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martes, 6 de julio de 2010

Lecturas del día 06-07-2010

6 de julio de 2010, MES DEDICADO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. MARTES XIV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO.(CIiclo C) 2ª semana del Salterio. AÑO SANTO COMPOSTELANO. SANTA MARÍA GORETTI, virgen y mártir. Memoria Libre. SS. Rómulo ob, Paladio ob. Beata Nazaria ignaci. March vg.

LITURGIA DE LA PALABRA

Os 8, 4-7. 11. 13: Siembran viento y cosechan tempestades
Salmo 113 B: Israel confía en el Señor.
Mt 9, 32-38: La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos.

La curación del hombre mudo y la reacción de los fariseos son un duplicado de (Mt.12, 22-24), lo mismo que el del relato anterior, éste es uno de los signos que los profetas habían anunciado por el momento en que Dios instaura su reino. El relato de la curación es muy breve lo que más le interesa al evangelista es subrayar las reacciones que provoca, la gente reconoce la novedad de los signos de Jesús, mientras que los fariseos descubren en ellos el poder del príncipe de los demonios. Sin embargo Jesús no toma en cuentas todas las oposiciones que la gente realiza sobre todo los fariseos, el continua su misión haciendo que los signos del reino sean aceptados por el creyente, y de esa manera puedan participar del reino que Jesús anuncia para todos los que oyen sus palabras y creen en sus obras.

Una ves mas el texto nos muestra los sentimientos de Jesús la compasión que tiene Jesús por la gente por aquellos que andan como ovejas sin pastor, los que no tienen un camino definido, un camino a seguir, es por ello que invita a la comunidad a orar para que los trabajadores de la mies continúen la misión de Jesús, es al dueño de la mies a quien tenemos que pedirle que siga enviando trabajadores para su mies.

PRIMERA LECTURA.
Oseas 8, 4-7. 11. 13
Siembran viento y cosechan tempestades
Así dice el Señor: "Se nombraron reyes en Israel sin contar conmigo, se nombraron príncipes sin mi aprobación. Con su plata y su oro se hicieron ídolos para su perdición. Hiede tu novillo, Samaria, ardo de ira contra él. ¿Cuándo lograréis la inocencia? Un escultor lo hizo, no es dios, se hace añicos el novillo de Samaria.

Siembran viento y cosechan tempestades; las mieses no echan espiga ni dan grano, y, si lo dieran, extraños lo devorarían. Porque Efraín multiplicó sus altares para pecar, para pecar le sirvieron sus altares. Aunque les dé multitud de leyes, las consideran como de un extraño. Aunque inmolen víctimas en mi honor y coman la carne, al Señor no le agradan. Tiene presente sus culpas y castigará sus pecados: tendrán que volver a Egipto."

Palabra de Dios

Salmo responsorial: 113B
R/.Israel confía en el Señor.

Nuestro Dios está en el cielo, / lo que quiere lo hace. / Sus ídolos, en cambio, son plata y oro, / hechura de manos humanas. R.

Tienen boca, y no hablan; / tienen ojos, y no ven; / tienen orejas, y no oyen; / tienen nariz, y no huelen. R.

Tienen manos, y no tocan; / tienen pies, y no andan. / Que sean igual los que los hacen, / cuantos confían en ellos. R.

Israel confía en el Señor: / él es su auxilio y su escudo. / La casa de Aarón confía en el Señor: / él es su auxilio y su escudo. R.

SANTO EVANGELIO
Mateo 9, 32-38
La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos.
En aquel tiempo llevaron a Jesús un endemoniado mudo. Echó el demonio, y el mudo habló. La gente decía admirada: "Nunca se había visto en Israel cosa igual". En cambio, los fariseos decían: "Este echa los demonios con el poder del jefe de los demonios". Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias. Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, "como ovejas que no tienen pastor". Entonces dijo a sus discípulos: "La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies".

Palabra del Señor 

Comentario de la Primera Lectura: Os 8,4-7.11-13. Siembran viento y cosechan tempestades

El profeta Oseas manifiesta el amor de un Dios que es grande en fidelidad y rico en misericordia. Sin embargo, proclama asimismo la plena desaprobación de Dios respecto a la conducta de un Israel corrupto, cuyo corazón ya no está con el Señor. Estamos en tiempos de Jeroboán II y de las intrigas que siguieron a su muerte: tiempos de egoísmos desencadenados y de una religiosidad insincera. Se trata de la alienación del querer gobernarse por sí mis volviendo a elegir jefes no designados por Dios. El mismo culto, al exteriorizarse cada vez, más, se había contaminado hasta construir, en tierra de Samaría, un becerro, que, aunque no era al principio un ídolo, sino la expresión de la presencia invisible de Yavé, se deslizó después hacia la idolatría.

Oseas alude al estallido de la “cólera de Dios”: una categoría bíblica que hemos de comprender de manera adecuada. No es Dios un personaje colérico y vengador; sino alguien que se expresa como Amor en todos los sentidos del término. Precisamente por haber creado al hombre libre y responsable de sus decisiones, lo deja a merced de las consecuencias de la idolatría. Que experimenten los hombres lo que es un viento tempestuoso que destruye el grano, lo que es un tallo sin espiga, lo que es una cosecha presa de los extranjeros. El castigo —la “cólera”— es, por tanto, consecuencia del pecado y no un juicio externo y arbitrario de Dios.

Cuando la vida no está en sintonía con el culto, multiplicar los altares es sinónimo de pecado. Se trata de una clara alusión a la Ley del Sinaí. La alianza nupcial es la relación de fondo establecida por Dios con su pueblo, aunque en las condiciones precisas expresadas por la Ley. Por consiguiente, sacrificar a Dios, olvidando lo que él quiere, es la insinceridad que condena Oseas en nombre del Señor. Precisamente esta insinceridad de la vida conducirá a Ismael a la esclavitud del exilio babilónico en el nuevo Egipto.

Comentario del Salmo 113 B. Israel confía en el Señor.

Israel recuerda, agradecido, las victorias que Yavé ha realizado por su medio en sus combates contra sus enemigos. El presente salmo canta estas hazañas y puntualiza con insistencia que Yavé ha sido quien ha dado vigor y destreza a su brazo en todas sus batallas. Es tan palpable la ayuda que han recibido de Dios que siente la necesidad de alabarlo y bendecirlo. Proclaman que Él es su aliado, su alcázar, su escudo, su liberador, etc. «Bendito sea el Señor, mi roca, que adiestra mis manos para la batalla y mis dedos para la guerra. Mi bienhechor, mi alcázar, mi baluarte y mi libertador, mi escudo y mi refugio, que me somete los pueblos».

Victorias y prosperidad van de la mano, de ahí la plasmación de toda una serie de imágenes poéticas que describen el crecimiento y desarrollo de Israel como pueblo elegido y bendecido por Dios: «Sean nuestros hijos como plantas, crecidos desde su adolescencia. Nuestras hijas sean columnas talladas, estructuras de un templo. Que nuestros graneros estén repletos de frutos de toda especie. Que nuestros rebaños, a millares, se multipliquen en nuestros campos».

El pueblo, que tan festivamente canta las bendiciones que Dios ha prodigado sobre él, deja una puerta abierta a todos los pueblos de la tierra. Todos ellos serán también bendecidos en la medida en que sean santos, es decir, en la medida en que su Dios sea Yavé: « ¡Dichoso el pueblo en el que esto sucede! ¡Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor!».

La intuición profética del salmista llega a su cumplimiento con Jesucristo. Él, mirando a lo lejos, no ve una multitud de pueblos fieles a Dios, sino un enorme y universal pueblo de multitudes. 

Así nos lo hace ver al alabar la fe del centurión, quien le dijo que no era necesario que fuese hasta su casa para curar a su criado enfermo, Le hizo saber que creía en el poder absoluto de su Palabra, que era suficiente que sus labios pronunciasen la curación sobre su criado y esta se realizaría. Fue entonces cuando Jesús expresó su admiración, ensalzó la fe de este hombre y le anunció el futuro nuevo pueblo santo establecido a lo largo de todos los confines de la tierra: «Al oír esto, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande, Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos» (Mt 8,10-11).

Pueblo santo, pueblo universal, llamado a ser tal como fruto de la misión llevada a cabo por Jesús, el Buen Pastor. En Él, el pueblo cristiano es congregado y vive la experiencia de participar de «un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos» (Ef. 4,5-6).

El apóstol Pedro anuncia la elección de la Iglesia como nación santa, rescatada y, al mismo tiempo, dispersa en medio de todos los pueblos de la tierra. Es un pueblo bendecido que canta la grandeza de su Dios. Cada discípulo del Señor Jesús proclama su acción de gracias que nace de su experiencia salvífica. Sabe que, por Jesucristo, ha vencido en sus combates, alcanzando así la fe, y ha sido trasladado de las tinieblas a la luz: «Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz» (1Pe 2,9).

San Agustín nos ofrece un texto bellísimo acerca del combate que todo discípulo del Señor Jesús debe enfrentar contra el príncipe del mal, y que es absolutamente necesario para su crecimiento y maduración en la fe, en su amor a Dios: “Pues nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación; y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigos y tentaciones”.

Todo discípulo sabe y es consciente de que sus victorias contra el Tentador no surgen de sí mismo, de sus fuerzas sino que son un don de Jesucristo: su Maestro y vencedor. Por eso, bendice y da gloria a Dios con las mismas alabanzas que hemos oído entonar al salmista: Bendito seas, Señor y Dios mío, porque has adiestrado mis manos para el combate, has llenado de vigor mi brazo, has fortalecido mi alma; tú has sido mi escudo y mí alcázar en mis desfallecimientos. ¡Bendito seas, mi Dios! ¡Bendito seas Señor Jesús!

Comentario del Santo Evangelio: Mt 9, 32-38. La mies es mucha y pocos los trabajadores. 

La perícopa está estructurada en dos partes. En la primera, tras el milagro de volver a dar la vista a dos ciegos (9,27-31), libera Jesús del demonio y restituye el uso de la palabra a un mudo. La reacción es doble: gente maravillada, inclinada a reconocer las maravillas de Dios y, en claro contraste, los fariseos insinuando que la obra de Jesús es una acción satánica. Inmediatamente después, introduce Mateo el tema de la misión, presentando el carácter itinerante de la predicación del Señor. Este no es, en efecto, uno de los maestros al uso, que disponían de una morada fija a la que acudían los discípulos. En 4,23 lo describe Mateo recorriendo toda la Galilea, pero aquí se abre a una dimensión universal. Jesús va por todos los pueblos y ciudades proclamando el Evangelio y curando todas las enfermedades (cf. v.35).

El punto focal del pasaje se encuentra allí donde el evangelista capta el corazón de Cristo compadeciéndose de la gente cansada, oprimida, sin pastor (cf. v. 36). Para comprender toda la intensidad que aquí se encierra hasta con referirnos al texto original griego, donde la expresión “sintió compasión” traduce el verbo splanchnízomai, reservado sólo a Jesús y a alguna parábola que simboliza su «sentir» o el del Padre. El término correspondiente en hebreo es raham, que significa “útero”, «vísceras». Se trata, por consiguiente, de la cualidad materna del amor de Jesús por nosotros. Nuestro mal le conmueve hasta tal punto que se compadece (= con—sufrir) hasta hacerse cargo de nosotros en su misterio de muerte y resurrección.

A continuación, compromete Jesús a los discípulos a que pidan al Padre que suscite otras personas dispuestas a seguirle en una evangelización que asemeja a la fatiga de quienes van a trabajar en la siega. La imagen de la mies se «mantiene» aún: una oración litúrgica actual nos asimila a Jesús y nos hace orar así: «Oh Dios, mira la magnitud de tu mies y envía obreros para que se anuncie el Evangelio a toda criatura».

Lo que seca el corazón y la vida es no estar centrados y unificados en Dios. Es relativamente fácil pagar el tributo de prácticas religiosas vividas como hábitos se parados de nuestra vida cotidiana. Sin embargo, esto se convierte en idolatría. «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi» (Mc 7,6), dice Jesús. Todas las crisis de fe e incluso las de identidad parten de esta «separación» entre religiosidad (formal) y vida, Por otra parte, ¿cómo eludir este «peligro»?

No es el voluntarismo lo que nos salva. Si, con todo, debe haber compromiso y método en la vida espiritual, lo que importa es que todo brote de la conciencia del misterio más grande y consolador: el Señor se compadece de nuestras situaciones escabrosas, difíciles, de nuestra «sed» de él, que, con nuestras pobres fuerzas, no llega a su ser fuente. Es muy necesario que el corazón entre en contacto, a través de la fe, con aquel amor, no sólo materno, sino tiernísimamente materno de Dios que Jesús expresó en su «sentir compasión», en su sentirse conmovido por unas «entrañas de misericordia» respecto a nosotros.

Una vida que sea verdadero camino espiritual parte de una Palabra revelada, fulcro luminoso de nuestro creer, esperar y amar: «El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados» (1 Jn 4,10). Así las cosas, incluso en los momentos de tentación, cuando la carrera del activismo o la fascinación del aplauso o la decepción del fracaso nos turban, la fuerza del Dios-Amor, del Jesús-Presencia en nuestra vivencia nos sostendrá. Podrá suceder todo, pero nuestra unión con el Señor será cierta y será salvación.

Comentario del Santo Evangelio: Mt 9, 32-38, para nuestros Mayores Rogad al Señor que mande trabajadores.

Se dice que juzgamos a los hombres en base a sus acciones, pero esto no es muy cierto. De hecho, valorarnos las obras dependiendo de la actitud que tenemos respecto a esa persona es decir, nuestro juicio está alterado por los prejuicios. Los fariseos que rechazaban la divinidad de Cristo, no se dejaron convencer ni si quiera por los milagros. Para ellos, eran realizados bajo influencia del espíritu maligno. Los hombres honestos se esfuerzan por no tener prejuicios. Pero no es fácil. Un conocimiento sólo objetivo es posible en matemáticas, química, en una de las llamadas ciencias exactas. En la historia y en la literatura los juicios cambian según se hable del propio pueblo o del enemigo. No es posible juzgar a una persona de modo objetivo, porque dejaría de ser una persona y se convertiría en una cosa.

Hay sólo una actitud que no falsifica nuestro juicio sobre los demás sino que, más bien, lo hace verdadero: es el amor puro. Quien ama a los hombres con amor puro, los ama como los ama Dios y los juzga rectamente, a ellos y a sus obras.

Arroja los demonios por arte del príncipe de los demonios. Esta frase se ha hecho proverbial para señalar un mal sustituido por un mal peor. Los autores espirituales usan esta expresión para referirse, sobre todo, a los malos pensamientos que pesan en el corazón. Se dice, bromeando, que los diablos están todos de acuerdo sólo en una cosa: luchar contra el Espíritu Santo. Sobre todo el resto, están en perenne discordia. Así, el espíritu de soberbia expulsa al demonio de la tristeza, el espíritu de la avaricia combate con el demonio de la gula, la vanagloria vence a la ira, y así siempre.

La gente apoya gustosamente la táctica de los demonios: uno combate la melancolía con el alcohol, otro ayuna por vanagloria. Este método tiene sus inconvenientes: quien expulsa la tristeza con un vaso de vino, con el tiempo deberá aumentar la cantidad y terminará alcoholizándose; quien conserva precisamente su patrimonio por avaricia, lo pierde luego por una caída de la bolsa. Los autores espirituales aconsejan exorcizar los demonios con el espíritu de Dios, es decir, sustituir los malos pensamientos por buenos pensamientos: la tristeza por el gozo espiritual, la avaricia por el pensamiento de la recompensa eterna, afirmando así que el reino de Dios está en el mundo.

Mudo endemoniado. La forma más frecuente de mutismo es la que va unida a la sordera. De hecho, se encuentran con más frecuencia sordomudos que mudos, es decir, personas muda porque no oyen la voz de los demás.

Pero hay dos tipos de sordera: la del oído y la del corazón. Con el pecado, el hombre se concentra de modo desviado sobre sí mismo; se hace psicológicamente sordo a las necesidades de los demás, no siente interés por nadie. El egoísmo es como estar encerrados en una torre: sólo el amor puede abrir la puerta y devolver al prisionero entre los hombres.

Los enamorados no tienen nunca tiempo suficiente para hablar; sin embargo, la convivencia entre una mujer y un marido que no tienen nada que decirse es pesada como una roca. Lo mismo sucede en la gran familia de los hijos de Dios: quien ama no está nunca solo, abre su corazón a los demás y sus palabras construyen siempre un puente entre las almas; en cambio, el egoísta, encerrado en sí mismo, esconde sus pensamientos.

Quien ama al prójimo se abre espontáneamente y el bien, como decían los filósofos antiguos, se difunde en el ambiente. 

Comentario del Santo Evangelio: Mt 9, 32-38, de Joven para Joven. Orad para que el dueño de la mies…

Este brevísimo relato sobre la curación de un mudo tiene escaso interés histórico. Para Mateo, sin embargo, tiene gran importancia teológica; un interés funcional. A raíz del milagro se anticipa lo que constituiría la lucha más encarnizada con sus enemigos. El poder de Jesús quiere ser explicado por su contacto con el príncipe de los demonios. La cuestión nos es presentada con amplitud en el cap. 12. Aquí se quiere únicamente anticipar aquella discusión. Preparar al lector para que no se vea tan sorprendido por la reacción hostil de los enemigos de Jesús ante las manifestaciones extraordinarias de su poder. Una razón, por tanto, pedagógica.

Hay, además, una razón teológica. Estaba anunciado que el Mesías realizaría esta clase de prodigios: haría oír a los sordos y hablar a los mudos. Debemos tener en cuenta que mudez y sordera se hallan generalmente asocia das. Marcos las presenta unidas (Mc 7, 31; 8, 22ss), en las profecías aparecen juntas (Is 29, 18; 35, 5) (e incluso en nuestro lenguaje). Quien realizase estas obras extraordinarias, liberadoras de la esclavitud y limitación humanas, necesariamente tenía que ser el Mesías. Es la razón teológica. Como es habitual en la mentalidad antigua, la mudez, lo mismo que la sordera, es atribuida al demonio, un poder hostil al hombre, que lo limita y esclaviza. La obra de Jesús va destinada a romper este poder de Satanás y liberar al hombre.

La reacción de la gente es lógica, casi una confesión de fe: «Jamás se ha visto cosa igual en Israel». ¿Quiere decir que lo que Israel esperaba ha llegado ya? Por el contrario, la reacción de los enemigos es el odio mortal a Jesús, que estallaría en la discusión recogida en el capítulo 12.

Con esta narración cierra Mateo otro capítulo; el cuadro del Mesías de los hechos. A continuación se abre uno nuevo, el discurso de misión, que es introducido con la misma frase sintética, a modo de sumario, que hemos leído ya en 4, 23. Naturalmente aquí se halla completada la frase con el resumen de lo narrado en los capítulos anteriores. La actividad de Jesús, su predicación y curaciones (cap. 5—7 y 8—9) dan pie para el discurso de misión: lo que Jesús dijo e hizo deben prolongarlo sus discípulos. Para eso son enviados.

Los destinatarios del evangelio son presentados con la imagen bíblica del rebaño para describir al pueblo de Dios. Pero es un rebaño sin verdaderos pastores; expuesto, por tanto, a todo tipo de peligros, que terminarían por consumirlo. Jesús siente en su propia carne la necesidad de aquel pueblo. Necesidad que se expresa recurriendo a la imagen de la cosecha. Hablar de cosecha significa hablar de la acción de Dios y de la correspondiente reacción del hombre (Is 9, 2-3; Os 6, I1). Hora de decisión para preparar la cual son necesarios los obreros. El juicio futuro, la decisión última, se realiza y anticipa en la decisión humana ante la palabra de Dios. Sorprendentemente Jesús no dice: «trabajad», sino «orad para que el dueño de la mies...» Es Dios quien elige y envía a los anunciadores de la palabra (Is 6, 8; Gál 1, 15-16). Dios permanece siempre el agente principal. Con estos presupuestos puede darse ya el paso a un nuevo discurso: el discurso de misión.

Elevación Espiritual para este día 

Que el alma, del mismo modo que se reúnen los hijos desviados, reúna sus pensamientos perversos, los vuelva a llevar a la casa del corazón y espere sin tregua, en medio de la sobriedad y el amo el día en que & Señor venga a visitarla […] De este modo, el pecado no hará daño alguno a los que viven en medio de la esperanza y la fe esperando al Redentor.

Cuando él viene, transforma los pensamientos del corazón […] nos enseña la verdadera oración que permanece estable e inquebrantable. «Caminaré delante de ti, derribaré las fortalezas; romperé las puertas de bronce, quebrará los barrotes de hierro» (Is 45,2) (Seudomacario, Homilía 31,1).

Estos días no he podido leer mucho la Sagrada Escritura. Pero he meditado con atención la Carta de Santiago. Los cinco capítulos que la componen constituyen un resumen admirable de vida cristiana. La doctrina sobre el ejercicio de la caridad (Sant 1,27), el uso de la lengua (Sant 1,19-26), la dinámica del hombre de fe (Sant 2), la colaboración en la paz (Sant 4), el respeto al prójimo, las amenazas al rico injusto y avaro, y, por último, la invitación a la confianza, al optimismo, a la oración (Sant 5): todo esto y otras cosas constituyen un tesoro incomparable de signos, de exhortaciones, para los eclesiásticos y para los laicos, según la necesidad de todos los tiempos. Convendría aprenderla toda de memoria y gustar punto por punto la doctrina celestial. Ahora, metido ya en los sesenta… años, no me queda más que envejecer. Ahora bien, la sensatez, que siempre es joven, está ahí, en el Libro divino.

Reflexión espiritual para el día. 

Estos días no he podido leer mucho la Sagrada Escritura. Pero he meditado con atención la Carta de Santiago. Los cinco capítulos que la componen constituyen un resumen admirable de vida cristiana. La doctrina sobre el ejercicio de la caridad (Sant 1,27), el uso de la lengua (Sant 1,1 9-26), la dinámica del hombre de fe (Sant 2), la colaboración en la paz (Sant 4), el respeto al prójimo las amenazas al rico injusto y avaro, y, por último, la invitación a la confianza, al optimismo y a la oración Sant 5): todo esto y otras cosas constituyen un tesoro incomparable de signos, de exhortación, para los eclesiásticos y para los laicos, según la necesidad de todos los tiempos. Convendría aprenderla todo de memoria y gustar y re gustar punto por punto la doctrina celestial. Ahora, metido ya en los sesenta y ocho años, no me queda más que envejecer. Ahora bien, la sensatez, que siempre es joven, está ahí, en el Libro divino.

El rostro de los personajes de la Sagrada Biblia: Oseas 8, 4-7; 11-13 ¡Rechazo tu becerro de oro, Samaria!

Palabra del Señor: Los hijos de Israel han puesto reyes sin contar conmigo, han puesto príncipes sin saberlo yo.
Dios reivindica su derecho a decir una palabra en todos los dominios, incluso en la política. 

Efectivamente, porque en su ámbito están constantemente comprometidos la moral y el bien de los hombres. Es en el nombre mismo de Dios que los profetas han presentado a los gobiernos las exigencias de la justicia social, del respeto del derecho.
Con su plata y oro se han hecho ídolos, para su propia destrucción... ¡Rechazo tu becerro de oro, Samaria! Mi cólera se ha inflamado contra vosotros: ¿hasta cuándo permaneceréis en la impureza?
El profeta habla en nombre de Dios para condenar la contaminación de la religión auténtica por la idolatría: el estricto monoteísmo —un solo Dios— poco a poco ha ido acomodándose a prácticas paganas. Por el hecho de vivir entre poblaciones cananeas los hebreos consienten en que se vayan introduciendo elementos del culto de Baal. Baal era un dios de la fecundidad de la naturaleza, simbolizado por un toro. En su honor tenían lugar frenéticos ritos sexuales. Esas concepciones religiosas naturistas eran, por desgracia, muy populares porque daban la impresión de ser una súplica al dios de la fecundidad para obtener abundantes cosechas y sanos rebaños así como el nacimiento de muchos hijos en las familias. Los sacerdotes de Yavé, el verdadero Dios, el Único, estaban tentados de consentirlo, explotando así las tendencias populares más elementales.
Leyendo al profeta Oseas, dejando de lado algunos detalles que manifiestan una civilización distinta a la nuestra, encontramos uno de los problemas de nuestro tiempo: la contaminación de la fe auténtica por el materialismo ambiental. El oro. La plata. La sexualidad. Ídolos también de hoy. Ídolos ilusorios incapaces de satisfacer el hambre profunda del hombre.
Ese becerro de Samaria quedará hecho trizas. Puesto que sembraron viento, segarán tempestad. El trigo no dará harina; y la que diere la tragarán los extraños. El castigo subraya la ilusión, el vacío total de esos ídolos, ¡que no son sino viento! ¡Esperan que Baal fertilice los campos! ¡Pues bien, el trigo será hueco, sin harina! Y, castigo supremo, el envilecimiento de la civilización conducirá a derrotas militares, con sus razzias clásicas: ¡los vencedores vacían los graneros y las bodegas!
Quien sabe si nuestra sociedad de «consumo» que es también sociedad de «placer» no contiene en su seno su propia destrucción. Los hombres, faltos de valentía y vacíos de todo ideal noble y profundo, se embrutecen progresivamente para desaparecer un día por extinción, por ¡«fin de raza»!
¿Qué diría Oseas, si regresara a la tierra hoy?
Ahora el Señor recordará las culpas de su pueblo y contará sus pecados. Tendrá que volver a Egipto. Ayer escuchamos la revelación sorprendente del amor de Dios. Hoy, oímos otra verdad complementaria y no menos importante. Israel tenía una vocación única entre todos los pueblos, debía ser el testigo de la Alianza. Había sido liberado de la esclavitud de Egipto para esta misión: si no desempeña su papel, «volverá a la esclavitud».
De hecho, por su manera de vivir, está ya en ella.

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