los compañeros: “Vosotros sois mi verdadera familia, con quienes comparto lo más profundo; sé que puedo contar con vosotros en todo momento”. Sé de muchos cristianos que tienen más confianza y están más vinculados entre sí que con sus propias familias carnales. Los cristianos hemos tendido siempre a entender exclusivamente las promesas del Señor para después de la vida terrena.

Este mundo, se dice, es un “valle de lágrimas”, especialmente para los cristianos, porque hemos de renunciar a muchas satisfacciones si queremos alcanzar la recompensa en la otra vida. No es verdad. El cristiano ha de tener la esperanza de esta felicidad terrena como aperitivo de la eterna. El comprometido, que se da generosamente y no descubre en el fondo de su desprendimiento la felicidad y libertad del amor dado y recibido, no goza de las arras seguras de la vida eterna. El cielo no es una compensación al fracaso en la tierra. La “vida eterna” y la felicidad definitiva han de pasar por el goce del “ciento por uno” en esta vida.

Marcos comprende que esta retribución terrenal puede ser interpretada demasiado materialmente; por eso la matiza con el anuncio de persecuciones. Seguir a Jesús implica la vivencia de su misterio pascual, que conduce a la vida, pero por la muerte a sí mismo, por la incomprensión que envolvió a Jesús. La misma vida de comunidad, como toda convivencia, entraña sufrimientos y conflictos, pero son siempre soportables y, por otra parte, no destruyen nunca del todo la alegría íntima del cristiano.

Para que la promesa de Jesús sea una realidad es preciso que nos comprometamos a vivir su proyecto con fidelidad. No podremos tener cien padres, cien hermanos, cien casas, cien hijos, ni la alegría de la fraternidad, si no somos una comunidad como Dios manda y no compartimos con generosidad, si no ponemos nuestras cosas y casas a disposición de los demás. No podremos tener cien hermanos si no nos decidimos a vivir fraternalmente, como hicieron los miembros de la comunidad de Jerusalén. Jesús señala que las renuncias han de ser “por mí y por el Evangelio”; de lo contrario, “no sirve de nada” (1 Co 13,1ss). Jesús pide renuncias serias, pero sus promesas las superan con mucho. Una mujer joven, casada, afirmaba: “Me contentaría con que el cielo fuera como muchas experiencias que he vivido en comunidad”.

Elevación Espiritual para este día.
¿Quién es el hombre que, al oír los distintos nombres del Espíritu, no se levanta con ánimo y no eleva su pensamiento a la naturaleza suprema de Dios? Se le llama, en efecto, Espíritu de Dios y Espíritu de la verdad, que procede del Padre: Espíritu fuerte, Espíritu recto, Espíritu Santo es su denominación adecuada y propia. A él se dirigen todas las cosas que tienen necesidad de ser santificadas, y lo desean todas las cosas que viven según la virtud, que, por su soplo, quedan restauradas y reciben ayuda para la consecución de su fin propio y particular.

Por él se elevan los corazones a lo alto, coge a los débiles de la mano y los aventajados alcanzan la perfección. El, brillando en los que han quedado purificados de toda suciedad, los hace espirituales a través de la comunión que tienen con él.

Y así como los cuerpos muy transparentes y nítidos, al entrar en contacto con un rayo, se vuelven ellos también muy luminosos y emanan por sí mismos un nuevo resplandor, así también las almas que tienen el Espíritu y son iluminadas por él se vuelven asimismo espirituales y reflejan la gracia sobre los demás.

De ahí procede el conocimiento anticipado de las cosas futuras, el ahondamiento en los misterios, la perfección de las cosas ocultas, la distribución de los dones, la familiaridad con las cosas del cielo, el alborozo con los ángeles; de ahí procede la alegría eterna, de ahí la perseverancia en Dios, de ahí la semejanza con Dios y de ahí también —y esto es lo más sublime que podemos desear— la posibilidad de que tú mismo llegues a ser dios.

Reflexión Espiritual para el día.
No sé quién —o qué cosa— planteó la pregunta. No sé cuándo fue planteada. No recuerdo qué respondí. Pero una vez respondí que sí a alguien o a algo. A ese momento se remonta en mí la certeza de que la vida tiene un sentido y de que, por consiguiente, la mía, en sumisión, tiene un fin. Desde ese momento supe qué es «no volverse atrás», «no preocuparse por el mañana».

Guiado en el laberinto de la vida por el hilo de Ariadna de la respuesta, hubo un tiempo y un lugar en el que supe que la vida lleva a un triunfo que es ruina y a una ruina que es triunfo, supe que el precio de apostar la vida es el vituperio y que la posible elevación del hombre es el colmo de la humillación. Más tarde, la palabra coraje perdió su sentido para mí, puesto que no podían quitarme nada.

Más adelantado en el camino, aprendí paso a paso, palabra a palabra, que detrás de cada dicho del héroe de los evangelios hay un ser humano y la experiencia de un hombre. Incluso detrás de la oración en la que pidió que se apartara de él aquel cáliz y detrás de la promesa de vaciarlo. Incluso detrás de cada palabra que dilo en la cruz.

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 1P, 10-16 (1, 8-12). Certeza de la salud.
La seguridad de la salud, de la salvación plena, de la vida inextinguible, ha sido ya expuesta y suficientemente garantizada en la sección anterior (ver el comentario a 1, 3-9). En esta nueva sección siguen ofreciéndose nuevas garantías de la misma.

Los profetas del Antiguo Testamento habían anunciado la existencia, el valor y la grandeza de esta salud. Las afirmaciones proféticas (Dn 9, 2Oss) que miraban hacia el futuro se han hecho ya realidad en el acontecimiento y experiencia cristianos. Llama la atención la forma como Pedro se expresa: el Espíritu de Cristo estaba en los profetas, obra en ellos y les proporcionaba el conocimiento y las noticias que anunciaban que se cumplirían en el futuro. Esta extraña forma de expresarse (ver 1Cor 10, 4) habla elocuentemente de la convicción profunda de la fe según la cual toda la revelación, toda la manifestación y comunicación de Dios constituyen una unidad. Cristo no es una novedad absolutamente nueva y radical frente a todo lo ocurrido antes de su aparición, frente a todas las manifestaciones anteriores de Dios. El mismo Espíritu que hablaba en Cristo habló también a través de los profetas del Antiguo Testamento. La revelación divina es un organismo vivo en el que coincide el Antiguo y el Nuevo Testamento. Los primeros cristianos fueron plenamente conscientes de esta realidad y, por ello, para descubrir el alcance y toda la dimensión del hecho de Jesús investigaron las Escrituras y encontraron en ellas la clave del misterio cristiano. Los predicadores cristianos, los evangelistas en particular, lograron descubrir esta clave que ofrecen a los lectores del evangelio para introducirlos en el misterio de Jesús. Incluso los ángeles, que, según la tradición, tenían acceso a los secretos más íntimos de Dios, no lograron comprender la clave de la historia —de la historia en particular— que ahora es posesión clara de los cristianos.

Por eso, la expresión introduce una especie de conclusión práctica para la vida (ver Rom 12, 1). Las obligaciones y exigencias de la vida cristiana surgen de la posesión de esa esperanza viva de la que Pedro ha estado hablando. Las características de la vida cristiana en esta pequeña sección son la obediencia (y. 14) y la santidad, (vv. 15-16).

El cristiano ha sido llamado a participar en la vida de Dios. Este hecho impone la exigencia de encauzar toda la vida a la luz de esta esperanza. Se trata, por tanto, de verdaderas exigencias que nacen de la fe y de la esperanza. Quien no quiera falsear la esperanza cristiana, debe hacer que su vida o conducta no contradigan dicha esperanza. No. debe dejarse «atrapar» por el devenir constante de los acontecimientos y realidades en medio de las cuales se mueve en la vida de cada día. Tampoco debe actuar desencarnándose de la vida en un angelismo in 1964 
Copyright © Reflexiones Católicas.

No hay comentarios: