15 de Junio 2010. MARTES DE LA XI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. Feria. o SANTA MARÍA MICAELA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO, virgen. Memoria libre. 3ª semana del Salterio. (Ciclo C).. AÑO SANTO COMPOSTELANO. SS. Amós prof, Germana vg, Benilde mr, Vito mr.
LITURGIA DE LA PALABRA.
1 R 21, 17-29. Has hecho pecar a Israel..
Sal 50 R/. Misericordia, Señor: hemos pecado.
Mt 5, 43-48. Amad a vuestros enemigos.
Es fácil amar a quien nos ama. Cuantas veces creemos que nuestras actitudes de amor y perdón, para con nuestros familiares, amigos o comunidad son todo lo que encierra la palabra “prójimo”, sin embargo Jesús nos interpela diciendo que eso lo hacen todos, los buenos y los malos, los que andan en la verdad y los que viven en la mentira. Nuestros prójimos son expresamente aquellos que no piensan, ni creen lo mismo que yo, son todos aquellos que nosotros mismos estigmatizamos y que al igual que en tiempos de Jesús consideramos “impuros”, indignos; las minorías sexuales, indígenas, los encarcelados, los corruptos, los traidores, la empleada de la casa, el extranjero, el mendigo, los explotadores. Ellos son nuestros prójimos, a ellos debemos amarlos como a nosotros mismos, eso es lo que verdaderamente cuenta, si somos buenos padres, hijos, esposos, amigos, está muy bien, pero no es suficiente, hay que ir más allá de lo correcto, más allá de lo que la sociedad considera como un buen ciudadano o una buena persona, Jesús con su vida nos urge a llevar al límite sus palabras y su testimonio, es posible , todos estamos llamados a ser perfectos como nuestro buen Padre-Madre Dios es perfecto.
PRIMERA LECTURA.
1Reyes 21, 17-29
Has hecho pecar a Israel
Después de la muerte de Nabot, el Señor dirigió la palabra a Elías, el tesbita: "Anda, baja al encuentro de Ajab, rey de Israel, que vive en Samaria. Mira, está en la viña de Nabot, adonde ha bajado para tomar posesión. Dile: "Así dice el Señor: '¿Has asesinado, y encima robas?, Por eso, así dice el Señor: 'En el mismo sitio donde los perros han lamido la sangre de Nabot, a ti también los perros te lamerán la sangre."
Ajab dijo a Elías: "¿Conque me has sorprendido, enemigo mío?"
Y Elías repuso: "¡Te he sorprendido! Por haberte vendido, haciendo lo que el Señor reprueba, aquí estoy para castigarte; te dejaré sin descendencia, te exterminaré todo israelita varón, esclavo o libre. Haré con tu casa como con la de Jeroboán, hijo de Nabal, y la de Basá, hijo de Ajías, porque me has irritado y has hecho pecar a Israel. También ha hablado el Señor contra Jezabel: "Los perros la devorarán en el campo de Yezrael. " A los de Ajab que mueran en poblado los devorarán los perros, y a los que mueran en descampado los devorarán las aves del cielo."
Y es que no hubo otro que se vendiera como Ajab para hacer lo que el Señor reprueba, empujado por su mujer Jezabel. Procedió de manera abominable, siguiendo a los ídolos, igual que hacían los amorreos, a quienes el Señor había expulsado ante los israelitas.
En cuanto Ajab oyó aquellas palabras, se rasgó las vestiduras, se vistió un sayal y ayunó; se acostaba con el sayal puesto y andaba taciturno.
El Señor dirigió la palabra a Elías, el tesbita: "¿Has visto cómo se ha humillado Ajab ante mí? Por haberse humillado ante mí, no lo castigaré mientras viva; castigaré a su familia en tiempo de su hijo."
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 50
R/.Misericordia, Señor: hemos pecado.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad, / por tu inmensa compasión borra mi culpa; / lava del todo mi delito, / limpia mi pecado. R.
Pues yo reconozco mi culpa, / tengo siempre presente mi pecado: / contra ti, contra ti solo pequé, / cometí la maldad que aborreces. R.
Aparta de mi pecado tu vista, / borra en mí toda culpa. / Líbrame de la sangre, oh Dios, / Dios, Salvador mío, / y cantará mi lengua tu justicia. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 5, 43-48
Amad a vuestros enemigos
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestro hermano, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos? Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto".
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA.
1 R 21, 17-29. Has hecho pecar a Israel..
Sal 50 R/. Misericordia, Señor: hemos pecado.
Mt 5, 43-48. Amad a vuestros enemigos.
Es fácil amar a quien nos ama. Cuantas veces creemos que nuestras actitudes de amor y perdón, para con nuestros familiares, amigos o comunidad son todo lo que encierra la palabra “prójimo”, sin embargo Jesús nos interpela diciendo que eso lo hacen todos, los buenos y los malos, los que andan en la verdad y los que viven en la mentira. Nuestros prójimos son expresamente aquellos que no piensan, ni creen lo mismo que yo, son todos aquellos que nosotros mismos estigmatizamos y que al igual que en tiempos de Jesús consideramos “impuros”, indignos; las minorías sexuales, indígenas, los encarcelados, los corruptos, los traidores, la empleada de la casa, el extranjero, el mendigo, los explotadores. Ellos son nuestros prójimos, a ellos debemos amarlos como a nosotros mismos, eso es lo que verdaderamente cuenta, si somos buenos padres, hijos, esposos, amigos, está muy bien, pero no es suficiente, hay que ir más allá de lo correcto, más allá de lo que la sociedad considera como un buen ciudadano o una buena persona, Jesús con su vida nos urge a llevar al límite sus palabras y su testimonio, es posible , todos estamos llamados a ser perfectos como nuestro buen Padre-Madre Dios es perfecto.
PRIMERA LECTURA.
1Reyes 21, 17-29
Has hecho pecar a Israel
Después de la muerte de Nabot, el Señor dirigió la palabra a Elías, el tesbita: "Anda, baja al encuentro de Ajab, rey de Israel, que vive en Samaria. Mira, está en la viña de Nabot, adonde ha bajado para tomar posesión. Dile: "Así dice el Señor: '¿Has asesinado, y encima robas?, Por eso, así dice el Señor: 'En el mismo sitio donde los perros han lamido la sangre de Nabot, a ti también los perros te lamerán la sangre."
Ajab dijo a Elías: "¿Conque me has sorprendido, enemigo mío?"
Y Elías repuso: "¡Te he sorprendido! Por haberte vendido, haciendo lo que el Señor reprueba, aquí estoy para castigarte; te dejaré sin descendencia, te exterminaré todo israelita varón, esclavo o libre. Haré con tu casa como con la de Jeroboán, hijo de Nabal, y la de Basá, hijo de Ajías, porque me has irritado y has hecho pecar a Israel. También ha hablado el Señor contra Jezabel: "Los perros la devorarán en el campo de Yezrael. " A los de Ajab que mueran en poblado los devorarán los perros, y a los que mueran en descampado los devorarán las aves del cielo."
Y es que no hubo otro que se vendiera como Ajab para hacer lo que el Señor reprueba, empujado por su mujer Jezabel. Procedió de manera abominable, siguiendo a los ídolos, igual que hacían los amorreos, a quienes el Señor había expulsado ante los israelitas.
En cuanto Ajab oyó aquellas palabras, se rasgó las vestiduras, se vistió un sayal y ayunó; se acostaba con el sayal puesto y andaba taciturno.
El Señor dirigió la palabra a Elías, el tesbita: "¿Has visto cómo se ha humillado Ajab ante mí? Por haberse humillado ante mí, no lo castigaré mientras viva; castigaré a su familia en tiempo de su hijo."
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 50
R/.Misericordia, Señor: hemos pecado.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad, / por tu inmensa compasión borra mi culpa; / lava del todo mi delito, / limpia mi pecado. R.
Pues yo reconozco mi culpa, / tengo siempre presente mi pecado: / contra ti, contra ti solo pequé, / cometí la maldad que aborreces. R.
Aparta de mi pecado tu vista, / borra en mí toda culpa. / Líbrame de la sangre, oh Dios, / Dios, Salvador mío, / y cantará mi lengua tu justicia. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 5, 43-48
Amad a vuestros enemigos
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestro hermano, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos? Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto".
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera Lectura: 1 Reyes 21 17-29
Elías desarrolla con Ajab, por encargo del Señor, el mismo papel de Natán con David. Dios venga —y lo hace a través de los profetas— de la injusticia y defiende al oprimido. El orden quebrantado tiene que ser reparado y Jezabel será la primera en pagar las consecuencias (2 Re 9,3oss). Por muy férreo que pueda ser, el principio de la retribución admite atenuantes en virtud del arrepentimiento del culpable y de la misericordia divina. Con todo, eso no es obstáculo para que, siguiendo la lógica del Antiguo Testamento, se imponga de todos modos la reparación (cf. 2 Re 9ss).
El Libro primero de los Reyes dedica los dos últimos capítulos a ilustrar las nuevas y desdichadas empresas bélicas de Ajab, a pesar de la opinión contraria del profeta Miqueas, así como la sórdida muerte del desventurado soberano, cuyas llagas fueron lamidas por los perros.
Comentario Salmo 50.
Es un salmo de súplica individual. El salmista está viviendo un drama que consiste en la profunda toma de conciencia de la propia miseria y de los propios pecados; es plenamente consciente de la gravedad de su culpa, con la que ha roto la Alianza con Dios. Por eso suplica. Son muchas las peticiones que presenta, pero todas giran en torno a la primera de ellas: “¡Ten piedad de mí, Oh Dios, por tu amor!” (3a).
Tal como se encuentra en la actualidad, este salmo está fuertemente unido al anterior (Sal 50). Funciona corno respuesta a la acusación que el Señor hace contra su pueblo. En el salmo 50, Dios acusaba pero, en lugar de dictar la sentencia, quedaba aguardando la conversión del pueblo. El salmo 51 es la respuesta que esperaba el Señor: «Un corazón contrito y humillado tú no lo desprecias» (19h). Pero con anterioridad, este salmo existió de forma independiente, como oración de una persona.
Tiene tres partes: 3-11; 12-19; 20-21. En la primera tenemos una riada de términos o expresiones relacionados con el pecado y la transgresión. Estos son algunos ejemplos: «culpa» (3), «injusticia» y «pecado» (4), «culpa» y «pecado» (5), «lo que es malo» (6), «culpa» y «pecador» (7), «pecados» y «culpa» (11). La persona que compuso esta oración compara su pecado con dos cosas: con una mancha que Dios tiene que lavar (9); y con una culpa (una deuda o una cuenta pendiente) que tiene que cancelar (11). En el caso de que Dios escuche estas súplicas, el resultado será el siguiente: la persona «lavada» quedará más blanca que la nieve (9) y libre de cualquier deuda u obligación de pago (parece que el autor no está pensando en sacrificios de acción de gracias). En esta primera parte, el pecado es una especie de obsesión: el pecador lo tiene siempre presente (5), impide que sus oídos escuchen el gozo y la alegría (10a); el pecador se siente aplastado, como si tuviera los huesos triturados a causa de su pecado (10b). En el salmista no se aprecia el menor atisbo de respuesta declarándose inocente, no intenta justificar nada de lo que ha hecho mal. Es plenamente consciente de su error, y por eso implora misericordia. El centro de la primera parte es la declaración de la justicia e inocencia de Dios:» Pero tú eres justo cuando hablas, y en el juicio, resultarás inocente» (6b). Para el pecador no hay nada más que la conciencia de su compromiso radical con el pecado: «Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre» (7).
Si en la primera parte nos encontrábamos en el reino del pecado, en la segunda (12-19) entramos en el del perdón y de la gracia. En la primera, el salmista exponía su miseria; en la segunda, cree en la riqueza de la misericordia divina. Pide una especie de «nueva creación» (12), a partir de la gracia. ¿En qué consiste esta renovación total? En un corazón puro y un espíritu firme (12). Para el pueblo de la Biblia, el «corazón» se identifica con la conciencia misma de la persona. Y el “espíritu firme” consiste en la predisposición para iniciar un nuevo camino.
Creada nuevamente por Dios, esta persona empieza a anunciar buenas noticias: «Enseñaré a los culpables tus caminos, y los pecadores volverán a ti» (15). ¿Por qué? Porque sólo puede hablar adecuadamente del perdón de Dios quien, de hecho, se siente perdonado por él. Hacia el final de esta parte, el salmista invoca la protección divina contra la violencia (16) y se abre a una alabanza incesante (17). En ocasiones, las personas que habían sido perdonadas se dirigían al templo para ofrecer sacrificios. Este salmista reconoce que el verdadero sacrificio agradable a Dios es un espíritu contrito (18-19).
La tercera parte (20-21) es, ciertamente, un añadido posterior. Después del exilio en Babilonia, hubo gente a quien resultó chocante la libertad con que se expresaba este salmista. Entonces se añadió este final, alterando la belleza del salmo. Aquí se pide que se reconstruyan las murallas de Sión (Jerusalén) y que el Señor vuelva nuevamente a aceptar los sacrificios rituales, ofrendas perfectas y holocaustos, y que sobre su altar se inmolen novillos. En esta época, debe de haber sido cuando el salmo 51 empezó a entenderse como repuesta a las acusaciones que Dios dirige a su pueblo en el salmo 50.
Este salmo es fruto de un conflicto o drama vivido por la persona que había pecado. Esta llega a lo más hondo de la miseria humana a causa de la culpa, toma conciencia de la gravedad de lo que ha hecho, rompiendo su compromiso con el Dios de la Alianza (6) y, por ello, pide perdón. En las dos primeras partes, esboza dos retratos: el del pecador (3-11) y el del Dios misericordioso, capaz de volver a crear al ser humano desde el perdón (12-19). También aparece, en segundo plano, un conflicto a propósito de las ceremonias del templo. Si se quiere ser riguroso, esta persona tenía que pedir perdón mediante el sacrificio de un animal. Sin embargo, descubre la profundidad de la gracia de Dios, que no quiere sacrificios, sino que acepta un corazón contrito y humillado (19).
Se trata, una vez más, del Dios de la Alianza, La expresión «contra ti, contra ti solo pequé» (6a) no quiere decir que esta persona no haya ofendido al prójimo. Su pecado consiste en haber cometido una injusticia (4a). Esta expresión quiere decir que la injusticia cometida contra un semejante es un pecado contra Dios y una violación de la Alianza. El salmista, pues, tiene una aguda conciencia (le la transgresión que ha cometido. Pero mayor que su pecado es la confianza en el Dios que perdona. Mayor que su injusticia es la gracia de su compañero fiel en la Alianza. Lo que el ser humano no es capaz de hacer (saldar la deuda que tiene con Dios), Dios lo concede gratuitamente cuando perdona.
El tema de la súplica está presente en la vida de Jesús (ya hemos tenido ocasión de comprobarlo a propósito de otros salmos de súplica individual). La cuestión del perdón ilimitado de Dios aparece con intensidad, por ejemplo, en el capítulo 18 de Mateo, en las parábolas de la misericordia (Lc 15) y en los episodios en los que Jesús perdona y «recrea» a las personas (por ejemplo, Jn 8,1-11; Lc 7,36-50, etc).
El motivo «lavar» resuena en la curación del ciego de nacimiento (Jn 9,7); el «purifícame» indica hacia toda la actividad de Jesús, que cura leprosos, enfermos, etc.
La cuestión de la «conciencia de los pecados» aparece de diversas maneras. Aquí, tal vez, convenga recordar lo que Jesús les dijo a los fariseos que creían ver: «Si fueseis ciegos, no tendríais culpa; pero como decís que veis, seguís en pecado» (Jn 9,41). En este mismo sentido, se puede recordar lo que Jesús dijo a los líderes religiosos de su tiempo: «Si no creyereis que “yo soy el que soy”, moriréis en vuestros pecados» (Jn 8,24).
Este salmo es una súplica individual y se presta para ello. Conviene rezarlo cuando nos sentimos abrumados por nuestras culpas o «manchados» ante Dios y la gente o “en deuda” con ellos; cuando queremos que el perdón divino nos cree de nuevo, ilumine nuestra conciencia y nos dé nuevas fuerzas para el camino...
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 5,43-48
La sexta antítesis tiene que ver con el mandamiento principal: el amor al prójimo (Lv 19,18). Cristo habla también del odio a los enemigos —expresión que no aparece en la Biblia, aunque sí en los últimos flecos del judaísmo: en Qumrán se mandaba odiar a todos los hijos de las tinieblas— para extender también a ellos el amor y la oración. Y esto a imitación del Padre celestial, de quien son hijos todos los hombres, que deben reconocerse como hermanos. De este modo se convertirán en imitadores del Padre, imitando su perfección y, por consiguiente, su santidad (cf. Lv 19,2). El pasaje paralelo de Lc 6,36 nos dice en qué consiste la naturaleza de la perfección divina: en la misericordia. También aquí es preciso rebasar la medida (cf. Mt 5,20), que, esta vez, hace referencia a los tristemente famosos publicanos, los recaudadores de las tasas por cuenta de los romanos (Mt 18,17; 21,32), y a los paganos, ligados también ellos a un código que, no obstante, resulta absolutamente formal e interesado. Sabemos asimismo que, en el mundo oriental, el saludo comporta mucho más que un simple intercambio de cumplidos; es considerado como intercambio de paz.
Mateo recupera (cf. 5,12) el término «recompensa» o mérito, que aparece más veces en el capítulo siguiente (6,1.2.5.16), donde se afirma que el Padre mismo nos premiará abiertamente (cf. variante de 6,4). Como es evidente, el comportamiento moral no va ligado a una visión retributiva: hago el bien cada día para tener un premio por ello. Más aún, esta visión está desmentida por el hecho de que el verbo está en presente (“¿que’ recompensa merecéis?”). El comportamiento del cristiano no es otra cosa que la libre respuesta a un don de la gracia, y en esa respuesta está incluido ya el “premio”, el don de la salvación.
Si lo que afirma Jerónimo —estos preceptos han de ser juzgados “con la inteligencia de los santos” y no «con nuestra estupidez»— vale para todo el sermón del monte, con mayor razón se aplica al mandamiento del amor. Un amor a ultranza, podríamos decir. Porque «si amar a los amigos es cosa de todos, amar a los enemigos es cosa sólo de los cristianos» (Tertuliano). «Jesús hubiera vivido y muerto en vano», sostiene Gandhi, “si no hubiéramos aprendido de él a regular nuestras vidas por la ley eterna del amor”. El nos quiere perfectos en el amor (una perfección moral, no metafísica, por tanto) que debemos practicar con Dios y con el prójimo, aunque sea enemigo nuestro o nos persiga, tal como nos enseñó Jesús cuando perdonó a los mismos que le estaban crucificando. Por eso pudo Pablo escribir a sus fieles: « Sobre el amor fraterno no tenéis necesidad de que os diga nada por escrito, porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios a amaros los unos a los otros» (1 Tes 4,9).
Me pregunto en qué medida se manifiesta en mi amor el amor de Dios. ¿Realizo un acto de amor hacia algún enemigo mío, depositando en su corazón el bálsamo de mi oración?
Comentario del Santo Evangelio: Mt 5, 38-48 (5, 17-47/5, 38-42/5, 43-48), para nuestros Mayores. Ley del talión.
La ley del talión (Lev 24, 19-20) fue necesaria en una cultura primitiva en que la venganza no tenía límite alguno. Cuando fue dada, era una ley verdaderamente «progresista». No debe juzgarse, por tanto, desde la perfección del evangelio. Los mismos judíos se sentían embarazados ante principio tan horrendo y, en lugar de aplicarlo al pie de la letra, lo había cambiado por sanciones pecuniarias.
La ley del talión se basaba en el principio de retribución: haz lo mismo que te hagan. Jesús niega que sea vál¡do aplicar este principio. Afirma que sus discípulos nunca deben buscar la venganza, Deben, más bien, aceptar la humillación, estar dispuestos a sufrir la injusticia que se les hace y prestar el servicio, necesario y requerido. Esto debe ser así desde la voluntad de Dios.
Estas exigencias de Jesús no van en contra del orden necesario en la sociedad. El mismo Jesús se constituye en paradigma: pide explicación a quien le ha herido (Mc 14, 48; Jn 18, 23) y sufre la humillación; manda incluso a sus discípulos que compren una espada para defenderse de sus enemigos (Lc 22, 33) y Pablo apela, para defenderse de la injusticia, a su calidad de ciudadano romano y recurre incluso al tribunal supremo, a) César.
En el Antiguo Testamento (Lev 19, 18) se halla formulada la ley del amor al prójimo; aunque el concepto de prójimo estaba limitado a los miembros del pueblo de Israel y a todos aquéllos que de alguna manera habían sido incorporados al mismo. La segunda parte «odiarás a tu enemigo» no se halla escrita en ninguna parte de la Biblia. La habían deducido los judíos, a modo de conclusión, de la primera: todos los que rio pertenecían al pueblo de Dios eran idólatras y, por tanto, enemigos de Dios. Ahora bien, como los judíos no conocían término medio entre amor y odio, el sentimiento por los no judíos lo habían formulado en términos de odio.
Jesús eleva el principio del amor al prójimo —limitado por los judíos a los del propio pueblo—, a categoría universal, sin hacer ninguna clase de distinción. No hacerlo así equivale a quedarse al nivel de los publicanos que, por solidaridad, estaban unidos entre si y se amaban; o al nivel de los paganos. Y partiendo de un principio aceptado por los judíos, «debe imitarse la conducta de Dios», Jesús establece el principio del amor universal. Dios no hace distinciones, hace salir el sol para todos. Es una nueva visión e interpretación de Dios, ya que los judíos consideraban que tenían preferencias casi en exclusiva ante él.
La última prescripción obliga, en forma imperativa, a la perfección. Una perfección que Consiste en que nuestra vida y actividad constituyan una unidad. Toda para Dios. Sin establecer distinciones ni parcelaciones en el campo de la vida humana.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 5,43-48, de Joven para Joven. “Amad a vuestros enemigos”.
Amor sin fronteras. Jesús sigue contraponiendo en esta sexta y última antítesis el “amad a vuestros enemigos y haced el bien a los que os aborrecen” al “aborrecerás a tu enemigo”, la consigna y la práctica que imperaba en la religiosidad judía. “Amarás a tu prójimo” se encontraba claramente expresado en el Levítico (Lv 19,18), pero entendían por “prójimo”, el familiar y compatriota. El “aborrecerás a tu enemigo” no se encuentra formulado explícitamente en el Antiguo Testamento, pero lo deducían por exclusión. Ése era el sentir común y lo sigue siendo en los herederos de aquellos escribas y fariseos que siguen pensando que es un deber de lealtad al propio pueblo odiar a sus enemigos, sean los palestinos o sus aliados. Todo el que no pertenecía al pueblo elegido desconocía al Dios verdadero y era un “extraño”, un “enemigo”, a quien no había por qué amar.
Los esenios de Qumrán mandaban odiar a “los hijos de las tinieblas”. En cierta medida, consideraban este odio como un homenaje a Dios, a quien transferían sus sentimientos rencorosos, pensando que Él los rechazaba, como se pone de manifiesto en las críticas acerbas que hacían a Jesús por su acogida a los pecadores. Jesús recuerda que el Dios verdadero ama a todos. Y, en consecuencia, sólo compartiendo su amor universal y su perdón, se puede ser hijo suyo (1 Jn 4,8). “Todo” el que ama y “sólo” el que ama al estilo de Dios es su hijo, señala Jesús.
Con este mensaje, Mateo ilumina la situación de las comunidades cristianas perseguidas por la sinagoga. Cuando escribe esto, los guías judíos están viviendo el se os ha dicho; con el pasaje evangélico se nos invita a vivir el pero yo os digo cristiano.
“Así seréis hijos del Padre celestial” Una vez más, Jesús se muestra genial en su visión humana al proponer un amor universal, en el que ha de caber el enemigo. Va a la raíz, a la motivación más profunda del amor y servicio a los demás, hermanos al fin y al cabo, aunque tuvieran el alma criminal de Caín.
Al hombre hay que amarlo, servirlo y protegerlo por la suprema razón de que es “hombre”, más allá de los adjetivos bueno, malo, compañero o rival. Dios lo ama. ¿Qué mayor motivo queremos? ¿O es que, empapados en pecado, vamos a dejar de amar a quien ama el Santo de los santos? Se trataría de un orgullo blasfemo. Está bien claro: el amor, o es gratuito o no es amor. O amamos a aquél de quien no hemos recibido ni esperamos recibir nada, a aquél, cuya relación no sólo no nos es gratificante, sino incluso molesta, o no amamos.
El único test seguro para saber que amamos de verdad es el amor y servicio a los que provocan rechazo en nosotros. Cuando amamos a aquel que hace todo lo posible para no ser amado, entonces manifestamos que amamos de verdad. Sólo se tiene la seguridad de ser amados por el marido, la mujer, el amigo, el hermano, el novio o la novia, cuando son capaces de amar a todos los hombres, incluidos los enemigos. Sólo sabemos que los amamos, si somos capaces de amar a los que nos parecen odiosos. Ésta es, al menos, mi seguridad. Estoy enteramente seguro del aprecio y la amistad de quienes son capaces de estrechar la mano del enemigo.
Propiamente hablando, la señal más identificadora de los cristianos, más que el amor mutuo, es el amor a los enemigos. El amor mutuo puede ser al ghetto, a los “míos” y, en ese sentido, en buena parte, a mí mismo. Por eso, los primeros cristianos se distinguían por la vivencia de los dos aspectos esenciales del amor: el amor fraterno y el amor a los enemigos; conjuntamente, eran los que dejaban atónitos a los paganos. La grandeza del amor no está en amar a los amables (eso lo hace cualquiera); la grandeza está en amar a los odiosos para convertirlos en amables. Es decir, el amor más sublime es el amor creativo. Es el amor del padre y de la madre, un amor provocativo, regenerador.
Exigencias del amor al enemigo. “Amad a vuestros enemigos y haced el bien a los que os aborrecen” es la consigna del Señor. Pero, ¿qué implica el verbo “amar” y qué implica “hacer el bien”? Amar al enemigo significa, antes de nada, estar libres de todo odio, rencor, malquerencia, deseo de mal o venganza; además significa perdonar y estar dispuesto a reconciliarse. Y “hacer el bien” a los que nos aborrecen significa estar dispuesto a tenderles una mano si nos necesitan.
Jesús propone como una forma de hacer el bien el “rezad por los que os persiguen y calumnian”. Amar es una actitud positiva; no significa sólo “no-odiar” o “pasar del enemigo”; comporta tener hacia él sentimientos de benevolencia, en el sentido original de la palabra, de “querer el bien para él” y extinguir los sentimientos de rencor. Como es obvio, Jesús no impone el amor-afecto al enemigo, que nunca se impone por decreto. Esto sería ir contra la estructura psicológica. ¿Cómo el Señor puede pedirnos que sintamos el afecto profundo y gratificante al enemigo que sentimos en presencia de un hermano o de un amigo? Cuántas veces he oído a cristianos ardientes: “Yo le perdono, pero me es imposible olvidar y, mucho menos, quererle”. Jesús no nos pide el imposible de que dejen de caemos las chispas del recuerdo doloroso de una mala jugada; simplemente nos pide que no avivemos el fuego, que procuremos sacudir esas chispas enemigas, aunque no sea más que por higiene psicológica. Los recuerdos rencorosos amargan la vida, envenenan la sangre y hacen imposible la paz del corazón. Cuántos y qué luminosos testimonios tenemos en este sentido, empezando por Jesús (Lc 23,34), siguiendo por Esteban (Hch 7,60), y continuando por tantos mártires y personas de corazón grande, cercanas a nosotros.
Reflexión Espiritual para el día.
Para amar a los que nos aman, para saludar a los que nos saludan, no tenemos necesidad de creer en ninguna religión. No tenemos necesidad de poner a Dios en medio. Es algo que hacen todos. Es «humano».
Precisamente porque el amor a los enemigos es tan «poco humano», precisamente porque supera la medida del hombre «normal», precisamente por eso, muestra, como ninguna otra exigencia del Nuevo Testamento, que aquí tenemos delante no algo humano, sino, en un sentido más profundo, algo divino. Se trata de algo que se encuentra también en las restantes antítesis del sermón del monte, pero que aquí —en la antítesis del amor al enemigo— podemos captar del mejor modo posible: la soberanía de Dios, el Reino de Dios. No es que con el amor a los enemigos consigamos realizar el Reino de Dios. En efecto, con nuestras fuerzas no somos capaces de amar al enemigo. Es un «regalo» de la soberanía de Dios, antes de cualquier iniciativa nuestra, que nos libera y nos hace capaces de amar al enemigo. Ahora bien, si la soberanía de Dios nos libera para que amemos al enemigo, para que le amemos de verdad, con todo lo que esto significa y comporta, entonces resulta verdaderamente claro que la soberanía de Dios ha irrumpido en efecto entre nosotros, entonces resulta claro lo que significa de verdad la soberanía de Dios, entonces resulta claro qué comporta ser hijos e hijas de aquél a quien llamamos, y es, nuestro Padre celestial y nuestra Madre celestial.
Elevación Espiritual para este día.
Amad a vuestros enemigos... ¡He aquí cómo pone el Señor el coronamiento de todos los bienes! Porque, si nos enseña no sólo a sufrir pacientemente una bofetada, sino a volver la otra mejilla; no sólo a soltar el manto, sino a añadir la túnica; no sólo a andar la milla a que nos fuerzan, sino otra más por nuestra cuenta, todo ello es porque quiere que recibas como la cosa más fácil algo muy superior a todo eso. — ¿Y qué hay —me dices— superior a eso? —Que a quien todos esos desafueros cometa con nosotros no le tengamos ni por enemigo. Y todavía algo más que eso. Porque no dijo: No le aborrecerás, sino: Le amarás. Ni dijo: No le hagas daño, sino: Hazle bien.
Mas, si atentamente examinamos las palabras del Señor, aún descubriremos algo más subido que todo lo dicho. Porque no nos mandó simplemente amar a quienes nos aborrecen, sino también rogar por ellos. ¡Mirad por cuántos escalones ha ido subiendo y cómo ha terminado por colocarnos en la cúspide de la virtud! Contémoslos de abajo arriba. El primer escalón es que no hagamos por nuestra cuenta mal a nadie. El segundo, que, si a nosotros se nos hace, no volvamos mal por mal. El tercero, no hacer a quien nos haya perjudicado lo mismo que a nosotros se nos hizo. El cuarto, ofrecerse uno mismo para sufrir. El quinto, dar más de lo que el ofensor pide de nosotros. El sexto, no aborrecer a quien todo eso hace. El séptimo, amarle. El octavo, hacerle beneficios. El noveno, rogar a Dios por él. ¡He aquí una cima filosófica! De ahí también el espléndido premio que se le promete. Como el precepto es tan grande y pide un alma tan generosa y un esfuerzo tan levantado, también el galardón es tal como a ninguno de sus anteriores mandatos lo propuso el Señor. Porque aquí ya no habla de poseer la tierra, como se promete a los mansos; no de alcanzar consuelo y misericordia, como los que lloran y los misericordiosos; ni siquiera se nos habla del Reino de los Cielos, sino de algo más sublime que todo eso y que bien puede hacernos estremecer: se nos promete ser semejantes a Dios, cuanto cabe que lo sean los hombres: A fin —dice— de que seáis semejantes a vuestro Padre, que está en los cielos.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Elías y Ajab. La prueba del fuego.
La llegada de Elías a la mitad del reinado de Ajab es fulminante y específica creando gran malestar en esta gente que adoraban dioses falsos. El profeta fue al grano replicándole a Ajab: ” 1 Reyes 17:1-”Vive Yavé, Dios de Israel, a quien sirvo, que en estos dos años no habrá lluvia ni rocío si yo no lo ordeno”. Elías natural de Tesbis de Calad tendría una fuerte lucha por reavivar el culto de Yavé en Israel ante el dios cananeo Baal. Otra vez el pueblo de Israel andaba por mal camino, el rey Ajab que había rendido culto a Yavé al menos al principio cometió el error de desposarse con Jezabel, hija de Etbal, rey de Sidón que el mismo rendía culto a Baal.
Con este evento afianzaba sus vínculos con los poderosos fenicios del norte y reflejaba la composición de los seguidores de Ajab, la mayoría de ellos israelitas pero también muchos cananeos. Por su parte Jezabel no tardó tiempo y aprovechó su posición de reina para instar la adoración del dios Baal, dios de la lluvia y la fertilización. Sin embargo, esta mujer fue más allá aniquilando a los profetas de Yavé y reemplazándolos con profetas de Baal debido a su gran devoción por este. Pero ella no se imaginaba la gran sequía que estaba por venir sobre Israel por dicha acción, unos comentan que duro un año y otros coinciden en que fueron tres. El rey Ajab al ver lo que ocurría comenzó a buscar a Elías intensamente, lo llamaba “el azote de Israel”, no obstante, la búsqueda se acabó cuando el mismo Javé le dice a Elías que se presente ante el rey Ajab.
En presencia del rey el profeta de Dios le comunica sin temor ninguno que el único culpable de la desdicha de Israel era el mismo por rendirle culto a Baal. Dentro de la misma conversación Elías desafía a librar una contienda entre los profetas de ambos dioses en el monte Carmelo ante la presencia del pueblo. Ya en pleno monte para el desafío Elías se topa con 450 profetas de Baal y unos 400 de la diosa Asera. Elías toma la palabra para cuestionar al pueblo que los cultos de Yavé y Baal eran incompatibles y les replica: “Hasta cuando vais a andar cojeando de las dos piernas, si Yavé es Dios, seguid a Yavé, y si lo es Baal, seguid a Baal, todos quedaron mudos ante las palabras de Elías. Ahora, solamente quedaba el reto para que este fuera el responsable y testigo del camino a que tomar.
Se empezaron a hacer los preparativos, se usaron dos montones de leña para el sacrificio, uno para Baal y el otro para Yavé, la gente callada mirando lo que ocurría. Cada profeta invocaría su dios y el que respondiera con fuego ese sería el dios verdadero. El pueblo vería con sus propios ojos una manifestación directa de la Divinidad y no tendrían que elegir partiendo de mitos antiguos ni de historias de sus antepasados, esto era en vivo. Los profetas de Baal fueron los primeros en invocar a su dios, Elías seguro de sí mismo no los apresuró y los dejó que trabajaran en lo suyo esperando horas y horas a que Baal se presentara. Al ver que no ocurría nada los profetas de Baal estaban desesperados y comenzaron a gritar: “Baal respóndenos…. pero, no se oía voz alguna ni a nadie. Ya era mediodía y Baal no respondía.
Los profetas Baales ya no sabían que hacer. En un último intento para que su dios los escuchara se cortaron sus carnes con un cuchillo, pero Baal no respondía. Por su parte Elías estaba tranquilo y confiado, al anochecer le tocó su turno, le dijo al grupo, que se acercasen y levantó el altar a Yavé con 12 piedras que simbolizaban las 12 tribus de Israel. De esta manera descuartizaron al novillo que iba a ser sacrificado y lo colocaron sobre las piedras y la leña, en tres ocasiones mojaron con agua la ofrenda y el altar. Todos los que miraban las acciones de Elías pensaban, que estaba loco, lo que estaba haciendo era imposible que ardiera.
Todo estaba preparado y Elías hacía sus preparativos, sin exaltarse ni desangrarse como los profetas baales, llegó el momento de la invocación pidiéndole a Yavé, Dios de Abraham, Isacc y Jacob que respondiera, vamos a 1 Reyes 18:37 y tener una idea clara de lo que aconteció: “Para que sepa este pueblo que Tú eres Yavé, el verdadero Dios y convierta su corazón”. Terminando estas palabras el Monte Carmelo fue iluminado por un fuego abrazador. Todo lo que estaba en la ofrenda se consumió y Dios tocó el corazón de todos los presentes que exclamaron: “Yavé es Dios” “Yave es Dios”. Pero la suerte de los profetas baales no fue la misma, Elías los condenó a muerte, iban a ser prendidos y ejecutados sin que el rey Ajab pudiera intervenir, sentencia establecida por la Ley en el Libro de Exodo para los falsos profetas. Baal el dios de la tormenta había sido vencido, la sequía acabó y Yavé envió las lluvias nuevamente, no obstante, a pesar de esta gran victoria contra el dios Baal el pueblo de Israel posteriormente volvió a incurrir en la adoración de otros dioses. +
Elías desarrolla con Ajab, por encargo del Señor, el mismo papel de Natán con David. Dios venga —y lo hace a través de los profetas— de la injusticia y defiende al oprimido. El orden quebrantado tiene que ser reparado y Jezabel será la primera en pagar las consecuencias (2 Re 9,3oss). Por muy férreo que pueda ser, el principio de la retribución admite atenuantes en virtud del arrepentimiento del culpable y de la misericordia divina. Con todo, eso no es obstáculo para que, siguiendo la lógica del Antiguo Testamento, se imponga de todos modos la reparación (cf. 2 Re 9ss).
El Libro primero de los Reyes dedica los dos últimos capítulos a ilustrar las nuevas y desdichadas empresas bélicas de Ajab, a pesar de la opinión contraria del profeta Miqueas, así como la sórdida muerte del desventurado soberano, cuyas llagas fueron lamidas por los perros.
Comentario Salmo 50.
Es un salmo de súplica individual. El salmista está viviendo un drama que consiste en la profunda toma de conciencia de la propia miseria y de los propios pecados; es plenamente consciente de la gravedad de su culpa, con la que ha roto la Alianza con Dios. Por eso suplica. Son muchas las peticiones que presenta, pero todas giran en torno a la primera de ellas: “¡Ten piedad de mí, Oh Dios, por tu amor!” (3a).
Tal como se encuentra en la actualidad, este salmo está fuertemente unido al anterior (Sal 50). Funciona corno respuesta a la acusación que el Señor hace contra su pueblo. En el salmo 50, Dios acusaba pero, en lugar de dictar la sentencia, quedaba aguardando la conversión del pueblo. El salmo 51 es la respuesta que esperaba el Señor: «Un corazón contrito y humillado tú no lo desprecias» (19h). Pero con anterioridad, este salmo existió de forma independiente, como oración de una persona.
Tiene tres partes: 3-11; 12-19; 20-21. En la primera tenemos una riada de términos o expresiones relacionados con el pecado y la transgresión. Estos son algunos ejemplos: «culpa» (3), «injusticia» y «pecado» (4), «culpa» y «pecado» (5), «lo que es malo» (6), «culpa» y «pecador» (7), «pecados» y «culpa» (11). La persona que compuso esta oración compara su pecado con dos cosas: con una mancha que Dios tiene que lavar (9); y con una culpa (una deuda o una cuenta pendiente) que tiene que cancelar (11). En el caso de que Dios escuche estas súplicas, el resultado será el siguiente: la persona «lavada» quedará más blanca que la nieve (9) y libre de cualquier deuda u obligación de pago (parece que el autor no está pensando en sacrificios de acción de gracias). En esta primera parte, el pecado es una especie de obsesión: el pecador lo tiene siempre presente (5), impide que sus oídos escuchen el gozo y la alegría (10a); el pecador se siente aplastado, como si tuviera los huesos triturados a causa de su pecado (10b). En el salmista no se aprecia el menor atisbo de respuesta declarándose inocente, no intenta justificar nada de lo que ha hecho mal. Es plenamente consciente de su error, y por eso implora misericordia. El centro de la primera parte es la declaración de la justicia e inocencia de Dios:» Pero tú eres justo cuando hablas, y en el juicio, resultarás inocente» (6b). Para el pecador no hay nada más que la conciencia de su compromiso radical con el pecado: «Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre» (7).
Si en la primera parte nos encontrábamos en el reino del pecado, en la segunda (12-19) entramos en el del perdón y de la gracia. En la primera, el salmista exponía su miseria; en la segunda, cree en la riqueza de la misericordia divina. Pide una especie de «nueva creación» (12), a partir de la gracia. ¿En qué consiste esta renovación total? En un corazón puro y un espíritu firme (12). Para el pueblo de la Biblia, el «corazón» se identifica con la conciencia misma de la persona. Y el “espíritu firme” consiste en la predisposición para iniciar un nuevo camino.
Creada nuevamente por Dios, esta persona empieza a anunciar buenas noticias: «Enseñaré a los culpables tus caminos, y los pecadores volverán a ti» (15). ¿Por qué? Porque sólo puede hablar adecuadamente del perdón de Dios quien, de hecho, se siente perdonado por él. Hacia el final de esta parte, el salmista invoca la protección divina contra la violencia (16) y se abre a una alabanza incesante (17). En ocasiones, las personas que habían sido perdonadas se dirigían al templo para ofrecer sacrificios. Este salmista reconoce que el verdadero sacrificio agradable a Dios es un espíritu contrito (18-19).
La tercera parte (20-21) es, ciertamente, un añadido posterior. Después del exilio en Babilonia, hubo gente a quien resultó chocante la libertad con que se expresaba este salmista. Entonces se añadió este final, alterando la belleza del salmo. Aquí se pide que se reconstruyan las murallas de Sión (Jerusalén) y que el Señor vuelva nuevamente a aceptar los sacrificios rituales, ofrendas perfectas y holocaustos, y que sobre su altar se inmolen novillos. En esta época, debe de haber sido cuando el salmo 51 empezó a entenderse como repuesta a las acusaciones que Dios dirige a su pueblo en el salmo 50.
Este salmo es fruto de un conflicto o drama vivido por la persona que había pecado. Esta llega a lo más hondo de la miseria humana a causa de la culpa, toma conciencia de la gravedad de lo que ha hecho, rompiendo su compromiso con el Dios de la Alianza (6) y, por ello, pide perdón. En las dos primeras partes, esboza dos retratos: el del pecador (3-11) y el del Dios misericordioso, capaz de volver a crear al ser humano desde el perdón (12-19). También aparece, en segundo plano, un conflicto a propósito de las ceremonias del templo. Si se quiere ser riguroso, esta persona tenía que pedir perdón mediante el sacrificio de un animal. Sin embargo, descubre la profundidad de la gracia de Dios, que no quiere sacrificios, sino que acepta un corazón contrito y humillado (19).
Se trata, una vez más, del Dios de la Alianza, La expresión «contra ti, contra ti solo pequé» (6a) no quiere decir que esta persona no haya ofendido al prójimo. Su pecado consiste en haber cometido una injusticia (4a). Esta expresión quiere decir que la injusticia cometida contra un semejante es un pecado contra Dios y una violación de la Alianza. El salmista, pues, tiene una aguda conciencia (le la transgresión que ha cometido. Pero mayor que su pecado es la confianza en el Dios que perdona. Mayor que su injusticia es la gracia de su compañero fiel en la Alianza. Lo que el ser humano no es capaz de hacer (saldar la deuda que tiene con Dios), Dios lo concede gratuitamente cuando perdona.
El tema de la súplica está presente en la vida de Jesús (ya hemos tenido ocasión de comprobarlo a propósito de otros salmos de súplica individual). La cuestión del perdón ilimitado de Dios aparece con intensidad, por ejemplo, en el capítulo 18 de Mateo, en las parábolas de la misericordia (Lc 15) y en los episodios en los que Jesús perdona y «recrea» a las personas (por ejemplo, Jn 8,1-11; Lc 7,36-50, etc).
El motivo «lavar» resuena en la curación del ciego de nacimiento (Jn 9,7); el «purifícame» indica hacia toda la actividad de Jesús, que cura leprosos, enfermos, etc.
La cuestión de la «conciencia de los pecados» aparece de diversas maneras. Aquí, tal vez, convenga recordar lo que Jesús les dijo a los fariseos que creían ver: «Si fueseis ciegos, no tendríais culpa; pero como decís que veis, seguís en pecado» (Jn 9,41). En este mismo sentido, se puede recordar lo que Jesús dijo a los líderes religiosos de su tiempo: «Si no creyereis que “yo soy el que soy”, moriréis en vuestros pecados» (Jn 8,24).
Este salmo es una súplica individual y se presta para ello. Conviene rezarlo cuando nos sentimos abrumados por nuestras culpas o «manchados» ante Dios y la gente o “en deuda” con ellos; cuando queremos que el perdón divino nos cree de nuevo, ilumine nuestra conciencia y nos dé nuevas fuerzas para el camino...
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 5,43-48
La sexta antítesis tiene que ver con el mandamiento principal: el amor al prójimo (Lv 19,18). Cristo habla también del odio a los enemigos —expresión que no aparece en la Biblia, aunque sí en los últimos flecos del judaísmo: en Qumrán se mandaba odiar a todos los hijos de las tinieblas— para extender también a ellos el amor y la oración. Y esto a imitación del Padre celestial, de quien son hijos todos los hombres, que deben reconocerse como hermanos. De este modo se convertirán en imitadores del Padre, imitando su perfección y, por consiguiente, su santidad (cf. Lv 19,2). El pasaje paralelo de Lc 6,36 nos dice en qué consiste la naturaleza de la perfección divina: en la misericordia. También aquí es preciso rebasar la medida (cf. Mt 5,20), que, esta vez, hace referencia a los tristemente famosos publicanos, los recaudadores de las tasas por cuenta de los romanos (Mt 18,17; 21,32), y a los paganos, ligados también ellos a un código que, no obstante, resulta absolutamente formal e interesado. Sabemos asimismo que, en el mundo oriental, el saludo comporta mucho más que un simple intercambio de cumplidos; es considerado como intercambio de paz.
Mateo recupera (cf. 5,12) el término «recompensa» o mérito, que aparece más veces en el capítulo siguiente (6,1.2.5.16), donde se afirma que el Padre mismo nos premiará abiertamente (cf. variante de 6,4). Como es evidente, el comportamiento moral no va ligado a una visión retributiva: hago el bien cada día para tener un premio por ello. Más aún, esta visión está desmentida por el hecho de que el verbo está en presente (“¿que’ recompensa merecéis?”). El comportamiento del cristiano no es otra cosa que la libre respuesta a un don de la gracia, y en esa respuesta está incluido ya el “premio”, el don de la salvación.
Si lo que afirma Jerónimo —estos preceptos han de ser juzgados “con la inteligencia de los santos” y no «con nuestra estupidez»— vale para todo el sermón del monte, con mayor razón se aplica al mandamiento del amor. Un amor a ultranza, podríamos decir. Porque «si amar a los amigos es cosa de todos, amar a los enemigos es cosa sólo de los cristianos» (Tertuliano). «Jesús hubiera vivido y muerto en vano», sostiene Gandhi, “si no hubiéramos aprendido de él a regular nuestras vidas por la ley eterna del amor”. El nos quiere perfectos en el amor (una perfección moral, no metafísica, por tanto) que debemos practicar con Dios y con el prójimo, aunque sea enemigo nuestro o nos persiga, tal como nos enseñó Jesús cuando perdonó a los mismos que le estaban crucificando. Por eso pudo Pablo escribir a sus fieles: « Sobre el amor fraterno no tenéis necesidad de que os diga nada por escrito, porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios a amaros los unos a los otros» (1 Tes 4,9).
Me pregunto en qué medida se manifiesta en mi amor el amor de Dios. ¿Realizo un acto de amor hacia algún enemigo mío, depositando en su corazón el bálsamo de mi oración?
Comentario del Santo Evangelio: Mt 5, 38-48 (5, 17-47/5, 38-42/5, 43-48), para nuestros Mayores. Ley del talión.
La ley del talión (Lev 24, 19-20) fue necesaria en una cultura primitiva en que la venganza no tenía límite alguno. Cuando fue dada, era una ley verdaderamente «progresista». No debe juzgarse, por tanto, desde la perfección del evangelio. Los mismos judíos se sentían embarazados ante principio tan horrendo y, en lugar de aplicarlo al pie de la letra, lo había cambiado por sanciones pecuniarias.
La ley del talión se basaba en el principio de retribución: haz lo mismo que te hagan. Jesús niega que sea vál¡do aplicar este principio. Afirma que sus discípulos nunca deben buscar la venganza, Deben, más bien, aceptar la humillación, estar dispuestos a sufrir la injusticia que se les hace y prestar el servicio, necesario y requerido. Esto debe ser así desde la voluntad de Dios.
Estas exigencias de Jesús no van en contra del orden necesario en la sociedad. El mismo Jesús se constituye en paradigma: pide explicación a quien le ha herido (Mc 14, 48; Jn 18, 23) y sufre la humillación; manda incluso a sus discípulos que compren una espada para defenderse de sus enemigos (Lc 22, 33) y Pablo apela, para defenderse de la injusticia, a su calidad de ciudadano romano y recurre incluso al tribunal supremo, a) César.
En el Antiguo Testamento (Lev 19, 18) se halla formulada la ley del amor al prójimo; aunque el concepto de prójimo estaba limitado a los miembros del pueblo de Israel y a todos aquéllos que de alguna manera habían sido incorporados al mismo. La segunda parte «odiarás a tu enemigo» no se halla escrita en ninguna parte de la Biblia. La habían deducido los judíos, a modo de conclusión, de la primera: todos los que rio pertenecían al pueblo de Dios eran idólatras y, por tanto, enemigos de Dios. Ahora bien, como los judíos no conocían término medio entre amor y odio, el sentimiento por los no judíos lo habían formulado en términos de odio.
Jesús eleva el principio del amor al prójimo —limitado por los judíos a los del propio pueblo—, a categoría universal, sin hacer ninguna clase de distinción. No hacerlo así equivale a quedarse al nivel de los publicanos que, por solidaridad, estaban unidos entre si y se amaban; o al nivel de los paganos. Y partiendo de un principio aceptado por los judíos, «debe imitarse la conducta de Dios», Jesús establece el principio del amor universal. Dios no hace distinciones, hace salir el sol para todos. Es una nueva visión e interpretación de Dios, ya que los judíos consideraban que tenían preferencias casi en exclusiva ante él.
La última prescripción obliga, en forma imperativa, a la perfección. Una perfección que Consiste en que nuestra vida y actividad constituyan una unidad. Toda para Dios. Sin establecer distinciones ni parcelaciones en el campo de la vida humana.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 5,43-48, de Joven para Joven. “Amad a vuestros enemigos”.
Amor sin fronteras. Jesús sigue contraponiendo en esta sexta y última antítesis el “amad a vuestros enemigos y haced el bien a los que os aborrecen” al “aborrecerás a tu enemigo”, la consigna y la práctica que imperaba en la religiosidad judía. “Amarás a tu prójimo” se encontraba claramente expresado en el Levítico (Lv 19,18), pero entendían por “prójimo”, el familiar y compatriota. El “aborrecerás a tu enemigo” no se encuentra formulado explícitamente en el Antiguo Testamento, pero lo deducían por exclusión. Ése era el sentir común y lo sigue siendo en los herederos de aquellos escribas y fariseos que siguen pensando que es un deber de lealtad al propio pueblo odiar a sus enemigos, sean los palestinos o sus aliados. Todo el que no pertenecía al pueblo elegido desconocía al Dios verdadero y era un “extraño”, un “enemigo”, a quien no había por qué amar.
Los esenios de Qumrán mandaban odiar a “los hijos de las tinieblas”. En cierta medida, consideraban este odio como un homenaje a Dios, a quien transferían sus sentimientos rencorosos, pensando que Él los rechazaba, como se pone de manifiesto en las críticas acerbas que hacían a Jesús por su acogida a los pecadores. Jesús recuerda que el Dios verdadero ama a todos. Y, en consecuencia, sólo compartiendo su amor universal y su perdón, se puede ser hijo suyo (1 Jn 4,8). “Todo” el que ama y “sólo” el que ama al estilo de Dios es su hijo, señala Jesús.
Con este mensaje, Mateo ilumina la situación de las comunidades cristianas perseguidas por la sinagoga. Cuando escribe esto, los guías judíos están viviendo el se os ha dicho; con el pasaje evangélico se nos invita a vivir el pero yo os digo cristiano.
“Así seréis hijos del Padre celestial” Una vez más, Jesús se muestra genial en su visión humana al proponer un amor universal, en el que ha de caber el enemigo. Va a la raíz, a la motivación más profunda del amor y servicio a los demás, hermanos al fin y al cabo, aunque tuvieran el alma criminal de Caín.
Al hombre hay que amarlo, servirlo y protegerlo por la suprema razón de que es “hombre”, más allá de los adjetivos bueno, malo, compañero o rival. Dios lo ama. ¿Qué mayor motivo queremos? ¿O es que, empapados en pecado, vamos a dejar de amar a quien ama el Santo de los santos? Se trataría de un orgullo blasfemo. Está bien claro: el amor, o es gratuito o no es amor. O amamos a aquél de quien no hemos recibido ni esperamos recibir nada, a aquél, cuya relación no sólo no nos es gratificante, sino incluso molesta, o no amamos.
El único test seguro para saber que amamos de verdad es el amor y servicio a los que provocan rechazo en nosotros. Cuando amamos a aquel que hace todo lo posible para no ser amado, entonces manifestamos que amamos de verdad. Sólo se tiene la seguridad de ser amados por el marido, la mujer, el amigo, el hermano, el novio o la novia, cuando son capaces de amar a todos los hombres, incluidos los enemigos. Sólo sabemos que los amamos, si somos capaces de amar a los que nos parecen odiosos. Ésta es, al menos, mi seguridad. Estoy enteramente seguro del aprecio y la amistad de quienes son capaces de estrechar la mano del enemigo.
Propiamente hablando, la señal más identificadora de los cristianos, más que el amor mutuo, es el amor a los enemigos. El amor mutuo puede ser al ghetto, a los “míos” y, en ese sentido, en buena parte, a mí mismo. Por eso, los primeros cristianos se distinguían por la vivencia de los dos aspectos esenciales del amor: el amor fraterno y el amor a los enemigos; conjuntamente, eran los que dejaban atónitos a los paganos. La grandeza del amor no está en amar a los amables (eso lo hace cualquiera); la grandeza está en amar a los odiosos para convertirlos en amables. Es decir, el amor más sublime es el amor creativo. Es el amor del padre y de la madre, un amor provocativo, regenerador.
Exigencias del amor al enemigo. “Amad a vuestros enemigos y haced el bien a los que os aborrecen” es la consigna del Señor. Pero, ¿qué implica el verbo “amar” y qué implica “hacer el bien”? Amar al enemigo significa, antes de nada, estar libres de todo odio, rencor, malquerencia, deseo de mal o venganza; además significa perdonar y estar dispuesto a reconciliarse. Y “hacer el bien” a los que nos aborrecen significa estar dispuesto a tenderles una mano si nos necesitan.
Jesús propone como una forma de hacer el bien el “rezad por los que os persiguen y calumnian”. Amar es una actitud positiva; no significa sólo “no-odiar” o “pasar del enemigo”; comporta tener hacia él sentimientos de benevolencia, en el sentido original de la palabra, de “querer el bien para él” y extinguir los sentimientos de rencor. Como es obvio, Jesús no impone el amor-afecto al enemigo, que nunca se impone por decreto. Esto sería ir contra la estructura psicológica. ¿Cómo el Señor puede pedirnos que sintamos el afecto profundo y gratificante al enemigo que sentimos en presencia de un hermano o de un amigo? Cuántas veces he oído a cristianos ardientes: “Yo le perdono, pero me es imposible olvidar y, mucho menos, quererle”. Jesús no nos pide el imposible de que dejen de caemos las chispas del recuerdo doloroso de una mala jugada; simplemente nos pide que no avivemos el fuego, que procuremos sacudir esas chispas enemigas, aunque no sea más que por higiene psicológica. Los recuerdos rencorosos amargan la vida, envenenan la sangre y hacen imposible la paz del corazón. Cuántos y qué luminosos testimonios tenemos en este sentido, empezando por Jesús (Lc 23,34), siguiendo por Esteban (Hch 7,60), y continuando por tantos mártires y personas de corazón grande, cercanas a nosotros.
Reflexión Espiritual para el día.
Para amar a los que nos aman, para saludar a los que nos saludan, no tenemos necesidad de creer en ninguna religión. No tenemos necesidad de poner a Dios en medio. Es algo que hacen todos. Es «humano».
Precisamente porque el amor a los enemigos es tan «poco humano», precisamente porque supera la medida del hombre «normal», precisamente por eso, muestra, como ninguna otra exigencia del Nuevo Testamento, que aquí tenemos delante no algo humano, sino, en un sentido más profundo, algo divino. Se trata de algo que se encuentra también en las restantes antítesis del sermón del monte, pero que aquí —en la antítesis del amor al enemigo— podemos captar del mejor modo posible: la soberanía de Dios, el Reino de Dios. No es que con el amor a los enemigos consigamos realizar el Reino de Dios. En efecto, con nuestras fuerzas no somos capaces de amar al enemigo. Es un «regalo» de la soberanía de Dios, antes de cualquier iniciativa nuestra, que nos libera y nos hace capaces de amar al enemigo. Ahora bien, si la soberanía de Dios nos libera para que amemos al enemigo, para que le amemos de verdad, con todo lo que esto significa y comporta, entonces resulta verdaderamente claro que la soberanía de Dios ha irrumpido en efecto entre nosotros, entonces resulta claro lo que significa de verdad la soberanía de Dios, entonces resulta claro qué comporta ser hijos e hijas de aquél a quien llamamos, y es, nuestro Padre celestial y nuestra Madre celestial.
Elevación Espiritual para este día.
Amad a vuestros enemigos... ¡He aquí cómo pone el Señor el coronamiento de todos los bienes! Porque, si nos enseña no sólo a sufrir pacientemente una bofetada, sino a volver la otra mejilla; no sólo a soltar el manto, sino a añadir la túnica; no sólo a andar la milla a que nos fuerzan, sino otra más por nuestra cuenta, todo ello es porque quiere que recibas como la cosa más fácil algo muy superior a todo eso. — ¿Y qué hay —me dices— superior a eso? —Que a quien todos esos desafueros cometa con nosotros no le tengamos ni por enemigo. Y todavía algo más que eso. Porque no dijo: No le aborrecerás, sino: Le amarás. Ni dijo: No le hagas daño, sino: Hazle bien.
Mas, si atentamente examinamos las palabras del Señor, aún descubriremos algo más subido que todo lo dicho. Porque no nos mandó simplemente amar a quienes nos aborrecen, sino también rogar por ellos. ¡Mirad por cuántos escalones ha ido subiendo y cómo ha terminado por colocarnos en la cúspide de la virtud! Contémoslos de abajo arriba. El primer escalón es que no hagamos por nuestra cuenta mal a nadie. El segundo, que, si a nosotros se nos hace, no volvamos mal por mal. El tercero, no hacer a quien nos haya perjudicado lo mismo que a nosotros se nos hizo. El cuarto, ofrecerse uno mismo para sufrir. El quinto, dar más de lo que el ofensor pide de nosotros. El sexto, no aborrecer a quien todo eso hace. El séptimo, amarle. El octavo, hacerle beneficios. El noveno, rogar a Dios por él. ¡He aquí una cima filosófica! De ahí también el espléndido premio que se le promete. Como el precepto es tan grande y pide un alma tan generosa y un esfuerzo tan levantado, también el galardón es tal como a ninguno de sus anteriores mandatos lo propuso el Señor. Porque aquí ya no habla de poseer la tierra, como se promete a los mansos; no de alcanzar consuelo y misericordia, como los que lloran y los misericordiosos; ni siquiera se nos habla del Reino de los Cielos, sino de algo más sublime que todo eso y que bien puede hacernos estremecer: se nos promete ser semejantes a Dios, cuanto cabe que lo sean los hombres: A fin —dice— de que seáis semejantes a vuestro Padre, que está en los cielos.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: Elías y Ajab. La prueba del fuego.
La llegada de Elías a la mitad del reinado de Ajab es fulminante y específica creando gran malestar en esta gente que adoraban dioses falsos. El profeta fue al grano replicándole a Ajab: ” 1 Reyes 17:1-”Vive Yavé, Dios de Israel, a quien sirvo, que en estos dos años no habrá lluvia ni rocío si yo no lo ordeno”. Elías natural de Tesbis de Calad tendría una fuerte lucha por reavivar el culto de Yavé en Israel ante el dios cananeo Baal. Otra vez el pueblo de Israel andaba por mal camino, el rey Ajab que había rendido culto a Yavé al menos al principio cometió el error de desposarse con Jezabel, hija de Etbal, rey de Sidón que el mismo rendía culto a Baal.
Con este evento afianzaba sus vínculos con los poderosos fenicios del norte y reflejaba la composición de los seguidores de Ajab, la mayoría de ellos israelitas pero también muchos cananeos. Por su parte Jezabel no tardó tiempo y aprovechó su posición de reina para instar la adoración del dios Baal, dios de la lluvia y la fertilización. Sin embargo, esta mujer fue más allá aniquilando a los profetas de Yavé y reemplazándolos con profetas de Baal debido a su gran devoción por este. Pero ella no se imaginaba la gran sequía que estaba por venir sobre Israel por dicha acción, unos comentan que duro un año y otros coinciden en que fueron tres. El rey Ajab al ver lo que ocurría comenzó a buscar a Elías intensamente, lo llamaba “el azote de Israel”, no obstante, la búsqueda se acabó cuando el mismo Javé le dice a Elías que se presente ante el rey Ajab.
En presencia del rey el profeta de Dios le comunica sin temor ninguno que el único culpable de la desdicha de Israel era el mismo por rendirle culto a Baal. Dentro de la misma conversación Elías desafía a librar una contienda entre los profetas de ambos dioses en el monte Carmelo ante la presencia del pueblo. Ya en pleno monte para el desafío Elías se topa con 450 profetas de Baal y unos 400 de la diosa Asera. Elías toma la palabra para cuestionar al pueblo que los cultos de Yavé y Baal eran incompatibles y les replica: “Hasta cuando vais a andar cojeando de las dos piernas, si Yavé es Dios, seguid a Yavé, y si lo es Baal, seguid a Baal, todos quedaron mudos ante las palabras de Elías. Ahora, solamente quedaba el reto para que este fuera el responsable y testigo del camino a que tomar.
Se empezaron a hacer los preparativos, se usaron dos montones de leña para el sacrificio, uno para Baal y el otro para Yavé, la gente callada mirando lo que ocurría. Cada profeta invocaría su dios y el que respondiera con fuego ese sería el dios verdadero. El pueblo vería con sus propios ojos una manifestación directa de la Divinidad y no tendrían que elegir partiendo de mitos antiguos ni de historias de sus antepasados, esto era en vivo. Los profetas de Baal fueron los primeros en invocar a su dios, Elías seguro de sí mismo no los apresuró y los dejó que trabajaran en lo suyo esperando horas y horas a que Baal se presentara. Al ver que no ocurría nada los profetas de Baal estaban desesperados y comenzaron a gritar: “Baal respóndenos…. pero, no se oía voz alguna ni a nadie. Ya era mediodía y Baal no respondía.
Los profetas Baales ya no sabían que hacer. En un último intento para que su dios los escuchara se cortaron sus carnes con un cuchillo, pero Baal no respondía. Por su parte Elías estaba tranquilo y confiado, al anochecer le tocó su turno, le dijo al grupo, que se acercasen y levantó el altar a Yavé con 12 piedras que simbolizaban las 12 tribus de Israel. De esta manera descuartizaron al novillo que iba a ser sacrificado y lo colocaron sobre las piedras y la leña, en tres ocasiones mojaron con agua la ofrenda y el altar. Todos los que miraban las acciones de Elías pensaban, que estaba loco, lo que estaba haciendo era imposible que ardiera.
Todo estaba preparado y Elías hacía sus preparativos, sin exaltarse ni desangrarse como los profetas baales, llegó el momento de la invocación pidiéndole a Yavé, Dios de Abraham, Isacc y Jacob que respondiera, vamos a 1 Reyes 18:37 y tener una idea clara de lo que aconteció: “Para que sepa este pueblo que Tú eres Yavé, el verdadero Dios y convierta su corazón”. Terminando estas palabras el Monte Carmelo fue iluminado por un fuego abrazador. Todo lo que estaba en la ofrenda se consumió y Dios tocó el corazón de todos los presentes que exclamaron: “Yavé es Dios” “Yave es Dios”. Pero la suerte de los profetas baales no fue la misma, Elías los condenó a muerte, iban a ser prendidos y ejecutados sin que el rey Ajab pudiera intervenir, sentencia establecida por la Ley en el Libro de Exodo para los falsos profetas. Baal el dios de la tormenta había sido vencido, la sequía acabó y Yavé envió las lluvias nuevamente, no obstante, a pesar de esta gran victoria contra el dios Baal el pueblo de Israel posteriormente volvió a incurrir en la adoración de otros dioses. +
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