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sábado, 31 de julio de 2010

CAMINO MISIONERO31/07/2010

  • Tomad, Señor y Recibid...
  • Un test de confianza de Ignacio de Loyola
  • RICOS ANTE DIOS
  • NECIO ES QUIEN CONFUNDE EL TENER CON EL SER
  • XVIII Domingo del Tiempo Ordinario (Lucas 12. 13-21) - Ciclo C: Voz del verbo contestar
  • Una Iglesia en un granero
  • ALGO MAS QUE UN SISTEMA
  • 31 de Julio: Día de San Ignacio de Loyola
  • Evangelio Misionero del Dia: 31 de Julio de 2010 - SEMANA XVII DURANTE EL AÑO
  • Lecturas y Liturgia de las Horas: 31 de Julio de 2010
Posted: 30 Jul 2010 08:28 PM PDT

"Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad,
mi memoria,mi entendimiento y toda mi voluntad;
todo mi haber y mi poseer.
Vos me disteis,a Vos, Señor, lo torno.
Todo es Vuestro:disponed de ello según Vuestra Voluntad.
Dadme Vuestro Amor y Gracia,que éstas me bastan. Amén."

SAN IGNACIO DE LOYOLA
Blog católico de oraciones y reflexiones pastorales sobre la liturgia dominical. Para compartir y difundir el material brindado. Crremos que Dios regala Amor y Liberación gratuita e incondicionalmente.
Posted: 30 Jul 2010 08:10 PM PDT


Hoy celebramos la fiesta de San Ignacio de Loyola. Hay un episodio en su vida, cuando decide embarcarse a Tierra Santa para seguir incluso “in situ” a Jesús de Nazaret que es muy revelador, pues él mismo, en la radicalidad de su seguimiento se hace un test del grado de su confianza en Dios. Una pregunta muy pertinente para el mundo en que vivimos hoy-

Lo cuento así en mi novela histórica El caballero de las dos banderas:

Pero lo que obsesionaba por entonces al peregrino era embarcarse cuanto antes hacia Tierra Santa. Con frecuencia se le veía en el puerto sentando en los cordelares perdiendo su mirada más allá de las jarcias y velámenes y preguntando a marineros y contramaestres si alguna nave zarparía pronto y podría llevarle a Italia, donde sacar el necesario salvoconducto para Jerusalén.

Un día le dijo Íñigo a Isabel:

–¡Mañana parto rumbo a Italia, Isabel!

–¿Qué decís? ¿Acaso tenéis ya pasaje?

–Si, lo acabo de concertar con un bergantín armado, que zarpa en seguida.

–¿Un bergantín? De ninguna manera, Íñigo. Eso es una locura. No lo consentiremos. No iréis sino en un navío mayor.

Íñigo cedió ante las insistencias de Isabel. Y, azares de la vida o mano de la Providencia, sucedió que el bergantín apenas salido de puerto, zozobró y se hundió con toda su tripulación y sus pasajeros.

Mientras esperaba algún otro barco, no faltaban algunos conocidos que se le ofrecían para acompañarle en el viaje, pero él se negaba una y otra vez.” Y aunque se le ofrecían algunas compañías, –relata– no quiso ir sino solo; que toda su cosa era tener a solo Dios por refugio. Y así un día a unos que le mucho instaban, porque no sabía lengua italiana ni latina, para que tomase una compañía, diciéndole cuánto le ayudaría, y loándosela mucho, él dijo que, aunque fuese hijo o hermano del duque de Cardona, no iría en su compañía; porque él deseaba tener tres virtudes: caridad y fe y esperanza; y llevando un compañero, cuando tuviese hambre, esperaría ayuda dél; y cuando cayese, que le ayudaría a levantar; y así también se confiara dél y le tendría afición por estos respectos; y que esta confianza y afición y esperanza la quería tener en solo Dios. Y esto, que decía de esta manera, lo sentía así en su corazón. Y con estos pensamientos él tenía deseos de embarcarse, no solamente solo, mas sin ninguna provisión. Y empezando a negociar la embarcación, alcanzó del maestro de la nave que le llevase de valde, pues que no tenía dineros, mas con tal condición, que había de meter en la nave algún biscocho para mantenerse, y que de otra manera de ningún modo del mundo le recibirían”.

Aquí se le volvió a presentar el problema de los escrúpulos. Si llevaba el “biscocho” o alimento consigo, ¿dónde quedaba la confianza en Dios? De modo que se determinó a acudir al confesor.

–Mi deseo es seguir a nuestro Serñor, padre –le dijo–, y hacer todo a mayor gloria de Dios. Pero si llevo conmigo mantenimiento, no pondré en Él mi confianza.

El confesor le miró sonriendo.

–Dejaos de escrúpulos. Yo os autorizo que pidáis lo necesario y lo llevéis con vos, como os ha exigido el maestro de la nave.

Aquella misma tarde se dirigió a una señora que solía socorrerle y le pidió que le diera para alimentarse durante el viaje. Esta, con extrañeza, le preguntó:

–¿Pero hacia dónde os queréis embarcar, hombre de Dios?

Íñigo dudó. “Si digo Jerusalén, me va a dar vanagloria”, por lo que respondió:

–A Italia y Roma voy, señora mía.

La dama frunció el ceño.

–¿A Roma queréis ir? ¡Pues los que van allí no sé como vienen!

Y explica Íñigo:”Queriendo decir que se aprovechaban en Roma poco de cosas de espíritu”. Es decir que ya no gozaba por entonces Roma fama de ser precisamente un espejo de virtudes cristianas.

A mi rubio caballero le quedaba tal temor a la vanagloria que ocultaba su nombre, la familia a la que pertenecía y la tierra de donde procedía, cuando alguien se lo preguntaba. Otra avispada mujer, a la que pidió ayuda para el viaje, le miró las manos y la distinción que siempre conservaría en su rostro y le espetó:

–Cierto que parecéis un mal hombre, cuando así andáis por el mundo. Mejor fuera tornaros a casa, en vez de ir vagando por ahí como un perdido.

–Bien decís, buena señora, que no soy otra cosa–respondió Íñigo.

La mujer quedó tan impactada con la respuesta que le dio pan, vino y otras cosas para el viaje.

De modo que al final se hizo con su biscocho y se presentó en el puerto, que no era más que una playa con un embarcadero, dispuesto a zarpar en torno al día de san José. “Mas hallándose en la playa con cinco o seis blancas, de las que le habían dado pidiendo por las puertas (porque de esta manera solía vivir), las dejó en un banco que halló allí junto a la playa”.

Así, sin blanca, desde cubierta contempló cómo se empequeñecían las casas de Barcelona, donde había permanecido poco más de veinte días, intentando buscar inútilmente personas espirituales con las que conversar. Un ansia que se le apaciguó desde entonces. Se pasaba el día “en continua oración, ora sobre cubierta, o en los sitios más bajos y solitarios de la nave” y se limitaba a una sola refección, la del medio día, quedándose todas las noches sin cenar. Así lo comprobó con sus propios ojos el mozo del quince años Gabriel Perpiña, que con los años llegaría a ordenarse de presbítero. A veces se metía en la sentina con un calor sofocante, mientras fuera los soldados borrachos alborotaban toda la noche. Cuando estos callaban, subía a cubierta y miraba las estrellas o la luna rielando sobre las olas, mientras su alma se perdía, al cerrar sus ojos, en un mar más anchuroso aún.

(De El caballero de las dos banderas, ed. Mz. Roca)
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Posted: 30 Jul 2010 07:45 PM PDT

XVIII Domingo del Tiempo Ordinario (Lucas 12. 13-21) - Ciclo C
Por José Enrique Galarreta

Este pasaje evangélico nos da la oportunidad de tener una visión global del mensaje de Jesús sobre el dinero. Este mensaje se puede concretar en tres aspectos.

En primer lugar, el texto de hoy hace un planteamiento básico, colocando el dinero en la perspectiva correcta de cualquiera de los bienes (talentos o sucesos) de la vida humana: si el dinero tiene valor de cara a la vida definitiva, tiene valor: si no lo tiene o la perjudica, no tiene valor o es un peligro. Hay que destacar la radicalidad del sentido escatológico de Jesús. Es la vida definitiva la que marca los valores, y solamente ella.

Esta doctrina se ve expresada en las sentencias cortas recogidas en el Sermón del Monte:
"No acumuléis riquezas aquí, donde roe la polilla y roban los ladrones; acumulad riquezas para el cielo".

Y más radicalmente:
"Si tu ojo o tu mano te estorba para la vida eterna, córtatelos...".

La concreción positiva de esta doctrina la encontraríamos en la parábola de los talentos. El dinero es algo que Dios nos ha confiado; se espera de nosotros una administración correcta...

En segundo lugar, la parábola del Rico Epulón y el pobre Lázaro muestra un giro violento, mucho más exigente. Se trata del que pervierte la finalidad del dinero, usándolo solamente para su propio disfrute y produciendo con ello la desgracia de otros. Es el dinero pervertido en su fin y la falta de com-pasión.

La postura de Jesús no puede ser más violenta ni más radical. Pocas veces en los evangelios encontramos una condena tan dura; se recurre a toda la simbología tradicional de la condenación para siempre, con llamas y tormentos incluidos.

La base de esta doctrina se encuentra sin duda en la parábola del juicio final. El "a mí me lo dejasteis de hacer" es la sentencia definitiva y su fundamentación: puesto que solamente podemos servir a Dios en sus hijos, abandonar a sus hijos es rechazar a Dios.

En tercer lugar, Jesús toma postura de manera muy inquietante hablando del dinero en relación con El Reino. "Qué difícil es que los ricos entren en el reino de Dios: le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino".

Hasta aquí tratábamos de salvar o tirar la vida; ahora tratamos de seguir a Jesús, de aceptar la misión. Aquí se trata ya de la consagración al Reino; todo para el reino: las cualidades, el tiempo, lo que se posee...

Y es aquí cuando Jesús habla de la riqueza como peligro, como droga. La escena en que todo esto se personifica es la del joven rico: muy buena persona, buen cumplidor de sus obligaciones; daría sin duda abundantes limosnas, pero no va a entrar en el Reino; es demasiado rico.

Hagamos todavía algunas reflexiones.

Leamos correctamente la historia: durante siglos, la apariencia de la iglesia ha sido de riqueza. La Iglesia ha sido más bien la jerarquía y las clases altas y poderosas. Y cuando se producen las grandes revoluciones obreras, la clase obrera en masa se aparta de la Iglesia mientras la burguesía acomodada permanece en la Iglesia.

¿Qué ha pasado con el evangelio? ¿No debería ser al revés?

Incluso hoy se siguen haciendo afirmaciones tales como "la opción preferencial por los pobres". ¿Pueden los pobres hacer una opción preferencial por los pobres? ¿Por qué se puede hacer, de forma tan descarada, esta afirmación, dejando claro que los que hacen esa opción son ricos?

Occidente es rico: y por eso no puede entrar en el Reino. Occidente ha perdido el sentido de la austeridad, se ha instalado en esta vida para disfrutar de ella lo más posible. Su verdadero dios es la vida cómoda, cuando no el puro consumo.

La iglesia de Occidente “subsiste” solamente en comunidades o personas muy marginales poco contagiadas del nivel de vida general.

A este occidente sólo le puede salvar la com-pasión. La constante presencia de noticias e imágenes sobre las atroces necesidades del mundo son la Palabra de Dios más urgente que recibimos. Responder a esa Palabra, sin embargo, suele limitarse a darles algo de lo que nos sobra (¡¡ ni el 0'7 % !!). Solucionamos un poco de sus necesidades y tranquilizamos la conciencia, pero seguimos adorando al mismo dios: vivir lo mejor posible.

La situación de Occidente (el Norte, el Primer Mundo... como se quiera decir) se ve atacada por los tres posicionamientos del evangelio:
desde luego, de entrar en el Reino, nada.
mucho, muchísimo de acumular aquí, donde roe la polilla
y la parábola del rico Epulón que nos toca muy de cerca: con lo que consumimos y tiramos no solamente embotamos nuestro espíritu sino que creamos la miseria del resto del mundo y destruimos el planeta. Este debe ser un tema de permanente concienciación en la iglesia.
Viviendo como vivimos, ¿cómo podremos acercarnos a comulgar con Jesús, con Jesús crucificado al que nosotros crucificamos?.

¡Qué estupenda frase termina el evangelio de hoy! "Ser rico ante Dios".

Nos invita sin duda a una inversión de valores en nuestra manera de considerar a las personas y a nosotros mismos. Admiramos y respetamos la salud, la juventud, la fama, el dinero, el poder, la popularidad. Las revistas y los programas de radio o tele que se dedican a la vida social se hartan de exhibir estos ídolos. El empresario triunfador, el cantante del momento, el artista de cine, el personaje popular sin más... tantos y tantos y tantos, que encarnan al "rico ente el mundo".

¿Quiénes son "ricos ante Dios"? ¿Con qué ojos mira Dios a todos esos "ricos"? Sin duda con una enorme compasión, como se mira a un hijo tonto; con una enorme preocupación, como se mira al hijo atolondrado de incierto futuro; con una enorme angustia, como se mira al hijo cruel que produce daños irreparables a los demás.

Debemos pedir los ojos de Dios para valorar a las personas, a los ídolos, a los modelos.

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Posted: 30 Jul 2010 04:53 PM PDT

XVIII Domingo del Tiempo Ordinario (Lucas 12. 13-21) - Ciclo C
Por Enrique Martínez Lozano

Parece que, también entonces, las herencias suscitaban problemas y enfrentamientos. Y alguien, que debió sentirse perjudicado, acudió a pedir la mediación de Jesús para conseguir un mejor reparto.

En la respuesta de Jesús, destaca su libertad frente a ese tipo de cuestiones. No sólo porque corta la petición por lo sano, sino por la parábola que narra a continuación. Ni él se considera “árbitro” de cuestiones personales, ni está atrapado por la codicia. Lo que escuchamos en él es la enseñanza de un maestro desegocentrado que quiere mostrar el camino de la verdadera “riqueza”.

Para entender la parábola de Jesús, quizás sea bueno tener en cuenta la idea que se tenía sobre las riquezas en el mundo mediterráneo del siglo I.

Bruce J. Malina, uno de los pioneros en el estudio del contexto social del evangelio –estudios que tanto se han desarrollado recientemente-, viene a decir que el deseo de riquezas no estaba mal visto, siempre y cuando no se descuidara la atención a los más desfavorecidos. Porque, según él, aquella idea sobre la riqueza se apoyaba en dos presupuestos:
1) la riqueza se hace a costa de otros;
2) la riqueza tiene un gravamen a favor de los necesitados.

Esto es justamente lo que, en un primer nivel, parece estar detrás de la parábola de Jesús. Lo primero que se reprocha al protagonista de la misma es que “amasa riquezas para sí”. De hecho, todo el relato insiste machaconamente en el uso de pronombre personal y adjetivos posesivos: “mío”, “mi”…

Y es ahí, en ese “mi”, donde radica el engaño. Porque, como el yo, es una ficción. Por eso –como dirá el propio Jesús en otro lugar-, quien vive para él, pierde la vida: es el mismo mensaje de esta parábola. Quien vive para el yo (“amasa riquezas para sí”), no es “rico ante Dios”.

Ser “rico ante Dios” no significa “hacer méritos”, que luego El recompensaría; no es el sueño egótico de querer “comprar el cielo a plazos”, ni de acumular acciones en la contabilidad divina. Todas esas ideas del mérito y de la recompensa pertenecen a una mentalidad religiosa mítica.

Ser “rico ante Dios” significa, más bien, descubrir nuestra identidad profunda, identidad unitaria y compartida, a salvo de ladrones, enfermedades y muerte. La identidad por la que nos experimentamos ya en el “cielo”, la Presencia divina que somos y en la que somos.

Pero, ¡cómo nos cuesta reconocerla! La identificación con el yo es tan fuerte que parece que no supiéramos vivir sin, a cada paso, decir “mío”.

Sabemos que los motivos son varios y poderosos: colectivamente, vivimos en la etapa de la identidad egoica; el yo, para tener la sensación de existir, necesita “apropiarse” de todo lo que llega a él; esa apropiación (decir “mío”) otorga una sensación de identidad y de seguridad… Tomar distancia es una tarea ardua. Y, sin embargo, nos va la Vida en ello.

Como señala Eckhart Tolle, empezamos identificándonos con las cosas (“mi” juguete, “mi” casa, “mi” coche”…), creyendo encontrarnos en ellas, pero casi siempre acabamos perdiéndonos.

Es lo mismo que muestra la parábola de Jesús: aquel hombre rico empezó identificándose con su cosecha, creyendo de ese modo asegurar su vida y, por fin, encontrarse en un estado satisfactorio. La realidad, sin embargo, era bien otra.

De ahí, que la palabra que le dirigen no pueda ser más adecuada: “Necio”. Del latín “nescio”, que significa literalmente: “no sé”. Necio es el que no sabe lo que hace, el que vive perdido y ofuscado en la ignorancia y, en último término, en la inconsciencia. Eso es vivir identificado con el yo, en el pensamiento de que ésa es nuestra verdadera identidad.

El yo es una ficción y todo aquello de lo que podemos decir “mío” es sólo un objeto. Quien se aferra a ellos es sólo el yo. Sin embargo, la pérdida de esos “objetos” no nos hace disminuir nada en quienes somos. Quien se reconoce como la Presencia transpersonal (“vive para Dios”) se siente y se sabe “pleno”: no le falta nunca nada.

El engaño –la “necedad” o inconsciencia- proviene del hecho de que el yo confunde el “tener” con el “ser”. Cualquier luz que podamos poner en ello nos irá ayudando a crecer en desidentificación, libertad y Plenitud.

Para empezar, puede ser útil reconocer que no eres lo que tienes y, de ese modo, ir estableciendo una distancia entre el yo y Quien es capaz de observarlo. Podemos así comenzar por tomar conciencia de los apegos que vivimos y de la facilidad con que nos reducimos a ellos. Eso nos da la medida de nuestra identificación con el yo, la medida de nuestro ego.

Al tomar conciencia de que el llamado “yo” es en realidad un “objeto” de tu observación –algo que puedes observar-, irá abriéndose paso la cuestión sobre tu verdadera identidad.

Para avanzar en ese camino, no te busques como “yo”. Más bien, hazte consciente de ese estado de Presencia “no personal” (en realidad, no egoico), en el que todo, sencillamente, ocurre. Pero si te sigues buscando como “yo”, nunca podrás trascender el estadio “personal” (mental).

Nos hallamos en un momento de la evolución de nuestra especie en el que la identificación con lo “personal” es intensa, hasta el punto de que parece que no haya otro valor por encima del “yo” o del individuo. (Raimon Panikkar ha escrito que la creencia de que la individualidad es el mayor valor constituye uno de los mitos de la cultura occidental).

Pero antes de esta etapa, la conciencia era –se si puede hablar así- prepersonal, en un estado cuasi-fusional con el entorno, similar al que vive el bebé en el primer periodo de su existencia.

Según muchos indicios, parece que estamos en el umbral de una etapa transpersonal. Venimos a descubrir que aquello que constituía el primer valor para el yo –la individualidad- es sólo una “identidad transitoria”. Por ello, permanecer anclados en ella, es perpetuar la ignorancia y el sufrimiento.

Y así como en el estadio personal, no podíamos reconocernos sino como yoes individuales –el propio “personalismo”, en todas sus facetas, se inscribe aquí-, en esta nueva etapa habremos de aprender a encontrarnos, no como “yo”, ni siquiera como “personas”, sino en la Conciencia transpersonal, que no es otra cosa que la Presencia, la Realidad una no-dual, el Ser inobjetivable, que constituye todo lo que es.

Soy consciente de que todo esto produce resistencias fuertes en quienes provienen de una tradición personalista, tanto filosófica como teológica. Y comprendo que sea así para quien vivió convencido de que no había otro valor por encima de lo personal. A fin de cuentas –vienen a decir-, si quitas lo personal, ¿qué queda del ser humano? Más aún, ¿a qué se reduce Dios?

Hace falta experimentarlo. Entonces descubres que, no sólo no se pierde nada valioso, sino que todo queda enriquecido. Mientras vivimos para el “yo personal”, seguimos “amasando riquezas para sí”. Cuando accedemos al nivel transpersonal, “somos ricos en Dios”, Dios mismo es nuestra riqueza, porque es nuestro Ser más profundo.

www.enriquemartinezlozano.com
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Posted: 30 Jul 2010 04:20 PM PDT


- Vaciedad sin sentido, dice el Predicador, vaciedad sin sentido; todo es vaciedad... (Ecl 1,2; 2,21-23).
- ...Buscad los bienes de allá arriba... Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra... (Col 3,1-5.9-11).
- ...Guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes... (Lc 12,13-21).


Un libro de ruptura

Alguno, con evidente alivio, ha establecido que se ha terminado el tiempo de la contestación.

Y, sin embargo, la palabra de Dios en este domingo (¡y no solamente hoy!) aparece decididamente contestataria.

Las tres lecturas no hacen otra cosa más que contestar: costumbres, mentalidades, comportamientos, previsiones.

Comienza Qohelet, o Eclesiastés, o Presidente de la asamblea (o también, como prefiero, «uno de la asamblea», «uno que tiene algo que decir en la asamblea»), con su libro de ruptura -quizás un poco injustamente descuidado por la tradición cristiana- escrito alrededor de doscientos cincuenta años antes de Cristo, que nos echa encima puñados de inquietudes, interrogantes angustiosos, críticas radicales.

Es demasiado cómodo liquidar esa lava incandescente como producto de un incurable pesimista.

Con agudeza da en el blanco B. Maggioni cuando ofrece esta interpretación: «Entre la creencia en la justicia sobre la tierra, que es rechazada, y la creencia en la justicia después de la muerte, que no ha sido todavía vislumbrada, la fe pasa a través de una crisis.

Qohelet es un libro de crisis... un libro de transición...». Y puede convertirse, precisamente a través de la demolición despiadada de cómodas sistematizaciones filosóficas y teológicas, en la denuncia descarnada de todas las contradicciones, en una transición, en un paso obligado hacia una fe auténtica (aunque el autor permanezca como testigo en la vertiente de la negación, de la demolición de las construcciones postizas, y no esté dispuesto a ofrecer una nueva síntesis).

Es necesario tener presente la pregunta de fondo en torno a la cual gira todo el libro: ¿qué sentido tiene la vida?

«Vaciedad» es su respuesta. «Todo es vaciedad», martillea en cada página.

Vaciedad es la primera y la última palabra de este libro contestario. La palabra hebrea hebel (de la que se deriva Abel) indica soplo (soplo que pasa de prisa y se apaga inmediatamente), vapor que se desvanece rápidamente, humo que se disipa.

Consiguientemente una realidad furtiva, pasajera, de escasa consistencia.

Alguno -como Barucq- traduce absurdo (pero peligra caer en una categoría filosófica).

Algún otro -como Maillot- prefiere fragilidad.

No estamos en el campo de la no-realidad. La existencia es real, pero sus construcciones -y antes todavía los proyectos de los hombres y los esfuerzos para realizarlos- no son sólidas, sino frágiles. Viento, precisamente.

La sombra de la muerte planea sobre el libro desde la primera página, y parece una gélida ala que envuelve el universo entero. Entre los otros, Qohelet presenta un ejemplo concreto de vaciedad: un hombre trabaja toda la vida, pasa las noches insomnes, se somete a sacrificios inenarrables, se afana para realizar algo duradero. Frente al vencimiento obligado de la muerte podría consolarse con el pensamiento de dejar algo «sólido», importante, que los otros apreciarán y custodiarán.

Nada de esto. ¿Quién puede prever si el sucesor será cuerdo o estúpido? Existe el riesgo de que un heredero necio, y que no ha puesto ni siquiera una gota de sudor, disipe en poco tiempo lo que se ha acumulado con tanto esfuerzo.
Así, no sólo se olvida inmediatamente lo que uno ha sido, sino que se destruye lo que uno ha hecho.

También el trabajo -realizado con inteligencia, pasión, fantasía, habilidad- está bajo el signo de la vaciedad.


Jesús contestatario

Jesús, en la página de Lucas, contesta en primer lugar la tarea de árbitro que uno quería asignarle en una controversia de herencia (¡he ahí una sorprendente conexión con la inquietud de Qohelet!).

Su misión se coloca en un nivel distinto al de las disputas mezquinas vinculadas a intereses económicos.

Dios -aunque con frecuencia se ha pretendido esto de él- no es el guardián, ni el supra-policía de las cajas fuertes o de los «recintos» que se querrían considerar los más sagrados del templo.

Cristo ha venido para hacernos descubrir que Dios nos ama, para darnos el mandamiento del amor mutuo, no para establecer quién tiene razón y quién sinrazón entre dos hermanos que riñen y se despedazan por un puñado de dinero.
El enseña a compartir, y no puede ser demandado como testigo «neutral» entre gente entrenada en hacer valer los propios derechos. Y tenemos todavía a Jesús contestario severo de los pensamientos y proyectos del «rico necio». El soliloquio complacido de éste es interrumpido bruscamente por un juicio sin apelación: «¡Necio!».

El inventario de su fortuna, los planes de ampliación de los graneros, las consideraciones acerca del «tranquilizador» estado de salud de su hacienda, las rosadas previsiones de un futuro sin problemas, salpicado de comilonas continuas y bebidas regalonas, van a chocar contra un muro: la noche. Es más, «esta noche».

Frente a la muerte, no podrá presentar esos balances. Las cifras de los beneficios ya no son legibles en esa oscuridad total. En todo caso podrán despuntar otras cifras luminosas (las cifras del ser, de la fraternidad, del don, de la alegría regalada, de la amistad desinteresada, del amor fiel...), que desgraciadamente parece que están ausentes en sus libros contables.

«Esta noche te van a exigir la vida...».

Muchos están preparados para presentar registros perfectos (tanto del tener como del saber, e incluso de los éxitos obtenidos). Lo malo es que se «exige» la vida. Es necesario dar cuenta de la vida, no de aquello que uno ha amontonado. O sea, ¿qué has hecho de tu vida? ¿En qué la has empleado? ¿Qué orientación la has dado?

El rico es estúpido no porque muere. Sino porque equivoca la vida de una manera clamorosa. Y aunque la «noche» fuese desplazada a cien años después, continuaría comportándose como un «necio», o sea no-viviendo.

Jesús, en el fondo, le acusa de no ser bastante previsor. No ha logrado pensar «más allá» de la noche. Agranda los silos, pero no logra ampliar los horizontes, se deja aprisionar en el horizonte terrestre, que termina por sofocarlo.

Jesús ni siquiera condena la riqueza. Simplemente censura a quien hace de ella un ídolo, que termina por sustituir al único Señor; suspende a quien «amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios».

El Maestro no enseña el desprecio de las realidades terrestres. Propone la superación.

Además, contesta, especialmente, la mentalidad corriente según la cual la vida del hombre «depende de sus bienes».

La seguridad no viene de lo que uno ha acumulado, sino de los valores sobre los que ha planteado la propia existencia.

La codicia empobrece al hombre, lo hace menos hombre, menos humano, incluso inhumano y, por último, lo convierte en ciego y por consiguiente desprovisto de la única luz capaz de aclarar la «noche» inevitable.

Es necesario contestar al hombre viejo

También Pablo contesta a quien limita la propia mirada a la contemplación de las cosas de aquí abajo, sin explorar las de allá arriba. E invita al cristiano a contestar radicalmente «al hombre viejo». La experiencia pascual del bautismo permite el nacimiento del hombre nuevo, liberado de todas las idolatrías, capaz de dar la muerte a lo que lleva gérmenes de muerte (placeres egoístas, pasiones insanas, malos deseos, apasionamiento del sexo, «avaricia insaciable»), y de descubrir los verdaderos tesoros.

Hay un pasado con el que romper, un presente que vivir con fe y lucidez, y un futuro de gloria -garantizado por Cristo «sentado a la derecha de Dios»- hacia quien dirigir los ojos atravesando el muro de la «noche».

También resulta significativa la advertencia: «No sigáis engañándoos unos a otros».

El hombre nuevo, como signo de que está en él, escondida, la vida de Cristo, manifiesta la sinceridad, la transparencia (¿quién sabe si en la praxis de cada uno y de la comunidad y de las instituciones, existe esta conciencia clara de que la mentira -pequeña o grande es un producto del hombre viejo, y consiguientemente la prueba de que Cristo aún no ha entrado en nuestra existencia? Todavía hoy se continúa pontificando sobre el post-moderno. Quizás fuese mejor verificar si determinados comportamientos y lenguajes no se colocan en el pre-cristiano...).

Y la frase de la Carta a los colosenses, en relación a nuestro tema, pueda constituir una invitación a no engañar a los otros con una vida no verdadera, no auténtica, aparente.

Nuestra sociedad se presenta, en muchas de sus manifestaciones, como una sociedad de mutua ilusión.

El cristiano rechaza participar y prestarse de alguna manera a este juego de los mutuos engaños.

A quien le pregunta por el camino (aunque sea de una manera implícita), el creyente no puede sino sugerir un horizonte que está «más allá». Más allá de la posesión, del goce desenfrenado, del poder, del saber, del aparecer.

En una palabra, «más allá» del mercado y «más allá» del escenario.

Tema: añadir al menos una palabra... Volvamos al principio.

Qohelet sostiene que todo es vaciedad y nada más que vaciedad. Dado el horizonte en que se ha colocado (no por su culpa, entiéndase bien) tiene que llegar a esta conclusión.

Podría haber conocido la parábola de Jesús sobre el rico necio y las frases que lo preceden, podría al menos haber insinuado una sospecha: «Todo es vanidad, excepto quizás...».

De esta manear hebel no hubiera sido la última palabra, sino la penúltima.

El excepto tenemos que ponerlo nosotros. Lo que más cuenta, y cada uno es invitado a añadir algo después de aquel providencial «excepto» (una especie de eje sutil que permite saltar el abismo de la «noche» abierto de par en par).

Nadie puede hacerlo por nosotros.

Así pues, todo es vaciedad, excepto... Animo, completemos la frase.

No es un deber de la escuela. Es el tema de la vida.
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Posted: 30 Jul 2010 04:04 PM PDT

XVIII Domingo del Tiempo Ordinario (Lucas 12. 13-21) - Ciclo C
Por Clemente Sobrado C. P.

La historieta creo haberla leído en A. De Mello. Bueno, si es de otro, que me perdone. Dos hermanos decidieron repartir la herencia de sus padres que eran agricultores. Uno era soltero y el otro casado. Como buenos hermanos repartieron el trigo apartes iguales.
Pero el soltero pensó: bueno, yo soy soltero y necesito menos que mi hermano que está casado, tiene mujer e hijos. Y así de noche iba y sacaba en un poco de trigo de sus sacos y lo echaba en los sacos de su hermano.
Pero resulta que también el hermano casado sacó sus cuentas. Bueno, yo tengo suficiente, además tengo esposa y tengo hijos, mientras que mi hermano tiene que vivir solo. Y cada noche bajaba al granero y echaba algo de su trigo en los sacos de su hermano. Así pasaron los días hasta que una noche, por esa coincidencias de la vida, los dos se encontraron en el granero haciendo la misma faena. Se sonrieron. Se dieron un abrazo.
La noticia cundió por el pueblo. Cuando murieron los dos hermanos el pueblo decidió levantar en aquel lugar una Iglesia. ¿Qué mejor lugar para una Iglesia que un granero donde en secreto se vivía la caridad y el amor fraterno?

Lo que realmente nos diferencia a los hombres es el corazón y no el montón de trigo que llena nuestros graneros.
Lo que definitivamente nos diferencia a todos es:
Si en vez de pensar en uno mismo pensamos en los demás.
Si en vez de pensar en nuestras necesidades pensamos en las de los otros.
Si en vez de amontonar para nosotros decidimos compartir con los demás.
Si en vez de pensar que yo soy soltero y necesito asegurar mi futuro porque luego no tendré nadie que se preocupe de mí, prefiere cada noche compartir su trigo con el hermano que posiblemente tenga más necesidades hoy.

Es interesante el comentario de Benedicto XVI cuando habla de la justicia y la caridad.
Muchos se imaginan que la caridad solo es un parche a las necesidades de los demás. La caridad es pan para hoy y hambre para mañana.
Y para ello, es preciso acudir a la justicia.
Hoy tiene mejor prensa la justicia que la caridad o el amor.
Pero la justicia es dar a cada uno lo que le corresponde.
En tanto que la caridad va mucho más allá de la justicia. Es compartir de lo nuestro para que el otro tenga más de lo que le toca.

Es necesaria la justicia.
¿Pero será suficiente la justicia sin amor?
Por la simple justicia lo mío es mío, aunque el otro se muera de hambre.
Por la simple justicia el pobre tiene lo que le toca y el rico almacena lo que realmente él sembró.
La justicia puede terminar por ser una “codicia justa”.
En tanto el amor mira mucho más lejos que nuestros propios graneros.
La codicia nos hace exclamar: “hombre, tienes acumulado para muchos años; túmbate, come y bebe u date buena vida”.
En cambio, el amor contempla todo lo que uno tiene, pero inmediatamente se fija en que otros no pueden tumbarse, ni comer ni beber ni darse buena vida, porque viven cada día escuchando la misma música de sus necesidades.
El hombre de la parábola posiblemente era justo. Lo que tenía era suyo. Le pertenecía.
Pero carecía del sentimiento de la solidaridad, del sentimiento del compartir, del sentimiento de amor.
Es la historia de estos nuestros dos hermanos.
Habían repartido con sentido de justicia.
Pero luego el amor de sus corazones les llevó a compartir de lo suyo con el otro en el secreto de la noche.
Hasta que el secreto se hizo día en sus almas, se hizo encuentro fraterno y se hizo sonrisa y se hizo abrazo.

¿Hay mejor lugar para construir una Iglesia que un granero donde la justicia se hace caridad y donde la codicia se hace generosidad?
La Iglesia está llamada a ser justa y a anunciar la justicia.
Pero sobre todo, la Iglesia está llamada a ser el testigo fiel del amor que proclama Jesús en el Evangelio.
Dios es justo. Pero con la justicia que se encierra en el amor.
Dios es justo. Pero Dios es, por encima de todo, amor.
Dios es justo con la justicia del amor “hasta entregar su vida por los demás”.
La justicia no debe hacernos olvidar el amor, como el amor no debe hacernos olvidar la justicia.
¡Qué bueno hubiese sido que la parábola de Jesús terminase: “hombre tienes suficiente, come y bebe y date buena vida, porque hoy todos los hombres tienen lo suficiente para vivir, para comer y beber y vivir una vida digna de su condición humana”.

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Posted: 30 Jul 2010 03:58 PM PDT

XVIII Domingo del Tiempo Ordinario (Lucas 12. 13-21) - Ciclo C
Por José Antonio Pagola

Alguien ha dicho que «todos los hombres somos espontáneamente capitalistas». Lo cierto es que la sed de poseer sin límites no es exclusiva de una época ni de un sistema social, sino que descansa en el mismo hombre, cualquiera que sea el sector social al que pertenezca.

El sistema capitalista lo que hace es desarrollar esta tendencia innoble del hombre en lugar de combatirla y favorecer una convivencia más solidaria y fraterna.

Lo estamos viendo todos los días. El móvil que guía a la empresa capitalista es crear la mayor diferencia posible entre el precio de venta del producto y el costo de producción.

Pero es que este móvil guía la conducta de casi toda la sociedad. El máximo beneficio posible y la acumulación indefinida de riqueza son algo aceptado por la mayoría de los cristianos como principio indiscutible que orienta su comportamiento práctico en la vida diaria.

Por otra parte, el capitalismo, lejos de promover la comunión y la solidaridad, favorece la dominación de unos sobre otros y tiende a crear y reforzar la lucha de clases.

Pero este mismo espíritu lo podemos observar ya en muchos «trabajadores» cuyos ingresos y régimen de gastos en nada ceden a los de los más aventajados capitalistas.

Basta verlos gritar sus propias reivindicaciones ahondando cada vez más el abismo clasista que los separa de sus compañeros (?) en paro.

El replegamiento egoísta sobre los propios bienes, el consumo indiscriminado y sin límites, la lucha implacable por el propio bienestar, el olvido sistemático de las víctimas más afectadas por la crisis, son signos de una posición «capitalista» por muchas confesiones de «socialismo» que puedan salir de nuestros labios.

«El hombre occidental se ha hecho materialista hasta en su pensamiento, en una sobre-valoración morbosa del dinero y la propiedad, del poder y la riqueza».

Se pretende llenar el vacío interior con la posesión de cosas. La codicia y el afán de poder son «drogas aprobadas socialmente».

Es nuestra gran equivocación. Lo ha gritado Jesús con firmeza contundente. Es una necedad vivir teniendo como único horizonte «unos graneros donde poder seguir almacenando cosechas». Es signo de nuestra gran pobreza interior.

Aunque no nos lo creamos, el dinero nos puede empobrecer. Vivir acumulando, puede ser el fin de todo goce humano, el fin de toda alegría de vivir, el fin de todo verdadero amor.

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Posted: 30 Jul 2010 02:49 PM PDT
Patrono de los Ejercicios Espirituales y
Fundador de la Compañía de Jesús
Biografía publicada por Jesuitas.es

Su nombre era Iñigo López de Loyola, que cambió entre 1537 y 1542 por el de Ignacio «por ser más universal», o «más común a las otras naciones». Según la tradición, fue el último de los ocho hijos varones de Beltrán Ibáñez de Oñaz, señor de Loyola, y Marina Sánchez de Licona.

Sobre su fecha de nacimiento oscilaron las opiniones de los contemporáneos. En su epitafio, tras seria deliberación, se fijó su muerte a los 65 años de edad, lo que equivalía a decir que había nacido en 1491. Nada cierto se sabe sobre su primera educación familiar. Su madre debió de fallecer antes de 1506; su madre, poco después de otorgar testamento el 23 octubre 1507. Por estos años, el joven Iñigo se incorporó en Arévalo (Avila) a la familia del contador mayor [ministro de Hacienda] de los reyes, Juan Velázquez de Cuéllar. Allí pasó unos diez años, en los cuales tuvo ocasión de acompañar al contador durante sus viajes a la corte y otros lugares. Con los libros de su protector pudo adquirir una cierta cultura y perfeccionar su escritura, que le mereció ser considerado «muy buen escribano». Tras la caída en desgracia y sucesiva muerte de Velázquez de Cuellar en 1517, su viuda, María de Velasco, se preocupó del porvenir de Iñigo y le dio 500 escudos y dos caballos, para poder dirigirse a Navarra y servir como gentilhombre al virrey, Antonio Manrique de Lara, duque de Nájera. Allí dio muestras de hombre «ingenioso y prudente en las cosas del mundo» y de tener «grande y noble ánimo y liberal», como escribió Juan Alfonso Polanco, sobre todo en dos ocasiones: cuando ayudó a la pacificación de algunas villas de Guipúzcoa, divididas por el nombramiento de Cristóbal Vázquez de Acuña como corregidor, y cuando la villa de Nájera se sublevó contra su señor durante la rebelión de las Comunidades (1520-1522).

Tomó parte en la defensa de Pamplona al ser atacada (1521) por el ejército francés. Incitó a sus compañeros de armas a resistir en el castillo, pero fue herido por una bala que le rompió una pierna y le lesionó la otra. Desde Niccolo Orlandini, la tradición ha situado la providencial herida en el 20 mayo 1521, lunes de Pentecostés. La rendición del castillo se produjo el 23 ó 24 del mismo mes. La herida de Iñigo fue grave, como consta por la deposición del alcaide del castillo, Miguel de Berrera. Tras las primeras curas, practicadas por los franceses, fue llevado por sus paisanos a su casa de Loyola, donde sufrió una dolorosa operación, soportada con gran fortaleza. Su estado fue empeorando y el 28 junio fue el día crítico, pero aquella misma noche empezó a mejorar. Una vez repuesto, quiso que le cortasen un hueso de la pierna, que le habría impedido calzarse una bota «muy justa y muy polida» que deseaba llevar.



II. CONVERSIÓN y PEREGRINACIONES (1521-1524)

Durante su convalecencia pidió que le diesen libros de caballerías para entretenerse, pero al no encontrarse en la casa, le dieron a leer la Vida de Cristo por el cartujo Ludolfo de Sajonia, traducida al español por Ambrosio Montesino y publicada en Alcalá hacia 1502 o 1503. También le ofrecieron el Flos Sanctorum de Jacobo de Varazze, en una traducción prologada por el cisterciense Gauberto Maria Vagad. La lectura de estos libros le provocó una lucha interior que le abrió el paso a su conversión, a través de la discreción de espíritus. Se dio cuenta de que, cuando se entretenía en pensamientos mundanos, entre los que dominaban los servicios que podría hacer en favor de una dama innominada, encontraba gusto en ellos, pero después se sentía árido y descontento; mientras que cuando pensaba en imitar a los santos, cuyas vidas estaba leyendo, no sólo se consolaba con estos pensamientos, sino que después de dejados, quedaba contento y alegre. La pregunta que se hacía a sí mismo era: «¿Qué sería si yo hiciese lo que hicieron Santo Domingo y San Francisco? y se proponía: ¿Santo Domingo hizo ésto? Pues yo lo tengo de hacer. ¿San Francisco hizo ésto? Pues yo lo tengo de hacer.» Decidió romper con su vida pasada y empezar una nueva. Su primer propósito fue realizar una peregrinación a Jerusalén. Para imitar a los santos se daría a largas oraciones y penitencias.
Rompiendo la resistencia que le opuso su hermano mayor, salió de Loyola en febrero 1522, con el plan de dirigirse a Barcelona y de allí a Roma, para procurarse el necesario permiso del Papa en orden a su peregrinación. Se detuvo en el santuario mariano de Aránzazu, donde probablemente hizo voto de castidad. Él nos dice que este voto lo hizo en el camino hacia Montserrat, donde se preparó por un tiempo a una confesión general, que duró tres días, y a la vela de armas, que realizó ante la imagen de la Virgen morena en la noche del 24 al 25 marzo 1522.
El 25 marzo «en amaneciendo, partió por no ser conocido, y se fue, no el camino derecho de Barcelona, donde hallaría muchos que le conociesen y le honrasen, mas desvióse a un pueblo, que se dice Manresa». Su idea era quedarse en Manresa algunos días en un hospital y anotar algunas cosas en un libro «que él llevaba muy guardado y con el que iba muy consolado»- De hecho, su estancia en Manresa se prolongó unos once meses, y puede dividirse en tres períodos: uno de calma casi en un mismo estado interior; el segundo, de terribles luchas interiores, dudas y escrúpulos acerca pasadas, con tentaciones de suicidio; el tercero consolaciones e ilustraciones divinas, que tuvieron por objeto el misterio de la Eucaristía y otros. Por efecto de estas luces llegó a decir que, aunque no hubiese la Sgda. Escritura, él creería en los artículos de la fe solamente por la luz que había recibido en Manresa. La más extraordinaria de estas gracias fue la que suele llamarse “eximia ilustración”, que recibió a orillas del río Cardoner, una vez que se dirigía al monasterio de San Pablo. No precisó a su confidente, el P. Luis Gonçalves da Càmara lo que allí se le comunicó, pero sí que desde aquel momento “Le parecía como si fuese otro hombre y tuviese otro intelecto que tenía antes». Añadió que, si juntase todas las ayudas que había recibido de Dios hasta entonces (en 1555), «no le parece haber alcanzado tanto como de aquella vez sola». A esta ilustración aludía, con toda probabilidad, al fin de su vida cuando, al ser preguntado por algunas cosas introducidas en la CJ, se refería a «un negocio que pasó por mí en Manresa). Lo que allí vio, probablemente, fue el nuevo rumbo que había de imprimir a su vida: cambiar el ideal del peregrino solitario por el de trabajar en bien de las almas, con compañeros que quisiesen seguirle en la empresa. En este sentido deben entenderse las meditaciones del Reino y de las Banderas, de los Ejercicios, en las que Jerónimo Nadal vio una estrecha relación con el fin que se había de dar a la Compañía de Jesús. En este tiempo de Manresa hizo «cuanto a la substancia», según expresión de Diego Laínez, los Ejercicios Espirítuales, que practicó antes de escribirlos. Como dice Polanco. «después el uso y experiencia de muchas cosas le hizo más perfeccionar su primera invención; que, como mucho labraron en su misma ánima, así él deseaba con ellos ayudar a otras personas”.
En febrero 1523 dejó Manresa para ir a Barcelona, desde donde, hacia el 20 marzo, se embarcó para Gaeta, para proseguir viaje a Roma. El documento pontificio concediéndole el permiso para peregrinar a Jerusalén lleva la fecha del 31 marzo 1523. Después de pasar en Roma la fiesta de Pascua (5 abril), el 13 ó el 14 emprendió el viaje a Venecia. Allí participó, junto con los demás peregrinos, en la procesión del día de Corpus. No teniendo dinero para pagarse el viaje a Jerusalén ni queriendo servirse de los buenos oficios del embajador de España, gracias a la recomendación de un español que le había socorrido a su llegada a Venecia, tuvo una audiencia con el dux Andrea Gritti, quien mandó que fuese admitido en el barco que llevaba a Chipre al nuevo embajador de la Serenísima. De la peregrinación a Jerusalén se tienen detalles, además de los consignados por Iñigo en sus memorias, por las relaciones escritas por dos de sus compañeros: el zuriqués Meter Füssly y el estrasburgués Philipp Hagen. Embarcándose en Venecia el 14 de julio de 1523, llegaron a Jerusalén el 4 de septiembre. Iñigo siguió a sus compañeros en la visita a los Santos Lugares. Pero su intención secreta era quedarse allí establemente, en parte para satisfacer a su devoción y en parte para ejercitar su apostolado con sus habitantes. Con todo, el provincial de los franciscanos, encargados de la Custodia de la Tierra Santa, se opuso tenazmente a aquel proyecto por el peligro que corría la seguridad personal de los forasteros en la región. Iñigo se vio, pues, forzado a renunciar a su sueño y emprender el viaje de vuelta. Salió de Jerusalén el 23 de septiembre y, tras muchas peripecias, llegó a Venecia a mediados de enero de 1524.


III. ESTUDIOS (1524-1535)
Durante todo el viaje estuvo pensando qué haría en adelante. Su decisión fue estudiar en Manresa, bajo la dirección de un monje cisterciense del monasterio de San Pablo, pero cuando fue a visitarlo, se enteró de que había muerto. Se instaló entonces en Barcelona, donde una bienhechora, Isabel Roser, se comprometió a cuidar de su sustento, y un maestro de gramática, el bachiller Jerónimo Ardévol, a enseñarle gratis. Así, a sus 33 años, empezó a estudiar latín. Tropezó con una dificultad, que resolvió con el recurso al discernimiento espiritual. Cuando se ponía a estudiar, le venían grandes ilustraciones espirituales que, al estorbarle en el estudio, vio que no procedían del buen espíritu. Prometió, entonces, en la iglesia de Santa María del Mar, a su maestro que asistiría a sus lecciones por dos años, mientras encontrase pan y agua para sustentarse. Con esta reacción eficaz venció aquella tentación contra sus estudios. Sin embargo, no pudo menos de dar desahogo a su celo, conversando con personas espirituales y dando los ejercicios a algunas de ellas. Además, reunió a sus tres primeros compañeros, que le siguieron a Alcalá y Salamanca.

Pasados dos años, siguió el consejo de su maestro y se trasladó a Alcalá para cursar la filosofía. Estuvo en la ciudad desde marzo 1526 a junio 1527, dedicado más a sus actividades apostólicas que al estudio. Dio a algunas personas los Ejercicios leves, según las normas de la anotación 18º del libro. El extraño modo de vestir que él y sus compañeros usaban y sus reuniones para hablar de cosas espirituales, infundieron sospechas en las autoridades eclesiásticas, precavidas contra las desviaciones de los alumbrados de la región. Se le hicieron tres procesos. En el primero, los inquisidores interrogaron a algunos testigos, tras lo cual dejaron la causa en manos del vicario diocesano en Alcalá, Juan Rodríguez de Figueroa. Este impuso a Iñigo y a sus compañeros que tiñesen sus vestidos. Pasando adelante en los interrogatorios, fue-encarcelado por espacio de cuarenta y dos días. El 1 junio 1527 se dio la sentencia, por la que se les mandaba que cambiasen sus vestidos por los ordinarios de los estudiantes y que no enseñasen a nadie los mandamientos ni otras cosas de la fe católica, hasta haber estudiado tres años cumplidos. Viendo que se le impedía ayudar a las almas, decidió seguir sus estudios en Salamanca, donde encontró las mismas dificultades. Sus conversaciones espirituales suscitaron sospechas entre los dominicos del convento de San Esteban, que le sometieron a interrogatorio: hablar de cosas de Dios sólo podía hacerlo quien hubiese estudiado o quien recibiese luz especial del Espíritu Santo. Iñigo no había estudiado, luego hablaba por el Espíritu; y esto es lo que a ellos les hacía sospechar. Si en Alcalá había prevención contra los alumbrados, en Salamanca la había contra el movimiento erasmista. Iñigo y Calixto de Sa, su compañero, fueron puestos en la cárcel durante un proceso que llevó adelante el bachiller Sancho Gómez de Frías. A éste dio Iñigo «todos sus papeles, que eran los Ejercicios», para que los examinase. El punto más delicado en el que se fijaron los jueces fue el de la distinción entre pecado mortal y pecado venial. La duda fue la misma que en Alcalá: ¿cómo podía hablar de aquellas materias sin haber estudiado? A los veintidós días de cárcel, se les comunicó la sentencia: no había nada contra su vida o doctrina, pero se les ordenó que no declarasen si una cosa era pecado mortal o venial hasta después de haber estudiado cuatro años. La sentencia, pues, recalcaba la de Alcalá. Quedó libre, pero viendo que se le cerraban las puertas para el apostolado, se determinó ir a París para proseguir sus estudios.

Llegó a París el 2 febrero 1528 y decidió repetir los estudios de humanidades en el colegio de Montaigu. Para su alojamiento escogió el hospicio de Santiago, destinado a los peregrinos de Compostela, pero, a causa de la distancia del colegio, tuvo que procurarse otra habitación. Pensó ponerse al servicio de algún profesor, pero no lo halló. Decidió entonces ir cada año a Flandes a pedir ayuda económica a los mercaderes españoles de Brujas y Amberes. Estos viajes los hizo en 1529, 1530 y 1531.
Este último año fue a Londres, volviendo con más dinero que otras veces. Con lo que recaudaba, podía no sólo proveer a su mantenimiento, sino aun ayudar a otros estudiantes.
Al regreso del primero de estos viajes intensificó sus conversaciones espirituales y dio los ejercicios a tres estudiantes, que cambiaron totalmente su vida. Esto disgustó al rector del colegio de Santa Bárbara, que amenazó a Iñigo con el castigo llamado la sala, consistente en azotar al castigado en una sala del colegio. Delatado al inquisidor Mateo Ory, Iñigo se presentó ante él, que le dijo que en efecto se le habían quejado sobre su conducta, pero que no pensaba imponerle ninguna sanción. Cursó la filosofía en el colegio de Santa Bárbara, donde tuvo como compañeros al saboyano Pedro Fabro y al navarro Francisco Javier. Maestro de todos ellos era Juan Peña, de la diócesis de Sigüenza. Los estudios filosóficos comprendían tres cursos: los dos primeros trataban las súmulas y la lógica, el tercero la física, metafísica y ética de Aristóteles. Iñigo obtuvo el grado de bachiller en Artes en 1532, el de licenciado en 1533 y el de maestro en 1535, aunque el diploma lleva la fecha de 14 marzo 1534, al estar datado al modo de París, donde el año comenzaba a partir del día de Pascua, que en 1534 cayó en el 5 abril. Estudió teología durante año y medio, teniendo que interrumpirla por motivos de salud.


IV. HACIA LA FUNDACIÓN DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS (1535-1540)

Entre tanto se habían juntado con Iñigo los compañeros que habían de fundar con él la Compañía de Jesús. Todos ellos se proponían «servir a nuestro Señor, dejando todas las cosas del mundo», como escribió Laínez, uno de ellos . Este plan se concretó en el voto de Montmartre, que pronunciaron el 15 agosto 1534 y lo renovaron el mismo día los dos años siguientes. En aquel voto prometieron vivir en pobreza y realizar una peregrinación a Jerusalén. Si esperado un año, la peregrinación resultase imposible, se ofrecerían al Papa, para que él los enviase allá donde juzgase más conveniente. Hubo un punto que dejaron en suspenso: si, una vez llegados a Jerusalén, permanecerían allí o regresarían. Por primera vez aparece en este voto la persona del Papa como vicario de Cristo.

Iñigo salió de París para su tierra natal a principios de abril. Al motivo de cuidar de su salud, se añadía el de visitar a los parientes de sus compañeros españoles, que no pensaban volver a su tierra, y resolver allí sus asuntos pendientes. Llegado a Azpeitia, estuvo tres meses, viviendo en el hospital, sin querer hospedarse en su casa de Loyola, a pesar de los ardientes ruegos de su hermano. Aprovechó aquella estancia para promover por todos los medios que pudo el bien espiritual y moral de sus paisanos. Hizo que se tocasen cada día las campanas de la parroquia y de las ermitas del término de Azpeitia para que al oirlas, todos rezasen un Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri por los que estuviesen en pecado mortal. Cortó los abusos del juego, los amancebamientos y uniones ilícitas. Promovió la creación de una obra para el socorro de los pobres vergonzantes. Logró poner fin a una larga controversia que oponía al clero y al patrono de la parroquia de Azpeitia con un convento de monjas de la Tercera Orden de san Francisco. Estando él allí y actuando como testigo, se firmó el 18 mayo 1538 un acuerdo entre las partes.
Iñigo salió de Azpeitia el 23 julio 1535 y se dirigió al pueblo de Obanos (Navarra), donde entregó una carta de Javier a un hermano suyo. Pasó a Almazán (Soria), y visitó al padre de Laínez, Otras etapas de su viaje fueron Sigüenza, Madrid y Toledo.

En la cartuja de Vall de Cristo (Segorbe) visitó a su antiguo ejercitante de París, Juan de Castro. Prosiguió a Valencia, desde donde se embarcó para Italia.

Pasó todo el año 1536 en Venecia, completando sus estudios teológicos y ejercitando el apostolado con conversaciones y Ejercicios. Allí vivió con las limosnas que le enviaron sus amigos de Barcelona y fue acogido en su casa por un señor «muy docto y bueno», que parece haber sido Andrea Lippomano, prior de la Trinidad. Mientras tanto esperaba compañeros que salieron de Paris el 15 de noviembre de 1536. Tras un viaje de cincuenta y cuatro días en medio de las inclemencias del invierno llegaron a Venecia el 8 enero 1537. Todos ellos, menos Ignacio, salieron el 16 marzo para Roma, a pedir permiso al Papa para peregrinar a la Tierra Santa. Lo obtuvieron el 27 abril, al mismo tiempo que la licencia para recibir las órdenes sagradas los no sacerdotes, de parte de cualquier obispo, aunque fuese fuera de las cuatro Témporas del año. El día de Corpus, 31 mayo, participaron en la procesión, junto con los demás peregrinos de Jerusalén. Pero este año no salió ningún barco con peregrinos, por los insistentes rumores de guerra con los turcos.

Ignacio y sus compañeros recibieron las órdenes de mano de Vicente Negusanti, obispo de Arbe (actual Rab, Croacia). Ignacio difirió la celebración de su primera misa año y medio, hasta la noche de Navidad de de 1538. Deseaba prepararse mejor para acto tan importante, aunque quería, además, celebrarlo en Belén o en otro de los lugares de la Tierra Santa. El grupo de compañeros tuvo que reconocer finalmente que la proyectada peregrinación era imposible y, en consecuencia, decidió ponerse a disposición del Papa. Pero antes de salir de Venecia Ignacio tuvo que resolver un caso judicial. Había sido acusado de ser un fugitivo de España y de París, perseguido por la Inquisición. El legado pontificio Verallo confió la causa a su vicario Gaspar de’Dotti, quien instituyó un proceso en toda regla, tras el cual pronunció una sentencia absolutoria, el 13 octubre 1537. Ignacio emprendió el viaje a Roma, con Fabro y Laínez, a fines de octubre. Durante todo el viaje experimentó muchos sentimientos espirituales, especialmente al recibir la comunión. Uno prevaleció sobre los demás: una gran confianza de que Dios les sería propicio en Roma. Al llegar a un lugar, llamado La Storta, a 16,5 kilómetros de Roma por la vía Cassia, tuvo una experiencia espiritual de excepcional trascendencia. Relata en su Autobiografía (n. 96) que "haciendo oración, tuvo tal mutación en su alma y ha visto tan claramente que el Padre le ponía con Cristo, su Hijo, que no sería capaz de dudar de que el Padre le ponía con su Hijo». Con esta expresión reveló la unión que desde entonces sintió con Cristo. Laínez completó estos datos, añadiendo que la visión fue trinitaria, y que en ella el Padre, dirigiéndose al Hijo, le decía: " Yo quiero que tomes a éste como servidor tuyo.» y Jesús, a su vez, volviéndose hacia Ignacio, le dijo: " Yo quiero que tú nos sirvas» (FontNarr 2:133). La idea del servicio divino, tan central en los ejercicios, recibía una confirmación definitiva. Aparte del influjo que ejerció en la vida interior de Ignacio, esta visión tuvo claras repercusiones en la fundación de la CJ, empezando por el nombre de la nueva Orden, un nombre que era todo un programa: ser compañeros de Jesús, alistados bajo su bandera, para emplearse en el servicio de Dios y bien de los prójimos.

En noviembre 1537, Ignacio entró definitivamente en Roma. Allí, mientras los otros compañeros se dedicaban a otras tareas apostólicas, él daba Ejercicios. Merecen señalarse los que dio en Montecassino al doctor Pedro Ortiz, durante la cuaresma de 1538. En este año tuvieron que sufrir los ataques de algunas personas influyentes, que esparcieron rumores contra su vida y doctrina, repitiendo la acusación de que eran fugitivos, ya procesados en otras ciudades por la Inquisición. La consecuencia fue que los fieles se iban alejando de ellos; pero el mayor peligro consistía en que, si las calumnias prosperaban, les sería imposible realizar los proyectos que iban madurando. Por eso Ignacio quiso firmemente que se instruyese un proceso formal, acabado con una sentencia. Procuró y obtuvo una audiencia del Papa en Frascati, que mandó al gobernador de Roma, encargado de la justicia, que instruyese un regular proceso. Fue providencial el por aquel tiempo coincidiesen en Roma todos aquellos que habían juzgado a Ignacio en Alcalá, París, principales del nuevo Instituto. Fueron aprobadas por los seis Padres presentes en Roma. Tras este paso, el 8 abril se procedió a la elección de su primer General, que recayó, por voto unánime, en Ignacio. Éste había dado el suyo a aquel que tuviese más votos. Conocida su elección, pidió que se repitiese después de una más madura reflexión. Pero la segunda votación, del día 13, arrojó el mismo resultado. Entonces, Ignacio pidió tiempo para deliberar, y puso el asunto en manos de su confesor, el franciscano Teodosio de Lodi, del convento de San Pedro in Montorio. Allí Ignacio, en una confesión que duró tres días, expuso a su confesor toda su vida y su estado presente, con enfermedades y miserias corporales. El franciscano fue de parecer que debía aceptar y, a petición de Ignacio redactó un informe escrito. Entonces, Ignacio aceptó la designación. Era el 19 abril. Tras la elección del General, el 22 del mismo mes hicieron todos los presentes la profesión en la basílica de San Pablo extramuros; los ausentes la hicieron en fechas y lugares diferentes.

V. ACTIVIDAD EN ROMA COMO GENERAL (1540-1556)

Salvo brevísimas ausencias, Ignacio permaneció en Roma el resto de su vida. Resumiento su actividad durante el generalato, pueden distinguirse en él dos aspectos: su apostolado directo en la ciudad de Roma y su acción de gobierno de la Compañía de Jesús.

En los quince años de su gobierno logró dar a la CJ una organización ejemplar, infundirle un espíritu y abrirle las puertas hacia un apostolado universal. Fue más hombre de acción que un especulativo. En la estructura que dio a la CJ introdujo novedades que chocaron con la mentalidad de su tiempo.
No quiso tener hábito propio ni coro ni penitencias impuestas por regla ni tiempos determinados de oración para los jesuitas formados. Todo ello para que los jesuitas tuviesen aquella movilidad y disponibilidad que exigía su forma de vida y su proyecto apostólico. Por lo mismo, no admitió una rama femenina de la CJ ni quiso aceptar el cuidado habitual de religiosas sujetas a su obediencia. Tampoco admitió dignidades. eclesiásticas o civiles.

Ignacio fue, a un mismo tiempo, un incansable hombre de acción y un ferviente contemplativo. Su más noble ideal fue promover la mayor gloria de Dios por todos los medios a su alcance. Como hombre de gobierno, dirigió a sus súbditos con prudencia y discreción. Amaba a todos con amor de padre, y todos se sentían amados por él. Puso un acento especial en la virtud de la obediencia, tanto como ejercicio de virtud, como por ser instrumento de cohesión y eficacia en la labor apostólica. En su vida personal fue un gran contemplativo, que experimentó especiales comunicaciones divinas. Su unión con Dios adquirió un tono más elevado en la celebración de la Misa, durante la cual fue dotado del don de lágrimas. A veces no podía celebrarla por la debilidad de su salud, a la que perjudicaban tan fuertes emociones.

Además del tiempo dedicado a la oración formal, practicaba y recomendaba a los demás el ejercicio de buscar a Dios en todas las cosas o, como escribió Nada! con frase feliz, fue contemplativo en la acción.

Su salud se resintió toda la vida de las ásperas penitencias practicadas después de su conversión. Siempre tuvo dolores de estómago; pero la autopsia, que le practicó el mismo día de su muerte el cirujano Realdo Colombo, demostró que su enfermedad consistía en una litiasis biliar, con reflejos que repercutian en el estómago. Murió en la madrugada del 31 julio 1556. Su cuerpo fue sepultado en la pequeña iglesia de Santa Maria de la Strada y, en sucesivas traslaciones, depositado en el actual altar de dedicado a él en la iglesia del Gesù. Beatificado el 27 julio 1609 fue canonizado por Gregorio XV el 12 marzo 1622 junto con Javier, Teresa de Jesús, Isidro Labrador y Felipe Neri. Pío XI le nombró (1922) patrono de los Ejercicios Espirituales y de las obras que los promueven.
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Posted: 30 Jul 2010 02:19 PM PDT

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 14, 1-12

La fama de Jesús llegó a oídos del tetrarca Herodes, y él dijo a sus allegados: «Éste es Juan el Bautista; ha resucitado de entre los muertos, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos».

Herodes, en efecto, había hecho arrestar, encadenar y encarcelar a Juan, a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, porque Juan le decía: «No te es lícito tenerla». Herodes quería matarlo, pero tenía miedo del pueblo, que consideraba a Juan un profeta.

El día en que Herodes festejaba su cumpleaños, su hija, también llamada Herodías, bailó en público, y le agradó tanto a Herodes que prometió bajo juramento darle lo que pidiera.
Instigada por su madre, ella dijo: «Tráeme aquí sobre una bandeja la cabeza de Juan el Bautista».
El rey se entristeció, pero a causa de su juramento y por los convidados, ordenó que se la dieran y mandó decapitar a Juan en la cárcel. Su cabeza fue llevada sobre una bandeja y entregada a la joven, y ésta la presentó a su madre. Los discípulos de Juan recogieron el cadáver, lo sepultaron y después fueron a informar a Jesús.

Compartiendo la Palabra
Por CELAM - CEBIPAL
El costo de ser profeta
“Su bandeja fue traída en una bandeja y entregada a la muchacha”

Ante la persona de Jesús siempre se toma alguna posición. En el texto de ayer vimos la reacción de las personas familiarizadas con Jesús desde pequeños, hoy vemos la reacción de uno que ni siquiera lo ha visto, uno –por así decir- extraño a Jesús: el rey Herodes, rey (con título de Tetrarca) de la región donde Jesús está evangelizando.

Con el rey Herodes como protagonista tenemos hoy el segundo cuadro de la galería de las experiencias de fe. Pero de nuevo tenemos la antítesis de la fe: un hombre que no comprende la identidad de Jesús (dice: “Ese es Juan el Bautista, él ha resucitado...”), que saca conclusiones rápidas acerca de Jesús (“... por eso actúan en él fuerzas milagrosas”). Para Herodes la persona de Jesús es el fantasma de su víctima.

El texto de hoy lo podemos leer desde tres ángulos:

1. La evangelización llega al rey. El evangelio no sólo llega a los ambientes populares sino que resuena también en el palacio del rey (“Se enteró el rey Herodes de la fama de Jesús”). Esta es la evangelización que toca las estructuras del poder, los centros de decisión. Y también aquí encontramos resistencias para que el nombre de Jesús sea aceptado de manera que todos se descubran amados, perdonados y salvados. El evangelio llega allí donde pueden incubarse actitudes de sometimiento del otro para generar un hombre nuevo, no centrado en sí mismo sino en el servicio (ver Mt 20,25-26).

2. La falsa idea que el rey se hace de Jesús. Las “fuerzas milagrosas” de Jesús tienen su explicación –según Herodes- en un eventual resurrección de Juan Bautista y no en la novedad del Reino predicada por Jesús y de la cual el Bautista había sido el precursor y el último de sus profetas (ver 11,13). El rey no es capaz de dar un paso adelante en el itinerario histórico-salvífico. La actitud de Herodes ante Jesús concuerda mucho con el sentir popular que se expresará más adelante cuando Jesús pregunte qué es lo que la gente piensa de él (ver Mt 16,13-14).

3. El pecado del rey. Cuando Herodes escucha hablar de Jesús lo que emerge en su conciencia es la historia de su pecado (“lo que sucedió es que...”, v.3): el asesinato de Juan Bautista víctima de su negativa para cambiar su vida de pecado (14,4), de su miedo a la impopularidad (14,5) y de su estupidez como gobernante (14,7 y 9). La historia del martirio de Juan en realidad le hace un juicio al rey, poniéndose así de relieve para nosotros los lectores, cómo es un modo de pensar y de actuar incompatible con el evangelio.








Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
1. ¿Qué cobertura tiene mi acción evangelizadora? ¿Me preocupo por llevar la Palabra hasta los centros de decisión que hay hoy? ¿Qué es lo que Jesús quiere transformar allí?

2. ¿Quién era Jesús para Herodes? ¿Quién es Jesús para mí?

3. ¿Qué me enseña la historia del martirio de Juan? ¿Cuál es mi pecado que me puede llevar a hacer a otros “víctimas” de mis errores?


“Mirad a los hombres, vuestro prójimo, imagen de la Santísima Trinidad, hecho para compartir su Gloria, con el universo a su servicio, miembros de Jesucristo, rescatados a toda costa de tantos dolores, oprobios y sangre. Mirad su inmensa miseria (…).
Si considerarais atentamente la obligación que tenéis de centraros en el honor de Jesucristo y la salvación de los hombres, veríais qué deber es para vosotros el estar listos para todo trabajo y esfuerzo a fin de llegar a ser aptos instrumentos de la gracia de Dios”
(Carta de San Ignacio de Loyola a los hermanos de Coimbra)
Blog católico de oraciones y reflexiones pastorales sobre la liturgia dominical. Para compartir y difundir el material brindado. Crremos que Dios regala Amor y Liberación gratuita e incondicionalmente.
Posted: 30 Jul 2010 02:14 PM PDT

SEMANA XVII DURANTE EL AÑO
Lectura del libro de Jeremías 26, 11-15. 24

Los sacerdotes y los profetas dijeron a los jefes y a todo el pueblo: «Jeremías es reo de muerte, porque ha profetizado contra esta ciudad, como ustedes lo han escuchado con sus propios oídos».
Pero Jeremías dijo a los jefes y a todo el pueblo: «El Señor es el que me envió a profetizar contra esta Casa y contra esta ciudad todas las palabras que ustedes han oído. Y ahora, enmienden su conducta y sus acciones, y escuchen la voz del Señor, su Dios, y el Señor se arrepentirá del mal con que los ha amenazado. En cuanto a mí, hagan conmigo lo que les parezca bueno y justo. Pero sepan que si ustedes me hacen morir, arrojan sangre inocente sobre ustedes mismos, sobre esta ciudad y sobre sus habitantes. Porque verdaderamente el Señor me ha enviado a ustedes para decirles todas estas palabras».
Ajicám, hijo de Safán, protegió a Jeremías e impidió que fuera entregado en manos del pueblo para ser ejecutado.


Palabra de Dios.



SALMO RESPONSORIAL 68, 15-16. 30-31. 33-34


R. ¡Respóndeme, Dios mío, por tu gran amor!
Sácame del lodo para que no me hunda,
líbrame de los que me odian y de las aguas profundas;
que no me arrastre la corriente, que no me trague el Abismo,
que el Pozo no se cierre sobre mI. R.

Yo soy un pobre desdichado, Dios mío,
que tu ayuda me proteja:
así alabaré con cantos el nombre de Dios,
y proclamaré su grandeza dando gracias. R.

Que lo vean los humildes y se alegren,
que vivan los que buscan al Señor:
porque el Señor escucha a los pobres
y no desprecia a sus cautivos. R.




Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 14, 1-12

La fama de Jesús llegó a oídos del tetrarca Herodes, y él dijo a sus allegados: «Éste es Juan el Bautista; ha resucitado de entre los muertos, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos».

Herodes, en efecto, había hecho arrestar, encadenar y encarcelar a Juan, a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, porque Juan le decía: «No te es lícito tenerla». Herodes quería matarlo, pero tenía miedo del pueblo, que consideraba a Juan un profeta.

El día en que Herodes festejaba su cumpleaños, su hija, también llamada Herodías, bailó en público, y le agradó tanto a Herodes que prometió bajo juramento darle lo que pidiera.
Instigada por su madre, ella dijo: «Tráeme aquí sobre una bandeja la cabeza de Juan el Bautista».
El rey se entristeció, pero a causa de su juramento y por los convidados, ordenó que se la dieran y mandó decapitar a Juan en la cárcel. Su cabeza fue llevada sobre una bandeja y entregada a la joven, y ésta la presentó a su madre. Los discípulos de Juan recogieron el cadáver, lo sepultaron y después fueron a informar a Jesús.


Palabra del Señor.


LITURGIA DE LAS HORAS
TIEMPO ORDINARIO
SÁBADO DE LA SEMANA XVII
Del Común de pastores: para un santo presbítero y del Común de santos varones para los santos religiosos. Salterio I. I Vísperas del domingo XVIII


31 de julio


SAN IGNACIO DE LOYOLA, presbítero. (MEMORIA)

Nació el año 1491 en Loyola, en las provincias vascongadas de España; su vida transcurrió primero entre la corte real y la milicia; luego se convirtió y estudió teología en París, donde se le juntaron los primeros compañeros con los que había de fundar más tarde, en Roma, la Compañía de Jesús. Ejerció un fecundo apostolado con sus escritos y con la formación de discípulos, que habían de trabajar intensamente por la reforma de la Iglesia. Murió en Roma el año 1556.




LAUDES
(Oración de la mañana)


INVOCACIÓN INICIAL


V. Señor, abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.


INVITATORIO
Ant. Venid, adoremos a Cristo, Pastor supremo.
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Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA


Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.


Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.


Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.


Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.


Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Himno: CRISTO, CABEZA, REY DE LOS PASTORES.

Cristo, cabeza, rey de los pastores,
el pueblo entero, madrugando a fiesta,
canta a la gloria de tu sacerdote
himnos sagrados.

Con abundancia de sagrado crisma,
la unción profunda de tu Santo Espíritu
lo armó guerrero y lo nombró en la Iglesia
jefe del pueblo.

El fue pastor y forma del rebaño,
luz para el ciego, báculo del pobre,
padre común, presencia providente,
todo de todos.

Tú que coronas sus merecimientos,
danos la gracia de imitar su vida,
y al fin, sumisos a su magisterio,
danos su gloria. Amén.

SALMODIA

Ant. 1. Me adelanto a la aurora pidiendo auxilio.

Salmo 118, 145-152 TE INVOCO DE TODO CORAZÓN

Te invoco de todo corazón;
respóndeme, Señor, y guardaré tus leyes;
a ti grito: sálvame,
y cumpliré tus decretos;
me adelanto a la aurora pidiendo auxilio,
esperando tus palabras.

Mis ojos se adelantan a las vigilias de la noche,
meditando tu promesa;
escucha mi voz por tu misericordia,
con tus mandamientos dame vida;
ya se acercan mis inicuos perseguidores,
están lejos de tu voluntad.

Tú, Señor, estás cerca,
y todos tus mandatos son estables;
hace tiempo comprendí que tus preceptos
los fundaste para siempre.




Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Me adelanto a la aurora pidiendo auxilio.

Ant. 2. Mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación.

Cántico: HIMNO A DIOS, DESPUÉS DE LA VICTORIA DEL MAR ROJO Ex 15, 1-4. 8-13. 17-18

Cantaré al Señor, sublime es su victoria,
caballos y carros ha arrojado en el mar.
Mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación.

Él es mi Dios: yo lo alabaré;
el Dios de mis padres: yo lo ensalzaré.
El Señor es un guerrero,
su nombre es «Yahvé».

Los carros del faraón los lanzó al mar,
ahogó en el mar rojo a sus mejores capitanes.

Al soplo de tu ira se amontonaron las aguas,
las corrientes se alzaron como un dique,
las olas se cuajaron en el mar.

Decía el enemigo: «Los perseguiré y alcanzaré,
repartiré el botín, se saciará mi codicia,
empuñaré la espada, los agarrará mi mano.»

Pero sopló tu aliento y los cubrió el mar,
se hundieron como plomo en las aguas formidables.

¿Quién como tú, Señor, entre los dioses?
¿Quién como tu, terrible entre los santos,
temibles por tus proezas, autor de maravillas?

Extendiste tu diestra: se los tragó la tierra;
guiaste con misericordia a tu pueblo rescatado,
los llevaste con tu poder hasta tu santa morada.

Lo introduces y lo plantas en el monte de tu heredad,
lugar del que hiciste tu trono, Señor;
santuario, Señor, que fundaron tus manos.
El Señor reina por siempre jamás.




Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación.

Ant. 3. Alabad al Señor, todas las naciones.

Salmo 116 - INVITACIÓN UNIVERSAL A LA ALABANZA DIVINA.

Alabad al Señor, todas las naciones,
aclamadlo, todos los pueblos:

Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre.




Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Alabad al Señor, todas las naciones.

LECTURA BREVE Hb 13,7-9a

Acordaos de aquellos superiores vuestros que os expusieron la palabra de Dios: reflexionando sobre el desenlace de su vida, imitad su fe. Jesucristo es el mismo hoy que ayer, y para siempre. No os dejéis extraviar por doctrinas llamativas y extrañas.

RESPONSORIO BREVE

V. Sobre tus murallas, Jerusalén, he colocado centinelas.
R. Sobre tus murallas, Jerusalén, he colocado centinelas.

V. Ni de día ni de noche dejarán de anunciar el nombre del Señor.
R. He colocado centinelas.




V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo
R. Sobre tus murallas, Jerusalén, he colocado centinelas.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. ¡Ojalá tenga yo una íntima experiencia de Cristo, del poder de su resurrección y de la comunión con sus padecimientos!
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Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR Lc 1, 68-79


Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:


Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.


Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.


Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.


Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. ¡Ojalá tenga yo una íntima experiencia de Cristo, del poder de su resurrección y de la comunión con sus padecimientos!

PRECES

Demos gracias a Cristo, el buen pastor que entregó la vida por sus ovejas, y supliquémosle diciendo:

Apacienta a tu pueblo, Señor.

Señor Jesucristo, tú que en los santos pastores nos has revelado tu misericordia y tu amor,
haz que por ellos, continúe llegando a nosotros tu acción misericordiosa.

Señor Jesucristo, tú que a través de los santos pastores sigues siendo el único pastor de tu pueblo,
no dejes de guiarnos siempre por medio de ellos.

Señor Jesucristo, tú que por medio de los santos pastores eres el médico de los cuerpos y de las almas,
haz que nunca falten a tu Iglesia los ministros que nos guíen por las sendas de una vida santa.

Señor Jesucristo, tú que has adoctrinado a la Iglesia con la prudencia y el amor de los santos,
haz que, guiados por nuestros pastores, progresemos en la santidad.




Se pueden añadir algunas intenciones libres.
Oremos confiadamente al Padre, como Cristo nos enseñó:

Padre nuestro...

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