1 de Junio 2010. MARTES. MES DEDICADO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS.SAN JUSTINO, MÁRTIR, Memoria obligatoria. (Ciclo C). 1ª semana del Salterio. 9ª semana del tiempo Ordinario. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. NUESTRA SEÑORA DE LA LUZ SS. Fortunato pb, Íñigo ab, Próculo mr.
LITURGIA DE LA PALABRA.
2P 3, 12-15a. 17-18. Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva.
Sal 89. R/. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Marcos 12, 13-17. Lo que es del César pagádselo al César, y lo que es de Dios, a Dios.
En este pasaje, los fariseos y herodianos se confabulan para tentar a Jesús y tenderle una trampa. Jesús aprovecha la oportunidad para dar una lección. Él llama a mantener la integridad de nuestra vida, es decir no manejar un doble estándar. “Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”, nos está diciendo manténganse siempre fieles a Dios, respétenle siempre, no solo en el templo o en momentos de oración, sino en toda instancia de nuestra vida. Las autoridades civiles merecen el respeto y cooperación, siempre y cuando esto no signifique transgredir nuestra adhesión a Dios. Tampoco es lícito que por una supuesta lealtad a Dios eludamos nuestras responsabilidades ciudadanas. Debemos respetar tanto a Dios como a la autoridad, mientras ésta no pretenda tomar el lugar de la primera. El César se considera a si mismo Hijo de Dios y exige de sus súbditos la reverencia y dedicación que se debe a la divinidad. Aquí la autoridad toma para sí el lugar de Dios. Por ello debemos estar atentos a situaciones similares que se dan en nuestros días. Es la constante tensión entre los valores del Reino de Dios y los desvalores de las estructuras del mundo.
PRIMERA LECTURA.
2Pedro 3,12-15a.17-18
Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva
Queridos hermanos: Esperad y apresurad la venida del Señor, cuando desaparecerán los cielos, consumidos por el fuego, y se derretirán los elementos. Pero nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia. Por tanto, queridos hermanos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con él, inmaculados e irreprochables. Considerad que la paciencia de Dios es nuestra salvación. Así, pues, queridos hermanos, vosotros estáis prevenidos; estad en guardia para que no os arrastre el error de esos hombres sin principios, y perdáis pie. Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, a quien sea la gloria ahora y hasta el día eterno. Amén.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 89
R/.Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Antes que naciesen los montes / o fuera engendrado el orbe de la tierra, / desde siempre y por siempre tú eres Dios. R.
Tú reduces el hombre a polvo, / diciendo: "Retornad, hijos de Adán." / Mil años en tu presencia / son un ayer, que pasó; / una vela nocturna. R.
Aunque uno viva setenta años, / y el más robusto hasta ochenta, / la mayor parte son fatiga inútil, / porque pasan aprisa y vuelan. R.
Por la mañana sácianos de tu misericordia, / y toda nuestra vida será alegría y júbilo. / Que tus siervos vean tu acción, / y sus hijos tu gloria. R.
SANTO EVANGELIO.
Marcos 12, 13-17
Lo que es del César pagádselo al César, y lo que es de Dios a Dios
En aquel tiempo, enviaron a Jesús unos fariseos y partidarios de Herodes, para cazarlo con una pregunta. Se acercaron y le dijeron: "Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa de nadie; porque no te fijas en lo que la gente sea, sino que enseñas el camino de Dios sinceramente. ¿Es lícito pagar impuesto al César o no? ¿Pagamos o no pagamos?" Jesús, viendo su hipocresía, les replicó: "¿Por qué intentáis cogerme? Traedme un denario, que lo vea." Se lo trajeron. Y él les preguntó: "¿De quién es esta cara y esta inscripción?" Le contestaron: "Del César." Les replicó: "Lo que es del César pagádselo al César, y lo que es de Dios, a Dios." Se quedaron admirados.
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA.
2P 3, 12-15a. 17-18. Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva.
Sal 89. R/. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Marcos 12, 13-17. Lo que es del César pagádselo al César, y lo que es de Dios, a Dios.
En este pasaje, los fariseos y herodianos se confabulan para tentar a Jesús y tenderle una trampa. Jesús aprovecha la oportunidad para dar una lección. Él llama a mantener la integridad de nuestra vida, es decir no manejar un doble estándar. “Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”, nos está diciendo manténganse siempre fieles a Dios, respétenle siempre, no solo en el templo o en momentos de oración, sino en toda instancia de nuestra vida. Las autoridades civiles merecen el respeto y cooperación, siempre y cuando esto no signifique transgredir nuestra adhesión a Dios. Tampoco es lícito que por una supuesta lealtad a Dios eludamos nuestras responsabilidades ciudadanas. Debemos respetar tanto a Dios como a la autoridad, mientras ésta no pretenda tomar el lugar de la primera. El César se considera a si mismo Hijo de Dios y exige de sus súbditos la reverencia y dedicación que se debe a la divinidad. Aquí la autoridad toma para sí el lugar de Dios. Por ello debemos estar atentos a situaciones similares que se dan en nuestros días. Es la constante tensión entre los valores del Reino de Dios y los desvalores de las estructuras del mundo.
PRIMERA LECTURA.
2Pedro 3,12-15a.17-18
Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva
Queridos hermanos: Esperad y apresurad la venida del Señor, cuando desaparecerán los cielos, consumidos por el fuego, y se derretirán los elementos. Pero nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia. Por tanto, queridos hermanos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con él, inmaculados e irreprochables. Considerad que la paciencia de Dios es nuestra salvación. Así, pues, queridos hermanos, vosotros estáis prevenidos; estad en guardia para que no os arrastre el error de esos hombres sin principios, y perdáis pie. Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, a quien sea la gloria ahora y hasta el día eterno. Amén.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 89
R/.Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Antes que naciesen los montes / o fuera engendrado el orbe de la tierra, / desde siempre y por siempre tú eres Dios. R.
Tú reduces el hombre a polvo, / diciendo: "Retornad, hijos de Adán." / Mil años en tu presencia / son un ayer, que pasó; / una vela nocturna. R.
Aunque uno viva setenta años, / y el más robusto hasta ochenta, / la mayor parte son fatiga inútil, / porque pasan aprisa y vuelan. R.
Por la mañana sácianos de tu misericordia, / y toda nuestra vida será alegría y júbilo. / Que tus siervos vean tu acción, / y sus hijos tu gloria. R.
SANTO EVANGELIO.
Marcos 12, 13-17
Lo que es del César pagádselo al César, y lo que es de Dios a Dios
En aquel tiempo, enviaron a Jesús unos fariseos y partidarios de Herodes, para cazarlo con una pregunta. Se acercaron y le dijeron: "Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa de nadie; porque no te fijas en lo que la gente sea, sino que enseñas el camino de Dios sinceramente. ¿Es lícito pagar impuesto al César o no? ¿Pagamos o no pagamos?" Jesús, viendo su hipocresía, les replicó: "¿Por qué intentáis cogerme? Traedme un denario, que lo vea." Se lo trajeron. Y él les preguntó: "¿De quién es esta cara y esta inscripción?" Le contestaron: "Del César." Les replicó: "Lo que es del César pagádselo al César, y lo que es de Dios, a Dios." Se quedaron admirados.
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: 2 Pedro 3,12-15a.17-18.
El fragmento de hoy es una reflexión sobre el estado del cristiano que «espera la venida del día de Dios» (cf.v. 12), día que pertenece a Dios por excelencia. El autor de la carta pretende recordar a los creyentes el objeto y el sentido de esta espera. En primer lugar, lo que esperamos son «unos cielos nuevos y una tierra nueva»
(Cf. Is 65,17; 66,22), en los que se manifestará Cristo y se manifestará en todos los ámbitos —en la «justicia»— el proyecto de Dios, que ahora es sólo un deseo. Ahora bien, esta espera es algo completamente distinto a una espera pasiva. Quien vive ya desde ahora en medio de la piedad y la santidad puede apresurar incluso la venida del día del Señor, puesto que realiza ya en esta tierra, en la pequeñez de su historia, lo que será la justicia típica del día de Dios. Por eso invita el autor de la carta a sus destinatarios «limpios», como las víctimas ofrecidas a Dios en el culto del Antiguo Testamento, e «irreprochables ante él», «en paz con Dios» (v. 14), como ocurrirá en el domingo sin ocaso de la vida futura.
En estas circunstancias, se vuelve secundario el problema del “cuándo” vendrá este «día de Dios». Lo que cuenta es la magnanimidad del Señor, que organiza los tiempos y la historia siguiendo una amorosa perspectiva de salvación. Ese designio es desconocido para los impíos, mientras que es objeto de conocimiento progresivo por parte del creyente. Este último sabe que aún tiene que seguir descubriendo a Cristo hasta la manifestación completa del día del Señor. A él sea la gloria, ahora y tal como aparecerá en aquel día. El «amén» final indica que el escrito debe ser leído en la asamblea dominical de los cristianos.
Comentario del Salmo 89
Es una mezcla de salmos de tipo sapiencial (1h y de súplica. Teniendo en cuenta la serie de peticiones que presenta (12-17), nosotros lo consideraremos como un salmo de súplica colectiva. El pueblo está atravesando serias dificultades y, por eso, clama a Dios.
Presenta tres partes (lb-6; 7-11; 12-17) y está cuajado de imágenes. En la primera parte (lb-6), encontramos una profesión de fe en el Dios que siempre ha protegido al pueblo (1b), manifestándose como Dios eterno. Es un Dios que existe desde siempre (2). Se presenta la creación mediante la imagen del parto (2). Todo lo que vemos a nuestro alrededor (montes, tierra, mundo) son realidades salidas del seno de Dios, son su creación. La eternidad de Dios contrasta con los pocos días que vive el ser humano. Nacidos del polvo (Gén 2,7), los hijos de Adán regresan al polvo (3). Esta es la primera imagen de la fragilidad humana. Dios no mide el tiempo como nosotros. Aunque viviéramos mil años, esto no representaría para él más que unas pocas horas. Es una imagen que muestra la fugacidad de la humanidad: la vida transcurre muy aprisa. Otra imagen, la de la siembra (5-6), compara al ser humano con la hierba del campo: una vez sembrada, crece deprisa y desaparece más deprisa todavía. Tenemos aquí otra imagen de la fugacidad de la vida humana.
En la región de Palestina, hay hierbas que nacen, crecen y mueren en pocos días. En la segunda parte (7-1 1), hacen su aparición dos temas nuevos: el pecado de la gente y la ira de Dios. Desde el principio (7a) hasta el fin (11a) se habla de la cólera de Dios. La muerte no se considera como una consecuencia de vivir, sino como resultado del pecado, como un castigo divino. Dios tiene delante los pecados de la humanidad; lo que más ocultamos (secretos) se encuentra al desnudo y con toda claridad ante su presencia (8). Aparece una nueva imagen de la fragilidad del ser humano: la vida es como un suspiro (9b). En aquella época, la esperanza de vida alcanzaba los setenta años, ochenta para los más vigorosos (Pero, ¿qué es esto ante la eternidad de Dios? La vida no es más que un vuelo pasajero. Entonces, ¿qué podemos hacer?
Encontramos la respuesta a esta pregunta en la tercera parte (12-17), que se presenta en forma de súplica. ¿Qué es lo que aquí se pide a Dios? Básicamente, cuatro cosas. La primera es un corazón sensato (12). Dicho de otro modo, aceptar que la vida humana es frágil y caduca, temiendo a Dios, que posee eternidad.
Actuando así, la gente adquiere sabiduría, es decir, encuentra el sentido de la vida. Después, se le pide a Dios que se vuelva y que tenga compasión (13). Todas las cosas proceden de él (2). ¿No va a compadecerse de los que él mismo ha engendrado y puesto en el mundo? En tercer lugar, se pide poder disfrutar de la vida para compensar las pérdidas (14-16). Así es como este salmo entiende la compasión de Dios. Con otras palabras, el pueblo pide que su vida no consista solamente en sufrir y padecer desgracias. Que tenga motivos para celebrar y olvidarse de los momentos amargos: «Alégranos, por los días en que nos castigaste, por los años en que sufrimos desgracias» (15). Finalmente, se pide que el trabajo que realiza el pueblo sea fecundo: «Venga sobre nosotros la bondad del Señor, y confirme la obra de nuestras manos» (17). De hecho, según el Qohélet, lo mejor que le puede suceder a alguien es disfrutar del trabajo de sus propias manos. Y la peor de las desgracias, no poder hacerlo (Qo 2,24).
Este salmo revela algunas tensiones y conflictos propios de los textos sapienciales. Está presente el tema de la fragilidad y la fugacidad de la vida. También se habla de la búsqueda de un «corazón sensato», es decir; de la búsqueda de la sabiduría que llena de colorido, y da sentido y sabor a la vida y a las cosas. Detrás de esta búsqueda se oculta el conflicto con los falsos valores. El conflicto es también teológico, pues se afirma que la muerte es fruto del pecado. En cierto modo, por tanto, sería resultado de la ira de Dios que encienden los pecados de la humanidad, Así pues, e salmo habla, en este sentido, de los castigos y desgracias que son enviados por Dios al pueblo (15). Pedir que se pueda disfrutar del propio trabajo significa que hay gente extraña que se está apropiando del fruto de trabajos que no han realizado; esto mismo vale para cuando se le pide a Dios que «confirme la obra» de las manos. Detrás de todas estas peticiones, hay, por tanto, un conflicto en el que están implicados los trabajadores y los que explotan la fuerza del trabajo. Es un tema muy importante en el libro del Qohélet (Eclesiastés) y que también se pone aquí de manifiesto.
Dios se presenta desde diversas perspectivas. Una de ellas, que tiene un aspecto inquietante, lo considera como el Dios que castiga los pecados, que derrama su ira sobre las personas (7-9). Pero también tiene rasgos positivos: Dios ha sido refugio permanente para el pueblo (1b), pues nunca ha dejado de ser el aliado fiel; es la madre que engendra toda la creación (2). Es el ser eterno que, cuando se le invoca muestra compasión por sus siervos (13); es aquel que, por la mañana, sacia al pueblo con su amor, permitiendo que viva con alegría todo el día (14); quiere que el ser humano disfrute del trabajo de sus propias manos; Dios es quien da a las personas un corazón sensato para que puedan descubrir la sabiduría de la vida...
Jesús puso de manifiesto que Dios no quiere la muerte, sino la vida. Fue refugio de todos los que le dirigieron sus clamores; tuvo compasión de todos; denunció las explotaciones, sobre todo, las realizadas en nombre de la fe y de la religión (Mc 12; Mt 23). Mostró que Dios es Padre y que cuida con cariño de todas las criaturas que creó, sobre todo, del ser humano (Mt 6,25-34; 10,29-31).
El 89 es un salmo para rezar ante la fragilidad y la caducidad de la vida; cuando buscamos el sentido de la vida y los valores auténticos; cuando contemplamos la explotación que existe en el mundo del trabajo; cuando sentimos el peso de los pecados, de la edad...
Comentario del Santo Evangelio: Marcos 12,13-17
En el centro del evangelio de hoy figura una pregunta hipócrita. Los herodianos y los fariseos no buscan ninguna respuesta; lo que quieren sobre todo es poner a Jesús en una situación embarazosa, haciéndolo odioso para la autoridad romana o para la muchedumbre. La respuesta de Jesús, sin embargo, evita la trampa de la rígida alternativa y aprovecha la pregunta para brindar un criterio decisivo para la vida cristiana.
Dios y el césar no se contraponen entre sí, no se encuentran en el mismo plano: existe un primado de Dios, pero que no priva al Estado de sus derechos. En virtud de este principio, el cristiano aprende a obedecer no sólo a Dios, sino también a los hombres, porque la raíz de toda autoridad deriva en última instancia del Eterno. Precisamente de este principio dimana la libertad de conciencia, al amparo de toda idolatría del poder y acogiendo la respectiva soberanía de la Iglesia y el Estado.
«Esta respuesta les dejó asombrados» (v. 17b): los que antes querían cazarlo en alguna palabra quedan asombrados ahora por el mensaje de libertad contenido en las palabras de Jesús.
Esperar y apresurar el día del Señor. Dar a Dios y al césar lo que le corresponde a cada uno. En estas imágenes encontramos descrita la vida del cristiano. Esta es, antes que nada, acontecimiento de espera, anuncio de que el Esposo no ha llegado todavía, nostalgia de un amor más grande que todo afecto humano, como un deseo extinguido... Pero, al mismo tiempo, el creyente vive y celebra cada día como día del Señor, indica en él la presencia misteriosa del Esposo, expresa la alegría del encuentro con él, del deseo inextinguible. Algo así como una espera que se realiza y se vuelve cada vez más intensa y acelera en cierto modo la venida del Señor. Por eso el cristiano no se evade del mundo ni de la historia, sino que está bien implantado en ellos, precisamente para indicarle al mismo mundo lo que hay en él de Dios y debe volver a Él, o bien, lo que en el corazón humano pertenece al Altísimo y sólo en él encuentra la paz, y también lo que es corruptible y tiene que ser abandonado; lo que es bello, pero con una belleza que pasa; aquello que tal vez pueda atraer al corazón hecho de carne, pero no lo puede llenar del todo después. No por desprecio a lo humano, sino —al contrario— para darle a todas las realidades su justo peso y mantener viva la esperanza del «día de Dios», en el que todo lo terreno (afectos y esperanzas, debilidades y angustias...) se fundirá en el fuego del amor eterno. Y habrá «unos cielos nuevos y una tierra nueva»...
Comentario del Santo Evangelio: (Mc 12,13-1 7, para nuestros Mayores. No un «o... o...» y más que un «y... y...»
La relación entre Jesús y sus adversarios, ya tensa desde el comienzo de su vida pública, se pone al rojo vivo: la atmósfera está cargadísima. Las palabras inicias de los adversarios tienen una pátina de cortesía, tal vez con la intención de ganarse una atención de primer plano. Le dan a Jesús el pomposo título de «maestro», le reconocen como hombre «sincero», absolutamente autónomo en sus juicios y capaz de enseñar «el camino de Dios». A continuación, las palabras seductoras dejan su sitio inmediatamente a las insidiosas. La trampa está preparada para dispararse: «¿Estamos obligados a pagar tributo al césar o no? ¿Lo pagamos o no lo pagamos?» (v. 14). Le piden a Jesús que tome una posición precisa y personal sobre un tema candente, el tributo al césar (o sea, al emperador de Roma, al ocupante pagano).
La cuestión, más que fiscal o financiera, era política y teológica: el judío que reconocía la autoridad del césar ponía en duda su propia sumisión a Dios. El tributo se parecía, en efecto, al que cada judío estaba obligado a pagar al templo (cf. Mt 17,24): en la pregunta planteada a Jesús subyace el equívoco de intercambiar un pago puramente fiscal por un tributo religioso. Había suficiente material para elaborar una peligrosa mezcla explosiva: faltaba poco para que la situación estallara, con unas consecuencias no fácilmente previsibles.
Jesús, retado a manifestar su opinión personal, percibe de inmediato el engaño (“dándose cuenta de su mala intención”: v. 15) y lo hace aflorar con esta pregunta: «¿Por qué me ponéis a prueba?». Traslada, a continuación, la pregunta del plano puramente teórico al práctico pidiendo una moneda. Enseguida le presentan un «denario», una moneda de plata del Imperio, con la que se pagaba el tributo al emperador en las provincias. Ahora, siguiendo la técnica de la controversia, Jesús plantea una contrapregunta sobre la identidad de la efigie y de la inscripción, los dos signos inequívocos de pertenencia.
La imagen era, en efecto, la del emperador Tiberio, adornada con una corona de laurel típica de la dignidad divina. Suya era asimismo la inscripción que le proclamaba «hijo del divino Augusto» y «sumo pontífice». En este punto da Jesús la respuesta completa, construida de una manera simétrica: «Pues dad al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios» (v. 17). La respuesta salomónica de Jesús coge desprevenidos a sus adversarios, que se quedan maravillados con él. Querían tenderle un lazo y han sido ellos los que han quedado atrapados por la palabra de la verdad, la que fija a la evidencia de una lógica que supera la miopía humana.
Al aut... aut de la pregunta parece hacer de contrapunto el et... et de la respuesta. La cosa no convence del todo. El problema no se resuelve proponiendo simplemente una paridad. Jesús, como en otros muchos casos, no se limita a resolver una cuestión, aunque sea espinosa, sino que abre unas perspectivas inéditas e impensables hasta entonces. No era la cuestión teórica de la licitud del poder político, sino su persona, lo que constituía el objeto, no declarado, de la controversia. La respuesta de Jesús sorprende porque, en primer lugar, desvanece la ilusión de que una lucha contra la autoridad política sea suficiente para volver a dar brío a la anémica vida espiritual del pueblo. El derecho del césar existe, y tiene que ser honrado.
En segundo lugar, sorprende porque Jesús pide ir más allá y habla del derecho de Dios. Reivindica para éste el primer lugar. El derecho de Dios trae consigo la exigencia de respetar el derecho del emperador. Dios sigue siendo, en cualquier caso, el primero, y fundamenta el derecho del hombre. De ahí deriva que, en caso de conflicto, se deberá salvaguardar el derecho de Dios. La novedad brota, por tanto, de la capacidad de Jesús para una visión “holística” de la realidad y de su sensibilidad para referirlo todo a Dios. Su vida certifica y confirma lo que expresó con sus palabras. Por eso este fragmento deja aparecer la sutileza cristológica, que supera con mucho la cuestión, ocasional y marginal, de pagar o no el tributo al césar.
Jesús toma como motivo el controvertido tema de pagar los tributos al emperador para afirmar el primado de Dios, sin desatender por ello las obligaciones civiles. Entre las muchas posibles, vamos a entresacar una enseñanza en particular: la libertad de formular el propio pensamiento.
Jesús demuestra ser un hombre interiormente libre, ajeno a cualquier dependencia servil, desconectado de cualquier condicionamiento, capaz de expresar con una claridad absoluta y sin rémoras su propio juicio sobre hechos y personas. Sus adversarios se ven casi obligados por las circunstancias a reconocerle esa prerrogativa. El cristiano es alguien que, como su Señor, no conoce —como diría J. Maritain— “la genuflexión al mundo”, porque es capaz de valorar los hechos y a las personas con el parámetro del Evangelio. Y aunque la libertad de expresar con claridad y exactitud no sea hoy una prerrogativa reconocida de manera inmediata, ni al cristiano como individuo, ni a la Iglesia como institución, los cristianos debemos conservar el derecho a hablar, a expresar nuestra opinión. Lo haremos con una educación respetuosa, con el sentido cívico que nos viene del pluralismo, pero también con la serena convicción de tener algo que decir a los otros, porque lo tomamos de la fuente no ideologizada de la Palabra de Dios.
Jesús educa para tener una visión de conjunto. La historia de la salvación arraiga al creyente en el orden concreto de la vida diaria, le hace jugar al ataque y no a la defensa, le compromete con la construcción de la ciudad terrena y le confiere la «doble ciudadanía»: la terrena y la celestial. Para ser de verdad buenos cristianos, debemos ser también ciudadanos honestos, respetuosos con la autoridad, dispuestos a colaborar en favor de la ciudad del hombre, conscientes de que ésta es una modalidad correcta de construir la ciudad de Dios.
Comentario del Santo Evangelio: Mc 12,13-17, de Joven para Joven. El tributo al César.
¿Es lícita la objeción de conciencia? Los primeros cristianos se planteaban el problema de pagar los tributos y colaborar con el Imperio Romano, tan injusto e inhumano. ¿Podrían practicar la objeción fiscal? Para responder a esta cuestión Marcos evoca el comportamiento de Jesús, que indica a Pedro que pague el impuesto como cualquier ciudadano por los dos (Mt 17,24- 27). El evangelista trata de determinar la relación del cristiano con la sociedad a la que pertenece. Con la trampa que los enemigos tienden a Jesús pretenden meterle en un callejón, al parecer, sin salida.
Había en Palestina dos tendencias: la nacionalista cerrada de los zelotas y fariseos, y la colaboracionista de los saduceos y herodianos.
Si Jesús responde que no hay que pagar tributo, se enemista con los colaboracionistas y será acusado ante la autoridad romana. Si dice que hay que pagar tributo, se enfrenta con los nacionalistas y le considerarán como un vendido al yugo extranjero. Jesús les viene a responder: Si circuláis con la moneda del emperador, ya, de hecho, reconocéis su soberanía y, por tanto, el deber del tributo. “No otorguéis al César lo que es de Dios, no lo divinicéis, ni tampoco os aprovechéis de vuestra condición religiosa para hurtar vuestros deberes ciudadanos”. Pedro y Pablo reafirman: “Hay que estar sometido a los poderes cívicos por conciencia” (Rm 13,5-7; 1 P 2,13-1 7).
La problemática, con matices actuales, sigue viva: ¿Hay que pagar impuestos a un gobierno que los utiliza con fines inmorales, incluso contra la Iglesia? ¿No tengo derecho a compensarme de tanto dinero que Hacienda me recaba injustamente? He escuchado a algunos “cristianos” más radicales que predican: “Hay que hacer todas las trampas posibles para que al gobierno injusto le salgan mal las cuentas, caiga y dé paso a otro mejor”.
Jesús distingue deberes cívicos para con la autoridad y deberes religiosos para con Dios. No se contraponen, sino que se complementan; cada uno tiene su propio ámbito. Sólo es legítima la objeción de conciencia en uno u otro sentido cuando dichas autoridades pretenden imponerse en el ámbito que no les corresponde: cuando la autoridad civil quiere invadir los templos y cuando la autoridad religiosa quiere invadir la calle, sin olvidar que la calle es de todos, y que, por tanto, la religión no es sólo cuestión de templos y sacristías. Los grupos religiosos, como otros grupos humanos, tienen derecho a un espacio social, a salir a la calle, a proclamar su opinión en temas humanos y divinos; en definitiva, a una real libertad religiosa.
El Reino se construye en la ciudad. El cristiano ha de ser el mejor ciudadano. Ser cristiano ha de ayudar a ser un buen ciudadano y viceversa. No puede haber dicotomía; el Concilio Vaticano II alerta enérgicamente contra ella. Lo que damos al César: tiempo, dinero, esfuerzos dedicados a la mejora de la sociedad... se lo damos a Dios. ¿Qué más quiere Dios que hagamos una casa y una sociedad habitables? Lo primordial no es la Iglesia, ni sus estructuras, sino el crecimiento del Reino. Por eso, desentenderse de la sociedad para servir únicamente a la Iglesia es una contradicción. ¿Qué es lo que le corresponde al César?: teológica. La Iglesia ha de ser una mediación de gracia y de liberación para el mundo.
Cuando ponemos humanidad en la asociación o en la comunidad de vecinos, en el centro cultural, deportivo o asistencial, cuando acogemos, ayudamos, promovemos, damos clases a los emigrantes, cuando pagamos los impuestos o respetamos las leyes de tráfico o de la construcción, estamos dando a Dios lo que es de Dios, lo mismo que cuando participamos en una celebración litúrgica. No podemos olvidar jamás aquel “a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). Todo ello es una ofrenda litúrgica a Dios. En el templo nos templamos para servir mejor a Dios en la sociedad. Para el cristiano, los deberes civiles son deberes religiosos.
Compromiso con la ciudad terrena. El Concilio Vaticano II invita insistentemente al compromiso social. La Iglesia se contrapone a las sectas, para las que a “ese reino de las tinieblas” sólo hay que acercarse con el objetivo de sacar adeptos y recursos económicos. Los documentos eclesiales insisten en que hay que darse a la sociedad y ser para ella una transfusión de sangre sana a fin de mejorar las estructuras sociales.
Nada más contrario al Evangelio que los cristianos se conviertan en círculos herméticos. Jesús recuerda que hemos de ser sal, fermento, luz de la sociedad. “El Concilio exhorta a los cristianos, ciudadanos de la ciudad terrena y de la ciudad celeste, a que cumplan fielmente sus deberes terrenos... Están lejos de la verdad quienes, sabiendo que no tenemos aquí una ciudad permanente, sino que buscamos la futura, por ello descuidan sus deberes terrenos, cuando por la fe están más obligados a cumplirlos... Hay quienes viven como si no les preocuparan las necesidades de la sociedad. Es más, muchos menosprecian las leyes y normas sociales. No pocos no tienen escrúpulo en eximirse fraudulentamente de los impuestos o de otros deberes para con la sociedad”.
La fidelidad al Señor, que nos “envía” al mundo, ha de impulsarnos a comprometernos en lo social y vecinal para “dar al César lo que es del César”. Lo ideal es estar comprometido con las dos ciudades: con la comunidad cristiana, en la que hay que compartir responsabilidades, y con la ciudad terrena (la sociedad), en la que hay que asumir algún compromiso.
Elevación Espiritual para este día.
También tú, si enciendes el candil, si recurres a la iluminación del Espíritu Santo y ves la luz en la luz, encontrarás la dracma en ti: ya que ha sido puesta en ti la imagen del Rey celestial.
Cuando Dios, al principio, hizo al hombre, lo hizo «a su imagen y semejanza», y puso esta imagen no en el exterior, sino dentro de él. El Hijo de Dios es el pintor de esta imagen; y puesto que el pintor es tal y tan grande, su imagen puede ser oscurecida por la desidia, aunque no puede ser cancelada por la maldad. En efecto, Saludo el tiempo en el que por fin encuentre las manos que la imagen de Dios permanece siempre, aunque le sobre- construyan contigo «un cielo nuevo y una tierra nueva» pongas la imagen de lo terreno (Orígenes, Homilías sobre Manos nuevas para poblar el mundo de colores.
Reflexión Espiritual para el día.
Que venga el alba, oh Dios, el día de tu sonrisa
Dios de todos los nombres y de todos los pueblos, Madre y
Padre nuestro, Señor de la historia, Señor del amor, alfa y omega
de los tiempos.
Te hablo en nombre de los perdedores,
de parte de los que ya ni siquiera tienen nombre.
Te hablo de parte de aquellos que ni siquiera representan
una cifra en las frías estadísticas.
Amo, oh Dios, las alegrías del fotón, del tiempo y del espacio;
amo la lente que lanza su insistente mirada al universo;
amo la magia sagrada que alivio el dolor y difiere la muerte;
amo las manos de quien penetra en el misterio mismo de la vida.
Amo la forma, el sonido, el color.
Amo el don de la palabra que has puesto en mi boca.
Pero ya te hablarán otros de la alegría del Arte
y de la magia de la Ciencia.
Yo te hablo del dolor. Te hablo del hambre, oh Dios, de la muerte.
Te hablo de parte de quienes sembraron sueños y han muerto
con un bocado de esperanza amarga en la garganta.
Te hablo de parte del que resiste en medio de la noche.
Te hablo, oh Dios, de los que velan.
Desde aquí saludo los tiempos venideros.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 2 P 3, 12-15a.17-18. La vida moral.
La venida del Señor puede ser apresurada, para que aparezcan los cielos nuevos y la tierra nueva donde reine la justicia. Estas afirmaciones eran las conclusivas de la sección anterior y no nos detenemos en ellas (ver el comentario a 3, 8-14).
La fundamentación de la esperanza cristiana da pie a nuestro autor para las exhortaciones en orden a llevar una vida moral ajustada a lo que el cristiano espera; Esta gran esperanza debe dar ánimo y fuerzas al creyente para llevar una vida sin mancha en un mundo manchado, para evitar todo aquello que les puede impurificar. Esto logrará en su conciencia la paz; y esta paz les dará seguridad para poder presentarse con tranquilidad ante el juicio de Dios.
La preocupación que había surgido entre los cristianos por el aplazamiento o retraso de la segunda venida de Cristo no debían entenderla, por tanto, como despreocupación de Cristo por sus fieles. Más bien lo contrario. Este aplazamiento debe ser interpretado desde el mismo deseo, por parte de Dios, de salvarlos. Es la misma doctrina del apóstol Pablo, a quien nuestro autor cita sin referirse a ninguna de sus cartas en particular.
Al final de la carta son mencionados los «rebeldes», ante cuyo error deben estar en guardia. Esta carta, así como las de Pablo, deben proporcionarles la enseñanza sólida de la que no deben apartarse, ni dejarse seducir por los libertinos. Una amonestación que nace de la peligrosidad del error. Pero la exhortación a permanecer en la doctrina y en la recta enseñanza es insuficiente. Se requiere, como más eficaz, el crecimiento en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Un crecimiento espiritual (1Pe 2, 2) en la gracia, que es el principio de todos los demás dones espirituales y un conocimiento mayor de Jesucristo (1, 2-3. 8), que les lleve a descubrir su verdadera naturaleza. Este conocimiento les dará la seguridad frente a las doctrinas esparcidas por los gnósticos. +
El fragmento de hoy es una reflexión sobre el estado del cristiano que «espera la venida del día de Dios» (cf.v. 12), día que pertenece a Dios por excelencia. El autor de la carta pretende recordar a los creyentes el objeto y el sentido de esta espera. En primer lugar, lo que esperamos son «unos cielos nuevos y una tierra nueva»
(Cf. Is 65,17; 66,22), en los que se manifestará Cristo y se manifestará en todos los ámbitos —en la «justicia»— el proyecto de Dios, que ahora es sólo un deseo. Ahora bien, esta espera es algo completamente distinto a una espera pasiva. Quien vive ya desde ahora en medio de la piedad y la santidad puede apresurar incluso la venida del día del Señor, puesto que realiza ya en esta tierra, en la pequeñez de su historia, lo que será la justicia típica del día de Dios. Por eso invita el autor de la carta a sus destinatarios «limpios», como las víctimas ofrecidas a Dios en el culto del Antiguo Testamento, e «irreprochables ante él», «en paz con Dios» (v. 14), como ocurrirá en el domingo sin ocaso de la vida futura.
En estas circunstancias, se vuelve secundario el problema del “cuándo” vendrá este «día de Dios». Lo que cuenta es la magnanimidad del Señor, que organiza los tiempos y la historia siguiendo una amorosa perspectiva de salvación. Ese designio es desconocido para los impíos, mientras que es objeto de conocimiento progresivo por parte del creyente. Este último sabe que aún tiene que seguir descubriendo a Cristo hasta la manifestación completa del día del Señor. A él sea la gloria, ahora y tal como aparecerá en aquel día. El «amén» final indica que el escrito debe ser leído en la asamblea dominical de los cristianos.
Comentario del Salmo 89
Es una mezcla de salmos de tipo sapiencial (1h y de súplica. Teniendo en cuenta la serie de peticiones que presenta (12-17), nosotros lo consideraremos como un salmo de súplica colectiva. El pueblo está atravesando serias dificultades y, por eso, clama a Dios.
Presenta tres partes (lb-6; 7-11; 12-17) y está cuajado de imágenes. En la primera parte (lb-6), encontramos una profesión de fe en el Dios que siempre ha protegido al pueblo (1b), manifestándose como Dios eterno. Es un Dios que existe desde siempre (2). Se presenta la creación mediante la imagen del parto (2). Todo lo que vemos a nuestro alrededor (montes, tierra, mundo) son realidades salidas del seno de Dios, son su creación. La eternidad de Dios contrasta con los pocos días que vive el ser humano. Nacidos del polvo (Gén 2,7), los hijos de Adán regresan al polvo (3). Esta es la primera imagen de la fragilidad humana. Dios no mide el tiempo como nosotros. Aunque viviéramos mil años, esto no representaría para él más que unas pocas horas. Es una imagen que muestra la fugacidad de la humanidad: la vida transcurre muy aprisa. Otra imagen, la de la siembra (5-6), compara al ser humano con la hierba del campo: una vez sembrada, crece deprisa y desaparece más deprisa todavía. Tenemos aquí otra imagen de la fugacidad de la vida humana.
En la región de Palestina, hay hierbas que nacen, crecen y mueren en pocos días. En la segunda parte (7-1 1), hacen su aparición dos temas nuevos: el pecado de la gente y la ira de Dios. Desde el principio (7a) hasta el fin (11a) se habla de la cólera de Dios. La muerte no se considera como una consecuencia de vivir, sino como resultado del pecado, como un castigo divino. Dios tiene delante los pecados de la humanidad; lo que más ocultamos (secretos) se encuentra al desnudo y con toda claridad ante su presencia (8). Aparece una nueva imagen de la fragilidad del ser humano: la vida es como un suspiro (9b). En aquella época, la esperanza de vida alcanzaba los setenta años, ochenta para los más vigorosos (Pero, ¿qué es esto ante la eternidad de Dios? La vida no es más que un vuelo pasajero. Entonces, ¿qué podemos hacer?
Encontramos la respuesta a esta pregunta en la tercera parte (12-17), que se presenta en forma de súplica. ¿Qué es lo que aquí se pide a Dios? Básicamente, cuatro cosas. La primera es un corazón sensato (12). Dicho de otro modo, aceptar que la vida humana es frágil y caduca, temiendo a Dios, que posee eternidad.
Actuando así, la gente adquiere sabiduría, es decir, encuentra el sentido de la vida. Después, se le pide a Dios que se vuelva y que tenga compasión (13). Todas las cosas proceden de él (2). ¿No va a compadecerse de los que él mismo ha engendrado y puesto en el mundo? En tercer lugar, se pide poder disfrutar de la vida para compensar las pérdidas (14-16). Así es como este salmo entiende la compasión de Dios. Con otras palabras, el pueblo pide que su vida no consista solamente en sufrir y padecer desgracias. Que tenga motivos para celebrar y olvidarse de los momentos amargos: «Alégranos, por los días en que nos castigaste, por los años en que sufrimos desgracias» (15). Finalmente, se pide que el trabajo que realiza el pueblo sea fecundo: «Venga sobre nosotros la bondad del Señor, y confirme la obra de nuestras manos» (17). De hecho, según el Qohélet, lo mejor que le puede suceder a alguien es disfrutar del trabajo de sus propias manos. Y la peor de las desgracias, no poder hacerlo (Qo 2,24).
Este salmo revela algunas tensiones y conflictos propios de los textos sapienciales. Está presente el tema de la fragilidad y la fugacidad de la vida. También se habla de la búsqueda de un «corazón sensato», es decir; de la búsqueda de la sabiduría que llena de colorido, y da sentido y sabor a la vida y a las cosas. Detrás de esta búsqueda se oculta el conflicto con los falsos valores. El conflicto es también teológico, pues se afirma que la muerte es fruto del pecado. En cierto modo, por tanto, sería resultado de la ira de Dios que encienden los pecados de la humanidad, Así pues, e salmo habla, en este sentido, de los castigos y desgracias que son enviados por Dios al pueblo (15). Pedir que se pueda disfrutar del propio trabajo significa que hay gente extraña que se está apropiando del fruto de trabajos que no han realizado; esto mismo vale para cuando se le pide a Dios que «confirme la obra» de las manos. Detrás de todas estas peticiones, hay, por tanto, un conflicto en el que están implicados los trabajadores y los que explotan la fuerza del trabajo. Es un tema muy importante en el libro del Qohélet (Eclesiastés) y que también se pone aquí de manifiesto.
Dios se presenta desde diversas perspectivas. Una de ellas, que tiene un aspecto inquietante, lo considera como el Dios que castiga los pecados, que derrama su ira sobre las personas (7-9). Pero también tiene rasgos positivos: Dios ha sido refugio permanente para el pueblo (1b), pues nunca ha dejado de ser el aliado fiel; es la madre que engendra toda la creación (2). Es el ser eterno que, cuando se le invoca muestra compasión por sus siervos (13); es aquel que, por la mañana, sacia al pueblo con su amor, permitiendo que viva con alegría todo el día (14); quiere que el ser humano disfrute del trabajo de sus propias manos; Dios es quien da a las personas un corazón sensato para que puedan descubrir la sabiduría de la vida...
Jesús puso de manifiesto que Dios no quiere la muerte, sino la vida. Fue refugio de todos los que le dirigieron sus clamores; tuvo compasión de todos; denunció las explotaciones, sobre todo, las realizadas en nombre de la fe y de la religión (Mc 12; Mt 23). Mostró que Dios es Padre y que cuida con cariño de todas las criaturas que creó, sobre todo, del ser humano (Mt 6,25-34; 10,29-31).
El 89 es un salmo para rezar ante la fragilidad y la caducidad de la vida; cuando buscamos el sentido de la vida y los valores auténticos; cuando contemplamos la explotación que existe en el mundo del trabajo; cuando sentimos el peso de los pecados, de la edad...
Comentario del Santo Evangelio: Marcos 12,13-17
En el centro del evangelio de hoy figura una pregunta hipócrita. Los herodianos y los fariseos no buscan ninguna respuesta; lo que quieren sobre todo es poner a Jesús en una situación embarazosa, haciéndolo odioso para la autoridad romana o para la muchedumbre. La respuesta de Jesús, sin embargo, evita la trampa de la rígida alternativa y aprovecha la pregunta para brindar un criterio decisivo para la vida cristiana.
Dios y el césar no se contraponen entre sí, no se encuentran en el mismo plano: existe un primado de Dios, pero que no priva al Estado de sus derechos. En virtud de este principio, el cristiano aprende a obedecer no sólo a Dios, sino también a los hombres, porque la raíz de toda autoridad deriva en última instancia del Eterno. Precisamente de este principio dimana la libertad de conciencia, al amparo de toda idolatría del poder y acogiendo la respectiva soberanía de la Iglesia y el Estado.
«Esta respuesta les dejó asombrados» (v. 17b): los que antes querían cazarlo en alguna palabra quedan asombrados ahora por el mensaje de libertad contenido en las palabras de Jesús.
Esperar y apresurar el día del Señor. Dar a Dios y al césar lo que le corresponde a cada uno. En estas imágenes encontramos descrita la vida del cristiano. Esta es, antes que nada, acontecimiento de espera, anuncio de que el Esposo no ha llegado todavía, nostalgia de un amor más grande que todo afecto humano, como un deseo extinguido... Pero, al mismo tiempo, el creyente vive y celebra cada día como día del Señor, indica en él la presencia misteriosa del Esposo, expresa la alegría del encuentro con él, del deseo inextinguible. Algo así como una espera que se realiza y se vuelve cada vez más intensa y acelera en cierto modo la venida del Señor. Por eso el cristiano no se evade del mundo ni de la historia, sino que está bien implantado en ellos, precisamente para indicarle al mismo mundo lo que hay en él de Dios y debe volver a Él, o bien, lo que en el corazón humano pertenece al Altísimo y sólo en él encuentra la paz, y también lo que es corruptible y tiene que ser abandonado; lo que es bello, pero con una belleza que pasa; aquello que tal vez pueda atraer al corazón hecho de carne, pero no lo puede llenar del todo después. No por desprecio a lo humano, sino —al contrario— para darle a todas las realidades su justo peso y mantener viva la esperanza del «día de Dios», en el que todo lo terreno (afectos y esperanzas, debilidades y angustias...) se fundirá en el fuego del amor eterno. Y habrá «unos cielos nuevos y una tierra nueva»...
Comentario del Santo Evangelio: (Mc 12,13-1 7, para nuestros Mayores. No un «o... o...» y más que un «y... y...»
La relación entre Jesús y sus adversarios, ya tensa desde el comienzo de su vida pública, se pone al rojo vivo: la atmósfera está cargadísima. Las palabras inicias de los adversarios tienen una pátina de cortesía, tal vez con la intención de ganarse una atención de primer plano. Le dan a Jesús el pomposo título de «maestro», le reconocen como hombre «sincero», absolutamente autónomo en sus juicios y capaz de enseñar «el camino de Dios». A continuación, las palabras seductoras dejan su sitio inmediatamente a las insidiosas. La trampa está preparada para dispararse: «¿Estamos obligados a pagar tributo al césar o no? ¿Lo pagamos o no lo pagamos?» (v. 14). Le piden a Jesús que tome una posición precisa y personal sobre un tema candente, el tributo al césar (o sea, al emperador de Roma, al ocupante pagano).
La cuestión, más que fiscal o financiera, era política y teológica: el judío que reconocía la autoridad del césar ponía en duda su propia sumisión a Dios. El tributo se parecía, en efecto, al que cada judío estaba obligado a pagar al templo (cf. Mt 17,24): en la pregunta planteada a Jesús subyace el equívoco de intercambiar un pago puramente fiscal por un tributo religioso. Había suficiente material para elaborar una peligrosa mezcla explosiva: faltaba poco para que la situación estallara, con unas consecuencias no fácilmente previsibles.
Jesús, retado a manifestar su opinión personal, percibe de inmediato el engaño (“dándose cuenta de su mala intención”: v. 15) y lo hace aflorar con esta pregunta: «¿Por qué me ponéis a prueba?». Traslada, a continuación, la pregunta del plano puramente teórico al práctico pidiendo una moneda. Enseguida le presentan un «denario», una moneda de plata del Imperio, con la que se pagaba el tributo al emperador en las provincias. Ahora, siguiendo la técnica de la controversia, Jesús plantea una contrapregunta sobre la identidad de la efigie y de la inscripción, los dos signos inequívocos de pertenencia.
La imagen era, en efecto, la del emperador Tiberio, adornada con una corona de laurel típica de la dignidad divina. Suya era asimismo la inscripción que le proclamaba «hijo del divino Augusto» y «sumo pontífice». En este punto da Jesús la respuesta completa, construida de una manera simétrica: «Pues dad al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios» (v. 17). La respuesta salomónica de Jesús coge desprevenidos a sus adversarios, que se quedan maravillados con él. Querían tenderle un lazo y han sido ellos los que han quedado atrapados por la palabra de la verdad, la que fija a la evidencia de una lógica que supera la miopía humana.
Al aut... aut de la pregunta parece hacer de contrapunto el et... et de la respuesta. La cosa no convence del todo. El problema no se resuelve proponiendo simplemente una paridad. Jesús, como en otros muchos casos, no se limita a resolver una cuestión, aunque sea espinosa, sino que abre unas perspectivas inéditas e impensables hasta entonces. No era la cuestión teórica de la licitud del poder político, sino su persona, lo que constituía el objeto, no declarado, de la controversia. La respuesta de Jesús sorprende porque, en primer lugar, desvanece la ilusión de que una lucha contra la autoridad política sea suficiente para volver a dar brío a la anémica vida espiritual del pueblo. El derecho del césar existe, y tiene que ser honrado.
En segundo lugar, sorprende porque Jesús pide ir más allá y habla del derecho de Dios. Reivindica para éste el primer lugar. El derecho de Dios trae consigo la exigencia de respetar el derecho del emperador. Dios sigue siendo, en cualquier caso, el primero, y fundamenta el derecho del hombre. De ahí deriva que, en caso de conflicto, se deberá salvaguardar el derecho de Dios. La novedad brota, por tanto, de la capacidad de Jesús para una visión “holística” de la realidad y de su sensibilidad para referirlo todo a Dios. Su vida certifica y confirma lo que expresó con sus palabras. Por eso este fragmento deja aparecer la sutileza cristológica, que supera con mucho la cuestión, ocasional y marginal, de pagar o no el tributo al césar.
Jesús toma como motivo el controvertido tema de pagar los tributos al emperador para afirmar el primado de Dios, sin desatender por ello las obligaciones civiles. Entre las muchas posibles, vamos a entresacar una enseñanza en particular: la libertad de formular el propio pensamiento.
Jesús demuestra ser un hombre interiormente libre, ajeno a cualquier dependencia servil, desconectado de cualquier condicionamiento, capaz de expresar con una claridad absoluta y sin rémoras su propio juicio sobre hechos y personas. Sus adversarios se ven casi obligados por las circunstancias a reconocerle esa prerrogativa. El cristiano es alguien que, como su Señor, no conoce —como diría J. Maritain— “la genuflexión al mundo”, porque es capaz de valorar los hechos y a las personas con el parámetro del Evangelio. Y aunque la libertad de expresar con claridad y exactitud no sea hoy una prerrogativa reconocida de manera inmediata, ni al cristiano como individuo, ni a la Iglesia como institución, los cristianos debemos conservar el derecho a hablar, a expresar nuestra opinión. Lo haremos con una educación respetuosa, con el sentido cívico que nos viene del pluralismo, pero también con la serena convicción de tener algo que decir a los otros, porque lo tomamos de la fuente no ideologizada de la Palabra de Dios.
Jesús educa para tener una visión de conjunto. La historia de la salvación arraiga al creyente en el orden concreto de la vida diaria, le hace jugar al ataque y no a la defensa, le compromete con la construcción de la ciudad terrena y le confiere la «doble ciudadanía»: la terrena y la celestial. Para ser de verdad buenos cristianos, debemos ser también ciudadanos honestos, respetuosos con la autoridad, dispuestos a colaborar en favor de la ciudad del hombre, conscientes de que ésta es una modalidad correcta de construir la ciudad de Dios.
Comentario del Santo Evangelio: Mc 12,13-17, de Joven para Joven. El tributo al César.
¿Es lícita la objeción de conciencia? Los primeros cristianos se planteaban el problema de pagar los tributos y colaborar con el Imperio Romano, tan injusto e inhumano. ¿Podrían practicar la objeción fiscal? Para responder a esta cuestión Marcos evoca el comportamiento de Jesús, que indica a Pedro que pague el impuesto como cualquier ciudadano por los dos (Mt 17,24- 27). El evangelista trata de determinar la relación del cristiano con la sociedad a la que pertenece. Con la trampa que los enemigos tienden a Jesús pretenden meterle en un callejón, al parecer, sin salida.
Había en Palestina dos tendencias: la nacionalista cerrada de los zelotas y fariseos, y la colaboracionista de los saduceos y herodianos.
Si Jesús responde que no hay que pagar tributo, se enemista con los colaboracionistas y será acusado ante la autoridad romana. Si dice que hay que pagar tributo, se enfrenta con los nacionalistas y le considerarán como un vendido al yugo extranjero. Jesús les viene a responder: Si circuláis con la moneda del emperador, ya, de hecho, reconocéis su soberanía y, por tanto, el deber del tributo. “No otorguéis al César lo que es de Dios, no lo divinicéis, ni tampoco os aprovechéis de vuestra condición religiosa para hurtar vuestros deberes ciudadanos”. Pedro y Pablo reafirman: “Hay que estar sometido a los poderes cívicos por conciencia” (Rm 13,5-7; 1 P 2,13-1 7).
La problemática, con matices actuales, sigue viva: ¿Hay que pagar impuestos a un gobierno que los utiliza con fines inmorales, incluso contra la Iglesia? ¿No tengo derecho a compensarme de tanto dinero que Hacienda me recaba injustamente? He escuchado a algunos “cristianos” más radicales que predican: “Hay que hacer todas las trampas posibles para que al gobierno injusto le salgan mal las cuentas, caiga y dé paso a otro mejor”.
Jesús distingue deberes cívicos para con la autoridad y deberes religiosos para con Dios. No se contraponen, sino que se complementan; cada uno tiene su propio ámbito. Sólo es legítima la objeción de conciencia en uno u otro sentido cuando dichas autoridades pretenden imponerse en el ámbito que no les corresponde: cuando la autoridad civil quiere invadir los templos y cuando la autoridad religiosa quiere invadir la calle, sin olvidar que la calle es de todos, y que, por tanto, la religión no es sólo cuestión de templos y sacristías. Los grupos religiosos, como otros grupos humanos, tienen derecho a un espacio social, a salir a la calle, a proclamar su opinión en temas humanos y divinos; en definitiva, a una real libertad religiosa.
El Reino se construye en la ciudad. El cristiano ha de ser el mejor ciudadano. Ser cristiano ha de ayudar a ser un buen ciudadano y viceversa. No puede haber dicotomía; el Concilio Vaticano II alerta enérgicamente contra ella. Lo que damos al César: tiempo, dinero, esfuerzos dedicados a la mejora de la sociedad... se lo damos a Dios. ¿Qué más quiere Dios que hagamos una casa y una sociedad habitables? Lo primordial no es la Iglesia, ni sus estructuras, sino el crecimiento del Reino. Por eso, desentenderse de la sociedad para servir únicamente a la Iglesia es una contradicción. ¿Qué es lo que le corresponde al César?: teológica. La Iglesia ha de ser una mediación de gracia y de liberación para el mundo.
Cuando ponemos humanidad en la asociación o en la comunidad de vecinos, en el centro cultural, deportivo o asistencial, cuando acogemos, ayudamos, promovemos, damos clases a los emigrantes, cuando pagamos los impuestos o respetamos las leyes de tráfico o de la construcción, estamos dando a Dios lo que es de Dios, lo mismo que cuando participamos en una celebración litúrgica. No podemos olvidar jamás aquel “a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). Todo ello es una ofrenda litúrgica a Dios. En el templo nos templamos para servir mejor a Dios en la sociedad. Para el cristiano, los deberes civiles son deberes religiosos.
Compromiso con la ciudad terrena. El Concilio Vaticano II invita insistentemente al compromiso social. La Iglesia se contrapone a las sectas, para las que a “ese reino de las tinieblas” sólo hay que acercarse con el objetivo de sacar adeptos y recursos económicos. Los documentos eclesiales insisten en que hay que darse a la sociedad y ser para ella una transfusión de sangre sana a fin de mejorar las estructuras sociales.
Nada más contrario al Evangelio que los cristianos se conviertan en círculos herméticos. Jesús recuerda que hemos de ser sal, fermento, luz de la sociedad. “El Concilio exhorta a los cristianos, ciudadanos de la ciudad terrena y de la ciudad celeste, a que cumplan fielmente sus deberes terrenos... Están lejos de la verdad quienes, sabiendo que no tenemos aquí una ciudad permanente, sino que buscamos la futura, por ello descuidan sus deberes terrenos, cuando por la fe están más obligados a cumplirlos... Hay quienes viven como si no les preocuparan las necesidades de la sociedad. Es más, muchos menosprecian las leyes y normas sociales. No pocos no tienen escrúpulo en eximirse fraudulentamente de los impuestos o de otros deberes para con la sociedad”.
La fidelidad al Señor, que nos “envía” al mundo, ha de impulsarnos a comprometernos en lo social y vecinal para “dar al César lo que es del César”. Lo ideal es estar comprometido con las dos ciudades: con la comunidad cristiana, en la que hay que compartir responsabilidades, y con la ciudad terrena (la sociedad), en la que hay que asumir algún compromiso.
Elevación Espiritual para este día.
También tú, si enciendes el candil, si recurres a la iluminación del Espíritu Santo y ves la luz en la luz, encontrarás la dracma en ti: ya que ha sido puesta en ti la imagen del Rey celestial.
Cuando Dios, al principio, hizo al hombre, lo hizo «a su imagen y semejanza», y puso esta imagen no en el exterior, sino dentro de él. El Hijo de Dios es el pintor de esta imagen; y puesto que el pintor es tal y tan grande, su imagen puede ser oscurecida por la desidia, aunque no puede ser cancelada por la maldad. En efecto, Saludo el tiempo en el que por fin encuentre las manos que la imagen de Dios permanece siempre, aunque le sobre- construyan contigo «un cielo nuevo y una tierra nueva» pongas la imagen de lo terreno (Orígenes, Homilías sobre Manos nuevas para poblar el mundo de colores.
Reflexión Espiritual para el día.
Que venga el alba, oh Dios, el día de tu sonrisa
Dios de todos los nombres y de todos los pueblos, Madre y
Padre nuestro, Señor de la historia, Señor del amor, alfa y omega
de los tiempos.
Te hablo en nombre de los perdedores,
de parte de los que ya ni siquiera tienen nombre.
Te hablo de parte de aquellos que ni siquiera representan
una cifra en las frías estadísticas.
Amo, oh Dios, las alegrías del fotón, del tiempo y del espacio;
amo la lente que lanza su insistente mirada al universo;
amo la magia sagrada que alivio el dolor y difiere la muerte;
amo las manos de quien penetra en el misterio mismo de la vida.
Amo la forma, el sonido, el color.
Amo el don de la palabra que has puesto en mi boca.
Pero ya te hablarán otros de la alegría del Arte
y de la magia de la Ciencia.
Yo te hablo del dolor. Te hablo del hambre, oh Dios, de la muerte.
Te hablo de parte de quienes sembraron sueños y han muerto
con un bocado de esperanza amarga en la garganta.
Te hablo de parte del que resiste en medio de la noche.
Te hablo, oh Dios, de los que velan.
Desde aquí saludo los tiempos venideros.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 2 P 3, 12-15a.17-18. La vida moral.
La venida del Señor puede ser apresurada, para que aparezcan los cielos nuevos y la tierra nueva donde reine la justicia. Estas afirmaciones eran las conclusivas de la sección anterior y no nos detenemos en ellas (ver el comentario a 3, 8-14).
La fundamentación de la esperanza cristiana da pie a nuestro autor para las exhortaciones en orden a llevar una vida moral ajustada a lo que el cristiano espera; Esta gran esperanza debe dar ánimo y fuerzas al creyente para llevar una vida sin mancha en un mundo manchado, para evitar todo aquello que les puede impurificar. Esto logrará en su conciencia la paz; y esta paz les dará seguridad para poder presentarse con tranquilidad ante el juicio de Dios.
La preocupación que había surgido entre los cristianos por el aplazamiento o retraso de la segunda venida de Cristo no debían entenderla, por tanto, como despreocupación de Cristo por sus fieles. Más bien lo contrario. Este aplazamiento debe ser interpretado desde el mismo deseo, por parte de Dios, de salvarlos. Es la misma doctrina del apóstol Pablo, a quien nuestro autor cita sin referirse a ninguna de sus cartas en particular.
Al final de la carta son mencionados los «rebeldes», ante cuyo error deben estar en guardia. Esta carta, así como las de Pablo, deben proporcionarles la enseñanza sólida de la que no deben apartarse, ni dejarse seducir por los libertinos. Una amonestación que nace de la peligrosidad del error. Pero la exhortación a permanecer en la doctrina y en la recta enseñanza es insuficiente. Se requiere, como más eficaz, el crecimiento en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Un crecimiento espiritual (1Pe 2, 2) en la gracia, que es el principio de todos los demás dones espirituales y un conocimiento mayor de Jesucristo (1, 2-3. 8), que les lleve a descubrir su verdadera naturaleza. Este conocimiento les dará la seguridad frente a las doctrinas esparcidas por los gnósticos. +
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