16 de Junio 2010. MIÉRCOLES DE LA XI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. Feria. 3ª semana del Salterio. (Ciclo C).. AÑO SANTO COMPOSTELANO. SS. Quirico y Julita mrs, Lutgarda vg, Aureliano ob.
LITURGIA DE LA PALABRA.
2 R 2, 1. 6-14. Los separó un carro de fuego, y Elías subio al cielo.
Sal 30 R/. Sed fuertes y valientes de corazón, los que esperáis en el Señor.
Mt 6. 1-6, 16-18. Tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará
En tiempos de Jesús, la “pureza” significaba ser preferido de Dios, el “estar puro”, significaba no estar contaminado con todo lo que la ley prohibía, las vestiduras resplandecientes, la buena salud, las ofrendas de animales de alto valor, quienes ostentaban esto, los hacía dignos de “respeto”, por ello hacían alarde público de su pureza exterior, pues su riqueza, salud e influencia era considerada bendición de Dios, no así los pobres, los enfermos, las viudas, el pueblo en su mayoría, eran considerados “impuros”, por lo tanto, lejos y no favorecidos por Dios. La Buena Noticia de Jesús es precisamente lo que expresa el evangelio de hoy, no importa la apariencia exterior, no importa ser pobre o no ostentar un cargo de poder, pues Dios prefiere a los sencillos, a los humildes y con ellos quiere construir su Reinado. Él no juzga por las apariencias exteriores, sino por lo que la persona es en si misma. Este es el verdadero valor de la vida humana creada, lo más valioso en invisible a los ojos del cuerpo, pero claro y transparente cuando se mira con los ojos del corazón, así la oración y el ayuno es acto profundamente personal e íntimo con Dios.
PRIMERA LECTURA.
2Reyes 2, 1. 6-14
Los separó un carro de fuego, y Elías subió al cielo
Cuando el Señor iba a arrebatar a Elías al cielo en el torbellino, Elías y Eliseo se marcharon de Guilgal. Llegaron a Jericó, y Elías dijo a Eliseo: "Quédate aquí, porque el Señor me envía solo hasta el Jordán." Eliseo respondió: "¡Vive Dios! Por tu vida, no te dejaré."
Y los dos siguieron caminando. También marcharon cincuenta hombres de la comunidad de profetas y se pararon frente a ellos, a cierta distancia. Los dos se detuvieron junto al Jordán; Elías cogió su manto, lo enrolló, golpeó el agua, y el agua se dividió por medio, y así pasaron ambos a pie enjuto.
Mientras pasaban el río, dijo Elías a Eliseo: "Pídeme lo que quieras antes de que me aparten de tu lado." Eliseo pidió: "Déjame en herencia dos tercios de tu espíritu." Elías comentó: "¡No pides nada! Si logras verme cuando me aparten de tu lado, lo tendrás; si no me ves, no lo tendrás."
Mientras ellos seguían conversando por el camino, los separó un carro de fuego con caballos de fuego, y Elías subió al cielo en el torbellino. Eliseo lo miraba y gritaba: "¡Padre mío, padre mío, carro y auriga de Israel!" Y ya no lo vio más.
Entonces agarró su túnica y la rasgó en dos; luego recogió el manto que se le había caído a Elías, se volvió y se detuvo a la orilla del Jordán; y agarrando el manto de Elías, golpeó el agua diciendo: "¿Dónde está el Dios de Elías, dónde?" Golpeó el agua, el agua se dividió por medio, y Eliseo cruzó.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 30
R/.Sed fuertes y valientes de corazón, / los que esperáis en el Señor.
Qué bondad tan grande, Señor, / reservas para tus fieles, / y concedes a los que a ti se acogen / a la vista de todos. R.
En el asilo de tu presencia los escondes / de las conjuras humanas; / los ocultas de tu tabernáculo, / frente a las lenguas pendencieras. R.
Amad al Señor, fieles suyos; / el Señor guarda a sus leales, / y a los soberbios les paga con creces. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 6, 1-6. 16-18
Tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará.
Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Cuando tú vayas a rezar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará. Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los farsantes, que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará.
Palabra del Señor.
LITURGIA DE LA PALABRA.
2 R 2, 1. 6-14. Los separó un carro de fuego, y Elías subio al cielo.
Sal 30 R/. Sed fuertes y valientes de corazón, los que esperáis en el Señor.
Mt 6. 1-6, 16-18. Tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará
En tiempos de Jesús, la “pureza” significaba ser preferido de Dios, el “estar puro”, significaba no estar contaminado con todo lo que la ley prohibía, las vestiduras resplandecientes, la buena salud, las ofrendas de animales de alto valor, quienes ostentaban esto, los hacía dignos de “respeto”, por ello hacían alarde público de su pureza exterior, pues su riqueza, salud e influencia era considerada bendición de Dios, no así los pobres, los enfermos, las viudas, el pueblo en su mayoría, eran considerados “impuros”, por lo tanto, lejos y no favorecidos por Dios. La Buena Noticia de Jesús es precisamente lo que expresa el evangelio de hoy, no importa la apariencia exterior, no importa ser pobre o no ostentar un cargo de poder, pues Dios prefiere a los sencillos, a los humildes y con ellos quiere construir su Reinado. Él no juzga por las apariencias exteriores, sino por lo que la persona es en si misma. Este es el verdadero valor de la vida humana creada, lo más valioso en invisible a los ojos del cuerpo, pero claro y transparente cuando se mira con los ojos del corazón, así la oración y el ayuno es acto profundamente personal e íntimo con Dios.
PRIMERA LECTURA.
2Reyes 2, 1. 6-14
Los separó un carro de fuego, y Elías subió al cielo
Cuando el Señor iba a arrebatar a Elías al cielo en el torbellino, Elías y Eliseo se marcharon de Guilgal. Llegaron a Jericó, y Elías dijo a Eliseo: "Quédate aquí, porque el Señor me envía solo hasta el Jordán." Eliseo respondió: "¡Vive Dios! Por tu vida, no te dejaré."
Y los dos siguieron caminando. También marcharon cincuenta hombres de la comunidad de profetas y se pararon frente a ellos, a cierta distancia. Los dos se detuvieron junto al Jordán; Elías cogió su manto, lo enrolló, golpeó el agua, y el agua se dividió por medio, y así pasaron ambos a pie enjuto.
Mientras pasaban el río, dijo Elías a Eliseo: "Pídeme lo que quieras antes de que me aparten de tu lado." Eliseo pidió: "Déjame en herencia dos tercios de tu espíritu." Elías comentó: "¡No pides nada! Si logras verme cuando me aparten de tu lado, lo tendrás; si no me ves, no lo tendrás."
Mientras ellos seguían conversando por el camino, los separó un carro de fuego con caballos de fuego, y Elías subió al cielo en el torbellino. Eliseo lo miraba y gritaba: "¡Padre mío, padre mío, carro y auriga de Israel!" Y ya no lo vio más.
Entonces agarró su túnica y la rasgó en dos; luego recogió el manto que se le había caído a Elías, se volvió y se detuvo a la orilla del Jordán; y agarrando el manto de Elías, golpeó el agua diciendo: "¿Dónde está el Dios de Elías, dónde?" Golpeó el agua, el agua se dividió por medio, y Eliseo cruzó.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: 30
R/.Sed fuertes y valientes de corazón, / los que esperáis en el Señor.
Qué bondad tan grande, Señor, / reservas para tus fieles, / y concedes a los que a ti se acogen / a la vista de todos. R.
En el asilo de tu presencia los escondes / de las conjuras humanas; / los ocultas de tu tabernáculo, / frente a las lenguas pendencieras. R.
Amad al Señor, fieles suyos; / el Señor guarda a sus leales, / y a los soberbios les paga con creces. R.
SANTO EVANGELIO.
Mateo 6, 1-6. 16-18
Tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: "Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará.
Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Cuando tú vayas a rezar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará. Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los farsantes, que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará.
Palabra del Señor.
Comentario de la Primera Lectura: 2 Reyes 2,1.6-14
Después de haber hablado de los sucesores inmediatos de Ajab y de los últimos acontecimientos de Elías, el Libro segundo de los Reyes pasa a ilustrar el «ciclo de Eliseo», cuya vocación fue anticipada en 1 Re 19,19-21. Eliseo, en un sentido no diferente al de Elías, estará revestido de un considerable papel político (2 Re 3,11ss; 6,8ss; 8,7ss; 9,
1ss; 13,14ss) y se revelará como el mayor taumaturgo del Antiguo Testamento (2 Re 2,14—7,20 y 13,20ss recogen una decena de acciones milagrosas, incluso después de muerto). Eso explica la importancia de una investidura profética que Eliseo parece pagar al precio de una obstinada fidelidad al maestro. Eso le sitúa en primera línea entre los «hijos de profetas» (léanse también los vv. 3-5, omitidos por la liturgia como si fueran pleonásticos). Según la ley de la primogenitura (cf. Dt 21,17), Eliseo reivindica dos tercios del espíritu de Elías, que le son concedidos al precio de su clarividencia («Si me ves cuando sea arrebatado, te será concedido»: v. 10).
El cambio de sus propios vestidos por el manto de Elías expresa la investidura que ha tenido lugar y la adquisición de las facultades a ella ligadas. Por eso peregrina Eliseo hasta el Jordán, dejando detrás a todos los otros «hijos de profetas». El recuerdo del Jordán, cuyas aguas había dividido Elías con el manto plegado a modo de bastón, remite a la experiencia del Éxodo, ligada a las figuras de Moisés (Éx 14,21) y de Josué (Jos 3,13).
En cuanto al rapto de Elías, no diferente al de Enoc (Gn 5,24), expresa el beneplácito divino hacia su persona, pero sobre todo la referencia a una misión futura. En todo caso, Elías desapareció de la vista de Eliseo en cuanto una llama de fuego («un carro de fuego con caballos de fuego») se interpuso entre ambos profetas.
Comentario del Salmo 30
Este es un salmo de súplica individual, en el que se mezclan elementos de acción de gracias (8-9; 22-25). Alguien está atravesando una gran dificultad y, por eso, dama al Señor, Según Lc 24,46, Jesús habría rezado en la cruz este salmo o parte de él, ya que este Evangelio pone en su boca, como sus últimas palabras, la frase: «En tus manos encomiendo mi espíritu».
El hecho de incluir elementos de acción de gracias hace más difícil establecer una clara división. No obstante, podemos distinguir tres partes: 2-9; 10-19; 20-25. En la primera (2-9), se concentran casi todas las peticiones urgentes qué esta persona le dirige al Señor a causa de la dramática situación en que se encuentra. Tenemos siete de estas peticiones: «sálvame», «inclina tu oído», «ven aprisa», «sé tú mi roca», «guíame», «sácame», “rescátame”. El salmista hace estas peticiones basado en la confianza que ha depositado en el Señor, considerado como último recurso. De hecho, se presenta a Dios como «roca fuerte», fortaleza», «roca y baluarte» y «el que rescata». Algunos versículos presentan ya la acción de gracias (8-9) por el rescate llevado a cabo. Tal vez se hayan añadido más tarde.
La segunda parte (10-19) comienza con una súplica («ten piedad», y. 10), que se extiende bastante a la hora de describir la desastrosa situación en que se encuentra el salmista: está arrasado física y psicológicamente y por eso todos lo rechazan como a un cacharro inútil, como a algo repugnante (10-13). Describe con detalle las acciones de sus adversarios, que pretenden darle el golpe de gracia (14). Vuelve la confianza en el Señor (15-16a) y, a causa de ello, surgen nuevas peticiones («líbrame», «haz brillar», «sálvame», 16b-17). La persona pide un cambio de destino y sigue con la descripción de las acciones criminales de sus enemigos (18-19).
En la tercera parte (20-25), ya no encontrarnos súplica, sino acción de gracias al Señor (20-22) y una catequesis dirigida a los fieles (23-25), es decir a los justos, quienes, hasta este momento, parecían ausentes y acobardados ante tanta opresión e injusticia. Es la resurrección de la lucha por la justicia.
Como los demás salmos de súplica, también este revela un terrible conflicto social entre una persona justa y un grupo de personas injustas. El enfrentamiento es desigual: uno contra muchos. ¿Es que sólo había un justo? Claro que no, pero los demás estaban asustados y permanecían callados, con miedo a morir a la mínima reacción.
¿Cuál es la situación del justo? Este salmo lo describe como alguien que ha caído en la red que le han tendido los malvados (5). Ha caído en las manos de su enemigo (9), que le oprime y le causa dolor (10), dejándolo sumido en la tristeza y entre gemidos (11), sin fuerzas para reaccionar (11). El justo llama «opresores» a sus enemigos (12), y, a causa de la opresión que padece, es rechazado por vecinos y amigos (12), se le considera ya como si estuviera muerto (13), como un caso perdido. El salmo lo presenta también como perseguido por los enemigos (16) y lo califica como «justo» (19).
¿Y los enemigos? Aparte de lo que se dice de ellos al exponer cómo se siente y cómo se encuentra el justo, este salmo los presenta como adoradores de ídolos vanos (7), como enemigos (16), malvados (18), mentirosos (19), responsables de intrigas (21).
Así pues, podemos reconstruir el marco social que dio origen a este salmo. Un justo trató, él solo, de oponerse a la injusticia generalizada (idolatría) presente en la sociedad. Los malvados injustos reaccionaron con violencia, intimidando a los demás justos, que se ocultan acobardados. El justo lleno de valor hace frente a las consecuencias de su valentía, Los malvados, sirviéndose de calumnias e intrigas, tratan de capturar al justo, que acaba en sus manos, cayendo en la trampa que le han tendido. Estando solo, el justo no tiene a quién recurrir. Se siente perdido. Sus amigos y vecinos le han dado la espalda. Se siente como muerto, como un caso perdido. Físicamente debilitado (cf. el vigor que se le debilita y los huesos que se le consumen del v. 11b) y psicológicamente derrumbado (se siente como un ser repugnante para sus vecinos y un espanto para sus antiguos amigos, v. 12), escucha los cuchicheos de los enemigos que traman su muerte, ¿Qué puede hacer? Todos lo han abandonado: justos, amigos, vecinos, conocidos… Entonces clama al Señor, pues ya no le queda nadie a quién recurrir. Así nació este salmo: a partir del tremendo conflicto entre justicia e injusticia, con la aparente y fácil victoria de los injustos, que tienen al justo en sus manos y quieren matarlo.
Una vez más, Dios es visto y experimentado como el amigo y aliado fiel que no falla en los momentos de angustia. ¿Por qué tiene tanta confianza esta persona y clama a Dios? Porque sabe que, en el pasado, el Señor escuchó el clamor de los israelitas, se solidarizó con ellos, bajó y los liberó de la trampa de muerte que les había tendido el Faraón. El Señor es el aliado que hace justicia (2).
En este salmo, el Señor recibe algunos títulos significativos, que imprimen vivos colores al retrato de Dios: «roca» (3), «fortaleza» (3), «baluarte» (4). Se trata de términos vinculados con la idea de defensa y protección (contexto militar). El Señor se presenta también como «mi Dios» (15), expresión profundamente unida a la idea de Alianza; además de lo dicho, hay referencias a Dios como «refugio de acogida» (20), como alguien que «esconde» (21) y «oculta en su tienda» (21).
En el Nuevo Testamento, Jesús fue todo esto para los excluidos y los que sufrían: enfermos, leprosos, muertos, personas que necesitaban recuperar su dignidad. Además, según Lucas, este salmo es un retrato del mismo Jesús, víctima de las maquinaciones e intrigas de los poderosos. Abandonado por todos, entrega su espíritu al Padre, depositando en él toda su confianza.
Tratándose de un salmo de súplica individual, podemos rezarlo cuando nos encontremos en una situación próxima o parecida a la de la persona que lo compuso. O bien, podemos rezarlo en solidaridad con tantas y tantas personas que viven circunstancias de opresión y exclusión semejantes a las que nos describe el salmo. Desde el punto de vista personal, es conveniente rezarlo cuando tenemos la sensación de haber sido abandonados; cuando nos sentimos físicamente debilitados y psicológicamente arrasados; cuando el dolor nos consume los ojos, la garganta y las entrañas; cuando nos sentirnos víctimas de las intrigas humanas...
Si no vivimos una situación semejante, puede ser bueno rezarlo en comunión con tantos excluidos como hay en la sociedad, con los perseguidos por causa de la justicia, con aquellos cuya muerte ha sido ya fijada. Además, los versículos 12-14 nos invitan a pensar en la situación de los enfermos terminales, de los enfermos de sida y de otros que viven un drama existencial irreversible.
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 6,1-6.16-18.
El principio de la interiorización (el «secreto»: vv 4.6.18), en no menor medida que el de lo extraordinario (Mt 5,20.47: superar la medida), recibe una amplia aplicación respecto a la práctica religiosa, resumida tradicionalmente en la oración, el ayuno y la limosna (Tob 12,8ss). Se contrapone aquí la conducta cristiana a la farisea (“los hipócritas”: Vv. 2.5.16), aunque las buenas obras no han de ser mantenidas secretas (Mt 5,14), sino que deben suscitar en los hombres el reconocimiento del señorío divino. Comenta Jerónimo: «Quien toca la trompeta cuando hace limosna es un hipócrita; quien, al ayunar, desfigura tristemente su rostro para poder mostrar así que tiene el vientre vacío, es asimismo un hipócrita; quien reza en las sinagogas o en las esquinas de las plazas para que le vean los hombres, es un hipócrita. De todo esto se deduce que son unos hipócritas todos aquellos que hacen lo que hacen para ser glorificados por los hombres».
El valor de la limosna (Eclo 3,29; 29,12; Tob 4,9-11) podía quedar comprometido por la ostentación con la que se hacía pública. Lo mismo vale para la oración ostentada con frecuencia “en las esquinas de las plazas”. En cuanto al ayuno, es conocida la toma de posición de los profetas (Is 58,5-7), compartida por Cristo. La Ley prescribía el ayuno en el gran día de la purificación (el yôm kippur: Lv 16,29ss), que se celebraba al comienzo del año según el calendario judío. En este día estaba prohibido hasta lavarse. De ahí la invitación del Señor a evitar los signos externos de una práctica que, para los israelitas devotos, se volvía a proponer dos veces a la semana (Lc 18,12). Quien ayuna debe asumir el mismo semblante alegre de los días de fiesta, cuando se unge la cabeza con perfume.
La oración incluye, por último, interioridad y secreto, bien expresados por el lugar donde ha de ser llevada a cabo: al pie de la letra en la «alacena», donde se ponían las provisiones para que estuvieran seguras, en un lugar sin ventanas y con una puerta provista de cerradura.
¿Quién puede considerarse cristiano sin estas tres cosas: limosna, oración y ayuno?» (Tertuliano). El ayuno allana el camino al paraíso, perdido a causa del «hambre orgullosa» de nuestros primeros padres. La limosna, a su vez, «hace que el ayuno no se resuelva en aflicción de la carne, sino en purificación del alma» (León Magno). De ahí se sigue que es «bienaventurado quien ayuna para alimentar al pobre» (Orígenes). El ayuno y la limosna han de estar inspirados y sostenidos por la oración, que nos permite obrar con rectitud de corazón y «ante Dios». San Bernardo se preguntaba si «era más impío el que practica la impiedad o quien simula la santidad».
Me examinaré sobre cómo vivo esta triple modalidad de toda auténtica experiencia religiosa. Acepto la invitación de Cristo a esparcir el corazón con la unción del Espíritu Santo, para que dé fragancia no sólo al ayuno, sino también a la limosna y a la oración.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 6, 1-18, Para nuestros Mayores. Actuar en lo secreto.
Jesús considera los tres fundamentos de la religiosidad judía —la limosna, la oración y el ayuno— y los reconduce a una dimensión de mayor interioridad. A buen seguro, es necesario practicar la justicia (v. 1), esto es, corresponder a las exigencias divinas, pero lo que da significado y valor a todos los actos humanos es la intención del corazón. A partir de la afirmación inicial se desarrollan tres cuadros estructurados de una manera idéntica para favorecer la memorización. A la parodia de una actitud hipócrita le sigue una clara sentencia de reprobación y una indicación positiva. Jesús dirige la atención a la finalidad (recompensa) que nos prefijamos, porque, aun cuando la acción sea buena y piadosa, su finalidad puede ser perversa, estar dirigida al provecho de la propia vanidad. El bien, en cambio, debemos alcanzarlo siempre de aquel que es su fuente, el Padre, y estar orientado en última instancia a él. El secreto en su realización es garantía de autenticidad, mientras que su exhibición está considerada como hipocresía, que, en el griego bíblico, significa no sólo ficción, sino verdadera impiedad. El cuadro central se amplía con la enseñanza del padrenuestro. Las expresiones con las que Jesús introduce y concluye esta oración proporcionan su clave de lectura: es una oración de plena confianza en un Dios que es Padre omnipotente y bueno, pero que no puede ser plegado de una manera mágica a nuestros fines (vv. 7s); y es impetración de misericordia que nos remite a los otros, para emprender un camino de reconciliación y de fraternidad (vv. 14s). Su originalidad no está en las peticiones particulares, que ya se encuentran de una manera semejante en la liturgia sinagogal, sino en la relación filial con Dios, que aparece en la oración de Jesús y en toda su vida, algo que él comunica a sus discípulos. Por otra parte, Jesús dispone las invocaciones en un orden que confiere un nuevo sello a la oración: las tres primeras están orientadas al cumplimiento escatológico del designio del Padre, y las otras cuatro tienen que ver con el hombre y con sus necesidades actuales. Eternidad y tiempo, gloria de Dios y vida del hombre constituyen el horizonte de la existencia cristiana y el objeto de la oración que florece en lo secreto de un corazón puro.
Si hemos abierto el corazón a la escucha de la Palabra, hoy sentiremos resonar en nosotros, como un eco, esta pregunta: ¿Por qué? ¿Por quién? Estas pocas sílabas bastan para reconducir todo nuestro hacer, todos nuestros criterios, a su motivación profunda. Ahora bien, Jesús no quiere guiamos sólo a la introspección psicológica; quiere llevarnos a la verdadera interioridad, de donde brotan todo gesto y toda palabra con una luminosa pureza. Lamentablemente, siempre estamos necesitados de aprobación y sentimos la tentación de transformar en vanidad las seguridades que nos vienen de los otros, hasta el punto de que tendemos a buscarnos un público, a pedir aplausos incluso para las acciones más nobles y santas, de las que hoy nos ha hablado el evangelio: la solidaridad diligente con los que se encuentran en necesidad, la oración, la mortificación.
Esta «comedia» —hipócrita significa también actor— es, sin embargo, impiedad, según la Biblia. ¿Por qué actúas? ¿Por quién lo haces? Jesús hoy nos enseña que hay alguien que siempre nos mira y ve en lo secreto de nuestras acciones, aunque no con la mirada sin piedad de un juez omnipresente, sino con una mirada infinitamente piadosa de Padre que nos quiere humildes y auténticos. Cuando rechacemos la tentación de buscar una «recompensa» para nuestra presunta bondad y persigamos de manera gratuita la gloria de Dios y el bien de los hermanos, entonces se nos dará la verdadera recompensa: la comunión con el Señor, una recompensa que nunca podremos exigir. Entonces florecerá en nuestro corazón el don de la oración filial: Padre nuestro... Entonces madurará en nosotros el fruto de una vida fraterna: el perdón.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 6,1-6.16-18, de Joven para Joven. El Padre te recompensará.
Contexto histórico. Jesús sigue contraponiendo el espíritu y el estilo de su proyecto de vida al de los escribas y fariseos. No bastan sólo las buenas obras; es necesario el buen corazón al realizarlas. Jesús alerta sobre la hipocresía en que han incurrido los escribas, los fariseos y el pueblo contagiado por ellos. “Todo lo hacen para llamar la atención” (Mt 23,5). Es preciso realizar el bien no buscando la admiración y la estima de los hombres, sino agradar a Dios y servir a los demás. Jesús lo aplica a las prácticas religiosas más importantes del judaísmo: la limosna, la oración y el ayuno.
A la limosna se le daba una cierta publicidad para obligar a los bienhechores a mantener sus promesas y despertar la emulación. Por eso se había generalizado la costumbre de anunciar en las reuniones y en las calles cualquier limosna importante. “Tocar la trompeta” es una metáfora que significa publicarlas. A ello contrapone Jesús: Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha”.
La misma consigna de la discreción establece Jesús con respecto a la oración. Los sacrificios en el templo iban acompañados de oraciones públicas. Cuando llegaba la hora de la oración, quienes no habían acudido a la sinagoga la hacían en las calles en voz alta. Esto se prestaba a la ostentación, sobre todo porque se admiraba a aquellos que podían recitar de memoria largas oraciones. Frente a este teatro, Jesús invita a la oración secreta que nadie conoce más que el Padre.
Con respecto al ayuno, la Ley lo prescribía sólo en el gran día de la purificación del comienzo del año según el calendario judío. En este día estaba prohibido hasta lavarse. Se invitaba a los judíos devotos a ayunar dos veces a la semana (Lc 18,12). El hecho de aparecer desgreñados y con la cara compungida era una forma de dar a entender su condición de persona piadosa. Jesús les llama “farsantes” a los que actúan para “aparentar” e invita al que ayuna a estar con la cara lavada, alegre y con la cabeza perfumada como en los días de fiesta para que sólo el Padre celestial se percate del ayuno.
“No nos dejes caer en la tentación” Vivir para la galería es una tentación que nos acosa tercamente. Por eso, cuando no se encuentra el reconocimiento esperado, la persona se siente desencantada y lamenta: “No saben reconocer lo que uno ha hecho”. Con gran realismo, afirmaba el cardenal Daniélou: “Habitualmente nos domina la preocupación de agradar a los hombres, interesándonos por mejorar la imagen que los otros pueden tener de nosotros. Sin embargo, nos preocupamos poco de lo que somos a los ojos de Dios, y por esta razón nos saltamos con frecuencia lo que sólo Dios ve: la oración oculta, las obras de caridad secretas, y ponemos mayor empeño en lo que, aunque lo hagamos por Dios, va implicada nuestra reputación. Llegar a una total sinceridad, esto es, a obrar bien, lo mismo si no nos ven que si nos ven, significa llegar a una perfección altísima”.
Jesús alerta contra el peligro de buscar insensatamente con nuestras acciones el humo del incienso. Esto constituiría al hombre en puro actor de teatro, en un pobre payaso. Pero, además de la vanagloria, hay otras motivaciones egoístas que pueden degradar nuestro quehacer: el interés, sea económico, social o cualquier otra forma de gratificación que no sea la alegría de dar (Hch 20,35); actuar por mera obligación, por mero cumplimiento por quedar bien, “porque todos lo hacen y no voy a hacer el raro”, por comodidad.
Otra de las influencias que nos tienta tercamente es el hedonismo: poner como motivo determinante de nuestra actividad el “me gusta”, “lo paso muy bien”, “me Va mucho”. No se trata de caer en el maniqueísmo renunciando a toda satisfacción como si fuera pecaminosa. Es mejor hacer las cosas “con gusto”, pero no meramente “por gusto”, como motivación última. También la rutina devalúa el valor divino y humano de nuestras acciones.
“Sí no tengo amor, no soy nada” Jesús alerta: Quienes actúan impulsados por motivaciones egoístas “recibieron ya su paga”. El olor de un poco de incienso, el sonido halagador de unos aplausos o de unas palabras lisonjeras, un simple gesto de admiración... son su paga. Sería una pena que tanto esfuerzo y sacrificio tuvieran Una recompensa tan insignificante, de forma que, después de todo, uno estuviera vacío por dentro. Es cuestión de sensatez elemental no echar en saco roto los numerosos gestos y acciones en todos los ámbitos de nuestra vida. Quizás el Señor nos conceda muchas horas de servicio a los demás, de duro trabajo bajo el sol. Tal vez hayamos Perdido muchas en el pasado; ojalá no nos suceda lo mismo en el futuro.
Estamos ante un mensaje trascendental, ya que su vivencia es lo que define el valor de nuestras tareas y de nuestra vida. La intención es lo que vale. Ya puedo dar mi fortuna en limosnas, ya puedo dedicarme a evangelizar con una entrega como la de Pablo o la de Francisco Javier, ya puedo dar todos mis bienes en limosnas... si lo hago por figurar, porque me lo agradezcan, por cumplir, porque no tengo más remedio, por rutina y sin amor, no me sirve de nada (cf. 1 Co 13,1-2). La vida vale por sus motivaciones. El Reino no es una empresa en la que cuentan únicamente las unidades de producción. El amor ha de ser la motivación básica que nos impulse a actuar.
¿Qué motivaciones concretas impulsaron a Jesús, María, Pablo, a los santos en su quehacer? Es evidente que Jesús actúa para complacer al Padre sirviendo a sus hermanos, proporcionándoles una vida más plena y feliz. Para ello implanta el Reino, el proyecto de una Sociedad fraterna. Ésta ha de ser también la intencionalidad de sus discípulos: crecer y ayudar a crecer. No podemos incurrir en el maniqueísmo de pensar que las acciones son enteramente buenas o enteramente malas. No, las acciones salen de nosotros como el metal precioso de la mina: con ganga. Por eso, es preciso estar en constante proceso de purificación, para lo cual hay medios eficaces: realizar cabalmente lo que hacemos, no por capitalizar ahorros espirituales, sino porque sólo lo que nace del amor personaliza, ayuda a crecer, es “vida” acumulada; lo contrario es perder la vida miserablemente.
Elevación Espiritual para este día.
Si la puerta está abierta a los desvergonzados, a través de ella irrumpen dentro las cosas externas en bandadas y molestan a nuestra interioridad. Todas las cosas situadas en el tiempo y en el espacio se introducen a través de la puerta, es decir, a través del sentido exterior, en nuestros pensamientos y con la confusión de las distintas imaginaciones nos molestan mientras oramos. En consecuencia, es preciso cerrar la puerta, esto es, resistir al sentido exterior, a fin de que la oración procedente del espíritu se eleve al Padre, porque ésta se desarrolla en lo profundo del corazón, cuando oramos al Padre en lo secreto. «Y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará.» La enseñanza, del Señor, debía terminar con una conclusión como ésta. En efecto, Cristo, no nos exhorta a orar, sino a cómo debemos orar; y, antes, no a que hagamos limosna, sino que nos habla de la intención con la que debemos hacerla. De hecho, ordena purificar el corazón, y sólo lo purifica el único y sincero anhelo de la vida eterna con un amor único y puro de la sabiduría (Agustín, El sermón del Señor en el monte, 2, 3, 11).
Reflexión Espiritual para el día.
Esta justicia mejor de los discípulos no debe ser un fin en sí mismo. Es preciso que esto se manifieste, es preciso que lo extraordinario se produzca. pero... cuidad de no hacerlo para que sea visto.
Es verdad que el carácter visible del seguimiento tiene un fundamento necesario: la llamada de Jesucristo, pero nunca es un fin en sí misma; porque entonces se perdería de vista el mismo seguimiento, intervendría un instante de reposo, se interrumpiría el seguimiento y sería totalmente imposible continuarlo a partir del mismo lugar donde nos hemos detenido a descansar, viéndonos obligados a comenzar de nuevo desde el principio. Tendríamos que caer en la cuenta de que ya no seguimos a Cristo. Por consiguiente, es preciso que algo se haga visible, pero de forma paradójica: cuidad de no hacerlo para ser vistos por los hombres. «Brille vuestra luz ante los hombres... » (5, 16), pero tened en cuenta el carácter oculto. Los capítulos 5 y 6 chocan violentamente entre sí. Lo visible debe ser, al mismo tiempo, oculto; lo visible debe, al mismo tiempo, no poder ser visto.
Sin embargo, ¿quién puede vivir haciendo lo extraordinario en secreto? ¿Actuando de tal forma que la mano izquierda no sepa lo que hace la derecha? ¿Qué amor es el que no se conoce a sí mismo, el que puede permanecer oculto a sí mismo hasta el último día? Es claro: por ser un amor oculto, no puede ser una virtud visible, un hábito del hombre.
Esto significa: cuidad de no confundir el verdadero amor con una virtud amable, con una «cualidad» humana. En el verdadero sentido de la palabra, es el amor que se olvida de sí mismo. Pero, en este amor olvidado de sí mismo, es preciso que el hombre viejo muera con todas sus virtudes y cualidades. En el amor olvidado de sí, vinculado sólo a Cristo, del discípulo, muere el viejo Adán. En la frase «que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha», se anuncia la muerte del hombre viejo.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 2P 3, 12-15a. 17-18. La vida moral
La venida del Señor puede ser apresurada, para que aparezcan los cielos nuevos y la tierra nueva donde reine la justicia. Estas afirmaciones eran las conclusivas de la sección anterior y no nos detenemos en ellas (ver el comentario a 3, 8-14).
La fundamentación de la esperanza cristiana da pie a nuestro autor para las exhortaciones en orden a llevar una vida moral ajustada a lo que el cristiano espera. Esta gran esperanza debe dar ánimo y fuerzas al creyente para llevar una vida sin mancha en un mundo manchado, para evitar todo aquello que les puede impurificar. Esto logrará en su conciencia la paz; y esta paz les dará seguridad para poder presentarse con tranquilidad ante el juicio de Dios.
La preocupación que había surgido entre los cristianos por el aplazamiento o retraso de la segunda venida de Cristo no debían entenderla, por tanto, como despreocupación de Cristo por sus fieles. Más bien lo contrario. Este aplazamiento debe ser interpretado desde el mismo deseo, por parte de Dios, de salvarlos. Es la misma doctrina del apóstol Pablo, a quien nuestro autor cita sin referirse a ninguna de sus cartas en particular.
Al final de la carta son mencionados los «rebeldes», ante cuyo error deben estar en guardia. Esta carta, así como las de Pablo, deben proporcionarles la enseñanza sólida de la que no deben apartarse, ni dejarse seducir por los libertinos. Una amonestación que nace de la peligrosidad del error. Pero la exhortación a permanecer en la doctrina y en la recta enseñanza es insuficiente. Se requiere, como más eficaz, el crecimiento en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Un crecimiento espiritual (1Pe 2, 2) en la gracia, que es el principio de todos los demás dones espirituales y un conocimiento mayor de Jesucristo (1, 2-3. 8), que les lleve a descubrir su verdadera naturaleza. Este conocimiento les dará la seguridad frente a las doctrinas esparcidas por los gnósticos. +
Después de haber hablado de los sucesores inmediatos de Ajab y de los últimos acontecimientos de Elías, el Libro segundo de los Reyes pasa a ilustrar el «ciclo de Eliseo», cuya vocación fue anticipada en 1 Re 19,19-21. Eliseo, en un sentido no diferente al de Elías, estará revestido de un considerable papel político (2 Re 3,11ss; 6,8ss; 8,7ss; 9,
1ss; 13,14ss) y se revelará como el mayor taumaturgo del Antiguo Testamento (2 Re 2,14—7,20 y 13,20ss recogen una decena de acciones milagrosas, incluso después de muerto). Eso explica la importancia de una investidura profética que Eliseo parece pagar al precio de una obstinada fidelidad al maestro. Eso le sitúa en primera línea entre los «hijos de profetas» (léanse también los vv. 3-5, omitidos por la liturgia como si fueran pleonásticos). Según la ley de la primogenitura (cf. Dt 21,17), Eliseo reivindica dos tercios del espíritu de Elías, que le son concedidos al precio de su clarividencia («Si me ves cuando sea arrebatado, te será concedido»: v. 10).
El cambio de sus propios vestidos por el manto de Elías expresa la investidura que ha tenido lugar y la adquisición de las facultades a ella ligadas. Por eso peregrina Eliseo hasta el Jordán, dejando detrás a todos los otros «hijos de profetas». El recuerdo del Jordán, cuyas aguas había dividido Elías con el manto plegado a modo de bastón, remite a la experiencia del Éxodo, ligada a las figuras de Moisés (Éx 14,21) y de Josué (Jos 3,13).
En cuanto al rapto de Elías, no diferente al de Enoc (Gn 5,24), expresa el beneplácito divino hacia su persona, pero sobre todo la referencia a una misión futura. En todo caso, Elías desapareció de la vista de Eliseo en cuanto una llama de fuego («un carro de fuego con caballos de fuego») se interpuso entre ambos profetas.
Comentario del Salmo 30
Este es un salmo de súplica individual, en el que se mezclan elementos de acción de gracias (8-9; 22-25). Alguien está atravesando una gran dificultad y, por eso, dama al Señor, Según Lc 24,46, Jesús habría rezado en la cruz este salmo o parte de él, ya que este Evangelio pone en su boca, como sus últimas palabras, la frase: «En tus manos encomiendo mi espíritu».
El hecho de incluir elementos de acción de gracias hace más difícil establecer una clara división. No obstante, podemos distinguir tres partes: 2-9; 10-19; 20-25. En la primera (2-9), se concentran casi todas las peticiones urgentes qué esta persona le dirige al Señor a causa de la dramática situación en que se encuentra. Tenemos siete de estas peticiones: «sálvame», «inclina tu oído», «ven aprisa», «sé tú mi roca», «guíame», «sácame», “rescátame”. El salmista hace estas peticiones basado en la confianza que ha depositado en el Señor, considerado como último recurso. De hecho, se presenta a Dios como «roca fuerte», fortaleza», «roca y baluarte» y «el que rescata». Algunos versículos presentan ya la acción de gracias (8-9) por el rescate llevado a cabo. Tal vez se hayan añadido más tarde.
La segunda parte (10-19) comienza con una súplica («ten piedad», y. 10), que se extiende bastante a la hora de describir la desastrosa situación en que se encuentra el salmista: está arrasado física y psicológicamente y por eso todos lo rechazan como a un cacharro inútil, como a algo repugnante (10-13). Describe con detalle las acciones de sus adversarios, que pretenden darle el golpe de gracia (14). Vuelve la confianza en el Señor (15-16a) y, a causa de ello, surgen nuevas peticiones («líbrame», «haz brillar», «sálvame», 16b-17). La persona pide un cambio de destino y sigue con la descripción de las acciones criminales de sus enemigos (18-19).
En la tercera parte (20-25), ya no encontrarnos súplica, sino acción de gracias al Señor (20-22) y una catequesis dirigida a los fieles (23-25), es decir a los justos, quienes, hasta este momento, parecían ausentes y acobardados ante tanta opresión e injusticia. Es la resurrección de la lucha por la justicia.
Como los demás salmos de súplica, también este revela un terrible conflicto social entre una persona justa y un grupo de personas injustas. El enfrentamiento es desigual: uno contra muchos. ¿Es que sólo había un justo? Claro que no, pero los demás estaban asustados y permanecían callados, con miedo a morir a la mínima reacción.
¿Cuál es la situación del justo? Este salmo lo describe como alguien que ha caído en la red que le han tendido los malvados (5). Ha caído en las manos de su enemigo (9), que le oprime y le causa dolor (10), dejándolo sumido en la tristeza y entre gemidos (11), sin fuerzas para reaccionar (11). El justo llama «opresores» a sus enemigos (12), y, a causa de la opresión que padece, es rechazado por vecinos y amigos (12), se le considera ya como si estuviera muerto (13), como un caso perdido. El salmo lo presenta también como perseguido por los enemigos (16) y lo califica como «justo» (19).
¿Y los enemigos? Aparte de lo que se dice de ellos al exponer cómo se siente y cómo se encuentra el justo, este salmo los presenta como adoradores de ídolos vanos (7), como enemigos (16), malvados (18), mentirosos (19), responsables de intrigas (21).
Así pues, podemos reconstruir el marco social que dio origen a este salmo. Un justo trató, él solo, de oponerse a la injusticia generalizada (idolatría) presente en la sociedad. Los malvados injustos reaccionaron con violencia, intimidando a los demás justos, que se ocultan acobardados. El justo lleno de valor hace frente a las consecuencias de su valentía, Los malvados, sirviéndose de calumnias e intrigas, tratan de capturar al justo, que acaba en sus manos, cayendo en la trampa que le han tendido. Estando solo, el justo no tiene a quién recurrir. Se siente perdido. Sus amigos y vecinos le han dado la espalda. Se siente como muerto, como un caso perdido. Físicamente debilitado (cf. el vigor que se le debilita y los huesos que se le consumen del v. 11b) y psicológicamente derrumbado (se siente como un ser repugnante para sus vecinos y un espanto para sus antiguos amigos, v. 12), escucha los cuchicheos de los enemigos que traman su muerte, ¿Qué puede hacer? Todos lo han abandonado: justos, amigos, vecinos, conocidos… Entonces clama al Señor, pues ya no le queda nadie a quién recurrir. Así nació este salmo: a partir del tremendo conflicto entre justicia e injusticia, con la aparente y fácil victoria de los injustos, que tienen al justo en sus manos y quieren matarlo.
Una vez más, Dios es visto y experimentado como el amigo y aliado fiel que no falla en los momentos de angustia. ¿Por qué tiene tanta confianza esta persona y clama a Dios? Porque sabe que, en el pasado, el Señor escuchó el clamor de los israelitas, se solidarizó con ellos, bajó y los liberó de la trampa de muerte que les había tendido el Faraón. El Señor es el aliado que hace justicia (2).
En este salmo, el Señor recibe algunos títulos significativos, que imprimen vivos colores al retrato de Dios: «roca» (3), «fortaleza» (3), «baluarte» (4). Se trata de términos vinculados con la idea de defensa y protección (contexto militar). El Señor se presenta también como «mi Dios» (15), expresión profundamente unida a la idea de Alianza; además de lo dicho, hay referencias a Dios como «refugio de acogida» (20), como alguien que «esconde» (21) y «oculta en su tienda» (21).
En el Nuevo Testamento, Jesús fue todo esto para los excluidos y los que sufrían: enfermos, leprosos, muertos, personas que necesitaban recuperar su dignidad. Además, según Lucas, este salmo es un retrato del mismo Jesús, víctima de las maquinaciones e intrigas de los poderosos. Abandonado por todos, entrega su espíritu al Padre, depositando en él toda su confianza.
Tratándose de un salmo de súplica individual, podemos rezarlo cuando nos encontremos en una situación próxima o parecida a la de la persona que lo compuso. O bien, podemos rezarlo en solidaridad con tantas y tantas personas que viven circunstancias de opresión y exclusión semejantes a las que nos describe el salmo. Desde el punto de vista personal, es conveniente rezarlo cuando tenemos la sensación de haber sido abandonados; cuando nos sentimos físicamente debilitados y psicológicamente arrasados; cuando el dolor nos consume los ojos, la garganta y las entrañas; cuando nos sentirnos víctimas de las intrigas humanas...
Si no vivimos una situación semejante, puede ser bueno rezarlo en comunión con tantos excluidos como hay en la sociedad, con los perseguidos por causa de la justicia, con aquellos cuya muerte ha sido ya fijada. Además, los versículos 12-14 nos invitan a pensar en la situación de los enfermos terminales, de los enfermos de sida y de otros que viven un drama existencial irreversible.
Comentario del Santo Evangelio: Mateo 6,1-6.16-18.
El principio de la interiorización (el «secreto»: vv 4.6.18), en no menor medida que el de lo extraordinario (Mt 5,20.47: superar la medida), recibe una amplia aplicación respecto a la práctica religiosa, resumida tradicionalmente en la oración, el ayuno y la limosna (Tob 12,8ss). Se contrapone aquí la conducta cristiana a la farisea (“los hipócritas”: Vv. 2.5.16), aunque las buenas obras no han de ser mantenidas secretas (Mt 5,14), sino que deben suscitar en los hombres el reconocimiento del señorío divino. Comenta Jerónimo: «Quien toca la trompeta cuando hace limosna es un hipócrita; quien, al ayunar, desfigura tristemente su rostro para poder mostrar así que tiene el vientre vacío, es asimismo un hipócrita; quien reza en las sinagogas o en las esquinas de las plazas para que le vean los hombres, es un hipócrita. De todo esto se deduce que son unos hipócritas todos aquellos que hacen lo que hacen para ser glorificados por los hombres».
El valor de la limosna (Eclo 3,29; 29,12; Tob 4,9-11) podía quedar comprometido por la ostentación con la que se hacía pública. Lo mismo vale para la oración ostentada con frecuencia “en las esquinas de las plazas”. En cuanto al ayuno, es conocida la toma de posición de los profetas (Is 58,5-7), compartida por Cristo. La Ley prescribía el ayuno en el gran día de la purificación (el yôm kippur: Lv 16,29ss), que se celebraba al comienzo del año según el calendario judío. En este día estaba prohibido hasta lavarse. De ahí la invitación del Señor a evitar los signos externos de una práctica que, para los israelitas devotos, se volvía a proponer dos veces a la semana (Lc 18,12). Quien ayuna debe asumir el mismo semblante alegre de los días de fiesta, cuando se unge la cabeza con perfume.
La oración incluye, por último, interioridad y secreto, bien expresados por el lugar donde ha de ser llevada a cabo: al pie de la letra en la «alacena», donde se ponían las provisiones para que estuvieran seguras, en un lugar sin ventanas y con una puerta provista de cerradura.
¿Quién puede considerarse cristiano sin estas tres cosas: limosna, oración y ayuno?» (Tertuliano). El ayuno allana el camino al paraíso, perdido a causa del «hambre orgullosa» de nuestros primeros padres. La limosna, a su vez, «hace que el ayuno no se resuelva en aflicción de la carne, sino en purificación del alma» (León Magno). De ahí se sigue que es «bienaventurado quien ayuna para alimentar al pobre» (Orígenes). El ayuno y la limosna han de estar inspirados y sostenidos por la oración, que nos permite obrar con rectitud de corazón y «ante Dios». San Bernardo se preguntaba si «era más impío el que practica la impiedad o quien simula la santidad».
Me examinaré sobre cómo vivo esta triple modalidad de toda auténtica experiencia religiosa. Acepto la invitación de Cristo a esparcir el corazón con la unción del Espíritu Santo, para que dé fragancia no sólo al ayuno, sino también a la limosna y a la oración.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 6, 1-18, Para nuestros Mayores. Actuar en lo secreto.
Jesús considera los tres fundamentos de la religiosidad judía —la limosna, la oración y el ayuno— y los reconduce a una dimensión de mayor interioridad. A buen seguro, es necesario practicar la justicia (v. 1), esto es, corresponder a las exigencias divinas, pero lo que da significado y valor a todos los actos humanos es la intención del corazón. A partir de la afirmación inicial se desarrollan tres cuadros estructurados de una manera idéntica para favorecer la memorización. A la parodia de una actitud hipócrita le sigue una clara sentencia de reprobación y una indicación positiva. Jesús dirige la atención a la finalidad (recompensa) que nos prefijamos, porque, aun cuando la acción sea buena y piadosa, su finalidad puede ser perversa, estar dirigida al provecho de la propia vanidad. El bien, en cambio, debemos alcanzarlo siempre de aquel que es su fuente, el Padre, y estar orientado en última instancia a él. El secreto en su realización es garantía de autenticidad, mientras que su exhibición está considerada como hipocresía, que, en el griego bíblico, significa no sólo ficción, sino verdadera impiedad. El cuadro central se amplía con la enseñanza del padrenuestro. Las expresiones con las que Jesús introduce y concluye esta oración proporcionan su clave de lectura: es una oración de plena confianza en un Dios que es Padre omnipotente y bueno, pero que no puede ser plegado de una manera mágica a nuestros fines (vv. 7s); y es impetración de misericordia que nos remite a los otros, para emprender un camino de reconciliación y de fraternidad (vv. 14s). Su originalidad no está en las peticiones particulares, que ya se encuentran de una manera semejante en la liturgia sinagogal, sino en la relación filial con Dios, que aparece en la oración de Jesús y en toda su vida, algo que él comunica a sus discípulos. Por otra parte, Jesús dispone las invocaciones en un orden que confiere un nuevo sello a la oración: las tres primeras están orientadas al cumplimiento escatológico del designio del Padre, y las otras cuatro tienen que ver con el hombre y con sus necesidades actuales. Eternidad y tiempo, gloria de Dios y vida del hombre constituyen el horizonte de la existencia cristiana y el objeto de la oración que florece en lo secreto de un corazón puro.
Si hemos abierto el corazón a la escucha de la Palabra, hoy sentiremos resonar en nosotros, como un eco, esta pregunta: ¿Por qué? ¿Por quién? Estas pocas sílabas bastan para reconducir todo nuestro hacer, todos nuestros criterios, a su motivación profunda. Ahora bien, Jesús no quiere guiamos sólo a la introspección psicológica; quiere llevarnos a la verdadera interioridad, de donde brotan todo gesto y toda palabra con una luminosa pureza. Lamentablemente, siempre estamos necesitados de aprobación y sentimos la tentación de transformar en vanidad las seguridades que nos vienen de los otros, hasta el punto de que tendemos a buscarnos un público, a pedir aplausos incluso para las acciones más nobles y santas, de las que hoy nos ha hablado el evangelio: la solidaridad diligente con los que se encuentran en necesidad, la oración, la mortificación.
Esta «comedia» —hipócrita significa también actor— es, sin embargo, impiedad, según la Biblia. ¿Por qué actúas? ¿Por quién lo haces? Jesús hoy nos enseña que hay alguien que siempre nos mira y ve en lo secreto de nuestras acciones, aunque no con la mirada sin piedad de un juez omnipresente, sino con una mirada infinitamente piadosa de Padre que nos quiere humildes y auténticos. Cuando rechacemos la tentación de buscar una «recompensa» para nuestra presunta bondad y persigamos de manera gratuita la gloria de Dios y el bien de los hermanos, entonces se nos dará la verdadera recompensa: la comunión con el Señor, una recompensa que nunca podremos exigir. Entonces florecerá en nuestro corazón el don de la oración filial: Padre nuestro... Entonces madurará en nosotros el fruto de una vida fraterna: el perdón.
Comentario del Santo Evangelio: Mt 6,1-6.16-18, de Joven para Joven. El Padre te recompensará.
Contexto histórico. Jesús sigue contraponiendo el espíritu y el estilo de su proyecto de vida al de los escribas y fariseos. No bastan sólo las buenas obras; es necesario el buen corazón al realizarlas. Jesús alerta sobre la hipocresía en que han incurrido los escribas, los fariseos y el pueblo contagiado por ellos. “Todo lo hacen para llamar la atención” (Mt 23,5). Es preciso realizar el bien no buscando la admiración y la estima de los hombres, sino agradar a Dios y servir a los demás. Jesús lo aplica a las prácticas religiosas más importantes del judaísmo: la limosna, la oración y el ayuno.
A la limosna se le daba una cierta publicidad para obligar a los bienhechores a mantener sus promesas y despertar la emulación. Por eso se había generalizado la costumbre de anunciar en las reuniones y en las calles cualquier limosna importante. “Tocar la trompeta” es una metáfora que significa publicarlas. A ello contrapone Jesús: Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha”.
La misma consigna de la discreción establece Jesús con respecto a la oración. Los sacrificios en el templo iban acompañados de oraciones públicas. Cuando llegaba la hora de la oración, quienes no habían acudido a la sinagoga la hacían en las calles en voz alta. Esto se prestaba a la ostentación, sobre todo porque se admiraba a aquellos que podían recitar de memoria largas oraciones. Frente a este teatro, Jesús invita a la oración secreta que nadie conoce más que el Padre.
Con respecto al ayuno, la Ley lo prescribía sólo en el gran día de la purificación del comienzo del año según el calendario judío. En este día estaba prohibido hasta lavarse. Se invitaba a los judíos devotos a ayunar dos veces a la semana (Lc 18,12). El hecho de aparecer desgreñados y con la cara compungida era una forma de dar a entender su condición de persona piadosa. Jesús les llama “farsantes” a los que actúan para “aparentar” e invita al que ayuna a estar con la cara lavada, alegre y con la cabeza perfumada como en los días de fiesta para que sólo el Padre celestial se percate del ayuno.
“No nos dejes caer en la tentación” Vivir para la galería es una tentación que nos acosa tercamente. Por eso, cuando no se encuentra el reconocimiento esperado, la persona se siente desencantada y lamenta: “No saben reconocer lo que uno ha hecho”. Con gran realismo, afirmaba el cardenal Daniélou: “Habitualmente nos domina la preocupación de agradar a los hombres, interesándonos por mejorar la imagen que los otros pueden tener de nosotros. Sin embargo, nos preocupamos poco de lo que somos a los ojos de Dios, y por esta razón nos saltamos con frecuencia lo que sólo Dios ve: la oración oculta, las obras de caridad secretas, y ponemos mayor empeño en lo que, aunque lo hagamos por Dios, va implicada nuestra reputación. Llegar a una total sinceridad, esto es, a obrar bien, lo mismo si no nos ven que si nos ven, significa llegar a una perfección altísima”.
Jesús alerta contra el peligro de buscar insensatamente con nuestras acciones el humo del incienso. Esto constituiría al hombre en puro actor de teatro, en un pobre payaso. Pero, además de la vanagloria, hay otras motivaciones egoístas que pueden degradar nuestro quehacer: el interés, sea económico, social o cualquier otra forma de gratificación que no sea la alegría de dar (Hch 20,35); actuar por mera obligación, por mero cumplimiento por quedar bien, “porque todos lo hacen y no voy a hacer el raro”, por comodidad.
Otra de las influencias que nos tienta tercamente es el hedonismo: poner como motivo determinante de nuestra actividad el “me gusta”, “lo paso muy bien”, “me Va mucho”. No se trata de caer en el maniqueísmo renunciando a toda satisfacción como si fuera pecaminosa. Es mejor hacer las cosas “con gusto”, pero no meramente “por gusto”, como motivación última. También la rutina devalúa el valor divino y humano de nuestras acciones.
“Sí no tengo amor, no soy nada” Jesús alerta: Quienes actúan impulsados por motivaciones egoístas “recibieron ya su paga”. El olor de un poco de incienso, el sonido halagador de unos aplausos o de unas palabras lisonjeras, un simple gesto de admiración... son su paga. Sería una pena que tanto esfuerzo y sacrificio tuvieran Una recompensa tan insignificante, de forma que, después de todo, uno estuviera vacío por dentro. Es cuestión de sensatez elemental no echar en saco roto los numerosos gestos y acciones en todos los ámbitos de nuestra vida. Quizás el Señor nos conceda muchas horas de servicio a los demás, de duro trabajo bajo el sol. Tal vez hayamos Perdido muchas en el pasado; ojalá no nos suceda lo mismo en el futuro.
Estamos ante un mensaje trascendental, ya que su vivencia es lo que define el valor de nuestras tareas y de nuestra vida. La intención es lo que vale. Ya puedo dar mi fortuna en limosnas, ya puedo dedicarme a evangelizar con una entrega como la de Pablo o la de Francisco Javier, ya puedo dar todos mis bienes en limosnas... si lo hago por figurar, porque me lo agradezcan, por cumplir, porque no tengo más remedio, por rutina y sin amor, no me sirve de nada (cf. 1 Co 13,1-2). La vida vale por sus motivaciones. El Reino no es una empresa en la que cuentan únicamente las unidades de producción. El amor ha de ser la motivación básica que nos impulse a actuar.
¿Qué motivaciones concretas impulsaron a Jesús, María, Pablo, a los santos en su quehacer? Es evidente que Jesús actúa para complacer al Padre sirviendo a sus hermanos, proporcionándoles una vida más plena y feliz. Para ello implanta el Reino, el proyecto de una Sociedad fraterna. Ésta ha de ser también la intencionalidad de sus discípulos: crecer y ayudar a crecer. No podemos incurrir en el maniqueísmo de pensar que las acciones son enteramente buenas o enteramente malas. No, las acciones salen de nosotros como el metal precioso de la mina: con ganga. Por eso, es preciso estar en constante proceso de purificación, para lo cual hay medios eficaces: realizar cabalmente lo que hacemos, no por capitalizar ahorros espirituales, sino porque sólo lo que nace del amor personaliza, ayuda a crecer, es “vida” acumulada; lo contrario es perder la vida miserablemente.
Elevación Espiritual para este día.
Si la puerta está abierta a los desvergonzados, a través de ella irrumpen dentro las cosas externas en bandadas y molestan a nuestra interioridad. Todas las cosas situadas en el tiempo y en el espacio se introducen a través de la puerta, es decir, a través del sentido exterior, en nuestros pensamientos y con la confusión de las distintas imaginaciones nos molestan mientras oramos. En consecuencia, es preciso cerrar la puerta, esto es, resistir al sentido exterior, a fin de que la oración procedente del espíritu se eleve al Padre, porque ésta se desarrolla en lo profundo del corazón, cuando oramos al Padre en lo secreto. «Y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará.» La enseñanza, del Señor, debía terminar con una conclusión como ésta. En efecto, Cristo, no nos exhorta a orar, sino a cómo debemos orar; y, antes, no a que hagamos limosna, sino que nos habla de la intención con la que debemos hacerla. De hecho, ordena purificar el corazón, y sólo lo purifica el único y sincero anhelo de la vida eterna con un amor único y puro de la sabiduría (Agustín, El sermón del Señor en el monte, 2, 3, 11).
Reflexión Espiritual para el día.
Esta justicia mejor de los discípulos no debe ser un fin en sí mismo. Es preciso que esto se manifieste, es preciso que lo extraordinario se produzca. pero... cuidad de no hacerlo para que sea visto.
Es verdad que el carácter visible del seguimiento tiene un fundamento necesario: la llamada de Jesucristo, pero nunca es un fin en sí misma; porque entonces se perdería de vista el mismo seguimiento, intervendría un instante de reposo, se interrumpiría el seguimiento y sería totalmente imposible continuarlo a partir del mismo lugar donde nos hemos detenido a descansar, viéndonos obligados a comenzar de nuevo desde el principio. Tendríamos que caer en la cuenta de que ya no seguimos a Cristo. Por consiguiente, es preciso que algo se haga visible, pero de forma paradójica: cuidad de no hacerlo para ser vistos por los hombres. «Brille vuestra luz ante los hombres... » (5, 16), pero tened en cuenta el carácter oculto. Los capítulos 5 y 6 chocan violentamente entre sí. Lo visible debe ser, al mismo tiempo, oculto; lo visible debe, al mismo tiempo, no poder ser visto.
Sin embargo, ¿quién puede vivir haciendo lo extraordinario en secreto? ¿Actuando de tal forma que la mano izquierda no sepa lo que hace la derecha? ¿Qué amor es el que no se conoce a sí mismo, el que puede permanecer oculto a sí mismo hasta el último día? Es claro: por ser un amor oculto, no puede ser una virtud visible, un hábito del hombre.
Esto significa: cuidad de no confundir el verdadero amor con una virtud amable, con una «cualidad» humana. En el verdadero sentido de la palabra, es el amor que se olvida de sí mismo. Pero, en este amor olvidado de sí mismo, es preciso que el hombre viejo muera con todas sus virtudes y cualidades. En el amor olvidado de sí, vinculado sólo a Cristo, del discípulo, muere el viejo Adán. En la frase «que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha», se anuncia la muerte del hombre viejo.
El rostro de los personajes y pasajes de la Sagrada Biblia: 2P 3, 12-15a. 17-18. La vida moral
La venida del Señor puede ser apresurada, para que aparezcan los cielos nuevos y la tierra nueva donde reine la justicia. Estas afirmaciones eran las conclusivas de la sección anterior y no nos detenemos en ellas (ver el comentario a 3, 8-14).
La fundamentación de la esperanza cristiana da pie a nuestro autor para las exhortaciones en orden a llevar una vida moral ajustada a lo que el cristiano espera. Esta gran esperanza debe dar ánimo y fuerzas al creyente para llevar una vida sin mancha en un mundo manchado, para evitar todo aquello que les puede impurificar. Esto logrará en su conciencia la paz; y esta paz les dará seguridad para poder presentarse con tranquilidad ante el juicio de Dios.
La preocupación que había surgido entre los cristianos por el aplazamiento o retraso de la segunda venida de Cristo no debían entenderla, por tanto, como despreocupación de Cristo por sus fieles. Más bien lo contrario. Este aplazamiento debe ser interpretado desde el mismo deseo, por parte de Dios, de salvarlos. Es la misma doctrina del apóstol Pablo, a quien nuestro autor cita sin referirse a ninguna de sus cartas en particular.
Al final de la carta son mencionados los «rebeldes», ante cuyo error deben estar en guardia. Esta carta, así como las de Pablo, deben proporcionarles la enseñanza sólida de la que no deben apartarse, ni dejarse seducir por los libertinos. Una amonestación que nace de la peligrosidad del error. Pero la exhortación a permanecer en la doctrina y en la recta enseñanza es insuficiente. Se requiere, como más eficaz, el crecimiento en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Un crecimiento espiritual (1Pe 2, 2) en la gracia, que es el principio de todos los demás dones espirituales y un conocimiento mayor de Jesucristo (1, 2-3. 8), que les lleve a descubrir su verdadera naturaleza. Este conocimiento les dará la seguridad frente a las doctrinas esparcidas por los gnósticos. +
Copyright © Reflexiones Católicas.

No hay comentarios:
Publicar un comentario