7 de Junio 2010. MES DEDICADO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. LUNES DE LA X SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. Feria. 2ª semana del Salterio. (Ciclo C).. AÑO SANTO COMPOSTELANO Y SACERDOTAL. SS. Antonio María Gianelli ob, Roberto ab, Pedro y Com mres. Beata Ana de San Bartolomé vg.
LITURGIA DE LA PALABRA.
1 R 17, 1-6. Elías sirve al Señor, Dios de Israel.
Sal 120 R/. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra. .
Mt 5, 1-12. Dichosos los pobres en el espíritu.
El sermón del Monte nos promete la felicidad que no proviene, de los valores que el mundo considera necesarios para ser feliz, sino todo lo contrario. Elegir ser pobres, para tener solamente a Dios por rey, para no reconocer como absolutos ni poder, ni dinero, ni prestigio, sino solamente a Dios. Los que sufren dejarán de sufrir, los violentos van a dejar de serlo. Los que tienen hambre y sed de justicia serán saciados, esa es la abundancia del reinado de Dios. Los que prestan ayuda van a recibirla. Al vivir como comunidad de personas, a nadie le faltará nada, porque todo va a estar a disposición de todos. Los limpios de corazón, son gente sin mala intención, sin ideas torcidas, incapaces de traicionar, por eso ellos verán a Dios, porque existen para servir a los demás, y se esfuerzan en trabajar por la paz, son fuente de reconciliación y de armonía en medio del mundo. Así se instaurará un orden nuevo, no basado en la represión y competitividad, sino en igualdad y en la aceptación incondicional del otro, y finalmente perseguidos por su fidelidad, pues el mundo no tolera el programa de vida y de acción de Jesús.
PRIMERA LECTURA
1Reyes 17, 1-6
Elías sirve al Señor, Dios de Israel
En aquellos días, Elías, el tesbita, de Tisbé de Galaad, dijo a Ajab: "¡Vive el Señor, Dios de Israel, a quien sirvo! En estos años no caerá rocío ni lluvia si yo no lo mando."
Luego el Señor le dirigió la palabra: "Vete de aquí hacia el oriente y escóndete junto al torrente Carit, que queda cerca del Jordán. Bebe del torrente y yo mandaré a los cuervos que te lleven allí la comida."
Elías hizo lo que le mandó el Señor, y fue a vivir junto al torrente Carit, que queda cerca del Jordán.
Los cuervos le llevaban pan por la mañana y carne por la tarde, y bebía del torrente.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 120
R/.Nuestro auxilio es el nombre del Señor, / que hizo el cielo y la tierra.
Levanto mis ojos a los montes: / ¿de dónde me vendrá el auxilio? / El auxilio me viene del Señor, / que hizo el cielo y la tierra. R.
No permitirá que resbale tu pie, / tu guardián no duerme; / no duerme ni reposa / el guardián de Israel. R.
El Señor te guarda a su sombra, / está a tu derecha; / de día el sol no te hará daño, / ni la luna de noche. R.
El Señor te guarda de todo mal, / él guarda tu alma; / el Señor guarda tus entradas y salidas, / ahora y por siempre. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 5, 1-12
Dichosos los pobres en el espíritu
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar enseñándoles: "Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán "los hijos de Dios". Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros".
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA.
1 R 17, 1-6. Elías sirve al Señor, Dios de Israel.
Sal 120 R/. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra. .
Mt 5, 1-12. Dichosos los pobres en el espíritu.
El sermón del Monte nos promete la felicidad que no proviene, de los valores que el mundo considera necesarios para ser feliz, sino todo lo contrario. Elegir ser pobres, para tener solamente a Dios por rey, para no reconocer como absolutos ni poder, ni dinero, ni prestigio, sino solamente a Dios. Los que sufren dejarán de sufrir, los violentos van a dejar de serlo. Los que tienen hambre y sed de justicia serán saciados, esa es la abundancia del reinado de Dios. Los que prestan ayuda van a recibirla. Al vivir como comunidad de personas, a nadie le faltará nada, porque todo va a estar a disposición de todos. Los limpios de corazón, son gente sin mala intención, sin ideas torcidas, incapaces de traicionar, por eso ellos verán a Dios, porque existen para servir a los demás, y se esfuerzan en trabajar por la paz, son fuente de reconciliación y de armonía en medio del mundo. Así se instaurará un orden nuevo, no basado en la represión y competitividad, sino en igualdad y en la aceptación incondicional del otro, y finalmente perseguidos por su fidelidad, pues el mundo no tolera el programa de vida y de acción de Jesús.
PRIMERA LECTURA
1Reyes 17, 1-6
Elías sirve al Señor, Dios de Israel
En aquellos días, Elías, el tesbita, de Tisbé de Galaad, dijo a Ajab: "¡Vive el Señor, Dios de Israel, a quien sirvo! En estos años no caerá rocío ni lluvia si yo no lo mando."
Luego el Señor le dirigió la palabra: "Vete de aquí hacia el oriente y escóndete junto al torrente Carit, que queda cerca del Jordán. Bebe del torrente y yo mandaré a los cuervos que te lleven allí la comida."
Elías hizo lo que le mandó el Señor, y fue a vivir junto al torrente Carit, que queda cerca del Jordán.
Los cuervos le llevaban pan por la mañana y carne por la tarde, y bebía del torrente.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 120
R/.Nuestro auxilio es el nombre del Señor, / que hizo el cielo y la tierra.
Levanto mis ojos a los montes: / ¿de dónde me vendrá el auxilio? / El auxilio me viene del Señor, / que hizo el cielo y la tierra. R.
No permitirá que resbale tu pie, / tu guardián no duerme; / no duerme ni reposa / el guardián de Israel. R.
El Señor te guarda a su sombra, / está a tu derecha; / de día el sol no te hará daño, / ni la luna de noche. R.
El Señor te guarda de todo mal, / él guarda tu alma; / el Señor guarda tus entradas y salidas, / ahora y por siempre. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 5, 1-12
Dichosos los pobres en el espíritu
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar enseñándoles: "Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán "los hijos de Dios". Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros".
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera lectura: 1 Reyes 17,1-6
Reemprendemos hoy la lectura del libro Primero de los Reyes, que habíamos iniciado la cuarta semana del tiempo ordinario. En él se habla de la sucesión davídica, del reino de Salomón y del cisma político-religioso (931 a. de C.) entre las diez tribus del Norte (Israel, con capital en Samaria) y Judá y Benjamín (con capital en Jerusalén). El reino del Norte conoció la alternancia de una decena de casas reinantes, mientras que el del Sur fue regido siempre por la estirpe de David.
Las lecturas de los libros de los Reyes siguen con el «ciclo de Elías». Procedía éste de Galaad (Transjordania), donde estaba vigente un yahvismo vigoroso. El profeta había sido enviado al rey Ajab (874-853), esposo de la fenicia Jezabel, hija del rey de Tiro y Sidón. Esta había introducido en Samaría el culto de Baal, el dios de Tiro propiciador de la lluvia (1 Re 18,19), que, sin embargo, no está en condiciones de asegurarla a sus devotos. Elías, cuyo nombre significa “el Señor es mi Dios”, es puesto a salvo y protegido directamente por el cielo. Como los judíos en el desierto, se alimenta de manera milagrosa con pan y carne.
Los «profetas anteriores» (nuestros «libros históricos»), así llamados por la tradición judía, nos presentan una historia que se hace teología. En efecto, los libros de los Reyes constituyen una sección de la historia sagrada escrita con la intención de mostrar que la alianza entre Dios y su pueblo se rige por el principio de la retribución: si el pueblo es fiel, Dios lo bendice; si es infiel, lo abandona a un destino de muerte.
El lector de estas páginas está invitado, no obstante, a ver en las calamidades que se abaten sobre el pueblo infiel «castigos» divinos destinados a la conversión. En nuestro caso, la sequía es signo de la reprobación divina de los cultos cananeos patrocinados por Jezabel, que se convirtió en símbolo del sincretismo religioso (Ap 2,20). De hecho, Israel estuvo siempre amenazado por los cultos paganos arraigados en la tierra de la que tomó posesión bajo la guía de Moisés y de Josué.
Comentario del Salmo 120
Honda expresión de confianza en el Señor que protege a todo hombre, que protege el anuncio de su Evangelio, que protege a los que confían en él, que protege, muy especialmente, a los pobres.
PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL Salmo de peregrinación, en ritmo de gradual, que hace pensar en un segundo coro que responde, haciendo eco, a las palabras del primer coro. Procedimiento poético literario. Todas las imágenes se inspiran en el tema de la peregrinación: a la salida, se explora el horizonte para orientarse en buena dirección, hacia "la montaña de Sión", lugar alto en que está construido el Templo... Luego se inicia la marcha, haciendo votos porque nadie se dañe los pies contra las piedras del camino... Cada noche, la caravana señala un vigilante que dará la alerta en caso de peligro: el papel del "guardián" era capital en los viajes de aquellos tiempos... Salteadores, bestias salvajes... La frescura de la sombra era muy apreciada en estas largas jornadas... La nocividad de los rayos de la luna era atenuada por los peregrinos durmiendo a campo raso... Finalmente, no bastaba llegar a la meta, era necesario volver al país de origen, de allí la alusión al viaje de "ida y vuelta".
Para Israel estas imágenes evocaban el tiempo de la larga peregrinación del Éxodo, en que "una nube protectora" tamizaba el sol ardiente del desierto.
Notemos el papel de la comunidad local que alienta al peregrino y ora por él: la primera estrofa parece salir de boca de quien inicia la marcha... Las otras estrofas (con el pronombre en segunda persona: tú, te) indican el cuidado que toman del peregrino los que se quedan.
SEGUNDA LECTURA: CON JESUS El sentimiento dominante de este salmo, la confianza en un Dios que cuida de sus fieles, es una de las actitudes que Jesús trató de inculcar en sus oyentes. "No temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre se complace en daros el reino". (Lucas 12,32). "No temáis, los cabellos de vuestra cabeza están contados". (Mateo 10,30). Jesús oró al Padre para que "guardara" a sus discípulos. (Juan 17,11). Jesús vivió profundamente este sentimiento de seguridad que rodea a quienes confían en el Padre: El salmo murmuraba que "Dios está cerca de quien es fiel" y Jesús haciendo eco al salmo dice que "nunca estuvo solo" (Juan 8,16; 16,32).
"El Señor te protegerá de todo peligro", dice el salmista, y Jesús se presenta como este "guardián vigilante" que defiende su rebaño contra los agresores, y que va en búsqueda de la única oveja perdida.
Hay una escena paradójica del Evangelio que nos recuerda este salmo. El fiel afirma con seguridad "Dios no duerme ni dormita". Ahora bien, un día, en medio de los peligros de la tempestad en el lago de Tiberiades, Jesús por el contrario se ¡adormeció! Ahora bien, aun adormecido en la barca, era la seguridad de sus amigos, y les reprochó su falta de confianza. (Mateo 8,24). Nuestra seguridad, está más allá de lo humano y de lo sensible.
TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO
Dios no cesa de mantener su obra. "¡Dios no duerme!" El salmo 120 nos presenta un Dios vigilante, un Dios amante, un Dios siempre en acción, un Dios siempre dispuesto al servicio. Cuando afirmamos que El es "eterno", no podemos menos de pensar en una duración infinita con un largo "pasado" y una prolongación hacia el "futuro". Esta imagen "temporal" falsea la idea de eternidad, habría que pensar más bien en un eterno "presente". El ser de Dios no puede concebirse en una duración que transcurre. Desde nuestro punto de vista de seres humanos, sujetos al paso del tiempo, debemos mirar nuestra relación a Dios como una relación "actual" en el instante "presente". En este momento Tú piensas en mí, Señor, en este momento Tú no duermes. Y cuando me uno a ti en un momento dado del tiempo, mediante la oración, Tú Señor, no has cesado jamás de "estar" conmigo. junto a mí, como dice el salmo. Yo soy, una criatura, un humilde ser de conciencia intermitente, por así decirlo. Tú Señor, no cesas jamás de ser. Y mediante tu creación continua, tu amor asiduo y continuado, el universo se mantiene en la existencia. "No, él no duerme, ni dormita, el guardián de Israel, el mundo entero, el mundo actual, está bajo su mano vigilante... ahora y siempre...
Peregrino, en marcha hacia... Si Dios posee su ser en la plenitud de un "hoy" de una suprema densidad, nosotros, por naturaleza, "construimos nuestro ser a través del tiempo, en una evolución", estamos "en camino", "in via". Por esto, la peregrinación, la migración, son símbolos profundos de la condición humana. La historia de los pueblos, de las civilizaciones, de los individuos, es una "larga marcha", penosa, llena de emboscadas, que hay que continuar y reiniciar constantemente. Haz, Señor, que jamás nos detengamos, que jamás dejemos de "alzar los ojos hacia la meta", que nunca nos desalentemos, que avancemos siempre paso a paso, no más que un paso, aunque momentáneamente, "nuestro pie deslice y vacile".
Seguridad: "El Señor guarda tu salida y tu regreso". Seis veces aparece en este salmo la palabra "guardián", "guardar". El mundo moderno, (¡es curioso!) desprecia todo lo que significa "seguridad", y admira lo que es "riesgo"... Sin embargo, este mismo mundo moderno toma toda clase de seguros, seguro de vida, de incendio, contaminación de aguas, de rompimiento de cristales, de accidentes corporales, etc. La seguridad es necesidad esencial del hombre. Pero todas estas seguridades que tomamos, por útiles que sean, son en su mayoría irrisorias. El hombre rodeado de toda clase de seguros, no está seguro en lo esencial.
Nunca como hoy, ha habido tantas depresiones nerviosas, hombres y mujeres que "totean", y se sienten como despojos llevados por el mar. Señor, danos la profunda seguridad que viene de Ti, "No dejes que deslice nuestro pie"... "no esté nuestra sombra contra el sol ardiente"... "con tu eterna presencia, protégenos de todo peligro en todo momento"... "ahora y para siempre"...
Ninguno de nosotros está solo en el camino. Peregrinar, era en tiempos pasados, para quién lo hacía, abandonar la cálida comunidad pueblerina que lo protegía, para afrontar los peligros innumerables de los caminos difíciles de aquellos tiempos... Loca aventura, que corría el riesgo de terminar en las garras de un león, o bajo el puñal de salteadores de caminos. Por esto la comunidad local lo toma bajo su custodia espiritual, el peregrino la abandona luego de hacer oración con ella y recibir una especie de delegación: "que Dios no deje resbalar tu pie, que nunca duerma el que te ¡cuida!" Mientras duraba el peligroso viaje, se acompañaba espiritualmente a quien estaba en camino. Ayúdanos, Señor, a responsabilizarnos por nuestros hermanos,... Haz, Señor que no andemos solos, que caminemos al lado de nuestros hermanos, con ellos, solidariamente.
EL AUXILIO ME VIENE DEL SEÑOR El breve salmo 120 es un canto a la confianza en Dios. Expresa el sentimiento de seguridad y de paz que experimenta el que ha puesto en Dios toda su confianza De por sí el hombre es un ser desvalido y pobre. Se siente desamparado con sólo abrir sus ojos al mundo que le rodea. Este mundo se le presenta lleno de misterio, de interrogantes, de dolor, de riesgos y adversidades. Peligros en la naturaleza y los elementos (tempestades, inundaciones, incendios), en los hombres (enemigos, injusticias, crueldades), ante la historia (pasado que condiciona y marca), ante la muerte (inevitable y hermética), en sí mismo (contradicciones, incoherencias).
Esto es el hombre, insignificante y débil, presa fácil de cualquier peligro y de cualquier conflicto. La literatura moderna y el cine se han encargado ampliamente de presentarnos la soledad del hombre, el problema del sentido de su vida, el absurdo, la angustia del vivir. Por esto el salmo 120 da la impresión de un reto al alud de dificultades de la vida humana. Se nos antoja como un oasis en medio del desierto. Y en el fondo expresa lo que el corazón del hombre más ansía: la serenidad y la seguridad.
Sus ocho versículos son como una lección de vida y esperanza que, repetida con frecuencia, asimilada, se convierte en un factor decisivo en la construcción del hombre de fe. Las ideas de este salmo van configurando la mente del hombre bíblico en un sentido de confianza y de paz que encontrarán su perfección en Cristo Jesús, el hombre que se había confiado enteramente a la bondad del Padre celestial de quien se sentía amado y protegido.
Estructura del salmo
El salmo 120 es uno de los salmos llamados graduales o de las subidas o peregrinaciones. Sabemos que estos salmos los entonaban los peregrinos en su camino hacia Jerusalén, especialmente cuando se acercaban (cuando subían) hacia la ciudad santa. Nuestro salmo contiene unas referencias bien concretas a la experiencia del camino: "No permitirá que resbale tu pie", "de día el sol no te hará daño, ni la luna de noche", "el Señor guarda tus entradas y salidas". El autor así ha desarrollado su pensamiento:
a) Una situación: versículo 1a)
b) Una pregunta: versículo 1b)
c) La respuesta: versículos 2-8
La distribución de los diversos apartados resulta desproporcionada, pero la gran enseñanza del salmo está precisamente en la respuesta que recibe el salmista en su soliloquio, como dialogando consigo mismo: la protección de Dios, su providencia y su ayuda.
Una situación Una situación vivencial: el salmista se ve como sobrecogido por el mundo exterior. Se ve pequeño ante los altos montes. Los montes, que podrían ser los que él tendría que atravesar para ir a Jerusalén, o mejor aún, la figura de las dificultades, de los obstáculos que tendrá que vencer y superar.
"Levanto mis ojos a los montes". La imagen es de gran belleza: nos describe la escena de la pequeñez del hombre rodeado de altas montañas, insuperables: pero un hombre que sabe calibrar su situación, su incapacidad ante dificultades y peligros.
Una pregunta Instintivamente este hombre de nuestra escena se pregunta sobre quién le auxiliará, de dónde le vendrá el auxilio. "¿De dónde me vendrá el auxilio?" El peligro o el misterio llevan consigo la necesidad de una ayuda, de una salida. Espontáneamente busca una fuerza, una solución, una garantía que le permitirá afrontar las dificultades. El hombre de fe pasa por los mismos trances y los mismos riesgos que el hombre descreído, se hace los mismos interrogantes, experimenta las mismas angustias. Pero con una diferencia: el hombre de fe, en sus reflexiones, en sus interrogantes, incluso en sus dudas, encuentra un eco, halla una respuesta, recibe una palabra que le serena o le explica. Es lo que nos dice el salmo a continuación.
En un solo versículo el salmista nos ha presentado una vivencia humana profunda que ahora desarrollará dándonos en su respuesta la gran enseñanza de la confianza en el Dios providente y salvador.
La respuestaLa respuesta que recibe el salmista es la reflexión de su fe en un Dios que la historia de su pueblo ha mostrado siempre como salvador. Primeramente responde el salmista en primera persona: "El auxilio me viene del Señor" como una espontánea expresión de su fe y de su experiencia religiosa. El Señor que hizo los cielos y la tierra viene en seguida a su mente: él será su auxilio y su ayuda.
A continuación, como desdoblándose en dos, se habla a sí mismo, se ratifica en su fe y en su confianza: elenca la actividad de Dios en los casos-clave donde experimentará la ayuda divina.
Dios no permitirá que resbale su pie: no permitirá su caída, su descarrío, su deserción. Dios es el Buen Pastor que cuida de su rebaño y de cada una de sus ovejas, y sus ojos están siempre puestos en ellas para preservarlas del mal. El Dios de Israel es el Dios vigilante día y noche que nos describe Jeremías (Jer 1,11-12), el Dios que de día conducía al pueblo guiándolo en la columna de nube y de noche en la columna de fuego (Ex 13,21 ). El Señor es el guardián atento y solícito que está siempre presente, nunca se ausenta ni se descuida. La experiencia de Nehemías expresó esta verdad con una fórmula muy hermosa cuando decía: "La buena mano de mi Dios estaba sobre mí" (Ne 2,8.18), y esta es la gran constatación de Israel, del hombre de fe de la Biblia que de formas diversas nos va repitiendo esta verdad.
Durante el día le protege del sol, le cobija a su sombra. El sol es la representación de la fuerza y el dominio que agosta y mata. Dios protege en el camino de su vida al hombre que confía en su providencia, le saca de tantos y tantos peligros en los que ya hubiera perecido.
Y no sólo de los grandes peligros exteriores (designados como el sol) sino también de los interiores (representados por la luna). Los antiguos atribuían a la luna ciertos influjos maléficos en la vida y la persona del hombre: inquietudes, temores, dudas, enfermedades: pues de todo ello se verá también libre el hombre que espera en el Señor. Porque Dios vigila y protege, ahuyenta los males, defiende, da fuerza.
A continuación resume el salmista: "Te guarda de todo mal, él guarda tu alma". Es toda la vida la que está bajo la protección de Dios, nada se escapa a su mirada providente. Y como para rematar su reflexión sobre la protección de Dios en su vida nos habla de dos expresiones que indican una totalidad. Los exegetas llaman "expresiones polares" a las metáforas que entre dos extremos o polos pretenden englobar todo lo que está en medio: "oriente y occidente", por ejemplo, indica toda la tierra; "el cielo y la tierra", indica todo el universo; "tus entradas y salidas" no significa sólo el hecho de entrar o salir de la ciudad o de la casa, sino todo el camino. Así, pues, el salmista va seguro por el camino: lo hará bajo la protección del Señor, nada temerá, irá seguro. Y no solamente el camino de su peregrinación, sino siempre: descansará en esta confianza, tendrá paz, no se amilanará, su vida transcurrirá bajo el signo de la confianza y la experiencia de un Dios que le ayudará y protegerá.
Magnífica es la lección que nos da este pequeño poema de autor desconocido y de época incierta, pero compuesto por un alma llena de confianza y de experiencia de Dios. Durante siglos este salmo ha ido confortando y animando a los fieles del Señor que en medio de sus dificultades han encontrado en su fe en Dios ayuda y fuerza.
Cuántas veces Jesús lo hizo suyo, El que nos dio prueba de tanta confianza en Dios, en su Padre, que nos habló de la providencia, de la bondad de Dios. El confió totalmente a Dios su camino, y si en momentos pareció que Dios le abandonaba, fue para darle en seguida una prueba mayor de su amor y providencia: tras Getsemaní y el Calvario le aguardaba la resurrección.
Los santos experimentaron la verdad de este salmo: es el salmo de la confianza y del abandono en Dios. Ellos gozaron de su proximidad, de su amor, de su providencia. ¡Ojalá pueda ser también nuestro salmo!
MIS FLAQUEZAS «El Señor es tu guardián, tu defensa a tu derecha».
Conozco el sentido de esa imagen de la guerra de otros tiempos, Señor. Yo estoy firme con la lanza o la espada en mi diestra, dispuesto a descargar el golpe, mientras mi brazo izquierdo sostiene el largo escudo que protege mi cuerpo. En esa postura quedan defendidos la parte frontal de mi cuerpo y el lado izquierdo, pero el lado derecho queda al descubierto mientras arrojo la lanza o esgrimo la espada en mortal cuerpo a cuerpo. Tú, mi guardián, lo sabes, y por eso te colocas a mi derecha, para proteger con tu escudo lo que yo dejo al descubierto con el mío. Ese es mi flanco vulnerable, el punto débil de mi defensa, y tú me lo cubres. Gracias, Señor, por saber tan bien los peligros de la guerra, los peligros del mundo, por conocer tan bien mis puntos flacos y prestarte a defenderlos con tu presencia. Ahora puedo ir a la guerra.
Tengo debilidades, Señor, y me alegra saber que tú las conoces mejor que yo mismo. Tengo buenas intenciones y buenos deseos, pero también tengo genio y orgullo, pasiones y violencia, y nunca sé lo que haré ante un ataque súbito o una oposición inesperada. Mi flanco derecho está al descubierto, y cualquier flecha enemiga puede hacer blanco en mi cuerpo expuesto. Ponte a mi derecha, Señor, y cúbreme.
Haz que caiga en la cuenta de mis puntos flacos, de las brechas en mis defensas. Abre mis ojos para que vea esos defectos que tengo y que mis amigos conocen a la perfección, y que yo soy el único que no veo. Hazme ver lo que todos ven en mí, lo que tantas veces les molesta de mí sin que yo caiga en la cuenta, lo que todos ellos comentan entre sí sin decírmelo nunca. Ayúdame a tomar nota de mis fallos más frecuentes, para acordarme de ellos; y tú sigue protegiendo en el futuro esas esquinas de mi personalidad que sabes son las más débiles y peor defendidas. Mantén la alerta constante a mi alrededor, Señor, pues siempre me quedan flancos expuestos, y necesito tu escudo que me proteja en los momentos de peligro.
«El Señor te guarda de todo mal, él guarda tu alma; el Señor guarda tus entradas y tus salidas, ahora y por siempre».
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 5,1-12
Los capítulos 5-9 de Mateo constituyen una sección compacta, como se desprende de las dos frases, sustancialmente idénticas, que les sirven de marco (4,23 y 9,35). La sección abarca el «sermón del monte», verdadera carta magna del Reino (capítulos 5-7), y la narración de diez milagros (capítulos 8-9), presentándonos, por consiguiente, a Cristo maestro, cuya divina Palabra no sólo está dotada de autoridad, sino que es también eficaz.
El evangelista Mateo considera a Cristo como el nuevo Moisés, como aquel que comunica la «nueva Ley» en el monte de las bienaventuranzas —el monte—, cuya imagen anticipadora era el Sinaí. El que estamos examinando es el primero de los cinco grandes discursos pronunciados por el Señor y comienza con la proclamación de las ocho bienaventuranzas del «Reino» (palabra que se repite en la primera y en la última), a las que se añade otra más. La inminencia del Reino apela a la conversión; la perspectiva escatológica que parece dominar la proclamación de las bienaventuranzas se traduce en un mensaje de salvación y se resuelve como imperativo moral, puesto que traza «un modo perfecto de vida cristiana» (Agustín).
La expresión “pobres en el espíritu”, si bien no se encuentra en el Antiguo Testamento (aunque aparece en los textos de Qumrán), refleja un aspecto fundamental: la espera del Reino por parte de los últimos. A ellos está reservada la posesión de la tierra prometida (Sal 37,11) y, por consiguiente, del Reino, cuya instauración, según la esperanza bíblica, está destinada a registrar por lo menos un arranque ya desde aquí abajo: «... suyo es el Reino de los Cielos».
El consuelo está presentado como un rasgo característico de Dios y como don mesiánico por excelencia (Is 61,2; cf. Lc 2,25). El mismo Cristo se considera un Consolador, y con este título anuncia el don del Espíritu Santo (Jn 14,26; 15,26; 16,7). La «justicia» (término que se repite cinco veces en el sermón del monte) indica el recto cumplimiento de la voluntad divina, perseguido con impulso y determinación (hambre y sed), y, por consiguiente, connota el acceso a la salvación y constituirá la razón misma de la encarnación del Verbo: su nombre será «Señor-nuestra-Justicia» (Jr 23,6). De ahí se sigue el imperativo: “Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia” (Mt 6,33). La misericordia pasa a ser, de prerrogativa divina, aspecto cualificativo del discípulo: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,36). La misericordia, en efecto, prevalecerá sobre el juicio (cf. Sant 2,23).
«Corazón puro» es una expresión que se repite en las Escrituras (Sal 24,3SS; 51,12; 73,13; Prov22,11, etc.)y es sinónimo de “corazón sencillo” (cf. Sab 1,1; Ef. 6,5), que no tiene doblez (Sant 4,8). Esta es la condición que hace posible la visión de Dios, visión que no se concede al hombre en esta tierra (Ex 33,20), sino que está preparada para el cielo, cuando «lo veremos tal cual es» (1 Jn 3,2), «cara a cara» (1 Cor 13,12). «Constructor de la paz» es Dios mismo (Col 1,20), definido repetidamente por Pablo como «el Dios de la paz». A Cristo, su Enviado, se le anuncia como el rey mesiánico pacífico (Zac 9,9), «Príncipe de la paz» (Is 9,15), una paz que da a sus discípulos (Jn 14,27; 16,33; cf. Lc 2,14). La paz constituye, por último, un «fruto del Espíritu» (Gal 5,22; Rom 14,17). Los «hijos de la paz» (cf. Lc 10,6) no podrán dejar de ser, por consiguiente, «hijos de Dios».
La persecución «a causa de la justicia» (Lc 6,22 precisa: “a causa del Hijo del hombre” no es otra cosa que el precio que hay que pagar por la coherencia y por el testimonio evangélico. La invitación a alegrarse en medio de la tribulación y en medio de las pruebas ha sido ampliamente recibida en la experiencia apostólica (Hch 5,41; 2Corl,5; 12,10; Sant 1,2-4; 1 Pe 1,6; 4,12-16, etc.). La participación en los sufrimientos de Cristo, acogidos en beneficio de su Iglesia (Col 1,24), nos asocia a la gloria de la resurrección (Flp 3,1oss).
El Verbo no nos habla ya a través de intermediarios, sino en persona («abriendo su boca»), y con su enseñanza restituye el hombre a sí mismo, lo hace más humano. La Ley nueva empieza sustituyendo el orgullo, triste herencia del pecado original, por la humildad, que es «principio de la bienaventuranza» (Glosa). Aquí reside la paradoja que atraviesa todo el sermón del monte, verdadero código de liberación, rechazado por el «hombre natural incapaz de percibir las cosas de Dios» (cf. 1 Cor 2,14). En efecto, «la bienaventuranza empieza allí donde para los hombres comienza la desventura» (Ambrosio). Las bienaventuranzas evangélicas abarcan el obrar y el padecer del creyente, que, por eso mismo, recibe el título real de «hijo de Dios».
Me planteo algunas preguntas. ¿Me reconozco como un «mendigo» respecto al Señor? ¿Me considero antes que nada a mí mismo «tierra prometida», de la que debo «tomar posesión» a través de un camino de interioridad y de dominio de mí mismo? Y con respecto a la humanidad, ¿«hago duelo» por los males que la afligen? ¿Dejo aflorar esta triple actitud del espíritu que caracteriza al pueblo de las bienaventuranzas...?
Comentario del Santo Evangelio: (Mateo 5, 1-16), para nuestros Mayores. Las Bienaventuranzas.
El evangelio según Mateo se caracteriza por la presencia de cinco grandes discursos en los que el evangelista concentra las enseñanzas del Maestro. En el capítulo 5 comienza el llamado “sermón de la montaña”. Jesús proclama solemnemente, desde lo alto de un monte —lugar evocador del monte de la ley antigua—, las bienaventuranzas, que representan al mismo tiempo el exordio y la síntesis del largo discurso programático (capítulos 5-7).
El Reino de Dios ha llegado ahora (cf. Mt 4,17); Jesús, al realizarla profecía de Is 6 1,1-3, anuncia la Buena Noticia: la felicidad no está en la riqueza y el poder, sino en la pobreza. Aquellos a quienes desprecia el mundo son “dichosos”, porque su misma indigencia les hace abrirse y acoger el don de Dios: Jesús mismo, manso y humilde de corazón. Sorprende descubrir en las bienaventuranzas que aquellos a quienes se clasifica, por lo general, como los «últimos» tienen en realidad un nombre y un rostro precisos; en ellos resplandece, por así decirlo, la multiforme gracia de la riqueza de Dios.
Son dichosos los pobres, porque de ellos «es» —desde ahora— el Reino de los Cielos: se han configurado, en efecto, con Cristo, que de rico se hizo pobre por nosotros. Dichosos los humildes, es decir, los que esperan con paciencia la salvación de Dios; dichosos los que están tristes, los que, frente al mal del mundo, derraman lágrimas de sufrimiento, de arrepentimiento y de intercesión: Dios mismo los consolará en Cristo, en la resurrección. Están después los que tienen hambre y sed de hacer la voluntad de Dios, es decir, de realizar la justicia de una manera íntegra y generosa.
Vienen, a continuación, los misericordiosos: se abre con ellos la segunda serie de las bienaventuranzas, donde se presentan las exigencias «operativas» indispensables para entrar en el Reino de los Cielos. El Misericordioso (cf. Ex 34,6) declara bienaventurado al que practica el amor la forma de perdón ilimitado y de socorro activo.
Siguen los que tienen un corazón limpio, es decir, los que no aceptan la maldad en su ser íntimo; a ellos se les promete la realización del más profundo de los deseos de los justos: «ver a Dios», algo que tendrá su cumplimiento en la Jerusalén de allá arriba (cf. Ap 22,4). Luego vienen los que construyen la paz: serán reconocidos como hijos del Dios que hace salir su sol sobre los buenos y sobre los malos (cf. Mt 5,45).
En la octava bienaventuranza vuelve a aparecer la expresión «hacer la voluntad de Dios» o “justicia”: es bienaventurado el que es capaz de adherirse de manera incondicional a la voluntad de Dios sin retroceder frente a las persecuciones. Esta bienaventuranza está recogida en la última fórmula, donde se produce un significativo cambio de sujeto. Se pasa de la tercera persona del plural a un «vosotros» bien determinado: los discípulos; ellos han sido llamados a sufrir por causa de Jesús.
Con todo, el seguimiento no comporta sólo incomprensión y hostilidad, sino también una gran exultación, porque a través de la cruz conduce a la gloria. Ese seguimiento, vivido de una manera integral, hace a los discípulos, de modo individual y comunitario, «sal», porque difunden el Evangelio que da sabor a la vida; «luz», porque anuncian a Jesús, luz del mundo, y «ciudad situada en la cima de un monte», bien visible para todos no porque se jacten de sí mismos, sino porque sus obras y su vida dan testimonio de la gratuidad del amor de Dios y darán gloria al Padre celestial.
El texto paradójico de las bienaventuranzas, escándalo y provocación, no cesa de inquietar a los que topan con él. Jesús nos sorprende una vez más. Nadie conoce como él el corazón del hombre, su sed de alegría, de paz, de plenitud. ¿Por qué afirma entonces que son dichosos los que resultan derrotados, los eternos perdedores? Sin embargo, sólo él tiene palabras de vida eterna. Más aún, él mismo es la Palabra que no pasa. Una palabra acallada en el trágico silencio de un día en el que el odio pareció triunfar, pero en el que resultó derrotado. Precisamente desde lo más hondo de las tinieblas de muerte resonó la hora de la resurrección que ha hecho feliz cada lágrima. Es, efectivamente, gracias a su cruz como Jesús puede dar, en su misma persona, la plenitud de la felicidad a quien cree en él y le entrega la vida.
Siguiendo el camino trazado por él, o sea, viviendo el Evangelio, la pobreza, el hambre y la sed de hacer la voluntad de Dios, la humildad, la compasión..., cambian de rostro: de experiencias de privación pasan a ser actos de amor; ya no son derrota de quien es aplastado por la prepotencia de los otros, sino opción libre del que renuncia a sí mismo por amor a Cristo y por el bien de los hermanos.
Jesús no se contenta con las apariencias; nos impulsa a ir más allá de cada fachada. Invita a sus discípulos a seguirle por un camino poco frecuentado, que sólo puede recorrer aquel a quien no ahoga la voz que desde su ser íntimo se levanta contra toda componenda con el mal, con la injusticia y la prepotencia.
Y ésta es precisamente la primera tarea que espera a cada hombre: no dejar que se ofusque su conciencia con falsos valores, no hacerla opaca ni permitir que se adormezca con opciones demasiado fáciles y cómodas, sino conservarla limpia y pura, como la de los pequeños y pobres de la tierra, la de los que no cuentan pero son capaces de una bondad y una solidaridad sinceras, sabiendo ofrecer, en su pobreza, más de lo que tienen. Entonces brillarán las bienaventuranzas con su verdadera belleza. Al acogerlas y vivirlas se va descubriendo que traen la “Buena Noticia” que es Jesús mismo, pobre, afligido, pacífico y humilde de corazón, misericordioso, crucificado por su debilidad y resucitado por el amor del Padre.
Como la eucaristía bajo las pobres especies del pan y del vino nos ofrece el cuerpo y la sangre de Cristo, así las bienaventuranzas, tras la apariencia de palabras «duras», nos hacen entrar en comunión con Jesús. Lo atestiguan la vida de los santos, que, sin tener nada para ellos, a no ser fatigas y privaciones, son luz de esperanza por el camino de la humanidad y con su testimonio consiguen tocar los corazones más endurecidos, y hasta consiguen hacer nacer la duda de que es posible el amor, de que incluso es fácil por ser simple.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 5,1-12, de Joven para Joven. Dichosos los pobres en el espíritu.
Bienaventurados. Iniciamos la proclamación del evangelio de Mateo que se prolongará hasta la vigésima primera semana inclusive. Está estructurado en cinco grandes discursos de Jesús: el de las exigencias de la nueva Alianza (cc. 5-7), el misionero (c. 10), el de las parábolas (c. 13), el comunitario (c. 18) y el escatológico (cc. 24-25).
Mateo presenta a Jesús como el nuevo Moisés, que congrega un nuevo pueblo e instituye una nueva alianza con Dios, y lo conduce a la tierra de promisión, que es la salvación definitiva. Como nuevo Moisés en un nuevo Sinaí, Jesús promulga con su autoridad mesiánica la Ley de la nueva Alianza, cuya obertura y síntesis son las bienaventuranzas. El sermón del monte transmite las “manías” de Jesús, enseñanzas impartidas por él en distintas ocasiones y que el evangelista ha coleccionado y sistematizado en un gran discurso. Pero hay una bienaventuranza precedente: “Bienaventurados los que podemos escuchar esta palabra de Dios” (Lc 11,28).
Todos buscamos instintivamente la felicidad; muchos por caminos equivocados. Los discípulos de Jesús tenemos la dicha de “oír lo que muchos quisieran oír” (Mt 13,17).
El secreto. Cuando le leen a Gandhi las bienaventuranzas, débil como está por la última huelga de hambre, pide una silla porque se siente desmayar por la emoción que le provocan: “Esto es la verdad que desde siempre intuí, pero nunca había logrado formular tan sabiamente”.
Con frecuencia hemos comprendido el Evangelio, las bienaventuranzas, en forma negativa, como mera renuncia, en la espera de una felicidad ultraterrena y compensatoria. Por eso, muchos tienen un cierto resentimiento hacia el Maestro que “viene a aguamos la fiesta de la vida”. Frente a ello, hay que decir que son una apuesta por la vida y la felicidad. Jesús proclama “bienaventurados” a los que las viven, porque proporcionan una experiencia de plenitud. Son la respuesta a los anhelos más profundos del ser humano, y por eso su vivencia supone felicidad, equilibrio, estar centrado en la vida.
Las bienaventuranzas constituyen el único manual “garantizado” del verdadero humanismo y la dicha verdadera. Vivirlas equivale a saborear ya la dicha eterna a pesar de los sufrimientos ineludibles que suponen.
Sólo Dios basta. Las bienaventuranzas son una invitación a vivir la pobreza ante Dios y el amor hacia el prójimo. La pobreza no se identifica con la penuria material, sino con la indigencia de quien se descubre necesitado y se abre a la gracia, al amor gratuito y misericordioso de Dios. Por el contrario, es engañosamente rico el fariseo que se apoya en la seguridad de sus buenas acciones, quien pone su seguridad y el sentido de su vida en los bienes materiales, en los ídolos de nuestra cultura, en el “tener” y no en el “ser”, en el aplauso humano y no en el reconocimiento de Dios.
Pobre y bienaventurado es el humilde, el que no se engaña, sino que “anda en la verdad”, el que se pregunta: “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué tanto orgullo?” (1 Co 4,7). Pobre es el que confiesa: “Todo es gracia”, el niño según el Evangelio (Mc 9,37), el “sencillo” y de “corazón limpio”, “sin vueltas ni revueltas”. Porque es así, el Padre “le revela los secretos del Reino, le da sabiduría (Mt 11,25); porque es pobre, “el Señor le colma de bienes, mientras que a los ricos los despide vacíos” (Lc 1,53). Pobre y, por lo mismo, bienaventurado es el que se contenta nada más y nada menos que con Dios: “Sólo Dios basta”, como señala santa Teresa.
Amar es morir. Pobre de solemnidad, y por eso bienaventurado, es el que ama de verdad al hermano, el que no tiene nada porque todo lo ha dado, vaciándose de sí mismo. Se ha dicho que “amar es morir”. En efecto, bienaventurados los que, como los granos de trigo, saben morir bajo la tierra del olvido de sí, dan su vida en servicio minuto a minuto, no se la guardan, para nacer a la vida nueva del amor (Jn 12,24). No buscan tanto ser amados como amar, ser servidos como servir, ser consolados como consolar. Son bienaventurados porque lloran con los que lloran y ríen con los que ríen” (Rm 12,15). Bienaventurados los que prefieren compartir a acumular, dar antes que recibir (Hch 20,35). Bienaventurados los que dan la cara por el tratado injustamente, los que luchan por una sociedad más justa.
Jesús no se contradice al proclamar, por una parte, que sólo da una consigna: “Amaos como yo os he amado”; y, por otra, nos presenta las bienaventuranzas como proyecto de vida, porque éstas no son más que variaciones sobre el amor, sus expresiones. Son caminos de felicidad para hoy, no sólo para “la otra vida”. Hemos sido creados para ser felices también en esta vida, aunque sea limitadamente.
Al concluir la Eucaristía en el Monte de las Bienaventuranzas, después de haber hecho esta misma reflexión, se me presenta un matrimonio; él, con los ojos humedecidos, me confiesa: “Es la primera vez que lloro después de treinta y cinco años. Las bienaventuranzas nos han cambiado. Hemos encontrado lo que buscábamos a tientas. Ya te explicaremos”. La mujer asiente. “Nos sentimos transformados y bienaventurados”, me confiesan un año después. No es para menos.
Elevación Espiritual para este día.
Escuchemos con extrema atención las palabras del Señor. Fueron dichas, entonces, para todos los que estaban presentes, pero está claro que fueron escritas para todos aquellos que vendrían a continuación. Por eso se dirige Jesús en su sermón a los discípulos, pero no restringe lo que dice a sus personas; hablando en general y de modo indeterminado, declara «bienaventurados» a todos (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 15, 1).
«Dichosos los pobres en el espíritu.» Jesús precisa: «en el espíritu». Quiere hacernos comprender que aquí se trata de la humildad, no de la pobreza material. Dichosos aquellos que, gracias a un don del Espíritu Santo, han perdido su propia voluntad. Es a este tipo de pobres a quienes se dirige el Salvador, hablando por la boca de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre m4 porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Nueva a los pobres» (Is 61,1) (Jerónimo, Comentario al evangelio de Mateo).
Reflexión Espiritual para el día.
También el mundo, Señor, proclamo sus bienaventuranzas, diametralmente opuestas a las tuyas: dichosos los ricos que no se fijan en la miseria de los otros, sino que acumulan riquezas sólo para sí mismos. Hazme comprender, Señor, dónde está la verdadera riqueza esa que prometes a quienes te siguen. También el mundo, Señor, alardeo sus promesas, diametralmente opuestas a las tuyas: dichosos los poderosos que no piensan en el débil necesitado de ayuda, sino que avanzan seguros por su camino. Hazme comprender, Señor, cuál es la fuerza invencible que das a tus fieles.
También el mundo, Señor, ostenta su justicia, diametralmente opuesta a la tuya: dichosos los listos que no piensan en los otros, sino que los explotan para su propio éxito. Hazme comprender, Señor, dónde puedo encontrar la sensatez que tú garantizas a quien la busca. También el mundo, Señor, presenta su manifiesto, diametralmente opuesto al tuyo: dichosos tos vividores que no se preocupan del mañana, sino que buscan arrebatar el momento fugaz. Hazme comprender, Señor, cuáles son las verdaderas alegrías, esas que no permites que falten a tus hijos.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 1R 17,1-6. No caerá rocío ni lluvia.
El nombre de Elías, que significa «Yahveh es mi Dios», es el mejor resumen de su vida y de su ministerio; porque Elías es, ante todo, el campeón del yahvismo. La crisis del yahvismo había llegado al límite de vida o muerte. Las causas remotas de la crisis se remontaban a los días del establecimiento del pueblo en la tierra de Canaán. El contacto con la religión cananea, sus dioses y sus cultos, tuvo consecuencias muy negativas para la fe yahvista. El advenimiento de la monarquía empeoró la situación.
En el reino del norte la crisis alcanza su momento álgido durante el reinado de Ajab-Jezabel. El matrimonio del rey de Israel con esta princesa fenicia había sido fatal para la causa yahvista. No solamente hizo construir un santuario a Baal en la propia capital del reino, Samaria, sino que llevó a cabo una política abiertamente favorable al baalismo, al tiempo que se embarcó en una ofensiva contra el yahvismo, dando muerte a sus profetas.
En este contexto dramático se encuadra la misión de Elías. Samuel protagonizó la transición del régimen tribal a la monarquía. Natán fue el encargado de canonizar la dinastía davídica. Ajías de Silo anunció la división del reino. Todos ellos fueron momentos claves de la historia y los profetas se vieron obligados a asumir la responsabilidad. Pero a ninguno le correspondió un momento y un ministerio tan difícil como a Elías. Quizá por esta razón Elías ha sido la figura elegida para representar el profetismo, al lado de Moisés como representante de la Ley (Mc 9, 4 y par.).
La sequía de suyo es un hecho bastante banal y corriente en la climatología palestinense. En sí misma no tiene gran interés y tampoco los detalles cronológicos y folklóricos que la acompañan. La sequía tiene valor de signo. Es la señal del disgusto de Dios ante la ofensiva antiyahvista que se ha desencadenado en el reino del norte, planeada y estimulada desde el poder mismo.
Ajab-Jezabel y el pueblo paganizado se habían pasado a la religión de Baal, precisamente el dios de la lluvia, y de él esperaban el agua que fecundara sus campos. Pero en la tradición yahvista, recogida luego por la Ley, estaba claramente formulada la convicción de que la lluvia venía de Dios y de que la infidelidad del pueblo podía acarrear el castigo de la sequía y otras calamidades públicas: «Si no escucháis y cumplís todos estos mandamientos; si despreciáis mis preceptos y rechazáis mis normas... traeré sobre vosotros el terror, la tisis y la fiebre, que os abrasen los ojos y os consuman el alma. Sembraréis en vano vuestra semilla, pues se la comerán vuestros enemigos... Quebrantaré vuestra orgullosa fuerza y haré vuestro cielo como hierro y vuestra tierra como bronce. Vuestras fuerzas se consumirán en vano, pues vuestra tierra no dará sus productos ni el árbol del campo sus frutos» (Lev 26, 15-20). +
Reemprendemos hoy la lectura del libro Primero de los Reyes, que habíamos iniciado la cuarta semana del tiempo ordinario. En él se habla de la sucesión davídica, del reino de Salomón y del cisma político-religioso (931 a. de C.) entre las diez tribus del Norte (Israel, con capital en Samaria) y Judá y Benjamín (con capital en Jerusalén). El reino del Norte conoció la alternancia de una decena de casas reinantes, mientras que el del Sur fue regido siempre por la estirpe de David.
Las lecturas de los libros de los Reyes siguen con el «ciclo de Elías». Procedía éste de Galaad (Transjordania), donde estaba vigente un yahvismo vigoroso. El profeta había sido enviado al rey Ajab (874-853), esposo de la fenicia Jezabel, hija del rey de Tiro y Sidón. Esta había introducido en Samaría el culto de Baal, el dios de Tiro propiciador de la lluvia (1 Re 18,19), que, sin embargo, no está en condiciones de asegurarla a sus devotos. Elías, cuyo nombre significa “el Señor es mi Dios”, es puesto a salvo y protegido directamente por el cielo. Como los judíos en el desierto, se alimenta de manera milagrosa con pan y carne.
Los «profetas anteriores» (nuestros «libros históricos»), así llamados por la tradición judía, nos presentan una historia que se hace teología. En efecto, los libros de los Reyes constituyen una sección de la historia sagrada escrita con la intención de mostrar que la alianza entre Dios y su pueblo se rige por el principio de la retribución: si el pueblo es fiel, Dios lo bendice; si es infiel, lo abandona a un destino de muerte.
El lector de estas páginas está invitado, no obstante, a ver en las calamidades que se abaten sobre el pueblo infiel «castigos» divinos destinados a la conversión. En nuestro caso, la sequía es signo de la reprobación divina de los cultos cananeos patrocinados por Jezabel, que se convirtió en símbolo del sincretismo religioso (Ap 2,20). De hecho, Israel estuvo siempre amenazado por los cultos paganos arraigados en la tierra de la que tomó posesión bajo la guía de Moisés y de Josué.
Comentario del Salmo 120
Honda expresión de confianza en el Señor que protege a todo hombre, que protege el anuncio de su Evangelio, que protege a los que confían en él, que protege, muy especialmente, a los pobres.
PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL Salmo de peregrinación, en ritmo de gradual, que hace pensar en un segundo coro que responde, haciendo eco, a las palabras del primer coro. Procedimiento poético literario. Todas las imágenes se inspiran en el tema de la peregrinación: a la salida, se explora el horizonte para orientarse en buena dirección, hacia "la montaña de Sión", lugar alto en que está construido el Templo... Luego se inicia la marcha, haciendo votos porque nadie se dañe los pies contra las piedras del camino... Cada noche, la caravana señala un vigilante que dará la alerta en caso de peligro: el papel del "guardián" era capital en los viajes de aquellos tiempos... Salteadores, bestias salvajes... La frescura de la sombra era muy apreciada en estas largas jornadas... La nocividad de los rayos de la luna era atenuada por los peregrinos durmiendo a campo raso... Finalmente, no bastaba llegar a la meta, era necesario volver al país de origen, de allí la alusión al viaje de "ida y vuelta".
Para Israel estas imágenes evocaban el tiempo de la larga peregrinación del Éxodo, en que "una nube protectora" tamizaba el sol ardiente del desierto.
Notemos el papel de la comunidad local que alienta al peregrino y ora por él: la primera estrofa parece salir de boca de quien inicia la marcha... Las otras estrofas (con el pronombre en segunda persona: tú, te) indican el cuidado que toman del peregrino los que se quedan.
SEGUNDA LECTURA: CON JESUS El sentimiento dominante de este salmo, la confianza en un Dios que cuida de sus fieles, es una de las actitudes que Jesús trató de inculcar en sus oyentes. "No temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre se complace en daros el reino". (Lucas 12,32). "No temáis, los cabellos de vuestra cabeza están contados". (Mateo 10,30). Jesús oró al Padre para que "guardara" a sus discípulos. (Juan 17,11). Jesús vivió profundamente este sentimiento de seguridad que rodea a quienes confían en el Padre: El salmo murmuraba que "Dios está cerca de quien es fiel" y Jesús haciendo eco al salmo dice que "nunca estuvo solo" (Juan 8,16; 16,32).
"El Señor te protegerá de todo peligro", dice el salmista, y Jesús se presenta como este "guardián vigilante" que defiende su rebaño contra los agresores, y que va en búsqueda de la única oveja perdida.
Hay una escena paradójica del Evangelio que nos recuerda este salmo. El fiel afirma con seguridad "Dios no duerme ni dormita". Ahora bien, un día, en medio de los peligros de la tempestad en el lago de Tiberiades, Jesús por el contrario se ¡adormeció! Ahora bien, aun adormecido en la barca, era la seguridad de sus amigos, y les reprochó su falta de confianza. (Mateo 8,24). Nuestra seguridad, está más allá de lo humano y de lo sensible.
TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO
Dios no cesa de mantener su obra. "¡Dios no duerme!" El salmo 120 nos presenta un Dios vigilante, un Dios amante, un Dios siempre en acción, un Dios siempre dispuesto al servicio. Cuando afirmamos que El es "eterno", no podemos menos de pensar en una duración infinita con un largo "pasado" y una prolongación hacia el "futuro". Esta imagen "temporal" falsea la idea de eternidad, habría que pensar más bien en un eterno "presente". El ser de Dios no puede concebirse en una duración que transcurre. Desde nuestro punto de vista de seres humanos, sujetos al paso del tiempo, debemos mirar nuestra relación a Dios como una relación "actual" en el instante "presente". En este momento Tú piensas en mí, Señor, en este momento Tú no duermes. Y cuando me uno a ti en un momento dado del tiempo, mediante la oración, Tú Señor, no has cesado jamás de "estar" conmigo. junto a mí, como dice el salmo. Yo soy, una criatura, un humilde ser de conciencia intermitente, por así decirlo. Tú Señor, no cesas jamás de ser. Y mediante tu creación continua, tu amor asiduo y continuado, el universo se mantiene en la existencia. "No, él no duerme, ni dormita, el guardián de Israel, el mundo entero, el mundo actual, está bajo su mano vigilante... ahora y siempre...
Peregrino, en marcha hacia... Si Dios posee su ser en la plenitud de un "hoy" de una suprema densidad, nosotros, por naturaleza, "construimos nuestro ser a través del tiempo, en una evolución", estamos "en camino", "in via". Por esto, la peregrinación, la migración, son símbolos profundos de la condición humana. La historia de los pueblos, de las civilizaciones, de los individuos, es una "larga marcha", penosa, llena de emboscadas, que hay que continuar y reiniciar constantemente. Haz, Señor, que jamás nos detengamos, que jamás dejemos de "alzar los ojos hacia la meta", que nunca nos desalentemos, que avancemos siempre paso a paso, no más que un paso, aunque momentáneamente, "nuestro pie deslice y vacile".
Seguridad: "El Señor guarda tu salida y tu regreso". Seis veces aparece en este salmo la palabra "guardián", "guardar". El mundo moderno, (¡es curioso!) desprecia todo lo que significa "seguridad", y admira lo que es "riesgo"... Sin embargo, este mismo mundo moderno toma toda clase de seguros, seguro de vida, de incendio, contaminación de aguas, de rompimiento de cristales, de accidentes corporales, etc. La seguridad es necesidad esencial del hombre. Pero todas estas seguridades que tomamos, por útiles que sean, son en su mayoría irrisorias. El hombre rodeado de toda clase de seguros, no está seguro en lo esencial.
Nunca como hoy, ha habido tantas depresiones nerviosas, hombres y mujeres que "totean", y se sienten como despojos llevados por el mar. Señor, danos la profunda seguridad que viene de Ti, "No dejes que deslice nuestro pie"... "no esté nuestra sombra contra el sol ardiente"... "con tu eterna presencia, protégenos de todo peligro en todo momento"... "ahora y para siempre"...
Ninguno de nosotros está solo en el camino. Peregrinar, era en tiempos pasados, para quién lo hacía, abandonar la cálida comunidad pueblerina que lo protegía, para afrontar los peligros innumerables de los caminos difíciles de aquellos tiempos... Loca aventura, que corría el riesgo de terminar en las garras de un león, o bajo el puñal de salteadores de caminos. Por esto la comunidad local lo toma bajo su custodia espiritual, el peregrino la abandona luego de hacer oración con ella y recibir una especie de delegación: "que Dios no deje resbalar tu pie, que nunca duerma el que te ¡cuida!" Mientras duraba el peligroso viaje, se acompañaba espiritualmente a quien estaba en camino. Ayúdanos, Señor, a responsabilizarnos por nuestros hermanos,... Haz, Señor que no andemos solos, que caminemos al lado de nuestros hermanos, con ellos, solidariamente.
EL AUXILIO ME VIENE DEL SEÑOR El breve salmo 120 es un canto a la confianza en Dios. Expresa el sentimiento de seguridad y de paz que experimenta el que ha puesto en Dios toda su confianza De por sí el hombre es un ser desvalido y pobre. Se siente desamparado con sólo abrir sus ojos al mundo que le rodea. Este mundo se le presenta lleno de misterio, de interrogantes, de dolor, de riesgos y adversidades. Peligros en la naturaleza y los elementos (tempestades, inundaciones, incendios), en los hombres (enemigos, injusticias, crueldades), ante la historia (pasado que condiciona y marca), ante la muerte (inevitable y hermética), en sí mismo (contradicciones, incoherencias).
Esto es el hombre, insignificante y débil, presa fácil de cualquier peligro y de cualquier conflicto. La literatura moderna y el cine se han encargado ampliamente de presentarnos la soledad del hombre, el problema del sentido de su vida, el absurdo, la angustia del vivir. Por esto el salmo 120 da la impresión de un reto al alud de dificultades de la vida humana. Se nos antoja como un oasis en medio del desierto. Y en el fondo expresa lo que el corazón del hombre más ansía: la serenidad y la seguridad.
Sus ocho versículos son como una lección de vida y esperanza que, repetida con frecuencia, asimilada, se convierte en un factor decisivo en la construcción del hombre de fe. Las ideas de este salmo van configurando la mente del hombre bíblico en un sentido de confianza y de paz que encontrarán su perfección en Cristo Jesús, el hombre que se había confiado enteramente a la bondad del Padre celestial de quien se sentía amado y protegido.
Estructura del salmo
El salmo 120 es uno de los salmos llamados graduales o de las subidas o peregrinaciones. Sabemos que estos salmos los entonaban los peregrinos en su camino hacia Jerusalén, especialmente cuando se acercaban (cuando subían) hacia la ciudad santa. Nuestro salmo contiene unas referencias bien concretas a la experiencia del camino: "No permitirá que resbale tu pie", "de día el sol no te hará daño, ni la luna de noche", "el Señor guarda tus entradas y salidas". El autor así ha desarrollado su pensamiento:
a) Una situación: versículo 1a)
b) Una pregunta: versículo 1b)
c) La respuesta: versículos 2-8
La distribución de los diversos apartados resulta desproporcionada, pero la gran enseñanza del salmo está precisamente en la respuesta que recibe el salmista en su soliloquio, como dialogando consigo mismo: la protección de Dios, su providencia y su ayuda.
Una situación Una situación vivencial: el salmista se ve como sobrecogido por el mundo exterior. Se ve pequeño ante los altos montes. Los montes, que podrían ser los que él tendría que atravesar para ir a Jerusalén, o mejor aún, la figura de las dificultades, de los obstáculos que tendrá que vencer y superar.
"Levanto mis ojos a los montes". La imagen es de gran belleza: nos describe la escena de la pequeñez del hombre rodeado de altas montañas, insuperables: pero un hombre que sabe calibrar su situación, su incapacidad ante dificultades y peligros.
Una pregunta Instintivamente este hombre de nuestra escena se pregunta sobre quién le auxiliará, de dónde le vendrá el auxilio. "¿De dónde me vendrá el auxilio?" El peligro o el misterio llevan consigo la necesidad de una ayuda, de una salida. Espontáneamente busca una fuerza, una solución, una garantía que le permitirá afrontar las dificultades. El hombre de fe pasa por los mismos trances y los mismos riesgos que el hombre descreído, se hace los mismos interrogantes, experimenta las mismas angustias. Pero con una diferencia: el hombre de fe, en sus reflexiones, en sus interrogantes, incluso en sus dudas, encuentra un eco, halla una respuesta, recibe una palabra que le serena o le explica. Es lo que nos dice el salmo a continuación.
En un solo versículo el salmista nos ha presentado una vivencia humana profunda que ahora desarrollará dándonos en su respuesta la gran enseñanza de la confianza en el Dios providente y salvador.
La respuestaLa respuesta que recibe el salmista es la reflexión de su fe en un Dios que la historia de su pueblo ha mostrado siempre como salvador. Primeramente responde el salmista en primera persona: "El auxilio me viene del Señor" como una espontánea expresión de su fe y de su experiencia religiosa. El Señor que hizo los cielos y la tierra viene en seguida a su mente: él será su auxilio y su ayuda.
A continuación, como desdoblándose en dos, se habla a sí mismo, se ratifica en su fe y en su confianza: elenca la actividad de Dios en los casos-clave donde experimentará la ayuda divina.
Dios no permitirá que resbale su pie: no permitirá su caída, su descarrío, su deserción. Dios es el Buen Pastor que cuida de su rebaño y de cada una de sus ovejas, y sus ojos están siempre puestos en ellas para preservarlas del mal. El Dios de Israel es el Dios vigilante día y noche que nos describe Jeremías (Jer 1,11-12), el Dios que de día conducía al pueblo guiándolo en la columna de nube y de noche en la columna de fuego (Ex 13,21 ). El Señor es el guardián atento y solícito que está siempre presente, nunca se ausenta ni se descuida. La experiencia de Nehemías expresó esta verdad con una fórmula muy hermosa cuando decía: "La buena mano de mi Dios estaba sobre mí" (Ne 2,8.18), y esta es la gran constatación de Israel, del hombre de fe de la Biblia que de formas diversas nos va repitiendo esta verdad.
Durante el día le protege del sol, le cobija a su sombra. El sol es la representación de la fuerza y el dominio que agosta y mata. Dios protege en el camino de su vida al hombre que confía en su providencia, le saca de tantos y tantos peligros en los que ya hubiera perecido.
Y no sólo de los grandes peligros exteriores (designados como el sol) sino también de los interiores (representados por la luna). Los antiguos atribuían a la luna ciertos influjos maléficos en la vida y la persona del hombre: inquietudes, temores, dudas, enfermedades: pues de todo ello se verá también libre el hombre que espera en el Señor. Porque Dios vigila y protege, ahuyenta los males, defiende, da fuerza.
A continuación resume el salmista: "Te guarda de todo mal, él guarda tu alma". Es toda la vida la que está bajo la protección de Dios, nada se escapa a su mirada providente. Y como para rematar su reflexión sobre la protección de Dios en su vida nos habla de dos expresiones que indican una totalidad. Los exegetas llaman "expresiones polares" a las metáforas que entre dos extremos o polos pretenden englobar todo lo que está en medio: "oriente y occidente", por ejemplo, indica toda la tierra; "el cielo y la tierra", indica todo el universo; "tus entradas y salidas" no significa sólo el hecho de entrar o salir de la ciudad o de la casa, sino todo el camino. Así, pues, el salmista va seguro por el camino: lo hará bajo la protección del Señor, nada temerá, irá seguro. Y no solamente el camino de su peregrinación, sino siempre: descansará en esta confianza, tendrá paz, no se amilanará, su vida transcurrirá bajo el signo de la confianza y la experiencia de un Dios que le ayudará y protegerá.
Magnífica es la lección que nos da este pequeño poema de autor desconocido y de época incierta, pero compuesto por un alma llena de confianza y de experiencia de Dios. Durante siglos este salmo ha ido confortando y animando a los fieles del Señor que en medio de sus dificultades han encontrado en su fe en Dios ayuda y fuerza.
Cuántas veces Jesús lo hizo suyo, El que nos dio prueba de tanta confianza en Dios, en su Padre, que nos habló de la providencia, de la bondad de Dios. El confió totalmente a Dios su camino, y si en momentos pareció que Dios le abandonaba, fue para darle en seguida una prueba mayor de su amor y providencia: tras Getsemaní y el Calvario le aguardaba la resurrección.
Los santos experimentaron la verdad de este salmo: es el salmo de la confianza y del abandono en Dios. Ellos gozaron de su proximidad, de su amor, de su providencia. ¡Ojalá pueda ser también nuestro salmo!
MIS FLAQUEZAS «El Señor es tu guardián, tu defensa a tu derecha».
Conozco el sentido de esa imagen de la guerra de otros tiempos, Señor. Yo estoy firme con la lanza o la espada en mi diestra, dispuesto a descargar el golpe, mientras mi brazo izquierdo sostiene el largo escudo que protege mi cuerpo. En esa postura quedan defendidos la parte frontal de mi cuerpo y el lado izquierdo, pero el lado derecho queda al descubierto mientras arrojo la lanza o esgrimo la espada en mortal cuerpo a cuerpo. Tú, mi guardián, lo sabes, y por eso te colocas a mi derecha, para proteger con tu escudo lo que yo dejo al descubierto con el mío. Ese es mi flanco vulnerable, el punto débil de mi defensa, y tú me lo cubres. Gracias, Señor, por saber tan bien los peligros de la guerra, los peligros del mundo, por conocer tan bien mis puntos flacos y prestarte a defenderlos con tu presencia. Ahora puedo ir a la guerra.
Tengo debilidades, Señor, y me alegra saber que tú las conoces mejor que yo mismo. Tengo buenas intenciones y buenos deseos, pero también tengo genio y orgullo, pasiones y violencia, y nunca sé lo que haré ante un ataque súbito o una oposición inesperada. Mi flanco derecho está al descubierto, y cualquier flecha enemiga puede hacer blanco en mi cuerpo expuesto. Ponte a mi derecha, Señor, y cúbreme.
Haz que caiga en la cuenta de mis puntos flacos, de las brechas en mis defensas. Abre mis ojos para que vea esos defectos que tengo y que mis amigos conocen a la perfección, y que yo soy el único que no veo. Hazme ver lo que todos ven en mí, lo que tantas veces les molesta de mí sin que yo caiga en la cuenta, lo que todos ellos comentan entre sí sin decírmelo nunca. Ayúdame a tomar nota de mis fallos más frecuentes, para acordarme de ellos; y tú sigue protegiendo en el futuro esas esquinas de mi personalidad que sabes son las más débiles y peor defendidas. Mantén la alerta constante a mi alrededor, Señor, pues siempre me quedan flancos expuestos, y necesito tu escudo que me proteja en los momentos de peligro.
«El Señor te guarda de todo mal, él guarda tu alma; el Señor guarda tus entradas y tus salidas, ahora y por siempre».
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 5,1-12
Los capítulos 5-9 de Mateo constituyen una sección compacta, como se desprende de las dos frases, sustancialmente idénticas, que les sirven de marco (4,23 y 9,35). La sección abarca el «sermón del monte», verdadera carta magna del Reino (capítulos 5-7), y la narración de diez milagros (capítulos 8-9), presentándonos, por consiguiente, a Cristo maestro, cuya divina Palabra no sólo está dotada de autoridad, sino que es también eficaz.
El evangelista Mateo considera a Cristo como el nuevo Moisés, como aquel que comunica la «nueva Ley» en el monte de las bienaventuranzas —el monte—, cuya imagen anticipadora era el Sinaí. El que estamos examinando es el primero de los cinco grandes discursos pronunciados por el Señor y comienza con la proclamación de las ocho bienaventuranzas del «Reino» (palabra que se repite en la primera y en la última), a las que se añade otra más. La inminencia del Reino apela a la conversión; la perspectiva escatológica que parece dominar la proclamación de las bienaventuranzas se traduce en un mensaje de salvación y se resuelve como imperativo moral, puesto que traza «un modo perfecto de vida cristiana» (Agustín).
La expresión “pobres en el espíritu”, si bien no se encuentra en el Antiguo Testamento (aunque aparece en los textos de Qumrán), refleja un aspecto fundamental: la espera del Reino por parte de los últimos. A ellos está reservada la posesión de la tierra prometida (Sal 37,11) y, por consiguiente, del Reino, cuya instauración, según la esperanza bíblica, está destinada a registrar por lo menos un arranque ya desde aquí abajo: «... suyo es el Reino de los Cielos».
El consuelo está presentado como un rasgo característico de Dios y como don mesiánico por excelencia (Is 61,2; cf. Lc 2,25). El mismo Cristo se considera un Consolador, y con este título anuncia el don del Espíritu Santo (Jn 14,26; 15,26; 16,7). La «justicia» (término que se repite cinco veces en el sermón del monte) indica el recto cumplimiento de la voluntad divina, perseguido con impulso y determinación (hambre y sed), y, por consiguiente, connota el acceso a la salvación y constituirá la razón misma de la encarnación del Verbo: su nombre será «Señor-nuestra-Justicia» (Jr 23,6). De ahí se sigue el imperativo: “Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia” (Mt 6,33). La misericordia pasa a ser, de prerrogativa divina, aspecto cualificativo del discípulo: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,36). La misericordia, en efecto, prevalecerá sobre el juicio (cf. Sant 2,23).
«Corazón puro» es una expresión que se repite en las Escrituras (Sal 24,3SS; 51,12; 73,13; Prov22,11, etc.)y es sinónimo de “corazón sencillo” (cf. Sab 1,1; Ef. 6,5), que no tiene doblez (Sant 4,8). Esta es la condición que hace posible la visión de Dios, visión que no se concede al hombre en esta tierra (Ex 33,20), sino que está preparada para el cielo, cuando «lo veremos tal cual es» (1 Jn 3,2), «cara a cara» (1 Cor 13,12). «Constructor de la paz» es Dios mismo (Col 1,20), definido repetidamente por Pablo como «el Dios de la paz». A Cristo, su Enviado, se le anuncia como el rey mesiánico pacífico (Zac 9,9), «Príncipe de la paz» (Is 9,15), una paz que da a sus discípulos (Jn 14,27; 16,33; cf. Lc 2,14). La paz constituye, por último, un «fruto del Espíritu» (Gal 5,22; Rom 14,17). Los «hijos de la paz» (cf. Lc 10,6) no podrán dejar de ser, por consiguiente, «hijos de Dios».
La persecución «a causa de la justicia» (Lc 6,22 precisa: “a causa del Hijo del hombre” no es otra cosa que el precio que hay que pagar por la coherencia y por el testimonio evangélico. La invitación a alegrarse en medio de la tribulación y en medio de las pruebas ha sido ampliamente recibida en la experiencia apostólica (Hch 5,41; 2Corl,5; 12,10; Sant 1,2-4; 1 Pe 1,6; 4,12-16, etc.). La participación en los sufrimientos de Cristo, acogidos en beneficio de su Iglesia (Col 1,24), nos asocia a la gloria de la resurrección (Flp 3,1oss).
El Verbo no nos habla ya a través de intermediarios, sino en persona («abriendo su boca»), y con su enseñanza restituye el hombre a sí mismo, lo hace más humano. La Ley nueva empieza sustituyendo el orgullo, triste herencia del pecado original, por la humildad, que es «principio de la bienaventuranza» (Glosa). Aquí reside la paradoja que atraviesa todo el sermón del monte, verdadero código de liberación, rechazado por el «hombre natural incapaz de percibir las cosas de Dios» (cf. 1 Cor 2,14). En efecto, «la bienaventuranza empieza allí donde para los hombres comienza la desventura» (Ambrosio). Las bienaventuranzas evangélicas abarcan el obrar y el padecer del creyente, que, por eso mismo, recibe el título real de «hijo de Dios».
Me planteo algunas preguntas. ¿Me reconozco como un «mendigo» respecto al Señor? ¿Me considero antes que nada a mí mismo «tierra prometida», de la que debo «tomar posesión» a través de un camino de interioridad y de dominio de mí mismo? Y con respecto a la humanidad, ¿«hago duelo» por los males que la afligen? ¿Dejo aflorar esta triple actitud del espíritu que caracteriza al pueblo de las bienaventuranzas...?
Comentario del Santo Evangelio: (Mateo 5, 1-16), para nuestros Mayores. Las Bienaventuranzas.
El evangelio según Mateo se caracteriza por la presencia de cinco grandes discursos en los que el evangelista concentra las enseñanzas del Maestro. En el capítulo 5 comienza el llamado “sermón de la montaña”. Jesús proclama solemnemente, desde lo alto de un monte —lugar evocador del monte de la ley antigua—, las bienaventuranzas, que representan al mismo tiempo el exordio y la síntesis del largo discurso programático (capítulos 5-7).
El Reino de Dios ha llegado ahora (cf. Mt 4,17); Jesús, al realizarla profecía de Is 6 1,1-3, anuncia la Buena Noticia: la felicidad no está en la riqueza y el poder, sino en la pobreza. Aquellos a quienes desprecia el mundo son “dichosos”, porque su misma indigencia les hace abrirse y acoger el don de Dios: Jesús mismo, manso y humilde de corazón. Sorprende descubrir en las bienaventuranzas que aquellos a quienes se clasifica, por lo general, como los «últimos» tienen en realidad un nombre y un rostro precisos; en ellos resplandece, por así decirlo, la multiforme gracia de la riqueza de Dios.
Son dichosos los pobres, porque de ellos «es» —desde ahora— el Reino de los Cielos: se han configurado, en efecto, con Cristo, que de rico se hizo pobre por nosotros. Dichosos los humildes, es decir, los que esperan con paciencia la salvación de Dios; dichosos los que están tristes, los que, frente al mal del mundo, derraman lágrimas de sufrimiento, de arrepentimiento y de intercesión: Dios mismo los consolará en Cristo, en la resurrección. Están después los que tienen hambre y sed de hacer la voluntad de Dios, es decir, de realizar la justicia de una manera íntegra y generosa.
Vienen, a continuación, los misericordiosos: se abre con ellos la segunda serie de las bienaventuranzas, donde se presentan las exigencias «operativas» indispensables para entrar en el Reino de los Cielos. El Misericordioso (cf. Ex 34,6) declara bienaventurado al que practica el amor la forma de perdón ilimitado y de socorro activo.
Siguen los que tienen un corazón limpio, es decir, los que no aceptan la maldad en su ser íntimo; a ellos se les promete la realización del más profundo de los deseos de los justos: «ver a Dios», algo que tendrá su cumplimiento en la Jerusalén de allá arriba (cf. Ap 22,4). Luego vienen los que construyen la paz: serán reconocidos como hijos del Dios que hace salir su sol sobre los buenos y sobre los malos (cf. Mt 5,45).
En la octava bienaventuranza vuelve a aparecer la expresión «hacer la voluntad de Dios» o “justicia”: es bienaventurado el que es capaz de adherirse de manera incondicional a la voluntad de Dios sin retroceder frente a las persecuciones. Esta bienaventuranza está recogida en la última fórmula, donde se produce un significativo cambio de sujeto. Se pasa de la tercera persona del plural a un «vosotros» bien determinado: los discípulos; ellos han sido llamados a sufrir por causa de Jesús.
Con todo, el seguimiento no comporta sólo incomprensión y hostilidad, sino también una gran exultación, porque a través de la cruz conduce a la gloria. Ese seguimiento, vivido de una manera integral, hace a los discípulos, de modo individual y comunitario, «sal», porque difunden el Evangelio que da sabor a la vida; «luz», porque anuncian a Jesús, luz del mundo, y «ciudad situada en la cima de un monte», bien visible para todos no porque se jacten de sí mismos, sino porque sus obras y su vida dan testimonio de la gratuidad del amor de Dios y darán gloria al Padre celestial.
El texto paradójico de las bienaventuranzas, escándalo y provocación, no cesa de inquietar a los que topan con él. Jesús nos sorprende una vez más. Nadie conoce como él el corazón del hombre, su sed de alegría, de paz, de plenitud. ¿Por qué afirma entonces que son dichosos los que resultan derrotados, los eternos perdedores? Sin embargo, sólo él tiene palabras de vida eterna. Más aún, él mismo es la Palabra que no pasa. Una palabra acallada en el trágico silencio de un día en el que el odio pareció triunfar, pero en el que resultó derrotado. Precisamente desde lo más hondo de las tinieblas de muerte resonó la hora de la resurrección que ha hecho feliz cada lágrima. Es, efectivamente, gracias a su cruz como Jesús puede dar, en su misma persona, la plenitud de la felicidad a quien cree en él y le entrega la vida.
Siguiendo el camino trazado por él, o sea, viviendo el Evangelio, la pobreza, el hambre y la sed de hacer la voluntad de Dios, la humildad, la compasión..., cambian de rostro: de experiencias de privación pasan a ser actos de amor; ya no son derrota de quien es aplastado por la prepotencia de los otros, sino opción libre del que renuncia a sí mismo por amor a Cristo y por el bien de los hermanos.
Jesús no se contenta con las apariencias; nos impulsa a ir más allá de cada fachada. Invita a sus discípulos a seguirle por un camino poco frecuentado, que sólo puede recorrer aquel a quien no ahoga la voz que desde su ser íntimo se levanta contra toda componenda con el mal, con la injusticia y la prepotencia.
Y ésta es precisamente la primera tarea que espera a cada hombre: no dejar que se ofusque su conciencia con falsos valores, no hacerla opaca ni permitir que se adormezca con opciones demasiado fáciles y cómodas, sino conservarla limpia y pura, como la de los pequeños y pobres de la tierra, la de los que no cuentan pero son capaces de una bondad y una solidaridad sinceras, sabiendo ofrecer, en su pobreza, más de lo que tienen. Entonces brillarán las bienaventuranzas con su verdadera belleza. Al acogerlas y vivirlas se va descubriendo que traen la “Buena Noticia” que es Jesús mismo, pobre, afligido, pacífico y humilde de corazón, misericordioso, crucificado por su debilidad y resucitado por el amor del Padre.
Como la eucaristía bajo las pobres especies del pan y del vino nos ofrece el cuerpo y la sangre de Cristo, así las bienaventuranzas, tras la apariencia de palabras «duras», nos hacen entrar en comunión con Jesús. Lo atestiguan la vida de los santos, que, sin tener nada para ellos, a no ser fatigas y privaciones, son luz de esperanza por el camino de la humanidad y con su testimonio consiguen tocar los corazones más endurecidos, y hasta consiguen hacer nacer la duda de que es posible el amor, de que incluso es fácil por ser simple.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 5,1-12, de Joven para Joven. Dichosos los pobres en el espíritu.
Bienaventurados. Iniciamos la proclamación del evangelio de Mateo que se prolongará hasta la vigésima primera semana inclusive. Está estructurado en cinco grandes discursos de Jesús: el de las exigencias de la nueva Alianza (cc. 5-7), el misionero (c. 10), el de las parábolas (c. 13), el comunitario (c. 18) y el escatológico (cc. 24-25).
Mateo presenta a Jesús como el nuevo Moisés, que congrega un nuevo pueblo e instituye una nueva alianza con Dios, y lo conduce a la tierra de promisión, que es la salvación definitiva. Como nuevo Moisés en un nuevo Sinaí, Jesús promulga con su autoridad mesiánica la Ley de la nueva Alianza, cuya obertura y síntesis son las bienaventuranzas. El sermón del monte transmite las “manías” de Jesús, enseñanzas impartidas por él en distintas ocasiones y que el evangelista ha coleccionado y sistematizado en un gran discurso. Pero hay una bienaventuranza precedente: “Bienaventurados los que podemos escuchar esta palabra de Dios” (Lc 11,28).
Todos buscamos instintivamente la felicidad; muchos por caminos equivocados. Los discípulos de Jesús tenemos la dicha de “oír lo que muchos quisieran oír” (Mt 13,17).
El secreto. Cuando le leen a Gandhi las bienaventuranzas, débil como está por la última huelga de hambre, pide una silla porque se siente desmayar por la emoción que le provocan: “Esto es la verdad que desde siempre intuí, pero nunca había logrado formular tan sabiamente”.
Con frecuencia hemos comprendido el Evangelio, las bienaventuranzas, en forma negativa, como mera renuncia, en la espera de una felicidad ultraterrena y compensatoria. Por eso, muchos tienen un cierto resentimiento hacia el Maestro que “viene a aguamos la fiesta de la vida”. Frente a ello, hay que decir que son una apuesta por la vida y la felicidad. Jesús proclama “bienaventurados” a los que las viven, porque proporcionan una experiencia de plenitud. Son la respuesta a los anhelos más profundos del ser humano, y por eso su vivencia supone felicidad, equilibrio, estar centrado en la vida.
Las bienaventuranzas constituyen el único manual “garantizado” del verdadero humanismo y la dicha verdadera. Vivirlas equivale a saborear ya la dicha eterna a pesar de los sufrimientos ineludibles que suponen.
Sólo Dios basta. Las bienaventuranzas son una invitación a vivir la pobreza ante Dios y el amor hacia el prójimo. La pobreza no se identifica con la penuria material, sino con la indigencia de quien se descubre necesitado y se abre a la gracia, al amor gratuito y misericordioso de Dios. Por el contrario, es engañosamente rico el fariseo que se apoya en la seguridad de sus buenas acciones, quien pone su seguridad y el sentido de su vida en los bienes materiales, en los ídolos de nuestra cultura, en el “tener” y no en el “ser”, en el aplauso humano y no en el reconocimiento de Dios.
Pobre y bienaventurado es el humilde, el que no se engaña, sino que “anda en la verdad”, el que se pregunta: “¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué tanto orgullo?” (1 Co 4,7). Pobre es el que confiesa: “Todo es gracia”, el niño según el Evangelio (Mc 9,37), el “sencillo” y de “corazón limpio”, “sin vueltas ni revueltas”. Porque es así, el Padre “le revela los secretos del Reino, le da sabiduría (Mt 11,25); porque es pobre, “el Señor le colma de bienes, mientras que a los ricos los despide vacíos” (Lc 1,53). Pobre y, por lo mismo, bienaventurado es el que se contenta nada más y nada menos que con Dios: “Sólo Dios basta”, como señala santa Teresa.
Amar es morir. Pobre de solemnidad, y por eso bienaventurado, es el que ama de verdad al hermano, el que no tiene nada porque todo lo ha dado, vaciándose de sí mismo. Se ha dicho que “amar es morir”. En efecto, bienaventurados los que, como los granos de trigo, saben morir bajo la tierra del olvido de sí, dan su vida en servicio minuto a minuto, no se la guardan, para nacer a la vida nueva del amor (Jn 12,24). No buscan tanto ser amados como amar, ser servidos como servir, ser consolados como consolar. Son bienaventurados porque lloran con los que lloran y ríen con los que ríen” (Rm 12,15). Bienaventurados los que prefieren compartir a acumular, dar antes que recibir (Hch 20,35). Bienaventurados los que dan la cara por el tratado injustamente, los que luchan por una sociedad más justa.
Jesús no se contradice al proclamar, por una parte, que sólo da una consigna: “Amaos como yo os he amado”; y, por otra, nos presenta las bienaventuranzas como proyecto de vida, porque éstas no son más que variaciones sobre el amor, sus expresiones. Son caminos de felicidad para hoy, no sólo para “la otra vida”. Hemos sido creados para ser felices también en esta vida, aunque sea limitadamente.
Al concluir la Eucaristía en el Monte de las Bienaventuranzas, después de haber hecho esta misma reflexión, se me presenta un matrimonio; él, con los ojos humedecidos, me confiesa: “Es la primera vez que lloro después de treinta y cinco años. Las bienaventuranzas nos han cambiado. Hemos encontrado lo que buscábamos a tientas. Ya te explicaremos”. La mujer asiente. “Nos sentimos transformados y bienaventurados”, me confiesan un año después. No es para menos.
Elevación Espiritual para este día.
Escuchemos con extrema atención las palabras del Señor. Fueron dichas, entonces, para todos los que estaban presentes, pero está claro que fueron escritas para todos aquellos que vendrían a continuación. Por eso se dirige Jesús en su sermón a los discípulos, pero no restringe lo que dice a sus personas; hablando en general y de modo indeterminado, declara «bienaventurados» a todos (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 15, 1).
«Dichosos los pobres en el espíritu.» Jesús precisa: «en el espíritu». Quiere hacernos comprender que aquí se trata de la humildad, no de la pobreza material. Dichosos aquellos que, gracias a un don del Espíritu Santo, han perdido su propia voluntad. Es a este tipo de pobres a quienes se dirige el Salvador, hablando por la boca de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre m4 porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Nueva a los pobres» (Is 61,1) (Jerónimo, Comentario al evangelio de Mateo).
Reflexión Espiritual para el día.
También el mundo, Señor, proclamo sus bienaventuranzas, diametralmente opuestas a las tuyas: dichosos los ricos que no se fijan en la miseria de los otros, sino que acumulan riquezas sólo para sí mismos. Hazme comprender, Señor, dónde está la verdadera riqueza esa que prometes a quienes te siguen. También el mundo, Señor, alardeo sus promesas, diametralmente opuestas a las tuyas: dichosos los poderosos que no piensan en el débil necesitado de ayuda, sino que avanzan seguros por su camino. Hazme comprender, Señor, cuál es la fuerza invencible que das a tus fieles.
También el mundo, Señor, ostenta su justicia, diametralmente opuesta a la tuya: dichosos los listos que no piensan en los otros, sino que los explotan para su propio éxito. Hazme comprender, Señor, dónde puedo encontrar la sensatez que tú garantizas a quien la busca. También el mundo, Señor, presenta su manifiesto, diametralmente opuesto al tuyo: dichosos tos vividores que no se preocupan del mañana, sino que buscan arrebatar el momento fugaz. Hazme comprender, Señor, cuáles son las verdaderas alegrías, esas que no permites que falten a tus hijos.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 1R 17,1-6. No caerá rocío ni lluvia.
El nombre de Elías, que significa «Yahveh es mi Dios», es el mejor resumen de su vida y de su ministerio; porque Elías es, ante todo, el campeón del yahvismo. La crisis del yahvismo había llegado al límite de vida o muerte. Las causas remotas de la crisis se remontaban a los días del establecimiento del pueblo en la tierra de Canaán. El contacto con la religión cananea, sus dioses y sus cultos, tuvo consecuencias muy negativas para la fe yahvista. El advenimiento de la monarquía empeoró la situación.
En el reino del norte la crisis alcanza su momento álgido durante el reinado de Ajab-Jezabel. El matrimonio del rey de Israel con esta princesa fenicia había sido fatal para la causa yahvista. No solamente hizo construir un santuario a Baal en la propia capital del reino, Samaria, sino que llevó a cabo una política abiertamente favorable al baalismo, al tiempo que se embarcó en una ofensiva contra el yahvismo, dando muerte a sus profetas.
En este contexto dramático se encuadra la misión de Elías. Samuel protagonizó la transición del régimen tribal a la monarquía. Natán fue el encargado de canonizar la dinastía davídica. Ajías de Silo anunció la división del reino. Todos ellos fueron momentos claves de la historia y los profetas se vieron obligados a asumir la responsabilidad. Pero a ninguno le correspondió un momento y un ministerio tan difícil como a Elías. Quizá por esta razón Elías ha sido la figura elegida para representar el profetismo, al lado de Moisés como representante de la Ley (Mc 9, 4 y par.).
La sequía de suyo es un hecho bastante banal y corriente en la climatología palestinense. En sí misma no tiene gran interés y tampoco los detalles cronológicos y folklóricos que la acompañan. La sequía tiene valor de signo. Es la señal del disgusto de Dios ante la ofensiva antiyahvista que se ha desencadenado en el reino del norte, planeada y estimulada desde el poder mismo.
Ajab-Jezabel y el pueblo paganizado se habían pasado a la religión de Baal, precisamente el dios de la lluvia, y de él esperaban el agua que fecundara sus campos. Pero en la tradición yahvista, recogida luego por la Ley, estaba claramente formulada la convicción de que la lluvia venía de Dios y de que la infidelidad del pueblo podía acarrear el castigo de la sequía y otras calamidades públicas: «Si no escucháis y cumplís todos estos mandamientos; si despreciáis mis preceptos y rechazáis mis normas... traeré sobre vosotros el terror, la tisis y la fiebre, que os abrasen los ojos y os consuman el alma. Sembraréis en vano vuestra semilla, pues se la comerán vuestros enemigos... Quebrantaré vuestra orgullosa fuerza y haré vuestro cielo como hierro y vuestra tierra como bronce. Vuestras fuerzas se consumirán en vano, pues vuestra tierra no dará sus productos ni el árbol del campo sus frutos» (Lev 26, 15-20). +
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