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miércoles, 26 de mayo de 2010

Lecturas del día 26-05-2010. Ciclo C.

26 de Mayo de 2010. MES DEDICADO A LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA. MIÉRCOLES. OCTAVA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. (Ciclo C). 4ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SAN FELIPE DE NERI, presbítero, Memoria obligatoria. SS Mariana de Jesús Paredes vg, Pedro  Martir Sans ob mr, Felicísima mr.

LITURGIA DE LA PALABRA

1Pe 1,18-25: Los rescataron a precio de la sangre de Cristo
Salmo 147: Glorifica al Señor, Jerusalén.
Mc 10,32-45: El Hijo del Hombre va a ser entregado.
Jesús reúne a los Doce y les anuncia con realismo lo que le va a suceder en Jerusalén: las autoridades religiosas y políticas lo matarán y luego de tres días resucitará. Los hijos de Zebedeo piden privilegios, no quieren aceptar el sufrimiento que supone el seguimiento de Jesús. El Hijo del Hombre no vino a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate de muchos, es el Servidor sufriente, no el Mesías triunfador.

No debe ser lo propio de los discípulos y discípulas de Jesús el buscar puestos, poder y riquezas. El discípulo auténtico es el servidor que debe tomar distancia de las prácticas de poder propias de “los gobernantes que dominan a las naciones como si fueran sus dueños”. El camino de la Cruz es también el camino del discípulo, quien busca atajos, se niega a amar apasionadamente como lo hizo Jesús. Sólo resucita el que ha sabido dar la vida.

PRIMERA LECTURA.
1Pedro 1,18-25
Os rescataron a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto
Queridos hermanos: Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por vuestro bien. Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza.

Ahora que estáis purificados por vuestra obediencia a la verdad y habéis llegado a quereros sinceramente como hermanos, amaos unos a otros de corazón e intensamente. Mirad que habéis vuelto a nacer, y no de una semilla mortal, sino de una inmortal, por medio de la palabra de Dios viva y duradera, porque "toda carne es hierba y su belleza como flor campestre: se agosta la hierba, la flor se cae; pero la palabra del Señor permanece para siempre". Y esa palabra es el Evangelio que os anunciamos.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 147
R/.Glorifica al Señor, Jerusalén. 

Glorifica al Señor, Jerusalén; / alaba a tu Dios, Sión: / que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, / y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R.

Ha puesto paz en tus fronteras, / te sacia con flor de harina. / Él envía su mensaje a la tierra, / y su palabra corre veloz. R.

Anuncia su palabra a Jacob, / sus decretos y mandatos a Israel; / con ninguna nación obró así, / ni les dio a conocer sus mandatos. R.

SANTO EVANGELIO.
Marcos 10,32-45
Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado
En aquel tiempo, los discípulos iban subiendo camino de Jerusalén, y Jesús se les adelantaba; los discípulos se extrañaban, y los que seguían iban asustados. Él tomó aparte otra vez a los Doce y se puso a decirles lo que le iba a suceder: "Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán; y a los tres días resucitará."

Se le acercaron los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: "Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir." Les preguntó: "¿Qué queréis que haga por vosotros?" Contestaron: "Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda." Jesús replicó: "No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?" Contestaron: "Lo somos." Jesús les dijo: "El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está reservado."

Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, reuniéndolos, les dijo: "Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar la vida en rescate por todos."

Palabra del Señor.

Comentario de la Primera lectura: 1 Pedro 1,18-25
Algunas verdades sobre la relación de Jesucristo con nosotros y de nosotros con él llaman hoy la atención. El Padre, en su presciencia (v. 1) y en su gran misericordia (v. 3), ya antes de la fundación del mundo lo eligió, cordero sin mancha, para que con su sangre preciosa liberara a la humanidad “de la conducta idolátrica heredada de vuestros mayores” (v. 18).

Jesús se ha manifestado en nuestra era de salvación, que, por esto mismo, es central en toda la historia; Pablo la califica de «plenitud de los tiempos» (cf. Gal 4,4): a él converge todo y en él todo llega a su plenitud. Gracias a su misión, a su resurrección y glorificación, creemos nosotros en Dios, creemos que lo resucitó de entre los muertos, y nos ha dado la posibilidad de anclar nuestra fe y nuestra esperanza en el Padre. Entramos en relación con Jesús a través de la obediencia a la predicación del Evangelio. Esta predicación es fuente de novedad de vida, de existencia vivida en la caridad, o sea, no de impulsos emotivos transitorios, sino de relaciones que estructuran el dinamismo y la misión de la comunidad.

La cristología de la primera Carta de Pedro es rica y profunda. Esta carta constituye un himno de bendición a la obra que el Padre, en el Espíritu, realiza en Cristo: un himno sublime; 3,18-22 y 4,5ss, elementos de una antigua profesión de fe). Jesús «padeció una sola vez por los pecados, el inocente por los culpables, para conduciros a Dios. En cuanto hombre sufrió la muerte, pero fue devuelto a la vida por el Espíritu» (3,18). Sus llagas curadoras hacen que quienes gozamos de ellas, «muertos al pecado, vivamos por la salvación» (cf. 2,24). La historia ha sido invadida en él por la sed ardiente de la alianza nueva y eterna con el Padre, y los que le obedecen han sido injertados en este movimiento de conversión que califica a todo dinamismo humano recto y lo convierte en expresión de nostalgia y de inventiva de salvación universal. La parénesis petrina está penetrada por este deseo que es fuente y cima de las iniciativas del pueblo de Dios. La vida en Cristo es vida en misión de comunión en el Misterio.

Comentario Salmo 147 
Es un himno de alabanza, que forma parte del conjunto de salmos que los judíos rezan por las mañanas (el tercer Hallel o la «alabanza de la mañana», Sal 146-150). Después de este salmo, la numeración vuelve a coincidir en todas las Biblias. Algunas traducciones antiguas, que siguen versiones del griego o del latín, sitúan en el versículo el comienzo del salmo 147. 

Este salmo está muy bien estructurado y se divide en tres partes (1-6; 7-11; 12-20), cada una de las cuales comienza con una invitación seguida de una larga exposición de motivos, Estos motivos de alabanza son siempre las obras del Señor. El salmo comienza y termina con la misma exclamación: ¡Aleluya!

La primera parte (1-6) arranca con una invitación dirigida a la gente: “¡Alabad al Señor!”. La razón de esta invitación a la alabanza viene introducida con la conjunción «pues». La alabanza ha de ser «armoniosa» (acompañada de instrumentos) y cantada. En esta primera parte, se menciona a Dios cinco veces (tres veces como «el Señor», una como «nuestro Dios» y otra como «nuestro Señor»). Hay ocho razones o motivos para la alabanza, expresados por medio de acciones de Dios: el Señor “reconstruye Jerusalén”, «reúne a los deportados», «cura a los de corazón despedazado», «cuida sus heridas», «cuenta las estrellas», «a cada una la llama por su nombre», «sostiene a los pobres» y “humilla a los malvados”. Por tanto, Jerusalén ha sido reconstruida, repoblada, se ha curado a los de corazón destrozado, pero hay pobres y malvados.

La segunda parte (7-11) comienza con una nueva invitación a la alabanza (7). El pueblo está llamado a alabar al Señor y a cantar con el arpa (comparar el versículo 7 con el versículo 1). El destinatario de la alabanza aparece tres veces: dos veces como «el Señor» y una como «nuestro Dios». Hay siete acciones del Señor: «cubre el cielo de nubes», «prepara la lluvia», «hace brotar hierba», «dispensa alimento», «no le agrada el vigor del caballo», «no aprecia los músculos del hombre» y «aprecia a los que lo temen». Tenemos el prodigio de la lluvia, que abarca todo el ciclo de la producción de los alimentos que garantizan la vida. Se alude a tres estaciones del año: el invierno (lluvias), la primavera (los brotes) y el verano (los frutos). Tres (es decir, todos) son los beneficiarios de estas acciones: el hombre, el rebaño y las crías de cuervo (8b-9). Hay un foco de tensión, expresado en las dos realidades que no le agradan a Dios: el vigor de los caballos y los músculos del hombre (10). Tenemos aquí una referencia a los ejércitos y al militarismo.

La tercera parte (12-20) comienza con una invitación dirigida a Jerusalén (12) comparar con el versículo (2). La alabanza está destinada al Señor, Dios de la ciudad (12). Los motivos de esta alabanza son catorce, divididos en tres bloques: la ciudad, la naturaleza y el pueblo. De la ciudad, se dice que Dios ha reforzado sus cerrojos, que ha bendecido a sus hijos, que ha puesto paz en sus fronteras y la ha saciado con flor de trigo (13-14, son cuatro acciones). De la naturaleza (15-18), se dice que Dios envía sus órdenes a la tierra, que hace caer la nieve como lana, esparce la escarcha, que arroja el hielo, congela las aguas, envía su palabra, derrite las aguas y sopla su viento. Tenemos ocho acciones relacionadas con el invierno y con la primavera. La palabra del Señor ordena todas estas cosas (comparar el versículo 15 con el 18). Es interesante constatar que hay fenómenos naturales (nieve, escarcha, hielo) que parecen domesticados por la palabra, pues se les compara con la lana, con la ceniza del hogar y con las migajas de pan. Del pueblo (19-20), se dice que Jacob (Israel) ha recibido un trato especial entre todos los pueblos. Son dos las acciones del Señor: anuncia su palabra a Jacob y no trata del mismo modo a ninguna otra nación. 

En la tercera parte tenemos catorce acciones del Señor en favor de Jerusalén, de la naturaleza y del pueblo.

Este salmo nació después del exilio en Babilonia (2-3), La ciudad ha sido reconstruida, sus puertas reforzadas (13), vive tiempos de paz (14a) y dispone de alimento (14h), los campos dan su fruto, las lluvias son abundantes, obedientes a la palabra de Dios (cf. Is 55,10-11). La alabanza se extiende sobre la ciudad (12) y el pueblo (1.7). Pero hay focos de tensión. Se menciona la existencia de pobres que viven junto a los malvados (6 cf. Neh 5) y se alude a una cierta carrera de armamentos (10). Se ensalza a Dios por la liberación del exilio, por ser Señor del universo (4) y de la naturaleza (8-9.15-18), por proporcionar alimento a la ciudad, al pueblo y a toda la creación. 

No se habla del templo ni de los sacerdotes que gobernaron la vida de los judíos en el tiempo que siguió al exilio. La paz en las fronteras (l4a) es relativa, pues a partir del exilio, el pueblo de Dios vivió casi siempre sometido al poder de los grandes imperios de la zona. 

El pueblo y la ciudad de Jerusalén celebran a Dios durante todo el año (las estaciones). Se le alaba con cánticos y con música, pues actúa en favor de su pueblo de un modo extraordinario, sabio (5) y sin igual (19—20). Las 29 acciones del Señor nos dan una idea de cómo lo ve este salmo, cómo lo siente y lo celebra. En resumen, se trata del aliado fiel, que manifiesta todo su amor y fidelidad a la vuelta del exilio, en la reconstrucción de la identidad nacional (la ciudad de Jerusalén), actuando como «arquitecto» (2) y «médico» de los corazones despedazados y heridos (3). Se le invoca o menciona de diferentes maneras un total de doce veces, con nombres o expresiones que lo muestran inseparablemente unido al pueblo en sus necesidades. Por eso se le alaba. 

Este salmo repercute directa e indirectamente en Jesús, Jerusalén no recibe a Jesús y no acoge su mensaje de paz. Jesús trató a todos de igual manera, sin distinciones por motivo de raza o de pertenencia al pueblo. Encontró mayor fe y acogida entre paganos y pecadores. Alimentó a todos los hambrientos y curó los corazones quebrados. Se preocupó de la vida de todos... 

Estamos ante un salmo de alabanza y, por tanto, se reza para cuando queremos alabar a Dios por la liberación del pueblo, por la humanización de las ciudades, por la naturaleza que se recupera y que nos asegura el alimento; también podemos rezarlo cuando los pobres reciben apoyo y sustento y los malvados son humillados; cuando, en nuestra vida, sentimos con fuerza la presencia de la palabra de Dios que crea y que libera...

Comentario del Santo Evangelio: Marcos 10,32b-45
La extensa lectura evangélica de hoy nos refiere diferentes episodios acaecidos en el recorrido hacia Jerusalén. Jesús va delante. Le siguen unos discípulos asombrados y personas atemorizadas. Habla a los Doce por tercera vez de su próxima pasión y lo hace con muchos detalles (vv. 33ss). Sin embargo, parece que la incomprensión de los discípulos es total. Esto es algo que resalta en Marcos, que atribuye a los mismos hijos de Zebedeo (y no a su madre, como hace, en cambio, Mateo 20,20) la petición correspondiente a su ubicación en el Reino: uno a la derecha y el otro a la izquierda de Jesús (v. 37). Su reacción a la respuesta de Jesús y la de los otros respecto a los hermanos manifiestan que el círculo de los discípulos estaba inmerso en preocupaciones completamente diferentes a las del Señor. Jesús, en este momento culminante de su presencia entre nosotros, nos revela aspectos centrales relacionados con el seguimiento. Este se desarrolla por completo en el marco de la complacencia del Padre. Jesús vive inmerso en él, no es el árbitro del mismo. El Padre nos atrae hacia Jesús, en él nos admite a la participación en el Reino y decide la posición que va a ocupar cada uno en el mismo. Mateo 20,23 nombra al Padre, mientras que Marcos alude a él como Alguien que establece las condiciones para conseguirlo.

Vivir en Jesús es crecer en docilidad al Padre, compartir la misión para la que el Padre le ha enviado: beber su mismo cáliz, ser sumergidos con él en su mismo bautismo. Seguir a Jesús es recorrer con él el camino del Siervo de Yavé (Is 52,13—53,12), convertir a través de él nuestra propia vida en un servicio, entregarla en él por la salvación para rescate de muchos, de la humanidad. Sólo Marcos, con estas palabras —y con las que dice en 14,24 sobre el cáliz—, nos refiere el motivo de la muerte violenta del Señor y nos abre los horizontes del misterio del seguimiento.

En el centro de la Palabra de hoy figura la revelación del lenguaje vigoroso que emplea la divina pedagogía de la salvación para empujarnos a la conversión y a lo que es central en ella: seguir el ejemplo que nos ha dejado Jesús, caminar tras sus huellas (1 Pe 2,21). Dado que Jesús ha sido enviado por el Padre para revelar su misericordia y las vías por las que se abre camino hacia los corazones de los hombres, su Palabra nos remite al misterio escondido del Padre. Este busca a la humanidad y hace que éste le busque, pero lo hace a través del ejemplo de Cristo y de los que viven en él, obra a través del consenso del amor antes que venciendo por la constricción; influye a través del servicio y no por medio del poder. El camino de Jesús no es débil, pero su fuerza es la del amor que vence a la muerte, la fuerza de la resurrección y no la de la huida de la muerte y la cruz. El Reino del Padre es un Reino de personas cuya creatividad y carácter inventivo están inspirados por la misericordia que no se deja vencer por el mal, sino que lo vence con la humildad y la docilidad, que implora, se muestra activa y desenmascara con su lógica la ignorancia de la necedad.

Comentario del Santo Evangelio: Mc 10, 3-45 (10, 35-45), para nuestros Mayores. Solamente una Iglesia de siervos podrá ayudar a la libertad.
La pregunta de los hijos del Zebedeo es interpretada por Jesús en dos tiempos. El primer tiempo se refiere a la posibilidad de que los discípulos lo acompañen en su gloria. El segundo tiempo alude al eventual privilegio de poder reservar los primeros puestos a favor de dos determinados discípulos, como si fuera algo debido a ellos.

Al primer tiempo Jesús responde sencillamente: llegar a la gloria es posible, pero antes hay que pasar por el «bautismo» de Jesús y beber su «copa». Ambas imágenes se refieren claramente a la superación de dificultades, incluso la muerte.

Sin embargo, la respuesta al segundo tiempo es dura. El derecho a la reserva de los primeros puestos es una pretensión del orgullo humano, que no va bien con la «teología de la gratuidad» tal como es insistentemente presentada por nuestro evangelista.

A continuación, tras la indignación de los «diez», Jesús les presenta las razones profundas de esta nueva economía de la «comunidad-sin-poder». Jesús contrapone la comunidad mesiánica a la sociedad civil, más concretamente al Estado.

En el Estado están «los que son considerados jefes». Ellos «dominan con dureza» y «hacen sentir el peso de su autoridad». Este subrayado del aspecto negativo y del carácter prevaricador del poder es conservado por Mateo, pero profundamente suavizado por Lucas. Mateo conserva los dos verbos de Marcos: «katakyriéousin, katexousiádsousin» (Mt 20, 25); por el contrario, Lucas suprime la preposición «kata», que da la idea del abuso y de la prevaricación, y dice simplemente: «kyriéousin exousiádsontes» (Lc 22, 25); aún más, añade una especie de atenuante: el que ejerce el poder a veces es llamado «bienhechor».

Naturalmente la figura opuesta al que manda es la del que sirve. Pues bien, en la comunidad cristiana los «jefes» tendrán paradójicamente la tarea de «servir». Por lo tanto, una Iglesia que no sea una imagen trastocada del Estado no corresponde realmente al proyecto esencial de su fundador. Por eso, el gravísimo pecado de la Iglesia es precisamente el organizarse a imagen y semejanza del Estado o de insertarse como parte integrante de su estructura.

La razón última de este planteamiento en la Iglesia está precisamente en el hecho de que «el hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate de la humanidad». Para entender este importantísimo versículo, tenemos que partir de un hecho seguro: el gesto de servir y de darse en rescate constituye la motivación de esta eclesiología paradójica. Efectivamente, el versículo 45 empieza con una causal (“kai gár”, o sea «porque»).
¿Qué quería decir Jesús con la alusión al «rescate»? «Rescate» («lytron») es el precio dado para liberar a un prisionero de guerra o a un esclavo. Pero ¿de qué rescata Jesús a la humanidad? Lógicamente, ateniéndonos al contexto inmediato, debemos pensar que el rescate concierne a la situación de servidumbre y opresión, a la que está sometida la humanidad a causa de los que ejercen sobre ella un poder abusivo. Según la descripción del evangelista, nuestro mundo es un mundo de esclavos; Jesús no viene a rescatar estos esclavos convirtiéndose él, con su Iglesia, en un nuevo «rey», ni siquiera un «rey bienhechor», sino convirtiéndose paradójicamente en un esclavo. Diríamos que la cura propuesta por Jesús no es alopática, sino homeopática (similia similibus curantur):la esclavitud del hijo del hombre y de su Iglesia actúa como una especie de vacuna.

En este caso, el rescate se da, por así decirlo, no a Dios sino al príncipe de este mundo (Jn 12, 31; 16, 11; 1Jn 5, 19), al dios de este mundo (2Cor 4, 4), que en la tentación le dice expresamente a Jesús, tras haberle hecho ver en un momento todos los reinos de la tierra: «Te daré todo este poder y la gloria de estos reinos, porque me ha sido concedida y la concedo a quien quiero» (Lc 4, 6). El diablo es el gran emperador del mundo, que nombra, como lugartenientes suyos, a los jefes de Estado. Como vemos, en el Nuevo Testamento, especialmente en san Pablo, es constante la idea de que el poder es un espacio de la tentación.

El mundo, pues, es un mundo de esclavos, manipulados por fuerzas autoritarias que, en el fondo, son demoníacas. Jesús no viene a quitarles el poder a los que de hecho lo ejercen: en el plan misterioso de Dios ellos continuarán ejercitando su poder, más o menos opresivo, hasta el fin de la historia. Sin embargo, Jesús, ya desde ahora, inicia el rescate de la humanidad, dándose a sí mismo como víctima del poder y convirtiéndose a sí mismo en el siervo de todos. Es una liberación paradójica: su Iglesia no deberá ofrecerle al «poder demoníaco» la alternativa de un «poder cristiano». Esta sería la mayor y más peligrosa tentación. Ella deberá existir como comunidad, en cuyo seno, no exista el cáncer del poder, ni eclesiástico ni civil. Solamente una comunidad de «siervos», sin ambiciones políticas, podrá ayudar eficazmente a la humanidad a liberarse de las fuerzas que la oprimen.

Comentario del Santo Evangelio: Mc 10,32-45, de Joven para Joven. Cristo vino para servir.
De la ambición al servicio. Marcos da un relieve especial a la tarea de Jesús como formador de sus discípulos. La lección de este pasaje es fundamental. Los discípulos saben que Jesús intenta fundar una comunidad; para eso ha elegido a los doce, como los patriarcas del nuevo pueblo de Dios. Pero ellos piensan según los paradigmas religiosos y civiles de la sociedad en que se mueven. Por tercera vez Jesús trata de despertarles de sus sueños de grandeza, les advierte de los días aciagos, de los grandes nubarrones que se divisan en el horizonte, que anuncian una gran tormenta. Pero ellos siguen soñando en “su” mesías político que, de modo parecido a Saúl, reorganice a Israel y lo lleve a la grandeza y el poderío que alcanzó con David.

Los discípulos comparten la opinión generalizada del resto del pueblo. Y, naturalmente, en ese futuro reino ellos iban a estar encumbrados e iban a disfrutar de poder y riquezas; por eso las palabras de Jesús les resultan un lenguaje incomprensible. En este contexto responde a los hermanos Zebedeos que, invocando sin duda el parentesco, piden al Maestro que les reserve los dos primeros puestos. Los compañeros, al darse cuenta de sus pretensiones, “se enfurecen” porque todos pretenden lo mismo. El Maestro les reconviene y, a propósito del incidente, les da una de las lecciones más vitales: “No os confundáis; el Reino que hemos de instituir no funciona al estilo de los reinos de la tierra, en los que los jefes tiranizan a sus vasallos y los oprimen”. Aquí es al revés: “El que quiera ser grande o quiera ocupar un puesto elevado, que se haga el servidor de todos, como yo que no he venido a ser servido sino a servir”. Jesús proclama, pues, con toda nitidez que quien quiera ser su discípulo ha de constituirse en servidor de los demás. 

Cuando miramos a los apóstoles después de Pentecostés, quedamos asombrados del cambio verificado en aquellos pueblerinos ambiciosos. Quienes antes se peleaban por ser servidos, por tener la mayor parcela posible de poder, ahora se pelean por servir. Los que se peleaban por ser los primeros rivalizan ahora por ser los últimos y los servidores de los demás (1 P 5,1-3).

Un miembro de uno de nuestros grupos bíblicos confesaba: “De soltero y con dinero, era un señorito caprichoso que me colocaba en el centro y ponía a todos a mi servicio: padres, hermanas y, en lo que podía, a mis compañeros. Tenían que tenerme a punto la ropa, la comida, el calzado... Pretendía que todo girara en torno a mí, con lo que, naturalmente, hacía sufrir y a veces sufría porque “mis servidores” se resistían a mis caprichos y hacía que saltaran chispas. Un día entré en la biblioteca municipal, cogí al azar un libro pequeño, lo abrí, me llamaron la atención una serie de pasajes, entre otros el d los Zebedeos. Me empezó a interesar la persona de Jesús. Me incorporé a un grupo bíblico de jóvenes. Fuimos a una convivencia de fin de semana. Ahí se completó mi cambio profundo. Después, al disolverse el grupo de jóvenes, me he integrado en éste de adultos. Ahora lo que procuro es ponerme al servicio de los demás, estar pendiente de ellos, de mi mujer, de mis familiares, de los otros compañeros de trabajo, de los vecinos, procuro serles útil y hacerles felices. Con esto yo mismo soy más feliz y me encuentro centrado en la vida”.

Se ha dado en este hombre el cambio milagroso de los apóstoles. Evidentemente, estamos ante un mensaje siempre actual. Hoy, como en tiempos de Jesús, hay un modo mundano de entender la vida como éxito, triunfo social o escalada en los niveles de influencia. Entonces ¡cómo se anhela el mando! Lamentablemente no son infrecuentes los conflictos en las instituciones eclesiales a causa de la ambición. En el fondo, lo que se busca es constituirse en señores de los demás.

Frente a la grandeza engañosa, Jesús propone la verdadera grandeza, el único título que de verdad engrandece a la persona, el de servidor. Y la propone no sólo con palabras, sino, sobre todo, con hechos y actitudes vitales. Nunca valoraremos suficientemente el gesto del lavatorio de los pies por lo que tiene de delicadeza y de símbolo de toda una vida como servicio: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir” (Mt 20,28). Se pone a los pies de los demás para servir, pero no en una actitud servilista. Jesús es servicial, no servil. La actitud servicial engrandece, la servil envilece. Precisamente, porque Jesús se abajó, por eso, “el Padre lo exaltó y le dio un nombre sobre todo nombre” (Flp 2,9).

Servir a Dios en el hombre. Jesús revela en este pasaje algo conmovedor. Servir al hombre es servirle a él y al Padre. El servicio a los demás es un servicio teologal, culto a Dios. Lo proclama con toda precisión a sus discípulos señalando al niño que ha puesto junto a sí al llegar a Cafarnaún, después de la disputa del camino: “El que acoge a uno de estos pequeñuelos, a mí me acoge, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40), dirá el Señor en el discernimiento final.
Servidor de los hermanos es el único título que reconoce el Señor. Con este título honroso se autodenominaba el Papa hasta no hace muchos años: “Siervo de los siervos de Dios”. A esto nos llama el Señor: a ser “siervos de los siervos de Dios”. 

Pero la felicidad y la paz no es sólo una promesa para la vida eterna; es una realidad ya en esta vida terrena, algo tangible en este mundo. Todos conocemos personas admirables que se olvidan de sí mismas y que no piensan más que en los demás, personas que no buscan lucirse, sino servir. ¿No es cierto que le vemos respirar paz, alegría y felicidad?

Elevación Espiritual para este día.
Me dirijo a vosotros, niños recién nacidos, párvulos en Cristo, nueva prole de la Iglesia, gracia del Padre, fecundidad de la madre, retoño santo, muchedumbre renovada, flor de nuestro honor y fruto de nuestro trabajo, mi gozo y mi corona, todos los que perseveráis firmes en el Señor.
Hoy se cumplen los ocho días de vuestro renacimiento, y hoy se completa en vosotros el sello de la fe, que entre los antiguos padres se llevaba a cabo en la circuncisión de la carne a los ocho días del nacimiento camal.

Por eso mismo, el Señor, al despojarse con su resurrección de la carne mortal y hacer surgir un cuerpo, no ciertamente distinto, pero sí inmortal, consagró con su resurrección el domingo, que es el tercer día después de su pasión y el octavo contando a partir del sábado y, al mismo tiempo, el primero.

Por esto también vosotros, ya qué habéis resucitado con Cristo —aunque todavía no de hecho, pero sí ya con esperanza cierta, porque habéis recibido el sacramento de ello y las arras del Espíritu—, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Habéis muerto, en efecto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vida vuestra, se manifieste, entonces también vosotros os manifestaréis con él en la gloria (Agustín de Hipona, Sermones VIII, 1,4; en PL 46, 838.841; tomado de la Liturgia de las horas, volumen II, Coeditores Litúrgicos, Madrid 1993, pp. 540, 541, 542).

Reflexión Espiritual para el día.
Cuenta un autor polaco un episodio que tuvo lugar a finales de enero de 1941, cuando Rawicz y otros deportados polacos a Siberia fueron trasladados de un campo de trabajos forzados a otro, en las proximidades de Yakutsk. En la marcha a pie desde lrkutsk, localidad que era el punto de partida, tras haber atravesado el río Lena, una tormenta de nieve les obligó a refugiarse durante algunos días en una floresta. Dado que el camión de la escolta policial no podía seguir a los deportados entre los árboles, los comandantes requisaron a un grupo de ostyak, habitantes de raza mongola de aquella zona, con sus renos y sus trineos.

«Aquellos pequeños hombres —cuenta Rawicz— llegaron con saquitos de alimentos y se sentaban con nosotros junto al fuego cuando recibíamos nuestra ración de pan y de té. Nos miraban con compasión. Hablé con uno de ellos en ruso… Como todos los otros ostyak, nos llamaba “los desgraciados”. Era una antigua palabra de su lengua. Desde la época de los zares, nosotros éramos, a los ojos de aquel pueblo, “los desgraciados”: trabajadores forzados, obligados a extraer las riquezas de Siberia sin recibir salario. “Nosotros siempre hemos sido amigos de “los desgraciados”, me dijo una vez. “Desde hace ya mucho tiempo, tanto como alcanza nuestra memoria, antes de mí y de mi padre, e incluso antes de mi abuelo y de su padre, teníamos la costumbre de dejar un poco de alimento fuera de nuestras puertas, por la noche, para los posibles “desgraciados” huidos, evadidos de los campos, que no sabían a dónde ir.” Ellos, como hermanos, se ponían a nuestro servicio” (1. Silone, L’awentura di un povero cristiano, Milán 1 974, p. 50).

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 1P 1, 18-25. Fraternidad universal.
La primera parte de esta sección comprende gran parte de lo expuesto en la sección anterior. En concreto todo lo relativo a la compra-redención-reserva llevado a cabo por Cristo y que motiva una conducta moral adecuada al alto precio que por ellos fue pagado. También la presentación de Cristo como predestinado desde la eternidad y manifestado en la historia —momento de la encarnación— para llevar a cabo esta misión. Finalmente, la resurrección como argumento sólido de nuestra fe y esperanza que nos abren las perspectivas del futuro (ver el comentario a 1, 17-21).

Después de haber puesto la mirada en Dios y en lo que hizo en Cristo a favor del hombre, se pasa al amor fraterno que hace dirigir la mirada a los hombres, los hermanos. El ser mismo del cristiano se mantiene en la medida en que se mantiene el precepto del amor. Lo demás son palabras vacías. Y esto porque la conversión significa una fundamental purificación del alma, es decir de toda la persona entregada a Dios en totalidad. En consecuencia, implica un caminar, una conducta ajustada a las exigencias divinas (1Jn 3, 3; Sant 4, 8), Al hacerse cristianos dejaron tras de sí un mundo contaminado, en el que reina la polución irrespirable de un corazón manchado por el egoísmo, el egocentrismo y el odio. Por eso el cristiano, en cuanto tal, no puede permitir que su conducta esté dominada por sus propias apetencias egoístas. Debe obedecer la palabra de Dios, determinada por el amor y creadora de un círculo de amor en el que el cristiano ha entrado. Debe respirar constantemente esta atmósfera y vivir constantemente en un ejercicio de amor. Porque también el amor puede degenerar, aflojar y morir.

Ejercicio constante del amor, exigido por la verdad del evangelio al que han jurado obediencia una vez obtenida la purificación de la que nos habla el autor. Aunque tal vez sea más exacto considerar ambos actos como simultáneos y no como sucesivos. Pero hay otra razón que el autor expone a continuación. Es la experiencia del nuevo nacimiento, que los cristianos ya han tenido. A partir de esta fundamental realidad, los cristianos no deben considerarse simplemente como miembros, incluso hermanos, de la gran comunidad humana. El nuevo nacimiento les ha hecho hijos de Dios. Unos para otros son hermanos en la fe (1Jn 4, 7. 12. 16). Este nuevo vínculo debe dar una fuerza nueva a su amor. 

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