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lunes, 31 de mayo de 2010

Lecturas del día 31-05-2010. Ciclo C.

31 de Mayo de 2010. MES DEDICADO A LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA. ( Concilio Vaticano II LG 67). LUNES. FIESTA. LA VISITACIÓN DE LA VIRGEN MÁRIA. (Ciclo C). 4ª semana del Salterio. 8ª SEMANA DEL TIEMPÒ ORDINARIO. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS. Noé Mawaggali mr, Petronila vg mr, Silvio ob.

LITURGIA DE LA PALABRA

Sofoías 3, 14-18. El Señor será el rey de Israel en medio de ti.
o bien: Romanos 12, 9-16b. Contribuid en la necesidades de los santos.
Salmo Is 12, 2-6. R/. Que grande es en medio de ti el Santo de Israel.
Lc 1, 39-56. ¿quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?
El encuentro de dos mujeres embarazadas es narrado con mucha ternura. Es una escena que desborda alegría, vida y esperanza. María es la mujer que creyó en la Buena Noticia del nacimiento de Jesús el hijo de Dios. Una noticia tan buena y tan grande no se puede callar, pide ser compartida, anunciada a otras personas.

De esta manera se pone en camino para visitar a su prima Isabel, quien luego de vivir durante toda su vida como una mujer estéril también está embarazada. Dios ha puesto su proyecto salvador en las manos y el corazón de dos mujeres creyentes. Un niño salta de gozo, María canta feliz la grandeza del Señor que extiende su misericordia de generación en generación y el Espíritu Santo que ha sido derramado lo llena todo.

La comunicación de la Buena Noticia a los pobres encuentra en las mujeres un lugar privilegiado. En ellas se conjugan la ternura y la fortaleza, la sensibilidad y la lucidez; cualidades tan necesarias para ir al encuentro de los sufrientes y dar a luz con ellos la nueva humanidad del Reino.

PRIMERA LECTURA.
Sofonías 3,14-18
El Señor será el rey de Israel, en medio de ti
Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos. El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás. Aquel día dirán a Jerusalén: "No temas, Sión, no desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta." Apartaré de ti la amenaza, el oprobio que pesa sobre ti.

Palabra de Dios.

O bien:

Romanos 12,9-16b
Contribuid en las necesidades de los santos; practicad la hospitalidad
Hermanos: Que vuestra caridad no sea una farsa; aborreced lo malo y apegaos a lo bueno. Como buenos hermanos, sed cariñosos unos con otros, estimando a los demás más que a uno mismo. En la actividad, no seáis descuidados; en el espíritu, manteneos ardientes. Servid constantemente al Señor. Que la esperanza os tenga alegres: estad firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración. Contribuid en las necesidades de los santos; practicad la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen; bendecid, sí, no maldigáis. Con los que ríen, estad alegres; con los que lloran, llorad. Tened igualdad de trato unos con otros: no tengáis grandes pretensiones, sino poneos al nivel de la gente humilde.

Interleccional: Isaías 12,2-6
R/.Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel.
El Señor es mi Dios y salvador: / confiaré y no temeré, / porque mi fuerza y mi poder es el Señor, / él fue mi salvación. / Y sacaréis aguas con gozo / de las fuentes de la salvación. R.

Dad gracias al Señor, / invocad su nombre, / contad a los pueblos sus hazañas, / proclamad que su nombre es excelso. R.

Tañed para el Señor, que hizo proezas, / anunciadlas a toda la tierra; / gritad jubilosos, habitantes de Sión: / "Qué grande es en medio de ti / el Santo de Israel." R.

Palabra de Dios.

SANTO EVANGELIO.
Lucas 1,39-56
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: "¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá."

María dijo: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia por siempre."

María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.


Palabra del Señor.

La fiesta de la Visitación viene siendo celebrada por los franciscanos desde finales del siglo XIII. El papa Bonifacio IX (1.389-1.404) la introdujo en el calendario universal de la Iglesia. Clemente VIII (1.592-1.605) compuso los textos litúrgicos del oficio que precedió a la última reforma. Sólo dos años después de que éste empezara a usarse (1608), san Francisco de Sales ponía el nombre de Visitación a la orden monástica fundada por él en Annecy. Esta fiesta, que tradicionalmente se celebraba el 2 de julio, ha sido anticipada por el nuevo calendario a fin de armonizarla con la memoria de los acontecimientos del Evangelio a lo largo del año litúrgico, situándola entre la Anunciación, 25 de marzo, y el nacimiento de Juan el Bautista, 24 de junio.

Comentario Primera lectura: Sofonías 3,14-18a
Con el profeta Sofonías nos encontramos en el siglo VI antes de Cristo, en tiempos del rey Josías. Es un período marcado por continuas infidelidades a Dios por parte de Israel, que se ata a alianzas humanas y cede a las modas y a los cultos de los extranjeros. El profeta tiene ante sus ojos esta situación tan amarga y, aunque proclama «el día terrible de Yavé» sobre todas las naciones —incluida Judá— y sabe que el juicio de Dios pone al desnudo el pecado, es siempre una invitación a la conversión. Sofonías abre así un claro de luz y de esperanza: la “hija de Sión” es invitada a alegrarse y a exultar en vistas de “aquel día” (v. 16b), día mesiánico. Ya no es el día de la ira, sino el día de la misericordia, el día del nuevo amor entre Dios y su pueblo. Israel está llamado ahora a ver que «el Señor es rey de Israel en medio de ti» (v. 15).

La hija de Sión debe exultar, alegrarse «de todo corazón», es decir, con todo su ser, porque —¡gran misterio!— el Dios que parecía alejado ha revocado la condena. Y él goza ya con esto. Dios exulta, Dios realizará el milagro de hacer cosas nuevas, Dios se alegrará por la hija de Sión. Sólo la presencia de Yavé en medio de su pueblo es fuente y motivo de una renovada esperanza. «No tengas miedo, Sión, que tus brazos no flaqueen» (v. 16), porque Dios «es un salvador poderoso » (v. 17), «el Señor, tu Dios, en medio de ti», es el Emmanuel.

Comentario del Salmo Interleccional: Is 12, 2-6.
La salvación, una fuente inagotable. El nombre de Isaías («Dios-salva») simboliza y localiza la fuente salvadora de Israel. Salvación que si en el pasado fue liberación de Egipto, en el presente es confianza sin temor. En uno y otro caso es lícito celebrar a Dios como fortaleza, poder y salvación. La iniquidad de Israel consistió en haber abandonado a Dios, fuente inagotable de agua viva, salvadora, y haber excavado cisternas agrietadas que no pueden retener el agua. A pesar de todo, el mensaje de Isaías se abre hacia el futuro al invitar a los sedientos a beber gratuitamente. Quien sienta sed está predispuesto a adherirse a Jesús, la roca de la que mana el agua, nuevo Templo y fuente abierta en Jerusalén. Quien bebe en el costado del Traspasado recibe el Espíritu de la nueva Creación. Es un hombre nacido de nuevo y de arriba; goza de la vida que caracteriza a la creación terminada. Este hombre nuevo forma parte de la comitiva del Exodo iniciado por Jesús,

El testimonio, respuesta de la comunidad. La comunidad posexílica puede proclamar ante el mundo cuanto Dios hizo por ella en el pasado. Corresponde a la comunidad restaurada celebrar jubilosamente las proezas de Dios, contar sus hazañas, proclamar la grandeza del “Santo de Israel”, dar gracias a Dios salvador.

Es la misma misión confiada a la Iglesia: primero vive la salvación que brota de sus fuentes y después la difunde por el mundo entero. Ser testigos del Resucitado en Jerusalén, en Judea y Samaria y hasta los confines de la Tierra es el programa misionero de la Iglesia.

La finalidad del testimonio es llevar a otros hombres a la fe, a la adhesión personal a Jesús Mesías. Quienes aceptan el testimonio eclesial poseen en sí mismos el testimonio de Jesús, que es la Profecía de los tiempos nuevos. La sangre del Cordero y la Palabra del Testimonio son armas eficaces para vencer los poderes de la Bestia. Ser testigos de Jesús es gritar la grandeza del Santo de Israel.

Dios Padre Santo, nuestros padres nos han hablado de tu grandeza para con ellos: nos enseñaron a darte gracias, a invocar tu nombre, a contar a los pueblos tus hazañas; concédenos ser un vivo testimonio del Resucitado, para que todos los pueblos griten jubilosos que sólo Tú eres grande por los siglos de los siglos.

Comentario del Santo Evangelio: Lucas 1,39-56.
Los dos fragmentos del anuncio del nacimiento de Juan el Bautista y de Jesús, en Lucas, convergen en la narración de la visita de María a Isabel. María, como Abrahán, nuestro padre en la fe, se levanta y se apresura a ir hacia la montaña (v. 39). María e Isabel son las dos mujeres que acogen la acción de Dios: la primera de modo activo, con su consentimiento; la segunda de modo pasivo. Ambas, agraciadas, experimentan la acción poderosa del Espíritu Santo. Isabel lleva en su seno al Precursor y, en virtud de esta presencia en ella, da voz al hijo que lleva en sus entrañas indicando ya en la Madre al Hijo. Proclama lo que la ha hecho grande y bienaventurada a María, la fe: «¡Dichosa tú, que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (v. 45). Al cántico de Isabel (vv. 42-45) le sigue el cántico de María, que revela la acción poderosa de Dios en ella, la misma que da cumplimiento a las antiguas promesas hechas a Abrahán en favor de Israel. Dios hace maravillas y despliega su poder a partir de la humildad —que es reconocimiento de la propia pobreza radical— de su criatura y de su pueblo (v. 48).

El Magníficat es la primera manifestación pública de Jesús, de esta realidad aún escondida pero que se impone ya y obra en los que la acogen, como María: la realidad viva del Verbo encamado en ella la impulsa a no detenerse en sí misma y la abre a la dimensión del servicio: “María estuvo con Isabel unos tres meses” (v. 56).

La hija de Sión de la que habla Sofonías y que experimenta la revocación de la condena es figura de María. Esta ha sido agraciada por Dios, ha sido alcanzada en su pobreza de criatura. Así como Dios interviene con su omnipotencia en favor del pueblo de Israel a partir de la pobreza, así ocurre también con nosotros: Dios despliega su omnipotencia a partir de nuestra pobreza.

María no ve aún la realidad de Jesús presente en ella, pero lo cree ya, igual que el profeta Sofonías no veía aún la realidad de la revocación de la condena, pero la creía ya presente, dentro de la historia de Israel. Son miradas de fe, y también nosotros necesitamos esta mirada, una capacidad visual que penetre en lo hondo de los acontecimientos que vivimos. Un ojo que sepa reconocer que la fe, la alegría que viene del Espíritu y el servicio —los elementos que emergen de las lecturas— son como la punta de un iceberg. Indican que debajo hay algo grande, enorme: «Aquel a quien los cielos no pueden contener».

Es la presencia de Dios lo que motiva y alimenta la fe, la alegría y el servicio. Sin embargo, si dejamos que las tibias aguas de la indiferencia, de la prisa, de los afanes, de nuestra propia realización, se suelten y quiten espacio en nosotros a la presencia de Dios, entonces todo se pone al revés: la fe se convierte en ideología o huida de la realidad; la exultación en el espíritu, en euforia o alegría pasajera y superficial; el servicio, en búsqueda de nosotros mismos o autoafirmación.

Como María, verdadero modelo de discipulado, abramos la mente, el corazón, la vida, a la acogida de la Palabra en nosotros. Entonces también nosotros podremos vislumbrar y cantar con admiración la acción de Dios, que actúa en la historia de la humanidad y en nuestra historia personal. Y podremos decir, en esa caridad mutua que es servicio, que el Reino de Dios, en Cristo, está ya en medio de nosotros.

Comentario del Santo Evangelio: Lc 1,39-56, para nuestros Mayores. Visita de María a Isabel
Las personas mencionadas en la presente narración, María, Isabel y Zacarías, son ya conocidas para los lectores de Lucas por las narraciones anteriores. Hasta este momento se les relacionaba con lugares diferentes, pero aquí aparecen juntas. El pueblo de las montañas mencionado por Lucas, hoy en día se identifica preferentemente con Ain Karim, seis kilómetros al oeste de Jerusalén.

El saludo de María no tiene nada de extraño. Pero Isabel relaciona la reacción del niño dentro de su vientre con el saludo de María, reacción que cae fuera de lo normal (cf. v. 44). Isabel interpreta este salto como un salto de gozo. Cf. en Gn 25,22 el caso parecido de los gemelos de Rebeca.

Isabel queda llena del Espíritu Santo, por eso las suyas son palabras proféticas: ella habla como profetisa. Los profetas están anclados firmemente en la tradición religiosa de Israel. Ellos transmiten el mensaje de Dios e interpretan las señales de los tiempos. En resumen, ellos son portadores de la Palabra de Dios; el profeta es “el hombre de la Palabra”. El profetismo había desaparecido de Israel desde hacía tiempo y se esperaba para los tiempos mesiánicos una efusión del Espíritu en orden a la profecía.

Isabel habla “en voz alta” (textualmente: “con grandes voces”). Isabel decía estas cosas en voz alta para hacer posible que todos las escucharan: se trataría de una proclamación testimonial en un estado de fuerte conmoción afectiva.
Dos veces se habla de bendición: la primera, dirigida a María; la segunda, al niño en su vientre.

Isabel comprende la visita de María como una distinción. La traducción griega del Antiguo Testamento reproducía el nombre de Dios Yavé de la Biblia hebrea con la palabra Kyrios (“Señor”). Así es que, cuando Isabel saluda a María como “Madre de mi Señor”, está reconociendo el origen divino del niño. La reacción del niño en el seno de Isabel le sirve como una indicación. “Señor” es un título divino que se aplica a Jesús resucitado (Hch 2,36; Flp 2,11) y que Lucas le da a Jesús desde su vida terrena, con más frecuencia que Mateo.

Isabel proclama a María bienaventurada. El género literario “bienaventuranzas” o “macarismos” (del griego makarioi, que quiere decir “bienaventurados”) tiene un lugar en la literatura sapiencial. Tiene la función de indicar cuál es el camino correcto en la vida (cf. Sal 1; Lc 6,20-22). A María se le glorifica ya desde este momento porque ha escogido, con su respuesta al ángel, el camino de la fe (cf. Lc 1,38).

El Magníficat es el primero de los cuatro himnos que caracterizan la narración lucana de la niñez de Jesús. Luego siguen el Benedictus (1,68-79), el Gloria (2,14) y el Nunc Dimittis (2,29-32).

Estos cánticos tienen poca relación directa con los acontecimientos de la narración. El cantautor está inspirado por Dios y en sus cánticos narra la actuación de Dios en la historia. De esta manera, descubre una nueva dimensión del sentido de los acontecimientos, que sobrepasa lo que los personajes de la narración están viviendo.

La invitación a la alabanza no está redactada en imperativo, sino en una forma más suave. Cuando María expresa su propia alabanza a Dios, está invitando al mismo tiempo a todos a unirse a ella. El cántico de María se inspira en el cántico de Ana (cf. 1 Sm 2,1-10) y en muchos otros pasajes del Antiguo Testamento. Además de las principales afinidades literarias subrayadas por las referencias marginales, existen dos grandes temas: a) Los pobres y humildes socorridos con detrimento de los ricos y poderosos (Sof 2,3; cf. Mt 5,3). b) Israel objeto del favor de Dios (cf. Dt 7,6), desde la promesa hecha a Abraham (Gn 15,1; 17,l). Mencionaremos algunas alusiones del Magníficat a textos del Antiguo Testamento: “Se goza en Dios mi salvador”. Cf. 1 Sm 2,1.

“Ha mirado la humilde condición de su esclava”. Cf. 1 Sm 1,11. El motivo de la alabanza se encuentra en el hecho de que Dios “ha visto la humilde condición de su esclava”. Estas palabras evocan a Dios, que alguna vez vio la miseria de su pueblo en Egipto, poniéndose entonces en marcha para liberar a Israel de su esclavitud (cf. Ex 3,7-8). La alabanza se refiere ahora a la cantautora misma. A través de la alabanza a ella misma, alaba lo que Dios ha llevado a cabo en ella. De esta manera, esta alabanza constituye también una alabanza indirecta a Dios.
Lo anterior se confirma con una motivación: se glorifica a Dios porque Dios ha actuado en María.

Otras referencias al Antiguo Testamento son el v. 49: “Santo es su nombre” (cf. Sal 111,9) y el v. 50: “Sobre aquellos que le temen” (cf. Sal 103,17).

La narración hímnica explica en siete oraciones en qué consiste concretamente la misericordia de Dios y su significado para el aquí y el ahora. El número 7 es simbólico: la plenitud. Señala aquí la obra omnipotente de Dios. El enunciado más importante se encuentra en la mitad: Él elevó a los insignificantes. El texto retorna así la caracterización de María acerca de su situación como sierva del Señor, porque la invitación a la alabanza tiene su motivación en que Dios “ha visto la humilde condición de su esclava”.

La forma como Dios actuó con María se ubica así dentro del contexto amplio de la obra de Dios en los pobres de Israel. Esta obra significa un cambio de suerte: a los poderosos y ricos se les despoja, mientras que a los pobres y hambrientos se les engrandecerá.

Todos los enunciados de esta parte del himno se refieren a la obra de Dios en el pasado, comenzando con su actuación con Abraham y llegando a su punto final y clímax con su obra en María. Muchos puntos de contacto con el Antiguo Testamento ponen esto de manifiesto: el v. 51 se relaciona con el Sal 89,11; el v. 52 con 1 Sm 2,7, con Job 5,11; 12,19, y con Ez 21,31; el v. 53 con el Sal 107,9, y el v. 54 con Is 41,8-9, Sal 98,3 y Miq 7,20.

Por asociación, en todos estos textos se hacen referencias a los momentos más importantes de la historia de Israel: “Las obras poderosas” y el “derribar a los poderosos de sus tronos” hacen alusión a la obra de Dios en la salida de la esclavitud de Egipto. El “obsequiar dones a los hambrientos” y el “despedir a los ricos vacíos” hace alusión a la alimentación de Israel en el desierto con el “maná” y a los milagros de Elías y de Eliseo. El “acoger a Israel, su siervo”, hace alusión al hecho de haberlo hecho volver del exilio.

Con el concepto “siervo” se retoma la forma con la que María se describe a sí misma como “sierva o esclava del Señor”. Lo que Dios ha realizado hace tiempo en Israel, lo realiza ahora en María. La obra de Dios con Israel fue la salvación del pobre y humillado siervo, su liberación de la esclavitud y de la prisión. Es lo que ahora sucede con la sierva de Dios, María. Así se da a conocer el nombre de Dios como santo (cf. Ez 36,16-38 y la segunda petición del Padrenuestro).

La nota final cierra el marco narrativo y, con el dato del espacio temporal “tres meses”, guía al lector hacia la siguiente escena. María probablemente permaneció junto a Isabel hasta el nacimiento y la circuncisión de Juan. Lucas agota así una materia antes de pasar a otra. Cf. 1,64.67; 3,19.20; 8,37.38.

Comentario del Santo Evangelio: Lc 1,39-45, de Joven para Joven. Visita de María a su prima Isabel.
Lucas presenta el relato de la visita de María a su prima Isabel con el mismo procedimiento midráshico con el que presenta la anunciación. Hace un relato paralelo al del traslado del Arca de la Alianza a Jerusalén (2 Sm 6,2-11). Está lleno, por tanto, de resonancias bíblicas.

Como en los demás relatos de la infancia, Lucas pone de manifiesto la superioridad de la nueva Alianza sobre la antigua. En ambos casos, el viaje se realiza por el país de Judá hacia Jerusalén y suscita las mismas expresiones de alegría, e incluso danzas sagradas, en las que el niño “salta” en el seno de su madre. La casa de Zacarías se convierte en la réplica de la casa de Obed-Edom, y María es en ella una fuente de bendiciones para la familia de su prima, como lo había sido el Arca. El grito jubiloso de Isabel al recibir a María reproduce casi textualmente el de David delante del Arca: “¿Cómo entrará el arca en mi casa?” (2 Sm 6,9).

María, lo mismo que el Arca en la casa de Obed-Edom, permanece tres meses en la casa de su prima Isabel. María, el Arca de la nueva Alianza, lleva en su seno mucho más que los signos que testifican la presencia liberadora de Dios; lleva al mismo Dios, y lo lleva al pueblo de la antigua Alianza encarnado en la familia de Zacarías, Isabel y Juan.

El cumplimiento de las promesas hace estremecer de gozo al “pequeño resto”, que aguardaba con corazón sincero al Prometido. Pero, a pesar de la gracia mesiánica de esta visita, “el más pequeño del Reino de Dios es más grande que ellos” (Lc 7,28), porque no han visto la plenitud de la salvación en el anuncio del Reino, en su culminación, que es la resurrección de Jesús, y en la vida y misión del nuevo pueblo de Dios. Por eso, si la familia de Zacarías se estremece gozosamente ante la aurora del “sol que nace de lo alto”, mucho más nosotros que, como repite la carta a los Hebreos, contemplamos la plenitud de la salvación. Quien ha venido a visitarnos no es un Dios latente en el seno de una jovencita, ni un Dios mudo, ni es sólo un Dios vecino; nos habla con su Palabra, tiene en nosotros domicilio permanente (Jn 14, 23), está “en” nosotros y “con” nosotros no tres meses, sino toda la vida (Mt 28,20). Todavía más: se hace nuestro alimento para transformarnos en él (Jn 6,57).

Nuestro privilegio es mucho mayor que el de los primos de María de Am Karin. Por eso, la primera exigencia de la cercanía y la salvación que nos ofrece el Señor es la alegría mesiánica, “los saltos de júbilo”, que motiva Pablo (Flp 4,4). Pero tanto los dones de gracia de María como los nuestros son siempre en orden a la misión. Toda vocación es una misión.

“Dichosa tú que has creído!” Estas palabras hacen referencia a la bienaventuranza de la fe, que Jesús señala en su aparición a los apóstoles en presencia de Tomás (Jn 20,29). “Al aceptar el mensaje del Señor, María se convirtió en madre de Jesús” (LG 56), es decir, por la fe primeramente. Por esta fe María es dichosa, y se constituye en la primera creyente y discípula de Cristo, ¡a primera cristiana de la Iglesia (MC 35). La aceptación de la maternidad divina fue un acto de fe y de obediencia libres por los que María cooperó activamente, y no como un instrumento meramente pasivo en las manos de Dios, a la salvación de los hombres.

San Agustín afirma: “María concibió a Cristo por la fe en su alma antes que en su cuerpo, de suerte que más mérito y dicha es para ella el haber sido discípula de Cristo, cumpliendo la voluntad del Padre, que el haber sido la madre física de Jesús”. Es lo mismo que respondió Jesús a la mujer que exaltó a su madre por su maternidad biológica (Lc 11,28). Así se unen en María las dos nuevas bienaventuranzas que hemos de sumar a las ocho del discurso del monte: la de la fe y la de la Palabra. María escucha con avidez la Palabra en la sinagoga, en el anuncio del ángel, a lo largo de la vida oculta de Jesús, en que está con los ojos y oídos bien abiertos para ver los signos de Dios y escuchar su susurro. Y la medita intensamente (Lc 2,19; 2,51).

María, figura de la Iglesia. María, como hará más tarde su hijo, “no está para que la sirvan, sino para ser servidora” (Mt 20,28). Él no fue pregonando su condición divina, sino que se hizo servidor de todos. Así, María, ante el asombro de su prima, no hace valer su categoría de madre de Dios: “¿De dónde a mí este honor que venga a visitarme la madre de mi Señor?”. Se quedó de sirvienta durante tres meses.

María recibe en su seno al Hijo de Dios, pero como un regalo para el mundo; por eso no se lo guarda para sí. Del mismo modo nosotros, por la escucha de la Palabra y por su cumplimiento fiel, nos realizamos como hijos de Dios y nos convertimos en templos suyos. “El que escucha la palabra y la pone por obra, ése es mi hermano” (Lc 8,21), hijo de Dios. “Si alguno me ama, cumplirá mis mandamientos; mi Padre lo amará y vendremos a él y en él pondremos nuestra morada” (Jn 14,23).

La Iglesia, la comunidad cristiana, la familia, cada cristiano son también templo del Señor; habita en nosotros para que lo entreguemos como María al mundo. Se hizo famoso el título y contenido de un libro: “Una Iglesia que no sirve, no sirve para nada”. En efecto, “la Iglesia existe para evangelizar” (EN 14) porque “Cristo es un derecho de todo hombre”, decía un eslogan misionero. Cristo nos inhabita, pero para que lo llevemos a los demás con el testimonio de vida, con la palabra y con la acción evangelizadora, como hizo María con la familia de Zacarías a fin de que fuera una “fuente de bendiciones”. Pretender guardarlo para sí sin presentarlo a los demás sería un secuestro, que él reprueba. El signo de que está con nosotros y el síntoma de que nos llena por dentro es hacer como María: presentarlo a los demás.

L. Bioy estuvo eternamente agradecido a los Maritain por haberle ayudado a descubrir a Cristo como razón de su vida.

Elevación Espiritual para este día.
He aquí cómo la humildad está unida a la caridad en la Señora y cómo su humildad hace que se la exalte. En efecto, «Dios mira las cosas bajas» para levantarlas (Sal 93,6; 138,6); por esta razón, al ver a la santa Virgen humillarse por debajo de todas las criaturas, proyectó sus ojos sobre ella y la levantó por encima de todas. Cosa que nos manifiesta ella misma con las palabras del sagrado cántico (Lc 1,48): «Puesto que el Señor ha mirado mi pobreza, mi bajeza y mi miseria, todas las naciones me llamarán dichosa». Es como si hubiera querido decir a santa Isabel: «Tú me proclamas dichosa, y lo soy verdaderamente, pero toda mi felicidad procede del hecho de que Dios ha mirado mi nada y mi abyección». Sin embargo, nuestra Señora no se contentó con haberse humillado hasta ese punto en presencia de la divina Majestad, porque sabía bien que la humildad y la caridad no alcanzan el nivel de la perfección si no se derraman sobre el prójimo.

Del amor a Dios deriva el amor al prójimo, y el santo apóstol decía (Rom 13,8; Gal 5,14; Ef 5,lss) que en la medida en que tu amor a Dios sea grande lo será también tu amor al prójimo. Esto es lo que nos enseña san Juan cuando dice (1 Jn 4,20): «Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve».

Así pues, si queremos demostrar que amamos mucho a Dios y queremos que nos crean cuando lo afirmamos, debemos amar mucho a nuestros hermanos, servirles y ayudarles en sus necesidades. Así, la santa Virgen, conociendo esta verdad, «se levantó» con prontitud, dice el evangelista (Lc 1,39), y «se fue deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá» [...], para servir a su prima Isabel en su vejez y en su espera.

Reflexión Espiritual para el día.
En la narración evangélica relativa a María hemos de señalar una circunstancia muy importante: ella fue, a buen seguro, iluminada interiormente por un carisma de luz extraordinario, como su inocencia y su misión debían asegurarle; en el evangelio se manifiesta la limpidez cognoscitiva y la intuición profética de las cosas divinas que inundaban su privilegiada alma. Y, sin embargo, la Señora tuvo fe, la cual supone no la evidencia directa del conocimiento, sino la aceptación de la verdad a causa de la palabra reveladora de Dios. «También la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe», dice el Concilio (LG 58). Es el evangelio el que indica su meritorio camino, que nosotros recordaremos y celebraremos con el único elogio de Isabel, elogio estupendo y revelador de la psicología y de la virtud de María: «¡Dichosa tú, que has creído!» Lc 1 ,45). Y podremos encontrar la confirmación de esta virtud fundamental de la Señora en todas las páginas del evangelio donde aparece lo que ella era, lo que dijo, lo que hizo, de suerte que nos sintamos obligados a sentarnos en la escuela de su ejemplo y a encontrar en las actitudes que definen la incomparable figura de María ante el misterio de Cristo, que en ella se realiza, las formas típicas para los espíritus que quieren ser religiosos según el plan divino de nuestra salvación; son formas de escucha, de exploración, de aceptación, de sacrificio; y, a continuación, también de meditación, de espera y de interrogación, de posesión interior, de seguridad calma y soberana en el juicio y en la acción, y, por último, de plenitud de oración y de comunión, propias, ciertamente, de aquella alma única llena de gracia y envuelta por el Espíritu Santo, pero formas también de fe, y por eso próximas a nosotros, no sólo admirables por nosotros, sino imitables.

El rosto de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia. “¡Canta hija de Sión!”
Como final del libro de Sofonías se encuentra este salmo gozoso de Sión, muy semejante en forma y sentido a los salmos de entronización de Yavé como rey o del rey como ungido de Yavé. Aunque el tono sea muy distinto del resto del libro y se desborde en júbilo futurista, ya estamos acostumbrados a encontrar esta profética mezcla de tristeza y alegría, condenación y promesa, que nos fuerza a ser muy cautos a la hora de juzgar sobre su autenticidad. De todos modos, sea de Sofonías o de un redactor posterior igualmente inspirado, ahí está como consoladora palabra de Dios» llena de estímulo y esperanza.

La descripción es un fresco retrato de la edad de oro que tiene que llegar para Israel. Las imágenes son las tradicionales: la alegría de Israel por la derrota de sus enemigos y la ruina de éstos como fruto de la presencia de Yavé en medio de su pueblo. A este júbilo se une, en los versículos siguientes, el retorno de todos los desterrados hasta formar un pueblo de fama y renombre excepcional en medio de todos los pueblos de la tierra. Era la cara inversa de la medalla, de la realidad histórica sufrida durante siglos.

La fe del profeta queda de manifiesto en ese uso del perfecto profético sustitutivo del futuro: «ha cancelado... ha expulsado», etc. Para el profeta, quienquiera que sea, el futuro se hace pasado por la fuerza de la convicción y garantía divina inspirante. Esta forma de hablar es uno de los mejores testimonios vivenciales del profeta como verdadero «anawim» en medio de un pueblo materializado.

La fuerza de este salmo oracular radica, destaquémoslo con alegría, en la presencia de Dios en medio de su pueblo como rey: «El Señor será el rey de Israel en medio de ti y ya no temerás». Cuando el evangelista Lucas quiera expresar su fe pentecostal en Jesús como Dios encarnado en medio de nosotros, los hombres, no encontrará mejores palabras que éstas del profeta Sofonías. En ellas vio el velado preanuncio de la Encarnación, del Emmanuel, del Dios-Yavé en medio de su pueblo. Por eso, si leemos paralelamente Sof 3, 15-17 y Lc 1, 2 8-33 quedaremos estupefactos del paralelismo existente entre ambos lugares.

La nueva Sión es para Lucas María, la joven doncella a quien se le garantiza que no tema porque Yavé está en medio de ella, contigo, para que se haga presente en su seno el Salvador y Rey. El nuevo Israel queda personificado en María como Madre. Lo ha hecho un evangelista inspirado por Dios. María es, en verdad, madre de todos los hombres, del Cristo total, de la Iglesia, como acertada y solemnemente enseñará el Concilio Vaticano II. 
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