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viernes, 28 de mayo de 2010

Lecturas del día 28-05-2010. Ciclo C.

28 de Mayo de 2010. MES DEDICADO A LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA. VIERNES DE LA VII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, Feria. ( Ciclo C). 4ª semana del Salterio. 8ª del Tiempo ordinario. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS Matilde re, Justo de Urgel ob, Germán de Paris ob, Guillermo mj.
LITURGIA DE LA PALABRA

1Pe 4,7-13: Sean buenos administradores de la múltiple gracia de Dios
Salmo 95: Llega el Señor a regir la tierra.
Mc 11,11-26a: Mi casa será casa de oración
La higuera era muy frondosa pero no tenía frutos. La Casa del Señor, llamada a dar frutos de vida, debe ser Casa de oración para todo el mundo. La oración nos adentra en el desarrollo de la capacidad de escuchar a Dios que nos habla a través de su Palabra y del clamor sufrido de los pobres. La Casa debe ser escuela de oración que nos abra a escuchar “con un oído en el pueblo y el otro en el Evangelio” (Enrique Angelelli). El discípulo que aprende a escuchar de esta manera, se abrirá a dar una respuesta comprometida que de frutos abundantes.

Si la casa se convirtió en cueva de ladrones, en lugar de dar los frutos esperados, será un lugar estéril desde su misma raíz. En vez de alimentar a las naciones que tienen hambre de justicia y de paz, hambre del Reino, se terminará consumiendo a sí misma.

Los discípulos llamados a creer con todo el corazón tienen que ser una Iglesia comunidad, servidora de los pobres, casa acogedora, de puertas abiertas y corazón misionero.

PRIMERA LECTURA.
1Pedro 4,7-13
Sed buenos administradores de la múltiple gracia de Dios 

Queridos hermanos: El fin de todas las cosas está cercano. Sed, pues, moderados y sobrios, para poder orar. Ante todo, mantened en tensión el amor mutuo, porque el amor cubre la multitud de los pecados. Ofreceos mutuamente hospitalidad, sin protestar. Que cada uno, con el don que ha recibido, se ponga al servicio de los demás, como buenos administradores de la múltiple gracia de Dios. El que toma la palabra, que hable palabra de Dios. El que se dedica al servicio, que lo haga en virtud del encargo recibido de Dios. Así, Dios será glorificado en todo, por medio de Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

Queridos hermanos, no os extrañéis de ese fuego abrasador que os pone a prueba, como si os sucediera algo extraordinario. Estad alegres cuando compartís los padecimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, reboséis de gozo.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: 95
R/.Llega el Señor a regir la tierra.
Decid a los pueblos: "El Señor es rey, / él afianzó el orbe, y no se moverá; / él gobierna a los pueblos rectamente." R.

Alégrese el cielo, goce la tierra, / retumbe el mar y cuanto lo llena; / vitoreen los campos y cuanto hay en ellos, / aclamen los árboles del bosque. R.

Delante del Señor, que ya llega, / ya llega a regir la tierra: / regirá el orbe con justicia / y los pueblos con fidelidad. R.

SANTO EVANGELIO.
Marcos 11,11-26
Mi casa se llamará casa de oración para todos los pueblos. Tened fe en Dios
Después que la muchedumbre lo hubo aclamado, entró Jesús en Jerusalén, derecho hasta el templo, lo estuvo observando todo y, como era ya tarde, se marchó a Betania con los Doce. Al día siguiente, cuando salió de Betania, sintió hambre. Vio de lejos una higuera con hojas y se acercó para ver si encontraba algo; al llegar no encontró más que hojas, porque no era tiempo de higos. Entonces le dijo: "Nunca jamás como nadie de ti." Los discípulos lo oyeron.

Llegaron a Jerusalén, entró en el templo y se puso a echar a los que traficaban allí, volcando las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas. Y no consentía a nadie transportar objetos por el templo. Y los instruía, diciendo: "¿No está escrito: "Mi casa se llamará casa de oración para todos los pueblo"? Vosotros, en cambio, la habéis convertido en cueva de bandidos." Se enteraron los sumos sacerdotes y los escribas y, como le tenían miedo, porque todo el mundo estaba asombrado de su doctrina, buscaban una manera de acabar con él. Cuando atardeció, salieron de la ciudad.

A la mañana siguiente, al pasar, vieron la higuera seca de raíz. Pedro cayó en la cuenta y dijo a Jesús: "Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado." Jesús contestó: "Tened fe en Dios. Os aseguro que si uno dice a este monte: "Quítate de ahí y tírate al mar", no con dudas, sino con fe en que sucederá lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: Cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que os la han concedido, y la obtendréis. Y cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas."

Palabra del Señor.

Comentario de la Primera Lectura: 1 Pedro 4, 7-13.
Dando un salto notable, se nos envía desde 1 Pe 2,12 a la sección conclusiva de la carta. La acreditación de la verdadera gracia de Dios, en la que el apóstol pide que permanezcamos firmes (5,12), culmina en la petición de permanecer en Cristo. Con su resurrección ha entrado la historia en su fase última, está encaminada a su cumplimiento. Esta condición desemboca en un nuevo modo de existir que se refleja en todas las expresiones de la existencia. Moderación, oración, caridad, hospitalidad recíproca, valoración de los carismas para la construcción del pueblo, glorificación del Padre en Jesús: constituyen expresiones armónicas de esta vida regenerada. Esta es, al mismo tiempo, filial, fraterna, partícipe de los sufrimientos de Cristo, y está entretejida con la esperanza de la revelación de su gloria. El fundamento de todo es la moderación (1,13; 4,7; 5,8) de los deseos (1,14; 2,11; 4,2ss), marco de la rectitud del vivir y del obrar. Los deseos, abandonados a sí mismos, obstaculizan la oración (3,7; 4,7) y nos impiden dedicarnos a la misma.

La oración, a su vez, alimenta la caridad, y cuando ésta es entendida como recíproca, sincera y cordial, constituye el antídoto contra la malicia, el fraude, la hipocresía, la envidia, la maledicencia, esto es, contra los pecados que acechan la paz comunitaria. El amor a los hermanos (1,2; 3,8) y la fraternidad (2,17; 5,9) son, por lo demás, centrales en la visión del apóstol.

La caridad se manifiesta en el estilo de la acogida recíproca; cuando ésta reina, disipa el clima de chismorreo y de murmuración, de sospecha, de juicio y de falta de confianza que corroe como la carcoma las relaciones comunitarias. La solicitud por los débiles en la fe es una clara prerrogativa ulterior de comunidades vivas, potenciadas por estilos de vida en los que las personas se abren unas a otras y valoran la multiforme gracia de Dios de la que están dotadas.

Aparecen mencionadas de manera concreta dos expresiones de la misma por el vínculo particular que tienen con el crecimiento de la comunidad: el servicio de la Palabra de Dios, para la transmisión y la defensa del evangelio, y las diferentes modalidades de la participación en las responsabilidades comunes (el servicio litúrgico, la ayuda a los pobres, etc.).

La doxología final, caso único en el Nuevo Testamento, está dirigida al Padre por medio de Jesús y a Jesús mismo, «a fin de que en todo Dios sea glorificado por Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por siempre. Amén» (v. 11).

Comentario del Salmo 95
Este salmo pertenece a la familia de los himnos: tiene muchas semejanzas con los himnos de alabanza, pero se considera un salmo de la realeza del Señor por incluir la expresión «¡El Señor es Rey!». Esta constituye el eje de todo el salmo. Por eso tiene tantas invitaciones a la alabanza.

Este salmo está organizado en tres partes: 1-6; 7-10; 11-13. La primera (1-6) presenta una serie de invitaciones a cantar, bendecir, proclamar y anunciar. Se dirigen a la «tierra entera», pero esta expresión se refiere, sin duda, a la tierra de Israel. El destinatario de todas estas invitaciones es, pues, el pueblo de Dios. Este salmo invita a cantar al Señor un cántico nuevo. En qué ha de consistir esta «novedad» se nos indica en la segunda parte: se trata de la realeza universal de Dios. Después de las invitaciones a cantar, bendecir, proclamar y anunciar a todos los pueblos, se presenta el primero de los motivos, introducido por un «porque...». El Señor está por encima de todos los dioses. Se hace una crítica devastadora de las divinidades de las naciones: son pura apariencia, mientras que el Señor ha creado el cielo, y podrá celebrarlo. Aparece una especie de procesión simbólica en honor del Señor: precediéndolo, marchan Majestad y Esplendor y, en el templo de Jerusalén, Fuerza y Belleza están ya montando guardia. En la tercera parte se dice que el Señor viene para gobernar la tierra. El salino se limita a mostrar el inicio de esta solemne procesión de venida...

La segunda parte también presenta diversas invitaciones: a aclamar, a entrar en los atrios del templo llevando ofrendas para adorar. La tierra, a la que en la primera parte se invita a cantar, debe ahora temblar en la presencia del Señor. Estos imperativos se dirigen a las familias de los pueblos, esto es, se trata de una invitación internacional que tiene por objeto que las naciones proclamen en todas partes la gran novedad del salmo (el «porque...» de la segunda parte): «i El Señor es Rey!». Se indican las consecuencias del gobierno del Señor: el mundo no vacilará nunca; el salmo señala también la principal característica del gobierno de Dios: la rectitud con que rige a todos los pueblos.

En la tercera parte (11-13) aparecen nuevamente las invitaciones o deseos de que suceda algo. Ahora se invita a hacer fiesta, con alegría, al cielo, a la tierra, al mar (dimensión vertical), a los campos y los árboles del bosque (dimensión horizontal) con todo lo que contienen. toda la creación está llamada a aclamar y celebrar: el cielo tiene que alegrarse; la tierra, que ya ha sido invitada a cantar y a temblar, ahora tiene que exultar; el mar tiene que retumbar, pero no con amenazas ni infundiendo terror, sino corno expresión de la fiesta, junto con todas sus criaturas; los campos, con todo lo que en ellos existe, están llamados a aclamar, y los bosques frondosos gritarán de alegría ante el Señor. A continuación viene el «porque...» de la tercera parte: el Señor viene para gobernar la tierra y el mundo. Se indican dos nuevas características del gobierno del Señor: la justicia y la fidelidad.

Este salmo expresa la superación de un conflicto religioso entre las naciones. El Señor se ha convertido en el Dios de los pueblos, en rey universal, creador de todas las cosas, es aquel que gobierna a los pueblos con rectitud, con justicia y fidelidad. La superación del conflicto se describe de este modo: «Porque el Señor es grande y digno de alabanza, más terrible que todos los dioses! Pues los dioses de los pueblos son apariencia, mientras que el Señor ha hecho el cielo».

El salmo no oculta la alegría que causa la realeza universal de Dios. Basta fijarse en el ambiente de fiesta y en los destinatarios de cada una de sus planes: Israel, las familias de los pueblos, toda la creación. Todo está orientado hacia el centro: la declaración de que el Señor es Rey de todo y de todos. Israel proclama, las naciones traen ofrendas, la naturaleza exulta. En el texto hebreo, la palabra «todos» aparece siete veces. Es un detalle más que viene a confirmar lo que estamos diciendo. El ambiente de este salmo es de pura alegría, fiesta, danza, canto. La razón es la siguiente: el Señor Rey viene para gobernar la tierra con rectitud, con justicia y con fidelidad. El mundo entero está invitado a celebrar este acontecimiento maravilloso.

El tema de la realeza universal del Señor es propio del período posexílico (a partir del 538 a.C.), cuando ya no había reyes que gobernaran al pueblo de Dios, Podemos, pues, percibir aquí una ligera crítica al sistema de los reyes, causante de la desgracia del pueblo (exilio en Babilonia).

El salmo insiste en el nombre del Señor, que merece un cántico nuevo, ¿Por qué? Porque es el creador, el liberador (las «maravillas» del v. 3b recuerdan la salida de Egipto) y, sobre todo, porque es el Rey universal. En tres ocasiones se habla de su gobierno, y tres son las características de su administración universal: la rectitud, la justicia y la fidelidad. Podemos afirmar que se trata del Dios aliado de la humanidad, soberano del universo y de la historia. Esto es lo que debe proclamar Israel, poniendo al descubierto a cuantos pretendan ocupar el lugar de Dios; se invita a las naciones a adorarlo y dar testimonio de él; la creación entera está invitada a celebrar una gran fiesta (11-12).

Como ya hemos visto a propósito de otros salmos de este mismo tipo, el tema de la realeza de Jesús está presente en todos los evangelios. Mateo nos muestra cómo Jesús practica una nueva justicia para todos; esta nueva justicia inaugura el reinado de Dios en la historia, Los contactos de Jesús con los no judíos ponen de manifiesto que su Reino no tiene fronteras y que su proyecto consiste en un mundo lleno de justicia y de vida para todos (Jn 10,10).

Comentario del Santo Evangelio: Marcos 11,11-26.
El episodio de la maldición de la higuera se inserta en la sección en la que se describe el ministerio en Jerusalén. Constituye un acontecimiento que es objeto de discusiones y de las hipótesis más dispares entre los exégetas, ocasionadas asimismo por el hecho de que Marcos sigue una cronología de los acontecimientos diferente a la de Mateo y, en parte, también a la de Lucas, poniendo de relieve un objetivo redaccional inspirado por la finalidad específica que persigue en la narración de los hechos.

El acercamiento practicado por la liturgia, que lee de manera seguida los tres hechos —la higuera (vv. 12-14), los profanadores expulsados del templo (vv. 15-19), la exhortación a la fe (vv. 22-25) —, nos invita a captar su conexión. Jesús tiene hambre y busca algún fruto en la higuera, pero no lo encuentra. Marcos, para subrayar el hecho, señala que «no era tiempo de higos». El acontecimiento tiene que ser encuadrado en el marco de la revelación que está llevando a cabo Jesús. El tiempo de la fe es salvífico, no cronológico. Jesús revela que el Padre, en él, tiene hambre, tiene sed (cf. la sed de la cruz), no de alimento o de bebida, sino de amor, de justicia, de rectitud, de respeto a su morada, de que se deje de profanar ese templo santo que somos nosotros.

Para saciar esta hambre y esta sed, es bueno todo tiempo y todo lugar. Dios tiene sed de nuestra fe, de nuestra confianza sincera, no calculadora, de nuestra misericordia que perdona y cultiva la esperanza. Estas prerrogativas de los corazones libres insensibilizan cuando no se entregan, cuando lo más profundo de nosotros mismos no es ya casa de oración, sino sede de tráficos ilícitos, de trueques, de compromisos. No podemos decir que una cosa es imposible si Jesús la pide: él conoce nuestros recursos, esos mismos que nosotros ignoramos o preferimos desatender para legitimar el hecho de que no los usemos. Su demanda nos revela nuestro propio ser a nosotros mismos.

Tu petición, Señor, es palabra de vida. Tú no pides cosas imposibles. Tú revelas las posibilidades que tu Palabra suscita, la vitalidad que se desarrolla cuando te correspondemos. Resulta arduo entrar en esta lógica de la Palabra que hace nueva la creación e inserta en ella la posibilidad de la docilidad y del consenso. Cada vez que siento a mi alrededor la petición de saciar el hambre física y moral y me eximo de escucharla porque me considero separado de ti, no me doy cuenta de que la petición que me llega del que tiene hambre procede de ti, de que tienes hambre y sed de aquello que tú mismo pones en mí como germen y cuyo fruto quieres recoger.

También Pedro había pescado en vano toda una noche. Pero tuvo el coraje de no desobedecerte y su red recogió un número misterioso de peces. Cada vez que me aíslo de ti me empobrezco, experimento una pobreza que me perjudica a mí más y antes que a los otros. El único efecto seguro es que yo no concurro al bien de los otros. En ocasiones, éstos obtienen por otros caminos lo que piden: no lo reciben de mí, que, estéril, seco, árido, intento recoger bienes sirviéndome de prerrogativas y posibilidades que me han sido dadas para ser tu templo santo, alabanza de tu gloria.

Evangelio del Santo Evangelio: Mc 11, 11-26, para nuestros Mayores. La ambición del poder anula el testimonio de la fe.
En primer lugar, nos encontramos ante una parábola escenificada, como ocurre frecuentemente en los profetas del AT. Por lo tanto, es inútil preguntarse si se trata de un hecho real o de la escenificación de una parábola estéril. No es, pues, necesario intentar justificar algunas contradicciones del relato. Lo que hay que indagar es el sentido del mensaje propuesto por el evangelista.

Es claro que esta maldición, sea histórica o no, debe tener por lo menos un significado simbólico y aludir a Israel (cfrJer8, 13; Jl 1,7; Ez 17, 24; Miq 7, 1; Os 9, 10. 16). Aún más, la parábola escenificada constituye una oportuna introducción al relato siguiente, en que Jesús aparece paradójicamente como el profeta celoso de un templo, cuya destrucción había profetizado.

Para comprender este singular episodio de la actitud violenta de Jesús en el templo, es necesario analizar atentamente gestos y palabras de Jesús. El gesto inicial es el de «arrojar a los que vendían y compraban en el templo»; después «tiró las mesas de los cambistas y los bancos de los vendedores de palomas»; finalmente «no permitía que atravesaran el templo trasportando mercancía». De aquí se deduce que el objeto de la ira de Jesús era precisamente la transformación del templo en un mercado. Es difícil determinar los motivos precisos de elección, o sea, por qué los vendedores de palomas, etc. En el ánimo del evangelista no parece que hubiera habido algún motivo de discriminación.

La intervención de Jesús no puede entenderse sino después de leer el cap 56 de Isaías y el cap 7 de Jeremías, que Jesús cita explícitamente. En el cap 5 de Isaías se presenta el aspecto universalista del judaísmo: no se trata de una religión destinada a una élitebiogeográfica, sino de alcance universal más allá de toda discrimina Evangelización racial, cultural; geográfica. Por lo tanto, el acceso al monte santo no estará controlado por aduaneros israelitas que podrán a veces consentir benignamente a un buen «prosélito» (pagano) el ingreso en el templo. Por el contrario, la realidad contemplada por el profeta era todo lo contrario: el egoísmo mercantil arrastraba a los pastores a acciones vergonzosas, por las cuales renunciaban a la tarea universalista de la religión que representaban y que custodiaban.

Jeremías habla de los que, tras haber practicado una religión idolátrica, se refugian en el templo de Jerusalén pensando que con esto tenían un pasaporte de ciudadano de primera clase por encima de toda sospecha.

A la luz de estos antecedentes se inserta el episodio en la infidelidad del pueblo elegido y de su renuncia transformar su religión en una religión universal. Como Isaías y Jeremías, Jesús vincula el orgullo religioso con la sórdida actividad mercantil. Los pastores religiosos de Israel renunciaban abrir el templo de Dios a los no israelitas, explotando así el orgullo nacional judío; en vez de ofrecer a Dios gratuitamente a todos los pueblos del mundo, lo utilizaban con fines mercantiles, explotando la ingenuidad de la pobre gente.

Después del desalojo del templo, el evangelista reanuda el tema de la higuera disecada. Con ello intenta ofrecer una interpretación de la parábola: ¿por qué Israel se ha hecho estéril? Encerrarse en el propio orgullo y en la propia ambición: éstas eran las razones de la esterilidad y de la sequedad. Según los viejos profetas, el templo de Jerusalén habría sido el lugar de citar para los creyentes de todo el mundo, pero esto no había sucedido. Israel había perdido la fecundidad religiosa, a la que estaba destinado por el designio de Dios. ¿Cómo se explica esta esterilidad de Israel?

La respuesta es ésta: Israel no tiene ya fe. Ciertamente, creer que aquel pequeño pueblo, dominado por la superpotencia romana, pudiera ofrecer a todo el mundo un mensaje religioso sin la ayuda de armas y de otros ingenios bélicos y diplomáticos era como creer que a un simple gesto de un hombre un monte pudiera levantarse y arrojarse en el mar. Pero la fe es así. La fe no es razonable.

No vamos a creer que Jesús quisiera con esta frase garantizar el automatismo de una cierta magia, dada la extrema atención con que el evangelista intenta evitar esta apariencia; pero ciertamente Jesús quería subrayar la necesidad primordial de la fe. El había contrapuesto la «casa de oración» a la «cueva de ladrones». ¿Es que en aquel templo no se oraba? Sí, pero al lado de eso se explotaba al prójimo en vez de amarlo y servirlo. Para que la oración pueda obtener los resultados sorprendentes de la fe, es necesario que antes se perdone a los enemigos; de otra manera, la oración no será escuchada.

Israel había perdido su fecundidad religiosa, porque, explotando a la pobre gente en el templo mismo de Dios, no amaba ya a la humanidad y no podía, por lo tanto, arriesgar la maravillosa aventura de la oración y de la fe.

Comentario del Santo Evangelio: Mc 11,11-26, de Joven para Joven. Higuera maldita y los mercaderes. 
Fracaso del primer pueblo de Dios. Jesús ha terminado su viaje simbólico, a lo largo del cual ha ido instruyendo a sus discípulos. Ha llegado al lugar de la gran confrontación con los dirigentes religiosos. Los evangelistas describen el estado de corrupción, vaciedad e hipocresía en que está envuelta la vida del pueblo por culpa de sus dirigentes, sobre todo, con el símbolo de la higuera sin fruto y del templo convertido en mercado de estafadores.

La maldición de la higuera y la expulsión de los vendedores del templo son gestos proféticos que denuncian, un lenguaje frecuente en los profetas. Pablo sacude el polvo de las sandalias frente a la ciudad como protesta por haber rechazado el mensaje (Hch 13,51). Con respecto a la higuera, Marcos advierte que no era tiempo de higos, con lo que indica que se trata de un gesto de denuncia. La higuera es Israel, cargado de follaje cultual, pero totalmente carente del espíritu de la Alianza. La maldición es la escenificación de la parábola de la higuera infecunda. Dios la ha cultivado esmeradamente, pero no ha dado fruto (Lc 13,6-9). Lo mismo hay que decir de la expulsión de los vendedores. Jesús sabía que no iba a cambiar la situación con aquel gesto lleno de ira santa. El pueblo elegido le ha fracasado a Dios. Jesús lo comprueba con sus propios ojos cuando entra en el templo y ve toda aquella feria montada con motivo de la Pascua. Aquello es todo, menos un pueblo en oración. Allí se han instalado las mesas de los cambistas para que los judíos emigrantes o los prosélitos extranjeros puedan adquirir dinero judío, ya que no se admite moneda extranjera; y se aprovechan de esta necesidad para estafarles. Allí están las jaulas con palomas y atos de corderos para el sacrificio. Como los animales tienen que ser sin defecto, los sacerdotes que verifican la revisión, los rechazan con frecuencia para que los devotos tengan que comprar los que tienen a la venta en los negocios de los sumos sacerdotes o sus familiares que son los que los gestionan; para tapar el descaro, arguyen que “tienen todas las garantías”. De este modo, en pocos días, recogen abultadas ganancias a base de estafas al pueblo sencillo. La profanación no está en hacer la venta en el atrio del templo, sino en la estafa, sirviéndose de la buena fe de la gente para sacarle los ahorros aprovechando el servicio religioso. Es la injusticia.

Depurar la religiosidad. Por otra parte, el pueblo ha convertido también el templo en un negocio de otro signo. Con sus ofrendas y sacrificios pretende sobornar a Dios para obtener sus favores. Ha reducido la religiosidad al culto externo; en él hay mucho incienso, mucha sangre, muchos ritos, mucho rezo, pero falta la justicia, la fraternidad, la preocupación por los desvalidos. Por eso Jesús arremete con audacia, látigo en mano, contra aquel montaje sacrílego: “Habéis convertido la casa de oración en cueva de ladrones”. La alianza de amor instituida por medio de Moisés se había convertido en estructura de poder y de explotación a los pobres; por eso se derrumbará como un edificio viejo y cuarteado, y no quedará nada del templo ni de los tinglados religiosos. “No quedará piedra sobre piedra”, preanuncia Jesús. El templo será destruido por Tito en el año 70, no quedando en pie más que un muro de lamentaciones, símbolo de un pueblo que no supo ser fiel a su misión.

Jesús inaugurará una Alianza nueva en la que los paganos precederán a los judíos. Pero dentro del pueblo judío, en medio de aquella religiosidad adulterada, hay un pequeño resto, lo mismo que en tiempo de Isaías, que se quejaba al Señor: “Me han dejado sólo; han quemado tus altares...”. Este pequeño resto, que vive hondamente la fe: María, el grupo de los apóstoles, las amigas de Jesús y otras gentes sencillas, será el germen del nuevo pueblo de Dios.

“Para nuestro escarmiento” Pablo alerta: “Estas cosas se han escrito para que no incurramos en los mismos errores” (1Co 10,6). Desgraciadamente los hemos repetido; por eso de tiempo en tiempo viene el Señor a purificar su templo, su Iglesia. Son las grandes renovaciones que propician los concilios o los hombres proféticos que Dios envía. Es lo que ha significado el Concilio Vaticano II. El Papa Juan XXIII dijo: “El ambiente de la Iglesia está viciado; es preciso abrir puertas y ventanas para que entre aire fresco y puro”.

He aquí las formas modernas de profanación:
— Convertir el culto en negocio disfrazado aprovechando la buena fe de la gente piadosa o medio supersticiosa.
— Convertir las celebraciones en meros actos sociales: bodas, primeras comuniones, confirmaciones, funerales.
— Hacer del templo lugar de exhibición, en el que tienen lugar rivalidades, afán de protagonismo, lucimiento de cantores, predicadores, animadores de la liturgia y también el escaparate de la moda (1 Tm 2,9-10).
— Cultivar una religiosidad interesada que reduce el culto a recabar favores temporales, hacer méritos para el cielo a fin de que Dios contabilice las horas dedicadas a Él. Esto último puede ser nuestro mayor riesgo. En este sentido tendremos tarea de purificación hasta el fin de la vida. Hemos de participar en las celebraciones para recibir los grandes dones: la Palabra, el cuerpo del Señor, la fuerza del Espíritu, para ofrecer nuestra cooperación en el Reino.

Siempre ha habido en la Iglesia un “pequeño resto”, una minoría fiel al Evangelio, que ha proyectado su liturgia en la vida. Son referentes para los demás, rescoldo que prende la hoguera de la renovación. Ahí tenemos nuestro puesto de fermento, luz y sal. Hemos de ofrecer una vivencia cristiana, alternativa, que denuncie el convencionalismo e invite a una vivencia gozosa, fraternal, comprometida, madura, festiva, encarnada, en clave de generosidad... ¿Colaboras en renovar “tu” Iglesia, la pequeña institución en la que vives tu fe?

Elevación Espiritual para este día.
Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por su modo de vida. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y la especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.

Viven en ciudades griegas y bárbaras según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país tanto en el vestir como en todo su estilo de vida; sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho.

Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo. Obedecen las leyes establecidas y, con su modo de vivir, superan estas leyes. Aman a todos y todos los persiguen. Se les condena sin conocerlos. Se les da muerte y con ello reciben la vida. Son pobres y enriquecen a muchos; carecen de todo y abundan en todo. Sufren la deshonra y esto les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama y esto atestigua su justicia. Son maldecidos y bendicen; son tratados con ignominia y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen; sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad.

Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo (Carta a Diogneto, caps. 5-6; tomado de la Liturgia de las horas, volumen II, Coeditores Litúrgicos, Madrid 1993, pp. 715-716).

Reflexión Espiritual para el día.
Decir que Cristo fue amor no es, a buen seguro, un pretexto para cubrir alguna imperfección en él, el Santo que «no cometió pecado, ni se halló engaño en su boca» (1 Pe 2,22), puesto que sólo el amor llenaba su corazón, cada una de sus palabras y acciones, toda su vida e incluso su muerte, hasta el final. El amor no llega en el hombre a tanta perfección, pero, a pesar de todo, no deja de extraer de él algún beneficio: mientras que por amor cubre la multitud de los pecados ajenos, el amor le restituye la cortesía al cubrir los suyos.

Sin embargo, Cristo no tenía necesidad de amor. Prueba a imaginar que Cristo no hubiera sido amor; que, sin mostrarse caritativo, se hubiera limitado a ser lo que era: el Santo. Imagina que, en vez de salvar al mundo y de cubrir la multitud de los pecados, hubiera venido entre nosotros, animado de una santa cólera, a juzgarlos. Imagina todo esto y persuádete con tanta mayor firmeza de que precisamente a Cristo se le aplican en una sola acepción estas palabras: «Su amor cubrió la multitud de los pecados».

Piensa que él era el amor; piensa que, como dice el evangelio, «sólo Dios es bueno» (Mc 10,18) y que, en consecuencia, él fue el único que por amor cubrió la multitud de los pecados: no los de algunos, sino los del mundo entero. Meditemos un momento estas palabras: «El amor —el de Cristo— cubre la multitud de los pecados» (5. Kierkegaard, Peccato, Perdono, Misericordia, Turín 1973).

El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 1P (4, 7-13). El amor cristiano.
Esta pequeña sección nos ofrece una buena imagen de la comunidad cristiana primitiva. Amor, hospitalidad, servicio. Tres palabras clave que aparecen frecuentemente en las cartas de san Pablo. Argumento claro de que constituían un constante objeto de atención y de predicación en aquellos primeros tiempos de la Iglesia.

Desde la perspectiva de un fin próximo, se exhorta a la sobriedad y a la oración. Cuando el encuentro con el Señor se ve como inmediato, se nos proporciona el mejor presupuesto para un encuentro previo en la oración. Y para una vida sobria que condena todos los excesos.

La ordenación cristiana de la vida debe tener como punto básico el mandamiento del amor fraterno. Un amor que debe ser constante, que no debe cansarse ni con el ritmo de la vida ni con el desplante o desprecio del prójimo. Lo característico de nuestro autor al recordar el mandamiento del amor es que añade otra razón: la caridad cubre la muchedumbre de los pecados. Esta expresión y creencia debió ser importante entre los primeros cristianos (Sant 5, 20). Originariamente procede del Antiguo Testamento (Prov 10, 12) y su sentido puede ir en varias direcciones: si vuestro amor por los hermanos es real, debéis estar dispuestos a perdonar una y otra vez; vuestro amor cubriría, disculparía o excusaría los pecados ajenos. Si amáis verdaderamente a los hermanos, Dios cubriría, perdonaría la multitud de vuestros pecados. Debéis amar a vuestros hermanos y perdonarlos porque Dios os ha amado y perdonado.

Resulta difícil pronunciarse ante todas estas posibilidades. Pero, en todo caso, creemos que se trata de estimular a los cristianos haciéndoles pensar en el premio y la recompensa que Dios concederá a los que aman al prójimo. Quien ama prójimo será amado y recompensado por Dios (Mt 5, 17; e 7, 47; Sant 2, 13). Ahora bien, una prueba del amor es la hospitalidad. La constante intercomunicación entre las distintas comunidades hacía particularmente interesante y urgente la práctica de la hospitalidad.

Administradores de la multiforme gracia de Dios. La conversión y la entrega al evangelio habían despertado unas posibilidades anteriormente inexistentes (1Cor 12, 27ss; 14, 1ss), los diversos carismas. La pluralidad de estos dones (1Cor 12, 4ss) demostraba la riqueza de Dios y era motivo de alegría para la comunidad cristiana. Las diversas aptitudes o carismas no deben ser nunca consideradas aisladamente. Son funcionales. Tienen como finalidad la edificación de la Iglesia, lo mismo que cada miembro, dentro del cuerpo humano, tiene una función específica que cumplir. Desde esta «funcionalidad» deben ser corregidos todos los excesos, abusos, auto-valoración... En definitiva, todos los carismas deben ser controlados por el mandamiento fundamental del amor fraterno. Se trata de carismas, de gracias recibidas; deben, por tanto, «administrarse» conforme a la voluntad de quien las concede.

Dos ministerios son mencionados como particularmente importantes: el de la palabra y el de la atención a los necesitados. El anunciador de la palabra debe poner en el centro del interés a Dios y no buscar el propio lucimiento. Anunciar el poder de la cruz con la brillantez expositiva buscada puede llevar al fracaso de la palabra anunciada. El ejemplo del apóstol Pablo sobre el particular es sumamente elocuente. El anunciador de la palabra debe cumplir su ministerio profundamente impregnado de la responsabilidad del mismo, íntimamente convencido de que su actitud, finalidad.., pueden desvirtuar la palabra de la cruz, hacerla ineficaz.

En definitiva, la multiforme gracia de Dios, el don peculiar de cada uno no debe redundar en la propia gloria sino en la de Dios, que, por Cristo, ha enriquecido tan extraordinariamente a la comunidad de Cristo. A él debe ir dirigida toda alabanza (1Cor 10, 31). 
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